Fracaso escolar: entre el suspense y el suspenso II

01 octubre 2025 | Artículo del mes

Por Almudena Hernández Hidalgo

Gracias a Laura P. y a Susana G., fieles escuderas del psicoanálisis en las consultas y en la vida.

ABSTRACT

Una revisión teórica de diferentes autores de textos relacionados con el psicoanálisis y el fracaso escolar ayuda a entender que la situación social actual atraviesa a los adolescentes en su posición frente a su futuro. Este texto plasma la dificultad a la hora de posicionarnos como terapeutas en una clínica influenciada por el capitalismo, sin perder de vista el protagonismo que es necesario ofrecerle a la escucha de poner el acento en la decisión de hacerse responsables. Una revisión de conceptos de la teoría psicoanalítica ayuda a entender qué ocurre con el deseo de los adolescentes a la hora de enfrentar sus elecciones. Revisitando autores clásicos y modernos se entiende cómo más allá de lo social hay procesos psíquicos internos que ocurren en nuestros pacientes que atraviesan el fracaso escolar que es importante tener en cuenta a la hora de la práctica. Este texto es una reflexión desde la clínica que invita a pensarnos como terapeutas frente a la crisis mundial actual que vivimos como sociedad impregnada de catástrofes, guerras, crisis medioambiental, economías precarias y dificultad para acceder a los bienes de primera necesidad.

Este trabajo surge de la presentación en las X Jornadas del Centro Psicoanalítico de Madrid que tienen lugar en el Ateneo de Madrid en Noviembre de 2024: Educación y Salud Mental. Surge junto a

una compañera de formación Carolina Cobo, autora de la parte I del presente artículo, a la que conozco desde hace más de 10 años. La idea nació de una conversación clínica después de un grupo de supervisión grupal al que asistimos mensualmente sobre una paciente del hospital de día donde trabajo, Instituto psiquiátrico Montreal, Cecilia (una adolescente de 16 años) que nos abrió la posibilidad de pensar sobre los interrogantes del fracaso escolar en la clínica. Es un hospital de día especializado en adolescentes de entre 14 y 18 años aproximadamente, dónde trabajamos desde una orientación psicodinámica. Se realiza un acompañamiento terapéutico intensivo a nivel grupal y familiar y, en mis años de experiencia, he visto que el principal motivo de derivación es una ruptura con el ámbito académico debida a un deterioro de esta área de la vida del paciente. Surgieron entre las dos tantas preguntas y diferencias que generaron un deseo en mí de querer saber y entender qué hay detrás de los pacientes que llegan al hospital de día con una historia de fracaso escolar. Ya que el fracaso escolar empieza por ser lo más visible en el malestar psíquico y en la mayoría de los casos el motivo de consulta de los padres, y de las propias instituciones, pues en última instancia parece que debido al propio fracaso hay una inadaptación a la vida.

La principal contradicción con la que me encuentro es mi posición política en contra de la cultura del éxito capitalista y la realidad de la clínica en la que observo diariamente esta inadaptación a la funcionalidad de las exigencias básicas, que tiene que ver con una estructura psíquica determinada, que impide a mis pacientes hacer algo con su deseo. La situación perversa del sistema educativo, que cada vez más genera cabezas no pensantes y cómo se posicionan ellos, si es que ni siquiera pueden hacer esta reflexión, o si deben, o si quieren, son cuestiones que me generan inquietud constante en la práctica. La cronicidad de sus posiciones marcará su futuro, por lo que sin darme cuenta me he posicionado cómo terapeuta ejerciendo un maternaje clínico (teniendo en cuenta la transferencia), narcisizando a muchos de ellos, dándoles un empujón para que ese fracaso no dominara toda su esfera psíquica y personal, y desnarcisizando, siguiendo a Freud en “Duelo y Melancolía”, dónde desarrolla la idea de la retirada de la libido (1), a muchos otros, ofreciendo algo de la castración para que sus ideales frustrados no se los comieran. Un poco de esto y medio kilo de lo otro, con una balanza interna generada desde la escucha. Esta posición me ha acompañado en la práctica y siempre me ha generado esa inquietud e incertidumbre y algo de duda sobre mi quehacer clínico. Porque se trata de algo mucho más complejo. Lo que me llevó a investigar bibliográficamente y clínicamente sobre cómo las diferentes estructuras clínicas pueden funcionar de manera diferente frente al ámbito académico, al fin y al cabo, cómo enfrentan los adolescentes desde su padecer psíquico el criterio de realidad de los “estudios” que ofrece una sociedad capitalista.

Está claro que la situación actual que nos envuelve es en cierto punto dramática, tomando las reflexiones de Manuel Fernando Cabrera Jiménez “el estado de bienestar está en crisis” (2) y de Anna L. Tsing (3). El término de fracaso escolar está cargado de capitalismo moderno, y hacerse cargo de su futuro es hoy más que nunca un camino lleno de minas. Es desde 1980 que la educación deja de ser un privilegio. Tomando la referencia del texto de Juan Manuel Fernández Soria “La carta a los maestros y el laicismo escolar de la III República francesa” (4); Jules Ferry instaura la instrucción laica y obligatoria cuyo objetivo era establecer la libertad, suprimiendo las distinciones de clase mediante la educación del pueblo, y es precisamente a partir de ese momento histórico cuando se empieza a poder hablar de fracaso escolar. Paradójicamente esta medida puesta en acción para poder poner al alcance de todos el pensamiento crítico, actualmente ha sido utilizada en muchos casos de manera perversa por políticos y gobernantes. Así como en países “en vías de desarrollo“ la educación es una utopía, en muchos países occidentales parece más bien una distopía. Hay “libertad” para poder elegir entre cientos de especialidades y modalidades. Comprender esto no es tarea fácil, pues el mensaje es “puedes ser lo que quieras pero no vas a ser nadie”. Todos formamos parte del sistema y hacernos conscientes de la ambivalencia que marca nuestros tiempos es una tarea difícil. Por un lado hay una gran oferta que puede ofrecernos muchas posibilidades, y también una sensación de fugacidad que nos arrasa. Pero la posición que ocupamos cómo adultos que acompañan a los pacientes que padecen este fracaso escolar debe de ser en todos los casos la de hacerlos protagonistas, porque son ellos los responsables de hacerse cargo de responderse la pregunta: ¿Qué hacer con todo esto? Para así poder enfrentarse a su deseo de saber y entender qué de ellos mismos está implicado en el proceso de construirse como sujetos dentro del mundo que les rodea.

Trabajo con sujetos y por ello tienen su propia estructura psíquica y su propio inconsciente. Y no es lo mismo no entender, que no atender, que ser despistado, que hacerlo todo a última hora, que no organizarse, que estar distraído, que no despertarse para ir a clase, que “pirarse de clase” con los compañeros, que no querer ir a clase por los compañeros, que no aprobar un examen porque no se ha estudiado, que haber estudiado y quedarse en blanco, que aprobar unas asignaturas y suspender otras, que no coger apuntes o perderlos. No es lo mismo engancharse a un profesor que odiar a otro o a todos, u odiar a los compañeros que tenerles pánico, que no es lo mismo sacar un 4 que sacar un 1.

Hacer el ejercicio de colocarme enfrente de los adolescentes en consulta dejando la posición de derrotada es una tarea difícil. Todos los días escuchamos en las noticias o leemos en los diarios que los jóvenes tienen el futuro teñido de dificultades que, si las contemplamos desde una perspectiva psicoanalítica, se trata de dificultades de separación, porque trabajar e independizarse está resultando imposible. Y es un hecho, una realidad objetiva, un criterio de realidad; pero, aún así, son ellos los que tienen que hacerse responsables. Una paciente ha hecho un gran trabajo de individuación y separación de sus padres. Tiene 26 años y acudió al hospital de día porque le quedaban 2 asignaturas de 2º de bachillerato que no conseguía aprobar desde hacía más de 2 años y se quedó encerrada en casa. Actualmente ha finalizado los estudios de FP de Técnica de Sonido y al terminar después de buscar trabajo durante un año, bloqueada también en ese proceso de individuación y subjetivación, ha empezado a trabajar en Primark. Ahora tiene quejas de la empresa y es anticapitalista, valiente contradicción que apunta hacia su salud psíquica, sabe que no hay otra manera de irse de casa, y de algún modo se ha hecho protagonista de su historia. Aquí pienso en el refrán “aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid”, un entramado de identificaciones y crisis de padres e hijos que quizás aprovechen la situación económica y social actual para de ninguna manera separarse. Y no se me ocurre una mejor manera para ponernos en acción que, desde nuestro oficio, poder escuchar a nuestros pacientes desde la teoría psicoanalítica, ya que no se trata de decir a nadie lo que tiene que hacer, eso ya lo sabemos de sobra. Nuestra tarea es la de acompañar a nuestros pacientes en procesos internos escarpados que ayudan a que puedan colocarse en un lugar en el mundo diferente. Y de eso se trata, de que tomen decisiones propias.

Investigando sobre este fenómeno de fracaso escolar he encontrado diferentes posiciones de diferentes autores que ponen el foco en lo social como subyugador de lo personal. Para Carlos Unzueta (5), el fracaso escolar es “un síntoma moderno marcado por la ciencia y el capitalismo”. Miguel Ángel Fabra (6) añade: “El fracaso escolar se ha convertido en un síntoma contemporáneo si nos atenemos a la preocupación tanto de las familias como del colectivo docente y político relacionado con la educación”. Y Anny Cordié (7) afirma sin dudarlo que “el fracaso escolar es un síntoma social”. Y vuelvo a encontrarme en esa posición en la que observo un fracaso social, inapelable, pero para trabajar no me sirve. Y he llegado a la conclusión, siguiendo a Martín A. (8), de que el fracaso escolar, si de momento mantenemos este término, es un fracaso de todos, fracasa el sistema, fracasa la política, fracasan las instituciones, fracasan los profesores, fracasan los psicoanalistas, fracasan los padres, pero, objeto de este trabajo, no podemos olvidarnos que el que fracasa también es el adolescente. Tomando las palabras de Tatiana Andrea Fernández en su texto “Una mirada psicoanalítica al fracaso escolar” (9), “no actúa con convicción (si no en muchos casos para seguirle el juego a los Otros), y no está comprometido con el hecho, porque no es suficiente con declararse comprometido con los estudios, se trata de su deseo, y del saber, y o hay un lugar posible para el saber o no lo hay, porque el saber moviliza el deseo atravesando al sujeto”. Por eso el adolescente debe de hacerse cargo de esta parte, y tiene que construir su propia historia, una en la que él sea protagonista. Aprender tiene que ver con poder incorporar algo que no se sabe y hacerlo nuestro, integrarlo en nosotros, y para ello es necesario y debemos estar dispuestos a ponernos en juego a nosotros mismos. La situación actual de conflictos bélicos varios, estado de nuestro planeta, subida de precios, inaccesibilidad a la vivienda, catástrofes ambientales, pandemias, etc. presenta un panorama desolador y el adolescente lucha contra este sentimiento de derrota anticipada. En esta tesitura, posicionarse como protagonista demanda un especial empeño.

Sigo con la inquietud, de que tener en cuenta lo social en la clínica y viceversa, quizá sea un ideal cómo terapeuta y ciudadana que parece difícil de alcanzar. Teniendo esto en cuenta, pensando a Sanín (10), me quedo con lo que escribe sobre el fracaso escolar: “el fracaso escolar es un tipo de síntoma que sólo puede ser descifrado en el dispositivo analítico, a través de su articulación con otros significantes, y es en esa articulación en la cual reside la verdad que él encierra”.

Realizo un recorrido bibliográfico por autores psicoanalíticos clásicos, pensando en el deseo de saber, la pulsión relacionada con el aprendizaje. Apoyándome en el texto de Elisabeth López Restrepo (11) “Fracaso escolar, una lectura desde el psicoanálisis”, desde los inicios de la teoría psicoanalítica se han elaborado conceptos clave para poder entender qué sucede en la psique de mis pacientes. En primer lugar, en “Tres Ensayos sobre la teoría sexual infantil” de 1905 (12), Freud desarrolla la teoría que tiene que ver con la pulsión epistemofílica, que tiene implicación con la tarea de investigación del niño. Y podemos decir con Frison, Roxana y Gaudio (13), que es la pulsión que conduce a querer saber, y está relacionada con la preguntas más antiguas de la humanidad infantil “La diferencia sexual anatómica, de dónde vienen los niños y la escena primaria”. Freud advierte sobre la importancia de las respuestas de los adultos, y me planteo ¿Cuáles son las respuestas de los adultos en la actualidad? En la clínica, me encuentro en muchas ocasiones respuestas en las que no existe ninguna represión y la falta de límite entre adulto e hijo bloquea el querer saber, a veces con un “sabiendo” demasiado, que provoca angustia y la relación con la falta queda afectada. En el libro de Massimo Recalcati “El complejo de Telémaco” (14) se habla de una situación crítica en la crianza en las que existen padres-hijos-amigos. En la clínica veo cómo este no representar la ley, es decir no hacerse cargo del lugar de adulto que transmite unos límites claros que ayuden a la estructuración del yo, provoca una confusión generacional que afecta en lo académico, pues el deseo no se sabe de quién es. Sería algo así cómo no te exijo nada porque eres tan especial que tú tienes que saber lo que tienes que hacer. Así yo me deshago de mis responsabilidades cómo adulto, responsabilidades que tienen que ocupar los hijos. Vemos en la clínica un doble mensaje, se quien quieras pero sé el mejor. Continuo nombrando la sublimación, la pulsión sexual sublimada en el aprendizaje, en el texto “Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci” de 1910 (15) Freud señala la desviación de las pulsiones sexuales a fines artísticos o intelectuales. Este mecanismo adquiere especial importancia en la latencia, etapa dónde comienza su andadura el menor por la escuela y dónde se observa en la clínica que comienzan los primeros diagnósticos de TDAH o TEA y se pueden a su vez predecir futuras situaciones de fracaso escolar. Continúo con Lacan como introductor de “lo simbólico” (16). La adquisición del lenguaje en la fase fálica muestra nuestra capacidad de simbolización, capacidad que permite al ser humano crear y manejar diversas imágenes mentales y representaciones simbólicas de la realidad que van más allá de la experiencia o del contacto directo con el entorno. Y muestra también las fallas en su desarrollo que influyen en el propio proceso de aprendizaje. Freud introduce la importancia de los vínculos con los profesores e iguales en el texto “Psicología del Colegial” (17) de 1914, donde habla del vínculo docente-estudiante y expone cómo en los primeros años de vida, el menor fija, con sus padres y hermanos, la forma y el tono afectivo de sus relaciones que marcarán sus vínculos futuros. Freud explica también cómo los profesores e iguales serían personajes sustitutos y su relación con ellos estará marcada por la infancia. Para finalizar este recorrido voy a exponer brevemente cómo Lacan y la “Teoría de los cuatro discursos” (18) de 1969 profundiza en el vínculo docente-estudiante e introduce cómo influye la posición del profesor en el fracaso escolar. En este texto formaliza las cuatro maneras posibles de establecer vínculo o lazo social entre dos o más seres hablantes. En todas ellas deberán ponerse en juego necesariamente cuatro elementos: 1º, un sujeto faltante o deseante; 2º, un ideal-amo (enigmático e imperativo); 3º, un saber; y 4º, un objeto de goce perturbador. Entre los 4 discursos (El discurso del amo, discurso universitario, discurso analítico y discurso histeríco) nos interesa el discurso universitario, que nos habla de cómo se produce un cambio en el orden del saber, del “todo saber” y cómo cuando el profesor se instala como erudito y el alumno no se autoriza como sujeto de saber se facilita la aparición del fracaso escolar.

Para seguir profundizando en la clínica, quiero compartir que he observado tareas psíquicas y procesos que se repiten en los adolescentes en crecimiento que escucho cuando hablan de fracaso escolar, tanto ellos como sus familias. En gran parte de su discurso está de fondo su relación con la castración, que siempre tiene que ver con su historia infantil y con cómo ha atravesado su complejo de Edipo, siguiendo a Freud en el texto “Análisis de la fobia de un niño de 5 años” (19) que desarrolla teóricamente el complejo paterno, el lugar del niño en el deseo de la madre y la relación que ocupa en tanto a la ley paterna establece cómo se relaciona con la falta y su relación con el saber es diferente. Es en este momento dónde, tomando las palabras de Elisabeth López Restrepo (11), considero importante que nos detengamos para poder reflexionar cómo en relación al atravesamiento del complejo de Edipo, según cada estructura psíquica clasificada, podemos pensar en cuál es la relación con el saber de una u otra:

• “En la neurosis, la represión puede contener sintomáticamente el “no querer saber de algo” del orden de lo sexual, que es desplazada al campo escolar cómo una inhibición intelectual”. 
• “En la perversión, la lógica del “sí, pero no”, característica de la desmentida, deriva en lo escolar como “un saber del profesor que se niega”, no permite “un ser en falta” que venga a operar el conocimiento”. 
• “En la psicosis, el mecanismo de forclusión en relación con el aprendizaje sería un “no poder saber”, mecanismo que deja al sujeto fuera del aprendizaje”. 
• En la patología límite, teniendo en cuenta mi experiencia con estos pacientes, estaría el “no quiero saber nada pero lo quiero saber todo”. 

Para continuar, es imprescindible pensar en el narcisismo. En cómo ha sido narcisizado nuestro paciente, cómo en ese lugar el saber toma un peso u otro, cómo las calificaciones pueden llegar a ser lo que sostiene su narcisismo, o el de sus padres, y puede generar un nivel de autoexigencia que bloquea el aprendizaje. Escucho a pacientes que se encierran en sus casas porque no han sacado un 10, porque como decía una paciente “si no saco un 10 no soy nada”, y yo añado, o les quitas el falo a tus padres. Escuchando esto me encuentro con pacientes que hablan del “miedo a no saber” y, se preguntaba otra paciente “¿y si no soy suficientemente lista?”. Y teniendo esto en cuenta, el primer paso para poder atreverse a saber es asumir que no sabemos, y esta herida narcisista en la medida que se va superando puede ayudar a acercarse al aprendizaje. En muchos casos, si tenemos delante un narcisismo frágil identificado con un ideal omnipotente que se tambalea fácilmente si no se alcanza; ese dolor se hace insoportable y se quiebra en lo académico. Una paciente llegó un día llorando desconsolada porque le habían puesto un 6 en física. Su madre de origen brasileño había dejado el país para mudarse a España con 3 hijos y su marido porque le habían ofrecido un puesto mejor en su empresa. Aquí observamos la persecución de un Yo ideal, siempre inalcanzable. Es muy importante señalar el proceso de subjetivación, que es de lo que en realidad estoy hablando cuando insisto en pensarlos como protagonistas. Es el proceso de individuación de las figuras paternas y la tarea de romper con sus ideales y poder soñar con los suyos propios, ideales del yo que son el verdadero motor a la hora de enfrentarse a la tarea de estudiar. Según Margareth Mahler en su libro ”El nacimiento psicológico del Infante humano” (20), es a partir de los 3 años cuando el niño logra completar el proceso de separación-individuación. En la adolescencia revisita este proceso según Ricardo Rodulfo, “el adolescente tiene que atender a una subjetividad más grande” (21). Hay procesos internos de entramados de identificaciones y desidentificaciones que en la relación con los padres están cargados de lealtades y ambivalencia en los afectos que dificultan esta separación. La madre de un paciente, en las entrevistas familiares decía que no era nada exigente con su hijo, que ella sólo quería que diera lo mejor de sí mismo, que sabía que podía ser el mejor. El paciente se revolvía en la silla y no decía nada, pero, a solas, podía hablar de lo culpable que se sentía no haciendo feliz a su madre. En todos estos procesos nombrados, está lo familiar. El paciente está atravesado por ello y es importante tener en cuenta que al trabajar con adolescentes se trabaja con el narcisismo de los padres. Teniendo esto en cuenta, el fracaso escolar estaría relacionado con el ideal familiar, lo que los padres desean para sus hijos, que tiene que ver en muchas ocasiones con lo que ellos no pudieron realizar y supondría conservar su propio narcisismo. Un ideal que está presente antes del propio nacimiento del hijo, enmascarado de que tengan “lo que ellos no han tenido”, es decir, “que les den lo que ellos no han podido ser”. Cómo afirma Miguel Ángel Fabra (7), “el niño puede quedar así atrapado en esta situación en la que es llamado a reparar algo de la castración de los padres”. En el mejor de los casos, acompañamos a nuestros pacientes a responderse ¿qué es mío, qué es de mis padres, qué me quedo, de qué me deshago, quien soy, quien quiero ser. Para finalizar este análisis hay que desarrollar y tener presente que el adolescente está en un proceso que desencadena ciertos conflictos psíquicos, y en el proceso de resolverlos, se pueden tener algunos problemas académicos. Es un momento de desestructuración del Yo provocado por una serie de cambios que irrumpen en el campo de la sexualidad. Seguramente no le interesa saber sobre física, inglés, ciencias naturales o matemáticas, y lo que desea saber es lo que le sucede a su cuerpo, qué es la sexualidad y cómo vivirla. Entonces el deseo se vuelve un asunto que pasa por su cuerpo exclusivamente, es un deseo que se dirige a sí mismo; tenemos delante Rodulfo en su texto “Los trabajos del adolescente” (21), menciona como uno de los trabajos de la adolescencia es la “repetición transformada del narcisismo”. Nos encontramos en la clínica cómo es complicado para el entorno del paciente discriminar entre la propia adolescencia y la salud mental: “no sé si tiene el pavo o me está tomando el pelo”. En muchas ocasiones me encuentro con padres que evitan que la adolescencia de sus hijos se despliegue. En otras, en contraste, los padres potencian el proceso, dándoles una comprensión y libertad desmedida; en ambos casos es importante tener en cuenta cómo fueron sus propias adolescencias, las adolescencias de los padres, y que se escuchen en consulta, aportación del método de “la doble escucha” de las autoras Ana María Caellas, Susana Kahane e Iluminada Sánchez en su libro “El quehacer con los padres” (22). Esa rigidez de ”no seas adolescente, por favor” lleva en muchas ocasiones a una sobreadaptación de los pacientes o, en contraposición, a una rebeldía extrema con el fin de poder identificarse como “adolescentes orgullosos”. En cualquier caso, todo va dirigido al Otro. Por ejemplo, en la versión “sé adolescente y experimenta la vida” nos encontramos con pacientes asumiendo responsabilidades sobre ellos mismos que no son capaces de sostener.
Profundizando en el fracaso escolar desde lo interpersonal, dejando en este caso la envoltura sociopolítica, sigo hacia las profundidades del psicoanálisis, y voy a compartir las reflexiones de dos autoras actuales: Anny Cordié y Elisabeth López Restrepo, que me han ayudado a entender que “los fracasados no existen”.

En su tesis “Fracaso escolar: “Entre inhibición, síntoma, insumisión al Otro y mensaje histérico”, Elisabeth López Restrepo (11), examina diferentes significados en la psique de nuestros pacientes del fracaso escolar.

• En primer lugar se puede pensar cómo síntoma, psicoanalíticamente hablando, entendiendo que “hay una verdad inconsciente detrás que podría desvelar la verdad subjetiva, sería en este caso una metáfora. Hay una participación del sujeto en la elección inconsciente frente al deseo del Otro al posicionarse como síntoma que responde a una falla en la estructura familiar”. 
• En segundo lugar aporta casos en los que este fracaso se trata de una  inhibición, y cómo desde ese lugar se explica el fracaso como “la imposibilidad del saber producto de una imagen parental que no admite competencia. El Yo restringe su función cognitiva para preservar al sujeto infantil de transgredir lo prohibido, que es ser mejor que los padres, y un superyó feroz prohíbe el éxito escolar y se muestra el paciente nada exitoso para no rivalizar con el padre”. 
• En tercer lugar se observa este fracaso como la Insumisión al Otro y se relaciona con “la pregunta sobre el deseo del Otro (profesor) y no querer colmar su falta”. La autora toma la teoría de los cuatro discursos de Lacan, y habla del discurso de amo y se posiciona cómo figura superyoica el alumno se siente en posición de esclavo y se termina abrumando. Y cómo consecuencia de la insumisión, el estudiante despreciará el saber al sentirse borrado cómo sujeto. Cómo escribe Anny Cordié, “La demanda llega a aplastar el deseo” (6).
• En último lugar habla del fracaso escolar como mensaje histérico: son los casos en los que “el paciente dirige un mensaje que intenta reclamar la mirada del Otro (padres, profesores, compañeros, etc.)”. Observamos que en la mayoría de casos los adultos “responden con verificaciones exploratorias transitando médicos y psiquiatras, en una búsqueda de algo situado en el cuerpo, en vez de preguntarse por la causa psíquica de este llamado”. 

Y para finalizar, nos puede servir pensar en “El deseo de nada”, concepto de Anny Cordié (6). “El niño permanece alineado al inconsciente de sus padres y es a través de sus demandas (come, sé limpio, lindo, divertido, estudioso) que toma conciencia de que es un objeto para sus ellos”. Relaciona el fracaso escolar con la anorexia, el anoréxico justamente “come nada” y el niño con fracaso escolar “aprende nada” para así poder subjetivarse en última instancia, un último intento de salud.

Después de compartir este recorrido teórico que comienza con la inquietud profesional y personal de encontrar un lugar de escucha sin olvidar lo sociopolítico y lo intersubjetivo, continuo sin saber darme una respuesta, quizás mis ideales como terapeuta sean inalcanzables. Sigo pensando el caso por caso y desde ahí el lugar que ocupo día a día. Cada paciente nos evoca la necesidad de investigar, sublimamos desde nuestra subjetividad y nos entendemos en falta.

Voy a finalizar compartiendo una viñeta clínica desde mi deseo de saber y seguir pensando siempre, la de Cecilia, que espero que ella de alguna manera, pudiera saber que fue el motivo de este trabajo, en el que los suspensos abrieron tantos interrogantes que pasamos al suspense.

Cecilia, con 17 años, ha pasado por 6 colegios. Sus padres la cambiaban cuando se encontraban con los suspensos en las notas y se recomendaba repetir curso (desde 1º de infantil). Es una adolescente con sobrepeso (desde los dos años), diagnosticada de obesidad y trastorno de la alimentación por atracones. Presenta encopresis, y acude al hospital con pañales. Su padre ha dormido en la misma cama con ella desde los 2 a los 4 años. Este curso la mejor opción era matricularla en diversificación pero a la madre se le olvida, y se plantean la opción de comprarle el título de la ESO, finalmente la matriculan en un programa de adultos. Su madre es profesora. Es la menor de 3 hermanos, con una gran diferencia ya que la tuvieron cuando no buscaban tener más hijos. Los profesores del hospital en las reuniones de equipo plantean la posibilidad de valorar a Cecilia cognitivamente, ya que presenta un nivel muy bajo (de 6º de primaria afirman), entrega los exámenes en blanco con su firma en todas las hojas bien marcada. Se plantea esta situación con la familia y traen un informe neuropsicológico de hace dos años dónde le pasaron el WISC, resultados CI 93, una puntuación ligeramente por encima de la media. Meses después tiene que hacer un examen nivel de 3º de ESO de inglés y, para sorpresa de todo el equipo, saca un 10. En ese momento en consulta, la paciente está hablando de su obesidad, de cómo para ella es una excusa para no tener que enfrentarse a la vida, “me resulta más fácil pensar que no le caigo bien a la gente porque estoy gorda que por mí misma, igual me pasa con los estudios, es más fácil pensar que no puedo estudiar porque estar gorda me da muchos problemas y me distrae, que pensar que yo tengo alguna responsabilidad en esto”. “Lo mismo me sucede con el gustar a las chicas o chicos, pienso que no les gusto por mi cuerpo, es más fácil así, también me evita poder tener relaciones sexuales, lo que hay detrás de esto no lo quiero saber, estoy muy asustada”.

Reformulando una frase a la inversa de Winnicott, siguiendo a Margaret Little (23): Señores, esto que vemos sentado en el sofá de enfrente, es un adolescente que sufre porque no puede pensar qué quiere hacer con su vida. Existen bombas, compañeros, pero concluyo, y me lo digo a mi misma, no nos olvidemos de que quien tiene que pararlas, ignorarlas, jugar con ellas o estallarlas, es en todo caso, el futuro adulto que tenemos delante.

REFERENCIAS
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18. Lacan, J. (1969). Los cuatro discursos. Seminario 17.
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