En relación a las temáticas de la marginalidad y la violencia, sabemos que en ella actúan componentes sociales de carácter estructurales y dinámicas individuales que singularizan cada situación.
Sin embargo esta asunción obvia ha obturado muchas veces la constatación permanente de cómo las circunstancias y consecuencias de la instalación de un modelo económico, puede generar por sí mismo las bases productivas de la violencia. Por otra parte la aproximación puramente individual muchas veces corre el riesgo, ya sea de naturalizar las condiciones de productividad de la delincuencia, o “psicologizar” y por lo tanto ignorar las condiciones materiales generadoras de subjetividad y experiencia personal. Por ello urge avanzar en poder vincular desde nuestra disciplina los nexos sociales e individuales desde donde se generan finalmente las conductas y el desarrollo de un sujeto, de tal modo de extender la escucha del material individual de un paciente, a “escuchar” también los síntomas sociales como expresión de algo que no encuentra lugar en el cuerpo social. Por ello la división entre “dinamismo sociales” y “dinamismos individuales” sólo tiene una funcionalidad analítica, pero la aproximación debe ser hecha de una manera que permita entender siempre a estos mecanismos actuando dialécticamente.
Acerca de los dinamismos sociale
La violencia social es para nuestras sociedades llamadas “en desarrollo”, uno de los malestares actuales que claramente se sitúan en el imaginario colectivo, como uno de los problemas más urgentes de solucionar.
Esta situación aparece muy ligada a una de las características fácticas del sistema económico liberal : Su tendencia a la marginalización y la exclusión de amplios sectores sociales, los cuales al
no poder participar de la “fiesta del consumo” generan profundas cargas frustradoras que son devueltas al sistema, ya sea en forma de violencia o bien como una experiencia subjetiva de vacío y abandono
Una de las características mas paradigmáticas de cualquier momento histórico particular, es el desarrollo de nuevas condiciones de producción de subjetividades. Es decir, un modo de habitar predominantemente el mundo, el cual ya esta prefigurado desde las condiciones de posibilidad de esa “habitación”. Desde este lugar, se despliegan una serie de condicionantes que van , de modo inexorable constituyendo un mundo posible donde el sujeto se construye.
Nuestra época asiste mayoritariamente ,de un modo entre resignado y escéptico a la hegemonía total de un modelo , en el cual una de sus expresiones consiste en el control central por parte de las grandes multinacionales y los agentes de los grandes centros financieros, que regulan los mecanismos de intercambio y los movimientos económicos, provocando en muchos casos, sus características crisis cíclicas.
La llamada globalización ha provocado una serie de cambios dramáticos, no sólo en la forma en que un sujeto se relaciona a partir de este realineamiento de la “direccionalidad vital”, es decir, de un modo de constituir sentido y futuro en el estado actual de cosas, sino también en propugnar un cierre definitivo de los conflictos sociales de clases , a partir de la profecía Fukuyamista del “fin de la historia”
Una de las consecuencias inherentes al modelo, es la mantención de la marginalidad y los excluidos, a pesar de los aparentes esfuerzos de la globalización por dar cuenta de uno de los ejes centrales del modelo neoliberal: globalizar para incorporar sectores cada vez mas amplios al consumo. Se suman a estos excluidos un ingente grupo de desplazados que pertenecen al cuerpo de inmigrantes , que por las reiteradas crisis de sus respectivos paises pasan a engrosar las filas de los marginados, ahora en un territorio extraño. Muchas veces esto ha significado la emergencia de sentimientos xenofóbicos, incluso de marginados a marginados, desviando la atención de la contradicción principal de intereses, proyectándola a la ilusión de una identidad nacional-territorial amenazada.
Esta marginalización y exclusión .más bien parecen dar cuenta de un efecto buscado del sistema : generar cuerpo de reserva para la mantención de un sistema productivo. Sin embargo esto crea al mismo tiempo una serie de problemas que amenazan recurrentemente a los constituyentes del propio sistema , uno de los cuales alcanza también una significación subjetiva : la inseguridad ciudadana. Esta se ha convertido en un problema político de la mayor magnitud en todas aquellas sociedades democráticas, especialmente en la cual conviven sectores sociales con una gran diferencia social, lo que exacerba situaciones de discriminación y diferencia
Una tendencia peligrosamente creciente en nuestras sociedades llamadas “en desarrollo”, es suponer que la seguridad ciudadana es sólo un problema que se relaciona con tomar los resguardos necesarios para protegerse. Así planteadas las cosas, la estereotipación y sanción social resulta muy fácil : Por una parte están los buenos habitantes honrados y tranquilos que desean vivir en paz, y por otra seres inhumanos llenos de violencia y maldad, que se transforman en una amenaza permanente frente a la cual hay que resguardarse y enfrentarse. Esta suerte de escisión social, marca de un modo definitivo a los ciudadanos, no sólo desde el punto de vista de la ley, sino además en términos morales, territoriales y emocionales, creándose compartimentos, “zonas de seguridad” y “mapas de la extrema violencia” . Esto no significa negar que existe un hecho concreto y real: Hay violencia, hay asaltantes hay robos, es necesario protegerse y evitar exposiciones inútiles, hay que castigar y debe extenderse el imperio de la ley y la justicia. Sin embargo esta situación no puede evitar la necesaria pregunta acerca del origen de las cosas, sin caer en un esencialismo medieval,donde las respuestas prentenden dar cuenta de supuestas “naturalezas” de las personas, casi como si hubiese una correlación fatal sobre naturaleza , genética y violencia.
Algunos dinamismos individuales
Es evidente que es posible pensar que tras esta aparente “naturalización” de la delincuencia y de la violencia , se esconden claros móviles políticos. El tema de la “seguridad ciudadana” es transformado en una bandera de lucha electoral, por medio de la cual los distintos sectores compiten en generar los recursos más eficaces para frenar la delincuencia. Más aún , el aumento delincuencial es significado como un signo de caos y desorden , promoviendo una serie de procesos primitivos que provocan la emergencia de sensaciones de desamparo, amenaza a la existencia y el deseo de un padre fuerte y seguro que proteja.
La mirada condenatoria y facilista acerca de los problemas que se encubren tras la violencia en nuestra sociedad, delata las precariedades de un sistema que se reproduce desde sus cimientos básicos. Es en la familia, la llamada “célula básica de la sociedad” donde se depositan todos los articulados hegemónicos de nuestra cultura , siendo la reproductora principal de los lineamientos dictados desde la centralidad del poder. Es a este centro nuclear donde llegará un nuevo ser, por lo cual serán estas condiciones particulares de existencia
las que prefigurarán el marco material y las condiciones de posibilidad donde se comenzará a verificar la vida de un niño, y donde se desarrollarán y estructurarán sus emociones y sentimientos
Si trabajamos desde un supuesto básico; que todo recién nacido, llega a un mundo de lenguaje al cual ingresa y que lo marca en su inclusión social, deviene “ser” a partir de los deseos, las expectativas, el nombre, la inserción en el grupo familiar y los conflictos intrapsíquicos de nuestros progenitores. Es decir, nuestra existencia viene ya signada por los que nos reciben, llegamos a un lugar donde existíamos previamente.
Un segundo supuesto es lo que podríamos denominar nuestra aspiración a la felicidad, o dicho de manera más técnica, responder a la demanda que nos configura. Freud en 1929 señalaba que : “desde tres lados amenaza el sufrimiento ; desde el cuerpo propio,que, destinado a la ruina y a la desilusión, no puede prescindir del dolor y la angustia como señales de alarma; desde el mundo exterior, que puede abtir sus furias sobre nosotros con fuerzas hiperpotentes, despiadas, destructoras; por fin, desde los vínculos con otros seres humanos”(1).
Esta circunstancia vital, común a todo ser humano encuentra en los padres el objeto en cual se depositan todas las ansiedades primitivas y la aspirción a la contención y disolución de ellas.Queremos y deseamos un ambiente que cure nuestras heridas y nuestras frustraciones, es decir, que nuestro hogar y nuestros padres sean a pesar de todo, el lugar en el que podamos encontrar el refugio, la contención frente a la amenaza externa y también frente a los propios miedos internos, a nuestra ansiedad consustancial.
Esperamos en ellos poder encontrar nuestra seguridad básica, aquello que nos haga sentir, por el amor y el afecto que recibimos , que hay en nosotros elementos valiosos y dignos de ser amados, a pesar de nuestras rabias y agresiones, fantaseadas o reales. Cuando eso no sucede, lo que se articula internamente es la primacía de que somos algo no amable, desechable y rechazable. Poco a poco, pero inexorablemente se va estatuyendo la sensación de que por algo nuestro no se nos quiere: No hemos sido capaces de provocar el amor de otro, o porque no tenemos suficiente valía o por que lo malo en nosotros ha sido más poderoso. Frente a esto lo que hegemoniza inconscientemente son las sensaciones de abandono, de vacío y desamparo. “Si tratamos de visualizar en forma concreta la ansiedad primaria , el miedo a la aniquilación, debemos recordar el desamparo del bebé ante los peligros externos e internos” (2)En forma externa esto puede aparecer en formas de estructuras depresivas, narcisísticas o bien en violencia que se devuelve al medio externo, como forma derivada de odio y ataque a los vínculos primitivamente rechazantes. La estructura familiar, que podría ser eventualmente un lugar de acogida y “digestión” de estas angustias primeras, al debilitarse o fragilizarse en su relación con el niño – tal como señala Melanie Klein- queda a merced de una serie de sentimientos atacantes y persecutorios. “El trabajo psicoanalítico ha demostrado cada vez más que también la entera formación del carácter deriva del desarrollo edípico, que todo matiz de dificultades de carácter, desde el ligeramente neurótico hasta el criminal , está determinado por él” .(3)
La base de la violencia contiene entonces también una necesaria raigambre individual, que el psicoanálisis ha descrito profunda y seriamente. Pero por supuesto que este hombre, no es un hombre aislado y pertenece a un contexto social, donde la familia es un lugar original, familia que a su vez está atravesada y conformada por una estructura social que la define
Sabemos que todo proceso de modernización de las estructuras sociales y productivas, va a significar necesariamente una reestructuración y reordenamiento en los modos de vida de grandes masas de la población, en forma especial aquellas que se sitúan en las grandes urbes y participan en los procesos industriales.
Las crisis cíclicas del sistema, se traducen en muchos efectos, uno de los cuales es la exposición permanente a la cesantía o al paro, provocando una disminución de la consideración del valor del trabajo, lo cual agrava la condición alienada del asalariado , sumado a una constante automatización y abstracción de las actividades laborales. Otra posibilidad es el desarrollo de lo que se ha llamado la economía de sobrevivencia o subsistencia y que tiende a generar bolsones de pobreza y caldo de cultivo de expresiones categorizadas como “delictuales”. Esta situación es el resultado de una lógica estructural, el no poder generar trabajo para el conjunto de la población. Esta fatalidad ineherente al modelo, genera una serie de condiciones que va propiciando conductas en relación al trabajo y el empleo que aumentan lo que algunos medios denominan como “stress ciudadano”. Una vida en la cual se debe cuidar angustiosamente el trabajo, supone una relación frente a los empleadores, en la cual se configuran relaciones de poder que están marcadas por la sumisión frente a las exigencias empresariales, justamente por el temor al desempleo. Más aún, la feroz competencia – paradigma del sistema – genera una desbocada actividad por producir eficientemente (más por menos tiempo) volviendo precarios los sustentos propios, o todo intento de afimarse en las propias capacidades , en la medida que se configura una existencia de extrema dependencia al mercado, en el cual también se ofertan estas voluntades.
Es ahora entonces la sociedad, la que remueve nuestras ansiedades y angustias primitivas: la del abandono, del desamparo, nuestras rabias y agresiones. Sin un cuerpo social que las contenga, las integre, las elabore y las productivice, lo que resulta es la acción impulsiva que pretende saciar ilusoriamente la falta y la ausencia.
Es evidente que aquí tenemos un gran tema: ninguna policía, ninguna tecnificación más o menos eficiente en alarmas de última generación, ninguna ley, podrá hacer desaparecer mágicamente este fantasma que nos amenaza, Por más puentes levadizos o fosos que opongamos al avance de las “huestes bárbaras”, este sector del “mundo civilizado” seguirá enquistado en este miedo fundamental y corrosivo: El prójimo, aquel que supuestamente se hermana en origen y destino, puede ser ahora enemigo y destruir. Por más celadores y grandes rejas, por más vigilancia y cárceles, no podremos hacer desaparecer la reclusión de nuestros espacios a la cual nos vemos obligados en nuestro tránsito.
La sensación permanente es la de un “territorio amenazado” : hay ciertas horas en las que no se puede caminar, hay ciertos lugares en los que no se debe andar, hay ciertas personas que no se les debe hablar, hay ciertas situaciones en las cuales no se puede intervenir. Todo es susceptible de peligro, creando un modo de vida donde la paranoia y lo persecutorio es lo fundante de toda relación y donde la destrucción de los lazos colectivos y solidarios da paso a la emergencia de lo privado, lo particular y lo íntimo como única forma de protección y posibilidad de vida.
En las nuevas condiciones , la lucha política no puede remitirse solo a la trama organizativa de la eficacia política tradicional, sino que debe incluir el desarrollo de nuevas formas de construcción grupal que considere lo terapéutico en sus distintas modalidades, de tal forma de recom
poner el tejido social aumentando los lazos cooperativos , creando formas de comunicación no alienadas que hagan posible recuperar a los marginalizados de nuestras sociedades a una experiencia colectiva de poder y participación, lo cual supone entre otras cosas, el desmantelamiento y recomposición de las relaciones de poder en las organizaciones políticas y su relación con el colectivo y por lo tanto la emergencia de formas nuevas de hacer política , de participación y ampliación de la democracia desde la base social, acompañando un copamiento territorial de los espacios habitables.
El Estado debe garantizar el libre acceso a las calles, canchas de fútbol y plazas, que están deshabitadas por el miedo y el temor a la violencia. Los habitantes de los espacios deben ejercer su derecho a la ciudadanía, en un gigantesco esfuerzo por desnudar a las bandas reproductoras de aquello que enajena y encubre. Es por ello que la necesaria combinación de políticas socio-comunitarias de carácter preventivo y dispositivos asistenciales deben enmarcarse en una acción regulada centralmente, que den cuenta en forma clara de cual son los conceptos generadores y transformadores de las acciones específicas y generales.
Toda política que intente revertir este estado de cosas debe apuntar a distintos planos. A nivel estructural en términos de generar las condiciones para el cambio que frene la reproducción de lo existente En los ámbitos de la salud mental, desarrollando espacios de elaboración y operativización de estas angustias, de tal manera que ellas no sean “actuadas” en la sociedad, sino que sean productivizadas orgánicamente.
Es esta recuperación de “espacios internos”, es decir, de ser capaces de instaurar un habla allí donde habita sólo la impulsividad y la descarga, la que promoverá condiciones para ir posibilitando la creación de desarrollos del pensamiento, que hagan posible el salto de la alienación a la conciencia de los determinantes que constituyen.
En relación a la tarea de los psicoanalistas
Es necesario, sin embargo respetar las autonomías de campo , inherentes a la relación entre psicoanálisis y las demás ciencias. Sabemos que ningún discurso sociológico o político, podrá abordar aquello que corresponde a la falta instaurada en el sujeto y como ello se verifica en la trama sufriente individual; o que también el discurso psicoanalítico no puede explicar toda la complejidad de las contradicciones sociales, las cuales se articulan a la base de otros determinantes.
La relación que los psicoanalistas podemos establecer con las distintas disciplinas es amplia y generosa, especialmente el dialogo con el ámbito de lo político , el cual muchas veces, o desconfía de la asunción de la conflictiva individual suponiéndola una distracción del verdadero conflicto, o bien la exacerba usándola como una coartada para resignar el conflicto social.Esto nos vincula necesariamente al ámbito de la actividad del psicoanalista. Al interior de un conflicto social el psicoanálisis no es neutral, su trabajo en relación al saber y la verdad, supone desde la tradición crítica freudiana, una tarea que evidencia las contradicciones y desmonta toda construcción defensiva mantenedora de un status-quo servicial al ocultamiento del conflicto, mostrando las fuerzas actuantes, las tensiones que eso genera, y la posibilidad de que surja un sujeto.
En tanto no propugnamos un “retorno” a un equilibrio adaptativo, en tanto no propiciamos una vuelta a una función supuestamente perdida, llámese normalidad , sanidad o productividad , nos situamos en una noción de cambio que no está ligada a metas adaptativas externas que surgen como lo deseable, emparentadas con éxitos socialmente aceptados, es decir , distinción radical con la ilusión de un cambio centrada en la conducta, en el éxito de la ideología dominante o en la sensaciones de bienestar aparente, diferencia esencial con cualquier psicología que establece la relación de un yo oficial-verdad y se une con un terapeuta que responde y confirma, apoya y garantiza la existencia.
La mirada psicoanalítica produce esta subversión permanente: que toda constitución de un sujeto de la conciencia ignora ; que ella es producida a partir de una historia personal que lo precede y en el cual al nacer se inserta prefigurándolo, y que es esa misma dialéctica la que conforma los nexos de relaciones objetales que van articulando la realidad del sujeto y el establecimiento de sus relaciones con el mundo, inadvierte además que esta constitución se da al interior de una estructuración social y una coyuntura histórica ideológica, política y económica que crea las bases para la operación de estos procesos. Desde este escenario, el trabajo psicoanalítico se convierte en una experiencia comprometida con un saber y una verdad que hace posible la reapropiación de la palabra, para asumir con toda nuestra precariedad, nuestra tarea al interior de un mundo y de una sociedad en la cual el devenir humano no nos es neutral.
Juan Flores R.
Dr.(c) en Psicología Universidad de Chile
Psicoanalista
Presidente Sociedad Chilena de Psicoanálisis-ICHPA
Director Magíster en Psicoanálisis
Universidad Adolfo Ibáñez