La influencia de la virtualidad en las relaciones humanas
Miriam Velázquez Bay
Los psicoanalistas, con la interpretación, dotamos de virtualidad a la escena psicoanalítica ya que generamos inmersiones en realidades o mundos que no están presentes, pero sin embargo están ahí y se están experimentando. Es lo que por definición se conoce como virtualidad, con lo cual sabemos que no existe nada más virtual que la realidad.
Sin embargo ahora, nos enfrentamos a una serie de extensiones tecnológicas que hacen del uso de la conectividad un caldo de cultivo en el cual se depositan muchas fantasías del paciente que pueden ser material de interpretación. Constituyen herramientas en las que apoyarnos para la traducción de los síntomas, antes que se desvíen en términos de la transferencia y en cuestiones de contenido, porque están funcionando como en las fantasías y en los sueños, nos hablan de los contenidos mentales del paciente, sobre todo de la interacción entre la realidad externa e interna, pero ¿y en términos del vínculo? Es decir: ¿cómo influye lo virtual en la manera de relacionarnos?
No podemos negar que las formas de relacionarnos han cambiado. Lo que no es una obviedad, y sí una paradoja, es el resultado que genera esta nueva forma de comunicación que es en muchos aspectos icónica, sincrética, puntual, superficial e insensible con respecto a los sentidos. En donde el cuerpo del «otro», progresivamente desaparece y la interacción se limita a la relación entre las mentes, mentes a su vez “virtualizadas”.
El presente trabajo está dividido en tres aspectos: las relaciones con el mundo, las relaciones con los «otros» y por último las relaciones del “yo” con el «sí mismo”, con la intención de regresar a un punto de origen: el vínculo.
Las relaciones con el mundo
Ante las velocidades de vértigo con que la conectividad y la virtualidad se han instaurado en el día a día, pienso en el movimiento, en los cambios que se dieron desde el establecimiento de los primeros grupos humanos, en el tránsito del hombre nómada al sedentario, que forzosamente adaptó su funcionamiento, avanzando progresivamente desde la predominancia del proceso primario al proceso secundario de pensamiento, momento en el que podríamos deducir que emergen los conflictos existenciales más profundos.
Existe una asociación entre el movimiento, la actividad, la dimensión de lo nómada (predominancia del proceso primario) y la negación o la incapacidad para conectar con el dolor. Existe otra asociación entre lo sedentario (simultaneidad entre el proceso primario y secundario de pensamiento) la pausa y la depresión.
El nómada vive una realidad apremiante en términos del ser resolutivo y superviviente (muy ad hoc a los tiempos que corren, en los cuales toda esta reflexión converge). Al volverse sedentario tiende a gestionar y organizar los recursos y el entorno lo orilla a pensar, pero pensar lo conflictúa. Para satisfacer las necesidades emergentes, el ser humano se vuelve sofisticado y la tecnología queda al servicio directo de estas necesidades, progresivamente complejas.
En términos de la angustia, ordenamos el mundo externo para paliar la sensación de caos, de desorden y de locura que supone la revolución de las emociones en el mundo interno. Establecemos parámetros, medidas, reglas, normas, ciclos, creamos procesos y sin embargo no tenemos tiempo para detenernos a pensar, porque el mundo externo que hemos inventado es tan demandante que nos impide conectar con el mundo interno y, aquello del nómada y el sedentario que parecía pura supervivencia se ha sofisticado de tal manera que estamos en pausa, sobreviviendo.
El ser humano actual no es un ser humano sedentario, es un ser humano en pausa, y en esa pausa se desdobla y se cuela dentro de las ventanas de la virtualidad a explorar con la misma naturaleza del nómada en la fantasía, a través de la red, puesto que ha conseguido librarse del lastre que es el cuerpo y que son las fronteras físicas.
El ser humano contemporáneo es un híbrido entre el movimiento que niega y la pausa que duele. Una suerte de instancia heterotópica que combina proceso primario y proceso secundario de pensamientos actuados en la red, en donde no es necesario tolerar la frustración, postergar la pulsión o aplazar el deseo.
Al relacionarnos con el mundo de esta manera virtualizada, tecnológica y permanentemente conectada, generamos una posibilidad de paliar ese monto de soledad original que permanentemente nos acompaña, producto del proceso de diferenciación con la madre y de la consciencia de la individualidad.
Así, en el escenario de la conectividad es cada vez más frecuente observar a todos los sujetos utilizando dispositivos electrónicos como si fuesen extensiones de sí mismos desplazándose por doquier, sin alzar la mirada, suspendidos en una dimensión en la que el organismo se desdobla para funcionar en modo multitarea (multitask) y permanentemente conectado (always on).
Sin embargo, colocándonos en una ventana virtual, podemos ser visibles, hipervisibles y simultáneamente invisibles, por aquello que dijo Nietzsche: “Si miras durante mucho tiempo el abismo, el abismo acabará mirando dentro de ti”.
Este fugaz sentimiento de compañía, que produce un pequeño alivio, no satisface la necesidad de vinculación y presencia, porque existe un punto de realidad en el que sabemos, que pocas son las expectativas que generamos de las personas con las que convivimos en Internet, y eso nos hace sentir seguros, nos protege un poco, generando a su vez sensaciones de omnipotencia con respecto al control del objeto.
La relación con las personas con las que convivimos en las redes sociales tiene un matiz de modulación y regulación de una distancia de seguridad para salvaguardar los afectos y preservar la individualidad, que prevalece sobre la necesidad genuina de vincularse.
Las relaciones con los «otros»
Se busca, se es y se encuentra a través de imágenes percibidas desde una ventana, que son el resultado de filtros parciales de la vida de los individuos, donde se muestran las mejores fotografías, con las mejores vestimentas, en los escenarios más exóticos, rodeados de gente atractiva, haciendo actividades deportivas de alto riesgo, altruistas o en viajes paradisíacos. Rara vez se retrata lo trivial, lo cotidiano, lo ordinario o lo usual y no es que siempre parezca que son felices, es que parece que son felices siempre.
El concepto de amor líquido creado por Zygmunt Bauman, da cuenta de la fragilidad de los vínculos humanos, describe el tipo de relaciones interpersonales que se desarrollan en la posmodernidad, y las relaciones que se dan por Internet, que se caracterizan por la falta de solidez, calidez y por una tendencia a ser cada vez más fugaces, superficiales, etéreas y con menor compromiso, donde los sujetos se perciben a sí mismos y a los otros vendiéndose como productos.
Incluyo el comentario de una paciente, un pequeño trozo de una sesión que ejemplifica la idea de los «otros» como productos:
Tengo varias aplicaciones, verás… hay todo tipo de perfiles: altos, flacos, feos, guapos, producto nacional, extranjeros. Hay aplicaciones para conocer chicas y chicas, o solo chicas, o solo chicos, puedes ver sus fotos, a que se dedican, cuales son sus gustos… así vas descartando rápidamente. Es súper cómodo, yo estoy en casa tranquilamente, desde el sofá, ya he encontrado un montón de perfiles interesantes…
Bauman establece una distinción en la que el amor tiene como meta preservar el objeto querido desde la libertad, lo cual conlleva a la supervivencia del “yo” encarnada en la alteridad de un “otro” a diferencia de las ganas, en las que no se sucumbe a la renuncia, se está perpetuamente en la búsqueda, manteniendo activa la idea de esa única persona perfecta, pululando por ahí, en alguna parte del universo virtual. Al lado de ella, el resto son productos desechables.
Este estado de idealización perpetuado por lo virtual genera una progresiva brecha entre la realidad y el deseo, la cual está alimentada por ese contexto imaginario. Es decir, confecciono un “yo” desde lo virtual que va al encuentro con el “otro” virtual. Mi «yo» recorre una brecha que contiene todas mis proyecciones, idealizaciones y deseos, simultáneamente negando la idealización hecha sobre el “otro” y negando que el “yo” virtual del «otro» esta elaborando exactamente este mismo recorrido, desde su propio punto de origen.
Se trata de la búsqueda y encuentro con un «otro» y también de un desencuentro: es decir el duelo virtual. En el duelo virtual se actúa de manera melancólica con respecto a la perdida del objeto y de manera narcisista con respecto del «sí mismo», con la fantasía de la inmortalidad, es decir, existir sin cuerpo.
Jean Francois Lyotard, en su recopilación de charlas sobre el tiempo, tituladas Lo inhumano, aborda la compleja temática de lo posmoderno. Propone la dificultad a la que se enfrentaría la tecnología para “pensar sin cuerpo”. Se pregunta: ¿si se produce la explosión del sol? podría persistir el ser sin cuerpo, en la red. El filósofo se refiere a la creación de una tecnología que prescindiera del cuerpo físico, manteniendo todas las características de la existencia del ser, del ser sensible, del ser ontológico. Sin embargo esta solución no sería satisfactoria: “El ojo no solo mira, sino que busca el reconocimiento” afirma.
Las redes sociales pueden funcionar como un lugar conciso y claro de ubicación del objeto perdido. Un paciente joven me comento en una sesión:
La muerte de mi madre me ha dolido mucho, pero ya no me duele más, porque yo se donde está, esta en Facebook. Yo le escribo en su muro, y la etiqueto en las fotos de las cosas que hago, a veces actualizo su perfil y reviso lo que la gente le escribe: vale, yo se que no está ahí, ahí. Sabes.. pero está… y yo creo que ya no sufre.
Este paciente muestra dificultades para la elaboración del duelo. La virtualidad le sirve para mantener en activo un espacio que genera la sensación de persistencia del objeto perdido. Es así como en relación con la perdida, el uso de la virtualidad lleva al “yo” a actuar de manera melancólica.
Ahora bien, si nos colocamos del otro lado (no del doliente, sino del fallecido) y retomamos la idea de la inmortalidad, toda esa información, datos, imágenes, conversaciones, publicaciones, tags, blogs y posts que dejamos atrás cuando morimos parecen ser una forma de sobrevivir la explosión del sol, “guardándonos en una nube”. Es decir, en la red, con respecto a la renuncia de nuestra propia existencia y de la renuncia de las abstracciones posibles, actuamos de manera omnipotente y narcisista.
La relación del «yo» con el «sí mismo»
Laing, introduce la palabra esquizoide, ésta:
Designa a un individuo en el que la totalidad de su experiencia está dividida de dos maneras principales: en un primer lugar, hay una brecha en su relación con su mundo y, en segundo lugar, hay una rotura en su relación consigo mismo. Tal persona no es capaz de experimentarse a sí misma “junto con otras” o “como en su casa” en el mundo, sino que, por el contrario, se experimenta a sí misma en una desesperante soledad y completo aislamiento; además, no se experimenta a sí misma como una persona completa sino más bien como si estuviese dividida de varias maneras, quizá como una mente más o menos tenuemente ligada a un cuerpo, como dos o más yoes, y así sucesivamente.
En términos de la virtualidad, existe una división similar; por un lado el internauta establece una brecha de relación con su mundo, cuando efectúa una regulación en la conexión con el mundo real (no virtual), modulando sus vínculos con personas y la realización de experiencias reales y por otro lado se da una rotura en su relación consigo mismo, cuando al generar su perfil y publicar su actividad en las redes sociales se filtra a sí mismo y selecciona aspectos de su vida, partes que desea mostrar, lo que cree ser.
La experiencia de despersonalización y la sensación de malestar con respecto a estar inmerso en el mundo puede no ser tan aguda, sin embargo si se puede percibir como desdoblada, fragmentada y la ligazón a un cuerpo no se ve tan limitada al interior del «sí mismo», se amplía a la creación de mundos virtuales.
Lo esquizoide abstrae al hombre de su relación con el “otro” y de su relación con el mundo real, del mismo modo que hace la virtualidad, permitiendo la creación de mundos confeccionados en los que se sumerge y facilita la relación del “yo” con el “yo” (o del Yo con el Ello). Se trata de defensas frente a las angustias que produce el enfrentarse al mundo real.
En este sentido, tanto lo intrapsíquico, como lo intersubjetivo se organizan de un modo peculiar: el vínculo se vuelve sobre el «sí mismo» “virtualizado” y progresivamente se desvanece con respecto de los otros reales.
Sartre dice con respecto a la psicología de la imaginación:
Preferir lo imaginario no es solamente preferir la mediocridad existente de una riqueza, una belleza, un lujo imaginario a pesar de su naturaleza irreal. Es también adoptar sentimientos y acciones imaginarios, en virtud de su naturaleza imaginaria. No es solo esta o aquella imagen la que se elige, sino el estado imaginario, con todo lo que esto envuelve; no es solamente una escapatoria del contenido real, sino de la forma de lo real mismo, de su carácter de presencia, de la clase de respuesta que nos pide, de la adaptación de nuestras acciones al objeto, del carácter inagotable de la percepción, de su independencia, de la mismísima manera en que nuestros sentimientos se desarrollan a sí mismos.
A lo que Laing posteriormente agrega:
La persona que no actúa en la realidad y solo obra en la fantasía se vuelve irreal. Para esa persona el mundo real se encoge y empobrece. La realidad del mundo físico y de las demás personas deja de ser un incentivo para el ejercicio creador de la imaginación y por tanto pasa a tener cada vez menos significación en sí misma. La fantasía, al no encontrarse, en cierta medida, encarnada en la realidad o enriquecida por introyecciones de la realidad se torna cada vez mas vacía y volatilizada. El yo cuya relación con la realidad ya es tenue, se torna cada vez menos una realidad-yo, y es cada vez más fantasmatizado a medida que se ve cada vez más entregado a relaciones fantásticas con sus propios fantasmas (imágenes).
La fragilidad de la realidad y su interpretación son frecuentemente empujadas al límite con las redes sociales y la posibilidad de crear mundos virtuales en los que nacen vidas paralelas, vidas desdobladas y mejoradas para las que la realidad y el vínculo son prescindibles.
La creación de estos mundos se puede comparar con la vivencia esquizoide del vacío interno. El internauta pretende llenar el vacío interno a través de la creación de mundos virtuales, mediante la interacción con las imágenes en la pantalla, alejándose progresivamente de la posibilidad de ponerse en contacto con ese sentimiento profundo de soledad y de vacuidad.
Todo lo que llena está ahí afuera, en el mundo virtual, que traigo a mi existencia para llenarla de cosas, de imágenes, de fragmentos, de cosas parciales, de trozos que llenan, de placebos de la realidad.
En la esquizofrenia, la necesidad de defenderse de una realidad que angustia es apremiante, por ello el individuo crea síntomas complejísimos que actualmente entendemos como una forma de locura.
Las reflexiones anteriores me sugieren también algo de loco, algo de defensivo y algo de bizarro. Preferimos confeccionar nuestros propios mundos antes que interactuar con la realidad y con los «otros». Aparentemente actuando el mismo miedo a vincularnos con sujetos reales, para no ser tragados, o invadidos, tal como temería el esquizoide.
No queremos correr ese riesgo y elegimos el aislamiento, la introversión, el parapeto entre mi organismo y los otros organismos, generando fusiones entre mi «yo» y mis mundos virtuales.
Hablemos del vínculo
El vínculo es un puente para la subjetivación. En términos de la virtualidad parece que todo aquello relativo a la presencia del «otro» progresivamente desaparece, se desvanece.
Sin embargo, aunque estemos analizando la virtualidad, no vivimos en un mundo exclusivamente virtual, anobjetal. La capacidad para vincularse, requiere de más elementos.
Rene Kaes afirma: “El vínculo es un asunto con el otro. Esos otros no son solamente figuraciones o representaciones de pulsiones, de objetos parciales, representaciones de cosas o de palabras del sujeto mismo; los otros son irreductibles a lo que ellos representan para otro”.
Necesitamos otros referentes reales, vivos, vibrantes para construirnos si pensamos en la posibilidad de no consumirnos y desaparecer dentro del reducido charco de nuestros propios reflejos y sus contenidos. Deberíamos de alzar la mirada para investigar el mundo que nos circunda y con este gesto experimentar la oportunidad de encontrarnos con la mirada del «otro».
Más que conectar, necesitamos vincularnos.