Iparhaizea, la familia comunitaria.

Revista del CPM número 16

Por Enrique Saracho Rotaeche

Presentación

Estoy muy agradecido al CPM por la oportunidad que me ha dado para compartir con un auditorio tan cualificado como el presente una experiencia de gran valor para mí. No obstante siento cierto pudor por hacer pública mi propia forma de vida, espero que mis tendencias exhibicionistas me ayuden a superarlo.

 

Algunos antecedentes históricos

Existen escasos antecedentes en la historia sobre modelos de organización de la vida familiar que aglutinan a diferentes familias, no unidas por lazos de parentesco, bajo un mismo techo.
Merece la pena mencionar al teórico del socialismo utópico francés Charles Fourier (1772-1837) y su modelo que llamó falansterio. Describe un peculiar modelo teórico de asociación en comunidades rurales autosuficientes basado en dos puntos básicos:

  • la libre elección del trabajo
  • la libre expresión de las pasiones.

Critica duramente al modelo de familia nuclear y a la monogamia como estructuras reproductoras de una moral cristiana represora que empobrecen el desarrollo de las personas. Sus ideas tuvieron mayor repercusión en el desarrollo de movimientos de pensamiento libertario que en experiencias concretas llevadas a la práctica que fueron muy escasas y poco duraderas.

Mayor implantación ha tenido el modelo del Kibutz Israelita basado en la ideología sionista-socialista que tubo un papel muy relevante en la creación del estado de Israel pero actualmente se encuentra en franco retroceso.

No puedo dejar de mencionar al movimiento hippie que propuso un modo de vida nómada basado en la música psicodélica, el pacifismo, las drogas y el amor libre.

Desde posiciones bien diferentes las comunidades de base cristianas muy en boga en las décadas pasadas dieron lugar a experiencias de este tipo de las que actualmente quedan muy pocas.

Todas ellas son experiencias con gran valor testimonial como ejemplos de formas “alternativas” de organización familiar. Son modelos y experiencias minoritarias que intentan superar el modelo de “familia núcleo” con muy desiguales resultados. En todo caso poco se ha escrito sobre ellas, el impacto social que alcanzaron en su tiempo fue escaso y actualmente están en retroceso y fuertemente desacreditadas.

Hoy os voy a hablar de la experiencia de Iparhaizea, un pequeño caserío situado en un pueblo muy próximo a Vitoria donde vivimos varias familias juntas desde hace más de 12 años y todavía hoy nos sentimos todas y todos muy satisfechos y afortunados de habernos encontrado.

 

El origen de Iparhaizea

Sin embargo aunque Iparhaizea puede tener algo de cada una de las experiencias antes mencionadas tiene importantes diferencias. La más importante es que no nace de forma premeditada como fruto de algún planteamiento ideológico o religioso sino como el desarrollo natural de una larga trayectoria de un grupo de amigas y amigos que quieren seguir pasando el tiempo juntos. Todos sabéis que los vascos y las vascas somos gente muy gregaria.

Yo estoy casado desde hace 22 años y tengo dos preciosas hijas de 20 y 16 años. En el tiempo en que se gestó la idea, mi casa era el centro de reunión de un grupo de amigas y amigos que compartíamos una trayectoria de proyectos comunes, no sólo de tiempo libre sino también profesionales. La crianza de mis hijas en estas épocas tan complicadas siempre fue muy apoyada por esta red de amistades desde que nacieron. Hacíamos planes para poner en marcha un albergue juvenil en unas instalaciones de un pueblo cercano que se vieron frustrados por falta de financiación. Buscando alternativas más económicas recalamos en el bello pueblo de Elosu con un proyecto de chalet unifamiliar que no servía para nuestros propósitos iniciales pero si para otros. Quedamos prendados de aquél lugar al que no estábamos dispuestos a renunciar fácilmente. En aquella parcela en la orilla del embalse y rodeada de aquellos maravillosos bosques alguien pronunció la frase mágica “te imaginas…” y se lió la cosa.
Entre todos hicimos números y la cosa cuadraba. Aunque entre nosotros había personas con escasa capacidad económica, si las dos familias que ya teníamos vivienda la vendíamos el dinero llegaba. Lo que parecía un sueño irrealizable para cada uno de nosotros por separado, juntos, se materializó en un tiempo record, no más de dos meses. Todavía recuerdo la cara de extrañeza del chico del banco que nos hizo la hipoteca, tubo que consultar infinidad de veces con sus superiores. Nuestra sorpresa fue mayúscula cuando el banco no puso ninguna pega para concedernos el dinero ya que todos éramos avales de todos. Lo que el banco ha unido que no lo separe el hombre. ¡Por fin no iba a tener que ser yo el que pusiera siempre las cervezas!

Aunque las personas que integramos la experiencia compartimos muchas ideas y tenemos una forma de entender la vida muy semejante, las razones que dieron lugar a Iparhaizea son más pragmáticas de lo que en un principio pudiera parecer.

Los más jóvenes encontraron una forma para emanciparse que de otro modo les hubiera sido mucho más difícil, mientras que a los más mayores se nos facilitaba mucho la organización de la vida familiar.

 

Las personas que la integran

Comenzamos la experiencia 8 adultos y 5 niños. El rango de edades entre los adultos iba desde los 28 a los 36 años. El grupo se componía de:

  • Dos mujeres solteras sin hijos.
  • Una mujer recientemente separada con dos gemelos de 8 años
  • Una mujer soltera con una hija recién parida
  • Una pareja sin hijos
  • Mi mujer y yo con nuestras dos hijas de 8 y 4 años,

A lo largo de estos 12 años hubo dos momentos donde el grupo se reestructuró. Al año, la mujer soltera con una hija decidió que la vida en el campo no era para ella y se volvió a la ciudad. A los 4 años la mujer separada con los dos gemelos se marchó por conflictos de relación que no pudimos solventar. Coincidiendo con ello una de las mujeres solteras se emparejó e incorporó al que ahora es su marido. Así quedamos tres parejas y una mujer soltera con dos niñas que no tardaron en tener compañía. De las parejas que no tenían hijos nacieron tres retoños en el plazo de cuatro años.

Actualmente convivimos: 7 adultos y 5 niños, adolescentes jóvenes: Una pareja con dos hijas, la mayor de 20 años estudia fuera desde hace dos años y la pequeña de 16 años. Una pareja con dos hijos de 5 y 1 año, una pareja una hija de 3 años y una mujer soltera sin hijos. Todos y todas trabajamos fuera y dentro de casa.

 

Los espacios

La casa es un chalet unifamiliar ligeramente ampliado con una superficie útil de 300 metros cuadrados divididos en tres plantas, la última abuhardillada. Los adultos disponemos de una habitación para cada unidad familiar en la planta intermedia. Los niños disponen de dos habitaciones en la planta
baja y las adolescentes de otras dos en la de arriba. El resto de los espacios como el salón, la cocina y los baños son comunes. Disponemos de una sala multiusos que hace de almacén-despensa de 25 m2, de un descuidado jardín de 1.500 metros cuadrados y desde hace poco tiempo de una pequeña y no menos descuidada huerta.

 

La economía

Todos somos propietarios de la casa y compartimos todos los gastos. Sin embargo cada uno es propietario del dinero que gana y lo administra (juntos pero no revueltos) El reparto de la propiedad de la casa se hizo en un principio en función de la superficie ocupada por cada familia. Sin embargo esta desigualdad nos genero incomodidad ya que las necesidades de espacio irían cambiando con el tiempo para las diferentes familias. En el último cambio se decidió ponerlo a partes iguales entre las siete personas adultas independientemente de la superficie ocupada en un determinado momento. Toda la casa es de todos por igual. Cada pareja posee dos séptimas partes y la mujer soltera una. Hasta la fecha no hemos tenido ningún problema en este apartado. Las ventajas económicas de compartir gastos son evidentes.

 

La forma de vida

Las tareas domésticas son realmente llevaderas ya que tenemos contratada a una mujer del pueblo que atiende a los pequeños por las mañanas y realiza tareas de limpieza con gran esmero. A pesar de su edad madura conseguimos que se sacara el carné de conducir para felicidad de ella y de todos. Sin embargo la comida la realizamos los adultos por rigurosos turnos de tal manera que hemos de hacerla una semana seguida de cada siete. A pesar de realizarla de víspera esta es una tarea que cuidamos mucho. Competimos con las especialidades de cada uno para ver quién sorprende más. Cuando haces las cosas para más gente te esmeras más que si las haces para ti solo o tu familia.

Durante los primeros años hacíamos reuniones periódicas donde evaluábamos el funcionamiento del grupo. Hubo sus reajustes en los lugares de poder y actualmente lo hacemos una vez al año para revisar las cuentas y poco más.

Las decisiones siempre las hemos tomado entre todos por común acuerdo tras más o menos debate. Los desacuerdos mayores han venido por la decoración de la casa. Decidir que cuadros ponemos y dónde, es algo que todavía no hemos conseguido resolver y nos ha traído más de un disgusto.

 

La crianza de los hijos

La crianza de los hijos ha sido otro de los puntos más difíciles. No ha sido fácil permitir que otros eduquen a tus hijos pero más difícil ha sido tolerar que otros cometan errores con sus hijos sin interferir. Sin embargo los hijos no “son de todos” las decisiones y responsabilidades están bien definidas, en presencia de los padres son ellos quienes mandan, en su ausencia se intenta respetar el criterio de los padres.

El hecho de todos los adultos hayamos pasado por una misma formación (El programa de Escuela de Padres ProCC) nos ha ayudado a acercar criterios en el manejo de los límites (aunque aquí siempre podemos mejorar).
Los más beneficiados de esta forma de vida han sido sin duda nuestras hijas e hijos. Su desarrollo se ha enriquecido muchísimo por los vínculos que han establecido no sólo con sus padres y hermanas sino con más personas.

El vínculo de los hijos con el resto de adultos que no son sus padres ha resultado en una ampliación del espectro de ayudas y referencias de que disponen. Hemos podido comprobar como las criaturas en desarrollo tienen la extraordinaria habilidad de extraer los cuidados de las personas más eficaces que están a su disposición. Reclaman a diferentes cuidadores para obtener diferentes apoyos, seleccionando a los más eficaces para cada función. Si necesitan un mimo o una palabra dura, si necesitan apoyo en matemáticas o en lengua se van a acercar a quien mejor se lo resuelva. Si tienen más personas a su alrededor tienen una oferta más variada. Así hemos tenido que acuñar el término de “Tiodrino” para nombrar este nuevo vínculo de parentesco.
La relación entre los niños y niñas que no son hermanos también es particular. Dentro de casa se diferencian, no se consideran hermanos y tienen una relación más parecida al vínculo entre primos. Sin embargo fuera de casa (en la escuela) se comportan como auténticos hermanos.

Esta mayor maduración en el desarrollo de nuestras hijas e hijos ha sido reconocida y señalada por algunos de sus maestros y relacionada por ellos con nuestra forma de vida.

 

La familia extensa

Inicialmente las familias de origen reaccionaron ante la propuesta de formas muy dispares. Algunas pocas apoyaron la iniciativa sin reservas pero la mayoría se asustó mucho. ¿Ya sabes donde te vas a meter? ¡eso suena muy raro! Al poco tiempo de convivencia cayeron todos los recelos y todas sin excepción mantienen extraordinarias relaciones con todos nosotros, considerándonos como una sola familia. Todos nos beneficiamos de las viandas que de vez en cuando aportan las abuelas y abuelos.

 

Conclusiones

Siento decepcionaros pero hasta la fecha no hemos hecho ninguna cama redonda. Las relaciones de pareja se han fortalecido con esta forma de vida. Al convivir estrechamente con más personas los defectos de cada uno quedan más evidentes y cada persona se ve obligada a corregirse mucho antes y con más fuerza. No hay pérdida de intimidad porque los espacios y momentos están bien delimitados y disponemos de más oportunidades para salir o estar solos si así lo deseamos.

No somos outsiders, ni alternativos, no pretendemos hacer ningún tipo de proselitismo. No vivimos aislados del mundo, tenemos TV, incluso algunos vemos O.T. juntos. Nuestros hijos tienen ordenador, acceso a los videojuegos y teléfono móvil pero también es cierto que lo usan menos que sus compañeros de clase. Vivimos muy conectados con nuestro entrono social. Mantenemos buenas relaciones con nuestro vecindario y participamos activamente en la vida social y administrativa del pueblo.

No creo que nuestra experiencia cuestione la monogamia, ni la estructura nuclear de la familia, muy al contrario creo que la amplía y refuerza rescatando el concepto de “familia extensa” que vivieron nuestros abuelos.

A modo de despedida aquí va un pequeño texto que escribí para la boda de una de las parejas de Iparhaizea a los dos meses de mudarnos y que creo refleja la forma en que nos sentíamos en aquella época y el espíritu inspirador de la experiencia:

 

Camino de Elosu

Una vez, cuando iba camino de Elosu, me encontré con una pareja
parecían atareados, muy laboriosos, organizados, austeros y tenaces
y les pregunté:
¿Qué hacéis?

Ellos me respondieron:
Hacemos colección de travesuras. ¿Tienes alguna para darnos?
Les di dos o tres que me quedaban en el bolsillo.

Al tiempo me los volví a encontrar, discutían.
El aseguraba que era capaz de vencer a un toro jugando al ajedrez
y ella apostaba tres avellanas a que en su baúl cabían cien ideas aunque fueran grandes, más cien postres, más cien kilómetros de luz de estrellas, más cien lechugas, más cien destinos aunque fueran pequeños.

Al tiempo me los volví a encontrar.
A la sombra de un árbol estaban sentados en silencio
y les volví a preguntar:
¿Qué hacéis?

Ahorrar, me dijeron.
Sí, es que necesitamos comprar una chocolatera nueva
y un ordenador que haga etiquetas para los caramelos
y pintura verde
y una escoba que barra la prisa
y una veleta que indique todos los caminos
y más avellanas…
Cuando los dejé a las dos horas todavía seguían ahorrando para comprar todas aquellas cosas.

Al tiempo me los volví a encontrar.
Iban apresurados montados en bicicletas y cargados de sacos de ilusión mezclada con levadura de cerveza.
¿A dónde vais?, les pregunté.

A casarnos, me respondieron.

Y vosotros ¿para qué queréis casaros?, les pregunté.
Y ellos me respondieron:

para inventar la vida

Desde aquel entonces ya no quise separarme de ellos.

Zuazo, 29 de Junio de 1996
Enrique Saracho Rotaeche
e.saracho@ediren.com