La problemática transexual

28 octubre 2025 | Factor Psi

Por Ángel Sánchez Bahillo

Hay personas que sienten malestar en relación con el sexo que les marca su biología, con los roles de género que la cultura asocia a su sexo o con ambos. Algunas de estas personas conectan con el sistema sanitario para abordar dicho malestar. Entre los abordajes posibles de este malestar se encuentran intervenciones hormonales e incluso quirúrgicas, con efectos secundarios importantes e irreversibles, cuya realización debe ser valorada cuidadosamente. Por otra parte, la prudencia del clínico no debe ser confundida con el rechazo sistemático a intervenir, con el abandono a quien sufre, con la patologización o con la culpabilización del paciente.

Esta situación plantea un conflicto para el clínico, que se complica con aspectos ideológicos y legales. La pregunta obvia en una revista como ésta es ¿qué puede decir, o hacer, un psicoanalista al respecto? Uno de los problemas que complican la respuesta a esta pregunta es la equivocidad del término psicoanalista, que provoca confusión. Psicoanalista es el que practica el psicoanálisis, pero ¿qué es el psicoanálisis?

Psicoanálisis es, en primer lugar, una técnica terapéutica. Esta técnica arranca con la asociación libre del paciente, que le lleva a construir un discurso en el que aparecen contradicciones, elementos reprimidos, etc., con los que se trabaja mediante intervenciones como la interpretación. En el trabajo analítico el paciente va tratando de aclarar lo que significan para él el sexo y el género y elaborando una forma de armonizar su subjetividad con las exigencias de la sociedad. El psicoanalista adopta una posición de escucha, de apoyo al discurso y evita el juicio moral. Para esta tarea es importante conseguir tiempo para el paciente y para el proceso analítico. Uno de los principios técnicos fundamentales del psicoanálisis es la demora de la acción y la toma de tiempo para la reflexión y la exploración de distintos componentes motivacionales. La prisa y la tendencia a la actuación de nuestro momento cultural, unidos a las presiones de distintos grupos identitarios o morales (en un sentido y en el opuesto) dificultan esta labor. La persona que ejerce de psicoanalista puede tener (y de hecho tiene) unos valores morales y una valoración acerca del «fenómeno trans», pero debe apartarlos para realizar su trabajo. Este «apartamiento» es difícil de conseguir completamente y se filtra en la transferencia del analista (mal llamada contratransferencia).

Como decía antes, la confusión viene de que psicoanálisis significa más cosas que lo expuesto anteriormente. En una segunda acepción, el psicoanálisis es una técnica de investigación con la que el psicoanalista va comprendiendo el funcionamiento psíquico de su paciente, especialmente en relación con sus fenómenos inconscientes. Aquí el analista encuentra que pacientes con síntomas similares (como la problemática trans) difieren en su estructura de base, pudiendo ser tanto psicóticos como neuróticos o perversos. La investigación psicoanalítica nos conduce al principio técnico de que hay que ir caso por caso, evitando imponer generalizaciones teóricas sobre la individualidad y la subjetividad de los pacientes.

Para complicar más las cosas, Freud consideró una tercera acepción de psicoanálisis. El psicoanálisis es también un conjunto de teorías y generalizaciones construidas por los psicoanalistas a partir de las observaciones que realizan en su trabajo clínico. Si según la primera acepción de psicoanálisis el analista ayuda al paciente a negociar un encaje entre su subjetividad y las reglas sociales, desde la tercera acepción el psicoanalista participa en el debate social acerca de qué normas son más convenientes para conducir a algo tan difícil de definir como la «salud».

Ésta es una discusión abierta en la que participan sociólogos, politicos, filósofos, médicos, religiosos, moralistas, etc. Parece claro que las expectativas sociales que regulan la subjetivación del sexo y el género están en proceso de revisión en nuestra cultura y que aún no hemos alcanzado un punto de consenso. Creo que la voz del psicoanálisis debe formar parte de ese crisol al aportar una perspectiva única sobre el mundo interno del sujeto.

En el momento actual no podemos ofrecer una respuesta consensuada y presentarla como la voz del psicoanálisis. Distintos profesionales dan respuestas diferentes, en relación con experiencias clínicas con pacientes distintos y, me temo que especialmente, basándose en planteamientos sociales y morales a priori que son intrínsecos a cada persona, al margen de que ejerzan de analistas. Aunque no tengamos una voz unificada, sigue siendo válido, y valioso, que trabajemos aportando argumentos, iluminando puntos oscuros y ayudando a avanzar un debate que trata de construir uno de los pilares del modelo social.

Por otra parte, es importante que no confundamos el ámbito de aplicación de las distintas acepciones del psicoanálisis. La tentación de adoctrinar al paciente con aquello que nosotros creemos que va a ser mejor para él está siempre presente. Sin embargo, es contraria a los principios de la primera acepción del psicoanálisis, aquella que rige el trabajo clínico.

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