Identidad y conflicto: apuntes para una psicopatología del Siglo XXI

Revista del CPM número 10

Por Esteban Ferrández

Esteban Ferrández Miralles
Doctor en Psicología. Psicoanalista
Sta Teresa, 19. 30005. Murcia
968218806. eferrandezm@ono.com

 

Déjenme que traiga las palabras de un loco o un bufón,
o un héroe para inaugurar esta reflexión:
«Hay más cosas en el Cielo y la Tierra que las que tu sabiduría académica sueña»,
le dice el príncipe Hamlet a Horacio. Loco, bufón,
héroe trágico que para con su vida su conocimiento…
cuál de las máscaras colocarle al hombre del siglo XXI.

La obra del psicoanálisis es el devenir autónomo del sujeto en el
doble sentido de la liberación de su imaginación y de la instauración
de una instancia reflexionante y deliberante que dialogue
con esa imaginación y juzgue sus productos.

Cornelius Castoriadis. Tiempo e imaginación. Zona erógena

 

I. Introibo ad altare Dei

Cómo situarse entre aquellos que piensan que no hay nada nuevo bajo el sol hace siglos -tampoco en el campo del psicoanálisis –, que no vale la pena cambiar nada, que todo está escrito en Freud, o que el psicoanálisis ha de ser permeable al paso del tiempo sin cambiar un ápice. Y del otro lado, aquellos que pregonan el final del psicoanálisis cada lunes, que inventan crisis tras crisis, que anuncian con trompetas el Apocalipsis.

Quiero participarles de mi impresión inicial: la problemática humana generada alrededor del conflicto, típicamente neurótica, naciente en los albores del siglo XIX, bajo la mirada y la pluma de Freud, y que da lugar al corpus teórico del psicoanálisis que aún hoy tenemos como referencia, esa problemática está cambiando de manera extraordinaria e imparable, los cambios dados en la ecología y el paisaje humano no permiten un afrontamiento del mundo como otrora, alrededor del ideal y de la culpa, del conflicto y la ambivalencia.

Más aun, la represión como mecanismo píquico que da lugar a la formación de síntomas ya no permite como otrora, explicar la mayoría de los procesos psíquicos de los pacientes que nos interpelan. La problemática identificatoria se ha trasladado a regiones más primitivas en las cuales la idealización juega un papel preponderante, la universalidad del Edipo, la cuestión de la sexualidad femenina y la crítica del galicismo; la prevalencia de las patologías psicosomáticas o de los estados límites… es evidente que el gran edificio estructuralista, neurosis – picosis – perversión, hecho a imagen y semejanza de la psiquiatría está siendo seriamente cuestionado.

¿Qué alcance tienen ciertas modificaciones en la patología y en las demandas de tratamiento que se observan en los últimos años? Los cambios registrados, ¿son especialmente significativos o entran dentro de los cambios lógicos que se producen en cada época? ¿Se trata de nuevas sintomatologías verdaderas o de antiguos fenómenos clínicos bajo nuevas apariencias? ¿Somos los analistas quienes al modificar nuestros puntos de vista abordamos la clínica bajo otras perspectivas y apreciamos otro tipo de fenómenos? Todas estas cuestiones quedan reflejadas en multitud de trabajos de los que citaremos solo los de Sopena [1] , Kristeva [2] , McDougall [3] , Rodulfo [4] , Green [5] , Kohut [6] , Roussillon [7] o Kernberg [8] como muestra no convergente del número inconmensurable de obras que muestran la transformación de la psicopatología psicoanalítica.

Si la neurosis no es un objeto natural, como decíamos antes, sino una construcción conceptual, es factible pensar que los cambios que puedan producirse en la psicopatología no son ajenos a la forma de escucharla. Hay una relación dialéctica entre la observación y la elaboración teórica, que hace indisociables a las nuevas realidades clínicas de las nuevas maneras de pensar la teoría y la clínica.

Lo que viene a confirmar Sopena es que cuando cambiamos nuestra escucha también cambiamos la patología, porque la patología no es independiente de quien la escucha, no existe una patología objetiva en psicoanálisis, eterna, inmutable, no vamos a hacer un patocentrismo (si se me permite el neologismo). La actitud del observador no sólo influye sino que es determinante. El psicoanálisis es una patología de la relación [9] : cuando el analista cambia su posición, todo cambia en la relación. La oferta crea la demanda, como bien intuyó Lacan. El analista con su oferta crea la demanda del neurótico. En cualquier caso nuestra escucha desvela o crea, genera o encuentra un nuevo pathos una nueva manera de sufrir.

Dice Kancyper [10] que los hijos mayores heredan la tarea de preservar los ideales de los padres mientras que los pequeños se sienten más libres para emprender cometidos y tareas nuevas, más libres de la tradición familiar: quizá en esta era de post-lacanismo podamos ya afrontar la necesaria transformación del psicoanálisis, para, como dice Silvia Bleichmar, sostener los paradigmas desprendiéndose del lastre.

Hace ya algunos años dividía Eugenio Trías [11] el espacio literario en función de dos modelos narrativos. El drama al estilo de la Odisea homérica, y la tragedia al estilo de Hiperión de Holderlin. Según el autor la diferencia entre ambos modelos estriba en que Ulises puede volver siempre a una patria donde es esperado, reconocido, así su viaje en cierto sentido, era intemporal. Penélope le espera tejiendo y destejiendo los hilos del tiempo, los rivales son burlados y luego ajusticiados. Hiperión, sin embargo, cuando vuelve es un extranjero en su patria. La diferencia entre el drama y la tragedia es que en el segundo no hay retorno posible, la identidad no está preservada por el hogar, por la familia, por la tierra. En el drama el tiempo es reversible, en la tragedia no hay reversibilidad, como en ciertos procesos psíquicos.

El héroe posmoderno está más cerca de ese desconocido Hiperión que de Ulises, incluso los héroes del Ulises de Joyce me parecen acercarse más al modelo de la tragedia, como el mismo Hamlet otrora considerado cumbre del drama.

Pero Hamlet, el irresoluto Hamlet, es el héroe posmoderno por excelencia, huérfano desde muy joven, hereda un mandato paterno gracias al cual, paga con su vida la inteligencia que demuestra. Su astucia tiene un precio, la locura y después la muerte. Es un héroe trágico donde los haya: a medio camino entre el bufón y el loco, su intele
cto se escurre entre bambalinas, nunca da la cara en apoteosis, nunca se jacta excepto en la soledad o por procuración; al contrario que el resto, trabaja en la sombra, disimula, es astuto pero se equivoca, sale impulsivamente de la rumiación pero mata a quien no es sin remordimiento alguno, además vive bajo el mandato del padre más aún tras su muerte que en vida. El fantasma del padre de Hamlet es una voz que le tortura, es el reproche del deber filial no cumplido, una tarea imposible, recreación genial del Orestes griego.

La mitología del héroe posmoderno está más cerca de Hamlet que de Edipo y su drama de deseo y culpabilidad. Freud realiza una lectura interesante aunque interesada de Hamlet, subrayando todas las concomitancias edípicas que hay en éste, que no son pocas, Hamlet sin embargo es un mito -como nos recuerda Zizek [12] -, más antiguo que Edipo [13] [14] .

El hijo que venga al padre asesinado por el hermano para ocupar su trono, el hijo que sobrevive haciéndose el loco y actuando locamente aunque diciendo verdades…insiste Zizek, pero creo que hay que añadir que Hamlet es también el mito del héroe de hoy, no es un héroe romántico, es un héroe trágico, como también debe serlo el Dedalus de Joyce.

Hamlet es un hijo justiciero, pero también representa el hijo que no logra construir un destino propio y paga con su vida el amor filial, al igual que le ocurre al personaje de Andre Green en “La madre muerta” [15] . El tema de la madre muerta también está presente en Stephen Dedalus, el héroe joyciano; en el capítulo I del Ulises, Buck Mulligan le recuerda su negativa ante la madre agonizante, después Dedalus se sumerge en una reflexión angustiosa.

Hamlet, en quien Freud, interesadamente, solo ve una representación del Edipo, es también el personaje acosado por la duda, incapacitado para la acción, inhibido, retraído, suspendido en el tiempo, acosado por las recriminaciones, incapacitado para hacer el duelo del padre muerto, enfermo de sus pensamientos, pensamientos que le atormentan en forma de imperativo categórico moral. No obstante puede actuar con total determinación y sin remordimientos, con frialdad y distanciamiento, con desprecio por el otro, y por sí mismo. Hamlet, en ese sentido está más cerca de la escisión que de la represión, su oscilación entre la conspiración y la bufonada nos devuelve a una realidad mucho más fragmentaria y estallada que la secuencia narrativa lineal y recursiva de Edipo. Su doblez, su heroicidad absurda, sus contradicciones, su incapacidad para amar, su cobardía y su arrojo, su humanidad en definitiva, pues como dice Bloom: “Hamlet… es un charco de reflejos, un vasto espejo en el que tenemos que vernos a nosotros mismos” [16] .

En definitiva me parece que Hamlet nos interroga hoy de modo mucho más inquietante que lo pueda hacer Edipo, que se ha convertido en un lugar común. La estructura hamletiana es mucho más abierta que la edípica, en la cual el destino parece más determinado y definido de antemano.

“El narcisismo ha abolido lo trágico y aparece como una forma inédita
de apatía hecha de sensibilización epidérmica al mundo a la vez que
de profunda indiferencia hacia él: paradoja que se explica parcialmente
por la plétora de informaciones que nos abruman y la rapidez con la que
los acontecimientos mass-mediatizados se suceden,
impidiendo cualquier emoción duradera” [17].

Pascal Bruckner

Las problemáticas nacionalistas que estallan por doquier, el abuso de la memoria por los oprimidos [18] , las transformaciones de las relaciones de género y sus consecuencias en la vida privada y las costumbres, incluidas las sexuales, el restallar nacionalista en versión laica o religiosa, la multiplicación de las operaciones de salvamento, el auge de las terapias de crecimiento personal… no permiten seguir pensando el mundo igual que nació en los años cincuenta del siglo pasado tras la gran guerra y la subsiguiente división y partición del mundo en dos bloques hegemónicos contrapuestos… Ese mundo toca a su fin, vivimos en la hegemonía del nuevo orden mundial, impuesto por una superpotencia y arropado por mecanismos de legitimación sin igual. Acosado eso sí, como siempre lo ha estado, por luchas intestinas pero también por amenazas exteriores, reales o amplificadas imaginariamente para su uso y conveniencia.

Por otra parte la transformación de la intimidad como denuncia Remo Bodei [19] : “… y, por otro lado, los espacios cada vez menores que la invasión capilar del poder político y de la racionalización dejan a cada uno?” Item más cuando las relaciones intersubjetivas se presentan en estado de perplejidad ante el declive de la cultura patriarcal y de un ordenamiento polarizado de las relaciones en función del género, que impregna todos los ámbitos de la sociedad. Es obvio que la gramática de la experiencia, como dice Steiner, no es la misma que hace 50 años.

La experiencia del hombre posmoderno se debate entre la perplejidad y la apatía, con incursiones epidérmicas en períodos de entusiasmo hipomaniaco. El individualismo es una conquista irrenunciable, pero la pérdida de responsabilidad no es sino la otra cara de la pérdida de las pasiones, sustituidas en lo general por deseos efímeros. Dice Bodei en el texto citado “…la tendencia a disfrutar inmediatamente [i] , como dones irrepetibles, del amor, de la amistad, del placer o del bienestar, parece concentrarse en instantes puntuales y discontinuos, los momentos dignos de ser vividos”.(pág 79)

Y continua este pensador italiano con su descripción del individuo posmoderno, cita que reproducimos en su totalidad / textualidad por su interés: “ El individuo estaba precedentemente dotado de una identidad rígida sólo porque se orientaba hacia un universo simbólico relativamente unitario y centrado. En un mundo en continuo cambio, normas y valores son diariamente publicitados y valorados en bolsa mediante un especial índice Dow Jones, que establece su circulación. La identidad, a su vez, debe ser fabricada y ensamblada en base a piezas varias, revelando su naturaleza de construcción – constricción histórica, como resultado de largos esfuerzos por fijar en el individuo sus responsabilidades”. ( pág.: 83)

“El problema ético más difícil, una vez que es dominante este tipo de individualismo, es justamente el de la responsabilidad, es decir, el de inducir a las personas a asumir obligaciones éticas de larga duración, frente a su propensión a favor de los non-binding commitments, es decir, a compromisos no vinculantes, revocables y en cualquier caso reformulables…En este sentido, los conflictos son eludidos, la personalidad autocentrada, se refuerza momentáneamente, pero sólo hasta qu
e aquellos no alcancen la masa crítica. En ese caso se disgrega lentamente y con la ayuda de técnicas que aseguran un mínimo de sufrimiento” (pág.: 84)

En definitiva las tesis de Bodei sitúan al individuo en el eje del narcisismo autocentrado frente al conflicto que se presenta de modo extemporáneo. En ese sentido hablaría, no de la desaparición del conflicto, pero sí de la transformación de sus condiciones de posibilidad.

Quizá no están todas las que son, espero que sean todas las que están; invito a participar en esta formulación de tareas impostergables del análisis para dar respuestas a los interrogantes que la realidad humana le plantea, ni más ni menos que lo que Freud hiciera en su momento. Hay que elegir entre la fidelidad a Freud, manteniendo la exégesis y la hermenéutica como tareas principales, o la puesta a prueba permanente de los presupuestos analíticos en lo que constituye nuestra tarea básica: la necesidad de escuchar el sufrimiento del otro, en la multiplicidad de formas que este adopta.

1. En primer lugar cabría plantear la discordancia patente entre la preeminencia del conflicto neurótico – como concepto par excellence de la teoría psicoanalítica y de su transmisión -, frente a los problemas que surgen en la práctica privada y pública del psicoanálisis en cualquiera de sus modalidades, y que a veces son silenciados por los terapeutas por mor de la doxa institucional, instalándose en una escisión que les paraliza. Tales problemas, a menudo difícilmente pueden ser referidos al campo de la neurosis. Por consiguiente el eje del conflicto y de su corolario principal la culpa, no es más el centro de los relatos de los pacientes. A este tenor cabría recordar que la culpa, como bien nos mostró Freud, es un logro en el desarrollo del ser humano, un logro no garantizado. La culpa presupone una interiorización del otro, cuya facticidad es lo que hoy nos preguntamos. Es decir que, situamos uno de los ejes de la patología en la dificultad para pensar la alteridad, para reconocer la presencia del otro en mí, para transaccionar entre los ideales del narcisismo y la necesidad del reconocimiento que por parte del otro precisamos [20] .

Los problemas relacionados con la constitución de una identidad, sea en la vertiente del ideal del yo a través de las identificaciones, sea en la del yo ideal, mediante la idealización, nos conducen al campo del narcisismo, de la constitución del narcisismo en sus diferentes modalidades. Problemáticas que dan lugar a manifestaciones psicosomáticas de diversa índole y gravedad, en las cuales como señala Rodulfo no vale la pena esterilizarse en discusiones sobre si esto es conversivo o somático, sino que vale la pena pensar en niveles de simbolización, como defiende Ulnik. Estados límites, en los cuales la oscilación neurótica- psicótica puede abrumar al terapeuta más preocupado del diagnóstico que de la transferencia. Trastornos psicóticos aligerados de su carga más pesada por la influencia de los psicofármacos, pero resistentes y recalcitrantes en tanto son el último refugio de la subjetividad. O simplemente normópatas cuyo tedio vital exige del analista no poca dosis de lo que Lacan llama el “deseo del analista”.

Todo ello desplaza el centro de interés de la culpa a la angustia en sus diversas modalidades, angustia de castración pero también angustia de intrusión y de abandono, angustia de desintegración, y subformas como la abulia, la astenia, la atonía…

De la culpa neurótica ligada a la transgresión y al temor al otro retaliativo, a la angustia de la falta de representación, de la ausencia de otro como referente, o de su intrusión salvaje en lo que Rodulfo llama los “significantes del Superyo”. De la enorme dificultad para reconocer el lugar del otro, tanto en lo externo como en lo interno, es decir, el otro en mí, a la ineluctable presencia del otro como amenazante en las formas más paranoides.

2. De la fragilidad narcisista tanto por exceso como por defecto [21] , así como su corolario, el fracaso de las estrategias intrapsíquicas de resolución del conflicto, y su transformación en síntoma, bien sea corporal, social o intersubjetivo. En ese sentido la proliferación de la violencia es el fracaso de lo intrapsíquico. “La violencia es el fracaso del pensar” , dice Thierry Hentsch [22] , en un texto en que hace hincapié en la violencia, ya sea buena o mala, apropiada o excesiva, según este autor canadiense, que contribuye desde el origen a la formación de nuestra identidad. Es una violencia que recibimos del otro, y que posteriormente interiorizamos. Vaya esto para relativizar ese mecanismo repetido hasta la saciedad, de que todo sujeto violento ha sido violentado en su infancia, como si eso lo explicara todo. Para este autor canadiense la violencia está al servicio de la identidad, y opera por exclusión: lo que no incorporamos lo rechazamos. En definitiva se trataría de negar la alteridad dentro de mí, lo que me es extraño, lo que no puedo soportar de mí mismo. Es una doble negación: interna que rechaza parte de nuestra propia personalidad, por ejemplo rechazo en el hombre de lo considerado como pasivo, débil o femenino. Y externa: rechazo del que es diferente, del que no se somete, del que no es reductible a la identidad.

3. De la necesidad de recomponer los fundamentos para pensar la infancia [23] : asumir que el psicoanálisis clásico no nos ha prestado herramientas útiles para pensar la patología mental precoz, y sus conceptos tampoco parecen a estas alturas adecuados para pensar al bebé sano, al niño sano. Esas son las dos críticas fundamentales al psicoanálisis clásico; el adultomorfismo desde el que se pretende comprender al bebé, y también la aplicación de patrones de la patología para acercarse a la normalidad. La universalidad del Edipo se instala en las primeras etapas del ser humano como el diván de Procusto que mencionaba Mannoni en aquel texto ya clásico, obligando a la realidad a conformarse a la teoría. Las motivaciones más básicas del ser humano no tienen que ver solamente con la sexualidad, a no ser que concibamos la sexualidad como determinada genéticamente.

Desde presupuestos absolutamente freudianos, Rodulfo planteaba en Murcia no hace mucho como la tesis del Edipo como núcleo de la sexualidad humana, centro de referencia universal, no se compadece con el propio polimorfismo radical de la sexualidad infantil, precisamente destacado en primer lugar por Freud y pieza clave del edificio teórico freudiano. Es la sexualidad infantil polimorfa la que le permite salir del atolladero de la primera teoría del trauma en la histeria.

La sexualidad es una construcción, que Laplanche, Bleichmar y otros han mostrado con suficiencia en su desarrollo. De manera que en la patología grave temprana no vale la referencia edípica, y la sexualidad ocupa un lugar entre otras. Ello, sin embargo, no impide una implicación y participación del psicoanalista, por el contrario. No pretendemos negar la importancia del complejo de Edipo, por el contrario lo que criticamos es su uso rutinario y abusivo.

4. De la crítica del falocentrismo : la teoría psicoanalítica precisa reconsiderar su concepción de la masculinidad y la feminidad. La masculinidad que en silencio se propone como la norma, sobre todo si se trata de masculinidad heterosexual y monogámica, con lo cual todo el terreno de las patologías masculinas cae bajo lo que e Ana María Fernández llama “lo impensado del psicoanálisis”.

Consecuentemente habrá que reconsiderar la universalidad del falo como significante sexual, ignorando así que hay un mundo no reductible a las categorías fálicas – la que está privada de él, la mujer –, y que alude nada menos que a la sexualidad femenina. La sexualidad femenina que en psicoanálisis ha estado llena de prejuicios y tabúes no cabe toda ella, por más que se empeñen algunos en el universo sexual simbolizado por el falo o su falta. La otredad de la mujer respecto de la problemática fálica la coloca precisamente en ese lugar desde el cual puede significarla en su carácter de no totalidad significante. Ahí merece considerarse toda la crítica del feminismo desde Irigaray, Chodorow y Mitchell hasta Benjamin y Lauretis.

5. Por otra parte el logocentrismo denunciado por Derrida da lugar a la problemática del sentido por un lado, es decir, la irreductible polisemia del lenguaje, por otro a la cuestionable prioridad del discurso hablado sobre la escritura. Esto nos conduce de nuevo al problema de la representación, a la prioridad abusiva del lenguaje y la palabra sobre los intentos de comunicación y las dificultades en el orden de la representación. El mundo ha estallado, las escrituras se multiplican como los lenguajes, y el analista no puede hacer oídos sordos. En el campo de la representación dan cuenta de ello las nuevas modalidades terapéuticas, o la búsqueda de nuevos territorios para la representación, o la investigación en los límites de lo representable con los Botella, los Rodulfo o Piera Aulagnier entre otros.

6. El papel de la narratividad y la historia en las propuestas de Hornstein frente a los excesos del estructuralismo de la segunda mitad del siglo XX. Una historia subjetiva, a través de la cual el sujeto puede escapar del determinismo de la repetición, puede crear algo nuevo, puede plasmar su identidad en la diferencia. Retomemos aquí la idea de psiquismo de Hornstein: un sistema abierto a otras subjetividades y a un futuro instituyente, lo que conecta con el carácter de neogénesis que destaca Bleichmar, es decir, que el psiquismo humano no se limita a repetir lo ya dicho, hecho o vivido, sino que también crea, instituye, nueva realidad. Caducidad por tanto del prejuicio, extensamente mantenido, de que todo lo importante estaba ya decidido en los primeros cinco años de vida, determinismo que se sitúa en las antípodas del pensamiento freudiano, que es un pensamiento, como dice Steiner [24] liberador. Dice Steiner: Gracias a la vida y a la obra de Freud, nosotros respiramos más libremente en nuestra existencia privada y en nuestra existencia social.

7. La crítica de las estructuras psicopatológicas , necesarias para entendernos con otros profesionales pero que sólo aproximadamente nos permiten orientarnos en nuestra práctica. El psicoanálisis es un campo relacional y transferencial, el síntoma no define un síndrome sino que representa al sujeto frente a otro, y al mismo tiempo lo defiende de un sufrimiento más grave. El psicoanálisis viene determinado por el estatuto particular que da al síntoma. La cura no se da fuera de una relación transferencial. En sus versiones más radicales se convierte en enfermedad única, por ejemplo en el ensayo de Foucault o en la tesis sostenida por Pichón-Riviere. Esa idea amortiguada se desprende también de la tesis de Nasio de que todo análisis se convierte en una histeria de transferencia.

8. El papel de la realidad en el sujeto, despreciado a partir del concepto de realidad psíquica de Freud, con el que este trata de salir del atolladero de la teoría del trauma, y que llega a su apogeo en Klein y Lacan, por vericuetos diferentes y no reductibles. A partir de Winnicott, cuya clínica es bastante lejana al mundo de la neurosis, se vuelve a traer el problema de la realidad, no en oposición a la ficción sino por el contrario, emergiendo de ella. Para Winnicott ficción y realidad no se oponen sino que se sostienen mutuamente, podríamos decir que no hay realidad si ilusión, ni ilusión sin realidad. El espacio intermedio que permite la ruptura del modelo binario de contraposición lo da todo el campo de los fenómenos transicionales, verdadera piedra filosofal para todo aquel que quiera acercarse a la experiencia infantil. Winnicott nos coloca de nuevo ante el problema del sujeto para conquistar la realidad, una realidad no devaluada, una realidad no opuesta a las fantasías, una realidad lúdica.

9. El papel de la subjetividad en riesgo como denuncia Silvia Bleichmar… cuya preocupación se centra entre otros asuntos, en los niños del mañana. Antes nos preocupábamos por el hecho de hipotecar su futuro pretendiendo que ellos llevasen a cabo lo que en los padres eran frustraciones, deseos no realizados, el hijo que vienía a colmar el narcisismo fallido de los padres y la carga que eso representaba para él, la intrusión en su vida por parte de algunos padres. Pero es más preocupante en nuestro mundo actual el hecho de que para muchos niños no haya ni siquiera esa depositación de sueños fallidos de los adultos, sino una obsesión por la preparación para la supervivencia, con jornadas agotadoras y expedientes académicos que se inauguran a la edad de 6 años incluso antes, junto con una absoluta falta de investiduras narcisistas para constituirse como sujeto, con la garantía que da el ser objeto del deseo del otro.

10. La necesidad de repensar el papel de la interpretación psicoanalítica como elemento central alrededor del que pivotaba el análisis, con la consiguiente mixtificación del psicoanalista y su progresiva reabsorción en un conjunto de funciones que definan de modo más comprensivo y menos omnisciente el papel del terapeuta en un análisis. Proponemos que tan importante como la disolución de la transferencia y la aceptación de la castración, lo es para la clínica actual la capacidad de estar a solas consigo mismo, en presencia del otro, como rescata Winnicott. Más allá de la disolución de la transferencia al analista, a través de la interpretación, se plantea la necesidad de la vinculación que el sujeto tiene con el otro, y las enormes dificultades que esto significa en un mundo tan desubjetivado.

11. La recuperación del concepto de dependencia mutua y la crítica de los valores patrocéntricos de la separación y la individualización, frente al hecho innegable de la interdependencia y la vulnerabilidad de los seres humanos [25], realidad esta ignorada y censurada en las conceptualizaciones del individuo moderno, por mor de los ideales ligados a la masculinidad tales como la separatividad y la objetividad.

12. La vuelta de las teorías del apego, como señal incontestable de las necesidades de una época en la que los problemas vinculares están siendo desplazados por problemas identitarios en gran medida, con la regresión que ello implica. Alcanzar el vínculo empieza a ser una meta, establecer vínculos es una meta, antes que su desarrollo mismo, sea este lo conflictivo o armónico que sea. El destino neurótico o no de los vínculos que el sujeto establece queda en segundo término cuando el problema mismo es el logro d
e un vínculo cualquiera con el otro. El hecho mismo del apego empieza a parecer problemático, tomando las clasificaciones que sus teóricos han desarrollado. Pienso que ello se debe fundamentalmente al hecho de que la vinculación al otro ha estado demasiado supeditada a la dialéctica del deseo y su realización o frustración, de manera que era tanto más importante la problemática del deseo y sus avatares, que el reconocimiento del otro, condición basal de cualquier problemática libidinal.

13. Last but not least, la relectura de algunos principios fundamentales que parecen inamovibles como la homeostasis [26] concepto empleado por los psicoanalistas de modo paradójico, pues si bien desde Claude Bernard se concibe como la posibilidad de un sistema de estar abierto a los cambios del exterior sin que estos provoquen demasiadas oscilaciones en el interior de un organismo, que permanece así constante, los analistas lo han convertido en una especie de entropía [27] , una tendencia a la extinción, en lugar de un modelo para mantener un equilibrio dinámico con el medio. La consideración del ser para la muerte o del ser para la vida, obviamente se encuentra en el fondo de esta conceptualización.

[1] Sopena, C.: Nuevas patologías. Serie: Freudiana (XLIV). Internet

[2] Kristeva, J.: Nuevas enfermedades del alma. Cátedra, Madrid …

[3] McDougall, J.: Alegato por una cierta anormalidad.

[4] Rodulfo, R.: El psicoanálisis de nuevo…..

[5] Green, A.: Narcisismo de vida, narcisismo de muerte. Amorrortu. Buenos Aires, 1993.

[6] Kohut, H.: “Análisis del self. El tratamiento psicoanalítico…” Amorrortu. Buenos Aires, 1992.

[7] Roussillon, R.: “Paradojas y situaciones fronterizas del psicoanálisis”. Amorrortu. Buenos Aires, 1995.

[8] Kernberg O.: Severe Personality Disorders: Psychotherapeutic Strategies. New Haven and London: Yale Univ. Press. 1992.

[9] Pues como nos recuerda Nasio el inconsciente y la transferencia en el análisis son homeomorfos.

[10] Kancyper, L.: El complejo fraterno. Estudio psicoanalítico. Lumen. Buenos Aires, 2004.

[11] Drama e Identidad. La filosofía y su sombra… ambos editados por Seix Barral.

[12] “Hamlet may appear as the model of the modern (introverted, brooding, indecisive) intellectual, the myth of Hamlet is older than that of Oedipus. The elementary skeleton of the Hamlet narrative (the son revenges his father against the father’s evil brother who murdered him and took over his throne; the son survives the illegitimate rule of his uncle by playing a fool and making «crazy» but truthful remarks) is a universal myth found everywhere, from old Nordic cultures through Ancient Egypt up to Iran and Polynesia”. Zizek, S.: Del mito al agape. JEP – Number 8-9 – Winter-Fall 1999

[13] En el mismo suelo que Edipo rey hunde sus raíces otra de las grandes creaciones trágicas, el Hamlet de Shakespeare. Pero en el diverso modo de tratar idéntico material se manifiesta toda la diferencia de la vida anímica en esos dos períodos de la cultura, tan separados en el tiempo: se muestra el progreso secular de la represión en la vida espiritual de la humanidad. En Edipo, como en el sueño, la fantasía del deseo infantil subterráneo es traída a la luz y realizada; en Hamlet permanece reprimida, y sólo averiguamos su existencia -las cosas se encadenan aquí como en una neurosis- por sus consecuencias inhibitorias. Cosa extraña: quedarse totalmente a oscuras acerca del carácter del héroe en nada perjudicó el efecto subyugante del más reciente de esos dos dramas. La pieza se construye en torno de la vacilación de Hamlet en cumplir la venganza que le está deparada; las razones o motivos de esa vacilación, el texto no los confiesa; tampoco los ensayos de interpretación, que son tantos y tan diversos, han podido indicarlos. Según la concepción abonada por Goethe, y que es todavía hoy la prevaleciente, Hamlet representa el tipo de hombre cuya virtud espontánea para la acción ha sido paralizada por el desarrollo excesivo de la actividad de pensamiento («debilitada por la palidez del pensamiento»). Otros sostienen que el poeta quiso pintar un carácter enfermizo, irresoluto, que cae en el campo de la neurastenia. Pero la trama de la pieza nos enseña que Hamlet en modo alguno se presenta como una persona incapaz para cualquier acción. Por dos veces lo vemos entrar en acción, una llevado por un súbito estallido de furia, cuando se abate sobre el que lo espía escondido tras los tapices, y la otra con un plan meditado, y aun pérfido, cuando con el total desprejuicio de un príncipe del Renacimiento brinda a los dos cortesanos la misma muerte que habían maquinado para él. ¿Qué lo inhibe, entonces, en el cumplimiento de la tarea que le encargó el espectro de su padre? Aquí se nos ofrece de nuevo la conjetura: es la particular índole de esa tarea. Hamlet lo puede todo, menos vengarse del hombre que eliminó a su padre y usurpó a este el lugar junto a su madre, del hombre que le muestra la realización de sus deseos infantiles reprimidos. Así, el horror que debería moverlo a la venganza se trueca en autorreproche, en escrúpulo de conciencia: lo detiene la sospecha de que él mismo, y entendido ello al pie de la letra, no es mejor que el pecador a quien debería castigar. De tal modo he traducido a lo conciente aquello que en el alma del protagonista tiene que permanecer inconciente; si alguien quiere llamar histérico a Hamlet, no puedo yo sino admitirlo como la consecuencia de mi :Interpretación. A ello conviene muy bien la repugnancia por lo sexual que Hamlet expresa en el coloquio con Ofelia, esa misma repugnancia que en los años siguientes se apodera cada vez más del alma del poeta hasta alcanzar su expresión culminante en Tímón de Atenas. Desde luego, no puede ser sino la vida anímica del propio creador la que nos sale al paso en Hamlet; de la obra de Georg Brandes sobre Shakespeare ( 1896) tomo la noticia de que el drama fue escrito inmediatamente después de la muerte de su padre (en 1601), y por tanto en pleno duelo, en la revivencia -tenemos derecho a suponerlo- de los sentimientos infantiles referidos a él. También es sabido que un hijo de Shakespeare muerto prematuramente llevaba el nombre de Hamnet (idéntico a Hamlet). Si Hamlet trata de la relación del hijo con los padres, Macbeth, escrito por esa misma época, aborda el tema de la esterilidad. Así como cualquier síntoma neurótico, y también el sueño, son susceptibles de sobreinterpretación -y aun esta es indispensable para una comprensión plena-, de igual modo toda genuina creación literaria surgirá en el alma del poeta por más de un motivo o incitación y admitirá más de una int
erpretación. Aquí sólo he ensayado interpretar el estrato más profundo de las mociones que se agitaban en el alma del creador.( Freud, S.: la interpretación de los sueños)

[14] También en mí he hallado el enamoramiento de la madre y los celos hacia el padre, y ahora lo considero un suceso universal de la niñez temprana, si bien no siempre ocurre a edad tan temprana como en los niños hechos histéricos. (Esto es semejante a lo que ocurre con la novela de linaje en la paranoia: héroes, fundadores de religión.) Si esto es así, uno comprende el cautivador poder de Edipo rey, que desafía todas las objeciones que el intelecto eleva contra la premisa del oráculo, y comprende por qué el posterior drama de destino debía fracasar miserablemente. Nos rebelamos contra toda compulsión individual arbitraria [de destino], como la que constituye la premisa de Die Ahnfrau [de Grillparzerl, pero la saga griega captura una compulsión que cada quien reconoce porque ha registrado en su interior la existencia de ella. Cada uno de los oyentes fue una vez en germen y en la fantasía un Edipo así, y ante el cumplimiento de sueño traído aquí a la realidad objetiva retrocede espantado, con todo el monto de represión {esfuerzo de desalojo y suplantación} que divorcia a su estado infantil de su estado actual.

Fugazmente se me ha pasado por la cabeza que lo mismo podría estar también en el fundamento de Hamlet. No me refiero al propósito conciente de Shakespeare; más bien creo que un episodio real estimuló en él la figuración, así: lo inconciente dentro de él comprendió lo inconciente del héroe. ¿De qué manera justifica el histérico Hamlet su sentencia: «Así es como la conciencia {moral} hace de todos nosotros unos cobardes», de qué manera explica su vacilación en vengar al padre matando a su tío ese mismo Hamlet que sin reparo alguno envía a sus cortesanos a la muerte y asesina sin ningún escrúpulo a Laertes?. No podría explicarlo mejor que por la tortura que le depara el oscuro recuerdo de haber meditado la misma fechoría contra el padre por pasión hacia la madre, y «trátese a cada hombre según se merece, y ¿quién se libraría de ser azotado?». Su conciencia es su conciencia de culpa inconciente.(Freud, S.: Correspondencia con Fliess. Carta 71)

[15] Green, A.: La madre muerta en “ Narcisismo de vida, narcisismo de muerte”. Amorrortu. Buenos Aires, 1993.

[16] Bloom, H.: “Shakespeare. La invención de lo humano”. Anagrama, Barcelona, 2002.

[17] Bruckner, P.: “La tentación de la inocencia”. Anagrama. Barcelona, 1996.

[18] Como denunciaba Tzvetan Todorov en su pequeño y hermoso libro “Los abusos de la memoria” Paidós, Barcelona, 2003. Dice en este texto: “el individuo que no consigue completar el llamado período de duelo… que sigue viviendo su pasado en vez de integrarlo en el presente… es un individuo al que evidentemente hay que compadecer y ayudar… El grupo que no consigue desligarse de la conmemoración obsesiva del pasado… merecen menos consideración: en este caso, el pasado sirve para reprimir el presente, y esta represión no es menos peligrosa que la anterior… sacralizar la memoria es otro modo de hacerla estéril.”

[19] Bodei, R.: Pensar el futuro: Individualismo y valores morales de la sociedad contemporánea, en “Pensar el presente 1”. Cuadernos del Círculo. Francisco Jarauta (comp).

[20] Benjamin, J.: Los lazos del Amor. Psicoanálisis, feminismo y el problema de la dominación. Paidós: Psicología profunda 1996.

[21] Jacques André: los orígenes femeninos de la sexualidad. Síntesis, Barcelona, 2005.

[22] Hentsch, T.: “Penser la violence: violence identitaire et violence instrumentale” en Penser la violence , Table_Ronde Julien Bigras, Société Psychanalytique de Montreal, 10 fevrier 1995.

[23] Remito a la controversia fundamental entre Green y Stern: el bebé clínico versus el bebé observado

[24] Steiner, G. Nostalgia de lo absoluto. Siruela. Madrid, 2001

[25] Como señala A. Macintyre en su trabajo “Animales racionales”.

[26] El concepto de homeostasis fue introducido por primera vez por el fisiólogo francés del siglo XIX Claude Bernard, quien subrayó que «la estabilidad del medio interno es una condición de vida libre». Para que un organismo pueda sobrevivir debe ser, en parte, independiente de su medio; esta independencia está proporcionada por la homeostasis.

[27] La entropía puede ser intuitivamente entendida como el grado de ‘desorden’ en un sistema. En la teoría de la información la entropía de un mensaje es igual a su cantidad de información media.

[i] El subrayado es mío.