Psicoanálisis y neurociencia: puntos de encuentro.

por | Revista del CPM número 20

Acerca de François Ansermet y Pierre Magistretti:
A cada cual su cerebro. Plasticidad neuronal e inconsciente,
Buenos Aires, Katz, 2006.

 

Silvia Tubert
Doctora en Psicología, Especialista en Psicología Clínica, Psicoanalista.

El 6 de mayo de 2006 se cumplieron 150 años del nacimiento de Sigmund Freud (1856-1939). Los medios de comunicación lo han conmemorado con  artículos que, aunque no cuestionan el lugar que el creador del psicoanálisis ocupa en la historia de la cultura y reconocen el valor de su contribución al pensamiento contemporáneo, suelen rechazar de plano tanto sus hipótesis teóricas como su método psicoterapéutico, al que califican de anacrónico, ineficaz o carente de rigor. Si así fuera, no se comprendería la cantidad e intensidad de los ataques: nadie combate lo que considera muerto. Es fácil apreciar que la mayor parte de las críticas carecen de rigor y seriedad, se formulan desde la ignorancia o la mala fe y no resisten la confrontación con los textos teóricos ni con los informes clínicos. Bastará mencionar, como prueba no sólo de ignorancia sino también de falta de honestidad, un artículo en el que se incluye al conductismo y al cognitivismo como parte del legado de Freud. Skinner figura como uno de sus herederos, aunque ello no impide recordar que aquél «siguió los pasos de Watson al ignorar las motivaciones inconscientes.»(1)

El apasionamiento y la falta de lógica de este tipo de reacciones sugieren, como ya había observado Freud, que la mayor parte de las resistencias contra el psicoanálisis no son de índole intelectual sino emocional: se trata de la reacción ante una teoría que ha cuestionado la auto-representación narcisista del ser humano. No podemos negar que el psicoanálisis, como cualquier teoría y como cualquier  método, puede y debe ser objeto de una permanente vigilancia epistemológica, sobre todo por parte de quienes lo practican y lo transmiten: sus proposiciones no son definitivas y de hecho han sido modificadas por el mismo Freud a lo largo de su vida e interpretadas de diversos modos por sus discípulos. En efecto, existen diversas corrientes dentro del movimiento psicoanalítico, que ha sido fecundo en polémicas y controversias.

El psicoanálisis construye, como toda disciplina, modelos teóricos que –en ello radica su singularidad- se desarrollan y se ponen a prueba en la práctica clínica.  Es imposible abordar el estudio de la subjetividad, del sentido y, en términos generales, de la complejidad de lo humano con los métodos utilizados por las ciencias experimentales. Los intentos de hacerlo han conducido a propuestas simplificadoras y reduccionistas que, en última instancia, disuelven el nivel de lo psíquico.

Patrick Juignet sostiene que el lugar del psicoanálisis en la sociedad occidental ha ido variando en función de las fuerzas ideológicas que estaban en juego en distintos momentos. Perseguido tanto por el nazismo como por el estalinismo, conoció un renacimiento después de la segunda guerra mundial: sus principios y su práctica se extendieron a diversos ámbitos, como hospitales y escuelas. Pero después de un período en el que había encarnado las esperanzas de liberación de toda una generación y se había desarrollado ampliamente, entre los años 60 y 80, se produjo un retroceso.(2) (Juignet, 2006, 200)

Es cierto que el descubrimiento de que los síntomas neuróticos tienen un origen psíquico y no orgánico influyó poderosamente en la psiquiatría dinámica que privilegiaba el determinismo psíquico. Sin embargo podemos decir, sin cuestionar su valor intrínseco sino su extensión abusiva, que el desarrollo de los psicofármacos y los ingentes avances de la biología, en especial de la neurofisiología, tuvieron el efecto colateral de exacerbar las resistencias. Apoyándose en la psicofarmacología, la psiquiatría reemplazó el modelo nosográfico por una clasificación de las conductas, y la psicoterapia por el intento de eliminar los síntomas sin ocuparse de sus determinaciones ni de su significación subjetiva. De este modo se dejó al margen tanto la incómoda subjetividad como la producción del sentido, que no se pueden medir ni cuantificar.

El cientificismo se ha erigido en una suerte de religión, que niega todo lo que depende del orden fantasmático o de lo imaginario, en tanto las ciencias cognitivas, que consideran que lo mental y lo neurobiológico son dos caras de una misma moneda, “valorizan al hombre-máquina en detrimento del hombre deseante.”(3) El reproche de que la cura psicoanalítica es muy larga y costosa sólo se justifica desde la perspectiva liberal que somete la clínica a criterios de rentabilidad. No hay que olvidar el papel que desempeñan en este proceso los laboratorios, de cuyas subvenciones dependen las investigaciones y publicaciones. Así, bajo la máscara de la modernidad, se prescribe un medicamento para cada síndrome -o se crea un síndrome para cada medicamento- y se ponen los avances científicos al servicio de una ideología que no reconoce la dimensión subjetiva al reducir al ser humano a mero organismo.

Sin embargo, aunque esa es la versión más difundida por los medios, en la actualidad no es tan frecuente que los científicos mismos sean partidarios del reduccionismo que conduce a la negación de la subjetividad. El neurobiólogo alemán Gerhard Roth, por ejemplo, afirma que “le debemos a Freud la teoría más amplia del psiquismo. Y al menos en tres aspectos la neurociencia confirma hoy sus hipótesis: lo inconsciente influye más en lo consciente que a la inversa; lo inconsciente se origina mucho antes que los estados conscientes; y el yo consciente conoce poco los fundamentos de sus deseos y acciones.” (Las bastardillas son mías) El investigador considera que la administración de psicofármacos que no se acompaña de psicoterapia “tiene a menudo consecuencias funestas” y sostiene  que “El cerebro es un órgano social. Lo que podemos estudiar directamente como neurobiólogos es el aparato mismo pero no los significados que procesa. Sobre ello nos informan las ciencias del espíritu y las ciencias sociales.”(4) De modo que su interés por estudiar las relaciones entre psicoanálisis y neurobiología es ajeno al reduccionismo; la neurociencia no puede explicar lo que concierne al sentido.

Asimismo, Gerald Edelman, neurobiólogo norteamericano y premio Nobel de Medicina, considera que lo inconsciente, en el sentido freudiano, es una noción indispensable para la comprensión científica de la vida psíquica. Edelman comparte la opinión freudiana de que la hostilidad al psicoanálisis depende menos de la discusión científica que de la resistencia de los expertos a su propio inconsciente.(5)

Tal es el contexto en el que aparece una obra que presenta un sugerente ejemplo de la aproximación entre psicoanálisis y neurociencia: A cada cual su cerebro. Plasticidad neuronal e inconsciente. El texto, escrito conjuntamente por un neurobiólogo y un psicoanalista, tiene el interés adicional de ser accesible a un  público amplio. Su propósito es sugerir «hipótesis para un modelo del inconsciente que integre los datos recientes de la neurobiología con los principios fundadores del psicoanálisis.» (p. 17)

Los autores entienden que las neurociencias y el psicoanálisis son d
os campos inconmensurables, puesto que la realidad neurobiológica y la vida psíquica tienen características totalmente diferentes. En consecuencia, la aproximación entre ellas no debe conducir a que cada una de estas disciplinas heterogéneas pierda sus propios fundamentos para confundirse en un impreciso sincretismo ni en una imposible síntesis.

Esa afirmación es importante: debemos recordar que, en la compleja trama de lo real, los elementos físicos, químicos, biológicos, psicológicos o sociales no tienen una existencia autónoma ni los podemos observar separadamente. Por el contrario, lo real se organiza en distintos niveles de integración, y son estudiados por teorías que se sitúan, a su vez, en diferentes niveles de análisis. Cada una de ellas tiene su propio punto de vista y recorta -o construye- su objeto de estudio separándolo de la realidad multidimensional de la que forma parte.

Esa es la perspectiva de Ansermet y Magistretti, quienes admiten que estamos aún «lejos de conocer los vínculos de enlace y causalidad entre los procesos orgánicos y la vida psíquica, pero esto no impide que ambos formen parte de un mismo fenómeno.» (p.20)  Parten de un hecho que invalida el enfrentamiento estéril entre sus disciplinas pero recusa, al mismo tiempo, el vago concepto de interacción. Se trata  del fenómeno de la plasticidad neuronal, que demuestra que la experiencia vivida deja una huella en la red neuronal, modificando la eficacia de la transferencia de información entre los elementos del sistema. La experiencia modifica permanentemente las conexiones entre las neuronas produciendo cambios tanto de orden estructural como funcional. Esto modifica la concepción del cerebro, que ya no puede considerarse como una organización definida y fija de redes de neuronas, cuyas conexiones de establecerían de forma definitiva en las primeras etapas del desarrollo, es decir, algo determinado y determinante de una vez  para siempre, sino que se concibe como un órgano sumamente dinámico, en permanente relación con el medio ambiente y con los hechos psíquicos o los actos del sujeto.

La plasticidad confirma, entonces, la idea freudiana de que lo psíquico produce efectos en el organismo, pues demuestra que deja huellas materiales, concretas, acordes con la experiencia. La obra que comentamos se centra en esta idea, abordándola desde la perspectiva de las disciplinas en juego y desarrollando sus diversas facetas. Alcanzan así un punto de encuentro que los autores consideran «insospechado»: el concepto clave de subjetividad.

Como se sabe, se ha cuestionado el estatus científico del psicoanálisis porque, al aplicar un método clínico que se ocupa  de la singularidad del sujeto hablante, no puede enunciar  leyes generales ni puede predecir, de acuerdo con las exigencias del «método científico». Pues bien, la plasticidad permite demostrar que, a través de las experiencias vividas, cada individuo se configura como único e impredecible, «más allá de las determinaciones que implica su bagaje genético», de modo que «las leyes universales definidas por la neurobiología conducen inevitablemente a la producción de lo único. La cuestión del sujeto, como excepción a lo universal, se ha vuelto desde entonces tan central para las neurociencias como lo era ya para el psicoanálisis.» (pp. 22-23) Esto conduce a limitar los alcances de la genética, a la que se recurre abusivamente en nuestros días para explicarlo todo, imaginariamente por cierto.  En efecto, el nivel de expresión de un gen dado puede estar determinado por las particularidades de la experiencia: en el funcionamiento mismo de los genes existen mecanismos que intervienen en la realización del programa genético, cuya función es reservar un lugar para la experiencia. La conclusión es sorprendente y no deja de ser paradójica -como corresponde, por otra parte, a la naturaleza profundamente paradójica del ser humano-: «es como si el individuo se revelara genéticamente determinado para no estar genéticamente determinado.» (p.24) Esto da cuenta no sólo de la singularidad del sujeto sino también de la diversidad, en la medida en que concede un lugar a lo imprevisible en la constitución de la individualidad.

Esta obra propone, en suma, vincular al psicoanálisis con las neurociencias por medio del concepto de plasticidad, sin cuestionar, como ya se ha dicho, la inconmensurabilidad de ambos campos del conocimiento: la cuestión de la huella de la experiencia es común a estos órdenes heterogéneos. Es interesante destacar que el concepto de huella de la experiencia fue central en el pensamiento de Freud, desde la elaboración del –“prefreudiano”- Proyecto de una psicología para neurólogos, de 1895, proyecto fallido precisamente por su reduccionismo, puesto que intentaba explicar los fenómenos psíquicos en función de procesos nerviosos. Freud pensaba que la dificultad radicaba en la insuficiencia de los conocimientos acerca del sistema nervioso y confiaba en que, en el futuro, cuando dichos conocimientos se ampliaran, podrían eventualmente dar cuenta de los diferentes procesos psíquicos. La imposibilidad de hacerlo en ese momento lo condujo, afortunadamente, al desarrollo de la teoría psicoanalítica, que concibe la estructura y el funcionamiento psíquicos en términos exclusivamente metapsicológicos. Como hemos visto, Ansermet y Magistretti, entre otros científicos, defienden la heterogeneidad de ambas disciplinas y de sus objetos de estudio, aunque entienden que ambas se pueden beneficiar de un «encuentro». En consecuencia, los avances de la neurobiología contribuyen a demostrar que algunas de las hipótesis psicoanalíticas (inconsciente, pulsión, fantasía o escenario fantasmático, represión, etc.) se corresponden con la información disponible acerca de su sustrato orgánico. Sin embargo, nunca insistiremos bastante en el hecho de que los conocimientos sobre la fisiología cerebral no pueden sustituir al psicoanálisis: la estructura psíquica, los procesos de producción del sentido, constituyen un objeto de estudio diferente que requiere, en consecuencia, modelos teóricos y métodos específicos. Como señalan Ansermet y Magistretti, a través de la asociación de huellas de la experiencia, los conceptos psicoanalíticos de inconsciente y pulsión adquieren una «resonancia biológica», aunque esto, en última instancia, «no tiene verdadera importancia en la clínica psicoanalítica, que puede operar con total eficacia sin planteársela jamás.» (p.226)

 

Silvia Tubert
Doctora en Psicología, Especialista en Psicología Clínica, Psicoanalista.

Libros publicados: La muerte y lo imaginario en la adolescencia, Saltés 1982; La sexualidad femenina y su construcción imaginaria, El Arquero 1988; Mujeres sin sombra. Maternidad y tecnología, Siglo XXI 1991; Malestar en la palabra. El pensamiento crítico de Freud y la Viena de su tiempo, Biblioteca Nueva 1999; Sigmund Freud. Fundamentos del psicoanálisis, EDAF 2000; Un extraño en el espejo. La crisis adolescente, Ludus 2000; Deseo y representación. Convergencias de psicoanálisis y teoría feminista, Síntesis 2001. Libros editados: Figuras de la madre, Cátedra 1996; Figuras del padre, Cátedra 1997; Del sexo al género. Los equívocos de un concepto,Cátedra 2003. Ccolaboraciones en libros colectivos y revistas.
Profesora Invitada al Master en Psicoterapia Psicoanalítica, Universidad Complutense de Madrid. Cursos de Doctorado y Masters en las Universidades: Compl
utense de Madrid, Autónoma de Madrid, UNED, Barcelona, Valencia, Málaga, Oviedo, Zaragoza, Vigo, Gran Canaria, La Laguna y Buenos Aires.

Mail: stop@cop.es

 

(1) XLSemanal (ABC), Nº 966, 30 de abril a 6 de mayo de 2006, pp.26-27. Por lo demás, el absurdo esquema de los «herederos» del psicoanálisis es una reproducción casi textual del aparecido en  Newsweek el 27 marzo de 2006.

(2) Juignet, Patrick (2006): La psychanalyse. Histoire des idées et bilan des pratiques, Grenoble, Presses Universitaires de Grenoble.

(3) Roudinesco, Elisabeth (2000): ¿Por qué el psicoanálisis? Barcelona, Paidós (p.16).

(4) Roth, Gerhard (2006): “Die Seele gehört nicht mir” (El alma no me pertenece), Die Zeit Wissenschaft Nº 9, 23 Febrero.

(5) Citado por Roudinesco, op.cit, p.52.