El factor Psi no es lo Psi en general. Es la dimensión Psi condicionada en otras disciplinas: en lo social, en la política, en el arte, etc. Algo así como psicoanálisis aplicado. Al menos fue la pretensión de este planteamiento desde sus orígenes.
El presidente Wilson fue estudiado por Bullitt con la aportación psicoanalítica de Freud y desde la antipatía que éste tenía hacia dicho presidente. En ese voluminoso libro, del que no quedó satisfecho Freud, se analizan las experiencias biográficas desde los referentes psicoanalíticos: lo edípico y lo narcisista. Todavía no han sido superados estos paradigmas, pese a las prisas que los creativos-innovadores tienen. De Newton a Einstein hubo que esperar algún siglo.
El estudio de la dimensión psicopatológica de Trump —empezando por la aportación de su sobrina, Mary L. Trump— ya es inabarcable. Su diagnóstico, trastorno narcisista de la personalidad, no se asienta, como es lo habitual, en ninguna experiencia traumática del pasado. Su vida, según nos cuenta su sobrina, es su experiencia traumática: «Hoy Donald Trump es parecido al niño de tres años que un día fue: incapaz de crecer, de aprender o evolucionar, incapaz de modelar sus emociones, de moderar sus reacciones y de asimilar y sintetizar información».
Con Biden, la cosa cambia. Él sí tuvo una experiencia traumática: unas semanas después de su elección al Senado, con sólo 29 años, una tragedia apareció en su vida cuando su esposa y una hija murieron, y dos de sus hijos resultaron gravemente heridos en un accidente automovilístico. La familia y la fe, le permitieron seguir adelante.
La patología narcisista de Trump se manifestó en su ridículo y excéntrico manejo de la pandemia: «No tengan miedo al COVID». La lista de excentricidades durante su mandato fue inagotable.
En las antípodas, la prudencia de Biden le permitió manejar de forma menos estrambótica el problema del COVID. Pero esa misma prudencia le permitió contemplar el asesinato de miles de niños en la franja de Gaza.
Quizás no esté en la biografía de ambos mandatarios dónde buscar ese factor Psi tan condicionante en sus decisiones. Quizás sea la edad de estos octogenarios —viejunos en la jerga moderna— donde esté la clave: el desparrame narcisista de uno y la confusión-perplejidad del otro, como características de sus edades. Por eso la espera de alguien joven —jovezno en la jerga moderna— permite una ingenua esperanza que no tiene en cuenta que el líder que contemplamos, es el padre empequeñecido. Hoy el líder político es un funcionario narcisista que pretende manejar la complejidad de instituciones cuya autonomía se le impone. El proceso histórico, en la línea de Hegel, tiene una dirección: la anulación del líder como director de la historia. La IA acelerará el camino.
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