Reda Rahmani
Servicio de Psiquiatría. Hospital de Basurto. Bilbao


Miguel Angel Gonzalez Torres
D de Neurociencias. Universidad del País Vasco. Bilbao


Tradicionalmente el psicoanálisis y las neurociencias son dos disciplinas que abordan la comprensión de la vida psíquica desde perspectivas distintas y con conclusiones diferentes acerca de lo mental y su funcionamiento. Los supuestos psicoanalíticos se construyen alrededor de un sujeto biográfico mientras las neurociencias se centran en detallar los mecanismos biológicos de tal funcionamiento. Conciliar conceptualmente ambas posturas se vislumbra ya en aquel intento de correlación entre los hallazgos biológicos y el psicoanálisis que esbozó S.Freud en su “proyecto de una psicología para neurólogos”. Tender un puente conceptual entre ambas disciplinas pasa por revisar someramente lo que entendemos por vida psíquica, mente y consciencia a la luz tanto del dualismo cartesiano como de las últimas teorías neurobiológicas. El fenómeno de plasticidad neuronal se erige en el centro de ciertas propuestas neurocientíficas que rescatan al sujeto psicoanalítico de un reduccionismo científico poco fecundo. En este trabajo abordamos esta cuestión adentrándonos en la dualidad mente-cuerpo, deteniéndonos en  la consciencia como fenómeno clave de toda actividad psíquica y por último ofreciendo una nueva perspectiva que involucra a la plasticidad cerebral en el intento comprensivo de los supuestos psicoanalíticos.

Palabras clave: Psicoanálisis, Inconsciente, Neurociencias, Mente, Consciencia, Plasticidad Neuronal.

 

“Por naturaleza, el hombre desea saber”
Aristóteles, Metafísica.

 


 

Karl Popper en su “Lógica de la investigación científica” sostiene que las ideas atrevidas, las anticipaciones injustificadas y el pensamiento especulativo son los únicos medios de interpretar la naturaleza y  que los que no estén dispuestos a exponer sus ideas a los azares de la refutación no toman parte en el juego científico (1).
En esta “era del cerebro” edificada antaño con los ladrillos de un desafiante monismo materialista y ahora profundamente cimentada con los avances de las neurociencias, la protesta de Jacques Monod -biólogo y premio Nobel por sus descubrimientos relativos al control genético de las enzimas- exigiendo una sola prueba del inconsciente, parecía por sí sola condicionar y relegar el estudio y comprensión del sujeto psicoanalítico doliente a la suerte de los hallazgos neurobiológicos.
Para André Green -psiquiatra y psicoanalista- tal sujeto desconocido y desdeñado en su vida psíquica por científicos reduccionistas , ha sido secuestrado con un postulado simplista: La vida psíquica es la apariencia de una realidad que es la actividad cerebral, y esta solo es cognoscible por la neurobiología, ergo, es esta última la que permitirá verdaderamente conocer la vida psíquica, despojándola así de un funcionamiento y una causalidad propios a pesar de que se admita su dependencia de tal actividad cerebral (2)

El problema que nos ataña no hace referencia a la dependencia del hecho psicológico del hecho biológico. Cierto es, está establecido hoy en día por todos que cuando sentimos una emoción por ejemplo, a nivel neuronal, respuestas químicas se desencadenan y permiten la misma. Sin embargo, la dificultad reside en considerar que tal emoción no es nada más que esas reacciones químicas y que estas la determinan en su totalidad.

Psiquiatras, psicoanalistas, neurólogos, neurobiólogos mantendrán posturas dispares ante tal disyuntiva. Para algunos, el conocimiento del cerebro es interesante pero irrelevante, no aporta ni puede aportar nada para la comprensión de lo mental. Para otros, podría aportar tal conocimiento en el futuro cuando se haya avanzado lo suficiente en su estudio. Y para una minoría, el conocimiento del cerebro puede aportar ahora, corroborando, cuestionando y enriqueciendo las propuestas psicoanalíticas sobre la mente.
Paul Ricoeur resume los términos del debate: “Mi tesis inicial es que los discursos sostenidos de un lado y otro pertenecen a dos perspectivas heterogéneas, es decir no reductibles ni derivables la una de la otra. En un discurso, se trata de neuronas, de conexiones neuronales, en el otro, se habla de conocimiento, de acción, de sentimiento, es decir de actos o estados caracterizados por intenciones, motivaciones y valores” (3)
Este dualismo semántico hace añorar más que nunca aquel intento de correlación entre los hallazgos biológicos y el psicoanálisis que esbozase Freud hace más de un siglo en su “proyecto de una psicología para neurólogos” y apela a la honestidad del observador imparcial que pretende tomar parte en el juego científico al que nos invita Karl Popper.
En el presente artículo nos proponemos abordar nuestra cuestión primero adentrándonos en la dualidad mente-cuerpo, deteniéndonos en  la consciencia como fenómeno princeps de toda actividad psíquica y por último ofreciendo una nueva perspectiva que involucra a la plasticidad cerebral en el intento comprensivo de los supuestos psicoanalíticos.

I  DUALISMO CUERPO-MENTE: LA HUELLA DE DESCARTES

La relación terapéutica implica la interacción entre el clínico y el paciente a varios niveles, usando estos sus mentes y las funciones que facilitan estas como vehículos para comprender el primero, y hacerse comprender el segundo.
He aquí que el intento de comprensión se dirige hacia estados mentales sin deparar ambos protagonistas en la estructura orgánica que los posibilita: el cerebro. De la vida y la muerte, del sufrimiento y la angustia, de las frustraciones y las pasiones humanas entienden las mentes que no los cerebros, reducidos estos a  ingeniosos receptáculos divinamente ingeniados para permitir lo divino inexplicable: la vida mental.
Este dualismo que perdura hoy en día hunde sus raíces en las meditaciones cartesianas.
René Descartes, filósofo y hombre de ciencia, se sitúa a dos niveles de comprensión de lo real: hace obedecer el cuerpo a leyes mecánicas y sostiene un dualismo del alma y del cuerpo en el cual la primera escapa a las determinaciones del segundo.
El alma es indivisible, el cuerpo es divisible, el alma no se extiende, el cuerpo ocupa un espacio, el alma es inmaterial, el cuerpo es materia, el alma como nuestro pensamiento es única. Y sin embargo “el alma se liga a todas las partes del cuerpo por conjunción” (4). Para dar cuenta de este fenómeno, Descartes postula la existencia de una pequeña glándula que sitúa en el cerebro, llamada glándula pineal. Esta permite al alma por un lado recibir información sobre el mundo gracias al cuerpo y por otro  actuar sobre este último según la información recogida.
Para el neurobiólogo Jean Pierre Changeux, la teoría cartesiana solo puede sostenerse gracias a la existencia de dicha glándula, siendo el único modo de ligar el alma, pura inmaterialidad, al cuerpo, pura materia (5)
El dualismo cartesiano es pues un dualismo ontológico de sustancias, es decir el alma y el cuerpo son dos entidades distintas, de naturaleza diferente. No es un dualismo de propiedades en el cual una misma y única sustancia podría tener propiedades diferentes
e irreductibles las unas a las otras.
Por ejemplo, en una experiencia vivida por un sujeto está por un lado la manera por la que su consciencia vivencia la experiencia y por otro los procesos bioquímicos que se han producido en el cerebro paralelamente: propiedades distintas para una misma materia supuesta, el cerebro. Para las neurociencias, estas dos maneras de percibir la experiencia vivida por un sujeto nos devuelven al mismo fenómeno: los procesos neuronales que determinan el funcionamiento de nuestro cerebro.
Paul Ricoeur habla de un dualismo semántico que remonta a Spinoza: Nos confrontamos a dos tipos de lenguajes aparentemente alejados entre sí. “Está la vida vista por los biólogos y la vida como vivencia” (6). Es decir, existe el lenguaje del cuerpo y el lenguaje del alma o de la mente. Desde el punto de vista de Spinoza, hacia el cual converge Jean Pierre Changeux, estos dos lenguajes nos devuelven a una misma sustancia (que unifica el cuerpo y el alma), pero desde el punto de vista cartesiano nos devuelven a dos sustancias que poseen propiedades diferentes y por ende a un dualismo ontológico. Lo que le importaba a Descartes era situar el “yo” consciente en la subjetividad que proporciona el alma y por otro someter el cuerpo a leyes mecánicas tal máquina que es. Lejos estamos de La Mettrie que reduce no solo el cuerpo a una máquina sino el hombre en su totalidad.
El conjunto de nuestros estados mentales se reduce para algunos investigadores de las Neurociencias a la actividad de nuestras neuronas, es decir, a reacciones químicas. El hecho psicológico se somete para ellos a las mismas leyes que el hecho neuronal. Desde este punto de vista reduccionista, nos hallamos en un momento de tránsito: la psicología será integralmente reemplazada por la neurobiología cuando esta haya progresado suficientemente en la senda del conocimiento cerebral. La aspiración sería entonces la comprensión de la vida psíquica del hombre desde el punto de vista de los procesos químicos neuronales que se producen en nuestro cerebro. Esta posición es mantenida por algunas figuras relevantes de las Neurociencias, aunque de ninguna manera podemos considerar la actitud reduccionista a ultranza como generalizada o característica de la Neurociencia en su conjunto. Empieza a extenderse otra forma de entender esta área tan compleja, que a nuestro modo de ver pasaría no por la mencionada “biologización de la psicología”, sino al contrario, por una “psicologización de la biología”

Autores como Jacques Monod o François Jacob, en la línea de La Mettrie, desarrollan una posición reduccionista extrema apoyándose en las neurociencias y sus avances espectaculares. Monod escribe que “toda estructura teleonómica ( es decir, finalizada) de un ser viviente, sea cual sea, puede en un principio ser analizada en términos de interacciones estereoespecíficas ( es decir, por figura y movimiento), de una, varias o múltiples proteínas” (7). Entendiéndolo así, la voluntad, los deseos, las convicciones, todo lo que acompaña e inspira los actos depende definitiva y sistemáticamente de la organización de nuestras proteínas. Nuestra consciencia se reduce así a los mismos principios que rigen la actividad de nuestras neuronas y macromoléculas.
Así, un hombre lleva a cabo un acto con una finalidad que puede ser comprendida solo desde el punto de vista de su organización cerebral. Efectivamente, para Monod, los seres vivos y las cosas inertes obedecen a las mismas leyes sin ninguna especificidad de lo viviente sobre lo inerte. Jacob, en esta línea, escribirá: “entre el mundo viviente y el mundo inanimado existe una diferencia, no de naturaleza, sino de complejidad” (8). Aquí lo viviente es una máquina. Monod lo equipara a una máquina mecánica: el ser vivo es una máquina regida por su ADN y la célula es asimilable a una pequeña fábrica química, mientras que Jacob concibe lo viviente como una máquina cibernética, el cerebro sería como un ordenador, dando de paso licencia a  las tesis de la inteligencia artificial.
Con Descartes tampoco hay diferencia de naturaleza entre el cuerpo y la máquina sino un grado de complejidad. Sin embargo, para él algo en el hombre escapa a este cuadro mecanicista: el alma no es reductible a las leyes que rigen cuerpo y máquina. Para el reduccionismo neurocientífico, el alma es de la misma naturaleza que el cuerpo y entonces se somete a los mismos mecanismos que la hacen comprensible.
El filósofo J.R Searle escribe:”el conjunto de nuestra vida consciente está determinado por estos procesos elementales” (9). Por “estos procesos”, el autor designa los procesos cerebrales: las reacciones químicas que se producen a nivel de nuestras neuronas y sinapsis. Pero saber cómo estos procesos causan la consciencia parece un desafío insuperable. Ello parece justificar la tentación del dualismo ha alcanzado a grandes figuras, como Sir John Eccles, un neurobiólogo que recibió el premio nobel en 1963 por sus trabajos sobre sinapsis y que escribió en 1984: “el cerebro es una máquina que un fantasma puede hacer funcionar” (10). Afortunadamente hoy muchos autores prominentes en este campo (LeDoux, Panksepp, Changues, Damasio…) ofrecen un pensamiento de mayor complejidad.
Searle nos aporta una visión más abierta y a la vez más compleja y se opone a toda forma de dualismo en la comprensión  de la vida psíquica y biológica del hombre, no hay que considerar que por un lado están los procesos cerebrales (la causa) y por otro está la consciencia (el efecto). No son dos fenómenos distintos, los procesos neuronales no constituyen una entidad aparte sino que constituyen “un rasgo de mi cerebro en el momento presente” (11). Del mismo modo que la gravedad es la causa de que la mesa no vuele, la gravedad no es un evento causal que sería distinto del hecho que produce: la mesa que no echa a volar. En el caso de la consciencia, se considera como una función entre otras, al mismo título que la respiración o la digestión, constituyendo todas un todo simultáneo cuya esencia reside en su funcionamiento biológico más íntimo. Si queremos utilizar un ejemplo de la realidad fisiológica cotidiana, diríamos que los movimientos de las miofibrillas no causan la contracción muscular, son esa contracción. Hablamos de fenómenos paralelos que ocupan espacios diferentes.
¿La neurobiología puede por sí sola explicar perfectamente el funcionamiento de la vida psíquica?  La dificultad subyacente es determinar quién de los dos, psicoanálisis o neurociencias, puede contestar a tal pretensión. Pero esta oposición entre ambas quizás no era tan evidente al principio: Sigmund Freud estaba convencido de que algún día la biología iba a validar los presupuestos psicoanalíticos y en particular el inconsciente. Sin embargo, su original ensayo “Proyecto de una Psicología para Neurólogos” sólo se publicó póstumamente, al no contar con el visto bueno de su autor, posiblemente insatisfecho con las especulaciones allí vertidas.
André Green, se muestra particularmente virulento hacia ciertas pretensiones de las neurociencias. Así, se opone a poner al mismo nivel actividad cerebral y vida psíquica y menos aún que la comprensión de la primera permita automáticamente la comprensión de la segunda. El autor habla de “negación de la complejidad del funcionamiento psíquico y por ende del inconsciente (…), por los defensores de la causa del cerebro, neurobiólogos, psiquiatras y neurólogos” (12).

Sin embargo, la propia existencia de la conciencia y el self, hechos evidentes tanto para psicoanalistas como para la mayoría abrumadora de los neurobiólogos, suponen un obstáculo difícil de salvar para la neurociencia y los intentos recien
tes desde ese campo para acercarse al problema están empezando a arañar la superficie, curiosamente aprovechando conceptos como el de las relaciones objetales, muy familiares para el Psicoanálisis. Poco a poco, también las neurociencias se enfrentan a la evidencia del inconsciente y se adaptan para incorporar lo que no puede negarse. Sin embargo, las neurociencias se hallan todavía lejos de rehabilitar el inconsciente Freudiano y optan por estudiar el inconsciente sólo en su faceta cognitiva. No se trata entonces de deseo reprimido ni de sueños interpretables, sino tan solo algo que se lee con el mismo idioma que la consciencia, como una característica más de nuestra actividad cerebral.
Un ejemplo de H.Von Helmholtz (1821-1894): THE CAT. Leemos “the cat” sin dificultad porque hemos adquirido un reconocimiento visual de las palabras que aplicamos espontáneamente a nuestro objetivo de leer, es decir inconscientemente. Disponemos de una memoria procedimental y de automatismos, conducir un coche se hace inconscientemente tras años de práctica salvo que una situación de urgencia active y module nuestra consciencia. El inconsciente cognitivo reagrupa pues el conjunto de procesos de tratamiento de la información conscientemente inaccesibles al individuo. Para el psicoanálisis en cambio, el inconsciente está ligado a la represión y contiene productos mentales que se mantienen fuera del sistema consciente por la censura debida a la educación, la sociedad, nuestra experiencia vincular…
¿Freud es soluble o no en las neurociencias? Desde luego, no del todo. Psicoanálisis y neurociencias no hablan de lo mismo. Lo que les une es que ambos consideran que el comportamiento humano se escapa en parte a los procesos que rigen su consciencia. Nicolas Georgieff –Psiquiatra del instituto de ciencias cognitivas de Lyon- en esta línea sostiene que psicoanálisis y neurociencias representan “dos abordajes intelectuales profundamente originales, dos descripciones de un mismo objeto –los mecanismos del psiquismo humano- pero a dos escalas opuestas, dos métodos incapaces de responder cada uno a las cuestiones planteadas por el otro porque no esclarecen las mismas propiedades” (13). Así, psicoanálisis y neurociencias, lejos de ser incompatibles pueden proponer dos niveles de lectura de una misma enfermedad mental. Esta puede ser considerada como el resultado de un proceso de represión que hay que actualizar, a la vez que un trastorno biológico-neuronal.
Jean Pierre Changeux abre otra vía de reflexión con la emergencia del concepto de plasticidad neuronal, que hunde raíces en “el cerebro plástico” de Don Santiago Ramón y Cajal. Ciertas  investigaciones han mostrado que nuestro cerebro puede reorganizarse en caso de accidentes o enfermedades que inhabilitan la función de ciertas áreas cerebrales. Changeux pone el ejemplo de un niño que al nacer fue incapaz de desarrollar el habla por una malformación en el área del lenguaje y que puesto posteriormente en un ambiente estimulante acabó desarrollando el habla. Se reactiva así el viejo debate sobre lo innato y lo adquirido; nuestro cerebro sería determinado íntegramente por la genética o existe la posibilidad de que se vaya constituyendo según los avatares de la experiencia vivida? Changeux recoge las dos posturas considerando que hay invariables en nuestro cerebro ( la visión por ejemplo) que persisten para cada uno de nosotros pero al mismo tiempo existen procesos de plasticidad a nivel de las moléculas, las sinapsis y las redes neuronales. Escribe: “el cerebro no es un autómata rígidamente cableado, al contrario, por su plasticidad, cada cerebro es único” (14)
Por otro lado, Para François Ansermet, psicoanalista y Pierre Magistretti, neurocientífico, un acercamiento es posible entre ambas disciplinas. Se apoyan también sobre el concepto de plasticidad neuronal, que permite a las neurociencias no caer en el reduccionismo simplista que solo lograría evacuar todo dualismo anticuado, y a su vez permitiría al inconsciente psicoanalítico y cognitivo coexistir a la hora de explicar el comportamiento y vida psíquica humanos. Las sinapsis se modifican, se desarrollan y pueden aparecer de novo al filo de la experiencia tanto en el hombre como en el animal. Así, las conexiones sinápticas entre las neuronas cambian también y permiten los fenómenos de memoria. Sin embargo, los autores van más allá que Changeux y sostienen que la plasticidad cerebral no se limita a la memoria sino que además: “los mecanismos de plasticidad estarían igualmente en el origen de la construcción de una realidad interna inconsciente” (15). Esta teoría sorprendente e innovadora puede ser la clave que permita superar la idea según la cual todo dualismo es contrario a los avances de la ciencia y particularmente de las neurociencias: Dejar un lugar para el hombre psíquico no significa herir de muerte al hombre neuronal. Efectivamente, existe cierta dualidad entre lo que se remite únicamente al hecho neuronal como la visión o el inconsciente cognitivo y lo que nos remite al hecho psíquico, que si bien ligado a la actividad cerebral no se puede reducir a ella. Podemos ir más lejos con estos autores y sostener que es nuestra actividad cerebral la que se adapta a nuestra experiencia, lo vivido prima sobre la biología de nuestro cerebro. No estamos determinados por nuestras neuronas, somos “nosotros” los que las modelamos a la imagen de nuestra vida y experiencia.

 

Tomar posición en el debate que reúne neurociencias y psicoanálisis, sentar la existencia de una vida inconsciente como determinante de nuestra vida psíquica y objeto de estudio para finalidades terapéuticas, pasa por situar la conciencia en lugar seguro. Por esto entendemos la dependencia del debate de lo que realmente lo habilita: Lo viviente y consciente.  Nos parece oportuno detenernos en este fenómeno cuyo estudio ha suscitado mayor o menor interés a lo largo de los últimos dos siglos.
El fantasma en la máquina de Sir John Eccles no encuentra eco en el pensamiento de Daniel Dennett, filósofo de la universidad Tuffts en Massachusets, que a su juicio es reminiscencia del pensamiento precientífico. Para Dennett el tema de la conciencia puede reducirse a un conjunto de problemas que son manejables a nivel neural y sólo resta conocer datos y detalles neurobiológicos sobre la interacción entre cerebro y medio ambiente para dar con una explicación científica de la conciencia (16). En cambio, el “Hard Problem” de la conciencia para David Chalmers, filósofo de la universidad de California, consta de “problemas fáciles” y “otros difíciles”. Los primeros pueden ser abordados y explicados en términos neurobiológicos, sirva de ejemplo el que podamos explicar en clave neurobiólogica cómo el SNC integra información proveniente de fuentes diversas para dirigir la conducta.Un problema difícil: explicar cómo esa información se convierte en experiencia subjetiva aún a sabiendas de que emerge de un proceso físico (17). Para Chalmers, buena parte del trabajo que se hace en el campo de la conciencia aborda problemas fáciles sin abordar los difíciles. Para Alberto Carreras, filósofo de la universidad de Zaragoza, el “Hard Problem” de Chalmers mezcla indiscriminadamente dos problemas: Por un lado, el surgimiento del pensamiento o de los fenómenos mentales y por otro la subjetividad o la experiencia personal de las propias vivencias, sensaciones, pensamientos, reflexiones, emociones, decisiones, etc, las cuales se atribuyen a un sujeto, que es el único que puede hablar de ellas en primera persona. A este sujeto, por ser sujeto no se le atribuye trascendentalidad alguna sino que la trascendencia es remitida al pr
opio cuerpo. Así el “Yo” del “Yo pienso”, “Yo siento” no preexistiría a las sensaciones, sino que sería un constructo, como los demás conceptos que nuestra mente elabora (18,19). La vida consciente para dicho autor aparecería como las continuas sinfonías que ejecuta la orquesta cerebral, las neuronas ejecutarían melodías, melodías neuronales, a semejanza de lo que propone Crick cuando involucra la actividad rítmicamente sicronizada de grandes grupos de neuronas en la génesis de la experiencia consciente.
Semejante eco encontramos ya en William James, padre de la psicología norteamericana en el siglo pasado, cuando sostiene que la conciencia no es una cosa sino un proceso y metafóricamente la compara con la corriente de un río: “La corriente de la conciencia”. Para Roberto Llinás, neurobiólogo de la Escuela de Medicina de la Universidad de Nueva York, esa corriente de la conciencia es un estado que corresponde a la realidad externa pero que carece de objetividad. “Es como el arcoiris, la reflexión de la luz sobre las gotas de agua, que puede percibirse pero no puede tocarse ni medirse” (20)
Antonio Damasio sostiene que una teoría de la conciencia debe mostrar cómo adquirimos el sentimiento de un yo propio que se construye de momento a momento sobre la base de una imagen de nuestro cuerpo, nuestra autobiografía y nuestras aspiraciones futuras en el contexto de una relación objetal. Es el encuentro con el objeto lo que determina cambios en el sujeto, en su cuerpo y en su mente y el registro de esos cambios constituye la esencia más profunda de la conciencia y del self. Según Damasio, para el que el “factor emergente” más importante en distinguirnos de puros sistemas mecánicos no es el pensamiento sino el sentimiento, una explicación neurobiológica de la conciencia debe incorporar a los estados afectivos y al Yo como sujeto y agente. Sobre la salida a la escena de la conciencia escribe Damasio: “sobre la transición de la ignorancia y la inconsciencia al conocimiento y a la identidad del ser. Mi objetivo concreto es tener en cuenta las circunstancias biológicas que permiten tal transición”. ¿Qué es la mente para Damasio, constructo de la vida consciente?. “ Mi idea, pues, es que poseer una mente significa que un organismo forma representaciones neurales que puedan convertirse en imágenes, ser manipuladas en un proceso denominado pensamiento y eventualmente influir en el comportamiento al ayudar a predecir el futuro, planificar en consecuencia y elegir la siguiente acción” (21)
Para Damasio el término imagen es sinónimo de pauta mental, es una experiencia fenomenológica en la que el sujeto “siente” un efecto psíquico, es prácticamente sinónimo del cualia o los cualia que se encuentran en la imagen. El aspecto neural que subyace a la pauta mental, o que soporta físico-biológico-neuronalmente su producción es la pauta neural o mapa. Por ello, las pautas mentales solo se pueden conocer en primera persona mientras que las pautas neurales sólo pueden conocerse en tercera persona. Las imágenes no sólo son visuales. Cada modalidad sensorial tiene sus imágenes: visual, olfativa, gustativa y somatosensorial, y la imagen no es algo así como una foto o una copia del objeto.” El objeto es real, las interacciones son reales y las imágenes son todo lo reales que imaginarse pueda. Y, sin embargo, la estructura y las propiedades de la imagen que terminamos viendo son construcciones cerebrales suscitadas por un objeto” (22). La experiencia consciente, el cuale, los cualias, en definitiva, las sensaciones, son resultados de la interacción del sistema nervioso con el medio interno y externo. Hay una relación entre las pautas mentales-neurales y la realidad pero no una identificación inmediata entre experiencia psíquica y realidad. Esta última produce por tanto su afección en el sistema nervioso de forma ditribuida y por ello nos dice Damasio que las pautas neurales de los objetos dan lugar a mapas neurales…que en alguna manera cartografian el mundo de los objetos, internos y externos” (23).
El problema científico de la conciencia consiste así en entender cómo se producen las imágenes del objeto y cómo se engendra también la sensación de ser en el conocer: La conciencia del objeto y la conciencia del ser propietario del sentir del objeto. Escribe Damasio: “ Desde la perspectiva de la neurología, ¿ en qué consiste el problema de la conciencia?… contemplo el problema de la conciencia como una combinación de dos problemas íntimamente relacionados. El primero es la comprensión de cómo el cerebro del organismo humano engendra las pautas mentales a las que llamamos, a falta de un término mejor, imágenes de un objeto…desde la neurología, resolver este primer problema  consiste en descubrir cómo fabrica el cerebro pautas neurales en sus circuitos de células nerviosas y cómo se las compone para convertir esas pautas mentales explícitas …resolver este problema abarca, necesariamente, abordar el asunto filosófico de los cualia”. No se trata simplemente de explicar la sensación, sino las imágenes percibidas como cualia en un sujeto; es decir, se trata de explicar la conciencia como sensación-percepción integrada de imágenes.
El segundo problema de la conciencia al que se enfrenta Damasio lo describe así:” Se trata del problema de cómo al tiempo que se engendran las pautas mentales para los objetos, engendra el cerebro también una sensación de ser en el acto de conocer…resolver el segundo problema de la conciencia consiste en descubrir los puntales biológicos para esa curiosa capacidad que nosotros los humanos tenemos de construir no sólo pautas mentales de un objeto…sino también de pautas mentales que transmiten automática y naturalmente, la sensación de ser en el acto de conocer. La conciencia, tal y como la concebimos generalmente, desde su grado más simple hasta su grado más complejo, es la pauta mental unificada que agrupa al objeto y al ser” (24). La conciencia es así, la unificación integrada de las diferentes modalidades sensitivas, internas y externas, así como la ordenación de ese “ universo sensitivo” como perteneciente a un ser  propietario-actor. Así genera Damasio sus dos modalidades de conciencia, la central y la ampliada, describiéndolas como sigue:” La conciencia no es monolítica, o por lo menos no en los humanos: puede trocearse en tipos simples y complejos y las pruebas neurológicas hacen que este troceado sea transparente. El tipo más simple, lo que yo llamo conciencia central, proporciona al organismo la sensación de ser en un momento (el ahora) y en un lugar (el aquí). El alcance de la conciencia central es el aquí y el ahora. La conciencia central no arroja luz sobre el futuro y el único pasado que nos deja atisbar vagamente es el ocurrido un instante antes. No hay otro lugar, no hay antes, no hay después. Por otro lado, el tipo complejo de conciencia, a la que llamo conciencia ampliada y de la cual existen muchos grados y niveles, proporciona al organismo una sensación elaborada de ser (una identidad y una persona, usted o yo, nada menos) y sitúa a la persona en un punto del tiempo histórico, profundamente consciente del pasado vivido y del futuro anticipado y agudamente conocedora del mundo que la rodea” (25)
Es en este sujeto autobiográfico con su conciencia ampliada donde neurociencias y psicoanálisis hunden sus puntos de partida. François Ansermet y Pierre Magistretti, mencionados más arriba proponen un punto de encuentro, la plasticidad cerebral, que da cabida a una realidad psíquica inconsciente y que presentamos sucintamente a continuación.

 

Eric R.Kandel que recibió el premio Nobel en el año
2000 por sus descubrimientos relativos a la transducción de señales en el sistema nervioso, sostiene que el psicoanálisis todavía es la concepción más coherente e intelectualmente satisfactoria que se conoce del funcionamiento mental. Neurocientíficos como Kandel, Le Doux, Ramachandran o Rizzolatti entre otros muchos están dando un nuevo marco de trabajo a la psiquiatría: básicamente comienzan a demostrar que los fenómenos mentales son cambios cerebrales, y en sus publicaciones la teoría freudiana parecería quedar, como la teoría Darwinista con relación a la genética molecular, como un esquema referencial sobre el cual se pueden ir integrando los nuevos descubrimientos. Sin embargo, François Ansermet y Pierre magistretti, desde el psiconálisis uno y la neurobiología el otro, proponen una comprensión integral del sujeto psicoanalítico a la luz de un fenómeno central: La plasticidad cerebral.
El fenómeno de la plasticidad, escriben, demuestra que la experiencia deja una huella en la red neuronal, al tiempo que modifica la eficacia de la transferencia de información a nivel de los elementos más finos del sistema. Es decir que más allá de lo innato, lo que es adquirido por medio de la experiencia deja una huella que transforma lo anterior. La experiencia modifica permanentemente las conexiones entre las neuronas; y los cambios son tanto de orden estructural como funcional. El cerebro es considerado, entonces, como un órgano extremadamente dinámico en permanente relación con el medio ambiente, por un lado, y con los hechos psíquicos o los actos del sujeto, por otro. La plasticidad demuestra que la red neuronal permanece abierta al cambio y a la contingencia, modulable por el acontecimiento y las potencialidades de la experiencia, que siempre pueden modificar el estado anterior. Más allá del determinismo genético se erige un sujeto único que las leyes universales de la neurobiología posibilitan, y que de enfermar psíquicamente puede ser entendido tanto desde una causalidad psíquica como orgánica.(26)
Para los autores, a toda percepción se le asocia el estado o marcador somático que alberga nuestra experiencia en el momento de la percepción. Tal estado somático determina una vertiente emocional que se interpone entre percepción y respuesta motríz modulando esta última. Así, la realidad externa emerge en la conciencia como asociada de forma inextricable con un estado somático. Sin embargo, apuntan los autores, existe una tercera dimensión: el inconsciente y la constitución de una realidad interna única y nueva para cada individuo. Si la realidad externa percibida es matizada por un estado somático, que puede conducir a una respuesta motríz, al mismo tiempo, la percepción de la realidad externa alimenta otra realidad, interna, en contrucción permamente, que puede modular la respuesta motríz o producir otras.
El proceso de plasticidad transforma los significantes ligados con la realidad externa. Tomados en una cadena de asociaciones, ellos se vinculan con otros significantes que ya no se corresponden con los significados de la realidad externa: La realidad interna ha quedado constituida. Dicho de otro modo, si en un principio el significante se corresponde con un significado de la realidad externa, es decir, con un objeto o una situación, luego, por un movimiento que opera en el nivel inconsciente, el significante se asocia a una cadena de otros significantes para producir un nuevo significado. Lo específico de esta realidad interna, que se va construyendo de a poco junto con la experiencia por los mecanismos de plasticidad sináptica, es la capacidad de organizarse según una lógica en la que los significantes se asocian escapando de nuestra codificación consciente y conformando un escenario fantasmático determinante. Estos nuevos significantes del inconsciente, organizados en un tal escenario, están asociados de manera estrecha con los estados somáticos, que constituyen el anclaje somático de la pulsión..Así como la fisiología sensorial explica la percepción de la realidad externa, existiría una fisiología del inconsciente que da cuenta de esa realidad interna, integradas ambas según los autores, de la misma manera (27).
Ansermet y Magistretti abren de este modo un espacio de encuentro entre lo que en un principio como adelántabamos más arriba eran dos modos insolubles el uno en el otro.En efecto, el psicoanálisis y las neurociencias tratan del mismo sujeto y como apunta chalmers hace falta un nuevo marco teórico para abordar la cuestión mental, marco en el que quede asumido por ambos abordajes la irreductibilidad del uno al otro y la búsqueda del saber veraz como objetivo anhelado por sus protagonistas. Si con Aristóteles el hombre por naturaleza desea saber, por proyecto diremos que el hombre necesita descansar en su ignorancia para que tal saber le sea revelado.

Reda Rahmani: Residente de Psiquiatría. Servicio de Psiquiatría. Hospital de Basurto. Bilbao. Grupo analista en formación; Programa Universidad de Deusto & Fundación OMIE. Bilbao.
reda.rahmani@osakidetza.net

Miguel Ángel González Torres: Psiquiatra. Servicio de Psiquiatría. Hospital de Basurto.  Departamento de Neurociencias. Universidad del País Vasco. Didacta del Centro Psicoanalítico de Madrid.
miguelangel.gonzaleztorres@osakidetza.net

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1. Popper, Karl Raimund (1986). La lógica de la investigación científica. Editorial Laia.

2 y 12. André Green, “ Un psychanalyste face aux neurosciences”, La recherche, octubre 1992.

3. P.Ricoeur y J.P Changeux, “Lo que nos hace pensar: La naturaleza y la regla”. Península, 1999.

4. René Descartes, Las pasiones del alma, Tecnos 2006
Discurso del método, Espasa-Calpe, 2006

5,6,14. J.P Changeux, El hombre neuronal, Espasa-Calpe.

7. J.Monod, Le hasard et la nécessité. Essai sur la philosophie naturelle de la biologie moderne,                 
Senil, 1970.

8. F.Jacob, La logique du vivant. Une histoire de l’hérédité, Paris, Gallimard, 1970, p.302

9 y 11. J.R.Searle, “Deux biologistes et un physicien en quête de l’âme”, La recherche, mayo 1996.

10. J.C.Eccles, La evolución del cerebro, creación de la conciencia; Barcelona, Labor, 1992.

13. N.Georgieff [1] http://nitens.org/deug2005/cm1.pdf.

15.F.Ansermet y P.Magistretti, “Freud au crible des neurosciences”, La recherche, febrero 2008.

16.D.Dennett, La conciencia explicada, Barcelona, Paidós, 1995.

17.D.Chalmers, The conscious Mind: In search of a Fundamental Theory, New York,
Oxford.Univ.Press.

18,19. A. Carreras, “¿Para qué sirve la consciencia?”, en MARTINEZ, F. y PERIS-VIÑÉ, L.M.:
Actas del      V Congreso de la Sociedad de Lógica, Metodología y Filosofía de            
la Ciencia en España, Granada, SLMFC, pp. 117-120, 2006.

“Neurogénesis y estructura modular de la consciencia”,
En Revista d
e la Asociación Española de Neuropsiquiatría, año XXIII, nº 88,
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