La ilusión de un porvenir: para un psicoanálisis del siglo XXI

por | Revista del CPM número 28

“El psicoanálisis es una hermenéutica de lo efímero…”

Juan Vives.

 

“La hermenéutica es el arte evitar el malentendido”.

Gutiérrez Pantoja.

 

El psicoanálisis, como tantas otras disciplinas tiene que afrontar el paso del tiempo, no puede detenerse en la autocontemplación hedonista. Ello implica necesariamente la revisión y puesta al día sistemática de sus conceptos en un diálogo constante con las ciencias y saberes de su tiempo. En una presentación anterior recordaba las palabras de Silvia Bleichmar marcando una apuesta y un desafío para los psicoanalistas. Volveremos más adelante sobre las propuestas renovadoras de Bleichmar:

 

“Si de recuperar lo fundamental del psicoanálisis para ponerlo en marcha hacia los tiempos futuros se trata, este trabajo no puede realizarse sin una depuración al máximo de los enunciados de base y un ejercicio de tolerancia al dolor de desprenderse de nociones que nos han acompañado, tal vez, más de lo necesario. El futuro del psicoanálisis depende no sólo de nuestra capacidad de descubrimiento y de la posibilidad de enfrentarnos a las nuevas cuestiones que plantea esta etapa de la humanidad, sino, y esto es lo fundamental, de embarcarnos en un proceso de revisión del modo mismo con el cual quedamos adheridos no sólo a las viejas respuestas, sino a las antiguas preguntas que hoy devienen un lastre que paraliza nuestra marcha”.

 

Para Freud en esta tarea, pues Freud mismo es el primero que no cesa de reformular el psicoanálisis hasta el final de su obra, el interlocutor válido eran las ciencias físicas, aunque el inaugura una teoría y una práctica terapéutica basada en el lenguaje y la palabra. Más aún, propugna una mente independiente de sus ataduras materiales, como bien cuenta John Forrester2 en su estudio sobre los orígenes del psicoanálisis. Sin embargo, no cesa de acudir al lenguaje mecanicista y fisicista,y además parece ser que su esperanza inconclusa es que la ciencia biológica venga a validar, o en su caso a refutar sus descubrimientos.

 

Posteriormente el psicoanálisis ha entablado relaciones de muy diversa índole con las ciencias en alza del momento: sin olvidar sus relaciones con la sociología o con el marxismo, el apogeo lacaniano lo sitúa en referencia a la lingüística, la antropología y las matemáticas. Incluso en sus interpretaciones más ambiciosas, aparecerá como el otro de la ciencia, referido esto principalmente a la ciencia positivista empírica.

 

Como dice Viviana Zubkow, … “la ciencia es la que no incluye al psicoanálisis… lo que pone en juego que la ciencia tiene sus límites”. Finalmente abogará por una ciencia que si dé cabida al psicoanálisis.

 

Ahora bien, que haya una ciencia que incluya al psicoanálisis es algo que no está para nada resuelto, lo cual no se debe solo a un afán persecutorio y marginador por parte de los científicos respecto del psicoanálisis. Me parece que desde sus orígenes a muchos psicoanalistas les ha convenido esa impronta estética de élite marginal.

 

Parece fuera de toda duda que hoy ese lugar de interlocutor o bien de referente, lo ocuparía principalmente la neurociencia, para algunos la gran esperanza blanca que va a venir a validar el psicoanálisis, para otros el enésimo peligro que se cierne sobre la teoría psicoanalítica.

 

Pero también para algunas corrientes, dentro del espectro psicoanalítico, es la hermenéutica – método o corriente filosófica que se opone al positivismo –, la que ocupa por derecho propio ese lugar de interlocutor privilegiado entre otros.

 

Dejaremos de lado la neurociencia, tema al que ya dedicamos buena parte del congreso de 2009 en Madrid, y del cual otros compañeros pueden hablar con mucha más propiedad que yo. ¿Qué relación hay entre el psicoanálisis y la hermenéutica? Probablemente el marco de esta comunicación sea totalmente insuficiente para dar cuenta de este tema, por lo tanto nos limitaremos a señalar aquellos aspectos que suscitan nuestro interés. Un interés, obviamente, centrado en el presente y el futuro de la teoría y de la práctica psicoanalítica.

 

Del mismo modo que la neurociencia aparece como el medio para obtener el pasaporte científico del lado de las ciencias naturales – las “hard science” –, la hermenéutica se presenta para otros como el marchamo de seriedad, aunque esta vez no provenga del núcleo duro sino de las ciencias humanas, las ciencias blandas, ciencias digamos “de segunda clase”. A este propósito quiero traer a este debate la opinión de Paul Wachtel. Wachtel es profesor invitado del Programa de Posgrado en Psicoanálisis de la Universidad de Nueva York, los temas centrales de sus escritos, conferencias y talleres se centran en la teoría y la práctica de la psicoterapia, las posibilidades de integración de los enfoques terapéuticos en competencia y la creación de una teoría integradora que concilie las observaciones que difieren y en la que cada uno se basa. En un artículo publicado en el European Journal of Psychoanalysis dice a propósito de la ciencia:

 

La ciencia no es una sola cosa, sino una multitud de métodos y estrategias conceptuales que comparten ciertas características comunes…. ¿Qué lleva a algunos defensores de enfoques hermenéuticos o humanistas a rechazar un enfoque de «ciencias naturales», haciéndose eco de la distinción de Dilthey del siglo 19 entre Naturwissenschaften y Geisteswissenschaften, [este] es un enfoque en sólo un rango muy estrecho de las prácticas que merecen ser mencionado como ciencia. La ciencia es un término que hace referencia a una serie de prácticas que están diseñados para permitirnos (a) construir y acumular conocimiento sistemático, y (b) hacerlo de una manera que también esté pensada para que nos ayuden, al menos parcialmente, en la superación de nuestra prodigiosa capacidad de autoengaño. Todas y cada una de las prácticas que los seres humanos que se dedican a profundizar en el conocimiento y que reúnen estos dos criterios merecen plenamente el término ciencia.

 

Hermenéutica viene del griego Hermes, el Dios alado, el que transporta las noticias y en sus orígenes está ligada a la comprensión y la interpretación de los textos y los símbolos, de ahí su conexión con el hermetismo y el ocultismo. Posteriormente se convierte en una especie de doctrina de la interpretación de los textos sagrados. Por último en la modernidad aparece vinculada al estudio de la historia y de las ciencias humanas.

 

Según Rómulo Aguillaume, uno de los primeros intentos de acercamiento entre hermenéutica y psicoanálisis corre a cargo de Jean Hyppolite4, pero el proyecto de más envergadura, en lengua francesa al menos, es el de Paul Ricoeur. Los que no somos c
onocedores de la filosofía sólo sabíamos de Jean Hyppolite que había sido invitado por Lacan en su seminario a presentar un trabajo sobre el concepto de negación (verneinung) de Freud. Ricoeur escribe a finales de los 60 : El conflicto de las interpretaciones y Freud: una interpretación de la cultura. En ellas establece que no hay discontinuidad entre psicoanálisis y hermenéutica, llevando a cabo la propuesta más completa de consideración del psicoanálisis como una entre otras, de las ciencias humanas. Para Ricoeur la labor del historiador y la del psicoanalista presentan una gran similitud y tendríamos que colocarlo por tanto entre los precursores de la narrativa en psicoanálisis.

 

Proviniendo de la filosofía alemana, y por tanto de Hegel y de Heidegger, probablemente los representantes más interesantes para el psicoanálisis sean Gadamer y Habermas. Gadamer centra más su interés en la estética y en el arte, con una visión que muchos consideran tradicionalista. Habermas por su parte no es considerado por muchos como un auténtico hermeneuta. Habermas es el último representante de la Escuela de Frankfurt y por tanto de una teoría social crítica de fuerte raigambre marxista. Hermeneuta o no, los conceptos de Habermas, su teoría de la comunicación, su crítica social y su análisis del poder ocupa, sin lugar a dudas, un papel primordial en los desarrollos de muchos psicoanalistas, tanto en el ámbito germánico, como curiosamente en el norteamericano, principalmente entre los intersubjetivistas y los relacionales. Su presencia es mucho menor en el campo francés, a pesar de la influencia de la filosofía alemana en parte de la intelectualidad francesa de la posguerra, esta influencia, notable por ejemplo en Lacan a través de Kojève o de Heidegger, parece haber perdido enteros.

 

En la renovación necesaria de los conceptos psicoanalíticos encontramos que la hermenéutica ha ocupado y ocupa un lugar importante, probablemente con improntas distintas y recorridos diferentes, algunos autores la reclaman como referente, otros la ignoran, algunos la rechazan categóricamente, no obstante su influencia es algo que podemos pesquisar independientemente de las filiaciones político institucionales de los autores. Así por ejemplo la podemos encontrar en las propuestas que conocemos desde hace algunos años, de un autor polemista como Luis Hornstein, desde su proclama famosa “No sin Lacan” de 1987, en la que ajustaba cuentas con una tradición en la que se había formado, pero que se había vuelto asfixiante por su carácter doctrinario, por los excesos del estructuralismo que había hecho desaparecer la historia, los acontecimientos, las experiencias, del interés del psicoanalista. El acontecimiento no existía, la estructura significante era un bucle sin fin, se había convertido en una especie de panóptico suficiente para explicar la psicopatología y la clínica. La realidad era prescindible e irrelevante, el otro – de no ser el Otro con mayúsculas –, había sido depreciado a la categoría de irrelevante. Todo ocurría en el terreno de lo simbólico y lo imaginario de un aparato psíquico, cerrado sobre sí mismo. Hornstein reclama un psicoanálisis abierto al intercambio con las otras ciencias, a la influencia de lo social, al cruce de subjetividades, a la necesidad del diálogo interdisciplinar, a la importancia de historizar para simbolizar, al valor de la narratividad, del acontecimiento.

 

Como decíamos al inicio, Silvia Bleichmar es otro autor que propone una revisión crítica de los fundamentos del psicoanálisis, si bien su opinión sobre la hermenéutica es muy escéptica, probablemente por su formación francesa. No obstante sus propuestas acerca de la necesidad de revisar el estatuto del inconsciente, de la sexualidad y del papel del analista son compatibles con el espíritu del giro hermenéutico, en el sentido de desanudar al psicoanálisis del dogmatismo que lo paraliza, de la frustración del rechazo de las ciencias duras y del refugio en una especie de superioridad autosuficiente en la cual se instala como “el otro de la ciencia”.

 

Para Bleichmar es fundamental reconsiderar el estatuto del Inconsciente anclado en un terreno mítico ontológico, estructurado alrededor de la falta en ser constituyente y del recurso a la mitología o a la herencia filogenética para explicar su implantación en el ser humano. Qué es el Inconsciente, es el resultado de la falta de objeto constituyente del sujeto, o es la presencia excesiva e intrusiva de la sexualidad inconsciente del otro adulto?

 

Freud descubre la etiología traumática de la neurosis pero después no logra sostener su pensamiento, cediendo a una regresión endogenista, a la que denomina fantasías cuyo origen queda inexplicado. Fiel a una posición más ontológica, Bleichmar defiende la irrelevancia del factor subjetivo en el Inconsciente, el Inconsciente es anterior y exterior al sujeto, no es la conciencia segunda, por lo tanto no es accesible a ninguna hermenéutica como traducción o interpretación de intenciones engañosas, como por ejemplo defiende Habermas.

 

Bleichmar sostiene que hay que acabar con el supuesto paranoide del psicoanalista convencido de que su paciente le engaña y le oculta el sentido verdadero de sus intenciones y de sus deseos. Se opone a reducir la interpretación a una operación de darle la vuelta al calcetín donde el reverso se convierte en el anverso, donde lo negativo se positiviza, donde el deseo oculto es simplemente el opuesto al reconocido. El Inconsciente no esconde ninguna verdad oculta, brinda cuando ello es posible, los restos que permiten al sujeto articular un discurso, construir un sentido.

 

De esta conceptualización se desprenden consecuencias importantes para las funciones y modalidades de intervención del psicoanalista, que lo alejan diametralmente de la posición de intérprete exclusivo de la significación inconsciente del síntoma. En el Inconsciente encontramos diferentes contenidos, dice Bleichmar, porque junto a las representaciones secundarias fruto de la represión, también tenemos elementos primarios que no llegaron a alcanzar el estatuto de palabra, y más aún, tenemos “signos de percepción” que derivan, o bien de experiencias arcaicas previas a la adquisición del lenguaje, o de procesos traumáticos no metabolizables y por tanto de difícil representación. De ahí que una práctica basada exclusivamente en la interpretación esté condenada a provocar la frustración de ambos participantes y al fracaso. Para alcanzar esos contenidos que escapan a la lógica de la represión parece claro que hay que reformular y expandir las funciones del terapeuta.

 

El valor simbolizante de la palabra nos debe conducir a la búsqueda del origen histórico y pulsional del sufrimiento del paciente, la transferencia parece proponerla Bleichmar, no tanto para dar pie a la interpretación, sino para garantizar el proceso. Este resultado se alcanza a través de intervenciones analíticas que buscan una operación de tránsito en la cual ambos, terapeuta y paciente puedan construir simbolizaciones de transición, sin ninguna pretensión de universalidad, es decir, con carácter temporal y singular.

 

Estamos lejos de las pretensiones causalistas, aunque probablemente la autora no lo consideraría igual, estamos en el campo del relativismo constructivista, porque aunque el síntoma sea intrasubjetivo, como ella defiende, solo se articula i
ntersubjetivamente. No estoy muy seguro cómo entendía esto la autora, lo que me parece claro es que intenta, como otros, como Hornstein, como Rodulfo, como Benjamin, articular la dimensión intrapsíquica con la intersubjetiva, algo que se comprende muy bien si se piensa en el recorrido vital de la autora.

 

De lo dicho podríamos concluir que para Silvia Bleichmar no se trata de desvelamiento de una verdad solo accesible a la perspicacia del analista, se trata más bien de encontrar un sentido, un sentido que podríamos decir, se construye en la comprensión y la interacción mutua analista – paciente. No estamos develando la verdad negada, estamos construyendo una significación que permita una transición, en el sentido más winnicottiano de la palabra.

 

La mutualidad forma parte del modelo de relación transferencial que propone una autora tan alejada de los planteamientos de Bleichmar como Jessica Benjamin. Mutualidad primaria que dará paso al reconocimiento mutuo, planteado por la autora como ideal de la técnica analítica y en el cual encontramos la impronta de la Escuela de Frankfurt, de la teoría crítica y de algunas de las propuestas de Habermas.

 

No se trata tampoco para esta analista neoyorkina de encontrar ninguna verdad oculta o reprimida, se trata de alcanzar el reconocimiento mutuo, se trata de promover la comprensión del otro como alguien igual y diferente de mí. Esto es lo que nos aporta Benjamin al tema de la hermenéutica.

 

Esta autora propone lo que denomina un psicoanálisis inclusivo, donde la inclusividad – un término que toma prestado de Irene Fast –, es una característica del desarrollo psicosexual según la cual y pensando en un espacio transicional, los niños pueden vivir durante bastante tiempo su identidad sexual en estado de ambivalencia despreocupada, sin necesidad de establecer una diferenciación irreversible. Esta indiferenciación sexual ha sido catalogada por el psicoanálisis a menudo como perversión, el mismo Freud prestó los argumentos. Algunos autores, como los ya citados Bleichmar y Rodulfo, han escrito lo suficiente para desmontar este prejuicio psicoanalítico.

 

Pero la inclusividad no se limita solo al terreno del desarrollo psicosexual, para la autora viene a ser una especie de declaración de principios. La inclusividad no solo definirá un espacio transicional en el desarrollo del sujeto, también se propone como un espacio para la teoría. La teoría psicoanalítica se enfrenta a menudo a situaciones donde parece obligado elegir y rechazar, ella propone un marco de negociación de categorías, más cercano a la herméneutica que a un pensamiento más determinista, más ontológico.

 

Probablemente una de las consecuencias principales de este a priori, es su conocida afirmación de que en psicoanálisis hay lugar para lo intrapsíquico y para lo intersubjetivo, que un nivel de análisis no interfiere con el otro, por el contrario se suplementan. Este planteamiento es el que la diferencia de modo más radical de los intersubjetivistas agrupados en torno a Stolorow y Orange. Benjamin sostiene que en nuestra relación con el otro, a menudo este viene categorizado como objeto. Este nivel de relación sujeto – objeto en últimas no desaparecía nunca totalmente para ser reemplazado por la relación sujeto a sujeto. Bien es verdad que ella propone, parafraseando a Freud: «where object were, subjects must be «, donde los objetos eran los sujetos han de advenir. En mi opinión ella está planteando un ideal, una meta, un horizonte.

 

Otro aporte particular de la autora que la diferencia del intersubjetivismo al uso y que la acerca mucho a la perspectiva crítica de la escuela de Frankfurt, a la mejor tradición de Adorno, Horkheimer, Fromm, Marcuse, el mismo Walter Benjamin, es su análisis del poder y la dominación. La “doble militancia” como se decía antes, entre el feminismo y el psicoanálisis tiene bastante responsabilidad de ello. El análisis de la sumisión femenina la ha llevado a debates encendidos con el feminismo, pero como reclama la autora, no podemos suplir el análisis por la indignación moral, nuestra tarea es intentar comprender cómo los mecanismos de poder se instalan en el sometido para funcionar no en el modo represivo, sino para conseguir su identificación con aquello que le sojuzga. Este análisis la aleja de la victimización y la idealización del sometido, pero es imprescindible probablemente si uno quiere ejercer la psicoterapia y no limitarse a la benevolencia empática. Cuales son los lazos de amor que ejercen ese dominio en el sometido.

 

Este análisis del poder se articula con la problemática de la sumisión a través del erotismo, de ahí sus incursiones en el tema de la pornografía, pero especialmente en el análisis de la histoire d’O como modelo de sometimiento. Como imagino que sabrán, la historia de O. es escrita por Dominique Aury, amante y colaboradora de Jean Paulhan, editor de la Nouvelle Revue Francaise. Lo escribe para conquistarlo y en su día supuso un escándalo en el universo de la intelligentzia francesa.

 

Esta reversión del amor en poder y sometimiento, ha dado lugar a multitud de desarrollos, por ejemplo toda la crítica del amor romántico, pero yo me quiero detener en un aspecto que me parece crucial para el trabajo del analista. Benjamin dedica especial importancia al análisis de la relación padre – hija, en una búsqueda de la etiología común para muchos casos, no sólo de abusos o violencia, sino en lo que podríamos considerar el terreno clásico de la neurosis histérica.

 

Es muy interesante su propuesta de “identificación con la diferencia” como aquella aventura que emprende la adolescente ante la complejización de las relaciones con la madre, no exentas nunca de tensión, y la búsqueda del padre como una alternativa identificatoria. Ella critica duramente la interpretación ideológica del psicoanálisis tradicional, que ha entendido esos anhelos de la adolescente como un rechazo narcisista de la castración o como una salida hacia la homosexualidad. Por su parte sostiene que el rechazo selectivo del padre de las reivindicaciones identificatorias infantiles de la hija, no es sino el caldo de cultivo para que en la adultez se repitan relaciones, en las cuales la mujer buscará hombres inalcanzables y capaces de sojuzgarla, cuando no directamente de maltratarla.

 

Concluiremos por tanto señalando el carácter fructífero de la relación del psicoanálisis con la hermenéutica, más allá de las modalidades de intercambio que puedan formularse. Pero ello no es óbice para que esa misma intertextualidad se pueda dar con el resto de las ciencias, de lo contrario quedaremos encantados en el castillo velando las viejas leyendas. Hace más de treinta años proponía Rosolato un “psiconanálisis transgresivo” de clara inspiración ferencziana, para superar los estancamientos en el proceso terapéutico, un Ferenczi que de nuevo ha recuperado su carácter innovador, atrevido y pionero.

 

Hoy diremos que sin dejar de ser transgresivos con aquellas prescripciones que nos impiden el ejercicio de nuestro trabajo terapéutico, los aportes de la hermenéutica – además de otros – nos brindan recursos para comprender y articular de otr
o modo la relación terapéutica, en un contexto donde lo intrapsíquico y lo intersubjetivo ocupan su espacio, donde la comunicación consciente e inconsciente pueden ser compatibles, donde el diálogo ha ocupado el lugar de los soliloquios, donde las relaciones de poder implícitas encuentran su límite en la toxicidad que generan en términos de sometimiento y de renuncia, dando a paso a la mutualidad en el reconocimiento, donde el psicoanálisis pueda recuperar esa promesa de liberación del sujeto que siempre ha constituido una de sus señas de identidad y que nunca debería perder.