Patologías del nacionalismo

Revista del CPM número 29

Por Patricio Hernández

DE LA ILUSIÓN DEL DESTINO A LA ANGUSTIA DE LA INCOMPLETUD. PATOLOGÍAS DEL NACIONALISMO EN LA ERA GLOBAL

 

Patricio Hernández Pérez.


“Si el genealogista se toma la molestia de escuchar la historia más bien que de añadir fe a la metafísica, ¿qué descubre? Que detrás de las cosas hay “otra cosa bien distinta”: no su secreto esencial y sin fecha, sino el secreto de que no tiene esencia, o de que su esencia fue construida pieza a pieza a partir de figuras extrañas a ella.”

Michel Foucault, “Nietzsche, la genealogía, la historia”

«Ellos» siempre son demasiados. «Ellos» son los tipos de los que debería haber menos o, mejor aún, absolutamente ninguno. Y nosotros nunca somos suficientes. «Nosotros» somos la gente que debería abundar más


Zygmunt Bauman, «Vidas desperdiciadas»

“el ¨nacionalismo¨ es la patología de la historia moderna del desarrollo, tan inevitable como la ¨neurosis¨en el individuo, con la misma anbigüedad esencial que ésta, una capacidad semejante intrínseca de llevar a la demencia, arraigada en los dilemas de la impotencia que afectan a la mayor parte del mundo (el equivalente del infantilismo para las sociedades), y en gran medida incurable”

Torn Nairn, “The Break-up of Britain” (Citado por Benedic Anderson en “Comunidades Imaginadas”)


Comenzar por las preguntas


El antropólogo irlandés Benedic Anderson se pregunta al comienzo de su ensayo clásico “Comunidades imaginadas” (1993), tras constatar la fuerza poderosa de la fraternidad, del compañerismo profundo de esas “comunidades imaginadas” que son las naciones, qué ha permitido durante los últimos dos siglos que millones de personas maten y , sobre todo estén dispuestas a morir por ellas, lo que nos pondría frente al problema central planteado por el nacionalismo: “¿qué hace que las imágenes contrahechas de la historia reciente generen tan colosales sacrificios?”
.


Por su parte en ensayista indio Arjún Appadurai en su trabajo “El rechazo de las minorías. Ensayo sobre la geografía de la furia” (2007) se hace esta otra pregunta: por qué en la época de los mercados abiertos, la libre circulación de capitales financieros, y la expansión de los derechos humanos y las ideas liberales se han producido tantos casos de violencia política extrema, de violencia étnica contra poblaciones civiles.


Las respuestas a estas u otras preguntas parecidas que podemos hacernos y que tiene que ver con el lado oscuro del nacionalismo son complejas y probablemente insuficientes y tenemos que aceptar humildemente una cierta castración sobre la posibilidad de explicarlas plenamente, pero en los últimos años -y aun sin que exista un consenso general- se han dado múltiples respuestas que pueden ayudarnos a comprender estos trascendentales fenómenos de la historia humana reciente
y quizá ayudarnos a pensar y anticipar el futuro para que no sea el peor entre los posibles.


De lo que caben pocas dudas es de que, como dice Anthony D. Smith, otro de sus principales estudiosos, la forma en que el omnipresente nacionalismo se proyecta sobre millones de personas de todos los continentes, atestigua “su capacidad de inspirar y hacerse oír entre el “pueblo” de un modo que sólo las religiones han conseguido”.


Bastaría con mirar a la más reciente  historia contemporánea:  lo que vemos es que ni siquiera los holocaustos de las dos guerras mundiales, que se hicieron en gran medida en su nombre,  han disminuido esta pujanza del nacionalismo. Después de la segunda guerra mundial vinieron los vastos procesos descolonizadores que respondían a los principios de legitimidad nacional y soberanía popular que Occidente había proclamado; luego recomenzó el “renacer étnico” de las sociedades industriales que aún continúa (Quebec, Flandes, Escocia, Gales, Córcega, Bretaña, Cataluña y Euskadi…); después  llegaría el final de la Unión Soviética y su imperio con la aparición de los estados bálticos, Ucrania, el Caucaso y Asia Central, e inmediatamente se reforzaron los naciones de la Europa Oriental; también tenemos la persistencia de los nacionalismos territoriales en los nuevos estados de Africa y Asia (tamiles, kurdos, palestinos, eritreos, saharahuis, sudaneses del sur), y la proliferación de nacionalismos étnicos. Sólo en Europa y en este año tenemos al nacionalismo presente en la guerra de Ucrania, en el reciente referéndum por la independencia de Escocia o en el conflicto soberanista en Cataluña. Una Europa en la que, desde 1989 han nacido o renacido 14 nuevos estados independientes con 17.000 kms. de nuevas fronteras. No parece que el nacionalismo viva un mal momento en el mundo.


Y sin embargo el desaparecido gran historiador británico Eric Hobsbawm sostiene que estamos ante un serio declive de la idea nacionalista, que este aluvión enmascara el auténtico “movimiento de la historia” que lo pondrán en una posición subordinada y secundaria respecto a las unidades más amplias de asociación humana hacia las que vamos. No es una opinión, sin embargo, que compartan otros estudiosos del nacionalismo.


Claro que tendríamos que precisar de qué nacionalismo hablamos.  Nacionalismo es un término polisémico del que encontramos usos muy distintos (al menos cinco para Anthony Smith: como proceso de formación de naciones, como sentimiento de pertenencia, como lenguaje y símbolo de la nación, como movimiento político y social, y como ideología o doctrina)

.


O, como señala el antropólogo Manuel Delgado, no se puede hablar globalmente de los nacionalismos por las problemáticas muy diversas que incluye. El nacionalismo es algo plural y ambivalente. No es una doctrina acabada sino más bien una energía que alimenta todo tipo de proyectos colectivos que pueden ser antagónicos o contradictorios, pudiendo servir para oprimir o para liberar, como justificante para la agresión o para defenderse de ella. Hay que entenderlo como una doctrina básica que ofrece un marco amplio y abstracto que puede llenarse con otros conceptos secundarios y nociones específicas para cada tipo de comunidad nacional. Trasciende pues un sistema de creencias para hacerse una forma o tipo de cultura (como artefactos culturales son las naciones que construyen los nacionalistas) y, por su énfasis en lo sagrado y lo espiritual, una especie de sustituto o pariente de la religión, y esto es lo que lo diferencia de otras ideologías políticas y lo hace en cierto modo inmune a las críticas.


Mi interés en esta intervención está centrado en analizar en qué medida el actual proceso de globalización afecta al fenómeno nacionalista, en la creencia además de que, como afirma el ya citado Arjun Appdurai “la globalización podría poner al descubierto patologías severas en las ideologías consagradas a lo nacional”. Trataré entonces de describir algunos conceptos y algunas figuras que desde autores y ópticas diferentes nos pueden ayudar a entender algo de lo que está ocurriendo.


Globalización y nacionalismo


La globalización está suponiendo, por decirlo sumariamente pero en los términos conceptualmente densos del filósofo Daniel Bensaid, un “desajuste del mundo” traducido en un “gigantesco proceso de desterritorialización/reterritorialización, en una reordenación de los espacios y de las escalas, en una redefinición del dentro y del afuera, en una superposición de los conjuntos, en una nueva disposición de las vecindades y de las intimidades” e incluso en una “guerra de pertenencias”. Una crisis del paradigma de la modernidad y la desbandada de su cortejo conceptual (soberanía, nación, pueblo, frontera, representación).


Esta globalización que en realidad es una “mundialización mercantil, abstracta y desigual” que comporta la reconfiguración de los espacios políticos, la movilidad de fronteras, la confusión creciente entre lo público y lo privado o la desintegración social, está sometiendo a una dura prueba las referencias (familias, naciones, clases) sobre la que se construyó la modernidad capitalista, lo que provoca “una gran quiebra de las pertenencias protectoras y de las identidades tranquilizadoras”, que a su vez alimentan -dirá- “los pánicos identitarios, la neurosis de las diferencias, el enganche con lo local, la retórica de la proximidad, la angustia del enraizamiento”.


Ese “decaimiento de las pertenecias nacionales tiene su contrapartida en una reivindicación de las pertenencias étnicas, comunitarias o religiosas”, en repliegues y cerramientos comunitarios, que también puede ser autoritarios. “Estaríamos en una transición del “ya no” al “todavía no”, cargada por igual de promesas y de peligros”


Zygmunt Bauman ha subrayado la particular trascendencia de uno de esos cambios, que es la renuncia del Estado a cumplir el rol principal (y hasta monopólico) de proveedor de certeza y seguridad a sus ciudadanos. Así, nos hablará de la “profana trinidad” constituida por la incertudumbre, la inseguridad y la desprotección, cada una de las cuales genera una angustia aguda y dolorosa al ignorar su procedencia.


Bauman plantea (“Comunidad. En busca de seguridad en un mundo hostil”, 2003) que la “globalización” significa que la red de dependencias tiene cada vez más alcance mundial pero que no tiene correlato en una extensión similar de las instituciones de control político o de algo que podemos llamar una cultura auténticamente global. El poder y la política están crecientemente divorciados y esto provoca un desarrollo desigual de la economía, la política y la cultura, antes coordinadas en el marco de los estados-nación.


El poder, encarnado por la circulación mundial de capitales e información, es ahora extraterritorial, mientras que las instituciones políticas siguen siendo locales. Esto socava el estado-nación, que ya no cuenta con recursos para hacer una política social independiente y se ve forzado coactivamente a seguir la vía de la desregulación, esto es, ceder el control de los procesos económicos y culturales al mercado, a esas fuerzas esencialmente extraterritoriales.


Al abandonar su función de regulación normativa que era su marca, el estado ya no preside los procesos de integración social y gestión del sistema, que quedan en manos de fuerzas que no controla. Pues en sus manos, como única función exclusiva, queda el control policial del territorio. El estado pierde soberanía y se enfrenta al vacío institucional. Esto afecta a la producción discursiva del sentimiento patriótico. Como este relato pierde verosimilitud aumenta las demandas de “historias de identidad” (el relato de dónde venimos, qué somos ahora y adónde vamos), convertidas en una urgente necesidad para restablecer la confianza. Se evaporan las antiguas certidumbres y lealtades y la gente busca nuevas pertenencias, que ya no pueden ser las antiguas historias de pertenencia natural.


Estas nuevas identidades son frágiles e inseguras, son elegidas y voluntaristas.


Bauman dice que hay dos grandes clases de individuos y que esto les afecta de diferente manera: las personas con recursos y confianza en sí mismos, que tienen capacidad de elegir y aun corregir sus elecciones de identidad. Y los que no las tienen y carecen de libertad de elección, que para ellos siempre fue ilusoria. Hay un refugio en la comunidad imaginada de estos individuos huérfanos del estado-nación, por lo general con un resultado ideológico conservador (“vuelta a las raíces”) y exclusivista (“ellos” son una amenaza).

 A todos se nos exige, como dijera Ulrich Beck, “buscar soluciones biográficas a contradicciones sistémicas”, pero sólo una pequeña minoría de la nueva élite extraterritorial lo consigue. El resto busca con la certeza del fracaso, por lo que está deseando que alguien le prometa que le exonerará de la obligación de esta búsqueda.


Hay una contradicción también entre la libre circulación de capital y de inversiones financieras y las migraciones de las personas en busca de trabajo. Los gobiernos locales hacen electoralismo endureciendo las leyes contra la inmigración y el asilo, al tiempo que animan a sus ciudadanos a salir en busca de la prosperidad económica. Esto produce diásporas de los nacionales y crea “minorías étnicas” de los inmigrados. La proximidad de “extraños étnicos” desencadena a su vez instintos étnicos en los locales, y estrategias de separación y reclusión en guetos.


Hay poderosas fuerzas interesadas en perpetuar esta tendencia. Los poderes practican la vieja política del “divide et impera” que busca impedir la agregación y condensación de los agravios y de los descontentos, intentando evitar que las angustias e iras confluyan, procurando que las diferentes opresiones se sufran independientemente, e incluso que se consuman sus energías en enfrentamientos intercomunitarios (étnicos o religiosos) contra sus vecinos de al lado, parecidamente impotentes, y que deje al estado el papel de juez imparcial o intermediador. “Cuando los pobres luchan contra los pobres los ricos tienen los mejores motivos para alegrarse”.


Bauman niega que la ausencia de organismos políticos con el mismo alcance de los poderes económicos se deba a un atraso en su desarrollo por falta de tiempo para combinarse en un nuevo sistema global de equilibrio entre poderes democráticamente controlado. Lo que cree es que este tipo de “pulverización del espacio público y su saturación con disensiones intercomunales es precisamente el tipo de superestructura (¿o ahora deberíamos llamarla “infraestructura”?) que requiere en estos momentos la nueva jerarquía de poder”
. Finalmente dirá que “el orden global  precisa mucho del desorden local para no tener nada que temer”
.


Para otro de los grandes pensadores de la globalización, Manuel Castells, “cuanto más abstracto se hace el poder de los flujos globales de capital, tecnología e información, más concretamente se afirma la experiencia compartida en el territorio, en la historia, en la lengua, en la religión y, también, en la etnia. El poder de la identidad no desaparece en la era de la información, sino que se refuerza.”


Hay una amplio consenso en que conforme nos adentramos en el siglo XXI un mundo nuevo esta surgiendo y que es un mundo postwesfalia (aludiendo al Tratado de Westfalia, en 1648 que se considera el surgimiento del Estado-nación). Appadurai utiliza la metáfora de lo vertebrado y lo celular para explicar este cambio: el sistema vertebral describe a los Estados-nación, una jerarquía que funciona gracias a “un vasto y creciente cuerpo de protocolos, instituciones, tratados y acuerdos” (tratados militares, diplomacia, alianzas económicas, instituciones internacionales, etc.) ; el sistema celular tiene que ver con los flujos de dinero, armas, información y gente que sortean los controles de las soberanías tradicionales, en gran parte debido a las nuevas lógicas de intercambio creadas por y para permitir la globalización. Estos dos sistemas coexisten en tensión.

El mundo celular en emergencia tiene dos caras: una cara oscura (el terrorismo, pero también el capitalismo desregulado) que ataca el marco moral del estado nación en tanto estructura y sistema global; y otra cara: la de los movimientos progresistas más interesantes de la sociedad global, movimientos de globalización de las bases, su cara utópica: redes de activistas preocupados por la pobreza, los derechos humanos, o de los indígenas, las ayudas de emergencia, la justicia ecológica, la igualdad de género, que forman redes no estatales y grupos de interés por encima de la fronteras nacionales.


Los estados nacionales y el sistema que forman está en crisis y transformació
n en todas partes, después de un periodo largo desde su formación que tuvo como marco la doble revolución de la sociedad burguesa en la Europa occidental (la liberal-burguesa y la industrial). Su historia coincide con la de esta sociedad  y apenas dura por tanto unos 250 años. En su fase crítica actual muestra situaciones y fenómenos nuevos e inquietantes que podemos considerar patologías del nacionalismo -en su sentido más amplio- en la nueva era global, a algunas de las cuales voy a referirme a continuación.


Chauvinismo del bienestar y guerras climáticas


Estamos viendo como la creciente inseguridad social y fragmentación de la sociedad como fruto de la ofensiva neoliberal ahora en las metrópolis, son un caldo de cultivo para movimientos de extrema derecha, nacionalistas y racistas. Está surgiendo un nuevo nacionalismo que podemos llamar chauvinismo de bienestar. Éste legitima repeler, en última instancia mediante la fuerza militar, a los flujos de inmigrantes irregulares o refugiados que presionan sus fronteras como una “fortaleza asediada”, mientras que de otra busca expulsar por la vía de la exclusión a estos mismos sectores que ya están en su interior, al tiempo que justifica intervenciones militares en todas partes del mundo a fin de asegurar intereses económicos y militares.


Como ha señalado el sociólogo y psicólogo social Harald Welzer (“Guerras climáticas”, 2010) lo que hay ahora es un giro muy particular de la historia, son conflictos calientes por el espacio y los recursos, que en las próximas décadas influirán de un modo decisivo en la forma que adopten las sociedades occidentales.

 

Welzer subraya la importancia de las consecuencias sociales del cambio climático que afectarán sobre todo a las sociedades menos preparadas  para afrontarlo. Prevé que a lo largo del siglo XXI la inmigración global aumentará de manera drástica, y aquellas sociedades en las cuales la presión migratoria se siente como una amenaza “se verán inducidas a hallar soluciones radicales al problema”


“Cuando se propaguen y se vuelvan tangibles las consecuencias del cambio climático, aumenten la miseria, las migraciones y la violencia, se incrementará la presión para solucionar el problema y se acotará el espacio mental. La posibilidad de hallar estrategias de solución irracionales y contraproductivas irá en aumento, y esto se aplica sobre todo a la problemática de la violencia, que con el cambio climático se agudizará. De acuerdo con toda la experiencia histórica existe una alta probabilidad de que las personas catalogadas como superfluas, que parecen amenazar las necesidades de bienestar y seguridad de las ya establecidas perezcan en gran número, ya debido a la falta de agua y escasez de la alimentación, por guerras en la frontera o también por guerras civiles y conflictos entre países generados por la transformación de las condiciones climáticas. Y ésta no es una afirmación normativa; simplemente se corresponde con lo que uno puede haber aprendido de las soluciones halladas en el siglo XX a lo que se  sentía como problema”


La previsión de este incremento del repliegue autoritario y violento de las sociedades más desarrolladas conforme aumente la presión de las migraciones masivas de aquellos que buscan su supervivencia viene acompañado frecuentemente con la retórica nacionalista.


Este fenómeno está ocurriendo ya tanto en el exterior como en el interior de nuestras sociedades: en lo que va de año más de 3.000 inmigrantes se han dejado la vida en el Mediterráneo, convirtiendo a Europa, según la Organización Internacional de Migraciones, en el destino más peligroso del mundo para la migración irregular. La otra cara del mismo problema la encontramos en la reciente denuncia en España de sesenta organizaciones y plataformas sociales de que en los dos últimos años cerca de 900.000 personas, la mayoría inmigrantes y de colectivos muy vulnera
bles, han perdido el derecho a la asistencia sanitaria en nuestro país.


Enfoque singularista de la identidad humana e “ilusión del destino”


El premio nobel Amartya Sen (“Identidad y violencia”, 2007) ha advertido contra el enfoque singularista de la identidad humana que subyace a la división de la población mundial por civilizaciones o religiones, que es una forma de reduccionismo de nuestras inevitables identidades plurales. Se trata de cultivar el sentimiento de que tenemos una identidad supuestamente única, inevitable, exigente, con frecuencia beligerante y favorecedora de la violencia. “La imposición de una identidad supuestamente única es a menudo -dirá Sen- un componente básico del “arte marcial” de fomentar el comportamiento sectario”. Esto tiene como efecto un “terrible empequeñecimiento de los individuos”. Para Sen la esperanza de que reine la armonía en el mundo actual reside, en gran medida, en una mayor comprensión de las pluralidades de la identidad humana.


Rechaza en consecuencia la perspectiva de promover las buenas relaciones a través de la “amistad entre civilizaciones” o los “diálogos ente los grupos religiosos”, así como cualquier clasificación unificadora en términos de religión, comunidad, nación o civilización. Un enfoque “civilizacional” que representa una importante barrera intelectual para la comprensión de los procesos y dinámicas que incitan a la violencia contemporánea. Estas divisiones sofocan formas más ricas de considerar a las personas y “fija los cimientos para malinterpretar a casi todas las personas del mundo, incluso antes de oír los sones de los tambores que anticipan un choque entre civilizaciones”


Es una debilidad conceptual que no sólo va contra nuestra humanidad compartida, sino que también debilita las diversas identidades que todos tenemos, “que no nos enfrentan a los demás a lo largo de una rígida línea de segregación” , además de ignorar las diversidades en el interior de cada civilización y  pasar por alto las grandes interrelaciones entre las distintas civilizaciones. Pone el ejemplo de su país, la India, que quienes clasifican a las civilizaciones han catalogado como “civilización hindú”, prestando poca atención al hecho de que en la India hay aproximadamente 145 millones de musulmanes (además de sijs, jainistas, cristianos y parsis indios, entre otros), y también descuida las amplias interrelaciones entre las personas del país que no actúan bajo el amparo de la religión (actividades de índole política, social, económica, comercial, artística o musical, entre otras).


Relacionada con este enfoque de la filiación singular habla Sen de la “ilusión del destino”, que se deriva de ella y alimenta la violencia del mundo. Es un tema clásico del nacionalismo, que ve en la nación una comunidad en la que la historia exige y produce un destino predeterminado, un rumbo y una meta únicos. Como dice Benedic Anderson, “la magia del nacionalismo es la conversión del azar en destino”.


Se pregunta Sen por qué el cultivo de la singularidad resulta tan exitoso siendo tan extraordinariamente ingenuo en un mundo de filiaciones obviamente plurales.


Identidades reactivas y mentalidad expiatoria


Esta misma idea la encontramos en Amin Maalouf  (“Identidades asesinas”, 1999) que habla de identidades complejas formadas por múltiples pertenencias, articuladas en determinadas jerarquías que no son inmutables. “La gente suele tender a reconocerse en la pertenencia que es más atacada. Esa pertenencia invade entonces la identidad entera”.


Pero en la época de la globalización es necesaria una nueva concepción de la identidad que permita asumir las múltiples pertenencias porque si los individuos “se sienten obligados a elegir entre negarse a sí mismos y negar a los otros, estaremos formando legiones de locos sanguinarios, legiones de seres extraviados”.


Las identidades únicas acaban siendo identidades reactivas. Personas que tienden a verse como “los Otros”, por ejemplo en muchos países respecto de Occidente, lo que dificulta su propia autocomprensión y pueden acabar adoptando formas violentas de enfrentamiento. Como dice A. Sen, “la descolonización de la mente exige un alejamiento firme de la tentación por las identidades y prioridades únicas”.


Por otra parte, las comunidades humanas que se sienten humilladas o amenazadas tienden a producir personas fanatizadas que creen que están en su derecho de reaccionar con violencia. Si la creencia en esa amenaza es extrema la reacción también puede serlo. Como señalara Norbert Elías, las comunidad humanas de supervivencia también son siempre comunidades de exterminio.


Pero es que además funciona un perverso mecanismo mental que hace que “a los que han sufrido la arrogancia colonial, el racismo, la xenofobia, les perdonamos los excesos de su propia arrogancia nacionalista, de su propio racismo y de su propia xenofobia, y precisamente por eso nos olvidamos de la suerte de sus víctimas, al menos hasta que corren ríos de sangre.” (A. Maalouf)


Estamos aquí ante lo que Sánchez Ferlosio ha llamado la “mentalidad expiatoria”: “esta inveterada obstinación de que, de un lado, los bienes tengan que surgir del sacrificio, y, de otro, que los sacrificios sean necesariamente por sí mismos generadores de valor, de valor adquisitivo para comprar los bienes, o de valor en el sentido de crédito moral o de la semilla que germinará (‘sangre fecunda’)», una relación de intercambio contable en la que los agravios o los sacrificios constituyen un tráfico moral que nos permite facturar a otros por ellos sin culpa.


Identidades predatorias y angustia de lo incompleto


“Identidad predatoria” es un concepto del ensayista indio Arjun Appadurai que define como “aquellas identidades cuya construcción social y movilización requiere la extinción de otras categorías sociales próximas, definidas como amenaza para la existencia misma de determinado grupo definido de “nosotros”.


Es una respuesta a la incertidumbre en la vida social a través de la violencia que puede “crear una forma macabra de certeza”. La violencia, dirá, es productiva en el plano social: “el genocidio, después de todo, es un ejercicio que construye sentimientos de comunidad”.


Appadurai afirma que las categorías de mayorías y minorías son un producto del mundo moderno de estadísticas, censos, mapas y otras herramientas  creadas por el desarrollo de los estados a partir del siglo XVII. En tanto que abstracciones, las mayorías puede ser inducida a pensar que están en peligro de convertirse en minoría cultural o numéricamente y que, de forma inversa, las minorías pueden devenir mayorías, ya sea por su reproducción acelerada o por medios jurídicos o políticos. Hay pues una reciprocidad interna entre ambas categorías conectadas por el temor.

Las minorías, como “portadoras de recuerdos no deseados relativos a actos de violencia que dieron lugar a los estados actuales”,  funcionan como verdaderos chivos expiatorios sobre los que se vuelca la ansiedad colectiva que muchas sociedades sufren cuando ven que sus estados quedan en una situación subordinada y dependiente en un mundo globalizado “de unos pocos megaestados, de flujos económicos ingobernables y de soberanías en peligro”. El temor a lo global se encarna en el cuerpo de la minoría. Así se puede decir que “no son las minorías las que generan violencia, sino la violencia la que necesita de las minorías”.


En el par mayoría-minoría, suele ser la mayoría que se siente amenazada la que da el paso para transformar su identidad de benigna en predatoria. “La globalización, puesto que es una fuerza sin rostro, no puede ser objeto de etnocidio, pero las minorías si.” Es esta globalización la que intensifica las posibilidades de esta transformación volátil de varias maneras (migraciones globales, flujo de imágenes del yo y del otro que crean un archivo de hibridaciones que desfiguran la identidad, manipulación por el Estado de censos y estadísticas, difusión global de de debates liberal-occidentales sobre mayorías y minorías, o la facilidad para que grandes fondos económicos se mueven por canales legales o ilegales, etc.) “creando las condiciones para cruzar la línea que separa la angustia mayoritaria de la depresión a gran escala e incluso del genocidio”


Las identidades predatorias suelen estar asociadas al principio de singularidad étnica, de modo que una minoría, real o inventada, y por pequeña que sea, es considerada un intolerable déficit de pureza del todo nacional. Porque como apostilla el antropólogo Manuel Delgado, todas las sociedades pretenden mantener a raya a su principal enemigo que no es el desorden sino la ambigüedad.

Appadurai llama “angustia de lo incompleto” a la “pequeña distancia entre el estatus de mayoría y la pureza étnica nacional completa o total”, y precisa que puede estar en el origen de la ira extrema contra “otros” étnicos seleccionados como objetivo.
 
Cuando las identidades mayoritarias movilizan exitosamente esta angustia de lo incompleto, se convierten en predatorias. Incompleto no se refiere aquí al control efectivo o la soberanía práctica sino que tiene que ver con la pureza y su relación con la identidad.


Concluye estableciendo la “aterradora simetría” entre este “temor a los números pequeños”, que identifica con la “paradójica debilidad de la democracia en la era de la globalización”, con el “poder de los números pequeños”, que es la característica que define a los terroristas.


El propio Appadurai reconoce que su concepto de “angustia de lo incompleto” es un intento de extender la idea de Freud sobre “el narcisismo de las diferencias menores” a las formas de violencia complejas y de gran escala relacionando las heridas narcisistas sobre la identidad grupal con la formación de esa identidades predatorias de las que habla.


El concepto freudiano ya había sido utilizado explícitamente unos años antes por el canadiense Michel Ignatief (“El honor del guerrero: guerra étnica y conciencia moderna”, 2004) para dar cuenta de las luchas étnicas de los primeros noventa en los Balcanes.


Hay una idea más que considero interesante de este autor y que es lo que llama “ideocidio” o “civicidio”, y que es una proyección hacia fuera de lo que la política etnocida o genocida hace hacia dentro: un fenómeno extendido de rechazo y hostilidad hacia pueblos, países y modos de vida enteros, a los que se considera perniciosos y fuera del círculo de la humanidad. Es la globalización del chivo expiatorio. La lógica referencia y antecedente la tendriamos en Hitler y los nazis respecto de los judíos. De forma que no se repudian regímenes sino a poblaciones enteras. Aquí se pueden incluir la batalla entre sunníes y chiíes dentro del islam o el odio a Estados Unidos en muchos países.


A modo de conclusión


Para terminar quisiera decir que a mi juicio hay que rechazar la idea de que el nacionalismo va a ser superado, que va a desaparecer. Nada parece señalar en esa dirección como hemos visto. La globalización, lejos de provocar su desaparición, podría reforzarlo. No tenemos hoy nada con lo que sustituir el papel que juega en las colectividades humanas y en la búsqueda de identidades colectivas. Lamentablemente ni el cosmopolitismo ni el internacionalismo pueden hoy ser consideradas una alternativa. Pero también hay que saber que el nacionalismo puede agudizar problemas que plantea la globalización, de desarrollos asimétricos, de frustraciones nacionales, de profundas desigualdes, e incluso de formas violentas de conflicto, como no dejamos de ver.


Esa ambivalencia la encontraremos tanto en su utilización para resistir a algunos aspectos de la globalización neoliberal (por ejemplo ocurre ahora en buena parte de latinoamérica) como para hacerla progresar (dividiendo países y reduciendo con ello su capacidad soberana de resistir a los imperativos de las élites transnacionales que la gobiernan).


La globalización tiene hoy sus vencedores y sus perdedores. Los primeros se resistirán a perder sus privilegios, y usarán para ello argumentos sacados del arsenal nacionalista. Y también tenemos que aceptar que aún no existe una sociedad global capaz de presionar para que cambien las cosas.


Quizás una buena idea es no enfrentar los problemas que puede producir el nacionalismo como si se tratara de un combate ideológico, que no tendría salida, sino como un problema político, y buscarle una solución política. El caso catalán entre nosotros sería un buen ejemplo.


Quizás tiene sentido abrir debates como el que plantea Daniel Bensaid, que propone desacoplar nacionalidad y ciudadanía. Habla de una “segunda secularización”. Si la primera relegó la fe al dominio privado, se trataría ahora de relegar (“privatizar”) también la nacionalidad. Dar a la ciudadanía una definición estrictamente cívica y social: derechos y deberes allí donde se vive y trabaja.


Al tiempo hay que confiar en que avance la globalización de las bases para que permita avanzar también una conciencia de especie y un reconocimiento de que estamos como tal enfrentados al mayor problema que hemos conocido en 40.000 años, y que es desbordar los límites del único planeta que tenemos para todos, y que esto va a agudizar en poco tiempo otros muchos problemas que tenemos los humanos. No hay un “afuera” que nos proporcione ilimitadamente recursos, y habrá que repartir los que tenemos con equidad y racionalidad, pensando en las generaciones futuras o aceptar que vamos, por un camino lleno de violencia, hacia el colapso. Estamos pues obligados -y no queda mucho tiempo- al “giro climático” y a un nuevo modelo de sostenibilidad de nuestras sociedades. Harald Welzer plantea que la manara de abordar este problema es considerarlo un problema cultural, de las culturas humanas amenazadas, lo que permite una mirada diferente .


El año pasado un grupo internacional de notable intelectuales y pensadores firmaron y difundieron un llamamiento conjunto por una democracia global (“Manifiesto por una democracia global”) que reclamaba de los líderes mundiales la construcción de un nuevo orden mundial democrático, que se dotara de los instrumentos institucionales para una democracia global. Globalizar la democracia para democratizar la globalización. Este horizonte, aunque quizás idealista en el mundo actual, es irrenunciable y tiene que extenderse como reclamación por todas partes.


Madrid, 18 de ocrubre de 2014.


BIBLIOGRAFÍA


-Anderson, Benedic. “Comunidades Imaginadas. Reflexiones sobre el el origen y la difusión del nacionalismo”, Fondo de Cultura Económico, Mexico, 1993.

-Appadurai, Arjun. “El rechazo de las minorías. Ensayo sobre la geografía de la furia”, Tusquets Editores, Barcelona, 2007.

-Bensaid, Daniel:

  • “El extranjero, tan lejano, tan próximo”, ibidem, miércoles 26 de febrero de 2014:

http://www.vientosur.info/spip.php?page=imprimir_articulo&id_article=8791

-Bauman, Zygmun. “Comunidad. En busca de seguridad en un mundo hostil”, Siglo XXI, Madrid, 2003.

-Maalouf, Amin. “Identidades asesinas”, Alianza Editorial, Madrid, 1999.

-Sen, Amartya. “Identidad y violencia: la ilusión del destino”, Katz Editores, Madrid, 2007

Welzer, Harald. “Guerras climáticas. Por qué mataremos (y nos matarán) en el siglo XXI”, Katz Editores, Madrid, 2010.