Incidencias clínicas del nombre en Psicoanálisis (I)

Revista del CPM número 3

Por Eduardo García Silva

Introducción:

Una mujer joven acude a análisis con la queja de que no logra establecer una relación seria con ningún hombre; siempre pasa algo que le impide concretar el acercamiento, o que se lo impide al galán en curso. Durante el análisis se revelan datos que tomarán capital importancia para esta joven, a saber, es la tercera de tres hijas; los padres deseaban desde el inicio un hijo varón, sin embargo nace en su lugar la primer hermana de la analizante y luego de no mucho tiempo, los padres deciden tener otro “hijo”, entonces llega la segunda niña; finalmente, los padres toman la determinación de hacer el tercer y último intento, si en esta ocasión no tienen un hijo, abandonarán la empresa; es en estas circunstancias en que Alejandra nace. En sus sesiones de análisis habla de la imposibilidad de ser correspondida por un hombre y a través de los giros discursivos, un día cae en cuenta de lo que su nombre tiene para decirle al respecto de esto. Cuando dice que parece alejar a los hombres se desencadena la significación de su nombre; es que el nombre de “Alejandra” estaría compuesto por la articulación de dos términos que parecieran fungir como su imperativo categórico: el verbo alejar, y el sustantivo andros, de tal forma que Alejandra sería aquella mujer que aleja a los hombres. Pareciera que es así como la vivieron sus padres, en tanto que en lugar de que llegara el tan ansiado varoncito, llegó una mujer y con ella la determinación de que no habría más hombres para esta familia. Lo importante aquí no es tanto lo que los padres vivieran, sino como la analizante hace suya tal significación, y entonces en su historia particular aleja a los hombres de su vida.

No voy a detenerme en este caso, seguramente todo analista ha podido observar cosas semejantes en su práctica clínica. Lo que yo quiero apuntar aquí, es la importancia del nombre que uno tiene que (so)portar y que en el análisis, al ser cuestionado producirá a un sujeto ahí donde antes solamente había nominación; pues más que alguien se llame de tal o cual forma, es el nombre el que llama al sujeto a ocupar un lugar determinado generalmente por el Otro, toda vez que no fue el sujeto mismo quien eligió su nombre –llamado con cierto abuso- propio.

Encontramos dos escritos en Freud que son paradigmáticos en esta cuestión del nombre; ellos nos revelan precisamente el destino que cada uno de ellos le marcará a su portador y protagonista. El primero de estos escritos data de 1906(1). Freud, por “sugerencia” de Jung, hace ahí un análisis de la novela <<Gradiva>> de Wilhem Jensen, no sin antes haber visto en ella si no una evidencia, al menos sí una corroboración a la teoría de la interpretación de los sueños y, por ende, a uno de los pilares del psicoanálisis.

Gradiva y Norbert Hanold.

El protagonista de esta novela es el profesor de arqueología, Dr. Norbert Hanold. A nosotros nos resultará interesante seguir lo que sucede con este personaje y la relación con su nombre a la luz de una lectura desde los registros real, simbólico e imaginario que Lacan nos propone.

En primera instancia tenemos una articulación entre percepciones, sueños y delirio en Hanold, para luego llegar a una resolución digna de toda cura psicoanalítica, si hemos de creer a Freud en este punto. Esta articulación nos permite plantear desde ya las dimensiones real, simbólica e imaginaria puestas en escena a partir de los efectos que dichas vivencias tienen sobre Hanold. No menos interesante resultará seguir el camino retrogrediente del delirio a la percepción, digamos real, que le viene a “poner los pies en la tierra” a este personaje. Y es que efectivamente el Dr. Norbert, como buen fetichista(2), estaba muy ocupado en los pies de su amada, tanto, que en el seguimiento de esos pies y de ese andar pierde el suyo, es más, diré que es atrapado por él, ya que literalmente es llevado de un lugar a otro sin que su albedrío asome siquiera la punta de las narices para dirigirse a donde él mismo quería. Hay que recordar el rodeo que hace por Roma y Nápoles antes de llegar a Pompeya.

Ahora bien, vemos entonces que al inicio hay un encuentro, y este encuentro es entre Hanold y un bajorrelieve (que Jensen identifica como romano y Freud como griego). En dicho bajorrelieve aparece una mujer caminando –amén de los detalles escultóricos, por el momento-; y en efecto, veremos como para Hanold “aparecerá”, en toda su literalidad, una mujer (Gradiva) y luego otra (Zoe). Este bajorrelieve pues, “cautiva su mirada” y es atraído inexplicablemente por él. Inmediatamente se hecha a andar lo imaginario en Hanold y crea toda una serie de circunstancias que había tenido en vida esa mujer del bajorrelieve: ciudad donde vivió, linaje familiar, nacionalidad y hasta nombre (Gradiva). Esta fantasía va a lanzarlo a buscar en “la realidad” los indicios que le demuestren la veracidad de sus creencias.

Un primer momento pues, es el momento de lo imaginario(3), pero de un imaginario que no deja de poner en juego a lo real, desde que surge para él lo que bien podríamos llamar una convicción de la existencia de Gradiva. Al avanzar la historia nos enteramos de que justo el nombre de Gradiva es nada más y nada menos que el nudo borromeo como formación de lo inconsciente, pues fue una ocurrencia de Hanold, y sabemos que éstas no son sin motivo psíquico. Este nombre en tanto ocurrencia esconde otro nombre; el nombre de Zoe, pero si esconde ese nombre es por el apellido que lo acompaña, a saber, Bertgang; y nos enteramos que ambos (Gradiva y Bertgang), poseen en su etimología un mismo sentido: “la que avanza”. El primero de estos (Gradiva), le acude a Norbert Hanold como ocurrencia, desde el campo del Otro; el segundo (Zoe Bertgang), permanece reprimido y le llegó en su infancia desde el otro. Aquí nos damos cuenta ya del valor simbólico que se pone en juego por un nombre a modo de formación de lo inconsciente, es decir, un nombre también sintomático en tanto que oculta y evidencia al mismo tiempo al nombre al que realmente se dirigirían las mociones eróticas del Dr. Hanold. Es claro que la nominación que aquí se expone de Gradiva como primer nombre, al menos aparece primero en la historia, viene a ser en verdad el segundo, pues es un representante del de Zoe Bertgang, el cual viene a ser evidentemente el primer nombre que habría aparecido a Norbert Hanold en su infancia y que solo después, las mociones anudadas a éste (y que son reprimidas) van a ser despertadas con referencia al bajorrelieve y al que hasta entonces acude este segundo nombre –ahora sí- el de Gradiva como sustituto del primero, efecto retrogrediente, desplazamiento significante.

Ahora bien, en todo caso no es el puro nombre, sino a quien nombra, en este caso esa mujer compañera de juegos en la infancia del protagonista; es decir, el nombre en su función significante. Se puede observar así la sustitución metonímica de un nombre a otro y la metafórica de una mujer a un nombre y viceversa, de un nombre a una mujer, y más adelante veremos como también habrá una metáfora de un hombre a una mujer y viceversa -también-, en tanto que encontraremos ahí al nombre en toda su potencia significante y en su literalidad.

Aquellas ocurrencias que permanecían preponderantemente en lo imaginario, son fortalecidas cuando a partir del sueño pasan a ser certezas en Norbert. Así que de pronto tiene la certeza pero no los hechos, tiene la historia pero no los indicios, tiene la convicción pero no las pruebas; y podemos ya decir: tiene el amor pero no a su objeto. Es aquí, después del primer sueño con Gradiva, que comienza la búsqueda de su objeto de amor, que no es h
asta ese momento más que un objeto en falta, un objeto perdido, dado que de ser cierta la historia de Gradiva, ésta habría muerto sepultada por la erupción del Vesubio en Pompeya en el año 79 de nuestra era, pero sabemos que en última instancia, ¿o en primera?, no se dirige ese amor a Gradiva, por más real que sea para Hanold, lo cual le da su estatuto delirante, sino a Zoe Bertgang, lo que no hace diferencia, pues Zoe estaba también perdida como objeto para Hanold desde hacía ya muchos años. ¿Es que aquí valdría hablar de dos objetos en falta para Hanold, el imaginario con Gradiva y el real con Zoe?; pregunta arriesgada porque inmediatamente se precipitaría, en consecuencia, la necesidad de plantear también al objeto simbólico, para el que no encuentro en este momento su correspondiente(4).

Vayamos con Lacan ahora; él comenta en 1955 que el sueño consiste en imaginar el símbolo(5), es decir darle un valor imaginario a lo simbólico. En Hanold el encuentro con el bajorrelieve se convierte en desencuentro pues manifiesta una pérdida, pérdida de la cual, Hanold no sabe nada, sin embargo, el hecho de que esta pérdida se manifieste trae consigo la necesidad de ser colmada, o sea, trae consigo la emergencia del deseo. Tenemos ahora a un Hanold deseante, su deseo: alcanzar su fantasma, lo que se presenta ya como imposible –lo vemos en la intención de tocar a Gradiva y corroborar la textura de su piel y su consistencia, como mortal y de carne y huesos, o como espectro del medio día, etérea e inaprensible-; su demanda: una demanda de amor, que Gradiva le corresponda en su sentir; su necesidad: no encontrarla, pues ese encuentro acabaría con todo goce y muy probablemente con el desvanecimiento de Hanold como sujeto ya que a falta de falta se perdería en la psicosis o en la muerte, pues si seguimos la formación delirante, solamente muerto él podría acceder a ella en tanto que ella está muerta.

Es pues a partir de este primer sueño que surge una serie de actings; el primero de ellos es una salida brusca a la calle detrás de quien cree haber reconocido como Gradiva. Así, cuando Hanold intenta acercarse a su fantasma es expuesto a la mirada del otro, y al verse mirado tiene que volver rápidamente a su casa, pues había salido sin la ropa adecuada. Ahora sí, viene el viaje a Roma, un viaje “sin motivo”, luego a Nápoles. En estos lugares es embargado por la desazón, y nosotros encontramos en la escritura de Jensen lo siguiente:

“Un curioso desasosiego lo lleva a quedar insatisfecho con todo lo que encuentra … su insatisfacción no nacía sólo de lo que hallaba en su entorno, en parte, brotaba de él mismo … se sentía desazonado, algo le faltaba y no podía precisar qué. Y a todas partes llevaba consigo esa desazón”(6)

Escuchamos en estas descripciones la presencia del objeto “»”, presencia de un objeto “»” que se anuda con aquél otro de lo imaginario que intenta compensar dicha falta mediante el fantasma. Y es que para Hanold hay literalmente un fantasma que aparece y desaparece, aquí personificado por Gradiva.

¿Cuál es entonces la relación de Hanold y con qué o con quién?. Hay acá una relación en falta, donde tenemos al sujeto y su correspondencia con aquello que no hay y con lo que de ese faltante imagina. En una formulación de Lacan, tenemos $& «, la relación del sujeto con su falta, o bien, el fantasma. Al momento en que Hanold comienza más y más a dar crédito a sus fantasías, comienza también lo real a tener cada vez más injerencia en su psicodinámica; a tal punto que no sabe si ese ente que aparece y desaparece es de carne y huesos o es un espectro; sin embargo, cualquiera fuera el caso, ese ente no pierde su estatuto de real para él. Segundo momento: momento de lo real, momento delirante para Hanold; ahora casi tiene al objeto que colmaría y culminaría con su búsqueda, tanto que no logra ver a quien esa imagen, como fantasma, cubre. Aquí Hanold está totalmente convencido de la existencia de Gradiva y sigue sin saber que si ésta existe es porque Zoe insiste en él, valga decir, que este objeto de amor perdido y suprimido es lanzado desde el primer sueño al mundo exterior con su respectivo disfraz y lanzado claramente cuando de la imagen onírica y apenas no bien despertado Hanold, pasa a la calle de su ciudad , es puesto fuera del sueño ya; y luego desde ahí intentará aprehenderlo nuevamente; movimiento pulsional donde aquello interno es proyectado hacía afuera mediante un subrogado y luego se le rehuye o se le intenta aprehender; en otras palabras, Hanold está a punto de toparse con su objeto en Zoe(7), para lo que Gradiva tendrá necesariamente que perderse y así cederle su lugar a aquella que representaba.

Los movimientos en los que se ha desplazado, y hay razones para decir que se ha transliterado, hasta ahora el objeto de amor de Hanold, son los siguientes:

  1. La mujer simbólica en el bajorrelieve,
  2. La mujer imaginaria en Gradiva (la fantasía, los sueños y el delirio) y,
  3. La mujer real en Zoe Bertgang (el reconocimiento de ella en Gradiva y la liberación de los recuerdos).

Así es que para que devenga la mujer real tiene que desvanecerse la del delirio, perderse una al momento de reencontrar a la otra: la pérdida se mantiene y, diríamos, sostiene al amor de Hanold que por consecuencia continua en falta. Decimos que continua en falta porque en último de los casos, Zoe Bertgang tuvo que ser, por fuerza, supuesta de la agalma, de “eso” que Hanold le atribuyó desde su propia carencia, para resultarle atractiva; y yo no dudaría mucho de que haya sido así, pues la revuelta que Hanold presentaba ante los enamorados en viajes de bodas, que él mismo asociaba con <<August>> y <<Grete>>, tiene todo su sentido con respecto a su valor en tanto denegación, donde cabe esperar que el sentimiento (inconsciente en este caso)(8), correspondería a lo contrario, es decir a su deseo por enamorarse y contraer nupcias(9); luego entonces el desasosiego que experimentaba ante el encuentro de los novios en viaje de bodas y del que no podía ubicar el factor desencadenante en el entorno cuando se encuentra en Roma, Nápoles y al inicio en Pompeya, apunta sin lugar a dudas a que tal situación de los novios le evidenciaba su carencia en este sentido, por lo que el rechazo es bien entendido por nosotros como una formación reactiva, aún cuando la defensa no se logre del todo, ya que finalmente experimentaba cierta melancolía. Su deseo inconsciente bien podría rezar como sigue: “si ya hubiese encontrado mi objeto de amor, ahora yo estaría tan a gusto (August), como esos novios, no me queda más que repudiarles y esperar que no sean felices como yo no lo soy”; permitiéndome tal inferencia.

Ahora vamos al nombre como significante, que aquí resulta crucial en el análisis de este complejo. Ya había adelantado que encontraríamos una relación con respecto a los desplazamientos del objeto desde el nombre; también al inicio de la página cuatro mencioné que no encontraba en ese momento el correspondiente objeto simbólico en falta, cuando preguntaba si podríamos plantear un objeto imaginario y uno real en falta para Hanold. Bien ahora abordaremos esta cuestión.

En primer lugar, llama la atención que Freud no haya reparado con mayor detenimiento en la cuestión del nombre cuando generalmente su desarrollo del análisis es tan meticuloso. Nos habíamos enterado de que el nombre de Gradiva en griego significa lo mismo que el de Bertgang en alemán; y la traducción que Freud nos ofrece es la siguiente: la que avanza, y aclara que Hanold toma el nombre siguiendo el apelativo del dios de la guerra Gradivus “cuando redobla el pas
o empujando a la batalla”. En ese sentido es que Hanold queda prendido del paso de la mujer en el bajorrelieve, o sea, de su andar. Ahora bien, Freud nos pone sobre la pista de que Zoe en su apellido (¡el nombre del padre!), que es Bertgang, tiene la misma significación: la que avanza; y en efecto, en alemán Gang se traduce por andar y también por “curso”. Así las cosas, Freud resuelve que Gradiva es lo que podemos llamar una reminiscencia consciente de un significante que permanecía inconsciente y que es asociado por su etimología en el sentido de su significación, es decir: andar, por lo que esta descripción resulta en el punto nodal que articula un amor reprimido a uno delirante haciendo corresponder el segundo al primero por lo que encierra su clave etimológica. Si nosotros vamos un poco más allá de Freud –pero con él- nos asombramos al encontrar que este significante no se detiene ahí, de Bertgang a Gradiva y a la inversa, sino que en tanto que Bertgang hablaría ya del mismo Hanold por ser su objeto de amor, aquel que promete lo que falta. Así pues encontramos este significante andar andando de un nombre a otro, sólo que en este caso va hacia el mismo Hanold, ya que su nombre Norbert se anuda justo ahí, como incompleto, al de Bertgang: Norbertgang. Observemos:

Norbert Hanold
Zoe Bertgang

Entonces el Gang, o sea, lo que anda, es el resto que le falta a Norbert para ser completo con la mujer que ama desde siempre, con Zoe Bertgang; el Gang es su falta, por eso no nos extraña ahora que se eche a andar a Roma, Nápoles y Pompeya, y si no sabe por qué emprende este viaje ni cual es su motivo, este se encuentra en el mismo andar, necesita andar (Gang), para lo cual no necesita de un motivo. Así el significante Gang que Freud privilegia para remitir los significados entre Gradiva y Zoe y su asociación, nos resulta ahora a nosotros como el resto que queda fuera, y que al remitirse a su primera parte, a Bert, de Bertgang, nos anuncia ya la segunda parte del nombre de Norbert, el Gang es el indicativo del Bert que es la primera sílaba del apellido de Zoe y la segunda del nombre de Norbert. De tal forma podemos concluir entonces que Gradiva en última instancia remite a la falta de Norbert, y como ya vimos lo que le falta a Norbert de Gradiva es su andar, o sea, su Gang. Y este andar, Norbert parece haberlo perdido en su infancia, o al menos después de ella, cuando ya no se ocupa de la Srita. Bert-gang, cuando ya no anda con ella, es por eso que solamente después andará tras ella y le seguirá los pasos. Tal nos parece que Norbert se encontraba más petrificado e inmóvil que Zoe; esto nos lo recuerda el segundo sueño, donde recibe de la boca de Gradiva el siguiente imperativo: “Por favor, mantente inmóvil”. Todavía me aventuro a decir que si el bajorrelieve presenta a la mujer avanzando y de perfil, Hanold recibe de esta imagen la suya propia, donde él en posición evasiva con respecto a Zoe, dejó de andar con ella para petrificarse, y si anduvo algo, fue para alejarse de ella; entonces, en tanto que el bajorrelieve le devuelve su propio mensaje de manera invertida, es que queda cautivo de él e inexplicablemente atraído … a su realidad, realidad que le mostraba cuan inmóvil y petrificado estaba.

Ahora bien, para Zoe ¿cómo opera la falta en el significante del nombre?. Para Zoe su padre está enajenado con sus bichos y por ende no se ocupa de ella, está en falta para ella; este padre, este señor Bertgang se desentiende de su hija, la que luego va a poner sus ojos en Norbert, precisamente en ese sujeto que porta parte del nombre de su padre (el de ella). Freud señala las similitudes entre el padre y Norbert para dar cuenta del amor de Zoe por Norbert como un amor de transferencia que remite al padre y presenta a Norbert como un subrogado de aquél. Ahora nosotros agregamos esta cuestión del nombre del padre, como significante y lo identificamos en el mismo nombre de Norbert en tanto que anuncia al Bertgang; o sea, aquello que estaría por venir (Gang), después del Norbert, por lo que, de alguna manera lo contendría en la medida en que lo señala; así como para Norbert el nombre de Zoe lo contendría y completaría con las características particulares para él que ya señalamos en cuanto al “Gang”. Así ambos, Norbert y Zoe apuestan a intentar completarse el uno al otro: ideal del amor.

¿Cuál habrá sido entonces el objeto de esta relación tan peculiar?. Parece que una falta, donde el objeto de dicha relación –ahora en el sentido de finalidad, objetivo- era que Norbert Hanold se encontrara, pues no estaba menos perdido para él mismo de lo que estaba Zoe. Ahora bien, si para encontrarse, primero hay que perderse, Norbert Hanold ya cumplía con esta característica, lo interesante es que se encuentra mediante una piedra que funge como espejo, donde lo que ve, antes de ser su imagen, es su imaginario en el fantasma, aquel que denuncia su falta y evidencia su deseo, para sólo después lograr atravesar ese fantasma y llegar a su objeto especular (al que realmente no llega), en quien puede entonces depositar su amor, dar lo que no tiene a quien no es, dar de sí, dar de su Norbert para Bertgang (es decir, dar algo de su nombre al nombre de ella y al mismo tiempo tomar algo del de ella para el suyo) y apostar a la completud mutua, al Norbertgang, al que por más que anden, nunca llegarán, porque el llegar les significaría la disolución como sujetos, les significaría la muerte, esa muerte de la que justamente ambos … acaban de salir.


¿Epicrisis?

Ahora estamos en condiciones de ver qué nos deja este análisis con respecto a la teoría y a la clínica. Empecemos pues con estas preguntas: ¿Qué es lo que le permitió a Norbert no caer en la psicosis?, ¿porque Freud identifica en él un delirio histérico y no una psicosis?. Se podría argumentar a favor de la psicosis que existe un delirio bien formado(10): hay un extrañamiento de la realidad, donde para Norbert Hanold (ahora si hay que ponerlo con todas sus letras), existe un espectro y tal parece que sus mociones pulsionales han sido proyectadas al exterior en detrimento precisamente de la realidad ya que queda anulada por la “hiperintensidad” de las formaciones delirantes, ¿acaso no Freud ubica esto como una psicosis en 1924, cuando dice que: “en la neurosis se evita, al modo de una huida, un fragmento de la realidad, mientras que en la psicosis se lo reconstruye” (11)?, ¿y no es acaso lo que hace Norbert Hanold; reconstruir una realidad?. Dejemos la respuesta pendiente, vayamos antes con Lacan. Una de las propuestas fundamentales que Lacan hace con respecto a las psicosis es en cuanto al papel del significante. Ya sabemos que menciona que aquél significante que no pudo ser simbolizado, que fue forcluido, regresa desde lo real,(12) ahora bien, con Norbert Hanold vemos que Gradiva es una re-presentación de Zoe Bertgang, donde este nombre en su estatuto significante tuvo por fuerza que ser simbolizado para Hanold, pues tuvo cuenta de él desde su infancia; ya sabemos que conocía a Zoe y que jugaba con ella; luego entonces, desde una articulación significante no podemos decir que Gradiva venga a poner en juego a un significante forcluido, parece más bien que lo que “Gradiva” viene a hacer, desde el bajorrelieve,
es decir, como significante, es remitir al significante “Zoe”, que remite al significante “Bertgang”, que remite al significante “Norbert”, como ya lo demostramos, y que a su vez remite al significante del “Nombre del padre”, pues Zoe es Bertgang por vía paterna, tanto como “Norbert” es recibido por el sujeto que lo porta por vía parental, desgraciadamente no aparece el padre –ni su nombre- en la novela; no al menos en el trabajo y la descripción de Freud.(13)

Luego entonces aquí no se trata de ningún significante forcluido; ya estaba simbolizado, pero reprimido. Ahora podemos responder la última pregunta que nos hacíamos, ¿Norbert Hanold reconstruía su realidad?, y bien, ¡pues no!, lo que sucede con él es que distorsiona la realidad, pero no la reconstruye. La distorsiona, ya que el amor delirante no es un amor en absoluto disociado del “genuino”, ahí no reconstruye; desplaza y simboliza, pero no reconstruye un amor con otro porque justamente uno da cuenta del otro. Observemos las condiciones que rodean tanto a Gradiva como a Zoe, encontraremos cualquier cantidad de asociaciones entre una y otra: ambas eran coetáneas de Norbert (Gradiva lo fue en su delirio y Zoe lo es en su actualidad), por ambas existe amor, ambas están perdidas para él como objeto de amor y podemos ir al extremo de decir que a ambas las encuentra en el mismo lugar; en fin, Freud da cuenta muy bien de tales similitudes, que son precisamente las que van a permitir tales desplazamientos de la realidad al delirio.

Ahora bien, hay claramente una demanda puesta en juego en todo el delirio, es decir, Norbert se dirige a alguien, su amor es un amor de objeto, hay transferencia ahí, y quizá hay demasiada transferencia pues luego de todo un rodeo significante, al final nos venimos a topar con el propio nombre de Hanold, de quien partió originalmente esta demanda, que como ya vimos implica un deseo de completud, tener lo que hace falta, y lo que hace falta no es otra cosa que el falo, falo que incompleta al sujeto desde el mismo nombre que viene del padre. Pero decíamos que hay una demanda que se dirige a alguien y por más espectro que Gradiva se presente, se ubica no menos en una posición imaginaria (no hay que olvidar que desde lo imaginario es que surge el delirio de él), es decir, hay una transferencia de uno al otro: » g «´, aún cuando ese otro especular que refiere al mismo sujeto (bajorrelieve, Gradiva, Bertgang), se va a presentar luego como imposible de alcanzar y rebasará al sujeto por encontrarse “más allá”,(14) y desde ahí le evidenciará su falta, la relación se convierte ahora en fantasmática: $ & «, pues un objeto imposible de alcanzar es un objeto en falta. Pero vayamos al punto, en tanto que esa demanda (distorsionada tanto como el objeto al que se dirige), en tanto que esa demanda pues, es dirigida, es que podemos hablar de una histerización del delirio, ya que, como en la histeria: Norbert desconoce lo que demanda y a quién se lo demanda, igualmente implica una represión en su sexualidad que fue trocada por el amor a las piedras. Además de esto, podemos decir que en todo caso, Norbert no se extraña de la realidad, tan no se extraña que le es necesario corroborar tan disparatadas vivencias desde ella. Así, el significante nodal para Norbert, es un significante que “metonimiza” y “metaforiza”; y sobre todo, que apunta a ese otro significante reprimido y ,por fuerza, ya simbolizado; para decirlo coloquialmente, sería un significante “disfrazado”, desde lo imaginario y lo simbólico;(15) no la irrupción desde lo real de uno forcluido.

Entonces, no es un significante forcluido que vuelve desde lo real, ya lo señalé muchas veces, sino que es lo real que se juega en el amor imaginario por un objeto simbólico; donde lo real no es más que la falta de Norbert, el amor imaginario es su delirio por Gradiva y el objeto simbólico es el bajorrelieve que fundamenta y echa a andar todo lo demás.

De este modo podemos decir de Norbert Hanold, como Freud de la histeria: “el histérico padece por la mayor parte de reminiscencias”,(16) justo como en la histeria; así, en su historia, en su novela, Hanold padece efectivamente y con todas sus palabras de reminiscencias de su objeto de amor perdido y como arqueólogo, intentará desenterrarlo, sin saber a quién es a quién en verdad está desenterrando, es decir, ignorando que lo sabe, hasta que … ¡recuerda!, y sólo entonces recupera su capacidad de amar a pesar de su falta … y gracias a ella, pues seguirá en falta, es decir, aunque tenga a Fräulein Bertgang, le seguirá faltando a él su Gang para su Norbert, lo que no sería perjudicial, ya que sólo así podría mantener su relación, otra vez: ¡gracias a su falta!.

Por último, tenemos el tercer momento, momento de lo simbólico(17) cuando Hanold reencuentra a su objeto de amor, es decir, cuando vuelve a su falta –pues su amada tiene lo que él desea-, pero en este tercer momento vuelve a su falta desde otra posición, ya no desde lo imaginario, como cuando tiene la fantasía de Gradiva y cree que había existido; ni desde lo real, cuando tiene la certeza de que existe y entonces delira; sino que ahora se coloca ante su falta desde lo simbólico, es decir, en este momento simboliza la imagen de su objeto real, o sea, tiene un representante de la representación de su propia hiancia, de su propia carencia, que constituye lo real de su ser y que es incolmable. Así que si en el primer momento, el de lo imaginario, se trataba de imaginar el símbolo (tenemos al sueño), donde el bajorrelieve tiene todo el estatuto simbólico que pasa al sueño en la forma de la imaginarización; ahora que Hanold simboliza la imagen, lo que valdría a interpretar el sueño, pues es su inversión, puede aprehender eso que de real se jugaba como “resto” y que sigue quedando como resto de lo real, pero ya no desde lo mismo real, sino desde lo simbólico.

Es así que se ha dado todo el giro en torno al objeto de amor de Hanold en sus diferentes dimensiones –imaginaria, real y simbólica-, pasando por sus diferentes momentos –imaginario, real y simbólico- para llegar a la misma falta, pero desde una posición distinta. Valga tal recorrido mediante el cual Norbert Hanold atraviesa su fantasma y “se cura” del desamor de un amor, ¡por amor!; ¿puede decirse algo distinto de un análisis?. Acuden las palabras de Pessoa:

“El amor es una compañía.
Ya no sé andar solo por los caminos,
Porque ya no puedo andar solo.
Un pensamiento visible me hace andar más de prisa
Y ver menos, y al mismo tiempo gustar de ir viendo todo.
Y me gusta tanto ella que no sé como desearla.
Si no la veo, la imagino y soy fuerte como los árboles altos.
Pero si la veo tiemblo, no sé que se hace de lo que siento en su
ausencia.
Todo yo soy cualquier fuerza que me abandona.
Toda la realidad me mira como un girasol con su rostro en
medio.”(18)

Ahora bien, hay otro texto de Freud de 1922 en el que la incidencia del nombre parece ser igual o más clara.