La función del dibujo como encuadre y sostén en terapia de niños

Revista del CPM número 14

Por Juana Palao Puche

“Podríamos suponer la existencia de una estrecha relación entre
una verdad desconocida y la posibilidad de que dicha verdad pueda
ser revelada o leída a través de un dibujo”.
Ariel Pernicone. “El grafismo y el inconsciente”

MI PRIMER ENCUENTRO CON J.

Varias cosas me llaman la atención en mi primer encuentro con J.: su dibujo, más concretamente, la ropa tendida; su silencio, junto con el esfuerzo que tuvo que hacer para articular algunas palabras; la labilidad emocional de su madre, siempre a punto y en algunos momentos rompiendo a llorar; la consistencia psicológica y tranquilidad de su padre y mi idea de ambos como “padres suficientemente buenos”, en términos de WINNICOTT.

Pero sobre todo lo que más despierta mi interés es que J., excepto en el tiempo que está realizando su dibujo, permanece pegado a su padre, bien de pie o sentado en su regazo, y desde aquí, como si fuera una desconocida, mirando a su madre con distancia. Sin embargo, la mirada de la madre hacia J., la siento cálida y cercana, así como siento que si J. viniera ahora hacia su madre, ésta lo acogería con júbilo y deseo.

En estos momentos, ante la verdad reflejada en el dibujo permanezco ciega, y ante lo observado en la dinámica triangular confusa. ¿Dónde me sitúo yo en esta dinámica?. Me vais a permitir que yo ahora, os revele un saber desconocido sobre mí, que hasta el momento de escribir esto no había percibido, y es que yo entonces, en aquella primera entrevista me sentí distante de J. pero no así de su madre, pues entonces sentí que a quien tenía que ayudar era a la madre. Ayuda ésta no en términos reales, sino en el sentido de darme la oportunidad para posicionarme como tercero y desde ahí poder recrear metafóricamente, a la manera de WINNICOTT, el “holding” materno.

Ese iba a ser mi lugar sin yo saberlo, un espacio transicional donde poder ser para J.: objeto de transferencia subjetivo, objeto transicional, y objeto objetivamente percibido.

J. cuenta con 6 años y 4 meses cuando viene por primera vez a verme. Es pelirrojo, con pecas en la cara, de estatura mediana, y de aspecto saludable. Se muestra retraído conmigo y a casi todo lo que le digo no responde o lo hace encogiéndose de hombros.

Esta actitud de J., hace que me sienta a veces en falta con él, siento que hay algo que no le puedo dar. Ni mi gesto, ni mis palabras, ni mi tono de voz, nada de esto le sirve, nada de esto le llega. Siento un vacío entre él y yo que parece llenarse cuándo viene hacía mí para mostrarme su dibujo y decirme que “eso es un balcón y hay ropa tendida”.

El síntoma de J. es la enuresis nocturna que data desde siempre. Él mismo se pone el pañal por la noche y se lo quita por la mañana.

Esa sensación de falta, de deuda, de algo que J. necesita y no le puedo dar, la sigo teniendo en mis encuentros semanales con él. En un principio, en las primeras sesiones, unas veces, por no querer quitarse el abrigo y por estar sin moverse en medio de la sala con gestos de retraimiento y escondiendo la cabeza, otras por estar sentado dándome la espalda o poniéndose de perfil sin hacer ni decir nada. Hasta que poco a poco en la medida en que él me lo va permitiendo, los dos podemos ir construyendo esa zona intermedia de juego, ese espacio psíquico dónde J. se pueda ir desplegando y siendo.

En este espacio estamos los dos. Él creando sus dibujos durante mucho tiempo, yo, estando ahí, a veces inmóvil, callada, con miedo, a la espera de cualquier movimiento suyo, cualquier gesto, cualquier palabra.

Para ANA FREUD es importante la colaboración del niño a la hora de analizar los sueños, las fantasías y los dibujos, invitándolos a que encuentren la razón por la que creen que han soñado, o han realizado éste o aquel dibujo.

MELANIE KLEIN privilegia al juego como capacidad de simbolización “incluso anterior al lenguaje”, que hace que el niño al jugar pueda vencer realidades dolorosas y miedos instintivos al proyectarlos sobre los juguetes.

Para Arminda Aberasturi, el juego o el dibujo quieren decir algo, algo que el terapeuta puede descifrar sin tener en cuenta las asociaciones verbales del niño.

Si para FREUD el niño juega con las palabras, hallando una fuente de placer en esto, para MELANIE KLEIN el niño se angustia con las palabras, razón por la cual debe decir de otra manera o por otros medios.

En aquel momento, me preguntaba qué podría ocurrir en J. para no poder expresar sus angustias a través del juego, durante un largo tiempo.

Cuando un niño dibuja “se dibuja”, nos dice F. DOLTÓ. Representa gráficamente lo que está trabajando psíquicamente en otros terrenos. Está subjetivando su imagen inconsciente del cuerpo, registrando lo que puede de otros dibujos “fuera de papel” que se encuentran escritos en su Cuerpo. En ese dibujo hay una satisfacción de sentirse vivo nos dice WINNICOTT, en su proceso de subjetivización.

Para SAMI ALI, por una parte, el dibujo lleva implícito una realización del deseo en el sentido estrictamente FREUDIANO de “la interpretación de los sueños”, siendo el cuerpo vehículo y mediador al mismo tiempo.

Por otra parte nos puede revelar complejidades insospechadas, como la negatividad en lo figural, aquellos dibujos en donde lo esencial reside en lo que se omite, en el vacío que los articula.

En tercer lugar, el espacio de la hoja en blanco puede ser susceptible de funcionar como un espejo que refleja la imagen misma del sujeto.

Además, los dibujos, por sus vínculos con lo espacial nos permiten ubicar el tiempo de la constitución de la subjetividad en la que se encuentra el dibujante. Por una parte podremos saber si el niño aún se encuentra en una organización espacial propia de los primeros tiempos, dónde predomina el proceso primario, no operando todavía el mecanismo de la represión, en el cual no se observa una clara diferenciación de categorías, arriba, abajo, allá y acá, y que nos revela un trastorno en la organización del psiquismo. Y por otra parte nos puede develar si el niño ya ha adquirido un tiempo espacial más próximo al proceso secundario y los tiempos del Edipo, con un espacio claramente organizado y una estructura lógica propia del pasaje por la represión. En este sentido, el dibujo se presenta más ligado a una organización sinto
mática.

La organización psíquica reflejada en los dibujos de J. nos dice que se encuentra en el proceso secundario, más cerca del Edipo. Sin embargo, a veces, lo diferenciado y lo organizado se mezcla con lo informe, lo no estructurado, lo no construido, la confusión y lo confundido.

Para RICARDO RODULFO, la subjetividad se estructura en tres tiempos que gravitan en relación con tres espacios, que él designa como lugares de aposentamiento para dicha subjetividad: cuerpo materno, espejo, y hoja de papel, en los que hay que considerar la compleja y recíproca interacción de los registros de lo Real, lo Simbólico, y lo Imaginario propuesto por LACAN. Lugares estos que no están dados al niño, sino que él debe construir con los materiales de su constitución biológica sumados a los ya construidos por el mito familiar.

MARISA RODULFO, retoma el término “magma” para reflexionar y seguir el itinerario de ese tiempo inaugural que son los primeros trazos sin argumento, que llevan a la constitución del cuerpo y a sus diferentes tiempos. Reflexión que transita por terrenos metapsicológicos y psicopatológicos como son la construcción temprana del aparato psíquico o el de las perturbaciones severas de la infancia y adolescencia.

En cada detalle, el dibujo lleva la marca de la vida emocional del niño. Considerado en su totalidad, refleja una vista de conjunto de su personalidad.

En los dibujos, la elección de los objetos, está unida a las circunstancias, pero depende igualmente de las predilecciones habituales del niño. Se trata de objetos que están ligados a su mundo cotidiano, como lo están los restos diurnos a los sueños. Pero sobre todo están ligados a sus series, películas, cuentos y relatos favoritos. Spiderman , los Simpsons, Oliver y Benji, Robbin, Zibork el robot y el duende Juan, son algunos de los personajes elegidos por J. En ellos proyecta sus miedos, sus deseos y sus dudas. Con ellos juega, se ubica, niega y desmiente. Con ellos se identifica.

El punto de vista psicoanalítico aparece cuando estudiando el contenido de los dibujos del niño vemos que la elección de ciertos objetos, temas, o particularidades estilísticas son inexplicables para él. Es entonces cuando tendremos que considerar que la historia contada se inscribe en un registro diferente del sistema de pensamiento consciente.

UN DIBUJO SOBRE EL DEVENIR DE J.

Los dibujos de un niño son un diario de vida abierto, nos cuentan sobre sus temores, sus rabias, inseguridades y penas. Nos hablan de una etapa de constitución temprana, difícil de entender y de vivir. Son escritura del cuerpo, un cuerpo que va cambiando, creciendo, y se va socializando, cortando las alas o aprendiendo a volar. «Un niño que está subiendo en un helicóptero y un chico que conduce”, es el penúltimo dibujo de J. antes de empezar a jugar. Los dos, el niño y el chico, “se van a ver Madrid”. El niño ha ido deviniendo en chico capaz de conducir-se. El bebé-niño se ha ido despegando de la madre-tierra para poder crecer y volar e ir a otro lugar.

Como nos dice MARISA RODULFO, estos “enigmas figurales” que son los dibujos, constituyen para el analista un modo de acceder, a través de su escucha atenta a aquello que se le está intentando revelar o decir en el marco transferencial acerca de una verdad inconsciente del sujeto, que de ser descifrada adecuadamente posibilitará avanzar en el trabajo analítico que constituye en esencia la dirección de la cura.

No seré yo, como más adelante veremos, quien descubra el significado de aquel dibujo primero de J., será él quien explícitamente, con sus palabras me revelará el enigma de aquello que dibujó y me mostró en nuestro primer encuentro. Enigma que formaba parte del momento psíquico en el que J. habitaba aún, donde lo Temprano, aquello que se le ofreció en sus primeros tiempos, no resultó suficiente para que su mundo pudiera ir configurándose como propio.

“La ausencia de la madre deviene ahora en peligro”, nos dice FREUD en “Inhibición, Síntoma y Angustia” (1926). Es la consecuencia de la prematuración, que conlleva el peligro que FREUD señala, la que retoma WINNICOTT como lo Temprano, que partiendo de la indiferenciación sujeto/ambiente, no formando parte del Self, actuará como una malla sostenedora que irá sedimentando entre sus redes los contenidos y límites del Self, a la vez que posibilitando la historia del sujeto. Lo Temprano bien armado, sostiene y justifica la presencia de lo profundo, que son los afectos e instintos ligados a los fenómenos depresivos y al odio.

La madre no esperaba concebir a J. en aquel entonces. Cuando se enteró de su embarazo estuvo llorando varios días. Cuando se lo comunicó a su madre, ésta no se alegró, le dijo que iba a ser peor para ella, aún lloraba más.

J. nació y su madre estuvo dos días llorando, porque dice, echaba de menos a su hijo mayor de 26 meses. Otro saber, se me revela retrospectivamente: yo no le otorgo un lugar al hermano en relación con J., a pesar de que lo veo con frecuencia en la sala de espera y de que J. me hace partícipe de sus avatares cotidianos con él. En una ocasión los padres me consultan con preocupación qué hacer con los celos que el hermano siente hacia J., y es entonces cuando yo lo incluyo.

Según la madre, J. nació con un problema de reflujo que le hacía vomitar y ahogarse, motivo por el cuál tuvo que dejar de amamantarlo después de un mes. La última mañana que le dio el pecho sintió mucha pena y lloró.

Durante los tres primeros meses de la vida de J. la madre lloraba sin parar. J. también. La madre estaba en plena depresión, empezó a tomar medicación. J. se calmó y dejó de llorar. Pero la tristeza de la madre seguía y cuando J. tenía 7 meses ella tuvo que aumentar la medicación. Estas son las palabras de la madre referidas a aquel entonces: “yo me metía en la cama y sólo me levantaba para darles la comida y cambiarlo. Los acostaba para dormir yo. Tengo la sensación de haberme perdido el primer año de vida de J.”. Cuando J. tenía un año, la madre inició una psicoterapia psicoanalítica y seguramente su intento por recuperar a J..

Otras cosas ocurrieron en la vida de J.: con 7 meses padeció una bronquiolitis, estuvo una semana en el hospital, salió y a los 2 días lo volvieron a ingresar. El ingreso coincidió con un cambio de casa y de ciudad. A los 2 años empezó a tener eczemas en la piel. Y con 6 años recién cumplidos es intervenido de vegetaciones.

Este es el mundo externo de J. contado por los padres. Pero aquello que estaba ocurriendo dentro de él comenzó a de
círmelo de una manera nueva y sorprendente para mí.

Y con WINNICOTT me reitero: “el desarrollo del juego se da en una zona que no pertenece ni al mundo interno de la persona ni al mundo externo. Se trata de una zona potencial de desarrollo que está en la base de la capacidad para crear. Este es el punto de encuentro entre el terapeuta y el paciente”.

J. desde un principio sólo quiere jugar a dibujar. En cada encuentro, callado, se sienta y empieza a dibujar. Cuando acaba, me tiende su dibujo tímidamente y espera a que yo le pregunte sobre él. Y así, dibujo tras dibujo van transcurriendo las sesiones. Su dibujo, igual podría decir su juego, es lento, minucioso, como si tuviera que pensar lo que va a dibujar. Mientras dibuja, se aísla, siento que no me tiene en cuenta, a veces siento que me rechaza. Cuando me ofrece lo que ha hecho, entonces me tranquilizo. En ese intercambio de miradas y palabras se va produciendo la confianza entre ambos y siento que hay esperanza.

ANDRÉ GREEN nos dice “la madre muerta es entonces, contra lo que se podría creer, una madre que sigue viva, pero que por así decir está psíquicamente muerta a los ojos del pequeño a quien ella cuida”.

En uno de sus primeros dibujos los huevos de los canguros están fuera, no nacen de la madre. Es una defensa de J. para no admitir la falta de deseo de su madre hacia él.

En el siguiente, dos marcianos que están en otro planeta, fuera de la tierra. Uno de ellos no tiene uñas, se las ha cortado él mismo. J. me cuenta que a su gato le han cortado las uñas para que no arañe las cosas y no se suba al sofá. La madre ese día conmocionada me dice que se arrepiente de haberlo hecho.

En “la experiencia de lo negativo”, GREEN, sostiene que la realidad psíquica de los pacientes neuróticos presenta una mezcla entre los pensamientos de deseo y los miedos relacionados con la transgresión de esos deseos prohibidos. Cuando dibuja a su familia, el gato no aparece, sin embargo J., con una sonrisa tímida dice que es el más feliz porque su madre le echa leche. Además, a él le gustaría ser su gato porque salta.

Uno de los deseos de J. es saltar y jugar, pero de momento no lo puede llevar a cabo. Más adelante la madre cuenta como novedad, que la noche anterior, J. se puso a saltar de contento porque se le había caído un diente.

En otros de sus dibujos, dice que el monstruo malo lo es porque tiene las uñas largas, y a él le gustaría ser el monstruo bueno.

En otra parte, A. GREEN sostiene: “la serie blanca, alucinación negativa, psicosis blanca y duelo blanco, atinentes todos estos fenómenos a lo que se podría llamar la clínica del vacío o la clínica de lo negativo, son el resultado de una de las componentes de la represión primaria: una desinvestidura masiva y radical que deja huellas en lo inconsciente en la forma de “agujeros psíquicos”.

Para FRANCES TUSTIN la artificialidad del autismo patológico surge para oponerse a la falta de conexión con la madre en la situación “vinculante” de la primera infancia. “Para mí”, nos dice, “fue una sorpresa descubrir que este fenómeno de “ruptura” experimentado como un agujero o una herida y la sensualidad atípica asociada, era un rasgo invariable en el análisis de los niños neuróticos”.

En este sentido es importante el concepto de “PICTOGRAMA” en PIERA AULAGNIER: en los primeros tiempos de la psique el bebé aún no opone zona y objeto. Por ello, el pictograma liga indisolublemente zonaobjeto (boca-pecho) con su afecto concomitante. La imagen del objetozona complementaria es el pictograma de fusión; si no recibe aporte sensorial continuo la psique afrontará dificultades para no alucinar la información de la que carece, inscribiéndose en ella el pictograma de rechazo, experimentado como fuente de todo sufrimiento e intentando destruir la representación de la zona (boca). El pictograma de fusión sirve a los efectos de la subjetivización. El pictograma de rechazo desubjetiviza, desmantela zonas, impide su erotización, su fundación. Para la vida psíquica es una zona muerta.

“Es muy extensa la gama de fenómenos clínicos que iluminan el agujereamiento”, nos dice R. RODULFO, “cubre desde la neurosis a los extremos del autismo. Pero se mantienen invariantes dos aspectos básicos: en los primeros tiempos de estructuración del narcisismo y hasta tanto haya una integración corporal satisfactoria y cierto avance en el uso del lenguaje, el niño no debe ser sometido a perforaciones ni literal ni metafóricamente”.

“La frustración temprana no es más que un ataque a la unificación corporal incipiente, a la amenaza con agujerear”, sostiene WINNICOTT.

J., ha rellenado los agujeros, los huecos que él ha tenido en su vida, desde la fragilidad. Las montañas están unidas con telarañas y lazos para poder tolerar la ausencia de la madre.

Para A. GREEN, la transformación de la vida psíquica que se produce en el momento del duelo repentino de la madre que desinviste brutalmente a su hijo, lleva consigo además de una pérdida de amor una pérdida de sentido, pues el bebé no dispone de explicación para dar cuenta de lo sucedido. En esa búsqueda del sentido se estructura el desarrollo precoz de las capacidades fantasmáticas e intelectuales del yo.

En uno de los dibujos de J., junto a unos niños sanos que juegan, aparece un niño que utiliza su cerebro para brillar. En el centro, una pizarra llena de cosas. Los niños que juegan y el niño luz han aprendido cosas, pero cosas distintas.

Esta actividad intelectual sobreinvestida según GREEN, conlleva necesariamente una cuota considerable de proyección, que consiste en llevar a la escena de afuera, la del objeto, aquella escena de entonces, que debe ser rechazada y aboli
da de adentro. En lo sucesivo el niño consagrará sus esfuerzos a adivinar o anticipar. En varias ocasiones cuando J. ya jugaba y yo con él, cuando la transferencia y la contratransferencia comenzaban a ser intensas, J. me preguntaba “¿qué pasa, por qué me miras?” yo al principio no sabía qué responderle ya que para mí eran miradas nada fuera de lo normal. Hasta que una vez le dije “yo es que te miro y te veo, y te miro para verte, para saber que eres tú el que está aquí conmigo.” J. sonrió y siguió por unos momentos su juego de forma acelerada.

Según A. GREEN todas las formas de angustia se acompañan de destructividad, también la castración. Pero esta destructividad, tiene los colores del duelo: negro o blanco. Negro como en la depresión grave, blanco como en los estados de vacío a los que hoy se presta justificada atención.

“La luna negra es mala, y el pino también porque tiene la luna negra”, dice J.. Luna negra y árbol caído juntos. Otro aspecto de la desinvestidura es la identificación con el objeto primario después de haber fracasado en su función de complementariedad. Identificación especular casi obligatoria, que le permite al niño reunirse con la madre, renunciando a él y sintiéndose como ella. J., al principio no protestaba por nada, “es un niño muy estructurado, dicen los padres, tengo hambre, como, tengo sueño, duermo, es como si no le importaran las cosas.” El padre dice “está más apegado a lo físico, más a la tierra”.

Arriba de la luna y el pino, un conejo informe, el conejo es bueno y sopla al malo para matarlo. J. quisiera seguramente, que la depresión se fuera con un soplo, pero en estos momentos, dada la fragilidad de su estructura psíquica, parece casi imposible.

Para ir desarrollándose, y constituyéndose como ser, J. ha necesitado unas condiciones donde poder tejer la malla que posibilite sostener y dar contención a la historia con la que llegó. Historia mal armada, detenida, ajena a él y a su mundo, un mundo necesitado de palabras, de juegos, de fantasías, de amor y de odio. Pero sobre todo le era necesario un mundo en el que su madre habitara, para que J. pudiera ser y existir con ella. Y para que así, el padre, retornara a su lugar. “Desde que J. ha descubierto a su madre, la cosa se compensa más entre ella y yo”, dice el padre en una de las entrevistas a los 6 meses de tratamiento. Además de una función materna el encuadre también puede cumplir una función paterna. Para GREEN, el encuadre representa ese elemento tercero que irrumpe en la relación dual.

EL ENCUADRE Y EL SOSTÉN

El encuadre no implica solamente todas las condiciones del contrato, el lugar y demás invariantes, sino una disposición especial de la mente del analista. El encuadre se vuelve significativo en quienes padecen de traumas tempranos, por eso la modificación del encuadre se impone.

Lo original del encuadre WINNICOTIANO reside en el concepto de adaptación activa. Estable pero no inmutable, firme pero elástico, no inerte sino vivo, éste debe ir modificándose de manera que pueda satisfacer las necesidades del yo de cada paciente según el tipo de regresión a la dependencia en cada etapa. En razón de esto, cuánto más endeble sea la estructura del paciente, más consistente deberá ser la contención para crear una potencialidad simbolizante.

En la segunda sesión, al acabar J. su primer dibujo, dice “un muñeco que tiene una mano y una “U” adornada. La “U” está dentro de la caja. “¿Y dónde está la caja?”, “la hoja de papel es la caja”, me responde. La hoja de papel es aquello que yo le ofrezco a J. y que él recibe como continente para ir depositando todo su mundo interno.

Al decir de WINNICOTT, para que el paciente desarrolle su transferencia en la forma que fuere y que el analista pueda aceptarla e interpretarla, sin confundirse con ella ni rechazarla, es indispensable el sostén. Éste posibilita la creación de un marco de confianza donde la comprensión e intervenciones del analista darán lugar al despliegue y resolución de las motivaciones inconscientes del paciente, desarrollándose así su Self.

En su segundo dibujo, la goma, el lápiz, la caja de colores, la silla y la mesa. Elementos invariantes que J. necesitó como constantes, y que todos ellos simbolizan el Encuadre.

A partir de este momento encuadre, sostén, paciente y analista caminan juntos. Según WINNICOTT, en el trabajo analítico se produce un ensamble y un encaje entre el encuadre formal, la mente del analista y su cuerpo. Debido a esto, todo desborde del paciente impactará en esas tres instancias.

El paciente y su encuadre se pertenecen recíprocamente. El analista y su encuadre también. En el análisis se trata quizá de crear y sostener un ambiente, capaz de acoger tanto los encuentros como los desencuentros, haciendo de ellos experiencias pensables para uno y para otro, construyendo un espacio psíquico habitable y apto para la supervivencia de ambos: paciente y analista.

Fue en este lugar creado, donde J. pudo empezar a mostrarme su mundo y yo a verlo. Aquella ceguera del principio, se fue disipando con el tiempo. Cuando ya los dos podíamos ver y pensar, en una sesión jugando al fútbol, él se ve en peligro y se mete en un rincón con el balón diciéndome, que yo no puedo entrar ahí porque ese es su guardia civil. Le digo que a él su guardia civil le protege. Entonces me pregunta, “¿has visto E.T.? E.T. se queda solo, se quiere ir con su mamá”. Le digo: “a lo mejor tú a veces también te has sentido solo sin tu mamá.” “¿Y sin mi hermano?”, me pregunta, “a lo mejor también “, “¿Y sin mi gato?”, “también puede ser”. “A lo mejor tú a veces has sentido que tu mamá no estaba contigo”, le digo. “Sí, cuando se subió a la terraza a tender la ropa con mi hermano, y entonces no teníamos a mi gato aún.” Me respondió.

E. T. es un niño muy solo que le angustia el sentirse sin raíces. J. estuvo solo en los primeros días de su vida. En aquella entrevista conjunta, quiso hablarme de su soledad. Cuando le dí el papel y el lápiz aquella primera vez, él me dijo por qué había venido a verme. Ahí estaba su soledad, soledad, que todavía perduraba en él.

“Después de Ser,
hacer y que se le haga a uno. Pero primero Ser…”

D. W. WINNICOTT
“Realidad
y Juego”

WINNICOTT plantea la cura como un objetivo jerarquizado donde el paciente, a través del proceso analítico pueda encontrarse con su verdad. Es desde este lugar de verdad que su propio ser puede reconocerse y le permite reconocer al otro, con todos los matices que hacen a la intersubjetividad. Todo este proceso le devela al paciente el sentido de su Ser, ”única base para el autodescubrimiento y para el sentimiento de existir”.

J. utilizó sus dibujos en un principio como encuadre y sostén para ir haciéndose a si mismo. Más adelante hubo un momento en el que dijo “quiero jugar”, y desde entonces no ha dejado de hacerlo. Ya no quiere dibujar. Por la madre sé que J. dibuja con frecuencia en su casa, el otro día él me trajo unos cuantos dibujos para enseñármelos, los extendió en el diván y me fue explicando lo que había en ellos, mientras, se reía, se movía y saltaba. Jugaba con ellos. Era rotundo en sus afirmaciones sobre los personajes de sus dibujos. Éstos, los de ahora, nos hablan de otra etapa de su psiquismo, y de un Self construyéndose, nada que ver con su estado de entonces.

El caso de J. nos muestra la profundidad, o mejor dicho la prematuridad que esconden algunos niños que se presentan ante nosotros con síntomas neuróticos. Si obviamos lo superficial, mantenemos la espera y acompañamos al paciente en su despliegue, podremos ayudarle a que alcance un estado de salud, en el que pueda experimentar una serie de vivencias como la de sentirse vivo y real, sentir continuidad en la propia existencia y vivir en su propio cuerpo.

* Juana Palao Puche
Psicóloga. Psicoanalista.

Jaime I El Conquistador, nº 3, 2º B
30.008 – Murcia

E-mail: juanapalao@hotmail.com

 


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