XIV Internacional Forum of Psychoanalysis
Roma 23-27 Mayo 2006
El problema de la interpretación nos remite inevitablemente a los modelos teóricos en que se sustenta. Los modelos teóricos arrastran la posición del analista, tanto en su actitud interpretativa, como en su concepto de curación, esto es, la relación entre teoría y práctica no es irrelevante. Creo que hay dos posiciones extremas a este respecto: una posición que podríamos denominar integradora que consiste en incluir cualquier nuevo descubrimiento dentro del núcleo duro de la teoría. Freud fue un buen ejemplo de ello: los descubrimientos que se iban realizando siempre podían ser integrados en los aspectos básicos de la teoría; y otra posición, que llamaremos rupturista, en que los nuevos descubrimientos ponen a prueba dicha teoría y muestran la imposibilidad de tal empresa por lo que se crea un nuevo modelo e, incluso, una nueva institución que lo ampare. En cualquier caso, obviaremos el espinoso tema de si algunos modelos se encuentran dentro del campo del psicoanálisis o no. Pero, lo que me interesa señalar es un tema que la epistemología psicoanalítica no consigue dejar suficientemente claro para algunos: a falta de un paradigma unificador (integrador-desintegrador) los modelos teóricos que han ido surgiendo, no se excluyen entre sí y, por tanto, la exigencia falsacionista de Popper no es aplicable en estos momentos del desarrollo de los conocimientos psicoanalíticos o, quizás nunca podrá ser aplicado, porque tal criterio es solo adecuado para las ciencias físicas. La posición de Grunbaum, que tuvimos ocasión de escuchar hace unos años, en que apostaba por el cumplimiento de un criterio falsacionista en psicoanálisis y en contra de la opinión de Popper, fue precipitada. Por eso, las preguntas y comentarios que se hacen los organizadores de este Forum tienen sentido desde la creencia en un psicoanálisis que ya marcha por la senda de la ciencia normal o, desde una posición, que yo llamaría ideológica, de la escuela de pertenencia. Por eso a la pregunta, ¿Todavía podemos seguir hablando de interpretación? ¿Todavía tiene sentido la interpretación en términos clásicos como: decodificación simbólica que se refiere a un “acontecimiento”, un trauma, una catástrofe, una fantasía? Podríamos contestar sí, todavía podemos seguir hablando de interpretación en términos clásicos y, además lo subrayaríamos con las palabras de Ralph R. Greenson, La interpretación es el instrumento último y decisivo de la técnica psicoanalítica. Todos los demás procedimientos técnicos utilizados en psicoanálisis son la labor preparatoria que hace posible la interpretación. Es más: cualquier otro artificio técnico tiene que llegar a ser sujeto de análisis, y sus efectos sobre el paciente han de ser interpretados. Pero, también podríamos decir no, que ya no tiene sentido seguir hablando de la interpretación clásica, después de las aportaciones que se han venido realizando a lo largo de los años: desde el modelo de Kohut hasta los modelos de las escuelas interpersonalistas.
Posiblemente, por la propia naturaleza de lo psicoanalítico, nunca surja esa teoría integradora capaz de armonizar todas esas teorías que, para algunos muestran la debilidad del psicoanálisis y para otros su riqueza. Así pues, creo que, tanto en lo que se refiere a la interpretación como en los modelos teóricos que se dan en psicoanálisis se puede adoptar una actitud que podríamos denominar clínica. Quiero decir, que sin adoptar una actitud ecléctica de principio, ni un todo vale, si podríamos sumarnos a la posición de algunos autores, por ejemplo J. Gedo, que considera que la intervención dependerá del nivel evolutivo en que se da la patología. Los niveles más primitivos requieren un tratamiento fundado en el sostén (holding) , mientras que las patologías más evolucionadas requieren el nivel interpretativo más clásico. De cualquier manera, las distintas teorías que cohabitan en psicoanálisis tienen su propia posición frente a cuales son los factores esenciales del cambio terapéutico. En la actualidad dos posiciones extremas pueden orientar el debate: los que como Greenson continuarían considerando la interpretación y sobre todo la interpretación transferencial, mutativa, como el elemento central y ,en el otro extremo, los que consideran lo interrelacional el factor esencial. No obstante creo que la mayoría de los autores se sumarian a la posición de Daniel N. Stern : “Generalmente es aceptado que algo más que la interpretación es necesario para conseguir el cambio terapéutico”. Quiere decirse que la interpretación sigue en su lugar y que hay que investigar ese algo más como algo distinto. En opinión de Meissner ( ) ese algo más empezó apoyándose en el concepto de alianza terapéutica y ahí continúa en su desarrollo.
En cualquier caso desde el trabajo de Strachey en 1934 hasta la actualidad se han ido añadiendo nuevos descubrimientos y creándose nuevas teorías al respecto que hacen de la interpretación clásica un elemento más en el proceso de la cura.
¿Cómo podemos explicarnos todos estos cambios? ¿Qué factores han determinado unos cambios que en muchos aspectos son substanciales? Para muchos autores estos cambios se han debido tanto a factores de orden general, filosófico-culturales, como de índole interna, esto es, surgidos de las propias tensiones teórico prácticas del psicoanálisis.
Permítanme señalar algunos de esos aspectos generales que han influido en la teoría psicoanalítica y por supuesto en la interpretación.
Recordemos que el psicoanálisis no está al margen de las orientaciones y cambios generales que se dan en la cultura o en la ciencia y así, lo que se ha dado en llamar postmodernismo considera que todo conocimiento es contextual “construido y no descubierto, arraigado en un marco histórico determinado, no universal y absoluto. Esto les hace pensar y criticar a muchos el modelo freudiano arraigado en un saber mecanicista del siglo XIX donde la interpretación psicoanalítica tenia por objetivo que el paciente conociera sus conflictos infantiles y que este conocimiento hiciera posible la renuncia a ellos.
El psicoanálisis empezó su desarrollo en el siglo XIX que fue un siglo optimista: creía en el desarrollo humano, en las verdades absolutas, en que se podía interrogar a la naturaleza y arrancarle sus verdades, esto es, se podían hacer descubrimientos. Un siglo que desarrolló hasta el límite el método científico y delimitó las ciencias de la naturaleza de las ciencias del espíritu. Un siglo que continuó un método y una filosofía que para muchos comienza con la Ilustración y para otros con los griegos, pero que sobre todo, mantuvo estrictamente separado el mundo observado del mundo del observador.
Pues bien, al parecer esto ya no es así. Nuestra época, al igual que las anteriores, posee un conjunto de conceptos y creencias a través de las cuales contempla e interpreta la realidad. A ese conjunto, hoy se le denomina postmodernidad y, aunque sea de difícil definición si encontramos características que desde el arte a la filosofia, pasando por la ciencia, le otorgan una idiosincrasia de difícil valoración. El mundo moderno, freudiano, ha sido rebasado por una suerte de posmodernidad basada en la desconfianza hacia la ciencia clásica y su método, hacia la verdad que nos ofrecen y, sobre todo, hacia una realidad que ya no es una y objetivable, sino una realidad en dependencia de nuestro método de observación, esto es, la realidad como algo que creamos, no como algo que descubrimos y, por tanto, como algo que depende de un acuerdo social expresado en palabras. Para la posmodernidad habitamos un mundo de lenguaje do
nde los significados no son incuestionables, sino que aparecen como versiones posibles en un mundo inasible en su objetividad. Igualmente y lo que puede ser más importante para la terapia psicoanalítica, el observador pierde su lugar neutral de observador y se convierte en participante dentro del campo observado, cosa ,dicho sea de paso, que ya señaló el psicoanálisis con el concepto de transferencia.
Esta síntesis, inevitablemente mínima, nos permite adivinar ya como determinadas prácticas del psicoanálisis tradicional pierde su razón de ser; por ejemplo la interpretación psicoanalítica que el psicoanalista tradicional descubría trabajosamente era el producto- dice John E. Gedo- de la tradición autoritaria de la medicina clásica: un medico que sabe y un paciente que ignora.
Si estos aspectos generales de la cultura presionan y condicionan el desarrollo del psicoanálisis las propias dinámicas internas hacen posible un cambio, un proceso histórico, pero que, en ningún caso tenemos porque considerar evolutivo.
En los orígenes, Ana O hacia desaparecer sus síntomas cuando los conectaba con los recuerdos olvidados. De ahí a fundar el método que permitiera buscar y comunicar esos recuerdos no hubo más que un paso, paso que marca la actividad del psicoanalista. Aunque esto ya es historia – historia mítica de los orígenes – si podemos comprobar como aparecen ya algunas hipótesis que se arrastraran a lo largo de toda la evolución posterior: uno es, la realidad del acontecimiento – de lo que nunca se desprendió Freud, aunque si lo suficiente – y otra, el poder terapéutico del recordar. La realidad del acontecimiento pasó a la realidad del mundo interno y el poder terapéutico del recordar a la verosimilitud del recuerdo construido. En cualquier caso la interpretación y poco después la reconstrucción se convirtieron en las herramientas más poderosas del proceso terapéutico.
Las teorías psicoanalíticas que se han ido desarrollando a lo largo de estos 100 años de vida del Psicoanálisis han incidido inevitablemente en el tema de la interpretación cambiando su perspectiva. Una síntesis aproximada de los cambios que se vienen dando podría ser la que señala entre nosotros J. Coderch: “de la teoría impulso-defensa a las teorías relacionales; de la psicología de una persona a la psicología de dos personas; de la preocupación por el conflicto edípico a la preocupación por la situación preedípica y el Edipo primerizo; de la explicación causal del enfoque positivista a la comprensión de las razones en una perspectiva hermenéutico-constructivista.” Cambios que por lo que afecta a al interpretación podríamos decir: de la interpretación clásica transferencial a la mentalización pasando por la interpretación kohutiana, lacaniana, interrelacional y poco más. Es decir, ni son tantas las teorías ni son tantas las posibilidades interpretativas.
Contenidos de verdad, eficacia terapéutica y método psicoanalítico.
Toda esta pequeña introducción al tema que marca la denuncia de una cierta confusión podría permitirnos una mayor clarificación apoyándonos en las tres dimensiones que coexisten en la interpretación y que son sintetizados por el epistemólogo argentino G. Klimovsky:
- la vertiente gnoseológica: “Una interpretación es una especie de teoría en miniatura acerca de lo que hay detrás de un fenómeno manifiesto. De este modo, interpretar implica producir un modelo o una hipótesis de modo semejante a lo que haría un físico cuando quiere señalar qué hay detrás de un efecto.”
- “La segunda faceta ligada al fenómeno de la interpretación es de tipo semiótico, tiene que ver con significaciones: Lo que aquí se hace es algo parecido a una captación de los significados que está ofreciendo el material que la interpretación atiende. Aquí la labor se parece a la de un lingüista o un semiótico…”
- “El tercer aspecto es instrumental y quizás, en cierto sentido, terapéutico; y es que la interpretación en psicoanálisis es una acción: el que interpreta esta haciendo algo con el fin de producir una modificación o un determinado efecto en el paciente.”
Estas tres dimensiones deben ser reconocidas en los modelos teóricos y en la intervención que determinan. Freud comenzó investigando la verdad del dato que la realidad psíquica transformaba y convertía en síntoma. El contexto en que esta investigación se daba dio lugar al método y así, esos tres aspectos de verdad, eficacia y método del acto interpretativo confieren al psicoanálisis su pretendida especificidad.
Preguntarse por la verdad ya no está de moda, es una pregunta que, como dice el filósofo norteamericano Richard Rorty, es errónea. Pero nosotros continuamos haciéndonosla y no solo en el sentido que dice Popper, “la teoría de la verdad como adecuación, la teoría que afirma que un enunciado es verdadero si coincide con los hechos, con la realidad”, sino también en su dimensión hermenéutica, la verdad como apertura crítica. Digamos, de paso, que estas dos dimensiones, cientifista y semiótica marcan el desarrollo del psicoanálisis desde un principio.
En cualquier caso, es precisamente este problema sobre la verdad lo que le llevó a Freud durante toda su obra a discernir claramente el valor de verdad de la interpretación, sobre el de la sugestión.
El trabajo de Glover “El efecto terapéutico de la interpretación inexacta”, nada menos que de 1931 continua siendo de actualidad. En este trabajo la sugestión sigue siendo el problema a dilucidar:¿ es la sugestión lo que permite la curación cuando precisamente nuestro conocimiento se ve cuestionado por los descubrimientos posteriores? En cualquier caso es el problema de la verdad, que desvelaría la interpretación lo que está sobre el tapete y así Lacan, comentando este trabajo puede decir: “Si la interpretación no es más que lo que resulta del material, quiero decir, si se elimina radicalmente la dimensión de la verdad, toda interpretación no es más que sugestión. Lo que pone en su lugar estas especulaciones tan interesantes, porque se ve que es para evitar la palabra verdad que Glover habla de interpretación exacta e inexacta.” Posteriormente, el propio Lacan complejizará más esta dimensión al introducir junto a la verdad, el saber y la causa.
De cualquier manera es interesante resaltar que en la evolución aparente, o mejor aun, en las últimas teorías sobre la interpretación, la dimensión instrumental, terapéutica, parece ser primordial siendo el efecto modificador, terapéutico el que determina el contenido de verdad. Llamo contenido de verdad a lo que Grunbaum denominó Tally argument, que ya fue suficientemente recusado por distintos autores. Pero la problemática que señala Grunbaum sigue, en mi opinión, presente:¿ la interpretación debe dar cuenta de una experiencia de realidad, psíquica o externa para promover el insight o es suficiente dar un sentido verosímil?
Freud, nos recuerda Grunbaum, en las “Lecciones introductorias al Psicoanálisis” trata de desmentir que el psicoanálisis fuera un tratamiento sugestivo más. El argumento de Freud es que esto no es así que la sugestión –es decir el amor al médico, o la autoridad de éste- no logra resolver los problemas psicopatológicos: “la solución de sus conflictos –escribe Freud- y la supresión de sus resistencias no se consiguen sino cuando les hemos proporcionado representaciones anticipatorias que en ellos coinciden con la realidad. Aquello que en las hipótesis del médico no corresponde a esta realidad queda espontáneamente eliminado en el curso
del análisis y debe ser retirado y reemplazado por hipótesis más exactas”.
Quiere decirse que Freud considera que hay una relación causal entre interpretación y resolución de conflictos y que esa relación causal se da en el nivel de la realidad –lo que realmente ocurrió- y no en el nivel de la comprensión o de la simple coherencia. Sin embargo, posteriormente, otros autores ampliaron esta concepción. Así, J. Klauber lo concreta al decir que, “La mente humana se satisface, y en cierto sentido se cura, con lo que siente como verdad. En el caso del psicoanálisis, la verdad se expresa en un sistema de explicación histórica. Puede haber historiadores mejores o peores, y puede haber sistemas históricos que satisfacen a algunos pacientes por su complejidad y sutileza, y a otros por su simpleza o flexibilidad. Pero se cumple para casi todos los pacientes que algún sistema sólido y convincente de explicación histórica es necesario para que se produzca satisfacción, vínculo y cura, y que estos son los recursos sin los cuales el analista estaría perdido
En el otro extremo, más afín con la intersubjetividad o lo relacional nos encontramos con Kohut que nos dice, “…sostengo que dada la situación analítica y una responsividad confiable del analista frente a sus analizandos, pueden obtenerse resultados terapéuticos buenos, si no óptimos, aunque las teorías que orientan al analista en su evaluación de la psicopatología del paciente y en su comprensión del proceso terapéutico sean erróneas”.
Freud se equivocó cuando pensó que el furor curandis, la eficacia terapéutica, iba en detrimento del desarrollo del psicoanálisis. Gracias a ese furor curandis ninguna patología ha quedado por fuera del psicoanálisis y así hemos pasado de una aplicación sobre las neurosis a una aplicación que abarca prácticamente todo el espectro psicopatológico. Este aspecto ha permitido que la praxis psicoanalítica haya encontrado en la interpretación, una fuente de desarrollo que nos sitúa en la actualidad con posibilidades terapéuticas que la interpretación clásica no tenia.
La eficacia terapéutica determinó y determina todas las modificaciones que el propio concepto de interpretación tiene. De una concepción simple, interpretar era traducir, a interpretar es producir cambios psíquicos. Así hemos pasado de la interpretación como contenido a interpretación como cambio. Hoy los contenidos de verdad de la interpretación ceden su lugar a las modificaciones terapéuticas. La eficacia terapéutica se identifica con la eficacia interpretativa. Hubo un tiempo en que la verdad interpretativa, la verdad del hecho, era la condición del cambio terapéutico. Incluso la construcción mantuvo ese respeto.
La eficacia de la interpretación psicoanalítica debería basarse en pruebas de validación, que como todos sabemos corresponden más al ámbito de las ciencias que al psicoanálisis. No obstante los trabajos con criterios empíricos empiezan a tener gran predicamento en los trabajos de Fonagy, aunque nos sintamos más cercanos a los criterios kohutianos para la evaluación de tal o cual teoría y que consiste en ponerse a trabajar de acuerdo con el método que preconiza.
Si, como dice Popper la actividad científica no consiste en la recolección de datos sino en la “selección sensible de un problema”, el psicoanalista selecciona continuamente el problema que atañe al cambio psíquico, en el que la interpretación sigue jugando un papel central Pero el problema está en la selección del problema. Para Feyerabend esta posición de Popper “no tiene en cuenta que los problemas pueden estar formulados erróneamente, que pueden realizarse investigaciones acerca de propiedades de cosas o procesos que la investigación posterior declare que son inexistentes.” Puede ser que este problema, si lo que cura es la interpretación o la relación, en un futuro sea irrelevante, pero mientras tanto sigamos.
El psicoanálisis no abarca todo el campo de lo psicológico ni todas las metodologías posibles, aunque, eso sí, puede enriquecerse con las aportaciones de otros campos. Este seria el caso de la teoría del apego, que surgida en el campo del psicoanálisis se ha visto reforzada a partir de los trabajos que introducen el método experimental, observación de bebes etc.… El trabajo de los psicoanalistas que siguen el modelo del apego es un buen ejemplo de cómo pueden incluirse aspectos técnicos y metodológicos en el campo del psicoanálisis. En realidad esta situación se ha dado siempre, incluir los modelos y las conceptualizaciones nuevas que soportaban el núcleo común del psicoanálisis. La novedad presente se da en el sentido que la teoría del apego viene apoyandose en métodos empíricos ajenos, hasta ahora al psicoanálisis. La interpretación psicoanalítica ha sufrido igualmente los abatares de los modelos psicoanalíticos que han ido surgiendo. En la propia obra de Freud el paso de la interpretación a la construcción o la propia técnica activa que aparece en El hombre de los lobos, son ejemplos de lo que venimos diciendo. Pero es quizás la dimensión terapéutica de la interpretación la que ha ocasionado mayores controversias y, desde muy pronto, se planteó la pregunta lo que cura es ¿lo que dice el psicoanalista o lo que es el psicoanalista?. Quiere decirse que, ¿lo que cura es la interpretación o la relación?
Insistiremos en lo dicho, apoyándonos en J. Gedo, en las patologías más primarias (narcisistas) la relación es el centro; en las patologías neuróticas la interpretación clásica sigue siendo básica. Y, en cualquier caso el método y fundamentalmente el encuadre tendrán que ser recreados.
El método psicoanalítico surgió para captar la realidad interna. El paso del acontecimiento traumático a la fantasía inconsciente impuso el método. Indudablemente el método ha seguido desarrollándose, el encuadre interno y externo se han convertido en el otro escenario donde realidad interna y externa se vuelven a encontrar.
Los encuadres psicoanalíticos han llegado a ser, con el paso del tiempo, más un referente institucional que un paradigma científico. Las normas por las que se rige un tratamiento que, en sentido estricto, pueda ser definido como psicoanalítico, no solo están sometidas a controversia, como ocurre en cualquier disciplina científica, sino que reflejan más el modelo teórico en que se sustentan y éste, a su vez, al ámbito institucional de pertenencia.
Históricamente podríamos decir que el psicoanálisis surgió como método y, progresivamente se fue creando una teoría compleja en los distintos niveles que todos conocemos. La relación entre método y teoría marcan dos campos diferentes que para algunos están en estrecha dependencia. Tan estrecha es esta dependencia que, según estos autores, la crisis actual del Psicoanálisis tiene que ver con el abandono progresivo del método psicoanalítico en una sociedad igualmente en crisis. Jorge Ahumada en un articulo “Crisis de la cultura y crisis del psicoanálisis” reflexiona precisamente sobre este aspecto. La crisis de la cultura se expresa ,entre otras cosas y según este autor, por un abandono del “pensar acerca de sí y el rescate de la identidad individual “ y su substitución por el de autarquía, expresada como vivencia omnipotente del universo de las sensaciones vinculadas a la atemporalidad, a la euforia y a la mimesis grupal…”Un posible ejemplo que ilustra esto – continua el autor – sería como “la bisexualidad ha dejado ya de considerarse, al menos en los medios, como una psicopatología, para redefinirse como estilo alternativo de vida”. Quiere decirse que si el proyecto psicoanalítico desarrolló toda una tecnología- un encuadre- que facilitara esta autorreflexión que hoy la sociedad desprecia, no tiene ya mucho sentido seguir lamentándose de que la dem
anda psicoanalítica haya descendido en su aplicación más clásica.
De paso recordaré una posición epistemológica, la de Feyerabend que no esta mal tener en cuenta: «ninguna metodología puede ser impuesta fructíferamente en la investigación científica, los intentos de prescribir metodologías no sirven para la ciencia sino para la protección de intereses constitutivos o para la obstaculización del desarrollo de nuevas teorías” . El libre devenir de la ciencia se garantiza sólo mediante un anarquismo metodológico que admita como único principio que “cualquier cosa puede ir bien” . Posición que aceptamos, pero siempre que esa “cualquier cosa” se enseñe públicamente con los fundamentos adecuados.
En el trabajo clásico de Strachey que opera con el modelo freudiano y kleiniano se nos dice: que la interpretación debe recaer sobre un impulso que se da en el aquí y ahora (primera fase) para después el paciente distinguir entre el objeto arcaico y el real, el terapeuta. La realidad del analista es la que viene determinada por su posición de super-yo auxiliar.
En el modelo de Kohut el terapeuta es un objeto empatico que frustrará adecuadamente las demandas arcaicas del paciente.
Nos Interesa de Kohut y de sus dos análisis del Sr. Z lo que consideramos el aporte central de su teoría: la empatia y su manejo en la clínica. Queremos decir que Kohut conceptualiza e introduce en el tratamiento psicoanalítico la dimensión emocional como un fenómeno que condiciona la escucha. El dialogo psicoanalítico ya no se da, únicamente en el nivel de la palabra sino que es posible un dialogo emocional al margen de la palabra que va a producir una modificación del pensamiento – la organización de las representaciones- y su expresión en un nuevo discurso. Así pues, un nuevo orden causal es introducido por Kohut o, al menos, es profundizado y convertido en el eje central de toda su obra.
Cuando hablamos de lo emocional aportado por Kohut, no nos referimos a la presencia o no de elementos emocionales. El mundo emocional está siempre presente en cualquier encuentro. En un tratamiento clásico la posición emocional pretende una neutralidad desde donde se interpreten las resistencias a elaborar el Complejo de Edipo. En el otro caso, la psicología del self, la posición emocional pretende la identificación con el objeto del self empático y, consecuentemente la restauración del self. Pero, y esto nos parece más interesante, el fenómeno emocional, la empatia, no solo va a condicionar la escucha sino que también va a condicionar los recuerdos que emerjan.
Una de las críticas posibles a este planteamiento que igualmente se hizo a Alexander y a todos los que apostaron por una experiencia emocional correctora, es la imposibilidad terapéutica de que un adulto reestructure una experiencia de la infancia. Lo que no se dio ni se vivió en la infancia no es posible restituirlo en la edad adulta. Sin embargo, el modelo de la psicología del self presenta una concepción más sutil del psiquismo: el objeto empático del self es una necesidad del sujeto para toda la vida. Siempre nos es necesario el objeto empático del self pues la necesidad de especularización no se agota nunca. Al igual que el objeto de apego, el objeto empático es una necesidad permanente.
En los modelos relacionales, aunque el énfasis está puesto en la relación con el terapeuta como factor modificador, eso no quiere decir que la interpretación no tenga un valor significativo. Stephen Mitchell señala dicha importancia: Una interpretación es un acontecimiento relacional complejo, no tanto porque modifique algo dentro del paciente o porque desencadene un proceso de desarrollo que estaba frenado, sino porque dice algo muy importante sobre la ubicación del analista respecto del paciente, sobre el tipo de relación que pueden establecer ambos. Además, en el modelo relacional, el terapeuta no adopta ni una actitud de neutralidad, ni una actitud de empatía, sino una actitud analítica auténtica. (Lo auténtico debería algún día ser estudiado por el psicoanálisis, pues es un concepto que más allá de su fácil caricaturización, nos está señalando un sector de lo psicológico- self auténtico de Winnicott – a tener en cuenta).
En la interpretación psicoanalítica relacional también se pasa por dos fases, como en la interpretación clásica. En la primera fase, paciente y analista deberán superar sus transferencias y contratransferencias respectivas. Lo que en el tratamiento clásico constituye el proyecto terapéutico, la superación de la transferencia, en el modelo relacional parece ser el comienzo.
En la segunda fase, el analista lucha con el fin de tener una experiencia nueva de si mismo y del paciente, por encontrar una manera diferente de ser con el analizando (…) por descubrir una voz autentica con la cual dirigirse al analizado, una voz más propiamente suya, menos modulada por las configuraciones y las limitadas posibilidades de la matriz relacional del analizando y que le ofrezca a éste la oportunidad de ampliar y extender dicha matriz.
En los modelos de apego la mentalización es el centro de la actividad terapéutica. Como vemos, cuatro modelos interpretativos, Strachey, Kohut, interpersonal y la mentalización, en apariencia muy distintos y que se fundamentan en teorías diferentes pero, como dice Fonagy(15): La psicoterapia, cualquiera que sea su forma, trata de la reactivación de la mentalización(…) todos: 1) intentan establecer una relación de apego con el paciente; 2) intentan utilizarla para crear un contexto interpersonal donde la comprensión de los estados mentales se convierta en un foco; 3) intentan ( principalmente de forma implícita) recrear una situación donde se reconoce al self como intencional y real para el terapeuta y que este reconocimiento sea claramente percibido por el paciente”.
Quisiera terminar insistiendo en esos aspectos que permitieron a Paul Ricoeur titular uno de sus libros, Freud: una interpretación de la cultura. Quiero decir que hoy el psicoanálisis no depende únicamente del discurso de los psicoanalistas, ni de sus instituciones. Freud nunca aceptó que, junto a los tres aspectos que, según él, definían al psicoanálisis, esto es, como teoría, como método y como terapia, había un cuarto aspecto, como ideología, como productor de valores y, por tanto, como creador de una subjetividad apoyada en los elementos de cultura que contribuyó a crear desde una posición crítico-interpretativa. Así pues, el psicoanálisis hace tiempo que no es sólo, una práctica más de las prácticas imposibles de la salud mental, sino un discurso crítico de todo intento totalizador de tal o cual verdad y, sobre todo de cualquier pretensión normalizadora de la subjetividad. De Ricoeur a Žižec pasando por Derrida, por nombrar a muy pocos, el psicoanálisis no se reduce al estrecho campo de la práctica terapéutica. A pesar de la actitud un tanto despectiva de Freud hacia la filosofía y su crítica a convertir el psicoanálisis en una nueva Weltanschauung, el poder crítico del psicoanálisis está presente en las conmociones culturales de hoy, a las que, en gran medida ha contribuido, precisamente gracias a la inestimable herramienta de la interpretación.
Rómulo Aguillaume
Centro Psicoanalítico de Madrid
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