Violencia Intrafamiliar: El Complejo de Itis

por | Revista del CPM número 26

XVIII Congreso Europeo de Psicoterapia. Valencia (España) 4- 7 de julio de 2012.

Resumen del trabajo VIOLENCIA INTRAFAMILIAR: EL COMPLEJO DE ITIS.

Dr. José Luis Lledó Sandoval. Centro Psicoanalítico de Madrid.

Tras una introducción general al tema, se conceptualiza el abuso durante la infancia en sus dos vertientes: sexual y no sexualizado. Se relata el mito de Filomela, en cuya primera parte se plasma con claridad el abuso y la violencia, tanto sexual como no sexual, ejercida entre adultos; mientras que en su segunda parte se expres<a el abuso y la violencia no sexual ejercida por los adultos sobre los niños. Se estudia a continuación la forma en que el psicoanálisis ha contemplado el tema de los abusos sexuales en la infancia, para continuar con una serie de reflexiones acerca de las teorías freudianas de la seducción y del trauma, así como de su influencia en los movimientos psicoanalíticos. Termina el trabajo con un análisis de las consecuencias de los abusos de autoridad que son ejercidos por los adultos sobre los niños y la forma en que deben de ser abordados en la terapia, en lo que denomino el complejo de Itis.

 

Abstract of the paper «DOMESTIC VIOLENCE: THE ITIS COMPLEX”

Dr. José Luis Lledó Sandoval. Psychoanalytic Centre of Madrid.

After a general introduction to the topic, I conceptualize childhood abuse in its two aspects: sexual and not sexualized. I recount Filomela’s myth, whose first part clearly reflects the abuse and violence, both, sexual and not sexual, exerted between adults; and whose second part reflects the abuse and violence not sexualized exerted by adults on children. Below, I study how psychoanalysis has looked at childhood sexual abuse, to continue with a series of reflections on Freud’s theories of seduction and trauma, and their influence on the psychoanalytic movements. The paper ends with a discussion of the consequences of the abuse of authority exercised by adults on children and how this should be addressed in therapy, what I call the Itis complex.

 

1.- Introducción:

Estaba en un Congreso moderando una mesa en la que se presentaban y supervisaban tres casos que estaban en tratamiento de psicoterapia y me llamó la atención que en dos de ellos apareciesen situaciones de abusos sexuales en la infancia. Me pareció muy alta la proporción y registré, tanto el dato, como la extrañeza que me causó; pero no le di en ese momento más importancia al asunto. Un día que consultaba el Diccionario de Mitología Griega y Romana de Pierre Grimal para otras cuestiones bien alejadas de mi actividad profesional, leí el mito de Filomela, que inmediatamente asocié a la situación de los abusados y al mundo de silencio en que se veían obligados a vivir, así como a su gran dificultad para comunicarnos su problema y también a nuestra capacidad como profesionales de la escucha para descifrar sus mensajes. En ese momento ya pensé en escribir algo sobre la relación entre el mito de Filomela y los abusos, empezando a leer artículos relacionados con el tema y a repensar los casos tratados por mí mismo en que hubieran tenido lugar abusos sexuales. Tiempo después, estando con unos amigos que son reputados terapeutas de familia salió el tema de los abusos sexuales y les comenté mi intención de escribir algo acerca de los abusos y el mito de Filomela. Me dijeron que les parecía una buena idea porque los psicoanalistas nunca habíamos dado demasiada trascendencia a este tema que tan importante resulta para ellos. Llamó mi atención este comentario porque yo tenía la impresión de que el tema sí que era importante, tanto para el psicoanálisis, como para mí. De modo que decidí hacer una somera revisión sobre la literatura psicoanalítica para constatar mis impresiones con la realidad.

En la medida en que iba indagando sobre las publicaciones existentes, iba teniendo la impresión de que se producía una cierta desproporción entre las publicaciones que se dedican al tema, a mi juicio no demasiadas, en relación a la frecuencia – bastante elevada – con la que parece que se producen los hechos, que viene constatada por unas estadísticas que, si bien no muy numerosas, sí que son rotundas en sus datos: un estudio publicado por Pereda y Forns (2007) con una muestra general de 1.033 estudiantes de la Universidad de Barcelona refleja abusos en el 15,5% de los varones y el 19% de las mujeres encuestadas; el Consejo de Europa, por su parte, publicó en noviembre pasado que el 20% de los niños europeos lo sufren; y lo peor de todo eso es que el 85% de los casos se producen dentro del ámbito intrafamiliar (padres, abuelos, hermanos, tíos, etc.), y uno de cada cuatro es una penetración vaginal, anal o bucal. Llegado a este punto, el tema de los abusos sexuales en la infancia que suscitó el interés inicial, pasó a un segundo plano a causa de la violencia intrafamiliar, que empezaba a ocupar el primer lugar de mi atención, especialmente los diferentes niveles de violencia que se ejercen en el medio familiar sobre los niños. Voy a hacer la presentación en el mismo orden cronológico en que se desarrolló, comenzando por lo que se refiere a la visión psicoanalítica sobre los abusos sexuales en la infancia para continuar después con los diferentes tipos de violencias que se ejercen dentro del medio familiar, centrándome especialmente en las que afectan a los niños.

 

2.- Los abusos y el psicoanálisis. Teoría de la seducción y del trauma

Tras concluir las lecturas referentes al tema, he tenido la impresión de que en relación al problema de los abusos sexuales en la infancia, el psicoanálisis ha venido manteniendo dos posiciones que resultan bastante divergentes: en una de ellas niega la existencia del problema a través de una descreencia o desmentida; mientras que en la otra nos ofrece, desde el principio mismo de su abordaje científico, toda una serie de aportaciones que resultan imprescindibles para comprender el tema. Voy a empezar por lo segundo:

Cuando el psicoanálisis se encontraba todavía in statu nascendi, Freud fue pionero en conceptualizar una teoría sobre el trauma. Un trauma, decía, es un “acontecimiento de la vida del sujeto caracterizado por su intensidad, la incapacidad del sujeto de responder adecuadamente y el trastorno y los efectos patógenos duraderos que provoca en la organización psíquica” (Laplanche, 1971 pág. 467). También elaboró Freud una teoría de la seducción según la cual el recuerdo de los abusos sexuales padecidos en la infancia, por parte de adultos, provoca neurosis. Los abusos sexuales, afirmaba Freud un 21 de abril de 1896 en una conferencia dada en la Sociedad de Psiquiatría y Neurología de Viena, eran cometidos a veces por adultos extraños a las criaturas sin el consentimiento de ellas y con una secuela de terror inmediata a la vivencia. Otras veces, la persona adulta era cuidadora del niño. «Niñera, aya, gobernanta, maestro, y por desdicha también, un pariente próximo«.

En dos de sus historiales clínicos, Freud afirma que sus jóvenes pacientes (Catalina y Rosalía) enfermaron a raíz del abuso sexual sufrido en los primeros años de la pubertad. En ambos casos, dice, eran sus tíos quienes, además de «asediarlas sexualmente», las amenazaban con castigarlas si ellas hablaban:

En las vacaciones de 189…emprende Freud una excursión para “olvidar por un tiempo la medicina y, en particular, las neurosis”. Una muchacha de 17 o 18 años que anteriormente le había servido el almuerzo lo aborda al final de esa excursión diciéndole que está enferma de los nervios y que ha consultado con un médico que le ha recetado varias cosas, pero que no le han servido de nada. Allí transcurre la única consulta: “Me cuesta trabajo respirar. No siempre. Pero a veces parece que me voy a ahogar”. Freud olvidando que está allí de vacaciones para olvidar las neurosis, la anima a continuar. “Me dan de repente. Primero siento un peso en los ojos y en la frente. Me zumba la cabeza y me dan unos mareos que parece que me voy a caer. Luego se me aprieta el pecho de manera que no puedo casi respirar”. Y continúa: “Creo siempre que voy a morir…..y se me figura que detrás de mí hay alguien que me va a agarrar de repente”. ¿Piensa usted algo?, le pregunta Freud. “Sí; veo siempre una cara muy horrorosa que me mira con ojos terribles. Esto es lo que más miedo me da”. En su indagación Freud descubre que el primer ataque de angustia lo había tenido a los dieciséis años al ver al tío acostado con su sobrina Francisca. Catalina contó a la tía lo que había visto, como consecuencia de lo cual, la tía se marcha con sus hijos y sobrinas, quedando el tío con Francisca, que estaba embarazada. Pasa entonces Catalina a contar a Freud dos historias: en la primera, el tío la persiguió con fines sexuales cuando ella contaba catorce años, y en la segunda también refiere una nueva agresión sexual por parte de su tío, un día que estaba borracho. (Freud, S. Obras Completas. Vol. I pág. 73).

La historia clínica de Catalina concluye con el siguiente apéndice de 1924: “Después de tantos años me atrevo a abandonar la discreción observada entonces, dejando establecido que Catalina no era la sobrina, sino la hija de la huésped, o sea que había caído enferma bajo la influencia de seducciones sexuales por el propio padre. No cabe duda que, tratándose de una historia clínica, no es lícito introducir una deformación como la que en este caso he realizado, pues la misma no es tan indiferente para la comprensión como, por ejemplo, el hecho de haber trasladado de una montaña a otra el lugar del sucedido”(Freud, S. Vol. III pág. 972)

Dentro del caso de la Srta. Isabel de R. figura un breve historial de Rosalía H. de veintitrés años, que consultó porque, estudiando canto, su bella voz no le obedecía en determinados tonos, sintiendo entonces una especie de opresión en la garganta. Durante el análisis hipnótico le relata a Freud una serie de recuerdos remotos asociados a un nuevo síntoma, un desagradable cosquilleo en las puntas de los dedos, entre los que figura una escena procedente de los primeros años de su infancia: “su perverso tío, que padecía reuma, le había mandado darle unas friegas en la espalda, sin que ella se atreviese a negarse; pero de repente se revolvió en la cama, arrojando la colcha, e intentó atraerla a sí”. (Freud, S. Obras Completas Vol. I pág. 97).

En 1924, Freud agrega una nota a pie de página al breve historial de Rosalía: “También aquí en realidad era el padre, no el tío”.

Parece pues que la imposibilidad de acusar al padre de perverso fue una considerable dificultad del propio Freud con la figura paterna, a la que trató de preservar manteniendo en las historias clínicas de sus pacientes Catalina y Rosalía a los tíos como autores de los abusos ¡nada menos que desde 1893 hasta 1924! momento en que declara que en realidad eran los padres, aunque lo hace sin explicar el por qué de su «error» anterior. A falta de los argumentos freudianos, Jeffrey Masson (1985) nos explica este viraje en la teoría de la seducción como un recurso utilizado por Freud con la intención de convencer a Breuer para publicar conjuntamente los Estudios, ya que a éste le repugnaba la tesis freudiana de que la histeria fuese causada por seducciones sexuales sufridas en la infancia.

Todavía en los inicios de la teoría psicoanalítica el vienés Moritz Benedikt, en una serie de publicaciones aparecidas entre 1864 y 1895, demostró que la causa de numerosos casos de histeria y otras neurosis reside en un secreto angustioso, perteneciente la mayoría de las veces a la vida sexual y también demostró que su confesión hacía desaparecer los problemas de la paciente, con lo que ponía el énfasis en el secreto patógeno que va ligado a las situaciones de abusos y en el poder curativo de la ruptura del silencio. En este mismo sentido, la primera paciente del psicoanálisis, Anna O., a fines del siglo XIX bautizó a la terapia catártica que Joseph Breuer usaba con ella como «talking cure» o «cura por la palabra». Así es que, desde los mismos inicios del psicoanálisis se asocian los abusos y el secreto que los rodea a la enfermedad mental. También la revelación del secreto, la ruptura del silencio, se asocia a la curación (cura por la palabra).

Hemos visto anteriormente que, según la teoría de la seducción toda neurosis se podría explicar por un trauma real, pero el 21 de septiembre de 1897, decide Freud abandonar su teoría de la seducción y así se lo comunicó a Fliess en una carta en la que dice: «Ya no creo en mi neurótica». Así es que, tras poco más de un año después de haber presentado su teoría de la seducción, expresa que no puede seguirla sustentando y fundamenta su descreimiento en la «imposibilidad de acusar al padre de perverso», considerando – además – que es poco probable que la perversión contra los niños esté tan difundida. Ya nos hemos referido antes a la primera de las razones, respecto a la segunda razón que aporta para apartarse de su teoría de la seducción, considerando poco probable que la perversión contra los niños esté tan difundida, no tenemos más que recurrir a las estadísticas que, a pesar de no ser muy numerosas y no siendo el problema fácil de detectar, me parece que resultan suficientemente elocuentes. En cualquier caso, lo cierto es que Freud con su teoría de la seducción, en lugar de poner el acento en lo traumático de los abusos sufridos durante la niñez, pone el énfasis en el recuerdo de los mismos que surge durante la adolescencia, minimizando con ello tanto la gravedad del abuso, como su etiología como agente de trauma psíquico, y poco tiempo después elabora la teoría del complejo de Edipo, con la que pudiera parecer que el seductor pasa a ser el propio niño. Piensa entonces Freud que el relato de sus pacientes se apoya en un falso recuerdo, el cual es el producto de sus fantasías. No es el caso de Ferenczi ni de otros analistas posteriores que han considerado imprudente la decisión tomada por Freud en 1897 de considerar como meras fantasías muchas de las declaraciones de los pacientes sobre experiencias de seducción en la infancia; ya que, como señala el psicoanalista Robert Fleiss (1949), “Nadie se pone enfermo a consecuencia de sus fantasías”.

No podemos olvidar a ese respecto que algunos psicoanalistas que tomaron
partido por la importancia del trauma hubieron de sufrir las consecuencias del enfrentamiento al movimiento psicoanalítico oficial, como fue el caso de Sandor Ferenczi. El húngaro Ferenczi abrió, en 1932 (ahora se cumplen ochenta años del evento), el XII Congreso Internacional de Psicoanálisis con la ponencia Confusión de lengua entre los adultos y el niño: el lenguaje de la ternura y el de la pasión, en ella decía «Nunca se insistirá bastante sobre la importancia del traumatismo y en particular del traumatismo sexual como factor patógeno. Incluso los niños de familias honorables de tradición puritana son víctimas de violencias y violaciones mucho más a menudo de lo que se cree. Bien son los padres que buscan un sustituto a sus insatisfacciones de forma patológica, o bien son personas de confianza de la familia (tíos, abuelos), o bien los preceptores o el personal doméstico quienes abusan de la ignorancia y la inocencia de los niños
«. Más adelante, Ferenczi afirma que esos adultos con predisposiciones patológicas confunden los juegos y conductas de los niños con los deseos de una persona sexualmente adulta, confusión que los lleva a abusar sexualmente de las criaturas. Y seguía: «El niño puede intentar protestar, pero a la larga es vencido por la fuerza y la autoridad aplastante del adulto. Llevado por el temor y la indefensión, la criatura se doblega a la voluntad del agresor y lo introyecta, para poder seguir sosteniendo con él un vínculo de ternura«. A este mecanismo de defensa mental, Ferenczi lo llama «identificación con el agresor«, un mecanismo muy similar al descrito posteriormente por Fairbairn como “defensa moral frente a los objetos malos”, que hace a los objetos libidinalmente malos formar parte del sí mismo para, de este modo, crear la ficción de la existencia en el exterior de objetos confiables y así poder establecer con ellos una relación de dependencia; el mecanismo es también bastante similar a lo que conocemos como “síndrome de Estocolmo”, una reacción psíquica en la cual la víctima de un secuestro, o persona retenida contra su propia voluntad, desarrolla una relación de complicidad con quien la ha secuestrado y puede acabar ayudando a sus captores a alcanzar sus fines o ayudarles a evadir la persecución policial. El lenguaje de la sexualidad infantil –continúa diciendo Ferenczi – es la ternura, el lenguaje de la sexualidad adulta es la pasión. El abuso sexual resulta de una confusión de lengua: el adulto abusador ha interpretado como pasión aquello que era ternura.

Ferenczi denuncia que “el hecho de no profundizar lo suficiente en el origen externo del trauma supone un peligro, el de recurrir a explicaciones apresuradas relativas a la predisposición y a la constitución”. Nos conviene recordar que el niño está en una situación de dependencia respecto del adulto y que la indefensión infantil contrasta fuertemente, no sólo con la autoridad del adulto, sino también con las amenazas que suele infringir al niño a quien impone el deber de callar. La posición de autoridad y la fuerza de la amenaza contribuyen a explicar que a la resistencia inicial que puede oponer el niño, le suceda un miedo que puede alcanzar el grado de un pánico paralizador y bloqueante. En esta situación es cuando los niños sienten al máximo la indefensión y, como su personalidad es todavía demasiado débil para poder articular una adecuada protesta, la fuerza y la autoridad aplastante de los adultos los dejan mudos, obligándoles a someterse automáticamente a la voluntad del agresor, a adivinar su menor deseo, a obedecerle, olvidándose totalmente de sí mismo, e identificándose por completo con el agresor. Esa identificación defensiva con el agresor conlleva un proceso de desrealización en el que el agresor deja de ser una persona externa y se transforma en un aspecto del propio niño, con lo cual el vínculo de ternura puede permanecer inmodificado, pero, si bien el niño ha logrado la conservación del vínculo tierno con el objeto externo, ha sacrificado también la integración y el equilibrio de su realidad psíquica, así como la confianza en su propia experiencia y en lo que le testimonian sus propios sentidos. La respuesta será una sexualización de los vínculos y una exaltación de la propia sexualidad, o bien una masiva inhibición de todo lo sexual, ya sea propio o ajeno. En cualquier caso lo que predomina es una confusión enloquecedora. Unos meses después de haber presentado el anterior trabajo, muere Ferenczi y lo hace confortado por la promesa de Ernest Jones de publicar su trabajo en el International Journal of Psychoanalysis, promesa que nunca cumpliría, quedando el trabajo inédito hasta 1949, fecha en la que finalmente es rescatado para la comunidad psicoanalítica por su compatriota Michael Balint.

Afortunadamente parece que en la actualidad está ya bastante admitido que, en aquellos casos en los que se producen abusos en la infancia, la situación traumática ya está marcando al psiquismo infantil desde el mismo momento en que los abusos tienen lugar. Los modelos que defienden la existencia de un trauma psíquico en la etiología de los trastornos mentales enfatizan los efectos del trauma psicológico, especialmente los sufridos en la infancia o adolescencia, como un factor clave en el desarrollo de gran parte de las enfermedades mentales, basándose generalmente en que las experiencias traumáticas en el hogar son más comunes y serias de lo que generalmente se cree. Tales modelos se asocian con Silvano Arieti que en 1955 publicó su libro Interpretación de la Esquizofrenia, en el que presenta un modelo psicológico para entender todas las variantes regresivas de la psicosis, o a los hallazgos de John Bowlby con su desarrollo de la teoría del apego a partir del año 1958. Investigaciones más recientes (Mullen y otros, 1993) consideran que cuanto más grave sea el abuso, más probable será que aparezcan síntomas en la vida adulta. Cassidy & Shaver (1999) sustentan la conexión entre las experiencias tempranas de malos tratos con problemas posteriores, mientras que Kenneth S. Kendler y otros (2000) creen que el abuso infantil en el hogar juega un papel causal en la depresión, trastorno de estrés post-traumático, desórdenes alimenticios, trastornos adictivos y los trastornos de personalidad múltiple. En el ámbito psiquiátrico mayoritario se parte de la hipótesis que el abuso infantil está poco relacionado con las psicosis más graves, como la esquizofrenia. Sin embargo, algunos profesionales de la salud mental (Davis, Burdett y otros, 2004) mantienen que las psicosis están más íntimamente relacionadas con este tipo de abuso que las neurosis.

Desde un punto de vista psicoanalítico creo necesario destacar dos aspectos en la situación traumática: uno se refiere al acontecimiento precipitante, que tiene una vertiente externa (en nuestro caso los abusos/violencia) y otra interna; el otro aspecto que también es necesario destacar, se refiere a la manera en que el Yo responde ante esta situación precipitante. Parece que lo esencial para Freud fuese “la experiencia de impotencia por parte del yo a la vista de una acumulación de excitación”, lo que nos indicaría una visión fundamentalmente económica que no tiene demasiado en cuenta el estudio del medio ambiente en general y, más en concreto, las características de las figuras parentales y de la actitud que manifiestan en el condicionamiento de las experiencias traumáticas.

La noción de trauma ha ido modificándose en la literatura psicoanalítica, tomando diferentes formas, que han variado desde el enfoque freudiano inicial, estrictamente económico, hasta llegar a un enfoque vincular con el que personalmente me siento más de acuerdo
. Dicho enfoque se muestra bastante más cercano a la noción de situación traumática, que tomo de García Badaracco (1990). Nos dice este autor que toda situación traumática es potencialmente patógena si, como dice Freud, “apareció como intolerable al yo y despertó una defensa”; por tanto, lo que debe importarnos ante todo es el efecto patógeno que han tenido los mecanismos de defensa que el yo ha instrumentado a partir de entonces. El mecanismo del a posteriori que Freud propone para explicar cómo se produce la resignificación del trauma es posible entenderlo como una manera de negar y neutralizar el efecto patógeno de las verdaderas situaciones patógenas en la vida del sujeto; pero lo que verdaderamente hace que el sujeto vuelva a percibirse en la situación original de la experiencia traumática, aquella en que se superaron con mucho las capacidades yoicas de que disponía el sujeto en aquel momento, es que a partir de entonces no pudieron desarrollarse otros recursos yoicos que permitieran afrontar de manera diferente las situaciones nuevas. El concepto freudiano de etiología traumática puede así resultar bastante más restringido que el que tenemos en la actualidad, y puede influir para que muchos analistas consideren a los pacientes con historias de abusos como poco idóneos para el tratamiento analítico, especialmente si lo unimos al hecho de que la psicopatogénesis en estos pacientes es bastante diferente y sigue más el modelo del déficit de Killingmö, que el modelo clásico de paciente neurótico.

Sabemos hoy que los pacientes esquizoides y borderline sufren permanentes situaciones traumáticas por no haber desarrollado capacidades yoicas para enfrentar la conflictiva habitual de la vida, por haber mantenido una vivencia de vulnerabilidad en parte fantaseada y por haber organizado modos de funcionamiento mental para poder negar y contrarrestar las posibles situaciones traumáticas, restringiendo el contacto con el mundo externo e interno (García Badaracco, 1990).También sabemos hoy que el trauma padecido pasivamente por los niños en los casos de abusos infantiles está relacionado con el comportamiento sádico abusivo de los adultos, así como con los fallos de otros adultos para intervenir de forma adecuada en esa situación, y que esos aspectos se muestran bastante más relevantes que la condena moral internalizada de los deseos infantiles de los pacientes.

Me resulta sumamente interesante a ese respecto una aportación de Bromberg (1996) que, volviendo a tomar el caso de Emmy von N. dice: “nosotros no tratamos pacientes como Emmy para curarlas de algo que les fue realizado en el pasado; más bien, nosotros estamos tratando de curarlas de lo que ellas se hacen a sí mismas y a los otros para sobrellevar lo que le hicieron en el pasado”. Esa matización me parece esencial.

Así que, desde aquel abril de 1896 en el que Freud expuso por primera vez su teoría de la seducción, el tema del abuso sexual contra menores ha venido provocando controversia dentro del movimiento psicoanalítico, que ha oscilado entre la creencia en la realidad del abuso por una parte, y en la descreencia del mismo por otra. En este sentido, me parece cuando menos prudente, si es que no es necesario, que nos planteemos la posibilidad de que a muchos psicoanalistas contemporáneos nos pueda estar sucediendo algo muy similar a lo que le ocurrió a Freud hace casi un siglo: que tengamos en algunas ocasiones verdadera dificultad para aceptar la verdad de lo que escuchamos en nuestros pacientes, de modo especial en los que han sido objeto de algún tipo de abuso – sexual o no – en su infancia. A pesar del tiempo transcurrido y de las evidencias que nos ofrece la clínica, parece que todavía tiene un cierto eco en algunos analistas la idea de que las víctimas de abuso les están contando algo que sólo es el producto de su invención, provocada por una suerte de pseudología fantástica con la que tratan de agredir al ofensor y confundirnos a nosotros. Parecen olvidar esos analistas aquello que el propio Freud decía, a raíz del caso Juanito: “No comparto la opinión, muy extendida hoy de que las manifestaciones de los niños son totalmente arbitrarias y nada fidedignas……el niño no miente jamás sin causa, y en general, muestra mayor amor a la verdad que los adultos…….Rechazar sin formación de causa todas las manifestaciones de Juanito sería cometer con él una enorme injusticia” (Freud, S. Obras Completas Vol. II, pág 697). Por eso, si una vez que nuestros pacientes se han animado a hablarnos de este tema, casi siempre con gran dificultad, lo escuchamos nosotros como una mentira que nos están contando y no tratamos de averiguar más acerca del mismo, hemos de saber que estamos volviendo a enterrar un tema importante y que el muerto es algo muy significativo, aunque también muy doloroso, de la vida y experiencia de nuestros pacientes, si es que no lo es el propio paciente como persona. Por eso, aprender a detectar el abuso es imprescindible y para ello es necesario no cerrar nuestra capacidad de escuchar a los otros, ni a nosotros mismos, pues puede ser que con nuestra propia tendencia a no querer ver lo terrible y siniestro, preferimos decidir que no existe.

 

3.- El mito de Filomela y el complejo de Itis:

Sabemos que el aporte nosológico clasificatorio para la comprensión de la patología mental es todavía impreciso y bastante relativo, debido en buena medida a que las enfermedades mentales se avienen mal a ser clasificadas; pero, precisamente para intentar paliar la enorme dificultad que supone en muchas ocasiones identificar los casos de abusos en la infancia y también con la intención de reclamar atención sobre este tema, se me ha ocurrido una fórmula que viene siendo tradicional en psicoanálisis como es la de asociar un determinado trastorno o problema psicológico a un mito de la antigüedad, en este caso lo hago con el mito de Filomela.

El banquete de Tereo. Peter Paolo Rubens. Museo del Prado

Según la mitología griega Filomela era la hija del rey de Atenas, Pandión, y tenía una hermana conocida como Procne. El marido de Procne era el héroe Tereo de Tracia, quien la había desposado tras haber salvado a Atenas de los bárbaros. Esta unión estuvo maldita desde sus inicios, y aunque tuvieron un hijo llamado Itis y vivían en paz, Procne sentía nostalgia de su hermana Filomela. Así que convenció a Tereo para que le permitiese verla de nuevo. Este accedió pero con la condición de que el encuentro se llevara a cabo en Tracia.

Así Tereo marchó a Atenas y, tras convencer al rey para que dejara partir a Filomela hacia Tracia, la llevó consigo. Pero la juventud y la hermosura de Filomela ya habían desatado la pasión de Tereo nada más verla. Cuando llegaron a Tracia la violó, sin hacer caso de sus desesperadas súplicas. Además, para que Procne nunca se enterara de su reprobable acción, le cortó la lengua y la encerró en una solitaria prisión en el bosque. Luego dijo a Procne que su hermana había m
uerto.

Víctima de la tristeza y el abandono, Filomela decidió entretenerse en su solitaria prisión tejiendo sobre un lienzo blanco y con hilo purpura la triste historia de su vida. Cuando hubo terminado su obra, se le presentó la oportunidad de hacer llegar la obra textil realizada a su hermana, la reina. Así fue como Procne se enteró de que su esposo la había engañado, pues su hermana todavía vivía. Deseosa de venganza, Procne se dirigió a la prisión de Filomela aprovechando el tumulto de las fiestas dedicadas a Baco. Con atuendo de bacante rescató a Filomela y la llevó a palacio, donde tuvo lugar el triste reencuentro. Pero pronto a las lágrimas siguió la venganza, que Procne quiso más cruel aún que el crimen de su esposo.

Viendo, pues, el parecido de su hijo Itis con el culpable de su desgracia, Procne le dio muerte. Entre ambas hermanas despedazaron el cadáver y lo cocinaron para Tereo. Él comió sin advertir nada, hasta que, cuando hubo terminado, reclamó la presencia de su hijo. Fue entonces cuando Procne exclamó satisfecha «tienes dentro a quien reclamas»; y Filomela irrumpió con la cabeza del desdichado Itis. Enfurecido, Tereo inició la persecución de las asesinas, pero los dioses acabaron con la cadena de actos crueles transformando a los tres en aves: a Filomela en ruiseñor, a Procne en golondrina, y a Tereo en la abubilla, semejante a un guerrero con penacho y agudo pico.

La gran influencia que ha ejercido esta leyenda en la literatura universal se debe, sin duda, a su tratamiento por dos de los autores que han gozado de mayor tradición: Virgilio y Ovidio, pero también, sin ninguna duda, a que en el mito se reflejan importantes y violentas manifestaciones que tienen lugar tanto en la superficie, como – sobre todo y muy especialmente – en la trastienda de las relaciones familiares. Este segundo componente es el que más interesa hoy a mis propósitos, porque en el mito aparecen buena parte de las diferentes violencias que se ejercen en el interior de las familias, a saber:

  1. la situación en que la víctima es Filomela y el victimario Tereo, ambos adultos. Tereo ejerce sobre Filomela diferentes tipos de violencia: a) violencia del abuso de confianza (Filomela confía en su cuñado); b) violencia de carácter físico sexual de Tereo sobre Filomela (violación sexual); c) violencia física y psicológica de imponerle el silencio (cortarle la lengua) y d) la violencia física y psicológica del aislamiento (encerrarla en la torre del bosque).

  2. La situación en que la víctima es un niño (Itis) y los victimarios dos adultos (Procne y Filomela, las víctimas transformadas ahora en agresores). También aquí se ejercen diferentes tipos de violencia, en este caso desde los adultos al niño: a) violencia del abuso de confianza (son la madre y la tía respectivamente); b) violencia brutal del sacrificio de la víctima inocente para satisfacer una venganza (filicidio) en la que Itis es el chivo expiatorio y la víctima inocente de la problemática familiar de los mayores.

En la primera parte del mito las diferentes violencias son ejercidas entre adultos y más en concreto por parte de un hombre respecto a una mujer, por lo que nos remite de forma preferente hacia los casos de esa violencia que se ha dado en llamar violencia machista o violencia de género. Es en su segunda parte, sin embargo, donde el mito más nos interesa para la cuestión que planteamos, pues en ella se nos remite a lo que podríamos llamar el complejo de Itis, es decir a la situación general de abusos contra la infancia, aquella en la que los niños son tomados como víctimas inocentes de las problemáticas individuales o familiares de los mayores, siendo utilizados como chivos expiatorios o emisarios de dichas problemáticas personales o familiares adultas.

Cuando los abusos en la infancia tienen un carácter sexual, se dan en esa situación todos y cada uno de los tipos de violencia del primer apartado; lo cual, teniendo en cuenta las violencias del abuso de confianza, del silencio y del aislamiento, pueden hacer muy difícil su identificación porque se crean y mantienen estrategias de ocultamiento extraordinariamente eficaces. Por eso, aunque es muy cierto que el analista no debe de aceptar de forma acrítica todo lo que sus pacientes le dicen, no es menos cierto que debe de valorar muy cuidadosamente cualquier indicio o información explícita que le lleguen sobre la posibilidad de la existencia de abusos, tanto si es en el pasado, como sucede con los que nos dedicamos al tratamiento de adultos, como los que puedan estar sufriéndolos en el presente, como sucede con los analistas de niños. En este último caso, el acto de violencia casi siempre es descalificado como tal por parte de los agresores, por lo que si la familia o cualquier otra persona, en nuestro caso el analista, no creen la información del menor que denuncia un abuso, o no advierten, por otras señales, que tal abuso está sucediendo, agregan, con su desmentida, un nuevo acto de violencia sobre el psiquismo de la criatura.

 

4.- Las consecuencias de la violencia familiar en la infancia: el trauma y la recuperación

Conozco que en el momento actual la violencia en el seno familiar no sólo es ejercida por los adultos, me sirve como ejemplo el reciente caso de un niño saudí de cuatro años que ha matado a su padre supuestamente por no comprarle la consola PlayStation que le había pedido. Hasta es muy posible que estemos asistiendo a un cambio en los miembros que desarrollan un rol violento dentro del ambiente familiar, pero yo me voy a centrar en la violencia ejercida por los adultos sobre los niños, cuyas consecuencias son las que estoy observando en mis pacientes, aunque es muy posible que la situación se modifique sin mucho tardar.

En el momento en que están sufriendo acciones violentas, o las han sufrido recientemente, los niños presentan síntomas que son bastante poco específicos, entre los más habituales figuran: tristeza, aislamiento, baja autoestima, agresividad, masturbación compulsiva, vocabulario inapropiado, conductas sexualizadas, pesadillas, terrores nocturnos, fobias o ansiedad. A medida que se van desarrollando, los niños abusados durante su infancia pueden presentar problemas de orientación sexual, especialmente en la adolescencia, y cuando alcanzan la adultez es característico el uso del cuerpo y la sexualidad como método de acercamiento a los demás, no siendo raras actitudes de promiscuidad, llegando en algunos casos al ejercicio franco de la prostitución. También pueden padecer considerables dificultades para el establecimiento de límites y sufrir depresiones, trastornos alimenticios, problemas de relaciones sociales o adicciones. Lo habitual, sin embargo, es que las víctimas sigan con su vida y dejen su secreto aparcado, sin ser conscientes de las consecuencias y sin que nadie a su alrededor se plantee que sus conductas se deban a que estén siendo o hayan sido abusados por aquellos que debían protegerlos. La gravedad no viene sólo por el abuso en sí, ya bastante terrible, sino también por el secreto guardado durante muchos años, lo que hace que sea vivido como una especie de cáncer que va comiendo a la persona y le va creando muchas limitaciones de las que puede que no tenga conciencia, por eso los analis
tas, especialmente los de adultos, nos enteramos de los hechos de forma retrospectiva, apareciendo a lo largo del proceso terapéutico: «Mi vida nunca ha sido normal, pero eso soy capaz de verlo ahora que ya he conseguido romper el silencio y he decidido enfrentarme a las consecuencias«, me decía una paciente.

Es frecuente entre las víctimas que sobreviven a situaciones traumáticas que presenten una amnesia que afecta a los acontecimientos traumáticos, fenómeno que está vinculado con la desmentida que se presenta después de un traumatismo psíquico. También pueden padecer cuadros de disociación (sonambulismo, alteraciones de la memoria) y signos de stress postraumático (imágenes retrospectivas, alteraciones del sueño, pesadillas). Puede suceder que estas personas se replieguen y aíslen, o que se depriman, que resten importancia de forma llamativa a las realidades dolorosas del presente, o que se nos muestren bastante insensibles o con sentimientos profundos de vacío.

Daniel Paul Schreber fue un jurista y escritor alemán al que se le conoce principalmente por su autobiografía Memorias de un enfermo de nervios (2008), en la que expone de manera detallada las formas de su delirio. Schreber cuenta que la causa de sus padecimientos fue la conspiración del Dr. Flechsig para cometer en su persona el delito cósmico de «almicidio«. Puesto que el almicidio va contra «el orden cósmico» el éxito de la conspiración de Flechsig supondría el apocalipsis en la tierra y todos los demás planetas habitados. Sin embargo, finalmente Schreber acepta su transformación en mujer, seduce al mismísimo Dios y se siente preparado para alumbrar a una nueva humanidad aria, ni católica ni eslava ni judía, sino aria. Freud, Lacan y Elías Canetti, entre muchos otros, se interesaron en su caso, convirtiéndolo en uno de los más famosos ejemplos de fascinación por la vida de un enfermo mental. En este sentido, psicoanalistas como Sabina Spielrein relacionan, en la línea de Jung, el caso Schreber con el pensamiento mítico y Niderland y Bauymeyer profundizan en interesantes cuestiones biográficas como la figura del padre de Schreber. El doctor Daniel G.M. Schreber, padre de Daniel Paul, se había hecho célebre por sus teorías educativas de una extrema rigidez, basadas en el higienismo, la gimnasia y la ortopedia. En sus manuales, muy difundidos en Alemania, proponía corregir los defectos de la naturaleza y remediar la decadencia de las sociedades creando un hombre nuevo: un espíritu puro en un cuerpo sano. Con sus delirios, en los que manifestaba el asesinato de su alma, Daniel Paul Schreber denunciaba claramente, a mi entender, el maltrato que había sufrido de parte de su padre. Esa expresión de asesinato del alma que usaba Schreber en su delirio es, curiosamente, una expresión frecuentemente utilizada por los sobrevivientes de maltrato y abuso. Si cambiamos el vocablo alma que tiene un contenido más moral, por el de psique que es más científico, podemos subscribir perfectamente la aseveración de Schreber, ya que los malos tratos y los abusos sufridos durante la infancia suponen un auténtico atentado sobre la constitución del psiquismo infantil.

 

5.- Conclusiones

Tanto los abusos sexuales en la infancia, como las reiteradas acciones violentas sufridas a lo largo de la misma, son fenómenos a los que no solemos otorgar la importancia que merecen, probablemente porque preferimos pensar que la infancia es una época bastante feliz y que la familia es una institución protectora en la que los adultos desempeñamos perfectamente nuestro papel. La historia de la infancia, sin embargo, como dice Lloyd de Mause (1974) en el inicio del libro homónimo, es una pesadilla de la que hemos empezado a despertar hace muy poco. En dicho libro nos relata de Mause en forma bastante pormenorizada las terribles violencias físicas y psicológicas que han sido cometidas por los adultos en contra de los niños a lo largo de la Historia, incluyendo en su repertorio una amplia gama de abusos, tanto sexuales, como no sexualizados.

Ya hemos visto también que el abuso sexual infantil puede llegar a afectar a un 15%-20% de la población lo que supone un problema social importante que afecta a ambos sexos, mayoritariamente niñas, y lo peor de todo eso es que el 85% de los casos se producen dentro del ámbito intrafamiliar (padres, abuelos, hermanos, tíos, etc.). Por otra parte, los menores no son solo víctimas de las agresiones sexuales, sino que también pueden ser agresores, ya que un 20% de este tipo de delitos está causado por otros menores. Lo mismo sucede con la violencia intrafamiliar que es mayoritariamente ejercida por los adultos sobre los niños, pero que también puede ser ejercida por los menores entre sí, o desde los hijos hacia los padres, como en el reciente caso de un hijo que ha matado a su propio padre por negarse a comprarle un juego, que hemos mencionado anteriormente. Parece pues que toda la comunidad haya estado sufriendo una especie de adormecimiento por el cual se descree la existencia de los abusos en la infancia, o bien se le ha restado gravedad, y la comunidad psicoanalítica no ha sido una excepción, al menos en algunos momentos de su historia.

Actualmente parece que la tozudez de los datos y la alta prevalencia de los casos de abusos sexuales y de acciones violentas en el nivel de la familia, ha dado lugar a una situación diferente en la que los analistas empezamos a reconocer que muchos de nuestros pacientes han experimentado alguna forma de abusos y situaciones de violencia en su infancia y, lo que es más importante, que para algunos de ellos este es un factor central en la etiología y patogénesis de sus trastornos. Desde esta comprensión más global y profunda de la conducta humana que nos aporta la teoría psicoanalítica, no tengo inconveniente ninguno en reconocerla como aquella que me ofrece una mayor riqueza para la conceptualización, pero es preciso no olvidar lo que Ferenczi denunciaba acerca de que, teniendo el trauma psíquico un componente externo y otro interno, “el hecho de no profundizar lo suficiente en su origen externo supone un peligro, el de recurrir a explicaciones apresuradas relativas a la predisposición y a la constitución”. Hemos de reconocer que la anterior aseveración señala hacia determinadas posiciones ideológicas, pues una visión de la psiquiatría excesivamente centrada en las teorías biológicas y una perspectiva psicoanalítica demasiado atenta a la teoría de la seducción, pueden servir para operar como dispositivos encubridores de múltiples formas de violencia intrafamiliar. Una de estas formas es el abuso sexual, pero no es, ni mucho menos, la única forma de abuso ni de violencia intrafamiliar, fenómeno que lamentablemente es bastante más frecuente de lo que solemos reconocer y sobre cuyas consecuencias sabemos actualmente que es fundamental el manejo que hacen los adultos significativos del entorno de la víctima, en concreto para los efectos patógenos del trauma.

Hemos de resaltar que las consecuencias a corto plazo de los abusos cometidos sobre los niños en el seno de la familia son devastadoras para el funcionamiento psicológico de las víctimas, pues aunque las consecuencias a largo plazo son bastante más inciertas, se va haciendo evidente una cierta correlación entre los abusos sufridos en la infancia y la aparición de alteraciones emocionales o
de comportamientos inadaptados en la vida adulta. No deja de tener trascendencia así mismo que un 25% de los niños abusados se conviertan ellos mismos en abusadores cuando llegan a la adultez. Es muy de resaltar que el papel de las figuras familiares de apego parece revelarse como sumamente importante en el incremento o disminución de los efectos patógenos del abuso.

Por eso, sin perder de vista que los abusos en la infancia constituyen un fenómeno muy complejo del que forman parte numerosas variables y que no es fácil detectar por las razones anteriormente apuntadas, considero que hacer un diagnóstico precoz tiene una enorme importancia, aunque es necesario señalar también que requiere de una evaluación cuidadosa. El diagnóstico precoz es tan importante porque en función de la experiencia traumática y de las respuestas de las otras figuras de su entorno, las víctimas van incorporando en su mente contenidos contradictorios, confusos, paradójicos, en los que el miedo suele tener un importante lugar, pero en cualquier caso la cohesión de su self queda dañada en mayor o menor medida. Es importante también para que los abusados se puedan reconocer lo antes posible como víctimas y así puedan dar significado a lo que les sucedió, tanto en un nivel subjetivo, como relacional, y de esa manera poder trascender su papel de víctima para que la situación traumática no siga influyendo tan negativamente en su vida actual y le permita un futuro menos limitado. En ese sentido creo oportuno recordar lo que dice Jean Baranes (1996), que resulta válido tanto para las situaciones de abusos sexuales en la infancia, como para cualquier clase de abusos ejercidos sobre los niños: «El reconocimiento de la realidad de ciertas violencias es para la psique un anclaje necesario y enteramente indispensable para la eficacia del trabajo del análisis, que no consista en la pura reproducción de la desmentida de la realidad de la que el paciente ya ha sido objeto«.

Reynaldo Perrone (1997), estudioso del problema de abusos sexuales en la familia, nos advierte acerca de que la gran mayoría de los incestos padre-hija ocurren sin violencia “objetiva” de tipo agresivo, y enfatiza la importancia de la confusión y la pérdida de sentido crítico que produce en la víctima, sobre el elemento de la seducción. Es importante entonces tener bien presente este matiz desigual de la relación para cualquier caso de abusos en la infancia, ya sean sexuales y/o con violencia física, o no; pues los padres se pueden valer de su desigual poder para establecer una relación de influencia en beneficio propio y en detrimento de los intereses de los niños, lo que hace que los niños víctimas de abusos tengan la vivencia interna de ser culpables de las acciones del otro, despreciándose y asumiendo la culpa y la vergüenza del abusador. Este sentimiento interno de maldad interior que Ferenczi describió como identificación con el agresor y Fairbairn como defensa moral frente a los objetos malos, puede tratar de ser compensado a través de una bondad que puede llegar a la sumisión. Los sentimientos de culpa junto al temor a la pérdida de los referentes afectivos, así como la manipulación del adulto sobre el sistema perceptivo del niño, se dan también en los casos de abusos contra la infancia en los que no existe ningún componente sexual, pero sí situaciones que incluyen mucha violencia física o verbal (voces destempladas e incluso auténticos berridos, empujones, violentos zarandeos, o castigos físicos y/o psicológicos), que inducen unos sentimientos de terror en el niño. En estos casos el menor es inducido, bajo la influencia del terror que siente, a dudar de sus propias percepciones, o a negar la autenticidad de las mismas, de modo que al final ya no sabe qué es lo que experimenta de verdad, ni cuáles son sus sensaciones reales, o no alcanza a distinguir con claridad lo que está bien y lo que está mal. Son personas que, siguiendo la expresión de alguno de mis pacientes, van por la vida “como pollo sin cabeza” referencia que alude muy claramente a la situación de Itis, descabezado y sin rumbo, a causa de la violencia con la que fue tratado por sus familiares adultos más cercanos, aquellos que paradójicamente debían de funcionar como pantalla protectora para defenderlo de las agresiones ambientales. Cuando se llega a ese punto resulta ya bastante fácil que el menor se convenza de que es más correcta la realidad que el adulto interpreta para él, que la que esté basada en sus propias percepciones y esta negación de los propios sentimientos puede generar trastornos psíquicos que alcanzan distintos niveles de gravedad, desde las crisis de ansiedad hasta el delirio. En este sentido, siempre que exista coerción, o asimetría de edad, o se den ambas condiciones entre una persona menor de edad y otro individuo, las conductas resultantes deberán ser consideradas abusivas por todo lo que eso conlleva de patogénico en la constitución de la individualidad.

Pocas dudas deben de cabernos entonces respecto a que en las situaciones de abusos sexuales en la infancia y más extensamente en los abusos contra la infancia en general, la inmensa mayor parte de las veces lo que sucede fundamentalmente es que hay un adulto que está fallando en su deber de cuidar al niño y del otro lado un niño que está siendo privado, con el abuso, de sus derechos a ser atendido y cuidado de forma adecuada. Así es que, teniendo en cuenta que los abusados tienen la lengua cortada (como Filomela), o se la muerden, atenazados por el miedo y la culpa, los psicoterapeutas debemos de estar con los ojos y los oídos muy abiertos a cualquier labor de “bordado” u otra forma de mensaje que puedan emitir las víctimas para transmitirnos algo de ese mundo de silencio y de encierro en el que penan.

Nos podemos preguntar finalmente cual debería de ser la actitud ante un paciente que ha sufrido abusos traumáticos en su infancia y su entorno ha contribuido con su actitud a aumentar o cronificar sus nefastas consecuencias sobre la constitución de su individualidad e identidad. La respuesta sería escuchar muy atentamente aquello que se ha venido silenciando y tratar de hacer visible lo que ha permanecido tan oculto, evitando caer en interpretaciones que minimicen la situación y validando la realidad de los hechos, para así contribuir a deshacer la introyección del agresor, trabajando para la recuperación de la historia individual interrumpida, lo que haremos a través de la elaboración del trauma psíquico ocasionado por la agresión.

 


 

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