La verdad de las máscaras: de la identidad a las identificaciones

Revista del CPM número 10

Por Cristina Marqués Rodilla

Dra. Cristina Marqués Rodilla Catedrática de Filosofía La filosofía occidental argumentó durante siglos la identidad del sujeto, persona que encierra una esencia inmutable que subyace a toda modificación acaecida a lo largo de la vida del sujeto. Así, la persona disponía de un núcleo duro que la hacía ser lo que era, un mamífero parlante, a diferencia de otros mamíferos inferiores que no disponían de palabras sino de sonidos sin articular, con un significado puntual, de supervivencia, que en ningún momento podía tener un sentido trascendente ligado a las creencias e ideologías.

Pero hoy queremos hablar de eso: del conjunto de creencias que constituyen la cosmovisión nacionalista. Voy a remontarme al XIX, a los discursos de Hegel a la nación alemana, e incluso antes, a Herder y Schiller que encendieron los ánimos nacionalistas con el Folkenstein, el alma o espíritu de un pueblo, que hacía de su cultura, sobre todo de su religión y su lengua, los inmutables y nobles principios de su identidad trascendente y, por ello, digna de ocupar en exclusiva el topos geográfico destinado a tan noble pueblo.

Aunque la filosofía es el universo de mi discurso no puedo dejar de convocar a Wagner, amigo de la filosofía y frecuentador de filósofos como Nietzsche, que musicalizó su propio discurso a la nación alemana, fundándola en los mitos originarios de la superioridad aria.
Los mitos son otro de los pilares fundamentales del nacionalismo. Los dioses dan lustre y esplendor a los orígenes de un pueblo, ¿una raza?, que como Juaristi señala en su “bucle melancólico [1] ” marcan los destinos de generaciones educadas en un imaginario alienante, pero irreductible al cosmopolitismo ilustrado.

Lacan nos explica la primera identificación con la alienación del infans en el espejo. El júbilo del bebé que se identifica con su imagen, ¿quién eres yo?, en el espejo, es el índice de nuestra alienación estructural. Lastima, pero resulta que ese núcleo identitario que nos hacía racionales y libres, que nos dotaba de entendimiento y libre arbitrio, se reduce en el psicoanálisis a una visión imaginaria, a una identificación con el otro, el semejante que “nos presta” su imagen en el momento de máxima dependencia, momento en que ni siquiera tengo un cuerpo unificado, un cuerpo con sus miembros integrados en una imagen a la que poder calificar de yo.

Así es que gracias a esta identificación especular el yo es inicialmente un otro, un semejante al que queda alienado. Este extranjero que yo soy inicialmente es causa del deseo del Otro a cuyas insignias el sujeto quedará prendido, haciéndolas propias, y por ende, haciendo propias las causas de sus mayores.

Por paradójico que pueda resultar, cuando el sujeto asume su imagen, y debido a lo prematuro de todo bebe humano, lo que está haciendo es inaugurar su dependencia del otro a la vez que adquiriendo una imagen permanente de “yo”. Esta identificación primordial será la matriz de todas las posteriores y de la relación del sujeto con sus semejantes. Todo el saber del sujeto estará mediatizado por el deseo del otro que lo sostiene.

Ya no se trata de un sujeto sustancial como quería Descartes y antes que él Platón y San Agustín. Freud es el precursor de los giros lingüístico y textual que hoy disfrutamos. La caída del Idealismo Alemán dejó paso a un materialismo que no sólo fue marxista sino positivista y vitalista. En este contexto Freud se levanta ante nosotros como el verdadero padre fundador del pensamiento del siglo XX. Adelanta una concepción del sujeto como soporte frágil y escindido de un lenguaje y un texto que aparecen en dos escenarios bien distintos: el de la conciencia y el de los sueños, los lapsus , los actos fallidos, etc., es decir, en las formaciones del inconsciente.

Pero este sujeto escindido [2] , que habla desde dos escenarios no tiene más consistencia que los textos que elabora, no tiene más identidad que la que le proporcionan las narraciones que construye en sus relaciones consigo mismo y con los semejantes de su entorno.

El quebradizo sujeto del psicoanálisis es un sujeto de ficción, literario, que tiene que construir, pasando inevitablemente por el Otro, su propio relato. El hecho de que Freud utilizara la literatura griega nos indica que lo revolucionario que él propone es aceptar el atrevimiento de contemplar al sujeto como inconsistente, sin identidad propia, con falta o déficit entitativo.

Lo que el psicoanálisis nombra como la falta en ser, la carencia de completud y de garantía, es la inconsistencia del Otro. El Otro está tachado afirma Lacan, sin por ello dejar de ejercer su poder. Si no hay Padre sobrenatural y providente si habrá un nombre, un símbolo. El lugar del Padre está vacío y tendremos que nombrarlo para que la narración adquiera sentido. El mamífero parlante que seguimos siendo ha perdido su identidad consigo mismo y es preciso tejer una historia individual que diga la propia diferencia, que narre las aventuras de un héroe, cualquiera de nosotros. Como afirma Ortega con su metáfora del náufrago, todos lo somos; a todos no echan a nadar y tenemos que salir a flote como podamos.

Nadador y narrador suenan igual, pero además de su semejanza fonética tienen otra que refleja la condición humana: dejados caer al mar de la vida, los humanos nadamos, tejiendo un sentido; nuestras narraciones son nuestros esfuerzos natatorios para no perecer en el naufragio que es, irremediablemente, nuestra vida.

De la multiplicidad de relatos

Pero en ese nadar-narrar, ¿qué es lo que nos contamos? Los pueblos y los individuos necesitan soñar, pero, ¿basta con soñar? El imaginario construye mitos, pero ¿y la experiencia, lo vivido por los sujetos y los pueblos? La pregunta por la experiencia de lo vivido por los sujetos y los pueblos es lo que llamamos Historia, con mayúsculas, frente al cúmulo de historias como leyendas.

Las viejas tradiciones, las historias familiares son transmitidas oralmente; son el texto básico que cada sujeto rehace, construye y deconstruye, descubriendo así los cimientos y la radicalidad de su propia identidad y condición; pero nada más y nada menos: son las raíces sobre las crecen nuestras particularidades.

Cada sujeto traba su sustancia a partir de la historia familiar y colectiva; su propia historia individual se reduce a la impronta diferencial, al sello personal e intransferible que cada sujeto imprime a la narración familiar. Nuestra naturaleza subjetiva no posee otra sustancia y materialidad que la tan etérea y sutil del entramado de relatos que forman nuestra propia existencia.

La identidad se construye, pero, ¿de qué manera? ¿Se reduce la identidad a una leyenda, a “la historia familiar del neurótico”, o se puede ir más allá del mito colectivo que ensalza y ennoblece los orígenes de un pueblo? Si nos fiamos de la postmodernidad no hay más que relatos y metarrelatos. Tal como afirma Lyotard, la Historia Occidental sería el gran metarrelato y los héroes anónimos serían los que tejen sus comunes y corrientes relatos, constituyéndose, así, la gran telaraña, la red subjetiva de la conciencia occidental.
Una vez considerada la objetividad como imposible sueño de la Razón nos volvemos hacia la teoría psicoanalítica que se funda en el principio de realidad para establecer una frontera entre mito y logos , entre sueño y experiencia vivida y compartida que hace lazo social . Frente al sueño que aísla el psicoanálisis trabaja los sueños para h
acer lazo social. La elaboración de los sueños en el diván busca articularlos en el relato individual del soñante, pero busca también que la experiencia individual se anude con la de los otros, los próximos, constituyéndose en lazo social. Interpretación de lo sucedido a un sujeto, pero dentro del tejido colectivo y con el apaciguamiento de la ciega pulsión de muerte.

Del linaje de Aitor y del bucle melancólico

Leyendo a Juaristi aprendemos que el nombre de Aitor [3] significa “hijo de buen padre”, hijo de un linaje respetable, que como en Castilla hidalgo, significaba baja nobleza. El apelativo Aitor no tiene su origen en el pueblo vasco sino en un visitante vasco-francés llamado Chaho, que participó en la primera guerra carlista y que atribuye a los vascos una religión natural primitiva y un origen no contaminado por los hebreos. Aitor es el padre legendario, universal y sublime.

Más tarde, después de la derrota de la segunda guerra carlista, esta narración cobra vida a partir de la creación de la ideología nacionalista por Sabino Arana. Lo que no era más que elaboración literaria y mítica toma carta de doctrina. El mito se hace dogma y toma realidad política . El sueño se inscribe como realidad y su objetivo consiste en volver a una sociedad anterior a la modernidad y a la industrialización. La independencia del país vasco es necesaria para volver a la armonía originaria que se ha perdido por un progresivo proceso de industrialización y desnacionalización.

En esta vuelta al origen como resolución del trauma sufrido por el alma vasca lo primordial es el lenguaje, verdadera alma del pueblo vasco. Sabino Arana buscará en los nombres propios la delimitación entre lo vasco y lo español: para ser miembro del partido nacionalista vasco, que él mismo fundará, se exigen, como mínimo, ocho apellidos vascos. Arana se casó con una mujer de extracción rural a la que tuvo que mandar al colegio, pero que traía el gran tesoro del nacionalismo: 126 apellidos auténticamente vascos.

Pero no le bastaba con rastrear, el afán de nominación, el afán de dar completud y sentido a lo vasco lleva a Arana a inventar nombres propios; por ejemplo Gotzon/Gotzone, nuevo nombre para ángel que carece de raíz latina. Desde ese momento Aingeru, nombre vasco tradicional de Ángel, se aleja de lo perverso español. Esta es su gran aportación: la palabra se hizo carne y hábito en Sabino Arana. Nombres de nuevo cuño establecidos por el padre hecho carne y venido a redimir al oprimido pueblo vasco.

La propuesta interpretativa de Juaristi [4] consiste en que para Arana el objeto perdido es el mundo de su infancia, y el deseo de recuperarlo le conducirá a la reivindicación de la comunidad vasca originaria. De hecho el resto de la apoyatura ideológica son los fueros, la exaltación de la vida rural, y el rechazo de la industrialización y de la modernidad política consecuencia de la revolución francesa.

Sabino Arana no sólo cambia la leyenda en Historia, impostando así lo imaginario con lo simbólico, sino que incluso modifica el imaginario para separarlo radicalmente de la nación española culpable de la corrupción (apuntándose así el goce del otro, del enemigo) de Euskadi. Para ello Arana inventa el significante maqueto ; este significante quedará marcado con significaciones negativas frente a las positivas de lo vasco.

El poder del sentido mediación hecha de la lengua, mejor sería decir la langue [5] en el sentido en que usa ese término Lacan, es la meta que una vez alcanzada no dejará nada fuera del significante. Nuestra tesis es que ante la imposibilidad de elaborar la traumática pérdida del modelo feudal, al no poder simbolizarla, Arana lleva a cabo su restitución como elaboración delirante. Arana intenta dar cuenta de todo, excluyendo lo real traumático y absolutizando el ámbito del sentido. El goce del sentido predomina y se rechaza todo lo que no se someta a la creación por el lenguaje.

La gestación de un Ideal: de lo auténticamente español a la esencia de lo vasco

La transmutación identitaria se lleva a cabo enfrentando lo español con la identidad vasca. Antes y durante las dos guerras carlistas lo vasco primigenio era la raíz de lo español, lo auténticamente español originario; pero nos encontramos con que Sabino Arana rompe con esta visión tradicional y la sustituye por la perversa asimilación españolista de lo auténticamente vasco. Aparece así lo vasco como lo radicalmente distinto de la identidad española, pero la identidad vasca ha sido contaminada, véase sino lo ocurrido con el lenguaje, españolizado y pervertido.

Las guerras carlistas pretenden perpetuar el Ancien Régime: los fueros y las tradiciones feudales. Entre el XVI y el XIX lo que se hizo fue construir una tópica narrativa que trataba de legitimar el viejo orden mediante un corpus apologético-mítico, formándose así lo que Juaristi denomina “materia de Vasconia”, y que consistía en colocar los rasgos étnicos vascos como la identidad española anterior a lo mestizo que llega con la invasión árabe y la influencia judía; lo vasco anterior y sobreviviente a lo mestizo, sería lo español por antonomasia hasta que Sabino Arana invirtiera la ecuación, y considerara lo español como un postizo, como una máscara encubridora.

Las pérdidas ocasionadas por las dos derrotas carlistas se palian con un proceso de idealización: los viejos buenos tiempos perdidos cristalizan en una imagen virtual en el espejo de la condición ideal de un pasado que nunca existió. La transmisión, durante generaciones, de la idealización de sus orígenes, de la vida rural y el lenguaje identitario, fueron las máscaras con las que imaginarizaron lo real inadmisible. Hay que subrayar que esta máscara se extendió al imaginario colectivo español que aceptaba la imbatibilidad de los vascos, jamás sometidos a la romanización, y que, según las leyendas medievales, vencían a todos los invasores. Sin embargo, la mitología de la identidad vasca separatista es de hace un par de siglos cuando Arana introduce cambios sustanciales y coloca en Aitor al padre fundador de la genealogía de los vascos. Se realiza así una transmutación que origina el nacionalismo vasco y, por ende, al partido nacionalista vasco. Arana convierte en dogma histórico y político lo que, hasta entonces, eran elaboraciones literarias y culturales. Es decir, da consistencia de realidad política a las leyendas sobre el pasado de los vascos.

Se trata de buscar una oposición simétrica entre lo vasco y lo español. Lo que hace Arana es radicalizar las diferencias apoyándose fundamentalmente en la lengua, que es radicalmente otra por carecer de raíz latina, y en los fueros que son leyes viejas. Sustituye el viejo lema carlista de “Dios, Fueros y Rey” por un nuevo lema: “Dios y leyes viejas” que hace desaparecer al Rey como símbolo articulador de la diversidad española. Ya no hay tercer lugar, el articulador simbólico desaparece y la lucha se hará entre semejantes: la semilla del odio ha sido plantada y dará sus frutos. El eje binario de oposición vasco/español no permite dialectización alguna dado que no hay mediador, no hay lugar de excepción que sea el garante del orden simbólico; por ello el discurso político queda encerrado en el callejón del eje binario, dicotómico, de bueno contra malo, de vasco contra español, ej
e de odio entre semejantes y prójimos que aún padecemos.

La doctrina de Arana consiguió hacer vínculo social a través de la langue, dado que con ella se transmite, oralmente, el consejo familiar junto con el adoctrinamiento político. Arana pone los nombres propios de los hijos, señala las fechas y los ritos festivos, pero en esa misma lengua dicta las consignas y los objetivos políticos. Estos ideales se transmiten fundamentalmente de forma oral, no pasan por lo institucional, no calan ni en el ámbito universitario, ni en el laboral; se extienden por la red familiar oralmente y no llegan a constituirse como saber de una experiencia. Este aspecto es el que queremos subrayar: se transmiten los ideales oralmente con el instrumento de la langue , pero se evita la elaboración racional, discursiva de esa experiencia. La experiencia no deviene saber, permanece como leyenda. El sujeto no puede, pues, responsabilizarse de su historia; el lazo social se hace bajo el signo de la apología del ideal, bajo el signo del goce, que rechaza el vacío de lo real.

Y aquí es donde reside el síntoma: el ser vasco es una identidad que no se adquiere por una asimilación simbólica, no hay registro escrito que permita la inscripción, sino lazos de sangre, exaltación de los vínculos endogámicos en lugar de trazos simbólicos. Ser vasco es ser nacionalista vasco, lo que no siempre significa comulgar con el discurso ordinario de la democracia.

Pero la teoría psicoanalítica nos ha enseñado que lo no simbolizado vuelve como acto, como ciego impulso al acto.

Después de la tercera derrota o del paso al acto

Después de las guerras carlistas vino la pérdida de la guerra civil y con ella las consecuencias de la derrota: la comunidad vasca ideal pasa a ser transmitida de forma clandestina. La transmisión queda reducida al ámbito familiar y se realiza por vía oral; adquiere el aura de lo reprimido, y para los nacidos después de la guerra “la novela familiar” exige la reparación moral de la causa nacionalista que ya lleva encima tres derrotas, con la consabida acentuación de su victimización e idealización. El franquismo consigue que la pérdida real se recubra con la imaginaria que la construcción de Arana había propiciado.

El desarrollo de la langue que permite un recorrido circular porque no pasa por el Otro, no se enfrenta con la alteridad, termina con un paso al acto, con la decisión de constituir la ETA.

Afirmamos, esta es la tesis que estamos defendiendo, que la visión victimista se afianzó con la consabida idealización de las tradiciones, que al no ser contrastadas, al no ser sometidas ni al juicio, ni al deseo del Otro, circulaban en el seno familiar y sin el respiradero de una mediación oxigenadora.

Lo que el psicoanálisis califica como paso al acto es la realización, la escenificación de un fantasma que no se ha podido elaborar, que no se ha podido simbolizar, y que se efectúa.

Los nietos de la ira [6] impulsaron lo que sus mayores anhelaban: la liberación del País Vasco. Para ello tenían que actualizar la doctrina de Arana que a finales de los años sesenta se aderezó con un discurso progresista que apelaba al “compromiso sartriano”. A este compromiso se añadió la acción porque, tal como afirmaba J.P. Sartre, ( Les Temps . Modernes, 1952): “si el pueblo pierde la esperanza nigún discurso se la devolverá, pero si la acción lo toma creerá; la acción es por si sola una confianza”. Esta cita del filósofo Sartre apareció en 1968, en el nº 50 de “Zutk”, publicación clandestina de ETA.

En esa misma fecha se publicó un ensayo que, en español, se titulaba “ Tenemos que matar al Dios de los euskaldunes vascos ”, en el que se defendía la tesis de la necesidad de desvincular las revindicaciones vascas de la fe católica porque para sobrevivir en un mundo moderno e industrializado la lengua y la cultura vasca debían alejarse del mundo rural, y de la legitimación religiosa. La Arcadia feliz de Sabino Arana, equiparaba vasco con creyente, pero el euskaldum fededum debía dar paso al gudari preparado para luchar sin las ataduras estructurales tradicionales. Se sustituyó así el nacionalismo tradicional por una ideología totalitaria que unía las tesis marxistas con las anticolonialistas para luchar contra la dominación de España. El furor heroico es la reacción a la inhibición melancólica de la generación que perdió la guerra civil, siendo también una espita para la pulsión en el contexto de un fantasma compartido.

La tercera generación

Guerras carlistas, guerra civil, “guerra” de guerrillas contra el invasor/corruptor Respecto a esta situación, heredada por Mario Onaindia [7] , “nieto airado” de los carlistas que se lanzó a la lucha etarra, y que años después, reincorporado a la vida democrática, afirmaba: “Nos fuimos de casa para continuar su guerra. Es algo que nos sucede a los vascos, lo de dar crédito a las leyendas de los demás, a lo que Lacan llamaba la épica del yo [8] . El único personaje del Quijote que se toma en serio su locura es el escudero vizcaíno” [9] .

Nos interesa destacar la cita de Onaindia sobre Lacan: se refiere a la épica del yo, al yo como lugar de desconocimiento, al yo como producto imaginario; dado que el yo es inicialmente una imagen formada en la alienación al semejante. El yo, estructurado en una primera identificación que funciona como una imagen, como un reflejo del otro, puede llegar a reificarse, a “cronificarse” en tanto que simbolismo sin analizar, sin contrastar con la experiencia vivida. Hay una forma de negación más o menos inconsciente que rechaza enfrentarse con los archivos, con las huellas registradas sobre la experiencia cotidiana, que se disfraza bajo las máscaras épicas de unos orígenes y unas glorias que nunca fueron presentes. Violentando la Historia se acaban sustituyendo los recuerdos que contrarían el canto épico que sirvió de canción de cuna para los gudaris que desde los años setenta se empeñan en repetir en clave marxistauna narración mítica.

Los gudari que luchan en una guerra imaginaria contra lo español porque los estados francés y español no quieren solucionar el “conflicto vasco”, son los representantes de la hipertrofia de unos ideales del yo inalcanzables por irreales: confunden la imagen virtual con la real. Dicho en lenguaje lacaniano: confunden la imagen especular que dio origen a la primera identificación del sujeto con el otro, su semejante, con la imagen real ajena al familiarismo y a la extrema alienación al deseo del Otro en que se encuentra el niño. Los ideales del yo, simbólicos, requieren de la mediación del Otro, con mayúsculas, de las instituciones, de la escritura; necesitan salir del ámbito familiar, de la influencia de la madre, es decir, de los lazos más emocionales, sanguíneos, para poder aceptar la ley.

El Nombre del Padre exige separarse de los vínculos más cercanos para establecer el lazo social fundado en la racionalidad. Y la racionalidad es lenguaje. Desde Aristóteles somos un mamífero parlante, un animal político porque habla y se socializa. Hablar como santo y seña de la racionalidad no es hablar ni vasco ni catalán ni suahili, es capacidad para comunicarse, para establecer pactos.

Pero la voz humana va más allá del terruño, de los vínculos de sangre y sitúa a la polis como condición de posibilidad del lazo social, y ¿por qué no?, cosmopoli
ta. La palabra no puede, ni debe ser sustraída a la astucia de la Razón.

Desde una perspectiva psicoanalítica la influencia de la madre en el caserío significa la supremacía de lo familiar y rural frente a lo social y universal que se expresa en el Nombre del Padre, que impone la racionalidad como superadora de los vínculos de sangre. El padre es el encargado de separar a la prole del goce; la renuncia al goce inmediato traerá ventajas consecuentes a la aceptación del principio de realidad que nos obliga a establecer lazos más amplios

Cuando la figura del padre desfallece [10] la racionalidad desfallece y lo que impera es el goce de la pulsión de muerte. Los nietos son los hijos de los que perdieron la guerra contra Franco, que a su vez eran hijos de perdedores, que se refugiaron en unos mitos que los impulsaron a vengar tanta ignominia: la de un fantasma compartido que les conducía a una inhibición melancólica o a un desquite pulsional. La venganza se hace en nombre de la tierra, la madre tierra, y de la lengua como vehículo del goce que clama por la infancia y el paraíso perdidos.

A pesar de que ETA usa un lenguaje marxista, propio de los años setenta, sin embargo su imaginario sigue anclado en el medio rural; el vasco no se escribe, no va a la universidad ni se plasma en los textos jurídicos ni literarios. De ahí que a partir del Estatuto de Guernica de 1980, la política del PNV vaya encaminada a convertir el euskera en lengua escrita e instrumento de comunicación institucional. La lengua materna y familiar, la langue, como la llamaba Lacan, debe de ser transformada en la lengua de las instituciones y por ello expresión de la racionalidad.

El familiarismo de la sociedad vasca produce la unión de los ideales con los lazos libidinales familiares; esta situación distorsiona la trasmisión dado que es el operador paterno, racional y universalizador, el que debe separar los ideales de los vínculos de sangre; cuando los ideales se trasmiten por la vía materna, con los lazos libidinales a la madre, se impide su separación, haciendo que la ley del corazón triunfe frente a la astucia de la razón.

Los mandatos pulsionales conducen a un goce que descarta el contrato social. La separación de poderes exige que el ciudadano recurra a la justicia para resolver sus conflictos; no se toma la justicia por su mano; se dice ciudadano del que hace uso de las instituciones para resolver sus conflictos.

Pero conducido de forma irracional delata el “desorden del mundo” sin pararse a pensar que es él mismo, bella alma, el que lo causa.

La lucha por la patria vasca deviene así en un mandato superyóico: o culpabilidad o lucha a muerte.

El enfrentamiento especular e imaginario entre lo vasco y lo español carece de un tercer lugar: de un significante pacificador procedente del Otro en tanto que mandato racional. El fin se confunde con la causa, es decir, la causa se convierte en un fin en sí misma.

Sánchez Ferlosio ha reiterado, en sus artículos en El País , que lo que lo que la lucha terrorista encubre es la irrealidad de la Causa: no queda más causa que la pulsión de muerte. Gracias a ella es posible que destruya a mi enemigo, pero lo que es seguro es la propia destrucción y la del entorno. El vínculo social requiere el pacto, la astucia de la razón que da nombre a los intereses que se derivan de aceptar la orden racional que nos dice que no hay tierra prometida ni esencia para el sujeto. El Otro está agujereado, tiene déficit entitativo y el lenguaje es sin origen, pero permite la acción comunicativa el diálogo entre iguales y los pactos.

El concepto de ley en el psicoanálisis.

El filósofo Zizek [11] , esloveno, y por propia experiencia, buen conocedor de la devastación nacionalista en los Balcanes, analiza los empujes al acto, el paso a la violencia fratricida, tomando en consideración la noción de ley tal como la contempla el psicoanálisis.

Distingue el mandato obsceno del súper yo, del mandato racional que se denomina Nombre del Padre, porque esta función, la paterna, es el operador lógico que nos separa del amor/odio de los vínculos familiares en su sentido más estrecho. La ley tal como la consideramos desde la modernidad es el producto del pacto social, y es articulada en un discurso público que se pone por escrito y es de obligado cumplimiento para todos. ¿Qué pasa cuando alguien se considera distinto, cuando el narcisismo de la pequeña diferencia es más fuerte que el lazo social?

Cuando la ley pública igualitaria se suspende lo que surge es la lógica patriarcal, autoritaria. El superyo ordena: ¡goza!, con la consabida cadena de actos desatados por la pulsión de muerte.

La astucia de la razón ordena: ¡pacta!, llega a acuerdos, renuncia al terruño y recorre el mundo, busca más allá del hogar, evita los lazos endogámicos.

Pero cuando la acción simbólica del padre se debilita, cuando la función paterna entra en crisis, los lazos libidinales se enseñorean de un sujeto atado a la infancia, a la langue, a la novela familiar que le dice: tienes que vengar las afrentas de los tuyos. Como afirmaba Onaindía, los nietos de la ira salieron de la casa paterna para continuar su guerra, pero… recordemos el The Spoon River, Euskadi con el que Juaristi quería responder poéticamente al Defenderé la casa de mi padre, de Gabriel Aresti.

Te preguntas, viajero, por qué hemos muerto jóvenes, Y por qué hemos matado tan estúpidamente. Nuestros padres mintieron: eso es todo.

Cuando lo que se trasmite es una leyenda, una mentira interesada, un fantasma compartido de los orígenes que nunca existieron para ningún pueblo, lo que se trata de tapar es el déficit, la falta ontológica. El intento de recuperar una completud que nunca fue presente, convierte a la memoria en un archivo que no recoge la experiencia realmente vivida, sino un cúmulo de fantasmas e imposturas sobre una tierra prometida.

El intento de encontrar esta tierra por los medios legales les exigiría aceptar que el goce no se distribuye equitativamente. Hay que saber responderse a la pregunta: ¿qué es la justicia cuando se sabe que no se puede distribuir el mismo goce para todo el mundo? Esta frase sobre la imposibilidad de distribuir la misma cantidad y calidad de goce para todos, la tomo prestada de Jorge Alemán porque me parece a la vez terrible y certera: la razón puede igualar en derechos civiles a los ciudadanos, pero el sujeto es más y menos que el ciudadano; el sujeto goza, traspasa los límites de la razón y es difícil poner freno al impulso de gozar.

Las que no quieren saberlo son algunas “bellas almas”, víctimas que después de quejarse y quejarse, miran para otro lado bien protegidas por su insatisfacción. Hay otros que guiados por la ley del corazón se lanzan a buscar la salida por la vía del goce traumático, por la vía de la pulsión de muerte. Hegel afirmaba que esta lucha puede ser superada por la astucia de la Razón. Sin embargo, pasados los idealismos románticos, los vientos soplan a favor de Freud, que nos advirtió del inevitable malestar que genera el contrato social.

[1] Juaristi, J.: El bucle melancólico, Espasa Calpe, Madrid, 1997.

[2] Marqués Rodilla, Cristina.: El sujeto tachado, Biblioteca Nueva, Madrid, 2001.

[3] Juaristi, j.: El linaje de Aitor, Taurus, Madrid, 1987, pp.48, 76 –77.

[4] Juaristi, J.: opus. Cit., pp.95-96.

[5] Término acuñado por Lacan que se refiere a los significantes encerrados en el circuito de la historia familiar, de la biografía de un sujeto; estos significantes amos gobiernan al sujeto alienado del inconsciente. El paso por la mediación del Otro es necesario para romper la repetición. Lacan, J.: Escritos, Siglo XXI, varias ediciones . Especialmente, “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano”.

[6] Unzueta, p.: Los nietos de la ira, El País-Aguilar, Madrid, 1988.

[7] Onaindia, M.: El precio de la libertad, Espasa, Madrid, 2001.Libro de memorias muy recomendable porsu perspectiva psicoanalítica.

[8] Marqués Rodilla, Cristina.: El sujeto tachado, Opus. Cit.

[9] Onaindia, M.:Opus.cit.

[10] Lacan, J.: Le séminaire XVII, L’envers de la psychanalyse, Seuil, 1991 . Hay traducción en español.

[11] Sizek, S.: “El super-yo por defecto” en Las metástasis del goce, Paidós, Bna. 2003.