Una intervención relacional: asesoría para padres y madres

por | Revista del CPM número 33

Una intervención relacional: asesoría para padres y madres1

Lucila Chaves Vidal2

Introducción

Esta comunicación se centra en una reflexión sobre algunos aspectos relevantes relacionados con la atención clínica y psicoeducativa dirigida a niños y adolescentes.

El objetivo es destacar el contexto relacional, familiar y social, que influye en la formulación de las demandas, las expectativas de los consultantes y que incluso determina el tipo de dificultades que pueden presentarse con mayor frecuencia.

Abordaré algunos rasgos diferenciales de la clínica con niños y adolescentes, desde un enfoque psicoanalítico, destacando el lugar en que queda situado el profesional que debe dirigir su escucha tanto al niño como a los padres.

También haré referencia a cómo influyen los problemas sociales, la desigualdad, el cambio de valores y la crisis económica en las familias y, por lo tanto, en los niños y niñas.

La experiencia descrita parte del estudio de autores actuales, que son referencia en el campo de la atención a la infancia, y se basa también en la práctica profesional desarrollada en la Asesoría para Padres y Madres del Ayuntamiento de Majadahonda. Se trata de un programa de carácter fundamentalmente preventivo. Desde la Asesoría se realizan entrevistas de valoración y psicodiagnóstico y se asume también, en función de las posibilidades de tiempo, un abordaje clínico que incluye entrevistas de seguimiento con padres y madres, consultas terapéuticas padres-hijos y encuadres individuales con niños y adolescentes.

El sufrimiento en la infancia:

Para describir la experiencia diaria del trabajo asistencial en esta área, la primera reflexión que surge es la consideración de que la infancia constituye una etapa difícil, no exenta de conflictos y que conlleva sufrimiento.

Los niños y niñas van a depender de sus padres durante un largo periodo. Van a necesitar crecer en un ambiente sostenedor que les aporte atención y cuidados, que les proporcione la seguridad necesaria para desarrollarse física y emocionalmente.

Por tanto, el desarrollo evolutivo sano exige un ambiente relacional que proporcione contención, afecto y reconocimiento. Este planteamiento ha sido desarrollado por muchos investigadores psicoanalíticos, que publicaron sus trabajos desde mediados del siglo XX: R. Spitz desarrolló el concepto de depresión anaclítica; J. Bowlby describió la “díada madre-niño, analizando su aspecto comunicativo; M. Mahler estudió las interacciones precoces, a partir de la noción de “separación individuación; D. W. Winnicott analizó la función de holding (to hold: contener, sostener), imprescindible para el desarrollo del bebé.

Es importante señalar que en nuestro ámbito se están desarrollando investigaciones que están revalidando estas teorías. Cabe citar recientes estudios que analizan la relación de la madre con el recién nacido prematuro. C. Pérez y sus colaboradores han estudiado el efecto de la sensibilidad materna en la sintomatología psicosomática en la primera infancia. La investigación arrojó los siguientes resultados:

(…) la presencia de síntomas psicosomáticos en los niños y niñas es visiblemente mayor en los casos en que las madres presentan una baja sensibilidad, en comparación con aquellas más sensibles(Pérez, Simó, D’Ocon y Palau, 2016:12)

Todos los niños prematuros con madres que puntuaron baja sensibilidad, desarrollaron síntomas psicosomáticos, mientras que en los prematuros con madres “sensibles” este porcentaje descendía al 40%. Los autores concluyen que la sensibilidad materna actuaría como factor de protección frente a estas alteraciones.

La importancia de los vínculos tempranos y la necesidad de apoyar a las familias, para mejorar la relación con los hijos, también se va abriendo paso, aunque de forma casi testimonial. Se puede citar el programa Primera Alianza, desarrollado por investigadores de la Universidad Pontificia de Comillas, dirigido a mejorar las relaciones de apego tempranas en contextos de exclusión social. (Pitillas, Halty y Berástegui, 2016)

Los buenos tratos a la infancia:

D. W. Winnicott (1981) consideraba que la personalidad humana en crecimiento se va integrando en una unidad, siempre que se den unas condiciones favorables. De ahí se deduce que el desarrollo sano exige un ambiente “sostenedor”. Para este autor existe un impulso hacia la vida, la integración de la personalidad y el crecimiento, pero también nos alerta de que si las condiciones no son suficientemente buenas estas formas quedan retenidas en el interior del niño y ejercen un efecto destructivo.

B. Janin (2011), al analizar las dificultades que aparecen en la época actual y que complican el proceso de evolución y crecimientos sano, aporta la siguiente reflexión:

Freud analizó las consecuencias de la represión excesiva, de las exigencias culturales como imposibles de ser satisfechas en su totalidad, pero ¿cuáles son los peligros del predominio de comportamientos transgresores en los padres y en la comunidad en general? ¿No dejarán totalmente librado al niño a sus propias pulsiones destructivas? ¿No impedirán la incorporación de normas que acotan el funcionamiento mortífero?(Janin, 2011: 85)

Para que el desarrollo se dé en la línea de Eros, esta autora nos propone una serie de condiciones:

  • Una experiencia de erotización, pero en un marco en que las pulsiones estén sometidas a un proceso normativo.

  • La existencia de un ambiente contenedor, facilitado por “adultos capaces de contenerse a sí mismos”.

  • El desarrollo de procesos de identificación, con otro “diferenciado”, que pueda reflejar una imagen valiosa de sí mismo y del niño.

  • La existencia de un ambiente social que transmita ideales culturales y una “ética de vida”.

Desde un enfoque sistémico, J. Barudy (2009) ha desarrollado una amplia trayectoria profesional dirigida a comprender y practicar la terapia con niños víctimas de malos tratos. Nos ofrece su propia reflexión sobre el ejercicio de la parentalidad. Considera que ser padre o madre constituye “uno de los desafíos más difíciles y más complejos que el adulto debe afrontar” En su opinión, para que la función parental se desarrolle con éxito la familia debe contar con apoyo social y comunitario. Señala también que los profesionales que atienden a niños y adolescentes deben ser capaces de comprender las dificultades que conlleva el ejercicio de la parentalidad para así ser poder ayudar a los padres y madres que no cuentan con competencias adecuadas y que pueden dañar a sus hijos.

Barudy nos advierte de que en el momento actual, una época de crisis y de cambios, de incertidumbre, en una sociedad que avanza muy deprisa es imprescindible resaltar la importancia de los buenos tratos a la infancia.

Afirma que un contexto de buenos tratos puede explicar por qué, en niños con la misma predisposición genética se dan variaciones en el desarrollo de la enfermedad.

Barudy describe los componentes que constituyen la “esfera afectiva” del buen trato y que implica la satisfacción de las necesidades de vincularse de ser aceptado y de ser importante para alguien.

  • La necesidad de establecer vínculos se relaciona con la capacidad de los padres para permitir el desarrollo de un apego sano y seguro. Esta experiencia vincular posibilita la diferenciación para constituirse en una persona singular, psicológicamente sana, con vínculos de pertenencia familiares y sociales.

  • La necesidad de aceptación implica que el niño reciba gestos y palabras que constituyan una experiencia de reconocimiento y aceptación. Se trataría de recibir atención y cariño, “sin entrar en una relación fusional exagerada”.

  • La necesidad de ser importante para otro conlleva que los padres cuenten con un proyecto vital que puedan trasmitir a sus hijos. Sin embargo, este proyecto de los padres puede ser demasiado invasivo y desembocar en formas singulares de maltrato psicológico. Barudy destaca tres riesgos: delegaciones que implican una sobrecarga para el niño, delegación de misiones contradictorias, la delegación de “traición” (el niño es utilizado por uno de sus padres contra el otro).

En un modelo de buenos tratos, la relación con los hijos se caracteriza por la capacidad para dar y recibir afecto, para establecer una comunicación exitosa, de este modo se estimula el desarrollo emocional y se transmiten normas y valores sin agresividad ni maltrato.

Se trataría de padres “capaces de amar”, en el sentido de E. Fromm (1992). Padres que han sido capaces de resolver, al menos en parte, la dependencia, la omnipotencia narcisista, el deseo de explotación, y han adquirido confianza en sus valores éticos.

Para Fromm la capacidad de amar implica una orientación predominantemente productiva, supone actividad y se caracteriza por ciertos elementos: cuidado, responsabilidad, respeto y conocimiento.

Sin embargo, el propio Fromm ya nos advertía de la dificultad de amar en nuestras sociedades:

La gente capaz de amar en el sistema actual constituye por fuerza la excepción; el amor es inevitablemente un fenómeno marginal en la sociedad occidental contemporánea. No tanto porque las múltiples ocupaciones no permitan una actitud amorosa, sino porque el espíritu de una sociedad dedicada a la producción y ávida de artículos es tal que solo el no conformista puede liberase de ella con éxito”. (E. Fromm 1992:127)

Barudy también resalta la necesidad de transmitir valores éticos a las nuevas generaciones en una cultura de buen trato. De esta manera sería posible transmitir a los niños herramientas para desarrollar “su capacidad de amar, de hacer el bien y de disfrutar de lo que es bueno y placentero”. Reconoce que este objetivo implica luchar por una “sociedad alternativa”.

Sostiene Barudy que el desequilibrio económico mundial es la principal causa del deterioro de la salud mental de la población, afectaría especialmente a los países pobres, pero también se haría sentir en los países ricos. Considera que existe una negligencia contextual” que afecta a los niños y niñas que viven en situaciones de pobreza, guerra o violencia política.

En la mayoría de los casos de negligencia en que hemos intervenido los niños y sus familias vivían en lo que nosotros llamamos una ecología de supervivencia caracterizada por una situación crónica de pobreza, exclusión social y marginación. Si empleamos los indicadores clásicos para detectar situaciones de negligencia, más de la mitad de los niños de los países pobres y todos los niños pobres de los países ricos deberían ser considerados como víctimas de negligencia”. (Barudy, 2009: 97)

Al abordar el tema de cómo afectan las crisis a los niños B. Janin nos ofrece la siguiente reflexión:

(…) Cuando los adultos quedan arrasados por las circunstancias, habiendo perdido la identidad, si quedaron reducidos al registro de la necesidad, ¿cómo reconocer a los hijos como seres deseantes? Porque para ubicar a otro como tal, como un sujeto con derechos, hay que reconocerse a uno mismo como alguien igual a otros con derechos y obligaciones y al prójimo como un semejante diferente”. (Janin, 2011: 248)

En la experiencia de esta autora, en tiempo de crisis los niños pierden a los padres como “fuente de seguridad y como filtro de los estímulos del contexto”. Los hijos también perderían la posibilidad de ocupar un “espacio” en la mente de los padres, abrumados y sobrepasados.

Janin describe algunas características de la época actual que en su opinión inciden negativamente en la construcción de la subjetividad:

  • El temor a la exclusión: Este sentimiento se ha generalizado en nuestra sociedad. Deriva en miedo al futuro y tiñe la relación de los niños con el aprendizaje, que ya no está dirigido por el placer, se hace mecánico y solo se valora como entrada al mundo laboral.

  • La idealización de la infancia: Si los adultos se sienten vulnerables, tienden, de forma defensiva, a sentir que los niños son poderosos. Se confunde la fantaseada omnipotencia infantil con la realidad.

  • La amenaza de un futuro incierto: Provoca desánimo, desinterés. El mensaje será: “Ya verás cuando seas mayor”. Implica temor, sufrimiento y desencadena en los niños “miedo a crecer”.

  • La intolerancia frente al sufrimiento y la carencia de espacios para procesar el dolor: Se materializa en la exigencia de superar con rapidez cualquier experiencia dolorosa Esta adaptación rápida implica deshumanización equipara al ser humano como una máquina.

  • La desvalorización del juego: El juego, forma privilegiada de elaboración, tiene cada vez menos espacio en la vida de los niños y niñas. Se considera una pérdida de tiempo.

(…) Los niños son sancionados cuando no pueden acomodarse a la situación exigida y juegan en clase (…) pero también hay los que se acomodan y se sobreadaptan desestimando deseos y sentimientos. O los que frente a la imposibilidad de elaborar el sufrimiento a través de la repetición creativa de lo traumático en la actividad lúdica repiten textualmente lo sufrido pasivamente y tienen estallidos de violencia, someten a otros o se golpean a sí mismos” (Janin, 2011:67)

  • La prevalencia de la imagen: Las imágenes prevalecen sobre las palabras, y sobre todo si provienen de un aparato, dejan al niño como “espectador pasivo frente a estímulos rápidos”. Se dificulta la diferenciación adentro-afuera.

La televisión, los videos, ocupan el lugar de los relatos Pero hay diferencias. Las palabras son un tipo de representación que permite traducir sentimientos y afectos de modo que puedan ser compartidos, respetando secuencias. Los cuentos permiten ligar las huellas de vivencias armando mitos que pueden ser re-creados y modificados, dando lugar a la imaginación” (Janin, 2011: 68).

  • La rapidez de la información: Se traduce en imágenes y produce un efecto de saturación de estímulos, provocando un estado de excitación permanente. Una vía de tramitación podría ser el comportamiento hiperactivo. Estos flujos tan veloces de imágenes podrían dificultar el desarrollo del lenguaje. No habría tiempo para construir el proceso secundario.

  • La urgencia en la resolución de problemas: No hay tiempo para afrontar los problemas. Esto afecta a los niños, a los padres y a la escuela. Parece que solo existe el presente. Se considera que un niño que no rinde en los primeros años, fracasará en el futuro. El niño debe adaptarse pasivamente a lo que se espera de él. Los padres aceptan la propuesta de medicación, porque es la opción más rápida.

  • La deificación del consumo y el dinero: El vacío se llena con objetos. Se busca acumular posesiones en lugar de profundizar en los vínculos.

El goza ya como mandato termina siendo contradictorio porque es una orden que se contrapone al deber de estudiar, obedecer, etc. Al mismo tiempo, no queda clara la necesidad de cumplir con esos mandatos cuando el futuro no está garantizado y lo único importante es el presente” (Janin, 2011: 72)

En cuanto al tipo de demandas actuales y a la gravedad de los trastornos que aparecen en la infancia y la adolescencia, Janin (2013) nos alerta de que se da una incidencia alta de consultas que hacen referencia a trastornos en la estructuración psíquica. Señala tres elementos clave:

  • Fallas en el establecimiento de la represión primaria.

  • Déficits en la constitución narcisista.

  • Dificultades para la tramitación pulsional.

Así, nos consultan por niños dominados por terrores que no pueden reconocer como tales y que se lanzan a pelear, defendiéndose de supuestos ataques; niños que no pueden dejar de exhibirse y no toleran no ser mirados en forma permanente; niños regidos por impulsiones”. (Janin, 2013: 200)

La experiencia en la Asesoría para Padres y Madres:

El Ayuntamiento de Majadahonda desarrolla, desde hace más de 30 años, programas de orientación y asesoramiento a padres y madres. A lo largo del tiempo, estos programas se han ido modificando y adaptando a diferentes circunstancias.

La atención a las consultas se caracteriza por una actitud de escucha respetuosa y atenta, en la que el profesional trata de adoptar un rol de complementariedad en relación a los padres.

El programa tiene un carácter preventivo, ya que los padres pueden consultar, en principio en relación con problemas que se dan con frecuencia a lo largo del desarrollo y que no siempre tienen un carácter claramente patológico. Sin embargo, en la mayoría de los casos, se atienden demandas en relación con dificultades que ya están interfiriendo en la vida del niño y de los padres.

En la atención a las consultas se da especial importancia al análisis de las competencias familiares, tratando de que los padres puedan reconocer sus formas de reacción y analizar su repercusión en los hijos. Se trata de constituir una alianza terapéutica, partiendo de las habilidades que ya tienen, y proporcionándoles un apoyo para el ejercicio de la parentalidad.

Desde la Asesoría se realizan entrevistas iniciales con los padres, se valora la situación presentada y, si es necesario, se inicia un proceso de psicodiagnóstico. A partir de ahí, algunos casos se asumen desde la propia Asesoría, a través de entrevistas de seguimiento con los padres, encuadres individuales con niños y adolescentes y consultas terapéuticas padres-hijos. En ocasiones se deriva el caso a otros profesionales o equipos, para tratamientos específicos.

Los padres, además de proporcionar afecto y atención a sus hijos, son los responsables de su educación. Educar supone transmitir normas y valores, establecer límites y restricciones. No es una tarea fácil y algunos padres, por inseguridad, por temor a equivocarse, renuncian a esta función educativa y adoptan un rol simétrico de “amigos” de los hijos. Esta actitud influye en el desarrollo emocional de los niños.

Además, de forma no siempre consciente, los padres otorgan al hijo un lugar de acuerdo con sus propias vivencias, sus expectativas y sus deseos. Se constituyen así en figuras de identificación privilegiadas.

Desde el punto de vista clínico, para comprender la evolución de un niño es necesario incorporar una doble lectura: el reconocimiento de los fallos en su ambiente externo, la experiencia real vivida, las características de su contexto familiar y también el análisis de las fantasías inconscientes y los procesos de representación e inscripción subyacentes.

Entender a un niño exige tiempo, esfuerzo, requiere escuchar a los padres, ponerse en su lugar, entender sin juzgar. También hay que escuchar al niño, captar su sufrimiento, entender lo que le pasa más allá de lo manifiesto.

Este punto de vista implica situar al niño en un contexto relacional, aceptando que los conflictos psíquicos infantiles son complejos y no se puede dar cuenta de ellos desde un enfoque exclusivamente biológico o genético.

En general, los consultantes llegan con un “diagnósticoinicial, muchas veces procedente de la búsqueda en internet o sugerido por otros profesionales educadores y médicos, principalmente: “Tiene muchos indicadores de déficit de atención. “Es posible que sea hiperactivo”. “Nos han hablado de un trastorno generalizado del desarrollo”.

Dentro de estos “diagnósticos iniciales”, destacan por su prevalencia el déficit de atención, la hiperactividad, los problemas de autoestima y las dificultades de relación social.

En ocasiones, esta tendencia a “patologizar” la infancia determina que se consideren como anormales conductas que pueden encajar perfectamente con una determinada etapa evolutiva, o problemas que pueden solucionarse con medidas educativas, en un contexto de firmeza y afecto.

Tratar de desmontar esta posición inicial es, por tanto, la primera tarea. Hay que explicar que el desarrollo de un niño no es lineal, que se dan etapas de tensión y ansiedad, lo cual no significa necesariamente que exista patología.

También hay que señalar que saber qué es lo que le pasa al niño requiere tiempo, se necesita tener información sobre él, conocerlo, entender cómo se relaciona, qué intereses tiene, etc.

Esta actitud profesional descoloca a los padres, que a veces buscan soluciones rápidas, pero también produce un efecto muy beneficioso: permite desarrollar una comunicación más profunda, que les ayude a conectar con sus ansiedades y temores, y también con los del hijo.

Para Beatriz Janin (2011), la urgencia es una característica de las consultas actuales. Considera que esto es así porque se ha abandonado la idea de la infancia como un periodo de evolución, de crecimiento. Actualmente, la infancia sería una etapa de “demostración de capacidades. Los padres y maestros necesitan resultados rápidos. No queda tiempo para pensar. Para esta autora, hay una clara tendencia a actuar para acallar el síntoma, de ahí el recurso a la medicación.

Por otra parte, la experiencia enseña que el hecho de consultar por un hijo siempre altera el equilibrio narcisista de los padres, los cuestiona en el ejercicio del rol parental y les hace sentir poco competentes. En la actualidad, en una sociedad basada en el “éxito” y la apariencia este efecto parece multiplicarse:

  • El hijo, que debería encarnar las expectativas de logro de los padres, es puesto en entredicho.

  • Los padres pueden sentir que no han sido capaces de resolver el problema del hijo por ellos mismos, y vivirlo como un fracaso.

  • Existe el riesgo de que el hijo pase a representar, en la fantasía, los aspectos que los padres rechazan en ellos mismos.

Es necesario reconocer esta “herida narcisista” de los padres y mostrar sensibilidad frente a su dolor. Al mismo tiempo hay que mostrarse sensible frente al sufrimiento del propio niño.

En general, las consultas sobre niños y adolescentes se caracterizan por situar al profesional en una actitud de escucha que debe dirigirse tanto al niño como a los padres. Se trata de una posición técnicamente compleja, pero necesaria.

Caellas, Kahane y Sánchez (2010) consideran que la clínica psicoanalítica con niños se apoya en un instrumento técnico, la “doble escucha”. Se trata de incluir al niño y a los padres y de desplegar una capacidad de escucha abierta, activa, respetuosa. Reconocen que la inclusión de los padres implica mayor complejidad, pero es una aportación imprescindible.

Para descifrar el enigma que representa la enfermedad del niño y la implicación de los padres en la misma, es fundamental sostener una escucha paciente y atenta que no decaiga ante los sinsabores de las incertidumbres y las dudas. Pretender encontrar con prontitud la clave del problema por el cual vienen a consultarnos, solo entorpece y obtura la capacidad de escucha. Esto es válido para nosotros y para los padres” (Caellas, Kahane y Sánchez, 2010: 112)

Estas autoras consideran que en la intervención con padres se puede emplear como recurso la “interpretación discriminante”, dirigida a comprender aspectos de la relación padres-hijos, para lograr una nueva visión del propio niño y de ellos como padres. De este modo se van descubriendo desplazamientos e identificaciones, se va discriminando lo que pertenece a cada uno de ellos. Hablan de la creación de un “espacio transicional”, en el que no solo interpreta el analista: son a veces los padres los que encuentran respuestas.

Viñetas clínicas

Para ilustrar el trabajo clínico desarrollado en la Asesoría, incluyo dos viñetas, en las que se destaca el aspecto relacional padres-hijos y el efecto beneficioso que a veces se puede obtener en un encuadre breve, dirigido a favorecer el desarrollo de actitudes parentales adaptadas a las necesidades de los hijos en momentos evolutivos de especial dificultad.

Este tipo de intervención solo está indicada cuando nos encontramos frente a un “escenario neurótico de la parentalidad”, término empleado por Palacio Espasa (Apter y Palacio, 2014) para describir un funcionamiento parental en el que la conflictividad es moderada y permite “un apego relativamente seguro y la construcción de objetos internos suficientemente buenos”.

1. Medicación versus escucha activa

Andrés tiene 8 años y cursa 2º de Primaria. Es diabético, le diagnosticaron la enfermedad a los 17 meses y está en seguimiento en su hospital de zona. Se tiene que pinchar 6 veces al día. En su colegio acude a la enfermera. En casa se encargan los padres y también está aprendiendo a pincharse él.

El año pasado tuvo una etapa de ansiedad y le derivaron al Departamento de Psiquiatría del Hospital. El último doctor que le ha visto ha aconsejado medicación con metilfenidato y ha pedido una valoración psicológica.

Es un niño que siempre está en movimiento, pero es muy inteligente y va muy bien en el colegio. Les han dicho que podría tener altas capacidades. Es muy justiciero: si se meten con él, responde; sufre mucho si le hacen un desplante.

El padre dice: “Creo que le afectan los pinchazos. Si tiene que estar un rato con la aguja puesta, le duele, eso le afecta. A veces parece que lo ve todo negativo”.

La madre dice: “Es muy impulsivo, no controla sus emociones. Le cuesta asumir la enfermedad. No le gusta verse diferente”.

Hablamos de lo que significa esa diferencia: para los padres, preocupación, sentimientos de incertidumbre Para el niño, inseguridad, ansiedad, que se traduce en miedo a lo desconocido, a los ruidos, a los cambios.

La valoración con tests psicométricos arroja un resultado positivo: buena capacidad intelectual y buen rendimiento en las pruebas específicas de atención.

El trabajo con el niño y los padres, en un encuadre breve, va permitiendo pensar sobre las relaciones familiares y los elementos depositados en el hijo. Se reduce la ansiedad. El padre asume un papel más cercano y comprensivo. La madre reacciona con menos ansiedad y culpa. Andrés se tranquiliza, parece más relajado. Aprende a reconocer que cuando está bajo de azúcar está más irritable (“Y no puedo pensar”). En ocasiones se sigue rebelando mucho, pero ya no tira las cosas, ni da puñetazos.

Acuden al hospital a seguimiento: les siguen recomendando medicación.

Esta viñeta refleja una situación muy frecuente en las consultas actuales: el recurso fácil a la medicación como única alternativa, aún en un contexto familiar receptivo y dispuesto a desarrollar estrategias de afrontamiento adaptativas.

2. Terrores nocturnos

Jaime tiene 7 años. Sus padres informan de que presenta terrores nocturnos desde los 2 años y medio. El problema ha ido aumentando en frecuencia e intensidad. Mejora en verano, en las “épocas de más tranquilidad”. Le han hecho estudios médicos. Se ha descartado microlepsia. Les han dicho que se le podría medicar, pero los padres han decidido no hacerlo. En el colegio se porta muy bien. Es inteligente, tiene buena actitud, pero la maestra le ve muy introvertido y callado en clase. A veces lo ve muy tenso. Es un niño muy autoexigente. Es capaz de dormir solo en su cuarto y de quedarse en casa solo. A veces parece temeroso: “le preocupa lo que pueda pasar”. A veces ha hablado de sus sueños: una tijera, letras grandes y pequeñas que le dan miedo.

Jaime vive con sus padres y convive los fines de semana con sus hermanos mayores, hijos de un primer matrimonio del padre (una hija de 18 años y dos hijos, de 20 y 22 años)

Al día siguiente de la primera entrevista, el padre llama y pide una cita para él. Dice que hay algo que no me ha contado. Lo han estado hablando él y su mujer y quiere explicármelo. Acude solo a esta entrevista y me habla del dolor que siente porque Jaime le rehúye, no quiere estar con él, lo rechaza. “Yo he sido consciente de que yo ya no quería tener más hijos y pensé que este niño era para su madre. Dejé que ella lo cuidase, que pudiera disfrutar de él. Ahora siento que algo ha salido mal”.

Cuando vuelven juntos, la madre dice que ella se sintió “abrumada” con este niño: “Todo era para mí, yo no tenía tiempo para nada más. No podía disfrutar, era un agobio”.

La madre intenta ser muy normativa porque considera que su marido ha sido muy permisivo con los otros hijos y después ellos han tenido problemas de conducta, de aceptación de normas y responsabilidades.

Hablamos de cómo encarar un proyecto de parentalidad en el que los dos puedan trabajar juntos y establecemos un encuadre de trabajo con los padres y el niño.

Este trabajo vincular va dando fruto: en Jaime va apareciendo el deseo de hacer cosas divertidas con su padre, disfruta de su cercanía. Poco a poco, empiezan a funcionar en un registro en el que se va incorporando un tercero. Se va creando un espacio de actividad y juego entre padre e hijo. Entre los tres, valoran qué cambios pueden hacer en el cuarto de Jaime para que éste se sienta más cómodo. Le dejan opinar y aceptan sus sugerencias. Al niño se le ve más abierto y más tranquilo.

Esta viñeta clínica es muy ilustrativa de la importancia de la figura paterna, que contribuye a superar el vínculo fusional con la madre, para situarse en un mundo simbólico, proceso que incluye la aceptación de normas y límites.

Para finalizar, quiero señalar la importancia del asesoramiento profesional a los padres y madres, dirigido al desarrollo de intervenciones que permitan mejorar las interacciones familiares y garantizar unas mejores condiciones para el desarrollo emocional de los niños y niñas.

BIBLIOGRAFÍA

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(1). Este texto fue presentado en la Jornada: “Trabajando emociones. Psicoanálisis en evolución – 40 años del CEAP”. Madrid. 18 de febrero de 2017. Agradecemos a su autora el permiso para la publicación.

(2). Psicoterapeuta. Miembro del CEAP.