Psicoanálisis durante la guerra

Revista del CPM número 2

Por Héctor Kahan

Las circunstancias de la vida me han colocado a veces en situaciones muy particulares, y extra-ordinarias. Una de ellas, fue el haber tenido que ejercer mi profesión de psicoanalista en un contexto de violencia social, de frecuentes atentados terroristas con víctimas civiles, y más de una vez, con la amenaza real de ser bombardeado mediante armas atómicas o bacteriológicas.

Una de las formas de violencia social más frecuente es la catástrofe social provocada por las situaciones de guerra. Por definición, catástrofe es un suceso extraordinario, no cotidiano, que altera el ordenamiento habitual de las cosas.

Incluiría la patología presente en este caso, dentro de las neurosis traumáticas, donde verificamos la enorme intensidad de los impactos emocionales producidos por una situación de guerra, y yo agregaría hoy también de terrorismo, ya que ésta es una modalidad de guerra, lamentablemente muy difundida actualmente en cualquier rincón del planeta.

Como lo demostróFreud, en particular en su segunda tópica, el ser humano nace dotado de la capacidad de sentir angustia (angustia filogenética). En el curso de su historia vital, esta angustia perinatal (angustia automática) se va transformando en señal de alerta ante un peligro interno, pulsional, o externo, “real”.

La reacción que podríamos llamar normal o esperable de un individuo en estas circunstancias, es la sentir angustias, miedo, pánico, terror, inseguridad, desconcierto y desasosiego; y esperan de las autoridades y líderes políticos medidas conducentes a una paz total, definitiva y estable. Esta expectativa muchas veces es depositada transferencialmente en la figura del analista, que pasaría a ser aquél que está en condiciones de tranquilizar y otorgar la paz ansiada.

Se van implementando distintos mecanismos de defensa más o menos eficaces, según cada individuo, que van desde la represión donde se bloquean selectivamente determinadas percepciones, hasta los distintos tipos de negación.

Pero no quiero aquí hablar in extenso de todos los mecanismos internos que se desencadenan a raíz de una guerra, o de actos terroristas a repetición, y de las regresiones, ansiedades, angustias, y disposiciones neuróticas latentes en general, sino más específicamente de lo que sucede en la situación analista-analizando.

¿Qué es lo que sucede con el acto psicoanalítico que transcurre bajo esas circunstancias?

¿Es posible psicoanalizar / ser psicoanalizado, en un contexto de riesgo de muerte posible y verdadero?

¿En qué se modifica, si es que se modifica el encuadre y la técnica psicoanalítica?

¿Qué sucede en el vínculo transferencial, y con el campo transferencial?

 

Por supuesto que cada ser humano reacciona de un modo peculiar ante cualquier situación traumática, por lo que hay que hablar con cada uno, de acuerdo a sus series complementarias particulares, tratando de procesar al mismo tiempo, los miedos y las angustias del analista frente a la misma situación.

Ante hechos de esta naturaleza, una de las primeras respuestas del aparato psíquico es la impotencia y la regresión a épocas anteriores, en las que como niño fue ayudado por un adulto más fuerte y omnipotente. De la misma forma, el analista puede repentinamente convertirse en ese adulto omnipotente con el “poder” de ayudar a procesar el hecho traumático.

La actitud del psicoanalista, en cuanto escucha e interpretador, facilita recuperar la capacidad de elaboración, dañada por el impacto de la violencia experimentada.

Esta recuperación debe incluir básicamente la capacidad de restablecer el equilibrio del aparato psíquico, perturbado fuertemente por los estímulos externos.

Sabemos que las personas más propensas a padecer con mayor intensidad una situación como la que nos ocupa, son aquéllas cuya capacidad de descargar la excitación provocada en ellos, y luego ligarla, está disminuida debido al mantenimiento de represiones anteriores. Pero también es cierto que el Yo está creado para anticipar en la fantasía los hechos que podrían llegar a ocurrir y de esta manera, poder prepararse para procesar mediante contracatexis los hechos si una vez finalmente ocurren.

Es por ello, que la tarea del analista en estos casos, es la de ayudar y ayudarse a procesar estos hechos traumáticos, a través de la escucha atenta del discurso del paciente y permitir y permitirse repetir una y otra vez las circunstancias del hecho traumático.

Debo agregar, que también desde la perspectiva del analista, el hecho de hablar varias veces por día con los distintos pacientes, del mismo hecho, le resulta también útil e importante para elaborar su propia angustia ante la misma situación.

Me ha sido dado comprobar la manera masiva en que los habitantes de una ciudad constantemente asediada por ataques terroristas, pasan una y otra vez por los sitios donde se han producido atentados, y como se habla de ello constantemente.

Resulta llamativo que simultáneamente, estos individuos “incorporan” estos episodios a su cotidianeidad, y esto es lo que, en definitiva, les permite sobrellevarla.

Puedo afirmar, que al menos una parte del acto psicoanalítico se mantiene incólume a pesar de los intensos ataques al encuadre por parte de las terribles circunstancias externas. Ciertas veces, es necesario interpretar por ejemplo, aquellos mecanismos de defensa que, como la negación, empuja muchas veces a esa persona a correr riesgos innecesarios y previsibles. Recuerdo el caso de un paciente que luego de haberse producido varios atentados terroristas en un mismo mercado público, concurría al mismo, especialmente en los días en se sabía que los riesgos de atentados se incrementaban.

Diría que la función del psicoanalista debería ser la de procurar la catarsis, y tratar de verbalizar lo máximo posible, todo lo que se ha puesto en juego y su conexión con los conflictos del paciente. La elaboración del trauma necesita de la palabra simbolizante y también del recuerdo para poder significar los agujeros de la historia.

Por supuesto que ésta sería la situación más parecida a la ideal; pero muy frecuentemente nos encontramos con la necesidad de ofrecer primero descanso, tranquilidad y reaseguramiento, hasta poder llegar a reconstruir en todo lo que sea posible, el equilibrio perdido a causa de la situación traumática, y a esperar a que lo sucedido, vaya siendo poco a poco tolerado y soportable para el paciente.

Evidentemente el contexto y el encuadre psicoanalítico, se ven marcadamente alterados cuando tanto el paciente como el analista, están padeciendo al mismo tiempo la angustia y la incertidumbre acerca de la propia supervivencia. Pretender únicamente interpretar el material del paciente en esas circunstancias, sin involucrar de manera absolutamente imprescindible la realidad del momento, podría llegar a ser una pretensión totalmente fuera de lugar.

Se estarían manejando dos planos o categorías simultáneamente: el del Inconsciente, habitual en cualquier tratamiento psicoanalítico, y otro que podríamos llamar más real y objetivo, donde se encuentra
n aquellos hechos conmocionantes que no se pueden ni se deben evitar de hablar, más como una “conversación de soporte” que acto interpretativo, debido al enorme peso de dicha fisurante realidad.

Pienso en definitiva, que resulta fundamental el acompañamiento afectivo del analista, para ayudar al paciente a soportar la angustia provocada por la concientización de que hay gente que está muriendo, no por muerte natural, sino porque la están matando.

Hugo Bleichmar sostiene y yo coincido plenamente, en que la neutralidad valorativa constituye un ideal al cual como psicoanalistas tendemos. Pero lo que resulta imposible, es apelar a una neutralidad afectiva. Yo agregaría que esto adquiere mayor confirmación en este caso, en que el mismo analista está totalmente involucrado en esta realidad de la que hemos estado hablando. Y ésta es la manera, en que luchamos desde nuestra especial trinchera para ayudar a rescatar en todo lo que sea posible, la salud mental, del infierno de la guerra.