XVI Congreso Nacional del Centro Psicoanalítico de Madrid
Mahón 11, y 12 de Mayo de 2007

JUGAR Y ANALIZAR. ANALIZAR JUGANDO

Ana Gutiérrez López
Centro Psicoanalítico de Madrid

 

Homo ludens, el hombre que juega, es propuesto por Huizinga como nombre que acompañe, e incluso sustituya, al de homo faber como propiedad esencial de la especie homo sapiens. Homo ludens también es el título de su clásico tratado sobre el juego que se inicia con una taxativa afirmación: “El juego es más viejo que la cultura y su presencia, universal, no se halla vinculada especialmente a ninguna etapa de la misma a ninguna forma de concepción del mundo”. Y no solo juego y cultura se hallan implicados, sino que el juego auténtico, puro, constituye un fundamento y un factor de la cultura, porque la cultura, en sus fases primarias, tiene algo de lúdico, se desarrolla en las formas y con el ánimo de un juego.

Pero además el juego no es solo el fundamento de la cultura. Huizinga rastrea en las conexiones que existen entre el juego y diversas manifestaciones de la vida humana. Para él, “en el surgimiento de todas las grandes formas de vida social está presente el factor lúdico: La competición lúdica, como impulso social, más vieja que la cultura misma, actuó como impulsora de la sociedad arcaica. También el culto se despliega en juego sacro. La poesía nace jugando y obtiene su mejor alimento de las formas lúdicas. La música y la danza fueron puros juegos. La sabiduría encuentra su expresión verbal en competiciones sagradas. El derecho surge de las costumbres de un juego social. Las reglas de la lucha con armas, las convenciones de la vida aristocrática se levantan sobre formas lúdicas”. La conclusión debe ser que la cultura, en sus fases primordiales, “se juega”. No surge del juego, sino que se desarrolla en el juego, y como juego.

Podríamos decir que el ser humano se hace humano en la medida que juega, pero además, a diferencia de algunos animales que también juegan, somos conscientes de ello.

Nosotros pensamos que el juego constituye y es la base del proceso de subjetivación y que forja el espacio de intersección del que habla Castoriadis, entre lo psíquico y lo social, en el que la experiencia vital es cultura y viceversa, y donde la creatividad es posible. Es el lugar donde se instala la experiencia cultural como nos dice Winnicott y donde el mundo de lo privado y de lo público coinciden. Y como Castoriadis propone, la sublimación que se da tempranamente, en tanto dimensión intrapsíquica del proceso de socialización proporciona al individuo el poder encontrar placer en la modificación del “estado de cosas”, que es en sí la esencia del juego. Por eso en tanto social, “el individuo es alguien capaz de experimentar placer en la fabricación de un objeto, en hablar con otro, o en ver una película”, o sea, en Jugar y sus derivados.

El juego y las diversas formas de cultura se nos muestran unidos, cuando, por ejemplo, observamos actividades tales como representaciones teatrales. Valga una muestra: En el Teatro de la Espontaneidad se invita a los espectadores a jugar con los actores, a crear con ellos la trama de la otra, a participar jugando. El Ballet Canadiense, por ejemplo, en el último festival de Otoño de Madrid, en su actuación introduce el juego, el guiño, la travesura, la espontaneidad. Ellos invitan a los espectadores a bailar, a jugar con ellos un improvisado baile, en el que lo que importa es divertirse, sentirse libre y crear entre todos una coreografía que varía en cada representación. Curiosamente es esta parte del espectáculo la más aplaudida.

Otro apunte: José Luis Gómez, director del Centro Dramático Nacional, en la presentación de “Informe para una academia” de Kafka, obra teatral recientemente estrenada, nos dice así: “Jugamos con alusiones a ese anciano de Beckett que una y otra vez graba y rebobina su testimonio para un auditorio incierto. Jugamos con la noción de vigilancia permanente: por el espectador, el empresario, la exigentísima sociedad… Jugamos, término esencial, guiados por el objetivo de configurar un espectáculo lleno de vida y de sugerencia poética”.

Y el mismo Kafka en “Cuadernos de Octavo” parece contribuir a nuestro acercamiento al mundo del juego y la creatividad con esta frase: “Vivir quiere decir estar en el centro de la vida, ver la vida con la mirada con que yo la he creado”.

Una última referencia acerca del juego y el mundo del arte. En los días previos a la elaboración de esta presentación asistí a un concierto de la Orquesta Sinfónica de RTVE. En la segunda parte se interpretaba la Primera Sinfonía de Brahms. El timbal desempeña un papel importante en la melodía, y al mirar al músico, observé cómo una sonrisa iluminaba su cara, sonrisa que se iba ampliando hasta parecer casi una carcajada (no sonora) acompañado de un balanceo del su cuerpo, casi un baile. No es casual. Cada vez que interviene su instrumento, el profesor de timbal repite la sonrisa y el gesto, con la misma alegría reflejada en el rostro, como la que podemos observar en un niño que golpea con su cuchara el plato donde come, o en el adolescente que toca la batería con júbilo rabioso. Todos ellos están realizando la misma operación: Juegan.

El juego está ahí, en la calle, en el teatro, en los medios de comunicación, en la consulta del psicoanalista, de niños o de adultos, en nuestro día a día, en nuestra vida interna y en la social. El juego es algo muy serio y no es sólo cosa de niños.

Vamos a tratar el tema del juego, del juego del niño como elemento esencial en la construcción de su subjetividad, para su relación consigo mismo y con los otros, del juego como encuentro analítico, y también como forma de creación, de diversión y de experiencia cultural.

Ante la angustia que nace y se origina fundamentalmente de la vivencia de indefensión y desamparo, de no sentirse sostenido, de no tener donde agarrarse, el hombre puede reaccionar defendiéndose de dos maneras:

Persiguiendo certezas, buscando verdades que den sentido a su existencia en el mundo, con búsquedas recurrente de teorías que le reafirmen. El interés del hombre por el conocimiento y a partir de aquí la generación de teorías que propugnan verdades, es una suerte de defensa ante la vigencia del temor a la muerte, motivada por la insostenibilidad de la angustia.

De otro lado, la angustia puede ser generadora de creatividad y motor del desarrollo psíquico (Klein y Segal). Al aceptar convivir con la angustia ante la muerte, la creatividad surge como posibilidad de explorar nuevas realidades. Es pues con los elementos que son propios del juego y del jugar, con los que el hombre puede lidiar creativamente con las experiencias angustiantes. El juego es un acto en el que las actividades se dan por la actividad misma, es una actividad autotélica, que no precisa justificación, a diferencia de otros actos realizados por los hombres que tienden a buscar resultados, presuponiendo un proyecto que uno debe seguir. En contraposición a
esto, el juego contiene en sí mismo su fin, no tiene que esperar más trascendencia.

Huizinga y Bally hacen una crítica a la ausencia de lo lúdico en el mundo contemporáneo, donde la técnica (actividad dependiente de un fin trascendente) suprime el juego (actividad autónoma que posee su fin en sí) causando la pérdida de la libertad creativa y la necesidad de controlar el futuro. Y al no poder obtenerse ese control, se vuelven intolerables los momentos de incertidumbre, y la necesidad de certezas acerca de lo que uno está realizando limita la capacidad de generar nuevas propuestas. El mundo, según Bally, carente de su carácter juguetón, se convierte en un mundo de trabajo y este sustituye al juego, la alegría se hace sospechosa, adquiere mayor importancia el conocimiento especializado, y la erudición cree que lo podemos saber todo. La búsqueda de ciencias y certezas es uno de los caminos más sofisticados y en los que más se ha afanado el hombre en su incesante búsqueda de la inmortalidad, creyendo escapar de su angustia ante la muerte.

La otra línea de pensamiento nos anima a rescatar el juego, su carácter autotélico, productor de goce, y generador de creatividad, admitiendo la incertidumbre como algo ineluctable en nuestra vida.

La observación del juego de los niños es un tema de interés a lo largo de la historia. Fernando Arrabal lo recoge en un divertido artículo sobre los juguetes, en el que manifiesta un sentido agradecimiento a su profesora, la madre Mercedes, que además de enseñarles, les animaba a jugar y crear sus propios juguetes.

Como pantalla de presentación tenemos la obra “Juego de niños” de Brueghel, en el que están recogidos, creo, ochenta y cuatro formas de ellos, la mayoría de los cuales son disfrutados hoy por nuestros niños.

Aristófanes celebraba el ingenio de los niños helenos que fabricaban ellos mismos sus juguetes. Plutarco observaba a los niños que cabalgaban en un palo como si fuera un caballo (¡quién no lo ha hecho!), juego que también es descrito por Horacio, y pintado por Durero, que en su Ecce Homo destaca entre la muchedumbre a un niño con el caballito, o el Bosco que representaba al niño Jesús con una pollera de tres ruedas en su mano izquierda y en la derecha un molinillo.

Muy interesante es la observación de Platón para el cual el juguete permite al niño un primer concepto de lo justo y lo injusto, o Sócrates que fue capaz de hacer un juicio diagnóstico sobre Alcibíades cuando le comenta: “Te veía cuando jugabas de párvulo a las tabas y no parecía desconcertarte la injusticia”. (Parece que algo cruel sí resultó de adulto).

Rousseau cree que el niño saca un provecho utilitario cuando juega a hacer jardines porque “aprende que la idea de la propiedad se remonta naturalmente al derecho del primer ocupante por el trabajo”. Aunque no es el único juego útil, porque según él, el columpio no solo da movimiento al cuerpo del niño sin apremios, sino que le permite aprender a estimar las distancias. Leibnitz pensaba que el juego facilita la invención y hace al niño más inteligente.

Aunque de todos ellos, Kant resulta ser el más juguetón y anima a los niños a jugar a la peonza, que contiene, según él, un principio ontológico , y también a la gallina ciega, al columpio y sobre todo a lo que más le gustaba, al fútbol.

Y Freud no fue menos, observó con detenimiento el juego de su nieto y esta observación y las conclusiones que sacó sobre ello, han constituido una de las páginas más fructíferas de la literatura psicoanalítica infantil y de adultos. El juego del carrete y las manifestaciones vocales, fort-da, que acompañaba el juego de su nieto, permitieron a Freud explicar qué había más allá del principio del placer, en la conducta repetitiva del niño y también cómo es posible para el psiquismo actividades anímicas no reguladas por el principio del placer, independientes de él y sujetas a tendencias más primitivas. Obedeciendo a la compulsión, a la repetición, se remiten a una función más primaria: que aquello displacentero que se repite, consiga ser ligado, inscrito, que el principio del placer se imponga sobre él.

El juego, sobre todo el de los niños pequeños obedece al impulso de elaborar psíquicamente algo impresionante, en el intento de conseguir su total dominio. Es una comprobación que los niños insisten en sus juegos alrededor de aquello que les da miedo o que los excita hasta el punto de la insatisfacción, en una repetición que, siempre actual, cesará solo cuando la represión consiga imponer su marca.

Cuando el adulto deja de jugar, dice Freud, lo hace sólo aparentemente, renunciando a la ganancia de placer que extraía del juego, porque como no hay cosa más difícil para el hombre que la renuncia a un placer que conoció, lo que hace es permutar una cosa por otra; lo que hace en realidad es una formación de un sustituto. Cuando cesa de jugar, fantasea. Con lo cual no deja de jugar nunca.

Sami-Ali considera además que la operación del fort-da establece varios conceptos:

Una nueva dimensión del espacio: el carrete está allí y el niño aquí, con una separación entre ambos teñida de agresividad (el carrete es arrojado).

Una dimensión temporal: hay un antes y un después. Esta dimensión está ausente en la angustia de aniquilación que caracteriza el proceso psicótico, donde no hay posibilidad de sustraerse a lo desagradable, y que es característico de los momentos tempranos de angustia del bebé.

Además, a partir del fort-da se organiza una doble identificación con la madre, presente y ausente en forma sucesiva. La madre ausente es sustituida y la madre presente también es sustituida porque en otro momento puede fallar.

Rodulfo interpreta así el juego del fort-da “No es que el niño lance afuera, sino que el acto de arrojar fuera, produce simultáneamente un adentro y un afuera, un cerca y un lejos, un antes y un después. Oposiciones todas inexistentes en un momento anterior donde el espacio correspondía al propio de la especularidad, en su forma espacial más arcaica, la bidimensionalidad o, como señala Meltzer, una dimensión de espacio plano, propio de estructuraciones psicóticas, sin la profundidad que es necesaria en el espacio tridimensional y por ende en la triangularidad.

Dos aspectos más añade Rodulfo en relación al fort-da: “La primacía boca-ojo que caracteriza el momento de la especularidad va a ceder la hegemonía a la detentada por el par mano-ojo. Este último comanda este momento de la constitución del sujeto”. Y un segundo aspecto relacionado con el tránsito que se despliega desde la función de espejo, central en el narcisismo, a la función de la puerta como sep
aración simbólica, de demarcación en el espacio de un límite, de un borde, de un no-yo.

Porque si bien la adquisición de la función del fort-da supone el trabajo de aceptación de la no disponibilidad de la madre a su pedido, de su ausencia, también libera al niño, abre la puerta a no estar disponible a ella, el permiso a ocultarse a su mirada, instaurar su cerramiento, su subjetividad. Bien es sabido que los niños muy pequeños no pueden jugar a las mentirijillas, se creen transparentes en sus pensamientos al ojo observador de su madre (creencia que algunas madres pretenden perpetuar para garantizarse el control y la posesión del hijo, como bien nos recuerda una copla acuñada en tiempos en los que la represión política dominante nos hacía creer en la vigilancia permanente. Me refiero a aquella que decía “Mira niño que la Virgen lo ve todo y que sabe lo malito que tú eres”). Pues bien, a partir de que el niño haya alcanzado la posibilidad de jugar con el carrete, a aceptar la ausencia de su madre, también él puede empezar a ausentar de su madre sus pensamientos, a constituirse como sujeto, con una membrana opaca que lo separa de ella. Aparecen entonces los juegos de poner y sacar, esconderse, taparse el rostro con las manos y aparecer, taparse con trapos, abrir y cerrar puertas, y más adelante jugar al escondite, a la gallinita ciega, para concluir en los juegos del cuarto oscuro donde se descubre y se juega con el propio cuerpo y el cuerpo del otro.

De esta manera el establecimiento del fort-da y la salida del narcisismo supone así mismo el tránsito entre “la madre no es él” a “la madre no es de él” edípica, es decir el pasaje del ser al tener y en este tener, que es más bien no tener a la madre, está asumida la castración simbólica y la aceptación de la ley del padre. Esto supone la renuncia a ser el que colma el deseo del otro para constituirse en alguien que tendrá determinada identidad sexual, y que más adelante podrá, jugando al escondite, disfrutarla en compañía de otro.

Freud animó a sus discípulos a que observaran el juego de los niños, y muchos de ellos así lo hicieron, Max Graf al pequeño Herbert, Jung a su hija Agathleé, Abraham a su hija Hilda y, sobre todo Klein a su hijo Erich. Los juegos de Erich y sus dificultades con el aprendizaje fueron motivo de sus dos primeros artículos, y de varios temas que desarrolló más adelante, y, si bien es cierto que ella nos proporcionó las bases más sólidas de la técnica psicoanalítica de juego, con sus minuciosas y descriptivas observaciones, el espectacular trabajo de recolección de cada una de las 93 sesiones que constituyen el Relato del psicoanálisis de un niño, a pesar de todo, ella se “limitó” a analizar el juego del niño y a teorizar sobre el niño y su desarrollo.

Porque hay algo más que el análisis del juego del niño. Está el Jugar. Y al hablar del jugar nos estamos refiriendo a Winnicott. Él mismo nos dice cómo cuando alguien quiere hablar sobre el juego y recurre a la bibliografía psicoanalítica se encuentra con que ésta se refiere al uso del juego. El terapeuta busca la comunicación del niño y sabe que por lo general éste no posee un dominio del lenguaje que le permita trasmitir la cantidad de sutilezas que se pueden hallar en el juego. Y aunque no considera que su opinión sea una crítica a Klein y a otros autores que escribieron sobre el juego, sí es posible que en la teoría total de la personalidad el psicoanalista haya estado muy ocupado utilizando el contenido del juego como para observar al niño que juega y para escribir sobre el juego como una cosa en sí misma. Y aquí Winnicott hace una referencia significativa entre el sustantivo juego (play) y el verbo sustantivado (playing). El primero equivaldría al producto terminado, mientras que playing indica un proceso, que se está realizando, indica una capacidad.

Winnicott amplia la concepción del jugar, que no se limita sólo al jugar de los niños, sino también al de los adultos. “Lo universal, dice, es el juego y corresponde a la salud”.

De la abundante obra de Winnicott quiero rescatar un fragmento que considero especialmente significativo. Corresponde a una de sus obras más sencillas, si es que alguna es sencilla, por tratarse de un libro dedicado a la divulgación para padres y cuidadores. Me refiero al librito “Conozca a su hijo” de 1950 y en concreto al capítulo 5º, El bebé como persona. Allí Winnicott nos describe la conocida escena que protagonizan pediatra, madre y bebé, y un objeto, una cuchara. Winnicott relata pormenorizadamente el descubrimiento que hace el bebé de la cuchara que se encuentra sobre la mesa, el periodo de dubitación y la búsqueda de aprobación en los ojos de su madre, la aparición del deseo y excitación, que se manifiesta en su salivación, la posesión del objeto, la incorporación de su nueva adquisición y el uso que puede hacer de ella. Posteriormente el juego de alimentar a su madre, esconder la cuchara, redescubrirla y perderla para luego dejarla caer y, al entregársela, arrojarla ya de una manera deliberada, con brío y alegría. Después de un rato el juego se agota y termina porque se ha realizado una experiencia completa. Con ser esta descripción en sí ya un tratado de cómo observar la conducta de los bebés, lo más interesante del capítulo corresponde a las bastardillas “lo ocurrido nos demuestra que no es solo un cuerpo. EL BEBE ES UNA PERSONA”.

Y es una persona porque había juego. “Al jugar, el bebé demuestra que ha construido en sí mismo algo que podríamos denominar material para el juego, un mundo interior de vida imaginaria, que se expresa en el juego”. Y Winnicott se hace esta pregunta “¿Cuándo comienza esta vida imaginaria que enriquece y se ve enriquecida por la experiencia corporal?” Es decir, ¿Cuándo el bebé comienza a jugar?, porque antes de que eso ocurra el bebé no existe como persona, antes de jugar el bebé no es, y jugar se convierte en un trabajo, algo que el bebé tiene que hacer con dificultad y poco a poco, en ese ir y venir entre su incapacidad para reconocer y aceptar la realidad y su creciente capacidad para ello. Y antes aún el bebé tuvo que vivir la experiencia de la ilusión, aquella que le permitió experimentar la omnipotencia, la fusión, la creencia ilusoria de que aquello que se le presentaba, el pecho, él mismo lo había creado. Y justo ahí, en ese ir y venir, que no es adentro, ni afuera, en ese viaje entre lo subjetivo y lo objetivo en ese espacio potencial aparece, se crea, se juega, se empieza a ser. El jugar puede ser apenas perceptible, el roce en la cara de la mantita que el niño empieza a asir, un dedo que se introduce en la boca de la madre, casi desapercibido, o un ronroneo, pero ahí está, porque esas experiencias funcionales empiezan a ir acompañadas por la formación de pensamientos o de fantasías, es decir, se está inaugurando un sujeto: el niño está empezando a ser persona.

El jugar se inaugura pues como un encuentro entre dos, antes aún de que sepan que son dos. Se inicia con las caricias que se expresan en la mirada, en los gestos, en ese tocar de la madre, placentero para ambos, que hace que el cuerpo del niño cobre sentido. Jugar es acariciar, caricia doble, porque también el niño acaricia a su madre, en esos momentos de intimidad y de ternura que ambos comparten y que hacen sujeto.

La vida imaginaria, la creatividad misma, de donde posteriorme
nte van a surgir la cultura, la religión, la filosofía, tiene un origen en ese intercambio placentero, creador de sentidos, creador de persona, creador de un cuerpo, Y así el niño se abre a la vida experimentando con su cuerpo y los productos de él: babea, chupetea, se embadurna, crea superficies que unifican su cuerpo y establecen una diferencia entre su piel que va conteniendo y unificándose en un interior que además contiene una mente. Sin esta diferenciación, o como fallo de este proceso se instalan enfermedades psicosomáticas.

En su último libro Rodulfo es muy explícito: “El hecho de jugar es el acontecimiento que funda y coincide con la actividad subjetiva misma; en tanto tal no necesita de ninguna otra significación”.

Rodulfo hace una serie de proposiciones respecto al niño y al juego, que de alguna manera se desmarcan de Freud, y que se fundan en los desarrollos de Winnicott:

El jugar no es una práctica reactiva, su emergencia es originaria, aunque posteriormente puede ligarse a trabajos defensivos.

Tampoco está originariamente conectado con la angustia, sino con la alegría.

No pretende restituir un estado anterior, sino que está conectado a la producción de diferencias, buscadas a través de la repetición.

La función principal del jugar es buscar estimulación, crear su propio estímulo original.

Lo importante no es el juguete que le es dado al niño, sino que el niño crea un juguete cuando toca un objeto y le da sentido, es un producto.

Todas y cada una de las adquisiciones que un niño hace las hace a través del jugar. Sólo aquello que se aprende jugando queda adherido a nosotros como algo con sentido. Lo impuesto, aunque sea un juego, aliena.

La vida sexual tiene sus raíces en los juegos de intimidad y ternura con la madre. Cuando la sexualidad temprana no cae bajo el signo de jugar deviene traumático. La sexualidad adulta que no es subjetivada, porque no se constituyó en esa intimidad, deviene pornografía.

Por último afirma que el jugar no es una actividad entre otras para la constitución subjetiva. Es el punto central de subjetivación, de ser y devenir una subjetividad. Por eso el jugar no debe ser limitado a un periodo del desarrollo, ni confinado a una época de nuestra vida pasada. Es algo esencial a lo largo de toda la existencia humana.

Pero a veces el jugar no es posible. Como decíamos antes, para poder jugar, en el inicio tiene que haberse construido un espacio potencial, de ilusión, de fusión y omnipotencia, para posteriormente sentir el placer de despegarse y descubrir otros mundos, diferenciarse. La patología que está ligada a la dificultad de separarse, de sustituir a la madre, presente internamente, pero ausente en ese momento, de poder sustituirla por el osito o la mantita, la patología de este momento es la conducta adictiva o de pegoteo. Son los niños que solo se duermen en brazos de su madre, que de más mayoricitos se quedan pegados al televisor, o a las drogas, que son incapaces de tumbarse en el diván y dejar de ver al analista.

Otra patología vinculada también a este momento está en las diferentes formas de perversión. El objeto transicional es convertido en objeto fetiche, y la ilusión del falo materno, presente como idea universal no patológica, se convierte en el delirio del falo materno. Se presenta un mecanismo disociativo por el cual el proceso de simbolización normal se verá perturbado y en lugar de servir a la fantasía creativa, base de la simbolización y sublimación, se forja una creación interior tendente a falsear la realidad externa.

Meltzer acuña el nombre de objeto espureo para designar el engaño que el niño se hace al no poder tolerar la ausencia, que le hace invertir y confundir las nalgas de su madre que se aleja con los pechos que se aproximan. Madre poderosamente presente en un alarde de control omnipotente y engañoso.

Me pareció muy ilustrativo alguna de las imágenes que bajo el nombre “Anatomía de un deseo” componían la exposición en el Centro Pompidu (París Mayo, 2006) de Hans Bellmer (1902-1964). Este pintor surrealista, coetáneo de Breton, Paul Eluard o Bataille, con quien colabora, crea su objeto fetiche, la Poupèe. Bajo el nombre Juegos de la muñeca, Bellmer confecciona un maniquí, con los rasgos de una niña, apenas una púber, que luce calcetines y un rostro impasible, casi atónito, y le hace mostrar de una forma obscena, y perversa, cualquier modo posible de manipulación del cuerpo femenino, haciendo al espectador cómplice de su mirada. Es un objeto fechite, que evoca la perversión, donde todo es posible: la manipulación se multiplica sin límites, la omnipotencia y el delirio crean el objeto que se mantiene y perpetua en un alarde provocador y sádico. El cuerpo de la muñeca es modificado por diferentes medios de manera que él puede alterar a su antojo la integridad del mismo: es comido, agujereado, licuado, con delirios de imaginación perversa, seducción erótica de una vida artificial donde la omnipotencia y la transgresión son los ejes centrales. Bellmer centraba su nostalgia en los juegos de los niños y en sus implicaciones eróticas. Sus muñecas, anónimas y siempre criaturas incompletas, llegaron a ser el instrumento de combinaciones improbables. La parte más importante de su obra está dedicada a ella.

La perversión que se ha anclado en el estadio anal sádico, utiliza la compulsión idealizadora que marca el funcionamiento psíquico. El perverso no es un creador, sino un esteta, y en su creatividad perversa el motor es la idealización, no la sublimación, y el mecanismo que subyace es la renegación, no la represión de la pulsión. No ha tolerado la realidad de la ausencia que es sentido como un insulto a su omnipotencia.

Cuando un niño no puede jugar, o ha mermado su capacidad, la tarea del analista consiste precisamente en crear el espacio, en hacer posible que juegue. Winnicott nos deja su genial frase: “La psicoterapia se da en la superposición de dos zonas de juego: la del paciente (observad que no dice niño, sino paciente, sea este adulto o infantil) y la del terapeuta. Esta relacionada con dos personas que juegan juntas. El coralario de ello es que, cuando el juego no es posible, la labor del terapeuta se orienta a llevar al paciente, de un estado en que no puede jugar a uno en que le es posible hacerlo” y más adelante añade “el psicoanálisis se ha convertido en una forma muy especializada de juego al servicio de la comunicación consigo mismo y con los demás”.

El juego por sí mismo es una terapia, porque nos conecta con lo que realmente uno es, con la espontaneidad y la capacidad de crear, que es lo que hace que uno se sienta vivo y único, que conecte con su verdadero ser.

Y jugar, proporcionar esa posibilidad, es aún más importante que interpretar, porque ahí es donde el paciente se va a sorprender a sí mismo, va a darse su propia respuesta. El juego, y el psicoanálisis es una forma de juego, no solo es creativo y espontáneo, sino también curativo.

Una de las dificultades mayores que encontramos a veces los terapeutas de niños, es aceptar y participar en los juegos de nuestros pacientes, durante sesiones y sesiones sin poder interpretar nada, a veces incluso sin entender que esta pasando, pero sosteniendo el juego del niño. Estamos tan acostumbrados a que lo que da sentido a nuestra profesión es la interpretación basada en la comunicación verbal del paciente “el fonocentrismo” que llama M. Rodulfo, que trabajar con ellos sin que lo esencial, a veces incluso lo inexistente, sea la palabra, que tolerarlo puede constituir un acto de fe en la bondad y el valor de nuestro trabajo, y en el efecto terapéutico del juego per se, en Analizar jugando.

Y dentro de esta analizar, existen diferentes formas de interpretar el juego según A. Ferro, de modo que se aumente la capacidad de pensamiento del niño.

Una es aceptar el sentido relacional en términos de emociones y sentimientos y proponérselo al niño, subrayando cómo están presentes la agresividad, la rabia, etc., y también la necesidad de protección (es decir los sentimientos ambivalentes). Luego se podrían preguntar porqué hay esos sentimientos y referirlos a la transferencia.

La otra manera consiste en dejar y utilizar los sentimientos y elementos propuestos por el niño participando en el juego e interpretando los personajes que nos proponen, construyendo la historia junto con el niño, convirtiendo nuestra mente en escenario de una historia, sin perder el significado relacional de todo lo que está ocurriendo y dejando que la historia se desarrolle sin excesivas descodificaciones que conllevarían el riesgo de perder el significado. Esto es, jugar con el niño, permitiéndole la construcción de una nueva historia, sirviéndonos de nuestra mente.

De esta manera se evitan interpretaciones que resulten una defensa de las experiencias emocionales y se permite una plena realización del íntimo y apasionado encuentro emocional, como Bion describe el encuentro analítico.

Y esta es la historia, una historia gráfica en forma de comic que Lucía y yo construimos y que constituyó el largo proceso por el que una niña de 10 años tuvo que transitar para poder darle sentido al trauma que la condujo hasta mi consulta.

Lucía fue testigo presencial de cómo su madre atacó, machete en mano, a su padre, causándole heridas de consideración y el riesgo de su muerte. La madre estaba presa de un delirio de celos, y la escena era la culminación de otras muchas en las que la niña se interponía entre ambos, intentando evitar que la madre golpeara al padre. A su vez cuidaba de que su hermano pequeño no estuviera presente y le procuraba entretener con cuentos o juegos.

Durante mucho tiempo alternábamos como juegos la construcción con plastilina de una familia a la que fuimos añadiendo personajes hasta quedar constituida casi como fiel reflejo de la suya propia. Y el otro juego, una suerte de baraja donde en vez de los palos tradicionales, estos estaban sustituidos por familias de seis miembros, y de diferentes razas y nacionalidades. Ella siempre se las ingeniaba para juntar no sólo mayor número que yo, sino además a su preferida, aquella que representaba con bastante precisión las características raciales de su familia. Hay que señalar que la madre de Lucia estuvo y aún permanece en un hospital penitenciario.

Y un día me propuso dibujar un comic por que se le había ocurrido una idea y quería plasmarla. El guión del comic es absolutamente suyo, mi colaboración consistió en dibujar a veces algún personaje, por su petición, y siguiendo sus instrucciones y en colorear parte de él.

Creo que nos demoramos casi un año en acabarlo, porque lo interrumpíamos para intercalar algún otro juego. Y al terminarlo solo pude decirle a Lucía que ella se había dado la respuesta al drama que vivió la familia, lo había elaborado a su manera, y también que ella había escogido para sí un rol en la historia, con el que se identificaba y con el que creía que podría ser feliz. ¡Ah! Lucía quiere ser veterinaria.

Con el debido respeto a Winnicott decido este trabajo a mis pacientes que pagaron por jugar conmigo.

Amor, engaño y celos

– Matt tiene una novia que está celosa e imagina que le gustan otras chicas. Por eso a veces le espía esperando verle in fraganti. Un día Mat saludó a una amiga, y Lorena (su novia) los vio e imaginó que se gustaban.

– Matt vuelve a casa y Lorena le echa una bronca de mucho cuidado. Yolanda ha encontrado el anillo de Matt y viene a devolvérselo.

– Lorena mira por la mirilla y se encuentra a Yolanda. Entonces Lorena empuja a Yolanda, que se cae por las escaleras.

– Lorena intenta disimular el delito. Yolanda no se puede levantar porque se ha roto el tobillo. A lo lejos un chico la socorre.

– Elvis coge a Yolanda y la lleva al Hospital más cercano que hay.

– Después de recuperarse, Yolanda preguntó quien la ha traído. La enfermera se lo dice. Yolanda va a casa de Elvis para darle las gracias.

– Al cabo de unos meses Elvis y Yolanda ya son novios, y Matt y Lorena se han reconciliado.

– Elvis y Yolanda van a un restaurante y Matt y Lorena también. Matt y Yolanda se miran.

– Elvis y Lorena se reconocen y se saludan. Matt y Yolanda se miran de vez en cuando. Quedan para llamarse.

– Lorena y Elvis han empezado a salir sin que Matt y Yolanda lo sepan. Hasta que al final se lo dicen.

– Lorena aprovecha para decirle a Matt que se va a ir con Elvis, y Elvis aprovecha para decirle a Yolanda que se va con Lorena.

– Al final Lorena y Elvis se fueron a Hollywood y allí fueron estrellas, y fueron muy felices.

– Cuando Matt sale a hacer deporte por el parque, se encuentra a Yolanda llorando en un banco.

– Cuando Matt va a consolar a Yolanda sin querer pisa a un pobre pájaro. Yolanda se levanta rápidamente y lo recoge.

– Yolanda y Matt fueron rápidamente a la clínica veterinaria donde allí curaron al pájaro. Y se reconciliaron y se enamoraron.

– Unos meses después Matt y Yolanda se casan y viven felices.

 

 


 

BIBLIOGRAFIA

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