¿Qué será ese factor PSI que nos convoca a expresar nuestras reflexiones? Nadie puede saberlo. Pues toda idea, por muy ligada que esté al genio de su creador, se independiza del él en el mismo momento de su alumbramiento. Termina entonces de constituirse por quienes la usan legítima o clandestinamente, la relegan a la indiferencia o la desechan. O, más precisamente, por los efectos que produce. El factor PSI no es, no puede ser. Ontologizarlo sería restarle su fuerza intensiva. Como dirían Deleuze y Guattari (2010), funciona como una potencia en devenir: flujo; línea de fuga que escapa a toda codificación; máquina de guerra abstracta; agenciamiento colectivo; multiplicidad molecular. Y más vale que dicho funcionamiento, en pos de enriquecerlo, lo aleje cada vez más de su pretensión original. Devendrá entonces factor SIP, factor IPS, quizá factor PIS. En el mejor de los casos, suprimirá su condición factorial, que tiende a territorializarlo anulando su virtualidad operativa.
Esta introducción viene al caso de un problema que concierne a la práctica de los psicoanálisis, y que es preciso contextualizar. El llamado giro lingüístico convulsionó el mundo intelectual del siglo XX. El lenguaje dejó de ser un instrumento para describir y representar la realidad pasando a constituirla, ya que dicha realidad está determinada por la subjetividad de su observador. La ciencia se adscribió a esta nueva perspectiva mediante el auge de disciplinas como la semiótica, el análisis del discurso, la cibernética o la antropología estructural, que priorizaron los aspectos lógicos y gramaticales del lenguaje. Asimismo, la filosofía hermenéutica, tomando el lenguaje como fundante de la experiencia humana, sustituyó la concepción clásica de la verdad por una versión narrativa: el mundo solo existe si lo interpretamos, mediante sentidos que sin embargo no dan cuenta por completo de sus fenómenos. La verdad es el acontecimiento de esa imposibilidad inherente a la existencia humana.
A caballo entre la trascendencia del lenguaje y su dimensión imposible, el psicoanálisis de Jacques Lacan abrió originales vías para pensar la subjetividad. Esta ya no corresponde al interior de la mente de nadie. Los contenidos más íntimos de una persona no son —como cabría pensar— resultado de las vivencias de su historia singular. Existen gracias a su representación mediante elementos lingüísticos. De modo que el Sujeto está atravesado por algo exterior a él —el lenguaje— que no obstante constituye su núcleo más íntimo, en una particular geometría de lo psíquico que Lacan denominó extimidad (2007, p. 171). Así, cualquier cosa o suceso de la realidad pueden ser considerados un texto. Pero cuyo autor no es el individuo que intencionadamente dota a la obra de sentido, sino el propio lenguaje; el cual, en tanto código externo, organiza las piezas y los discursos que componen el texto (Foucault, s.f.).
A nivel práctico: la función psicoanalítica no puede ser ejercida ni por el terapeuta ni por su consultante; ni siquiera por el encuentro entre sus mentes individuales, como afirma el psicoanálisis relacional (Aron, 2013). El Sujeto se realiza más allá de ambos, gracias a una operatoria que se pone en marcha por su trabajo conjunto, pero que requiere elementos y reglas de combinación ajenos (el Otro). Como Lacan señaló: “las leyes de la intersubjetividad son matemáticas” (2013, p. 444). Dada esta inevitable participación de lo simbólico, entre un analista y su paciente cualquier elemento puede ser considerado un hecho discursivo. Incluidos los conceptos y categorías que utilizamos, como el diagnóstico. Este, lejos de ser una estructura fija que hay que revelar, es diferente en cada tríada paciente-analista-Otro. La misma persona, pues, con el mismo relato, constituye un caso (o Sujeto) diferente, sobre el que es lícito que varios profesionales emitan un juicio distinto. Algo, a priori, bastante antintuitivo.
Veamos un ejemplo. Una persona que acudió por una problemática familiar, tras varias sesiones, relató un episodio acontecido en su juventud: “el inconsciente me ordenó que me tirase por una escalera”. Afortunadamente, dicho acto no tuvo consecuencias graves y nunca más se repitió una vivencia ni un comportamiento similar. Tenía la expectativa de recibir una explicación para este suceso, que seguía recordando con extrañeza. Por supuesto, la disponibilidad y la escucha analíticas facilitaron que pudiera expresar algo que nunca había contado a nadie, incluidos otros profesionales. Pero es preciso, además, establecer una hipótesis para inaugurar el caso: aquel acto sucedió en un momento en el que esta persona se sintió rechazada; ahora cobraban sentido sus repetidas alusiones al rechazo en las sesiones previas (el recibido por otros o el que esta persona sentía hacia varios familiares), dibujándose estas vivencias como un significante crucial en su discurso. No formulé una interpretación. No cambié el manejo del caso (la frecuencia de las sesiones o la toma de antidepresivo, pues se trataba de una atención psiquiátrica en el contexto público). Solo hablar del asunto le procuró un gran alivio que le permitió “pasar a otra cosa”, expresión con la que Jean Allouch definió la salud mental (1984, p. 9). Quizá otro terapeuta no habría escuchado aquel suceso en los mismos términos, ya que por lo demás el caso respondía perfectamente a una problemática neurótica. Sin embargo, mi lectura —considerando dicho episodio un fenómeno elemental y las vivencias de rechazo un ejemplo de que la proyección era una defensa esencial— suscribió su proceso como el de una persona con psicosis. Ambas opciones igual de legítimas.
Lo psicoanalítico, en consecuencia, no está tan vinculado a un determinado encuadre técnico como a una particular lectoescritura del material (Bonoris, 2022), diferente en cada encuentro y que no siempre acontece. Resulta por tanto problemático fijar su esencia en un psicoanálisis. Y también “aplicar” el psicoanálisis fuera del contexto clínico (a lo sociopolítico o al arte, por ejemplo) haciendo de nuestra disciplina una cosmovisión que siempre tiene algo que opinar. Por ello el factor PSI precisa fluidez para constituirse en la diferencia, en cada contingencia, en lo local. Escapar de interpretaciones encorsetadas y procurar cada vez una perspectiva nueva, que permita ese saludable “pasar a otra cosa”.
Referencias
Allouch, J. (1984). Letra por letra. Transcribir, traducir, transliterar. Edelp.
Aron, L. (2013). Un encuentro de mentes: Mutualidad en el psicoanálisis. Alberto Hurtado.
Bonoris, B. (2022). ¿Qué hace un psicoanalista? Sobre los problemas técnicos. Coloquio de perros.
Deleuze G, Guattari, F. (2010). Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. Pre-textos.
Foucault, M. (s.f.). ¿Qué es un autor? https://azofra.wordpress.com/wp-content/uploads/2012/11/que-es-un-autor-michel-foucault.pdf
Lacan, J. (2007). El Seminario. Libro 7. La ética del psicoanálisis. Paidós.
Lacan, J. (2013). Situación del psicoanálisis y formación del psicoanalista en 1956. En Escritos 1. Madrid: Biblioteca Nueva.
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