Filiación Biológica y Filiación Adoptiva

por | Revista del CPM número 26

La maternidad puede convertirse para algunas mujeres en una institución sumamente idealizada que se correspondería más con un modelo divino que con las leyes de lo humano. Es decir, un modelo sin ambivalencias, sin fisuras, sin dudas, sin rechazos….Esta es la propuesta que la cultura patriarcal hace respecto a cómo ser una buena madre. Una propuesta de maternidad donde la mujer está llena de amor, de ternura, de entrega, de comprensión, de tolerancia, de paciencia…. Una buena madre debe convertirse en un legado de virtudes olvidándose de ella misma, hasta el punto que ni siquiera tendrá que renunciar a sus anhelos, si es que tuviese alguno distinto de la crianza, porque el hecho mismo de ser madre la llevará a no desear otra cosa que el cuidado y la felicidad de su retoño. De tal modo, que se constituye un modelo de feminidad-maternidad que ha ido interiorizándose como una parte del Superyo tan inalcanzable, tan poco real, que en ocasiones esclaviza a las mujeres, llenándolas de sentimientos de culpabilidad por no responder a ese modelo casi divino de maternidad y, en consecuencia, haciéndolas recurrir a una búsqueda permanente de la reparación por no llegar nunca al modelo que deben alcanzar.

La filiación que nos propone el patriarcado, nos puede llevar a pensar que el amor por un hijo es un sentimiento que no corresponde a las leyes de los sentimientos humanos, puesto que no cabe la hostilidad. Es por tanto un modelo inalcanzable, no humano y en ocasiones persecutorio para algunas mujeres. Es un modelo que, como señala González de Chávez (1), se configura en una sociedad patriarcal, que hace que la culpabilidad acompañe siempre a la maternidad, tanto a la biológica como a la adoptiva: por no darlo todo, por tener otros anhelos, por no renunciar al ámbito de lo público, por tener ganas de irse a trabajar y no dedicarse al cuidado de sus hijos, por no querer ser solo proveedora de otro. También por no ser tan buena como la propia madre, o por sentir que se la ha superado.

Con esta idealización acerca de la maternidad, es con la que frecuentemente las mujeres o las parejas llegan a la adopción.

 

¿COMO PUEDE CONSTRUIRSE LA FILIACION EN LA ADOPCIÓN?

No pretendemos proponer un modelo unívoco de adopción, ni mostrar nuestra argumentación como un camino que la familia adoptiva ha de recorrer necesariamente.

Vamos a analizar qué sucede cuando las cosas no funcionan, y por qué no pueden funcionar bien. Creemos que se dan procesos muy similares a los que se dan en la maternidad biológica, pero también se dan otros factores que pueden interferir el éxito de la adopción.

Partimos de que no es lo mismo tener un hijo biológico que adoptado.

Señalaría que en general ni las mujeres ni los hombres han fantaseado en su infancia con ser mamás o papás adoptivos, es por tanto una situación nueva sin una representación psíquica anterior que la sostenga. Todos los niños juegan o fantasean con ser mamás, papás, con casarse, con trabajar, tener hijos o con la muerte de los padres… y en general con situaciones vitales con las que se encontrarán en el futuro. La adopción es, por tanto, una situación nueva.

De modo que resulta raro encontrar a un niño/a fantaseando con la adopción, y no me refiero a la idea de la niña que sueña con adoptar un negrito para salvarlo de la hambruna como un acto altruista que hará cuando sea mayor, me refiero al imaginario, a la fantasía, a la teorización de la vida, “al jugar con” en el sentido winnicotiano, considerando el juego un medio que facilitará la construcción psíquica de la realidad.

Las representaciones originales de la maternidad están unidas al imaginario de la consanguinidad, al origen biológico del hijo, a la continuidad somática. ¿Cómo interiorizar, cómo vincularse a lo no biológico, cómo investirlo?, ¿Con qué parámetros, si las representaciones que tenemos son las biológicas?, ¿con qué percepciones?. Proponemos que no hay una representación de filiación sin consaguinidad, ni siquiera semejanza en las sensaciones esperadas; no hay embarazo, ni parto, ni dolor, ni cambios físicos…no hay evidencias preceptúales de gestación. En su lugar están los trámites burocráticos: papeles y entrevistas con los Servicios del menor. La “gestación psíquica” de la adopción no tiene un cuerpo que la acompañe, que facilite la simbolización de la maternidad. Es un hijo lo que se espera, que será vitalicio, que será igual ante la ley, que activará todos los afectos, las fantasías, las angustias y el narcisismo propio de la situación. Las consecuencias serán las mismas que en la maternidad biológica, sin embargo al cuerpo de la madre adoptiva no le pasa nada, nada de lo que le pasa a las mujeres cuando van a ser madres.

No pasa nada de lo que se supone que tenía que pasar. El lugar del embarazo lo ocupan largos procesos burocráticos. No hay nada de lo que se espera. Suele haber una espera interminable.

Entre la parentalidad adoptiva y biológica encontramos algo igual: tener un hijo, y algo diferente: el modo de conseguirlo. J. Benjamín (2) habla de la dificultad de identificarse con lo que es igual y diferente a la vez. Es más fácil la identificación con lo igual y bastante más compleja la identificación con lo diferente.

Quizás por eso es tan frecuente que el pequeño que llega a casa sea recibido como el hijo biológico deseado, desmintiendo así su condición de adoptado como señala Montano (4). Es decir, el hijo adoptado puede ocupar el lugar del hijo biológico, que ha sido deseado y no tenido.

La matriz de la filiación que cualquier persona tiene interiorizada, que llamaremos matriz biológica, es:

Lo familiar = Lo biológico = Hij@

 

Pero en la filiación adoptiva habrá que interiorizar una matriz diferente, que supondrá un costoso trabajo psíquico para los padres, y que llamaremos matriz adoptiva:

Lo familiar =/= Lo biológico =/= Hij@

 

De modo que vivir la adopción, enfrentarse a ella con las representaciones de la maternidad biológica, de la primera matriz, supondrá, facilitará, que sobre lo adoptivo caiga la herencia, la consanguinidad y fácilmente podrá caer como una amenaza. Seria como querer sobreponer la primera matri
z sobre la segunda y pretender que sean idénticas, que encajen.

Es decir, adoptar un hijo/a esperando, suponiendo, que va a ser lo mismo que si hubiese estado en el vientre, llevará a que la biología, o sea, lo que no es, suponga una amenaza. Por tanto la representación “tener hijos” puede resultar desvalorizada porque no coincide con la percepción de lo esperado, de lo soñado, valga decir de lo biológico: embarazo y parto, “de que tenga mi cara”. Seria, a nivel psíquico, como querer encajar una pieza de un puzzle (lo adoptivo), en un molde que no es el suyo (lo biológico). Una muestra de esto son esos casos, aun frecuentes, en los que se oculta al menor su origen o no se habla de ello, convirtiéndose la adopción en un tema tabu en la familia con el pretexto de no herir la sensibilidad del niño o no hacerle sufrir.

 

UN RECORRIDO A LA ADOPCION

Y aunque los caminos por los que se llega a la adopción son múltiples y diversos cada día más, en general, la mayoría de las veces antecede una historia de esterilidad.

Desde el punto de vista psicológico, la mujer que quiere tener un hijo y no lo logra sufre una profunda herida narcisista, lo que ya no solo se refiere al funcionamiento de su cuerpo, sino a una herida en la imagen que tiene de sí misma como mujer y como persona. Lo más frecuente es que se sienta humillada y ofendida, diferente a las demás mujeres, una diferencia que reside en encontrarse inferior, e incluso en ocasiones culpable, viviendo la ausencia de hijos como un castigo o como déficit. Más allá de la subjetividad, de la construcción psíquica, ya hemos apuntado cómo nuestra cultura patriarcal ha identificado la maternidad biológica como un valor supremo, por tanto es facil entender que la esterilidad sea vivida como déficit.

Esta herida y esta cultura patriarcal en la que vivimos, nos ayuda a entender cómo las mujeres se someten una y otra vez a NTR (nuevas tecnologías de reproducción asistida), procesos duros, difíciles, a veces de riesgo para su salud, de estimulaciones hormonales cuyas consecuencias están muy cuestionadas por algunos foros de salud femenina. Pero es como si se elogiara un cierto masoquismo maternal que equivale a “una mujer es más valiosa cuanto más sufrió para llegar a ser madre, cuando no hay nada capaz de hacerle renunciar a un embarazo”, como señala González de Chávez (5).

Después del impacto inicial de la noticia de esterilidad, es frecuente observar una especie de estancamiento o parálisis en la afectividad de la mujer y también en la productividad, en la capacidad de investir otras cosas o de sublimar, que puede llegar a durar años. Es un tiempo donde todo su interés gira en torno a su vivencia de imposibilidad y limitación. El embarazo puede tornarse una idea obsesiva y entrar en estados de angustia y depresiones terribles, a veces psicóticas, cuando no logran tener un hijo.

Estos ideales de sobrevaloración de la maternidad biológica llevan a creer que sólo se puede dar significación a la vida a través de la maternidad y que no importan los sacrificios de todo tipo si se logra el hijo anhelado.

No es solo un hijo lo que se desea, también se desea que esa herida desaparezca, se cure de inmediato, que la imagen que la mujer tiene de ella misma vuelva a restaurarse, a ser normal como el resto de mujeres que se quedan embarazadas, a recuperar su autoestima y aliviar sus sentimientos de inferioridad. Y es el hijo el que la puede curar, es un hijo que viene con ese doble pedido, con el de “curar” esa herida que no deja de sangrar. A veces el deseo inconsciente, la motivación inicial para tener ese hijo, es desmentir la esterilidad, es decir, hacer como que la esterilidad no está y que nunca ha estado, convertirla en un mal sueño…, el hijo tendrá que cumplir la siguiente misión: “conseguir que mi madre vuelva a considerarse válida” y así curar esa herida, o al menos cortar la hemorragia que le recordaba su diferencia respecto a otras mujeres.

Y cuando las NTR no funcionan se llega a la adopción, es decir, se llega con frecuencia después de un largo proceso de frustraciones, de sufrimiento físico y psíquico, de muchos duelos. En las NTR cada menstruación es para la mujer una pérdida, un duelo, un fracaso, otra larga espera hasta poderlo intentar de nuevo… Y con frecuencia hay que idealizar mucho el deseo de ser madre para pasar por tanto sufrimiento.

Si bien en ninguna maternidad (biológica o adoptiva) hay identidad entre lo esperado y lo hallado, la pregunta seria qué sucede aquí, en esta situación, con todo este “equipaje” psíquico a cuestas. Qué sucede cuando hay tanta discontinuidad entre lo esperado (que está tan idealizado) y lo hallado. Es decir, cuando después de todo esto, el encuentro con el niño no es lo que se esperaba, no se parece en nada a lo imaginado y fantaseado. Cuando, después de pasar un camino tan largo hasta por fin llegar al hijo, lo que se encuentra dentro de uno mismo son sensaciones de extrañeza, inquietud, incertidumbre, miedo, inseguridad, duda con lo que se está haciendo……. En definitiva, sensaciones que no se corresponden con lo que se supone que iba a sentir, con lo que se esperaba encontrar en uno mismo, en sus afectos como madre o padre.

Estas sensaciones en ocasiones surgen en los primeros encuentros con el niño, o pueden aparecer en el proceso de aclimatación mutua de la familia adoptiva, especialmente en los momentos críticos de la crianza, como la primera infancia o el inicio de la adolescencia.

En este decalage entre lo esperado y lo hallado, pueden suceder que lo diferente, es decir lo hallado, caiga del lado de lo extraño, de lo negativo, de lo no reconocible como propio. Son momentos de cambios de ciclo en la vida, en los que la sobreposición de matrices que proponíamos anteriormente (la matriz de la filiación biológica y la de la filiación adoptiva) se activan, casi siempre de forma inconsciente, y las huellas de lo biológico no están, no se encuentran en ninguna parte, porque se esta en un proceso adoptivo. Al tratar de encajar una matriz sobre la otra se produce una eclosión emocional con efectos de extrañeza y de intolerancia hacia el hijo, que se ve como diferente.

 

Así relataba una paciente el encuentro con su hijo de 2 años:

Es que lo vi. tan raro, me pareció feo, en el fondo sentí que no me gustaba, que quería volverme a mi casa… Me hubiese gustado volver a España y olvidarme para siempre de ese viaje. Nunca debí haber ido, creo que nunca podré quererlo como una autentica madre”

 

Porque esta paciente supone que todos los encuentros y acoplamientos entre las madres biológicas y sus hijos son idílicos, sin contradicciones ni conflictos internos, que todas las madres biológicas encuentran a sus hijos preciosos desde que salen de su vientre y no dudan ni un instante de su amor por ellos desde que los ven. Aquí apelamos de nuevo a ese ideal maternal, que no admite duda ni rechazo.

Mabel, es otra madre adoptiva que empezó a tener crisis de ansiedad desde el momento en que atravesó la puerta de hierro del orfanato… y las crisis no han remitido después de dos años, porque nada de lo que ella siente es lo que esperaba, ni lo que debe sentir una madre, y aclara:

“…la niña es estupenda, muy buena, no ha dado ningún problema, aprendio español en muy poco tiempo… pero yo apenas puedo levantarme de la cama para ir a trabajar, no puedo hacerme cargo de ella…,creo que ella se esta dando cuenta”

Como vemos, con demasiada frecuencia los padres adoptivos atribuyen los sentimientos inesperados hacia sus hijos a la ausencia común de biología, a la falta de amor, a no quererlo como debían, a que no son sus verdaderos padres y por eso no saben amarlo. Y todo esto les produce una gran extrañeza.

Si bien la percepción de extrañeza hacia los hijos es común en familias biológicas y adoptivas, especialmente en etapas como la crianza de los primeros años o la adolescencia, la peculiaridad de esta situación es que cuando no ha habido una interiorización de la matriz de la adopción, cuando no se acepta la diferencia respecto a la biología, la extrañeza evoluciona hacia lo siniestro y puede anunciar el fracaso de la relación. Porque la extrañeza se convierte en el sentimiento predominante hacia el hijo o a veces en el único, pudiendo llegar a constituirse en el eje de la filiación.

Para Freud (6) lo siniestro (“Das Unhemliche”) corresponde a la transformación de lo familiar en lo opuesto, la transformación en algo extraño y destructivo. Por ello genera incertidumbre y desconfianza.

Y siguiendo a Freud, no podemos obviar la extrañeza de algunos padres adoptivos cuando hablan de sus hijos como seres desconocidos, ajenos ya no solo a su vida, sino a su mundo interno, como si nunca hubiesen estado en él, como si nunca hubiesen tenido sitio en su interior. Son hijos con los que han compartido durante años casa, mesa, vacaciones…, pero parecen ajenos, extraños a su vida.

Proponemos que estas extrañezas que eclosionan no se pueden elaborar, van quedando sueltas, sin ligar en el vínculo de la filiación, deshilachadas, como dormidas, pero dispuestas a formar parte de una posible fuerza para expulsar lo diferente (lo que no se reconoce en el hijo), lo que no se puede llegar a reconocer como íntimo, como propio, como parte de uno mismo. Al fin y al cabo, como apunta E. Giberti (6), eso es lo que se hace con un hijo, reconocerlo como propio, como parte de uno. Convivir con él, educarlo y quererlo mucho no es suficiente para que sea un hijo. Un hijo es algo más que la convivencia afectuosa y la educación responsable, es parte interna de uno mismo, de nuestro psiquismo, la vida ya no es ni será nunca igual que antes de él o de ella.

Esto es lo que no sucede en la “gestación psíquica” de algunos de los casos que, tiempo después de la adopción encontramos en nuestra clínica, cuando en la adolescencia los padres quieren “devolver” a un hijo que parece que nunca pudieron hacer suyo, o nos hablan de él como un autentico extraño con el que han convivido los últimos 14 años de su vida.

Retomando a Freud, observamos como lo que debió ser intimo, familiar, puede aparecer transformado en lo opuesto, en algo lejano, ajeno, algo que se puede “devolver” porque como decía un padre adoptivo: “de todas formas nunca fue mío, mi sangre no corre por sus venas ”

Pero los hijos no se devuelven, ni los biológicos ni los adoptivos, los hijos son para siempre y no hay donde devolverlos. En todo caso se abandonan, o se reabandonan como sucede en el caso de los niños adoptados.

 

* Rossana Lopez Sabater

Psicoanalista. Profesora asociada del CPM
Psicóloga Clínica Hospital Morales Meseguer
rossanasabater@gmail.com

 


Bibliogarfia

  1. GONZALEZ DE CHAVES M.A “Subjetividad y Ciclos vitales de las mujeres”, Siglo XXI, Madrid, 1999

  2. BENJAMIN J. Lazos del amor”. Paidós, Buenos Aires, 1996

  3. MONTANO G. “Construyendo un relato sobre el origen”. http://fp.chasque.net/~relacion/0706/adopcion.htm. .Serie: Años de Infancia

  4. GONZALEZ DE CHAVES M.A. “Feminidad y masculinidad”, Biblioteca Nueva, Madrid 1998

  5. FREUD S. “Lo siniestro” o.c. Biblioteca Nueva, Madrid, 1974

  6. GIBERTI E. “La adopción”, Sudamericana, Buenos Aires, 1988