Fieles o traidores

24 junio 2024 | Factor Psi

Por Rafael Arroyo Guillamón

El filósofo francés Gilles Deleuze dedicó sus primeros libros a estudiar a grandes figuras de la filosofía. No se preocupó demasiado por si estas monografías eran fieles al pensamiento del autor, ya que concebía la historia de su disciplina como una especie de sodomía: «Me imaginaba acercándome a un autor por la espalda y dejándole embarazado de una criatura que, siendo suya, sería sin embargo monstruosa» (Deleuze, 1996, p. 14). Deleuze planteaba así que la tarea del lector es descentrar, deslizar o quebrantar un texto haciéndole decir al autor algo que, aun estando implícito en su obra, revele una novedad. En la misma línea, Jacques Derrida propuso deconstruir los textos y a los autores; esto es, empujar su análisis más allá de su esencia original, tan lejos como sea posible. Para Derrida no había un origen o principio último de la realidad, sino que esta es siempre una composición o contaminación, la posibilidad de un injerto que hace de la existencia un movimiento continuo hacia la diferencia: «Un heredero fiel, ¿no debe también cuestionar la herencia?, ¿someterla a una reevaluación y a una selección constante (…)?» (Derrida, 2003, p. 324).

De manera similar a la filosofía, las disciplinas científicas progresan gracias a los desacuerdos entre investigadores. Fue el epistemólogo Thomas Kuhn (1971) quien afirmó que la ciencia no evoluciona —como muchas personas piensan— por acumulación; aunque parezca que las nuevas teorías van rectificando a sus predecesoras, estas solo son superadas cuando se produce una transformación tal que las vuelve incompatibles. Así, cuando surge una anomalía en el paradigma predominante, la sustitución por otro nuevo que pueda dar cuenta de dicha distorsión implica un antagonismo entre ambos. Por tanto, las crisis son una condición para el nacimiento de nuevas ideas, que reemplazan a las antiguas dando lugar a las revoluciones científicas. Las diferencias entre sistemas de pensamiento sucesivos son necesarias e irreconciliables.

Ahora bien, el desenlace de un campo de conocimiento depende en gran medida de la actitud de su comunidad intelectual. Esta —como ha descrito el sociólogo Randall Collins (2005)— atraviesa momentos de estancamiento cuando se vuelca sobre sí misma, priorizando más la interacción entre sus miembros que el intercambio con el exterior. Adopta entonces un funcionamiento escolástico, que rinde culto a los textos del pasado donde se supone alojado el saber, y privilegia a aquellos de sus miembros que se erigen en guardianes de los clásicos. Con la verdad ya revelada, no cabe otra cosa que enseñarla o interpretarla, sin que pueda ampliarse mediante nuevos descubrimientos. Por el contrario, la comunidad alcanza una etapa de creatividad cuando se orienta hacia la innovación, acogiendo y fomentando la crítica a las imperfecciones de su disciplina. Se orienta así no solo hacia realizar nuevos hallazgos, sino a superarlos repetidamente a fin de mejorar su coherencia y eficacia. Las grandes certezas son, pues, un obstáculo para el desarrollo de esta tarea.

A menudo, los psicoanalistas hemos sido cuestionados por adoptar la primera de estas actitudes. Se nos ha reprochado nuestra orientación retrospectiva, al reivindicar, por más años que pasen, los mismos textos fundamentales. Y se han juzgado muchas de nuestras premisas, sea por su insuficiente validez científica o porque representan unos valores tan anticuados que su reivindicación hoy supone casi una ofensa. Durante años nos hemos mostrado poco permeables a estas críticas externas. Más paradójico, sin embargo, es que hemos silenciado también a quienes desde adentro de la disciplina propusieron transformarla para avanzar. Quizás el caso más llamativo sea el de Jacques Lacan. El psicoanalista francés criticó ampliamente la perspectiva psicogenética y biologicista propuesta por Freud y continuada por gran parte de sus discípulos. Pero la maquinaria psicoanalítica —tal y como el propio Lacan denunció (Eidelsztein, 2009)— anuló sus nociones más subversivas, considerándolas una mera variación de las ideas freudianas. Un buen ejemplo de cómo una comunidad intelectual, apelando a sus orígenes, detiene el progreso de su área de conocimiento.

Siendo honestos, los psicoanalistas debemos repensar algunas cuestiones. Sería muy difícil asistir hoy a la conferencia de un matemático, un físico o un filósofo que apliquen su saber a problemas actuales y escuchar una mayoría de referencias a Galileo, Newton o Aristóteles. Las dificultades a que se enfrentan cada día, ¿se resuelven con las teorías de estos autores o con aquellas que posteriormente las rebatieron y superaron? Asimismo, ¿qué utilidad tiene para nuestros tratamientos emplear términos como histeria, falo, ley del padre o goce? Su mantenimiento, ¿no está más al servicio de legitimar la identidad del psicoanalista? ¿No reduce las posibilidades del caso a un modelo familiar y social distinto a la realidad de quienes atendemos? Más aún, afirmar las diferencias entre el psiquismo del hombre y la mujer, ¿no condiciona la escucha del profesional mediante prejuicios patriarcales, androcéntricos, heteronormativos y binarios? (Eribon, 2008; Preciado, 2020).

Es posible que la renovación del psicoanálisis venga de la mano de los clínicos «impuros»: quienes cada día se enfrentan a la locura, la discapacidad o los estragos de las drogas; aquellos obligados a trabajar con la familia, mediante tratamientos de grupo o en encuadres institucionales; y los que, ante los inconvenientes de la asistencia pública, inventan soluciones creativas apartándose de esencialismos. Tal vez, el psicoanálisis no necesite feligreses que aseguren su supervivencia. Mejor será que se rodee de traidores que lo cuestionen, lo sacudan y pongan a prueba la resistencia de sus límites. Y, de vez en cuando, los hagan estallar.

Referencias

Collins, R. (2005). Coaliciones en la mente. En Sociología de las filosofías: una teoría global del intercambio intelectual (pp. 19-54). Hacer.

Deleuze, G. (1996). Conversaciones. Pre-Textos.

Derrida, J. (2003). Papel máquina. La cinta de máquina de escribir y otras respuestas. Trotta.

Eidelsztein, A. (2009). El fracaso de Lacan. 1ª parte. El rey está desnudo, 1(2), 97-113. https://elreyestadesnudo.com.ar/wp-content/uploads/2023/06/REY2_10-fracaso.pdf

Eribon, D. (2008). Escapar del psicoanálisis. Bellaterra.

Kuhn, T. (1971). La estructura de las revoluciones científicas. Fondo de cultura económica.

Preciado, P.B. (2020). Yo soy el monstruo que os habla. Informe para una academia de psicoanalistas. Anagrama.

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