Hubo una época en que desapareció Dios, o eso dijo Nietzsche. Y otra en que desapareció el sujeto y en su lugar apareció la estructura. Sin Dios y sin sujeto el factor psi no sería necesario. Pero la sede vacante, la falta lacaniana, nos devuelve la necesidad de un sujeto que no se deja sustituir, ni por la estructura ni por la institución. Pero antes de construir el sujeto, que ocupará la falta, hay que construir al sujeto que deja la falta. Dos sujetos, en lo imaginario, que nos movilizan o, como diría la jerga lacaniana, nos convocan.
Ensalzar a un sujeto-padre, Francisco, poseedor de todas las contradicciones y mentiras populistas que solo se pueden dar en la unión de un papa y un peronista, no impide que de izquierda a derecha se construya un relato de bondades sin fin.
Hoy, tras la muerte del enésimo papa, el discurso, el relato y la ceremonia se repiten. El discurso del amo aparece en la despedida y en la esperanza; el relato se construye sobre la santidad de un papa-peronista y la ceremonia se organizará en torno a la humildad de la caja frente al catafalco. La humildad tan cercana al pecado de soberbia.
¿Cómo se construye al sujeto ya desaparecido? El sujeto nace después de su muerte: el padre asesinado resucita en la voz de los hijos. Las dos creencias ancestrales, la muerte no es algo natural y el padre es asesinado, se unen en esta ceremonia de resurrección.
Del asesinato del padre solo se nos dijo que los hijos se unieron para expiar la culpa y neutralizar el miedo, lo que llevó a la creación de reglas sociales, prohibiciones etc. Pero esta ceremonia de resurrección que se repite ante la muerte de estos padres, solo se entiende en la medida que se repite el mito del asesinato del padre.
Bergoglio ha sido asesinado, no por su incompetencia, construcción imaginaria, que algunos resaltan, sino por ocupar un lugar, dimensión simbólica, destinado a su ausencia.
Las construcciones imaginarias del padre imaginario.
Y entonces unos vieron al padre revolucionario y otros al padre conservador, aunque siempre fue difícil fijar un relato para definir a alguien que profesaba una máxima: hablar oscuro y pensar claro.
Se movió entre la monserga de los pobres, buenos, herederos del cielo y los ricos de la aguja y el camello. Y en esta posición rudimentaria, manejada con el discurso oscuro, transcurrió el pontificado de Bergoglio que llevó a la Iglesia, según algunos, a una posición tercermundista: «Ese rechazo a la herencia de la Ilustración se tradujo en su geopolítica en su visión tercermundista. En sus viajes por el sur global, que fueron la mayoría, Bergoglio se dedicó, primero, a oponer el sur religioso y sus pueblos, pobres, puros y virtuosos, al norte irrecuperable, descristianizado, secularizado, pecaminoso. Y, en segundo lugar, a advertir a esos países del sur en contra del progreso, que implicaría sucumbir a la colonización ideológica, como decía él, del norte desarrollado». (Loris Zanatta)
Y, sin embargo, otros lo vieron así: «Estuvo siempre con los pobres y los migrantes, por eso hemos venido».
Pero no estuvo en el sendero intelectual que marcó la Compañía de Jesús, en la que tantos nos nutrimos en una época de oscuridad.
0 comentarios