La reflexión que propongo no quiere abarcar, como se puede entender, todas las dimensiones y coordenadas que intervienen en la neurosis obsesiva, ni las específicas del sexo femenino.
Pretende de algún modo abordar alguna cuestión, que me parece tiene conexión con el conocido pronunciamiento de Freud sobre histeria y feminidad; un apunte sobre la mayor concurrencia de mujeres obsesivas en nuestras consultas que, al no disponer de estadísticas tengo, sin embargo la impresión, recogida también entre colegas, que es hoy particularmente llamativo y relevante.
Oigamos lo que Freud nos dice en su libro Inhibición, Síntoma y Angustia
“Siendo indiscutible que la histeria presenta una mayor afinidad con la feminidad (Weiblichkeit), del mismo modo que la neurosis obsesiva con la virilidad (Männlickeit)” (1)
“Männlichkeit”, se traduce al castellano por virilidad y masculinidad. Me parece aconsejable traducirlo por masculinidad, ya que es un opuesto más ajustado a feminidad, pues la virilidad es un rasgo sin duda importante, pero un rasgo de la masculinidad, sin recubrirla completamente.
La feminidad es una construcción cultural del ser mujer. La masculinidad pienso que lo es del ser hombre.
Los tiempos de Freud no son nuestros tiempos, caracterizados de manera sobresaliente por la presencia de las mujeres en la sociedad, en lo público. Puede decirse que las mujeres han tomado el Ágora. En la más inmediata actualidad, las rebeliones en el norte africano y el mundo árabe, pueden medirse por la participación y por la consideración de los derechos de las mujeres.
La feminidad en época de Freud tenía los caminos trazados en una sociedad que empezaba a moverse (2) pero que pedía el cumplimiento para la mujer, de lo que él mismo dirá, como los altos fines que como madre la civilización le tiene reservada “Un papel marcado por el Destino y extremadamente espinoso y comprometido” (3). Puede así mismo apreciarse esta la consideración de Freud y su época en el gráfico comentario que hace, cuando al abordar algunas cuestiones de la neurosis obsesiva se refiere a determinadas mujeres en estos términos
“[`…] a estas “viejas gruñonas”, último avatar de la muchacha adorable, la mujer amante y la madre llena de ternura” (4)
Como se puede leer, esta construcción de la feminidad, lo es para el otro. Las “viejas gruñonas” parece ser, lo que queda para sí, cuando la mirada del otro, la ve desatada de sus objetos. Y esto se le ocurre abordando la citada neurosis en su relación con el carácter. Pues las “viejas gruñonas” serían aquellas mujeres que, formaciones reactivas exitosas mediante, han entrado en el acabose de su función genital.
Sin embargo, entre finales del XIX y principios del XX, tras años de paz y por tanto de posibilidades de prosperidad, las cosas en Europa están cambiando, también para las mujeres que como señala Stefan Zweig, muestran nuevas actitudes: “Por primera vez ví a muchachas saliendo de excursión con chicos sin institutriz y practicando deportes en una franca y confiada camaradería; ya no eran las tímidas mojigatas de antes, sabían lo que querían y lo que no. Liberadas del temeroso control de los padres, ganándose la vida como secretarias o funcionarias, se tomaron el derecho de moldear su vida a su antojo” (5)
Zweig es, desde mi punto de vista, un buen conocedor del alma femenina, ha narrado los anhelos amorosos de las mujeres de su tiempo, con maestría de sabio de lo femenino. Pienso que cuando escribía estas palabras, apuntaba una tendencia, esa del cambio de siglo que va a poner a las mujeres europeas en una nueva situación. Claro es, que esas formas nuevas que describe no se dan en general y quedan más circunscritas a las ciudades que van adquiriendo un gran desarrollo. Sí podemos decir, me parece a mí, que aquellos tiempos de cambio eran propicios para Freud y su descubrimiento del Inconsciente. Cuando en la sociedad se mueven los estamentos establecidos, hay una disposición general a las preguntas y a lo nuevo.
Freud aportó innovaciones radicales. El desciframiento y tratamiento, de lo que era un problema médico de envergadura, las histerias, revolucionó su etiología, tanto como su curación. El establecimiento del núcleo de la sexualidad en la constitución del padecer mental, sólo aparentemente ha sido asimilado. Parece más bien, que la sociedad ha aceptado ciertas desataduras de la sexualidad, a cambio de excluirla, o que no se toque, en el ámbito donde Freud la desveló.
El método psicoanalítico, como sabemos, debe mucho a las histéricas. El conocido, “déjeme hablar” de la paciente de Freud, inaugura la escucha y la exquisita oreja de Freud, hizo el resto. Estas histéricas, deseosas de ser reconocidas como mujeres con palabra, pertenecen a ese tiempo de cambios.
Nuestros tiempos, decíamos, son otros tiempos. Podríamos preguntarnos qué feminidad se promueve. A partir de la II Guerra Mundial, dicho en sucinto, las mujeres acceden al espacio público, a las diversas manifestaciones sociales, a la cultura y al trabajo. Y ello en nombre propio y no como mujeres de, o como madres. También ya no se trata de excepciones ni de clases sociales, sino generalizado y distintamente de la clase. La feminidad se observa menos restringida a unos modelos estándares y en todo caso conviven socialmente e incluso culturalmente un arco de formas, que contiene tanto el estereotipo publicitario de la mujer-solo-cuerpo, a mujeres de diversas profesiones, interesadas en ellas o/y realizadoras de sus obligaciones profesionales, en modo equivalente al de los hombres, sin que eso ponga en tela de juicio su feminidad, que ya no queda definida por el buque insignia de la maternidad.
Es este un simple apunte, de una temática generadora de consideraciones y reflexiones que deben proseguirse.
Sirva este apunte pues, para tomar nota de la presencia cada vez más frecuente en nuestras consultas de las mujeres obsesivas. Esta presencia en lo público, debe tener alguna relación con esta mayor preponderancia de la neurosis obsesiva en las mujeres, o al menos parece interesante preguntarse por ello.
Que Freud hiciera la afirmación antes dicha, no es óbice para observar que tanto él, como antes de él, se ha escrito y considerado la existencia de mujeres obsesivas ( ya antes de Freud se hablaba en la literatura psiquiátrica de limpiadoras compulsivas, de melindres de las damas, de escrupulosas, etc) habrá pues que considerar su relación con la feminidad y con ello, su salida del Edipo, cuando la hay, y la castración.
Y como Freud finalmente consintió en ver, en las niñas ese no es el orden. Tendrá que encontrar salida a la castración, que bueno es recordar que no es un mito, para acceder al mito, Edipo.
La subjetivización histérica u obsesiva, va a decidirse en e
l tiempo de la castración.
A es respecto Freud escribe: “ Sabido es que el lenguaje simbólico se sobrepone muchas veces a la diferencia de sexos” (6) El lenguaje simbólico precede a la percepción real de la diferencia. Cuando en la niña esto se produce, la percepción le hará registrar algunos signos de esta diferencia: que se ve más, que es saliente y grande. Lo grande-pequeño los niños, de ambos sexos, lo captan muy inicialmente, como sabemos.
La observación de niños y el trabajo analítico con nuestros pacientes, nos permiten escuchar los conflictos conscientes e inconscientes con los padres, desde luego también con la madre. Para ambos sexos la madre es la primera como objeto. Y es también y en primer lugar el otro en el desamparo traumático, en la impotencia radical física y simbólica del niño. Otro del don de amor y objeto de las pulsiones.
La niña ha descubierto la diferencia con el otro sexo. Las consecuencias de ese descubrimiento son a posteriori tras la ocurrencia de una amenaza de castración. Sabemos que Freud pensó que esta amenaza no se da en las niñas, porque ya estaba cumplida (7) ( recuérdese que en el año 1924, Freud aún tiene esta opinión. Será en el 1931 cuando reconozca que efectivamente la niña también tiene complejo de Castración). La amenaza en la niña atañe al temor a la pérdida del amor materno. Amenaza de perdida de amor, heredera en continuidad de anteriores separaciones. Durante bastante tiempo Freud sostuvo que la niña se dirigía al padre, guiada por el Penisneid, producto del descubrimiento de la diferencia sexual , sin mayor complicación. Ya sabemos que terminó por ver, que sí, que hay la mayor complicación.
El tiempo donde la madre es la única que importa es largo, y para algunas niñas muy largo. El acceso a Edipo, dejar a la madre y dirigirse al padre, va a requerir, por una parte de la intensificación de la versagung, de la hiancia con la madre y la pasión afecta* de las pulsiones de conservación, invertida de signo para la madre, el odio asociado a su falta, y por otra parte del amor asociado a la metáfora paterna, donde el padre es traído por la madre.
Así, el acceso al padre, toma las vías del deseo de la madre que está más allá del niño. Cuando la niña capta que ella no cubre todo lo que la madre quiere, este más allá que capta revestirá de significación a la diferencia sexual descubierta, significación atribuida “a posteriori” de la percepción. Que la madre desea más allá, instaura potencialmente una amenaza. La amenaza de pérdida de su amor, pues lo que la madre querrá, ella no lo tiene, será eso que vio, donde el órgano anatómico de la diferencia, queda figurado en el imaginario fálico. Descubrir que la madre está afectada de falta, la pone en la estela de su deseo dirigido al padre.
“Es el odio el precursor del amor” dice Freud, citando a Stekel (3) Y lo dice en el mismo fragmento donde habla de una de las condiciones de la neurosis obsesiva, ampliamente conocida, la prematura maduración del Yo, ante la libido. El Yo se anticipa en el tiempo a las condiciones de unificación de la libido, que se encuentra en estadios pregenitales sádico-anales. Es de esta fuente de donde surgirán el odio y la hostilidad, que son primeros y que sufrirán una inversión, a través de formaciones reactivas, que invertirán el signo de la pulsión y el desplazamiento del contenido. Este mecanismo que participa de modo necesario en la humanización y civilización del niño, es también el mismo que interviene en la producción de síntomas obsesivos.
Este Yo prematuro, que en las obsesiones puede venir empujado por un plus, por circunstancias y avatares de la historia familiar del individuo, tiene su arranque de inevitable acontecer, en lo que desde que Lacan lo investigó y formuló, llamamos Estadio del Espejo (8).
Digamos en pocas palabras, algo sobre este Estadio. El niño entorno a los seis meses, descubre su imagen en el espejo y este descubrimiento, mientras es sostenido por un adulto, le va a proporcionar júbilo y alegría, y se va a configurar en Gestal, en una prematura imagen de unidad, constituida a través de la imagen del otro que lo sostiene. El Yo es siempre prematuro, puede decirse. Están aquí los inicios del narcisismo, que nos sitúan respecto de ese rasgo que observamos en las obsesivas, a la par que en los obsesivos, querer al Ideal como así mismos.
Sabemos que en alemán esta neurosis recibe el nombre de Zwangsneurose. ‘Zwang’, forzamiento,obligación en castellano, así queda el Yo, forzado a una elección temprana de objeto, cuando el orden sexual no ha alcanzado aún la genitalidad, esta obligación, estos ‘zwangs’ originan fijaciones en este tiempo. Podría decirse que este Yo espabilado va a disponer de una pulsión de Dominio y Control, cuya sublimación dará, como dice Freud, una “hijuela”, la pulsión de saber y su rechazo, la duda.
Freud habla de fases y eso sitúa un tiempo diacrónico, sin embargo lo que nosotros conocemos de los sujetos, es en una sincronía que nos sitúa en un a posteriori, cuyas secuencias son tiempos lógicos, que no evolutivos (9).
Este Yo prematuro va a captar que al otro materno, omnipotente, en tanto puede o no, responder a su llamada; omnisciente, del que tiene dependencia radical, dado su desamparo psíquico y traumático, que sobre ese todopoderoso otro, tiene un resorte, puede quedar a su disposición, en un expulsivo agresivo o puede retenerse narcisísticamente de sus heces, encontrando en esta retención un goce asociado a la mucosa anal y al juego retentivo, a la vez que pone a la madre a su merced, que recibirá su producto corporal cuando el niño lo decida. Con ocasión del debut de la neurosis obsesiva, el sujeto va a regresar a estas fijaciones. Y digo sujeto y no niño, porque sea la edad que sea, se trata del sujeto del Inconsciente. Es interesante observar, que tener en cuenta esto que sabemos, obliga en la clínica de la obsesión a investigar sobre este tiempo y la madre, tanto como los tiempos de la madre fálica. La madre todopoderosa, controladora, pero a la vez, a la que se le puede poner en disposición de quedar pendiente, de manejarla en la complacencia o en la hostilidad.
La obsesiva en la puesta en escena de la castración, la angustia de la amenaza de la pérdida del amor de la madre, va a reprimir lo evidente, la falta de la madre, y va a ofrecerse como la niña buena, obediente y limpia – por decir tres términos que son huellas significantes- que su madre quiere, o ella quiere que su madre quiera, colmo de su deseo, su falo. Y hará de su madre, su fascinación.
La dificultad en el reconocimiento de la falta, va a ser fuente de angustia, síntomas e inhibiciones. Síntomas, los obsesivos, sobradamente conocidos, donde represión y regresión, configura las conocidas formaciones reactivas, que logradas, forman parte de los mecanismos de las sublimaciones pulsionales.
En el proceso de separación de la madre, que su castración dirige, las hembras han de afrontar una disyuntiva: conservar su amor y elegir al padre. Conservar el amor de la madre obliga a dejar de ser objeto de su deseo, sin que este deseo se beneficie de un desplazamiento, como se trata en el caso del varón. En la neurosis histérica parece que la reve
rsión narcisista en el cuerpo, coloca a éste en posición de señuelo del otro masculino. Ser su falo. Continuidad de la posición fálica con la madre.
En la obsesiva el devenir del deseo fálico, se regirá por el deseo de hijo. No es infrecuente escucharlo de manera perentoria. El deseo de hijo es vector en la entrada al mito, Edipo. El deseable niño, es herencia del deseo de tener un niño con la madre, el desplazamiento al padre, la sitúa en la elección del objeto masculino. Tener un hijo, antes que tener un hombre. La eclosión de la obsesión, tras el nacimiento de un hijo, es frecuente, y encontramos ahí el despliegue coercitivo de medidas de control de todo lo referente a la alimentación y salud del niño. Recordemos los casos de mujeres que Freud cuenta, de desarrollo de la obsesión ante la impotencia del marido.
Otra vía circula a través de las formaciones de las pulsiones de Dominio y Control. Ser la que sabe, tener la razón, obtener éxitos profesionales. Su territorio no es el cuerpo, sino “lo mental”, entendiendo en esto lo intelectual, lo espiritual, lo social, cultural, etc. Algo de lo oculto, hay en ella.
Recuerdo una paciente ama de casa, que perdía tiempo y tiempo, en las composiciones que trataba de organizar siguiendo criterios numéricos y de color, con las pinzas con las que tendía la ropa. Al contarlo mostraba el padecimiento del zwangs y el gusto de lo conseguido, “es bonito”, decía. Tanto en una vía, como en la otra, se trata más de tener el falo que de serlo.
Las dificultades de separación y la fidelidad al amor materno, da la ocasión a generar lo que podríamos llamar, un amor reactivo, donde el odio –precursor del amor, como decía Freud- y la hostilidad provenientes tanto de la repulsa a la omnipotencia de la madre, como de los correctivos con la masturbación infantil, ha tomado el signo inverso y convierte a la madre, con frecuencia, en una santa, que como tal, está excluida del comercio sexual. Pues el reconocimiento de la mujer que la madre es, y con ello, su deseo hacia un hombre –en los casos propicios, el padre- es negado, orillado, desvalorizado. La falta de la madre, horror-causa del desarrollo de una neurosis, en tanto la castración de la madre es la que cuenta, toma en la obsesiva la entrega sometida a sofocarla, ser la hija que la madre quiere. Una paciente de nuestros días, con una fuerte inhibición orgásmica, insiste en cuanto se acerca a la posibilidad de reconocimiento de esta falta, en “ ya lo sé, ya lo sé. Será así, que mis padres tuvieran relaciones sexuales, o que las tengan, pero yo no puedo verlo, no me entra, no me entra”. Relaciones sexuales tiene, pero el orgasmo no la “entra” , “no llego a ningún sitio”, dice. Tal vez tener un orgasmo, sea traicionar a la madre, pues sería un goce debido al hombre y no a la madre.
En muchas ocasiones encontramos como formación sintomática, un fantasma homosexual. El atravesamiento de este fantasma implica desenlazar objeto y amor materno.
Ser homosexual anuda objeto de deseo y don de amor, y rechaza la decepción del padre, regresando a la elección de la madre, redoblando la identificación con su falta. Falta ama falta, podría decirse.
Una mujer joven consulta porque desde hace meses se le presenta un pensamiento que la hace angustiarse y dudar. Se pregunta si estará enamorada de X, una chica. La joven tiene novio desde hace tiempo, pero sí habla de un apego a la madre, de una dependencia de ésta. Del padre se sabe que no se mete entre la madre y ella, dice. La amiga X, supuesta de interés, es una figura dotada para ella de las excelencias de la perfección y sin fisuras.
En otra paciente, también joven, la existencia de “amigas ideales”, como las nombraba ella, desde la infancia, la hacía sospechar que tal vez su deseo eran las chicas, aún teniendo con relativa frecuencia relaciones sexuales con chicos, connotadas problemáticas eso sí, por el pensamiento de embarazo, forma tortuosa de presentársele su deseo de hijo, terminando por retirarla del coito, para no ponerse en “peligro” de embarazarse. La consulta se inicia tras un tiempo de ruptura con la última de estas “amigas ideales”, y la aparición de una aprensión a las enfermedades, de las que padecería si le cuentan que alguien las tiene. Un otro le dice, que otro padece de tal o cual enfermedad y esa es la susceptible de ser padecida. La enfermedad aparece como el interés del otro por el tercero. El padre había padecido cuando ella tenía unos doce años, una grave depresión, de la que dice que ella no se había percatado. El tercero, el padre, objeto fallido.
Otra mujer joven también, en el transcurso del trabajo analítico, construye un fantasma de deseo homosexual, precisamente cuando se habían calmado los pensamientos intrusivos de destrucción de su pareja, que la habían hecho consultar. El atravesamiento de este fantasma la permitió recuperar la relación amorosa con el novio, del que estuvo separada el tiempo que requirió este escollo, puesto que consideraba que tenía dudas y no sabía si se confirmaría que su elección eran las mujeres.
En la obsesiva la problemática pues, es con el deseo. Se escucha en ellas la desvalorización de la sexualidad y de sí mismas como objeto de deseo del otro, como hemos apuntado. El cuerpo más velado en el espacio público, encuentra en el privado un olvido en la mirada del sujeto, un cierto olvido del cuerpo erótico, mostrando los efectos, de algo que podría nombrarse como suspensión del deseo fálico y los escollos en el amor al padre.
Suspensión en tanto este deseo, no queda regido por el deseo del otro sino, como en el obsesivo, por su demanda. Como quedó dicho, la espera del falo, la obsesiva no la pone en el padre, al uso de la histeria, sino en tener un hijo. Al igual que, en tiempos de hoy, en el desempeño perfecto, término de privilegio significante, en el trabajo, en la producción de tareas, es para las obsesivas, como lo es desde hace tiempo para los hombres, una vía abierta al objeto fálico. Y al llenado imaginario, de su ausencia simbólica (9).
Escollo, en cuanto este amor incluye una cierta desvalorización del hombre que el padre es. Amor al padre, decantado en ser como el padre y menos en tenerle. Ser como el padre, en una proliferación de identificaciones y tener al padre, en debilitada rivalidad con la madre.
Una paciente obsesiva se queja de las relaciones sexuales con su partainer, describiendo lo que llama crisis periódicas y que son su anhedonia y falta de ganas por el acto sexual, y ahí está su queja, que el partenaire no lo desempeña bien. Las propuestas de él, pasan por juegos sexuales donde ella se viste con ropas sensuales. Estos juegos, que la cansan, dice que son para él, que a ella no la erotizan. La puesta en escena del cuerpo aludido por la figuración imaginaria del falo, a ella no la erotiza. No la erotiza, erotizar, se diría. Muestra de un cuerpo erótico por fuera de la referencia fálica en el deseo del otro. La extrañeza de los cuerpos, tiene en la obsesiva las cartas ganadas.
Ejemplos estos del complejo y prolijo proceso, que para una mujer obsesiva, supone el afrontar la falta en la madre, y por ello su propia falta y el acceso al padre, al hombre. Implican también estos escollos que para la obsesiva, la separación de la madre, como objeto fálico, no deja de ser una traición y un
a trasgresión de su mandato. Y por ello parece obligado investigar, las denigraciones que lo femenino tiene en estas presentaciones. Denigraciones que apuntan al desprecio de lo que en las mujeres está en relevancia, en la escena de deseo del hombre. Si a esto le añadimos las desvalorizaciones del padre, que en estas mujeres se oye, así también lo que se oye, es que estos pensamientos no hacen más que continuar los pensamientos propios de la madre sobre los hombres o sobre lo que para esa madre, hayan supuesto los hombres. Entre denigración femenina y desvalorización masculina, las obsesivas andan asediadas por un deseo muerto.
A este respecto comentar, muy brevemente, el sueño de una paciente donde había una habitación con dos puertas, en la primera se encontraba un fantasma al que había que pagar una moneda, tras lo cual, la otra puerta podía ser abierta y acceder a un espacio en la que ocurría ¡la vida! Y dice: “Nunca he pensado que podía ser atractiva para alguien”, un hombre hay que entender ¿o la madre? Este es uno de sus dramas, que no piensan que el otro masculino las pueda mirar con atractivo.
La vivificación de su deseo requiere de un trabajo paciente de desprendimiento materno, de prestigiar la figura paterna, de apuesta por la incertidumbre, por un lazo en falta con el otro, que pueda ser registrado como donador, justamente de lo que no tiene. Ambos.
Quizá puede ser dicho respecto de nuestros tiempos y la mayor presencia de obsesivas en las consultas, decía que puede ser dicho, que las obsesivas desean desear.
En esta dirección, podemos decir que las sublimaciones y formaciones reactivas exitosas correspondientes a la pulsión de Dominio y Control, permiten a la mujer de estilo obsesivo, posicionarse ventajosamente en, lo que he llamado, su lugar en el Ágora. Quiero decir el lugar social, cultural, profesional. El deseo de saber, la hijuela de estas pulsiones, les sitúa en condiciones favorables para encontrar un lugar en el mundo, en este mundo en el que estamos, donde una mujer al igual que un hombre, ha de ganarse la vida, en expresión gráfica y sintética, de nuestro lenguaje coloquial. Esto era excepcional en los tiempos de ayer, los de Freud –e incluso los de Zweig. En el mundo de hoy, es obligado.
Cuando la obsesión se hace estilo, estilo de ser y no neurosis, las mujeres de este estilo darían imagen a una feminidad con resguardo del cuerpo, menos expuesto a la mirada del otro masculino. Una puesta en la escena social con el otro, más desligada del deseo y más volcada en el saber. Saber hacer bien su trabajo, que se puede escuchar en cualquier obsesiva, y cómo no también, hasta la obsesión en ello. Una feminidad menos lastrada por la envidia entre mujeres y por la rivalidad con los hombres.
Freud pues afirmó lo indiscutible de la afinidad entre feminidad e histeria, tal vez con ello quisiera decir, que efectivamente el acceso al Complejo Paterno está en la histeria, más librado de enredos con la madre. Siendo uno de sus nudos fundamentales, el deseo incestuoso con el padre.
En la obsesiva, uno de sus nudos es el deseo incestuoso con la madre.
La histeria muestra en primer plano al mito, Edipo; en la obsesión femenina, será la castración, la falta.
Podemos considerar que para Freud en la histeria, al encontrarse a Edipo en la entrada, facilitó su “indiscutible”. Edipo fue su pica en Flandes que le permitió construir su mito, Totem y Tabú. Debemos recordar igualmente la dificultad de Freud para pensar a la madre, auténtico topos en la mujer obsesiva.
Quedan para otra ocasión más reflexiones.
Trinidad Simón Macías
Psicóloga Clínica-Psicoanalista
e-c: trinidad.simon@gmail.com
BIBLIOGRAFIA
1.Freud: Inhibición, Síntoma y Angustia 1925, O.C. TomoVIII, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid
2-S.Decher, Hannah: Freud. Dora y la Viena de 1900 Ed. Biblioteca Nueva, Madrid
3.Freud: “Análisis de la fobia de un niño de cinco años” 1909. O.C. TomoIV Ed. Biblioteca Nueva, Madrid
4.Freud: “Disposición a la neurosis obsesiva”, 1913 O.C. Tomo V Biblioteca Nueva, Madrid
5-Stefan Zweig: El mundo de ayer. Ed. El, Acantilado. Barcelona 2002
6- Freud: “Sobre la transmutación de los instintos y especialmente del erotismo anal” 1915, O.C. Tomo VI. Ed. Biblioteca Nueva, Madrid
7- Freud: “Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia sexual anatómica” 1924, O.C. Tomo VIII Ed. Biblioteca Nueva, Madrid
8-J.Lacan: “El estadio del espejo como formador de la función del yo…” en Escritos 1 . Ed. Siglo XXI, México
9-Lacan: “El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada” en Escritos 1 Ed. Siglo XXI, México
10-J.Lacan: La relación de objeto Seminario 4. Ed. Paidós, Barcelona
*inclinado a algo o alguien, no de efecto