La pregunta sobre ¿quién es el otro? y los malentendidos que la relación con el otro comporta está en la base de tantas de las dificultades que presentan nuestros pacientes. Sea ese otro considerado como otro interno (el objeto del psicoanálisis por antonomasia), o semejante ¿externo?

Quien sea el semejante, más allá de lo que yo pienso sobre él, del velo imaginario con que mis proyecciones lo cubren velándolo siempre, es el misterio a que nos enfrentamos los seres humanos. Pues el yo, desde siempre sospechoso de falsedad, y la gestión que este hace de los intercambios, no nos sirve de guía, aunque reivindiquemos su acompañamiento, dado que es por él que la realidad se nos abre.

¿Quién es el paciente para el psicoanalista?

La Dora que Freud [1] no percibió era la que Lacan [2] pudo escuchar entre líneas al sugerir el límite del análisis de aquel, ocasionado por su visión patriarcal y paternalista, que le impedía intuir la atracción de Dora por la señora K. O el modo de contemplar a Dora de Lacan no es más que el fruto de su teoría falocéntrica, mientras Dora, la que nadie conocerá, se debatía entre un maremagnum de interpretaciones lábiles que incluían aquellas que tenían en la señora K su modelo de feminidad, y por tanto de admiración, atracción, si bien su sexualidad será un enigma de futuro que no alcazamos nunca a ver. Interpretación esta última más acorde con las teorías psicoanalíticas de género.

¿Quiénes eran las pacientes de Freud?, ¿las mujeres a quienes su mirada penetrante y proyectiva, patriarcal y adultocéntrica, les asignaba el hoy en desuso concepto de “envidia de pene”? Tomamos estos ejemplos por tratarse de lugares hoy comunes, paradigmas de lo que puede hacer la teoría con un paciente, para interrogar los límites de la representación y la realidad.

Donde falta la palabra viva del paciente, el territorio de la interpretación se amplía sin límites, entrando bien en la interpretación salvaje, bien en el delirio.

Porque la realidad externa, y sabemos por el Freud de la segunda tópica que el yo está abierto a la realidad, es una construcción SIEMPRE , pero se constituye como tal exterioridad porque se RESISTE a nuestras proyecciones desde sus inicios.

En el caso que nos ocupa, el de la pareja paciente-analista, las proyecciones del analista tienen que ver con dos fuentes: su propio inconsciente y las teorías psicoanalíticas que le rigen, y que pueden llegar a funcionar como auténticos lechos de Procusto [3] al cual hay que amoldar al paciente cortando aquello que le sobra para entrar plenamente en él. Desde esta perspectiva, el paciente ideal sería pues un paciente que no se nos resiste, que nos deja, “tomarle medidas” .

Sin embargo, al ampliar los límites de la analizabilidad [4] , al abordar psicoanalíticamente todo tipo de patologías, el paciente ha dejado de ser ese cómodo neurótico obediente al que tratar desde el silencio de una posición analítica no menos cómoda, confrontándonos con situaciones nuevas.

La neurosis de transferencia no es una meta, dado el encuadre actual más común de una o dos sesiones semanales, y los cambios sufridos en la concepción de la autoridad, sino que se transfieren aspectos parciales de la posición subjetiva. Aspectos que requerirán de un esfuerzo mayor de parte del analista, y de una mayor maniobrabilidad , dado el carácter más sutil e insidioso de su modo de aparecer.

Hoy, más que nunca, el paciente se nos resiste, y su resistencia ha hecho explotar la teoría en mil pedazos, incomodándonos, perturbando nuestros sillones, ocultos de su mirada insumisa.

Pacientes estos con los que hay que jugársela en las distancias cortas, ya no vale el uso del dispositivo como protección, y cada vez se impone más que el analista tenga un encuadre interno bien afinado, más que la antigua protección que nos daba el encuadre externo. Un encuadre interno que se constituye mediante el análisis personal del analista, una relación no superyoica con la teoría y con la experiencia clínica. Citamos a un analista como Charles Brenner [5] quien, como sucede a menudo, siendo clásicamente ortodoxo, dice así: “Estoy cabalmente de acuerdo con lo que destaca Stone: que el análisis es una forma de terapia… que las reglas técnicas no son órdenes y que en cada instancia uno debería guiarse por la comprensión analítica del conjunto de la situación analítica”.

Cada vez más, la cubeta transferencial (Laplanche [6] ), el espacio que, contenido por el encuadre, sostiene a modo de holding los vaivenes de la posición transferencial.

Y siguiendo a Winnicott [7] precisara más de la creación de un espacio potencial, que permita al paciente crear y usar un objeto transicional, así como “usar” al analista hasta “destruirlo” (dejándolo caer) y permitir la aparición de un objeto que no esté sujeto a la omnipotencia del sujeto, entrando en lo que J. Benjamin denomina “el reconocimiento del otro como sujeto.

Por tanto, especifiquemos brevemente de qué teoría psicoanalítica estamos hablando, para poder continuar.

  • Nos encontramos con el marco teórico de un psicoanálisis nuevo que contempla y es modificado por las teorías de género: Judith Butler, Jessica Benjamin [8] , Nancy Chodorow, nos son más gratas que sus antecesoras Lou Andreas Salomé o Karen Horney.
  • Un psicoanálisis, que como bien señala y justifica Ricardo Rodulfo [9] , ha descentrado el Edipo, para colocar en su lugar un vacío de centralidad, y una constelación de complejos, una galaxia mítica le llama él, con indudable acierto, en el que el mito de Ulises, Prometeo, Yocasta, Isaac, Jacob, nos acerca a la realidad compleja del hombre de nuestro tiempo.
  • Un psicoanálisis que, ligado a lo anterior, no coloca la represión como núcleo de su teoría, sino que apunta a otras defensas más primitivas, omnipresentes hoy en las patologías que nos ocupan: disociación, escisión, negación, evitación, somatización, actuación, intelectualización…
  • Un psicoanálisis que abandona el monismo de la sobredeterminacién sexual del ser humano, para colocar en su lugar, determinaciones que se articulan, de raices rizomáticas (tomamos aquí a Deleuze [10]), que tienen en común dos motivaciones psíquicas fundamental
    es, enraizadas en la historia filogenética de la especie: el juego sexual y el apego [11] .
  • Un psicoanálisis que articula la teoría del conflicto intrapsíquico freudiana (el hombre pulsional, en lucha consigo mismo), con la de las relaciones intersubjetivas, el trauma que convierte el vínculo en fuente de nuestro malestar, y base de los déficits [12] .
  • Un psicoanálisis por tanto que considera el conflicto psíquico no como un simple derivado de la represión, sino también como el efecto de lo no constituído, de lo deficitario, que apunta a fallos en las relaciones de crianza. [13]
  • Un psicoanálisis cuyo niño no es SOLO pasivo al modo freudiano, ni SOLO destructivo al decir de Klein, sino TAMBIEN creativo como gusta a Winnicott, que construye realidad, que la inventa en su constante intercambio con sus otros significativos (Stern) [14] .
  • Concebimos un psicoanálisis capaz de resiliencia espontánea (Cyrulnik) [15] , un sujeto creador (Castoriadis) [16] que en la confrontación con los avatares propios de la vida puede reparar el daño que sufrió, algo del vínculo traumático, mediante nuevas relaciones, siempre que estas aporten lazo y sentido. En una operación narrativa que acaba con la muerte.
  • Un psicoanálisis que concibe un psiquismo que no opera como un todo, sino que, mediante la disociación, establece zonas de progreso y de fijación, desde las que establecer lazos transferenciales diferentes y contradictorios. (Soy muchos, contengo multitudes, W. Whitman).
  • Un psicoanálisis que abandona su poso logocentrista para atender a la emoción, el afecto y lo prelingüístico, el territorio que Bollas caracterizó como “lo sabido no pensado”, o, en otros términos, el campo de la memoria procedimental no declarativa.

Una teoría semejante exige desembarazarse de muchas indicaciones técnicas, tomadas como imperativos del super-yo, y adoptar una posición analítica más activa, que salga al encuentro del paciente respetando su modalida relacional, estimulando la expresión de la subjetividad de este en la transferencia o construyendo puentes relacionales para acceder a una subjetividad, que en su caso, aún esté por desarrollar.

La técnica a la que apelamos se situaría en una perspectiva integrada entre lo intrasubjetivo (teoría del trauma) y lo intrapsíquico (teoría del conflicto); una técnica que es un movimiento dinámico, transformativa, que se forma en un proceso creativo y singular, elaborado entre el paciente y el analista, subrayando la posición ética de este.

En la asimetría fundacional del encuadre analítico, el analista está oblligado a la abstinencia de poner en juego sus perversiones y expectativas sobre el paciente, aunque no de su propio inconsciente y su contratransferencia que le servirán de guía; mientras que el paciente es invitado, justamente, a hacer lo contrario de abstenerse con las suyas, es decir, a mostrar su mundo interno, su posición subjetiva, para, en el despliegue de su narración, encontrar los puntos ciegos, los anclajes o fijaciones, donde quedó enredado y obstaculizado su anhelo de vida.

A nuestro entender, este encuentro tendrá que ver con un proceso que comportará para ambos el descubrimiento de algo nuevo. En primer lugar la creación de una relación que surge como respuesta a las necesidades del paciente, en resonancia con la disponibilidad relacional del analista. Una relación que ha de reparar y construir donde había déficit, y frustrar, interpretar y señalar, donde aparecen las expectativas de reparación y satisfacción neurótica.

Y esto en una dinámica escindida, durante la misma sesión, o en sesiones sucesivas saldrán a escena fragmentos de una posición subjetiva que habrán de ser moderadamente integrados, sin que la integración se convierta en un nuevo imperativo de la cura.

En segundo lugar, el pasaje para ambos de ser “metonimia de otro” a “metáfora de uno mismo”, en palabras de Bernardo Arensburg [17] . Esto es, desidentificarse de los dichos de sus otros significativos para adquirir una voz propia que medie, invente, construya con recursos subjetivados, una nueva posición, teórica para el analista, subjetiva para el paciente. Podríamos decir, donde estaba el otro, el sujeto debe advenir.

Con Castoriadis [18] diremos que la autocreación del hombre tiene que darse en dos lugares: el del paciente y el del analista.

Ambos deben adquirir en ese encuentro fundante una posición de autor , no de reproductor cacofónico, de plagiador intertextual. Posición de autor que rompa el hilo infinito de la repetición e inaugure un modo nuevo de representarse a sí mismo y a los otros, más integrado y autónomo, más libre de las sobredeterminaciones de la infancia personal y de las fidelidades teóricas tomadas como imperativos. El analista dejándose interrogar por el paciente hará avanzar la teoría y la comprensión de estos pacientes paradójicos (en el sentido de Winnicott, límites en el de Kernberg y Kohut), para colocar el horizonte de lo desconocido un poco más lejos. Ya no sólo la parte central de la partida de ajedrez, parafraseando a Freud, estará por crearse de modo idiosincrático, sino que principio y final serán también necesariamente escritos de modo personal por la pareja analítica.

Como apunta Etchegoyen [19] : “En la praxis analítica, lo únicamente válido frente a una situación dada es compulsar y contrastar todos los elementos de juicio disponibles y elegir luego el camino que nos parezca más conveniente, sabiendo que cada momento es irrepetible e incomparable”.

Se trata de una técnica que tiene a la teoría como base, como bien señala Etchegoyen, pero una teoría sobreinclusiva, en palabras de Benjamin [20] , que aporta al psicoanálisis de hoy el abanico de una técnica adaptativa, en la que la interacción terapeútica se puede modificar dependiendo del trastorno específico del paciente y de la correspondiente oferta relacional que trae consigo, y esto dependerá de la capacidad del analista de adaptar sus propias características personales y profesionales para salir al encuentro de ese paciente concreto.

Una técnica como objeto transicional, como tercero, creado por ambos, la constitución de una ley en la que los dos participantes que se sujetan a ella contribuyen a crear.

A menudo nos hemos preguntado si la ortodoxia, no sirve más que como enseña, como bandera que ena
rbolar a la hora de buscar diferencias institucionales y teóricas que no son más que afirmaciones narcisistas. Si las teorías no son siempre teorías sexuales infantiles y los analistas como niños intentando explicarnos lo que se nos escapa.

Pensamos como Ana María Viñoly Becerro [21] , cuando señala que: «Un análisis de la situación presentada lleva a abordarla desde un doble enfoque:el estudio del paciente en sí mismo; la búsqueda de nuevas propuestas, tanto para el encuadre como para nosotros analistas, ya que los cambios que devendrán en el paciente se encontrarán subordinados a aquellos que en nuestra capacidad de percepción, sensibilidad y creatividad cada uno pueda desarrollar, buscando de este modo desplazar los límites de la analizabilidad».

Y con Volnovich [22] podemos decir que la pasión del analista, la pasión por alterizar, producir un sujeto en uno y en otro, solo tendrá como límite las instituciones y el amor.

Por suerte, el elenco de psicoanalistas que se suman a la tarea de defender la construcción de una técnica subjetivada, a medida de cada encuentro analítico, es inabarcable.

Al final, con Laplanche [23] , como siempre, el análisis por encima de las teorías, y que cada cual reconozca a los suyos.


[1] Freud, Sigmund. Fragmento de análisis de un caso de histeria (Dora). Obras completas . Volumen VII. Amorrortu editores

[2]. Lacan, Jacques. «Intervención sobre la transferencia». Escritos I . siglo XXI editores 1.976.

[3] J.McDougall, O. Mannoni y otros. El divan de Procusto . Editorial Nueva Visión. Colección Freud-Lacan.

[4] Green, Andre. El analista, la simbolización y la ausencia en el encuadre analítico (1.975). En De locuras privadas . Amorrortu editores 1.994.

[5] Brenner, Charles. Alianza de trabajo, alianza terapeurica y transferencia .

[6] Laplanche, Jean. La cubeta. Trascendencia de la transferencia. Problemáticas V . Amorrortu editores, 1.990

[7] Winnicott, Donald. Realidad y juego . Editorial Gedisa. 1.982.

[8] Benjamín, Jessica. Los lazos de amor. Sujetos iguales, objetos de amor . Colección Psicología profunda. Paidós.

[9] Rodulfo. Ricardo. Los niños del psicoanálisis y la necesidad de una revisión de su estatuto. Capitulo XXVI del libro El psicoanálisis de nuevo . Eudeba Ediciones. 2.004.

[10] Deleuze, Rizoma ,

[11] Freud, Bowlby y Winnicott.

[12] Killingmo, Bjorn. Conflicto y déficits. Implicaciones para la técnica .

[13] Winnicott, Donald. Exploraciones psicoanalíticas . Colección psicología profunda. Paidós.

[14] Stern. Daniel N. La constelación maternal . Paidós. 1997

[15] Cyrunik, Boris. Los patitos feos . Gedisa Editorial 2002.

[16] Castoriadis, Cornelius. Antropogenia en Esquilo y autocreación del hombre en Sófocles. Notas sobre algunos medios de la poesía . En Figuras de lo pensable . Cátedra Ediciones 1.999.

[17] Arensburg, Bernardo. Comunicación personal en el seminario sobre la pulsión de muerte realizado en Murcia 2.005.

[18] Obra citada nota 15.

[19] Etchegoyen, Fundamentos de la técnica psicoanalítica . Amorrortu, Buenos Aires, 1.998

[20] Obra citada. Nota 8.

[21] Viñoly Becerro, Ana Maria. El lugar del analista, el encuadre y la interpretación, en el tratamiento de los estados limites de analizabilidad .

[22] Volnovich, Juan Carlos. Contratransferencia a lo largo de la historia. La contratransferencia del analista neutral, del analista comprometido, del analista desencantado, del analista implicado. Revista Topia . www.topia.com.

[23] Laplanche, Jean. Entre seducción e inspiración: el hombre . Amorrortu Editores.2.001.

* Lola López Mondéjar, Psicóloga, psicoanalista, miembro del Centro Psicoanalitico de Madrid. Residente en Murcia.

**Pablo J. Juan Maestre, Psicólogo, psicoanalista, miembro del Centro Psicoanlitico de Madrid. Residente en Murcia.