Yo quisiera empezar por el principio, esto es por el título del libro, La fascinación del líder. De la fascinación dice la Real Academia que es engaño o alucinación y también atracción irresistible. Luego está el título completo, La fascinación del líder, deliberadamente ambigua y que no sabemos si es la fascinación en la que cae el líder, en la medida que se identifica con el poder falo o alude a la fascinación que ejerce sobre nosotros esos sujetos, que como decía Freud de los humoristas, parecen estar identificados con el propio narcisismo. Posiblemente sean ambas cosas como nos señala F. S. “Más allá de Wilson, nos encontramos con la creencia del líder en su poder y la de sus seguidores en él, ambas reforzándose y potenciándose recíprocamente…” (Pág. 121) En cualquier caso, engaño, alucinación y atracción irresistible parecen unidos en la explicación que el liderazgo requiere.
F. S. nos permite recorrer a lo largo de estos capítulos todo ese mundo de engaños y atracciones, empezando por esa genealogía de sujetos mesiánicos que cargan la biografía de Wilson.
El libro son cuatro capítulos y 130 páginas donde se combinan a las mil maravillas, el relato histórico, la divulgación científica, la reflexión psicoanalítica, e incluso, en algunos momentos, el relato policiaco. Es una mezcla que logra capturarnos desde el primer momento y devolvernos al antiguo tema de la relación del líder y su tiempo, o mejor, del papel de la personalidad en la historia como decía aquel capítulo del libro de Konstantinov, El materialismo histórico, en el que nos nutrimos tantos comunistas y no comunistas en los añorados años 70.
Entonces a mi lo que me interesa es precisamente eso que le lleva a la autora a meditar sobre este tema, el del líder en todas sus dimensiones y no contarnos una simple historia clínica – la historieta edípica de Wilson con sus papas- que es en donde parece que quieren ver algunos al psicoanálisis.
Sobre Wilson, personaje político, existen valoraciones contrapuestas. La Enciclopedia Británica dice de él: “W.W. fue cualificado en el más alto grado por su carrera en los asuntos públicos por sus cualidades personales y mentales y especialmente por su sentido de responsabilidad en el bienestar publico”. Del lado bolchevique no se le tuvo en gran estima, como no podía ser menos. En cualquier caso, podríamos
empezar como I. Roudinesco empieza “¿Por qué le interesaba (a Freud) el vigésimo octavo presidente de los Estados Unidos, un presbiteriano de cortos alcances, fealdad extrema y temperamento enfermizo? La respuesta es simple: Freud no quería a ese hombre, al que consideraba responsable de las desdichas de la Mitteleuropa”. Como vemos, en esta ocasión I. Roudinesco no está a la altura a la que nos tiene acostumbrados y despacha el tema de forma poco sutil. Ernest Jones si está a la altura acostumbrada y nos da una explicación irrepetible. En cualquier caso, el misterio de la motivación de Freud para escribir este libro está presente a lo largo de todo el trabajo de F.S. Y la motivación es importante, es una motivación política, en el sentido de querer influir en los acontecimientos del momento. Motivaciones políticas que, salvo en las controversias institucionales o doctrinales, nunca estuvieron muy presentes en los escritos de Freud.
Freud escribió sobre W.W. pero en realidad estaba escribiendo sobre Hitler, “…aunque el mesianismo de Hitler era muy diferente, casi en las antípodas del de Wilson” (No se si la autora con este juicio nos quiere decir que hay mesianismos buenos y otros malos, luego se lo preguntaremos). Quiere decirse que de una forma no muy directa había que denunciar el mesianismo que invadía el mundo político de la época. Permítanme señalar un pasaje central de todo este libro de Fanny Schutt:
”En esos momentos había que tener mucho valor para explicar que esos líderes aclamados como salvadores, aparentemente inquebrantables y con una gran determinación, podían estar atravesados por conflictos muy intensos que bordeaban el límite del delirio con todas sus nefastas consecuencias” (Pág. 88)
Pues parece que ese valor hay que seguir teniéndolo porque por una tradición impuesta por el propio Freud es “inadmisible- nos dice en la introducción del libro que escribió con Bullit- publicar los resultados de tales estudios (psicoanalíticos) exponiéndolos a la curiosidad publica mientras vive el individuo en cuestión”. En esta misma introducción, Freud recrea el tema de lo normal y lo patológico y, aunque acepta la diferencia en la práctica en la teoría nos recuerda que el psicoanálisis no acepta esa diferencia. En cualquier caso, la diferencia entre lo normal y lo patológico es desdibujada en aras de mantener la pureza de las concepciones psicoanalíticas. Estos dos aspectos, no poder hablar de los vivos y no poder diferenciar entre lo normal y lo patológico, privan al psicoanálisis de sus posibilidades políticas. Cómo podría el psicoanalista decir, o al menos susurrar, que tal personaje deja mucho que desear en cuanto a su equilibrio psíquico o, al menos, que tiene tales características. Me refiero que así solo podremos seguir hablando de Moisés y nunca de G. Busch.
Yo no me atrevería a arriesgar ninguna motivación, ni consciente ni inconsciente en la elección del tema por parte de Fanny Schutt (a lo mejor tenemos suerte y luego nos lo cuenta) pero si me atrevería a arriesgar algún supuesto sobre la oportunidad del libro y la oportunidad del tema. Quiero decir que cuando un libro sale a la calle las motivaciones de su autor, autora, tienen un discreto interés- salvo en el caso del libro de Freud-Bullit, como estamos viendo. En cualquier caso el libro, como sujeto independiente nos permite una relación al margen de dichas motivaciones. El libro viene a recordarnos y a profundizar en ese sector del psicoanálisis, el del psicoanálisis aplicado que tiene en la obra de Freud, Psicoanalisis de las masas y analisis del yo, un núcleo central sobre el tema que desarrolla la autora. Creo pues que la oportunidad del libro tiene que ver con la necesidad de volver la vista hacia un aspecto del psicoanalisis que se olvida. Podemos señalar, como en la introducción del libro se nos recuerda, como el propio Freud refiere en su biografia que volvió a interesarse por los aspectos culturales y sociales que le habían interesado en su juventud. Creo que como psicoanalistas volvemos, como Freud, al campo de lo social y la cultura donde indudablemente se encuentran las vicisitudes de la realidad mental.
Y la oportunidad de un tema, la fascinación del líder. Hoy, aparentemente parece que estamos en un momento histórico en que los acontecimientos mundiales no están encarnados en líderes. Parecería que los grandes conductores de la humanidad han desaparecido. Ya no tenemos mas que a un moribundo Fidel, pues al ya muerto Pinochet, su mediocridad no nos permite contabilizarle como formando parte de la nómina de los grades líderes. Podríamos pensar que la evolución histórica deja atrás definitivamente que los ideales puedan encarnarse en hombres y sí en instituciones, el estado, en religiones-ideologias etc.
En cualquier caso, como no seguir pensando en esos ideales que continúan siendo las únicas fuerzas con que cuenta el hombre para oponerse a esas fuerzas destructivas siempre acechantes. Ideales que en la desmesura se convierten, tanto encarnados en los lideres, como en las instituciones, o en las ideologías en portadores de esas fuerzas destructivas contra las que presumiblemente deberían luchar. Así pues, la formación y transmisión de los ideales es el centro de una preocupación que la autora recrea en la obra freudiana y que encuentra en el libro sobre Wilson un aporte nuevo, me refiero al ideal del su
peryo. Este concepto viene a complejizar aun más el modelo psicoanalitico y mereceria por si mismo un espacio que espero que tengamos.
Pero, como se suele decir, la realidad es tozuda y el Presidente Wilson se nos aparece en el esplendor de toda su psicopatológica. ¿Nos encontramos en el campo de las psicosis sin delirio, o nos encontramos en el campo de las perversiones sin actuaciones al respecto? Diagnostico diferencial, como se dice en medicina, al que podríamos enfrentarnos. En primer lugar la psicosis de Wilson plantea, desde la fenomenología, una dificultad añadida dada la tradición a una retórica bíblica que encontramos en los discursos presidenciales. La lucha del mal, todo esa palabrería mesiánica nos dificulta sobremanera para poder realizar un diagnostico diferencial en los presidentes americanos, entre las psicosis o si realmente fueron visitados por el angel del Señor como parece que le ocurrio a San Juan en la isla de Patmos.
La autora recorre todos los referentes psicopatologicos de Wilson para llegar a apostar por una clínica que se explica mejor desde la renegación que desde la forclusion, aunque ni siquiera con la ayuda de Zizec resulte comodo el lugar en que se coloque a Wilson.
Un padre, cercano al de Schreber, que condicionó un sometimiento que, como nos cuenta F S está en la base del fracaso que W consiguió al enfrentarse con personajes como Clemanceau. En el relato que nos cuenta FS nos encontramos con Un W que como Schreber ante la corte de Dresde, se encuentra con una realidad, que le devuelve lo forcluido en su dia. No aparece una psicosis, como tampoco aparece en Joyce, aun cuando la evidencia deliroide – quería emular a Cristo como salvador, nos dice f- es más que evidente.
Y lo que si es más que evidente, y con esto termino son las palabras finales del libro de F. S.”que del estudio de W con todas sus imperfecciones puede ser rescatada una contribución freudiana al reconocimiento de las motivaciones inconscientes, la dimensión subjetiva, que permita no limitar a lo racional las investigaciones respecto a los acontecimientos cruciales del siglo XX y a los personajes que los protagonizaron. Aportar ademas una mirada que sin caer en el reduccionismo psicologico y sin perder de vista el contexto historico, contribuya al conocimiento de los procesos politicos y sociales.” (Pág. 129)