Incidencias clínicas del nombre en Psicoanálisis (II)

Revista del CPM número 3

Por Eduardo García Silva

El nombre del Diablo:

Comencemos por retomar una pregunta: ¿hasta dónde puede llevar una palabra a un sujeto? ¿hasta donde le puede llevar sobre todo si esa palabra es un nombre para quien se de-signa a partir de ella?. Sabemos que las palabras en su función significante, refieren invariablemente a otro significante; ahora bien, en estos mismos términos, un nombre, en tanto palabra, refiere a un sujeto hacia otro significante; es decir, lo que el sujeto será o supondrá ser a partir de ser nombrado. La cuestión es que en el caso del nombre, este se le impone al sujeto que lo porta(19), le viene desde otro, desde la vía parental, es decir, desde otro sujeto quien generalmente es quien funge como el padre o la madre; y desde el Otro(20) en tanto que se trata del discurso y del Padre, tanto más cuanto que este nombre sea “el mismo” que el de su padre, o sea, el Nombre del Padre.(21)

Abordamos la cuestión ahora a partir de un caso que Freud trabaja en 1922.(22) Se trata de un pintor que sufre por un pacto con el Diablo y que después de ser exorcizado, vuelve a sufrir “apariciones”, pero ya no del Diablo, de las que sufría en un inicio, sino de Cristo y de la Virgen María que lejos de ser confortables, no le hacían sufrir menos que las del Diablo. Freud nos señala los términos de dicho pacto (que en verdad son dos pactos) y las condiciones de la curación, para lo que se vale de la “copia fiel” de documentos del santuario de Mariazell, y que consiguió, al parecer, por intermedio del director de la Fideikommissbibliothek Imperial de Viena, actualmente, Biblioteca Nacional de Austria. Dichos documentos, nos dice Freud, son el reporte en latín de un escribiente monacal y un fragmento del diario íntimo de este pintor llamado, Christoph Haizmann.

Existen varios aspectos que llaman la atención. Freud nos explica el por qué este pintor es quien se compromete en el pacto con el Diablo y no a la inversa, como sucede normalmente en estas sagas, a saber, que es el Diablo quien se compromete con el firmante a servirle a condición de que al final poseerá su alma. En este pacto como sabemos, el pintor se compromete a ser el hijo carnal del Diablo durante nueve años y Freud reconduce esta incongruencia como un efecto de proyección de lo que sería el deseo del pintor, o sea, ser el hijo del Diablo. A su vez, esto concuerda –continuando con Freud- con el hecho de que a partir de la muerte del padre del pintor, este último cae en cierta melancolía viéndose incluso inhibido para trabajar y por esto es que surge en él el deseo de recuperar a su padre, siendo aquí el Diablo su subrogado. Todo un apartado de este escrito es dedicado a aclarar por qué es el Diablo quien vendría a suplir al padre, constituyendo esta aportación de Freud gran importancia para el psicoanálisis, porque si bien ya había hablado de esto desde la Traumdeutung, y luego en Tótem y Tabú, aquí desarrolla las nociones que ya había anunciado en aquellos otros trabajos como lo es la ambivalencia como articulación entre la figura del padre amado (Dios) y la del padre odiado y temido (Diablo), pues el niño amaría y odiaría al mismo tiempo al padre, quien a su vez le resulta protector, amante y también amenazante y verdugo temido.

Nosotros seguiremos esta propuesta que hace Freud, donde las “apariciones” del Diablo que el pintor tiene son reconducidas al padre y avanzaremos para ir a trabajar la palabra como significante que viene del padre. Para esto nos valdremos de esa palabra que hace nombre y que viene del padre precisamente. Como en el caso de Norbert Hanold en <<La Gradiva>>, igualmente nos llama la atención que Freud no haya ido más allá con la cuestión del nombre, pues aquí el nombre del pintor nos pone sobre la pista de por qué el segundo grupo de “apariciones” le hacen sufrir tanto como las del Diablo, y encontramos así un punto más de apoyo con respecto a la bipolaridad de esas apariciones, a saber, primero el Diablo (podemos leer “el padre malo”), y luego Cristo (el padre bueno). Si bien Cristo aparecería como el padre bueno, no deja de portar la ley, es más, la portará más que el Diablo, en tanto que se trata del hijo de Dios (23)que en última instancia es también un subrogado del padre omnipotente y amenazante y que precisamente es quien dicta la ley. Es decir, este Cristo no dejará de ser menos amenazante que el Diablo; sin embargo, es notable que para este pintor la diferencia entre ambos (Diablo y Cristo) se desvanece, es decir, no reacciona con temor ante uno y con tranquilidad y seguridad ante el otro, pues ambos son portadores de la representación del padre temido, es como si en la psicodinamia del pintor no se hubiese logrado la separación que supondría cierta “maduración psíquica” en la cual para el hombre, el padre unitario (bueno y malo y amenazante), logra fragmentarse en dos; para que así una de sus representaciones sea esa parte toda buena (Dios), que cuida, protege y ama a sus hijos; y la otra sea esa parte toda mala (Diablo), que engaña, tortura y amenaza. ¿Qué pasó aquí con Christoph Haizmann?, ¿Por qué no logró separar esta dos figuras antagónicas pero complementarias del padre?, ¿Tienen entonces el mismo valor las apariciones del Diablo y de Cristo para él?, para allá vamos.

El deseo del pintor se puede leer como “seguir teniendo al padre”; ahora bien, ¿Por qué el Diablo?; Freud nos señala lo siguiente:

“…un duelo por la pérdida del padre se transmudará en melancolía tanto más fácilmente cuanto más haya estado el vínculo con él bajo el signo de la ambivalencia. Ahora bien, poner de relieve esta última nos sugiere la posibilidad de una degradación del padre como la que se expresa en la neurosis demoníaca del pintor. Si pudiéramos averiguar acerca de Christoph Haizmann tantas cosas como las que llegamos a saber sobre los pacientes que se someten a nuestro análisis, nos resultaría fácil desarrollar su ambivalencia, hacerle recordar los momentos y ocasiones en que tuvo razón para temer y odiar a su padre, pero, sobretodo, descubrir los factores accidentales que se añadieron a los motivos típicos del odio hacia aquel, motivos que arraigan inevitablemente en el vínculo natural padre-hijo. Tal vez se hallaría entonces un esclarecimiento especial de la inhibición para el trabajo. Es posible que el padre se haya opuesto al deseo del hijo de ser pintor; su capacidad para ejercer ese arte tras la muerte del padre sería entonces, por un lado, , expresión de la consabida <<obediencia de efecto retardado>> y, por otro, al impedirle procurarse el sustento, forzosamente aumentaría su añoranza por el padre que ampara frente a las cuitas de la vida.” (24)

Hay pues una necesidad que va hasta una necedad de seguir teniendo un padre; y esto es así hasta el final de la vida del pintor pues recordemos que una vez liberado del Diablo pasa a formar parte de una congregación religiosa, vale decir que pasa a ser del todo un hijo de Dios, ya no del Diablo.

Entremos ahora en cuestión con respecto a la significación del nombre.(25) Comencemos por el segundo grupo de apariciones en las que se presenta Cristo. Identificamos ya un primer elemento metafórico y metonímico, pues esta representación se encontraría ya incluida con todas y cada una de sus letras en el nombre del pintor: Christoph. ¿Qué articula pues esa imagen de Cristo para Christoph?. Sin duda se trata de lo que podemos llamar aquí, si se me permite el término, un “mensaje especular”, o sea, que es un mensaje que viene de otro y que le evidencia al sujeto su propia constitución en cuanto tal, en tanto que al mismo tiempo que hace diferencia entre él y su imagen, lo convoca a advenir a ella, como ella, poniéndose en juego así otra vez lo que ya había surgido durant
e el estadio del espejo. Es claro entonces que esta imagen de Cristo le resulte angustiante toda vez que precisamente le presenta a ese doble Unheimliche del que nos habla Freud (26)y que justamente al sujeto que lo percibe le resulta así: ominoso, espantoso.

¿Qué pasó con Freud que pasa de largo por el nombre del pintor y no alcanza a leer la referencia de Cristo a Christoph?, bueno, ¿hay en realidad esta referencia?. La propuesta que planteo aquí entonces, es que no solamente se tarta de la relación entre el pintor y su padre, sino que esas apariciones apuntan a él mismo; algo del mismo pintor está ya jugado en esas representaciones que tienen que ver en este sentido ya no solamente con el padre, sino con él en tanto sujeto; avanzaremos sobre esto.

¿Qué es Cristo o quién es?, y bien: el hijo de Dios, un hijo de Dios que sufre y que muere en la cruz por la salvación de los hombres. Sabemos que en la saga de la religión católica existe el mensaje de que El Padre envía a su hijo a morir, ¿y quiénes son estos hombres por los que muere?, pues también hijos de Dios; y en eso Cristo se va a distinguir como un hijo predilecto; al menos para los católicos parece serlo, ¿Christoph Haizmann tenía hermanos?, sólo sabemos de una hermana, con la cual luego va a vivir, no tenemos más datos, pero si bien no los hubiese tenido sabemos que luego va a ir a conseguírselos al ingresar a la orden religiosa, donde precisamente se va a convertir en hermano de muchos otros. ¿Es que la rivalidad infantil entre hermanos colaboró en la aparición de la imagen de Cristo como una formación de lo inconsciente toda vez que representaría su deseo de ser el hijo predilecto?, ¿había un deseo en este pintor de ser el hijo predilecto de su padre?, ¿o es que ese padre nunca le dio su lugar como hijo?, si esto último fuese así, armonizaría muy bien la idea de que ese lugar simbólico haya sido forcluido para volver luego desde lo real como alucinación. No obstante no intentaremos aclarar estos puntos y correr el riesgo de delirar sin tener los elementos, pues por desgracia no contamos con los datos biográficos específicos como para hacernos una idea más clara de su situación, por mucho que efectivamente las preguntas recién planteadas nos sugieran las hipótesis a seguir.

Pero volvamos la mirada ahora al primer grupo de alucinaciones-apariciones y ya veremos luego cómo se articulan con el Nombre del Padre. Las primeras alucinaciones presentan al Diablo y más allá de lo que Freud ya aclara en cuanto a la “elección” de esta representación en la figura del Diablo, nosotros vamos al nombre una vez más. Ya hemos propuesto la inclusión de las segundas alucinaciones en el primer nombre del pintor, a saber:

Christoph
C risto

Aunque en el alemán antiguo, el que hablaba Christoph, la nominación correcta de Cristo era Christus, Christum y Christ;(27) así que en alemán se mantiene esa asociación de la siguiente manera:

Christoph
Christus o,
Christum

Y tenemos entonces a Cristo en Christoph: Christoph; ahora bien ,vamos a las primeras alucinaciones y su relación con la segunda parte del nombre del pintor. La segunda parte del nombre y que no es cualquiera en tanto que viene directamente por la vía paterna pues es el apellido que el padre también lleva, vale decir que es literalmente el nombre del padre y dicho nombre es, como ya sabemos Haizmann; ¿Qué nos oculta este nombre?, y ¿qué relación tiene con las apariciones del Diablo en tanto subrogado del padre?.

Aquí nos topamos nuevamente con una especie de escotoma en Freud, quien pasa, otra vez, de largo y no repara en la significación de este segundo nombre, es decir, en el apellido paterno. Este apellido nos sugiere en toda su literalidad lo ardiente del nombre que representa al Diablo para el pintor desde su discurso; veamos:

Haizmann, en alemán(28) es una homofonía de Heizmann y de Heibmann; las tres palabras se pronuncian exactamente igual, así pues el apellido “Haizmann” funge como significante del que se derivan estos otros dos significantes “Heizmann” y “Heibmann” en tanto enunciaciones que van más allá del enunciado del apellido. ¿Y qué quieren decir estas palabras?, vayamos una por una:

Heizmann como tal no existe en alemán, sería una palabra compuesta y en ese mismo orden bien podría ser un neologismo donde:
Heiz viene de heizen y heizen significa “calentar” o “encender” en el sentido de prenderle fuego a algo; de hecho la palabra “Heizer” se traduce como “fogonero”; y, la segunda parte:
Mann quiere decir “hombre”.

Así pues, el neologismo, o la palabra compuesta de Heizmann significaría “hombre encendido” en el sentido de estar prendido en llamas, o bien “hombre caliente” en el mismo sentido. Ya podemos empezar a asociar a este hombre encendido con el Diablo, quien es regularmente representado así, entre llamas, incluso podemos aducir a favor de esta idea el hecho de que la devolución del primer pacto la realizara el Diablo presentándose en forma de dragón, cuando este animal es representado en diferentes culturas como peligroso por su cualidad de lanzar llamaradas de fuego por sus fosas nasales o por su boca (29).

En cuanto al Heibmann tenemos también una palabra compuesta del alemán, “Heib” y Mann.

Heib viene de “Heiben” que significa “llamarse” y / o “apellidarse”. El Mann se mantiene como ya lo explicamos: hombre.

Podemos traducirlo como “el hombre llamado”; curiosamente aquí el castellano nos presenta igualmente la polisemia que nos indica que un hombre se llama (se nombra), y que un hombre está en llamas, es un hombre “llamado”. Además de que es preciso señalar que en alemán el Heib así solo, existe y quiere decir “ardiente” o “muy caliente”.

Desde esta lectura el Heibmann se puede traducir como “el hombre llamado”, que designaría el nombre del sujeto y también conservaría la significación de la anterior construcción del Heizmann, a saber, “el hombre ardiente o encendido”.

En suma, el mensaje que se puede leer de estas diferentes significaciones es “el hombre llamado ardiente”, lo que nosotros podemos articular con la pregunta “¿cómo se llama el hombre ardiente?”, para responder: el Diablo. Pero aún más:

El Mann tiene también una significación alternativa, pues igualmente por homofonía se nos presenta el man, con minúscula y una sola ene. Así este “man” en alemán es el equivalente al “se” que refiere al “eso”. Por ejemplo cuando decimos <<Aquí “se” puede leer>>, en alemán lo decimos <<Hier Kann “man” lesen>>; o cuando decimos <<Aquí “se” debe hablar en voz baja>>, decimos <<Hier muss “man” leise sprechen>>. Añadiendo esta lectura del “man” ahora podemos construir la frase: “el hombre se llama ardiente” misma que mantiene la pregunta que articulamos recientemente: el hombre ardiente se llama … ? y estamos en condiciones de atrevernos a responder la pregunta completando la frase suspendida: el hombre ardiente se llama … como el padre: Haizmann.

¿Cuál es ahora la articulación entre el nombre de “Christoph” y el de “Haizmann”?. Freud ya nos ha planteado que tanto las representaciones del Diablo como las de Cristo refieren ambas al padre. Nosotros por nuestra cuenta hemos articulado dichas apariciones, alucinaciones, en
su potencia significante con la palabra que nombra al sujeto que las padece, donde además de mostrar las mociones ambivalentes para con el padre, apunta la primera parte del nombre (y el segundo grupo de alucinaciones), al sujeto mismo, a Christoph.

Caemos en cuenta entonces de que la “elección” del Diablo como padre no es arbitraria; no solamente por representar esa ambivalencia fragmentada donde predomina el temor al padre odiado, sino porque el Diablo es ya una metáfora del Sr. Haizmann, padre de Christoph. Así se presenta primero el padre Haizmann –el Diablo-, seguido luego por el hijo, Cristo –Christoph-. Aún cuando el Diablo incluiría ya a su vez al pintor en tanto parte de él, pues el mismo Christoph es también Haizmann. Esto explicaría un cumplimiento de deseo por parte del pintor, donde el Diablo seguido de Cristo (en la cronología de las apariciones), anuncia al Padre seguido del Hijo, pero no resulta difícil suponer también que este hijo (Christoph), más que desear tener a su padre, anhela convertirse él mismo en uno, es decir, ser padre. Así nos resultará más claro el hecho de que una vez “exorcizado” ingresará a una congregación religiosa, donde pasado el tiempo los “hermanos” devienen en “padres”. ¿No es esto también lo que le angustiaba tanto en esas apariciones en la medida en que el anhelo de ser padre implica precisamente tomar su lugar?, pues sabemos que el padre más que un sujeto es un lugar en su dimensión simbólica, cuando tomar el lugar del padre implica matarlo, pues así mismo el padre sólo es en tanto muerto. Entonces ¿cómo no se iba a angustiar ante la expectativa de dar muerte al padre que además recientemente ya había muerto?,(30) por lo que las apariciones estarían a modo de síntoma recordándole una y otra vez –sin saberlo él- su deseo de ver muerto a su padre, al mismo tiempo que negarían esa posibilidad por:

  1. El Diablo es un ser inmortal; denegación del deseo de que el padre esté muerto y más aún de haber deseado su muerte, entonces lo resuelve volviéndolo inmortal y
  2. Cristo representa la muerte del hijo, como lo señalábamos al inicio, no la del padre, es más, representa la muerte del hijo por el padre; inversión del deseo donde en lugar de que el padre muera, es el hijo quien muere, es decir, Cristo-Christoph, dando su vida por la del padre y donde también se anuncia cierta necesidad de castigo toda vez que en la saga no solamente el hijo muere por su padre, sino que este lo envía a morir por la salvación de los hombres, y ese designio paterno funge ya como el castigo que enuncia “muere tú, hijo”, como esta inversión del deseo, en la que el enunciado sería: “muere tú, padre”.

La melancolía que este pintor sufre ante la muerte de su padre, el Sr. Haizmann, es entendida en los términos justos en que la enuncia Freud en 1915 (31)cuando refiere que si bien en el duelo el sujeto pierde algo o a alguien, en la melancolía no sabe bien que es lo que pierde en la medida en que pierde algo de sí mismo; es decir, a la muerte de su padre, el pintor efectivamente pierde nada más y nada menos que una parte de sí, pierde el nombre del padre que lo nombra a él también y pierde entonces la mitad de su nombre. Por lo cual suponemos que las primeras apariciones del Diablo constituyen efectivamente su deseo por mantener vivo al padre, a ese hombre ardiente, al “Heibmann”, pero luego renuncia a esta posibilidad (quizá por el deseo de advenir un día él mismo en padre), e intenta entonces con Cristo; si el Diablo le devuelve el pacto, donde además aparece su firma, su nombre; y este nombre es devuelto, entonces podemos decir que mediante esta maniobra recupera ese nombre que había perdido con la muerte de su padre y qué mejor que tal recuperación sea dada, sea devuelta por quien se lo había llevado (a la tumba), o sea, por el Diablo padre que es también Haizmann. Una vez recuperado el pacto y su firma (nombre), ya con el Haizmann en el bolsillo es cuando entonces parece acentuarse la primera parte de su nombre y aparece Cristo, El Hijo del Padre,(32) como si fuera una resignación ante la revuelta que hay contra este padre, entonces, en lugar de pelear con él, hace intervenir a la madre y toma su lugar como hijo librándose de ese padre amenazante y trocándolo por uno más benévolo (Dios), por lo que ingresa a la Orden de los Hermanos de la Merced.

Así pues, es como estas apariciones muestran todo su valor desde la palabra que las nombra; así el Diablo y Cristo son también significantes que denuncian y esconden el nombre propio del pintor bávaro y su relación con su posición respecto a la función paterna.

Jugando con los números.(Una pequeña contribución)

Pasamos ahora a señalar un aspecto que parece no estar lo suficientemente abordado en el escrito de Freud (33)y que son las fechas y los periodos de tiempo de los pactos y otras situaciones, las que tiene que ver, todas, con los números. Para una mayor comprensión de lo que a continuación aportaré refiero al lector al capítulo Xll de la Psicopatología de la vida cotidiana, llamado “Determinismo, creencia en el azar y superstición: puntos de vista”,(34) donde Freud ahonda en la motivación inconsciente al “elegir libremente” un número, y donde muestra con algunos ejemplos cómo el azar se desvanece ante la prueba del determinismo psíquico; aquí solo adelanto que toda cifra que alguien pueda imaginar o decir como mera ocurrencia, corresponde en realidad a una formación de lo inconsciente toda vez que al ser sometida a un análisis se encuentra la motivación de la cual partió y a la que se le “aplican” los mismos principios que a los sueños, síntomas y chistes, a saber, la condensación, el desplazamiento y un deseo oculto. Bien, aclarado esto, observamos en primer lugar que en el pacto el pintor está comprometido por nueve años; y será conveniente –ya lo veremos- que apuntemos los números con cifra: 9 años.

El “9” parece un significante fundamental que articula en Christoph Haizmann muchas cosas. En primer lugar, el pintor refiere que el Diablo se le apareció “9” veces,(35) luego, el pacto lo comprometía por “9” años a ser el hijo carnal de Diablo; Freud resuelve este primer punto aclarando que los “9” años corresponderían a “9” meses, los cuales caracterizan el tiempo de gravidez, su papel en el embarazo, y entonces reconduce esto a una doble significación pues los “9” años como hijo del Diablo remiten a los “9” meses que remiten a la madre y a favor de esto Freud aduce que uno de los cuadros presente al Diablo (padre), con pechos y características femeninas, lo que a su vez remite a la importancia del falo en la constitución de la sexualidad del niño e interpreta que de lo que se trata es de lo siguiente: “Aquello contra lo que se revuelve es la actitud femenina hacia el padre, que culmina en la fantasía de parirle un hijo (nueve años)”.(36)

Luego Freud nos explica también que es comprensible que Christoph se vuelva hacia la imagen de la madre en busca de ayuda y que por eso sólo la Santa Madre de Dios de Mariazell podría salvarlo del pacto y por lo cual recupera su libertad el día del Natalicio de la Madre: 8 de septiembre y a continuación Freud declara: “Nunca averiguaremos, desde luego, si el día en que se estableció el pacto, el 24 de septiembre, no fue también señalado parecidamente”.(37)

Ahora bien, en cuanto a esta fecha nosotros podemos contribuir precisamente desde los números y pensar que la “decisión” de la fecha para establecer un pacto con el Diablo estaría igualmente significada por ese “9” que tanto aparece en este pintor. Así que del 24 de septiembre de 1669 tenemos antes que nada que septiembre es el 9º
mes del año y jugando con la cifra “24” del día, tal como Freud lo hace para interpretar las cifras en Psicopatología de la vida cotidiana(38) sumamos sus elementos: 2+4 y nos da = “6”. Si el 24 es una condensación del “6”, ¿no puede ser el “6” una inversión del “9”?, sólo lo rotamos 180º , toda vez que las inversiones suelen ser harto frecuentes en las formaciones de lo inconsciente. Hasta aquí el 24 del “9” de 1669 tendría ya la lectura como el “9” del “9” de 1669. En el año de 1669 no resulta difícil ver otra inversión, justo la que corresponde a la primera del “6” por “9”, ahora es el “9” (el último), por el “6” y tenemos 1666, donde lo que resalta con referencia al contexto y a la psicodinámia del pintor es el “666”, el cual en diferentes países aparece como la cifra del Diablo, para decirlo más preciso, como su marca. De esta manera, aquella referencia de la posición femenina ante el padre saldría “por aquí y por allá”, pues las fechas y los periodos la evidencian y seguramente algunas otras cosas se ocultarían aquí, pero no estamos en posibilidades de esclarecerlas. (39)

Queda solamente que cada quien escuche en la clínica el significante que porta un sujeto y desde el cual se hace llamar de alguna manera; queda que cada quien escuche lo que su nombre tiene para decirle; queda escuchar el síntoma del nombre y sus incidencias en la clínica.

Conclusiones

No las hay; más bien hay aperturas de interrogantes y caminos por andar; cada analista desde su escucha podrá –o no- leer un significante implícito, pero no evidente, en el nombre de cada analizante. Yo me pregunto hacia donde se hubiera dirigido el análisis de aquél paciente que llegó a su entrevista inicial diciendo que quiere ser psicoanalista y que ya había encontrado su camino: la meditación y que respondía al nombre de Ángel Santos y que luego me llamó para decirme que aún no estaba preparado para asumir un compromiso como el del análisis, el que por el momento entonces no iniciaría; recuerdo también cómo fue posible que aquella pacientita que llegó a sus 16 años con anorexia y preocupada por cómo se veía ante los demás logró salir de tal preocupación extrema, que ya la había llevado al hospital (Nutrición y Psiquiatría), y que responde al nombre de Mireya, o no sé si se escriba Mirella, o con un pequeño guión: Mire- ella, o aquel paciente de nombre Gabriel, que sufría por el desbordante amor que sentía por su novia Angélica a la que ayudaba a la menor necesidad en todo y que luego recordaría que su nombre se lo debía a la devoción de su madre por el arcángel Gabriel, aquel protector que le anunciaba a su “media naranja”, Angélica. En fin, casos puede haber tantos como se escuchen.

Para finalizar, diré que propongo incluir la escucha de la cuestión del nombre en el análisis de cada sujeto en el momento en que su propio discurso así nos lo sugiera, no pretendo que esto sea una regla, pero me parece que en los más de los casos puede estar presente. Por otra parte, tal análisis del nombre no es el eje sobre el que avanza un análisis, dicho eje me parece que es la castración; de tal forma que el nombre viene a ser solamente un elemento más a abordar en el análisis y que a su modo tendrá intersecciones con la castración la sexualidad y que también tendrá sus incidencias en la psicodinámica de cada analizante.

NOTAS

1 Freud, S. (1906). El delirio y los sueños en la <<Gradiva>> de W. Jensen. Tomo lX, Obras Completas, Amorrortu editores.

2 Vale señalar que en el sentido estricto tal designación de fetichista no correspondería al personaje de Hanold; es este un rasgo queFreudubica y aclara a pie de página porqué, en todo caso, se designaría la situación de Hanold como “delirio histérico”, (p.38 en tomo lX, Amorrortu editores).

3 Esta división de los momentos resulta un tanto cuanto arbitraria, pues en todo momento se juegan los tres registros; sin embargo, me parece que la lectura que hago, permite acentuar a cada uno de los registros según el “momento de la novela”.

4 Lo encontraremos más adelante al abordar el desplazamiento del sujeto a su amada en relación al nombre.

5 Lacan, J. (1954-1955). Seminario 2. El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica. Paidós. P.232.

6 Freud, S. (1906). El delirio y los sueños en la <<Gradiva>> de W. Jensen. Tomo lX, Obras Completas, Amorrortu editores. p.p. 13-14.

7 “Toparse”, no “encontrarlo”, pues el único objeto que encuentra es el que falta (“a”).

8 Amén de las aclaraciones que hace Freud sobre las representaciones y los afectos en lo inconsciente. Me permito aquí tomar por inconsciente al afecto aún cuando si fuésemos estrictos en el uso lingüístico y psicoanalítico, valdría más hablar de representación inconsciente o formación de afecto. Para mayores detalles: Freud, S. (1915). Lo inconsciente. Tomo XlV, Obras Completas, Amorrortu editores. p.p. 173-174.

9 ¿Contracción? : ¡la de las enfermedades!.

10 ¡Como si hubiera delirios mal formados!

11 Freud, S. (1924). La pérdida de realidad en la neurosis y en la psicosis. Tomo XlX, Obras Completas, Amorrortu editores, p.195.

12 Lacan, J. (1955-1956). Seminario 3. Las psicosis. Paidós.

13 Estoy intentando conseguir la novela de Jensen y verificar algunos de estos datos cuanto sea posible.

14 “Más allá”, como los muertos.

15 Lo único real que también se pone en juego, es lo que apunta al nombre como aquello constituyente del sujeto que se asume desde él.

16 Breuer, J. & Freud, S. (1892). En Freud, S. (1893-1895). Estudios sobre la histeria. Tomo ll, Obras Completas, Amorrortu editores. p.33.

17 Ya señalé que en realidad los momentos son un tanto cuanto arbitrarios, pues no se puede hacer una jerarquización y mucho menos una cronología de ellos donde se excluirían o se sucederían uno a otro. En verdad sería más justo decir que los encontramos anudados y sin fronteras definidas; hay que recordar que los tiempos son más lógicos que cronológicos.

18 Caeiro A. (1930) “El amor es una compañía”, en Pessoa F.(1998), Poemas. Ed. Letras vivas, México, D.F. p.269.

19 Y muchas veces incluso lo soporta, por mucho que parezca no soportarlo tanto, como sucede particularmente en la adolescencia (pero no sólo en ella), cuando el sujeto se muestra inconforme con su nombre y expresa el deseo de haber tenido otro que le resulta más interesante o más acorde con sus gustos e intereses.

20 En el sentido de que ese nombre estaba ya implicado en el lenguaje y es desde ahí desde donde acude, pues no es invención del sujeto u originalidad de sus padres en tanto elección del nombre para su hijo, pues estas elecciones están también mediadas por el lenguaje, sin el cual, ninguna mención o nombramiento serían posibles.

21 Entiéndase tanto como el nombre que el padre tiene como la función propuesta por Lacan en la metáfora paterna.

22 Freud, S.(1922), Una neurosis demoníaca en el siglo XVll, Tomo XlX, Amorrortu editores.

23 Que entre otras cosas viene a transmitir la palabra de su padre.

24 Freud, S.(1922) Una neurosis demoníaca en el siglo XVll, tomo XlX, Amorrortu editores, p.p. 89 y 90.

25 A la significación, no al significado.

25 Freud, S.(1919) Lo ominoso, Obras Completas, tomo XVll, Amorrortu editores.

27 Así se le encuentra en las obras de J.S. Bach “Himnario”.(Vale recordar que Bach vivió d
e 1685 a 1750).

28 ¿Por qué en alemán?, no solo porque Freud escribiera en alemán , sino que el pintor era de lengua alemana y el fragmento escrito de su diario íntimo está precisamente en alemán.

29 No en todas las culturas es así, pues si bien los occidentales lo concebían como el amenazante vigilante de tesoros o doncellas durante el medioevo, no así para los orientales, los chinos específicamente, para quienes más bien este mitológico ser es un guardián del pueblo y representa beneficios y cualidades.

30 Es como si Christoph se mostrara ante la muerte del padre tal como “el hombre de las ratas”, quien temía que el castigo recayera sobre su padre como si aún viviera, así Christoph temería la muerte de su padre ya muerto.

31 Freud, S. (1915) Duelo y melancolía, Obras Completas, tomo XlV, Amorrortu editores.

32 Hasta aquí no se ha hablado del lugar de la madre, sin embargo es importante precisar que este aspecto merece un trabajo completo pues seguramente la Mariazell, donde ocurre la devolución de los pactos, no fue sólo una capilla para Christoph, sino la presencia de la madre que lo protegería del padre; es decir, donde la devolución del Nombre del Padre es vehiculizado por vía materna, tal como dicho nombre es introducido en el niño: por la madre.

33Nosotros tampoco lo agotaremos seguramente.

34 Freud, S, (1901), Psicopatología de la vida cotidiana, Obras Completas, tomo Vl, Amorrortu editores.

35 Existen también “9” cuadros que Christoph Haizmann pintó y que corresponden cada uno a cada una de las apariciones.

36 Freud, S, (1922) Una neurosis demoníaca en el siglo XVll, Obras Completas, tomo XlX, Amorrortu editores, p. 91.

37 Op cit. p. 92.

38 Solamente en algunos casos. Es preciso decirlo.

39 Esta última disertación debe ser tomada precisamente más como un juego que como un intento de interpretación, pues intento señalar aspectos “curiosos” que se encuentran en el caso de los números, pero correríamos el riesgo de delirar y poner en el escrito de Freud lo que no está, si tomamos esta última parte sin reservas. La reflexión dará de sí para cada quien.


BIBLIOGRAFÍA

Breuer, J. & Freud, S. En Freud, S. (1893-1895). Estudios sobre la histeria. Tomo ll, Obras Completas, Amorrortu editores, B.A., Argentina.

Caeiro, A.(1930) “El amor es una compañía”, en Pessoa, F. (1998) Poemas. Editorial Letras vivas, México, D.F.

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Freud, S. (1922) Una neurosis demoníaca en el siglo XVll, Obras Completas, tomo XlX, Amorrortu editores, B.A., Argentina.

Freud, S. (1924) La pérdida de la realidad en la neurosis y en la psicosis, Obras Completas, tomo XlX, Amorrortu editores, B.A., Argentina.

Lacan, J. (1954-1955) El seminario 2. El yo en la teoría de freud y en la técnica psicoanalítica. Paidós, B.A., Argentina.

Lacan, J. (1955-1956) El seminario 3. Las psicosis, Paidós, B.A., Argentina.