Lo banal, la eficacia y el síntoma psicosomático

por | Revista del CPM número 24

Resumen

Si las neurosis fueron las patologías inaugurales del psicoanálisis, más tarde lo fueron, progresivamente, las patologías narcisistas y la depresión, para, en la actualidad, ser los cuadros psicosomáticos e hipocondriacos los que están en primer plano mostrando el imaginario social que los condiciona.

Aunque definir lo social por ciertas características y correlacionarlo con una patología específica conlleva el riesgo de un cierto reduccionismo, esto no impide definir dichas características donde lo banal como expresión de lo real inmediato alejado de todo intento historizador y la eficacia como expresión de una causalidad que se desentiende de la complejidad del significado, nos permite entender una clínica donde el síntoma psicosomático y el discurso hipocondríaco aparecen como manifestación predominante de una sociedad de la abundancia y el bienestar.

Así, lo banal, la eficacia y el síntoma psicosomático caracterizan un momento histórico donde la subjetividad se construye a partir de un imaginario que rompe con una tradición milenaria y nos sitúa, como siempre, ante el reto de una comprensión que se nos escapa.

 


 

INTRODUCCION

El título general de estas Jornadas, El malestar en el bienestar, se presta evidentemente a evocar el trabajo de Freud, El malestar en la cultura, casi se podrían haber titulado, El malestar en la cultura del bienestar. Quiere decirse que hay un displacer atribuible a lo social, lo cultural, con lo cual el discurso social y el discurso psicoanalítico se empiezan a entroncar, si no a confundir, como ocurre en el resumen que hice para esta ponencia y en el que decía, “en la actualidad, son los cuadros psicosomáticos e hipocondriacos los que están en primer plano mostrando el imaginario social que los condiciona.” Y es precisamente la necesidad de no confundir estos dos discursos – el psicoanalítico y el socio-cultural- el reto que me plantea en este trabajo.

 

La necesidad de que lo social ocupe el lugar que le corresponde en la formación de la subjetividad no quedó resuelto con el célebre pasaje de Freud: En la vida anímica individual- nos dice Freud- aparece integrado siempre, efectivamente, el otro, como modelo, objeto, auxiliar o adversario, y de este modo, la psicología individual es al mismo tiempo y desde un principio psicología social, en un sentido amplio, pero plenamente justificado»(1). El problema es cómo se integra el otro y a que se integra. Quiero decir que la integración de los múltiples condicionantes en que el sujeto se encuentra: imaginario social, clase, tradición cultura, raza etc. deben hacerse posibles en el método, objeto y metapsicología psicoanalítica, esto es, que los supuestos paradigmas psicoanalíticos sean capaces de dar respuesta a los retos de lo social. En cualquier caso, “La socialización- dice Castoriadis- no es una simple adjunción de elementos exteriores a un núcleo psíquico que quedaría inalterado; sus efectos están inextricablemente entramados con la psique que sí existe en la realidad efectiva. Esto vuelve incomprensible la ignorancia de los psicoanalistas contemporáneos respecto de la dimensión social de la existencia humana”.(2)

Considerar las teorías y métodos psicoanalíticos en su relación con el imaginario social va a seguir siendo un tema ineludible y que en términos más cercanos a la clínica lo podríamos plantear como pregunta: “¿Cómo puede verse en el desarrollo del niño un proceso natural y, al mismo tiempo, la historia social de su formación?(3)

En cualquier caso, y es mi creencia, dejemos a otros la reflexión sobre lo social y veamoslo unicamente como el contexto, el escenario que condiciona lo psiquico pero que no lo determina. Y veamos, por tanto, ese condicionante que, me temo, en estos momentos está cobrando un protagonismo donde el sujeto psíquico va quedando, progresivamente, incapacitado para sobrevivir ante un sujeto social que lo recubre todo. Lo condicionante se impone a lo determinante.

Lo condicionante, esto es, lo social, las significaciones imaginarias sociales, base de los procesos identificatorios que participan en la creación de la subjetividad parece que, en la actualidad, estan en crisis. Crisis que se expresa en los apuntalamientos necesarios para el proceso identificatorio: la familia, lo sociolaboral, el hábitat. Por tanto, no crisis de valores particulares, sino crisis global que, para algunos sociologos expresa una anomia social, una ausencia de normas y valores. Se ha convertido en un lugar común repetir una y otra vez lo de la falta de valores, cuando lo que se está señalando es únicamente los cambios de valores. En palabras de Castoriadis vemos que ese cambio aparece en la actualidad como que “…el ideal sublime de la vida social es enriquecerse”, ese es el valor supremo del que vemos derivarse muchos otros, pero sin llegar a tener la capacidad estructurante que a lo largo de la historia tuvieron otros, como la vida eterna, la providencia, el progreso, etc.

La posibilidad de estudiar lo psíquico en lo social y encontrar los rasgos sociales que lo avalan, siempre ha sido una tentación: Freud encontró en su época y en su sociedad ejemplos suficientes para justificar el Instinto de muerte. Castoriadis encuentra un sujeto antropológico que justifica la insignificancia; Samí Alí encuentra en el arte y en la filosofía suficientes referencias que muestran lo banal y J. Coderch (4) nos cuenta muy bien la patología narcisista sobre la base de las características narcisistas de la sociedad que habitamos. Quiero decir que lo social, como la Biblia, siempre serán referentes seguros donde apoyarse. No obstante, la diferenciación de un sujeto social y un sujeto psíquico quizás nos ayude a no confundirnos cuando acudimos a lo socio-cultural para dar respuesta a la psicopatología.

El tema del sujeto ha sido a lo largo de la historia un tema central de la filosofia pero que, a partir posiblemente de Descartes, inunda todo el campo del saber. El cogito ergo sum inaugura la concepción del sujeto en el occidente moderno. Un sujeto unificado y organizado en torno al pensar y con un proyecto epistemológico donde el objeto externo será capturado indefectiblemente. Cuando Freud señala donde estaba el ello el yo debe advenir, nos encontramos con otro momento en la elaboración de ese sujeto, en este caso del sujeto psíquico, pensado como proceso y conflicto, por tanto un sujeto no unificado, un sujeto pues, fragmentado para siempre. André Green lo describe acertadamente:” Para el pensamiento psicoanalítico, el aparato psíquico, en versión segunda tópica es garantía de una concepción del psiquismo humano que relativiza la ilusión de su autonomía y unificación, de su independencia respecto de la biología y la cultura, y cuestiona con vigor su imagen de soporte del individuo y sus realizaciones, que serían acreditables al yo” (5) Edgard Morin hace un intento de definición del sujeto, señalando el cogito cartesiano y el advenir del yo freudiano llegando a la única conclusión posible, que para concebir al sujeto “es necesario lo que llamaré un pensamiento complejo, es decir, un pensamiento capaz de unir conceptos que se rechazan entre si y que son desglosados y catalogados en compartimentos cerrados”. (6) Quiere decirse que en su búsqueda de un sujeto unificado E. Morin tropieza con su imposibilidad al no aceptar un sujeto fragmentado.

Castoriadis se aproxima más a la posición que nos interesa y nos parece más clarificadora: la de un sujeto heterogéneo, fragmentado, que en cada momento se nos presentará con una u otra faceta. Un sujeto que al menos se nos presenta en tres dimensiones: la biológica, la psíquica y la social, “estamos siempre frente a una realidad humana en la cual la realidad social (la dimensión social de esta realidad) recubre casi totalmente la realidad psíquica. Y, en un primer sentido, el “sujeto” se presenta como esta extraña totalidad, totalidad que es y no es una al mismo tiempo, composición paradójica de un cuerpo biológico, de un ser social (individuo socialmente definido) de una “persona” más o menos consciente, en fin, de una psique inconsciente (de una realidad psíquica y de un aparato psíquico) el todo supremamente heterogéneo y no obstante definitivamente indisociable. De tal forma se nos presenta el fenómeno humano, es frente a esta nebulosa que debemos pensar la pregunta por el sujeto (7) Igualmente Castoriadis pretende una respuesta sobre ese sujeto unificado para terminar reconociendo que no es posible formular un concepto englobador del mismo. (ib)

Entre el sujeto unificado de los humanismos y el sujeto inexistente de los estructuralismos existen otras posibilidades. Quizás la imposibilidad de considerar un sujeto unificado, capaz de dar cuentas de todas las dimensiones, precipitó al estructuralismo hacia la negación del mismo. La fragmentación del sujeto y el sentimiento de unidad no son incompatibles, sin por ello tener que acuñar un nuevo término, el de identidad o acudir al término subjetividad, la construcción de la subjetividad, tan en boga en la actualidad, y que puede entenderse como otro intento de unificación de lo psíquico y lo social. También hay un intento de unir lo psíquico y lo biológico, la neurociencia. En cualquier caso habrá que pensar la inespecificidad que lo psicoanalítico adquiere en estas uniones, pues el sujeto psíquico, referente último de la praxis psicoanalítica, se construyó y se desarrolló en la diferenciación irreductible del sujeto social: la obra freudiana es un esfuerzo permanente por la diferenciación de estos dos sujetos y, en un principio también, el sujeto de la neurología que ocupó un lugar protagonista en los comienzos de su obra. No obstante estos esfuerzos, los límites entre estos sujetos, ni quedaron claros, ni pudieron ser delimitados de forma definitiva lo que dio lugar al surgimiento de modelos teóricos que, en el mejor de los casos enriquecieron el psicoanálisis y en el peor han contribuido a oscurecer y a participar del babel en que nos encontramos.

Lo banal y la eficacia.

Hagamos pues, como los autores a los que criticamos, definamos las características del momento social que vivimos que, como todo el mundo sabe es el de la crisis.

La crisis de la modernidad, de su imaginario y de sus significaciones y del sujeto antropológico que produjo ha marcado profundamente tanto el lugar que ocupa actualmente el psicoanálisis, los modelos teóricos en que se apoya y la práctica en que se sustenta. Crisis de la modernidad que podríamos resumir como el fallo en la credulidad ante el progreso y las verdades filosóficas que lo sustentaban.

François Lyotard (8) definió la postmodernidad: “Simplificando al máximo- escribe Lyotard- defino lo postmoderno como la incredulidad ante las metanarraciones”. Y como ya sabemos, el conocimiento científico como fundamento del progreso y de la emancipación es la principal “metanarración” que queda cuestionada.

Según este autor la modernidad se caracteriza por la fe en la razón, como motor del progreso humano; así como durante gran parte de la historia se había creído en la providencia, en la divinidad como ente rector. La postmodernidad, por el contrario, se caracteriza por la falta de un gran conjunto de creencias entorno a las cuales se estructura la sociedad. No existe una gran Verdad absoluta, reconocida por el grueso de la sociedad, esto es no hay una significación imaginaria fuerte y en su lugar aparecen dioses parciales, verdades limitadas, que nos acercan a la fragmentación y el relativismo. La cultura postmoderna, por tanto, es eminentemente fragmentaria y relativista, con una coexistencia y mezcolanza de diferentes valores y referentes culturales. Y, sobre todo, el progreso, como gran eje rector de la modernidad, deja paso a una desconfianza ante el futuro, incluso a una nueva forma de contemplar el futuro y la historia de la humanidad.

En la postmodernidad el consumo pasa de la esfera de satisfacción de necesidades básicas, a convertirse en sí mismo en una actividad de ocio. Se produce el paso de una ética del trabajo a una ética del consumo, lo que supone un conflicto entre generaciones socializadas en diferentes patrones de conducta. Algunos autores, como Zygmunt Bauman, afirman que el consumo se convierte en el medio de construir el yo, siendo el centro de la vida en sociedad. El sistema implica una gran variedad cultura
l, que los individuos pueden comprar, y que les permite generar identidades, estilos de vida diferenciados. En este sentido, el uso intensivo de la publicidad y el gran centro comercial son características paradigmáticas de la postmodernidad.

Todo ello va a condicionar el surgimiento de un sujeto al margen de la tradición y la historia, imbuido de una creencia en su capacidad creativa y libre de toda deuda con el pasado. En un artículo de Vila-Matas en que nos presenta y anuncia la llegada de Raymond Roussel se nos dice: “lo que Duchamp llamó “la locura de lo inesperado”: textos impensados que salían de la nada y mostraban como era posible una obra de arte libre de influencias, producto tan solo de la imaginación fulminante del artista solitario” (9)

Lo banal de Samí Alí (10) o la insignificancia de Castoriadis, como términos que definen el mundo posmoderno en el cual estamos, no hacen referencia a un juicio devaluatorio por los contenidos, sino a los mecanismos últimos que el psicoanalista descubre: “la uniformidad del pensar, del sentir y del ser” por destitución de la función imaginaria, en Samí Alí y la falta de sentido, la insignificancia, que producirá la crisis del proceso identificatorio, en Castoriadis. Fracaso de una función, la proyectiva, sostén de lo imaginario y vaciamiento de la identificación sostén de un discurso de significaciones. Cuando la proyección falla, lo real no es más que lo que es, pero en el caso de la identificación no nos encontramos con un fallo, sino con la ausencia de un contenido que permita el desarrollo de la identificación, condición del pensamiento y, por tanto, la operatividad de lo imaginario.

En cualquier caso Samí Alí explora las fuerzas organizadas y organizadoras que, en una sociedad dada, empujan hacia la uniformidad. Uniformidad de pensar, de sentir y de ser, de lo cual lo banal es la expresión por excelencia.

Por su parte, Castoriadis estudiará la crisis de la sociedad contemporánea y como esta crisis produce la crisis del proceso identificatorio y, al mismo tiempo, es reproducida y agravada por éste.

Lo banal es una forma de sensibilidad que expresa la uniformidad de pensar, sentir y de ser, en el que lo real tiende a sustituir a lo imaginario anulando, por tanto, toda actividad proyectiva. Quiere decirse que la proyección de lo imaginario sobre la realidad queda anulado y lo real es pensado como idéntico a si mismo, lo que da lugar a la, Patología del conformismo social acompañándose de una notable pérdida de interés por todo lo que no es real y revelando de esta manera una sensibilidad marcada por los esfuerzos de adaptación.(id)

Ahora bien, se trata sin lugar a dudas, de una adaptación, que actúa por medio de la represión exitosa de toda actividad onírica y que modifica de manera duradera la organización caracterial. En los momentos de crisis, esta organización se mantiene al mismo tiempo que favorece la aparición de enfermedades realmente orgánicas. La somatización, aquí, no se puede separar del hecho de que se mantiene lo reprimido caracterial.(Préface, Le banal)

Sabemos que la patología de lo imaginario es central en la psicosomática de este autor lo cual nos permite el salto que el título de este trabajo señala: lo banal como expresión de la psicosomática. Y lo banal como efecto de un imaginario social donde la eficacia y la causalidad, el pensamiento científico, nos aleja indefectiblemente de todo desarrollo simbólico.

También Cornelius Castoriadis desde posiciones teóricas distintas coincide en el diagnóstico social en su incidencia sobre el sujeto psíquico. En este caso la aculturación se expresa como la ausencia de un imaginario social que facilite identificaciones que estarían en la base de la reflexibilidad, esto es, de la función del pensamiento. La pobreza de las significaciones imaginarias parece incidir, según Castoriadis, únicamente en el contenido del pensamiento, pero no en su función, que queda intacta. De esta manera, me temo que Castoriadis no sale de una problemática con el sujeto social. Nos parece más acertado pensar con Castoriadis, o a partir de Castoriadis, que la ausencia de una significación imaginaria social fuerte (por ejemplo la vida eterna) impide los efectos estructurantes de la identificación, que la mulplicidad de significaciones banales produce un sujeto con un self fragmentado, sin fijaciones fuertes, base posteriormente de las patologías psicosomáticas.

 

La eficacia

El discurso científico, fundamento de un universo causal esta presente en el imaginario social a través del concepto de eficacia. La eficacia se adscribe erróneamente a una praxis de la ciencia y el sentido a una praxis de las ciencias sociales.

La eficacia como expresión de un lenguaje cuantificable, marca el campo de una realidad que pretende desligarse del campo de otra realidad marcada por un orden simbólico o de sentido donde el deseo es el último o el primero de sus referentes. Eficacia, rentabilidad económica y evaluación son constituyentes de un imaginario social que nos hace pensar con Eric Laurent que en el siglo XXI “lo que no tenga eficacia no va a tener lugar”

El discurso psicoanalítico fue un discurso de sentido. Cuando Freud determina que el síntoma tiene sentido lo arranca de una cuantificación y lo deja en el lugar de lo específico de este sujeto. Desde entonces la evolución fue en paralelo: un psicoanálisis del sentido y una psiquiatría de la causa. El universo de los símbolos y el universo de la ciencia.

Aun cuando siguen surgiendo cambios sociales que presentan diversas patologías, el sistema tiene recursos para seguir aplicando un método científico que cuantifica desviaciones de una norma que ya no necesitan ningún sentido. Poco a poco todo el sentido gira en torno a un sin sentido que la causalidad cubre, y estabiliza un síntoma que la farmacología contiene, aunque solo sea como efecto placebo.

Pero el sentido insiste y así, cuando el funcionario se queja del aumento de una demanda indiscriminada, nos invita a poner una frontera entre lo normal y lo patológico. Quiere decirse que nos pide que fijemos una frontera, esto es, tomemos una posición ética donde el significado vuelve a hacer su aparición. Que la ética del comportamiento, referente de la psiquiatría deje paso a la ética del conocimiento. Quizás ese sea el lugar de la eficacia psicoanalítica, como apuntaladores sutiles del sistema, pero en cualquier caso parece imprescindible “trascender los limites de una ciencia basada en la verificación, en beneficio de una ciencia que estudie (también) las significaciones intersubjetivas y comunes inscriptas en la realidad social (5) pág. 191-192

Esta necesidad tropieza con una realidad social que impide precisamente esas significaciones intersubjetivas y comunes dejando el campo a una comprensión causal fundamento de un discurso banal, que en opinión de Samí Alí conduce a las patologías psicosomáticas y en Castoriadis a la claudicación del pensamiento y a la aparición de la insignificancia.

El síntoma psicosomático.

Lo psicosomático irrumpe señalando la claudicación del sujeto psíquico frente al sujeto social y la aparición del sujeto biológico. Demostrar que lo psicosomático ocupa hoy el lugar relevante que le damos y que está determinado por el modelo social en que nos encontramos implicaría un estudio estadístico sencillo: comparemos la evolución cuantitativa de este diagnostico a lo largo de los últimos 50 años, por ejemplo. No hemos podido encontrar los estudios estadísticos adecuados, así que nos basamos más en nuestra experiencia personal y en la evolución que el discurso de los pacientes nos presentan. Modelo epistemológico más acorde con nuestros puntos de vista.

Si el psicoanálisis sacó al cuerpo de la biología y le dio un estatuto de significación hoy ese estatuto se pierde progresivamente en un cuerpo nuevamente biologizado. La re-bipolarización del cuerpo parece ser un hecho probado en la clínica y en los medios de comunicación.

Hablo, pues, de lo psicosomático no solo en el sentido clínico sino en un sentido amplio, donde el imaginario social aparece mostrando que es únicamente el cuerpo biológico el que interesa, la eficacia científica la que puede solucionar el síntoma y donde las significaciones y simbolizaciones culturales y biológicas son rechazadas como meras charlatanerías.

Conclusiones

Casi podríamos terminar este trabajo con las palabras de Freud que los organizadores ponen en el tríptico del Simposio. Digo casi, porque la esperanza en el desarrollo cultural y en el eterno Eros que señala Freud, sigue siendo lo único que nos queda. Pero la época actual no es la misma que la de Freud, hoy la destructividad no se expresa en guerras únicamente, hoy la destructividad recae sobre la decatectización de un sujeto que se queda sin referentes y está llamado a morir silenciosamente: la muerte psíquica y la persistencia de una subjetividad banal donde la realidad no tiene significado.



 

BIBLIOGRAFIA.

1. Freud. S. (1920) Psicología de las masas y análisis del yo. Madrid: Biblioteca Nueva.

2. Castoriadis, C. (2007) La institución imaginaria de la sociedad. Buenos Aires: Tusquets editores.

3. Lorenzer. (2001) Bases para una teoría de la socialización. Buenos Aires: Amorrortu.

4. Coderch J. (2006) Pluralidad y diálogo en Psicoanálisis. Barcelona: Herder Editorial.

5. Green, A. (2005) La causalidad psíquica. Buenos Aires: Amorrortu.

6. Morin, E. (2011) La vía. Barcelona: Paidós.

7. François Lyotard (1999). La posmodernidad. Barcelona: Gedisa.

8. Vila-Matas La explosión Raymond Roussel . El Pais 24 Octubre 2011.

9. Sami Alí ( 1980).Le banal. Paris: Éditions Gallimard.

10. Eric Laurent (2000). Psicoanálisis y salud mental. Buenos Aires: Editorial Tres Haches.

11. Taylor, Charles (2005). La libertad de los modernos. Buenos Aires: Amorrortu.