Identidad nacio(m)al: Reflexiones a la luz de lo transgeneracional.
Pablo J. Juan Maestre.
VI jornada del CPM. Madrid Octubre 2014
“En la literatura, como en la vida real, las identidades son porosas y cambiantes…
Cuando parece que toca, según una vieja tradición muy hispánica, celebrar de nuevo las purezas de sangre, yo prefiero recordar las fértiles complejidades de la mezcla”
Muñoz Molina al recoger el premio Liber 2014 en Barcelona. 6 de Octubre 2014.
I. La Identidad y el Psicoanálisis.
II. Identidad personal e Identidad nacional.
III. Europa y los otros.
IV. Lo transgeneracional y nosotros los españoles.
V. Edward Said, Freud y Moises.
VI. Termino ya.
I. La Identidad y el Psicoanálisis.
Freud nació en Freiber, Moravia, que, en ese momento, formaba parte del antiguo Imperio Austríaco y que actualmente es llamada Prívor y forma parte de la República Checa.
Su nombre era inicialmente Sígismund y su padre le añadió un segundo nombre en una biblia hebrea, nombre que nunca usó: Salomón.
Sigismund se cambió el nombre a los 19 años y empezó a firmar como Sigmund, nombre que ya no abandonaría.
Recapitulemos. Cual era la nacionalidad de Freud?, cual era su identidad nacional?, tenía Freud identidad nacional? Era Freud austriaco, checo, judío?. Sigismund, Salomon, Sigmund? Tenía Freud una identidad como perteneciente al pueblo judío?
Otros pensaron de esto último que sí, que Freud era judío, y quemaron sus libros y el mismo Freud dijo que algo habíamos avanzado al librarse de ser quemado cuando aún no sabía que algunas de sus hermanas y parte de su pueblo no tuvieron tanta suerte.
Los que quemaron sus obras fueron hombres pertenecientes a un pueblo con una fuerte identidad nacional, una muy fuerte identidad, unos hombres, un pueblo, con un líder carismático que resumía bien en su figura lo que Freud había escrito sobre los líderes en su imprescindible y visionario trabajo “Psicología de las masas y análisis del yo”.
Sigmund Freud nació judío pero nunca práctico la religión, aunque se sentía orgulloso de su cultura y formo parte de un club de hombres judíos y al final de su vida hizo un trabajo en el cual mostraba al fundador del pueblo judío, Moisés, como un no judío, un egipcio, y contó cómo le molestó que su padre se bajase de la acera y no defendiera su lugar al ser tildado de judío.
Era Freud austriaco? checo?, o será alemán por la lengua en la que escribió?, judío por haber nacido en una familia hebrea?. Qué pensaba Freud de la identidad y que pensamos hoy los psicoanalistas de los pueblos y de su identidad como tales.
Qué tiene para nosotros el valor suficiente para que luchemos por no perderlo y qué nos parece que debemos luchar por conseguir que no continúe y se perpetúe?. Tenemos los psicoanalistas algo que decir al respecto?.
Existe una identidad analítica que nos diga que debemos pensar al respecto?.
A la ultima pregunta puedo responder ya de entrada que no y si la hay yo no la conozco después de muchos años en este oficio, no existe una doctrina analítica clara que todos compartamos sobre el asun
to.
Y esto, lejos de ser un problema, es para nosotros un valor.
Cada uno de nosotros sabe que tiene que repensar los conceptos con los que trabajamos para apropiárselos y usarlos entonces de un modo personal.
No hacemos con nosotros algo distinto de lo que le pedimos a los pacientes: subjetivice, piense por si mismo, encuentre sus soluciones personales, encuentre que le mueve, su deseo, y póngase a trabajar para conseguir ser usted.
Nosotros hacemos igual, no partimos tampoco de cero, como no parte de cero el paciente, pero hacemos nuestro recorrido y salimos con nuestra identidades profesionales.
Por otra parte y tomando la otra punta de estas jornadas, la psicología de las masas, Freud escribió un texto capital para entender el funcionamiento de los grupos, pero creó un comité secreto para dirigir el destino de su obra no confiando en los modos democráticos de los grupos.
Esto creó en el seno del psicoanálisis un modo de hacer que terminó anquilosando al movimiento, y a costa de mantener una fuerte identidad freudiana, fue dejando en la cuneta durante décadas, valiosísimas aportaciones, léase por ejemplo el caso Ferenczi, al que no se dudó en tachar de loco, al más puro estilo estalinista, para ocultar sus teorizaciones que se creía, porque así lo decidieron interesadamente algunos, divergían de las de Freud, aunque el mismo Freud se encargó de dialogar post morten con él de un modo mucho más respetuoso y amistoso del que nos hicieron siempre creer.
Ese funcionamiento, propiamente de secta, creó todo un estilo que se desplazó luego a las mismas instituciones psicoanalíticas, dejando el peso de la continuidad en unos procesos burocráticos, más que en la confianza en los innovadores y los nuevos talentos que pudieran ir surgiendo. El caso de Lacan es paradigmático en esto.
Pero tuvimos suerte y a pesar de ello el psicoanálisis no se detuvo, y lo que comenzó siendo en muchos casos transgresivo, ha acabado por convertirse en cotidiano o cuanto menos en aceptable.
II. Identidad personal e Identidad nacional.
Volviendo al concepto de identidad nacional, después de esta digresión por la nuestra, se podría decir que bien es verdad que el deseo del hombre, de dotarse de una identidad firme y segura, es tan antiguo como la misma historia de la humanidad.
Que la identidad comienza a forjarse en la familia, sigue en la escuela y en el trabajo, pero qué ocurre cuando el trabajo no es fijo, la escuela no educa y la familia se descompone?
En este sentido quizás los hikikomori japoneses, esos jóvenes adolescentes y no tan adolescentes, enclaustrados voluntariamente en sus habitaciones, sean muestra de los tiempos líquidos que nos ha tocado vivir.
Muchas son las dificultades de dotarse de una identidad sólida, una identidad que pretende que el sujeto se sienta bien consigo mismo, donde a sea igual a a’, donde lo que cuente para ello, lo importante, sea tener fuerte la autoestima, un buen narcisismo y un pensarse completo.
Pero nosotros sabemos que ese pensarse, mirarse y verse completo, es algo en relación al estadio del espejo de Lacan.
Es el mismo Lacan (1) el que nos explica la primera identificación del niño con su imagen, el júbilo que ello le provoca al sacarle del marasmo de creerse con un cuerpo no unificado, pero es también él, Lacan, el que nos enseña a no engañarnos y nos enseña a ver esa completud supuesta en relación a un estado de alienación del infans con el espejo. El júbilo del bebé que se identifica con su imagen en el espejo es el índice de nuestra alienación estructural.
Lastima que ese núcleo identitario que nos hacía creernos completos y libres, que nos dotaba de entendimiento y libre arbitrio, se reduce en el psicoanálisis a una visión imaginaria, y cuanto menos a una identificación con el otro, el semejante que “nos presta” su imagen en el momento de máxima dependencia, la madre.
Esto último es nuestro drama, y nuestra fuerza, construirnos a través de la mirada de otro, de su sostén y como fruto de las distintas identificaciones que de él hacemos incorporando en nosotros parte de lo que amamos en él.
Nos constituimos por la bondad de otros que nos insuflan el hálito vital humano, y con los que nos identificamos creando nuestras imaginarias sólidas identidades.
Ya Marcelo Viñar
(2), en el Congreso de la IFPS de Santiago de Chile en Octubre de 2008 dedicado a “Identidad y Globalización: los nuevos desafíos del Psicoanálisis” decía: “¿De qué hablamos cuando hablamos de identidad? ¿De esencias invariantes y fijas como cuando decimos madera, metal, vidrio, agua?”.
Y continuaba:
“Es menester despejar el error radical de ese enfoque, la noción de identidad no es la misma en ciencias de la naturaleza que en la disciplinas del sujeto, las ciencias humanas.
La tentación de un tobogán hacia una fijeza (parmenidea) de cualidades o atributos estables, es un camino más o menos tortuoso de la taxonomía que terminan llevándonos a la xenofobia y por su intermedio al campo de concentración o al manicomio. (Ya) El xenófobo es un taxonomista, un clasificador”.
Y terminaba diciendo:
“(Ya que) La identidad como punto fijo o invariante lleva al substancialismo de las ciencias naturales… y para explorar ese universo insondable que llamamos identidad, o naturaleza humana o condición humana, hay que despojarse de esa fijeza esencialista.”.
Nos movemos entonces con un deseo de completad que avanza con insuficientes medios de defensa, no tenemos solidez sobre la que situarnos, no nos extrañemos entonces de que el deseo mismo implique angustia, como señala Jean Allouch (3), aunque no olvidamos que ello implica liberarnos de esa fijeza. Es por medio del deseo preñado de angustia que salimos de la búsqueda de una firme identidad que nos podría llevar llevar, en el peor de los casos, al manicomio o a la xenofobia.
Pero son tiempos estos donde, como dice Bauman (4), la libertad prima sobre la seguridad, el principio de placer sobre el de realidad, aunque la cosa se ha movido tanto hacia el extremo supuestamente libertario, que el vértigo sentido por la ausencia de seguridad es mucho y el péndulo ha vuelto a girar, pero todos sabemos que la solución no está en el otro extremo, que placer y realidad se complementan como seguridad y libertad y que el justo medio no es alcanzable más que en un momento preciso en cada vuelta del péndulo.
Pero, si no hablamos de algo fijo cuando hablamos de identidad, de qué hablamos?, quizás estemos hablando de “la significación, [de]) el trabajo psíquico de apropiación de sentido, [de] la búsqueda y apropiación de sentido, [y de que dicha búsqueda] es perpetuo, interminable y faltante.” como señalaba el mismo Viñar.
Y entonces, la identidad, entendida como lo propio, tendría que ver con un trabajo permanente, perpetuo, interminable y faltante y en permanente conflicto.
Tener que estar en permanente búsqueda es un tanto conflictivo, pero el mismo Freud no dejó nunca de proponer duplas en conflicto como parte fundamental de lo que nos constituye como humanos, esa es nuestra identidad, el conflicto permanente que se resuelve momentáneamente para volver a plantearse, al punto, en sucesión imparable, y no será cuestión de quedarse fijado en un punto, victoria que será siempre pírrica, dado que aparecerá otro contrario para seguir el conflicto imperecedero que es la vida misma.
Pero, ahora bien, ese conflicto hay que asumirlo, no olvidarlo, reprimirlo, anularlo, disociarlo o forcluirlo porque como dice Lacan (5) :
“Cuando el hombre olvida que es el portador de la palabra, no habla. [Y] Es, en efecto, lo que ocurre: la mayoría de la gente no habla, repite, lo que no es para nada lo mismo. [Y] Cuando el hombre no habla, es hablado”
Como ven, hasta a los analistas nos cuesta encontrar palabras propias para decir lo que pensamos y buscamos palabras de autoridad para validar lo que decimos, nos cuesta hablar por nosotros mismos, pero no se trata, no se equivoquen, de una cuestión de afiliación, por lo menos intentamos que no lo sea, sino de filiación. Escuchamos a nuestros mayores y aprendemos de ellos para poder seguir diciendo.
En cualquier caso, volviendo a la identidad nacional, y frente a las propuestas de identidad nacional que prosperan en las regiones de nuestra vieja Europa, que algunos temen que terminen por desgajar a la nueva Europa, algunos proponen un europeismo salvador para salir de un provincianismo que sienten como anquilosante, pero déjenme contarles una historia, una historia sobre Europa.
III. Europa y los otros.
Una historia contada en un libro titulado con una frase de la novela “El corazón de las tinieblas” de Josep Conrad, una frase que el Coronel Kurtz de Coppola podría haber dicho en lugar de “el horror, el horror”, la frase y título del libro es “Exterminad a todos los salvajes”.
Exterminad a todos los salvajes es un libro del periodista y reportero sueco Sven Lindqvist (6), que comienza con otra frase que es a la vez una provocación, y una exposición de principios: “Tú ya sabes lo suficiente. Yo también lo sé. No es conocimiento lo que nos falta. Lo que nos hace falta es coraje para darnos cuenta de lo que sabemos y sacar conclusiones”.
La ruta que empieza a partir de ahí en el texto, es un recorrido por el África subsahariana de hoy, escrito con pinceladas de la alegría de su gente y también de la violencia y la miseria material y mental que hunde al continente.
El relato de este viaje va intercalado, en secciones cortas que no ocupan más de una página, con Historia, historias, análisis y materiales de fuentes diversas que sostienen el porqué del terrible título del libro.
Y este es, resumiendo, que Europa asentó su proyecto de modernidad, después su revolución industrial y finalmente su proyecto imperialista, no sólo en el dominio y colonización de los pueblos que se le presentaban ante ella llamándoles “primitivos”, sin ningún respeto por su alteridad, sino que el proyecto central de toda esa conquista era el exterminio.
Que no hubo excesos sostiene el autor: que el exterminio era un plan.
Para demostrarlo acude a la historia de la biología y de la antropología de la época, a textos escolares, a los diarios de viajeros, a documentos oficiales y al planeamiento y ejecución de campañas militares “civilizadoras” qu
e van construyendo un panorama desolador: no hubo errores ni accidentes, la situación desesperada del África actual es la perfecta consecución del proyecto de aplastamiento del “otro”, resultando esto la otra cara de la moneda del desarrollo de los europeos y norteamericanos, así hasta los actuales niveles de abundancia y democracia.
Charles Darwin y otros dieron sostén y respetabilidad científica al exterminio, y Joseph Conrad lo percibió en todo su horror. Ellos y otros intelectuales son testigos en el juicio implacable que el autor nos hace, juicio a esa “razón exterminadora”.
Más aún sostiene el autor, La “solución final”, esa que no se conformó con quemar libros, tuvo, tiene su corazón, su núcleo, su impulso, en esa razón exterminadora de los europeos en Africa.
La “acción civilizadora” acabó por atacar al mismo corazón de la misma Europa. Todas las acciones devastadoras fuera del continente europeo “abonaron el estercolero donde creció el árbol maldito del nazismo”.
Y es que así es también como de chicos nos apropiamos de todo lo que amamos, colocamos fuera de nosotros todo lo que odiamos, somos incapaces de incorporar y querríamos acabar con ello.
Entonces pues, si Lindqvist tiene razón, no es un europeismo a la antigua usanza lo que nos va a salvar del provincianismo y de los nacionalismos al uso, dado que ese europeismo bebe de las mismas fuentes que el más rancio de los provincianismos: el colocar afuera el mal, el proyectar en el otro la parte odiada de uno mismo. Ese europeismo anima el provincianismo defensivo frente al multicuturalismo.
De ese modo, con ese afán ciego europeísta solo se trataría como dice Christopher Bollas (7) de “continuar en esa forma de fragmentación del ego por la que un yo reside cómodamente dentro de un solo fragmento de si mismo, con el fin de que no le perturben las otras partes (suyas) del conjunto”.
Parece que estuviéramos traumatizados, que un dolor lacerante del que no tenemos nombre nos moviera a buscar solución a problemas para los que no tenemos salida, y entonces elegimos al modo en que lo hace la tendencia, la tendencia natural en estos casos, que es salir del trauma reuniéndonos alrededor de un objeto al que odiar.
La identificación con el agresor de Ferenczi (8), el núcleo tóxico del otro en nosotros, parece haber tomado el control de toda nuestra personalidad.
IV. Lo transgeneracional y nosotros los españoles.
Llego ya al título de esta comunicación y bajaré un escalón desde la vieja Europa a nuestro país, para hablar ahora del trauma, del trauma en nuestro país, del gran trauma histórico que arrastramos desde una guerra civil cuyas consecuencias se han escondido, elidido, anulado, negado, tapado e intentado reprimir, cuando no directamente forcluir. No solo sus consecuencias, sino también sus víctimas, recuerden cuantas cunetas de nuestras carreteras son aún hoy tumbas sin nombres.
Y tengo la impresión, con otros, que existe un trauma histórico que se ha convertido en transgeneracional, que atraviesa ya a varias generaciones y del que formamos parte muchos de nosotros y que dicha falta de resolución ha provocado en todos indecibles, innombrables e impensables, al modo que los estudian y presentan Nicolás Abraham y María Torok (9), o Tisseron(10).
Estos autores sostienen en sus trabajos que los defectos en la transmisión de la historia, en las primeras generaciones, provoca secretos “inconfesables”, vergonzantes, que devienen en duelos indecibles que instalan una “cripta” en el inconsciente, Duelos que al no poder ser representables porque que no se habla de ellos, se fantasmatizan y provocan síntomas inexplicables que se van trasladando de generación en generación, convirtiendo lo que par
a la primera generación fue un indecible, en innombrable en la segunda y en impensable en la tercera.
Como ven, cosas silenciadas son transmitidas en “bruto”, sin haber sido transformadas, simbolizadas, metabolizadas. Francoise Doltó decía que los padres comieron uvas verdes y los hijos sacaron dentera.
“Cuando la narración no existe y aparece el silencio como un agujero en el texto de los padres, brota la repetición traumática en algunos de sus hijos y sus descendientes.
Repetición que evidencia que, si en la historia familiar esa sombra circula sin encontrar la posibilidad de palabra en una generación tiende a repetirse en las posteriores… borrando las diferencias que una transmisión lograda propiciaría”. (…)
“Y Lo traumático no se transmite con síntomas, sino con identificaciones inconscientes con el sufrimiento parental, porque faltan las palabras para decir y lo no dicho es la vía regia para que lo no resuelto por una generación pase a lo siguiente.”
Estos defectos de transmisión provocan agujeros psíquicos y vacíos de identidad.
Dado que una transmisión lograda ofrece a quien la recibe un espacio de libertad y una base segura (Jacques Hassounse), se acuerdan de la libertad y seguridad de Bauman? Pues bien, esa libertad y esa base segura permiten abandonar el pasado para mejor reencontrarlo.
Volkan, nombrado por Teresa Morandi (11) , es aún más concreto y dice que “la representación mental de un hecho negativo en la historia de un grupo grande en el cual se vivió una perdida catastrófica, humillación y abandono por parte de otro grupo grande”, genera lo que el llama un trauma escogido, un trauma insoportable en el que se ven involucradas segundas y terceras generaciones, de tal modo que las imágenes dañadas de los padres viven a través de la de los hijos, y estos inconscientemente asumen tareas de reparación que no les pertenecen: vergüenzas, humillaciones y duelos por las pérdidas asociadas al trauma.
Pero estos autores creen, y yo coincido con ellos, que somos fruto de un pasado no tramitado. No habría entonces que haber empezado, antes de repartir el pastel en autonomías como reinos de taifas; no habría que haber dedicado un tiempo a restañar viejas heridas, a desenterrar innumerables “indecibles, innombrables e impensables”?, estaremos aún a tiempo?
Estaremos, como sociedad que viene de una guerra con muertos aún enterrados en las cunetas, ante un duelo no elaborado, una cripta, un fantasma que nos impide con libertad y base suficiente, desprendernos del pasado?.
Ya que aquello que se trasmite funda lo psíquico y otorga identidad (Morandi), una identidad como marcas o características singulares – no fijas, pero marcas propias- que pueden compartirse con otros, y si lo transmitido está mal tramitado, no estaremos ante reivindicaciones identitarias que sean fruto de esa mala transmisión? No habrá primero que resolver ese pasado mal tramitado, esa guerra no enterrada, esa transición mal hecha, ese mirar a otro lado que de nada nos ha servido?
Y cuando me refiero a reivindicaciones identitarias no me refiero solo a las de las nacionalidades chicas, también pongo en la misma serie a la nación, una, grande y libre que derrotó a la otra más moderna y avanzada que aquella.
Cuando se transmite como una carga, la de “superar las cuestiones que quedaron en suspenso en el inconsciente de sus padres y ancestros” (Tisseron), esas huellas que no encuentran ni alcanzan representación simbólica, se legan como herencia con toda su capacidad traumática.
Esta caracterización, permite analizar cómo un acontecimiento traumático vivido por la primera generación, puede afectar psíquicamente a las posteriores generaciones qu no han directamente el impacto de las violencias.
Habría que intentar, como dice Edward Said, del que luego les contaré otra historia; hay que intentar una visión basada en la inclusión y la igualdad, en lugar de la exclusión y el apartheid, para que el futuro no esté ya escrito sino por escribir.
Mi colega y amiga Jorgelina Rodriguez O´Connor (12), en las II Jornadas del CPM ya decía que había que migrar en la identidad y yo con Bollas añadiría que debemos cultivar una subjetividad escrupulosa, no complaciente ni resentida. Una identidad migratoria, perteneciendo al menos a dos culturas, a dos pueblos, a dos espacios.
Pero como dice Said:
“la mayoría de la gente solo tiene conciencia de pertenencia a una cultura, a un único lugar y a un único hogar; los exiliados tenemos conciencia de pertenecer al menos a dos, y esta pluralidad de visión da origen a una conciencia de dimensiones simultáneas, una conciencia que, en términos musicales, es “contrapuntística”. Para un exiliado la vida cotidiana, la expresión o la actividad de un nuevo entorno, suceden inevitablemente frente al recuerdo de todas esas cosas en otro entorno”.
¿Y no somos todos nosotros unos exiliados? Del lugar materno en lo singular, pero también de nuestras pequeñas tierras de las que nos sacó el franquismo nacionalista, con aquella manía por la construcción de una grande y libre que negaba todas nuestras otras patrias, nuestros terruños, nuestros provincianismos que vuelven con fuerza al haber sido reprimidos?
Igual que hay trasladarse del orden materno al orden paterno, del mundo sensorial de la infancia al orden simbólico del lenguaje, esta puede ser nuestra primera percepción del exilio. Desde esta perspectiva todos somos, en cierto modo, exiliados; tal vez por eso, incluso aquellos que no hemos compartido el terrible destino de los que han sido expulsados de su hogar, somos capaces de comprender su suerte por empatía … si la tenemos. Si las neuronas espejos que nos tocaron fueron las suficientes, si no, creo que no.
Y de qué dependen las neuronas espejo, de qué depende la empatía, ese poder ponerse en el lugar del otro, sino del haber sido capaz de salir de la imagen jubilosa del espejo que conforma el yo, habiendo podido pasar primero por el rostro de la madre y volviendo luego la mirada a otros que nos habitan y a los que estamos obligados a reconocer si queremos no expulsarlos afuera contaminando la imagen del otro.
V. Edward Said, Freud y Moises.
Les cuento ya la otra historia.
Edward Said (13) fue llamado a Viena a dar una conferencia en el Museo Freud, una conferencia que haría girar sobre el problema de la identidad en Freud a través del texto del Moises, que llamaría “Freud y los no europeos”. Said no pudo dar esa conferencia porque era palestino y fue vetado por el estado de Israel. Londres vino entonces al rescate, como hizo con Freud en su momento, y allí pudo dar su conferencia.
Este episodio me recuerda otro sucedido hace unos días con uno de mis escritores favoritos, Sanchez Piñol, al que se le cerraron la puertas del Instituto Cervantes en Utrecht (14) por razones ideológicas, olvidando que el mismo Piñol confesó haber empezado esa obra que iba a glosar la derrota de Cataluña y la caída de Barcelona, en catalán, pero cuenta el mismo Piñol que pasó a escribirla en castellano a partir de la página 50, porque la cosa no le funcionaba en catalán, y de ahí en más construyó un fresco histórico bastante creíble hasta la última página en castellano. Y esto es lo importante aquí, el cómo los responsables del Instituto Cervantes olvidaron que esa obra, hable de lo que hable, fue escrita en castellano porque funcionaba mejor, y olvidaron que ellos son garantes de una lengua y no de otra cosa.
Piñol es buen ejemplo de lo que intento traer aquí, de ese multiculturalismo que nos invade, afortunadamente, a los que vivimos el conflicto de un territorio en permanente exilio de nosotros mismos.
Sí, porque es un conflicto vivir en una tierra como la mía de habla valenciana y estar inmerso en un pueblo que solo habla castellano, y no por descender de aragoneses como de chico se me hizo creer, sino por haber dejado de hablar la lengua autóctona por vergüenza, porque los servicios administrativos de la capital del reino instalados en mi pueblo, llevaron a los paisanos a hablar castellano para avenirse con las autoridades y con los que bajaban de la meseta por el camino real. ¿Y ahora? ¿no somos valencianos por no hablar la lengua?, ¿tendremos que aprenderla como el paso de la oca? Yo opté por exiliarme en parte y trabajar en Murcia.
Porque también es un conflicto descender de un abuelo que tuvo que exiliarse a Casablanca en la Guerra Civil, dado que los rojos de mi tierra le querían dar el paseíllo por ser empresario y cuando vuelve, en un féretro, los nacionales le ponen una multa post morten por haber sido republicano y masón. Multa que su mujer, mi abuela, pagó religiosamente, haciéndose a la vez tremendamente religiosa como formación reactiva y protección. ¿No es un conflicto el que uno de sus vecinos más cercanos fuera el que le acusara? ¿Y no saber nada de todo esto y tener que arrancar la historia en la adultez, para recomponer un pasado no tramitado? Dejo los ejemplos personales aquí, aunque, como dice Laplanche: el ejemplo es la cosa.
Volvamos a Said y a Freud. Dice Freud cuando comienza su estudio de Moisés, y así lo recuerda Said, que él va a atreverse a despojar a un pueblo del más grande de sus hijos – Moisés – y que si ello hace lo hace por mantener una verdad, no se anda con chiquitas dice Said, por mantener una verdad mucho más importante que los “pretendidos intereses nacionales”.
Y cuenta esa paradoja que todos conocen, un pueblo fundado por un extranjero, por un egipcio y sostiene su tesis contra viento y marea. Planteando entonces que la identidad no puede concebirse, ni funcionar como algo puro, sino como una “perturbadora y desestabilizadora herida secular, esencia de lo cosmopolita, y de la que no existe reparación posible”, tomando la identidad ese sentido no resuelto que Freud nos legó.
Ese es el legado freudiano. A raíz de la relación parcial, fragmentada, perturbada y en ocasiones, de rechazo, que Freud mantiene con su propia “judeidad”, él puede proporcionarnos un modelo del concepto de identidad en el mundo moderno.
Freud no ofrece consuelo ni utopía, sino una fisura o herida en el corazón de la identidad colectiva, anunciándonos, en el ámbito de lo político, lo que Freud con tanta frecuencia expuso a sus pacientes: aprended a vivir sin ficciones consoladoras, porque en la muerte de esas fantasías entumecedoras y peligrosas reside vuestra única esperanza. Estamos hablando no de identidades de una pieza, ni siquiera divididas, sino de algo así como de identidades fragmentadas (Jacqueline Rosé).
Esto me recuerda el arte tradicional japonés de reparación de cerámica, llamado Kintsugi y que consiste en reparar la cerámica rota con una adhesivo fuerte, rociado, luego, con polvo de oro.
Y es que los japoneses cuando un objeto ha sufrido un daño consideran que es algo que tiene entonces una historia y para ellos se vuelve más hermoso, y por ello cuando reparan los objetos dañados -un jarrón, una taza, un plato- enaltecen la zona dañada rellenando las grietas con polvo de oro, el resultado es que la cerámica, no solo queda reparada, sino que es aún más fuerte que la original. Ellos en lugar de tratar de ocultar los defectos y las grietas, los acentúan
y celebran, ya que ahora se han convertido en la parte más fuerte de la pieza.
VI. Termino ya.
Identidades fragmentadas, incompletas, múltiples, multívocas, sobreinclusivas, mestizas, facetadas, si somos capaces de sobreponernos a las heridas narcisistas que ello supone, si tratamos bien las heridas, nos hacemos más fuertes. Resiliencia le llaman algunos a esto. Si por el contrario reprimimos, tapamos, negamos, anulamos, disociamos nuestras fracturas, acabaremos creando un resultado dogmático y engañoso, como el niño lacaniano que se mira en el espejo y cree jubiloso tener un cuerpo unificado al que nada puede afectar, olvidando que es su madre la que con su mirada lo sostiene y lo completa, y que deberá exiliarse de ella y sufrir el trauma de la pérdida que le abra a la vida y al deseo.
Pues bien, fragmentados, traumatizados en nuestras identidades, solo nos cabe abrirnos al deseo, no de retorno al vientre materno, sino de proyectarnos en un cosmopolitismo, que aunque no llegue, sea muestra de la “desesperanza en la perdida de esperanza» en la que nos encontramos. La sobreinclusión, el salir de lo fálico y lo castrado como única solución y que bien mirado corresponde solo a un momento de la fase fálica, el asumir que el mundo no está compuesto de ceros y unos, de opuestos binarios, sino de múltiples números y formas. Resilencia y creatividad para sobreponerse a las situaciones adversas… Las heridas, bien tratadas, nos hacen más fuertes.
La sobreinclusión, lo uno y lo otro, el de casa y el de afuera, el extranjero que habita dentro de nosotros mismos.
Y si esto les parece inocente reivindico, como nos recuerda Bollas, la inocencia no como una propiedad de la infancia, sino como una porción del deseo adulto.
Termino ya, ahora sí.
Déjenme hacerlo con una frase que Italo Calvino pone en boca de Marco Polo en “Las ciudades invisibles”:
“El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Hay dos maneras de sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es riesgosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure y dejarle espacio”.
Muchas gracias.
pjjuanm@gmail.com
Notas:
(1)El estadio del espejo como formador de la función del yo. Jacques Lacan. Escritos I. Siglo XXI editores 1971.
(2)Notas para pensar la “Identidad Humana en la Globalización Contemporánea” Marcelo N. Viñar.
(3) Erótica del duelo en tiempos de la muerte seca. Jean Allouch. Editorial El cuenco de plata. 2011.
(4) El retorno del péndulo de Zigmunt Bauman y Gustavo Dessal. Editado por Fondo de Cultura Económica. 2014.
(5) El mito individual del neurótico. Jacques Lacan. Editado por Paidos.
(6) Exterminad a todos los salvajes. Sven Lindqvist. Editado por Turner. y https://periodistanarrativo.wordpress.com/2013/01/19/sven-lindqvist-critica-de-la-razon-exterminadora/
(7) Presentación de Edward Said por Christopher Bollas en el libro Freud y los europeos de Edward W. Said. editado por Global Rhythm Press. Enero 2006.
(8) Confusión de lenguas Confusión de lengua entre los adultos y el niño. El lenguaje de la ternura y de la pasión. Sandor Ferenczi (1932). En ‘Psicoanálisis’, Obras Completas, tomo IV: 1927-1933. Edición en español de 1984. Madrid: Espasa-Calpe.
(9) La corteza y el núcleo. Nicolas Abraham y Maria Torok. Editado por Amorrortu 2005
(10) El psiquismo ante la prueba de las generaciones. Serge Tisseron. Editado por Amorrortu editores. 1997.
(11) Transmisión psíquica del trauma en los sujetos y entre las generaciones en Trauma y transmisión de Anna Miñarro y Teresa Morandi. Compiladoras. Editado por Xoroi edicions.
(12) Migrando en la identidad. Jorgelina Rodriguez O´Connor. http://democpm-ori.globalmnt.net/revista/74-numero-10/176–migrando-en-la-identidad
(13) Freud y los europeos de Edward W. Said. editado por Global Rhythm Press. Enero 2006.
(15) Las ciudades invisibles. Italo Calvino. Editado por Siruela.