Evolución de la demanda en terapia infantil

por , | Revista del CPM número 14

 

INTRODUCCIÓN

Quienes nos dedicamos al trabajo con niños, venimos observando en la solicitud de psicoterapia que los padres, con creciente frecuencia, centran su demanda en la petición de pautas, con un énfasis a veces cargado de dramatismo, a veces de cierta descarga o incluso negligencia: “yo lo que quiero son “pautas”, saber qué hacer cuando se pone así”, (como si se tratara de aquel “acción- reacción” de la película “Los niños del Coro”).

“Lo que queremos es que le ponga pautas, que le enseñe…” (¿Lo que los padres no han podido hacer?)

Los profesores también nos las piden, unos por temor, otros porque se sienten desbordados, otros porque quieren ayudar.

Nos preguntamos qué está ocurriendo para que los modelos que antiguamente “pautaban” las normas básicas de sostén parezcan ahora encontrarse sin autoridad, o de otro modo ¿qué hace que los padres nos sintamos incapacitados para poner límites?

Pidiéndonos pautas parecen convertirnos en educadores más que en terapeutas: Les damos palabras, les hablamos de sentimientos, cuando ellos piden “recetas”, modelos de conducta.

Por otro lado, en la práctica y en la teoría de la técnica, aparece cada vez con mayor frecuencia el trabajo del niño junto con los padres o la atención a éstos en sesiones paralelas durante gran parte del tratamiento del hijo, en una tarea donde se habla del hijo, pero también de ellos mismos.

Así pues, podríamos decir que el cambio en la demanda afecta al tipo de atención y al trabajo terapéutico que realizamos.

 

BREVE DESCRIPCIÓN HISTÓRICA DE LA DEMANDA Y SU APLICACIÓN TÉCNICA

A principio del siglo XX, Freud a través del “Caso Juanito”, se ocupa directamente de lo que a partir de entonces va a llegar a ser el trabajo con niños.

Freud conduce ese trabajo analítico a través del padre de Juanito. Durante ese tiempo sólo mantuvo una entrevista con el niño, por lo que el padre quedó constituido como “agente terapéutico”. Queremos ver así, que este primer caso de “clínica psicoanalítica infantil” (como diría J. Pundik), reconocía la importancia de la unión entre el interés familiar y el interés terapéutico. En su enfoque, Freud ligaba las causas de la enfermedad a la “educación y a la relación familiar”, pero en ningún caso proponía que se podía evitar la misma mediante el uso de recetas, consejos o pautas.

Catherine Mathelin, nos recuerda que Freud respondió a una madre que pedía consejos: “Haga lo que quiera, de todas maneras estará mal”, advirtiendo esta autora que lo que Freud pretendía no era culpabilizar, sino poner en evidencia la imposibilidad para los padres de alcanzar un ideal.

Anna Freud y Melanie Klein, como primeras herederas de este trabajo con niños, desarrollan su teoría y su técnica desde puntos de vista diferentes con respecto a la relación del psicoanálisis de niños y la educación.

Para Anna Freud estos 2 aspectos deberían estar asociados, mientras que para Melanie Klein, el trabajo terapéutico sólo era posible si el analista se abstenía de ejercer una función pedagógica. Ambas reducen al mínimo la intervención de los padres en el trabajo con los niños.

Posterior a ellas, Arminda Aberasturi desarrolla un modelo terapéutico infantil donde trabaja casi exclusivamente con el niño, aunque en ocasiones deriva a las madres a grupos terapéuticos. Para ella, en la primera entrevista el hijo no debía estar presente pero sí informado.

J. Lacan hace referencia al tratamiento de niños cuando afirma: “El síntoma del niño se encuentra en el lugar desde el que puede responder a lo que hay de sintomático en la estructura familiar”. Aunque no se ocupó personalmente de la terapia con niños sus teorías han marcado un estilo de escucha fundamental para el trabajo con ellos.

Nos parece interesante reseñar cómo los cambios sociales ocurridos a partir de la Segunda Guerra Mundial primero, y de la modernidad, entre otras cosas, después, han ido cambiando el panorama de la teoría y la técnica en psicoanálisis. Como en otras ocasiones la demanda ha ido modificando la técnica. Surgen nuevas patologías que van marcando la necesidad de adecuar lo que hacemos. Autores como Winnicott, Bowlby y Dolto entre otros, ya lo reflejaron en las modificaciones que introdujeron en la técnica con niños, como ya hiciera Freud hace más de 100 años al encontrarse con numerosas pacientes afectadas de histeria.

Winnicott insistió en la importancia del ambiente facilitador, “suficientemente bueno”, como elemento sostenedor del niño, tanto cuando nace, como si es necesario, en el momento del tratamiento. No da consejos, ni recetas sino que aborda la demanda por medio de consultas terapéuticas, con la participación del grupo familiar interactuando, poniendo en movimiento el inconsciente de los padres y su propia historia. En sus famosas “consultas terapéuticas”, casi a demanda, él ya incluye a los padres como agentes terapéuticos, lo que ocurre en el caso de “The Piggle”.

Paralela en el tiempo, la teoría del Apego promulgada por Bowlby, desarrolló otro tipo de técnica en el trabajo con niños, a través de la cual se debería estudiar tanto la manera en que un niño es realmente tratado por sus padres como la representación que se hace de ello, la interacción entre lo externo y lo interno

Continuadora de la Teoría del Apego, Mary Main amplió la investigación y desarrolló la Entrevista de Apego para adultos, ofreciéndonos una valiosa herramienta para explorar el mundo interior de los padres, así como las relaciones entre padres e hijos, además de un marco donde recoger las palabras y reacciones de varias generaciones.

Françoise Dolto, dedicaba una mirada exhaustiva al entorno familiar antes de la iniciación del trabajo psicoterapéutico con el niño. Aplicaba una especial atención al contexto y a la lengua hablada; el síntoma del niño debería entenderse como el lenguaje a descifrar en la historia, en conexión con toda la dinámica inconsciente del niño con sus padres y nunca del niño a solas.

No podemos dejar de hacer referencia a los trabajos de Bion, quien con sus teorías acerca de “La función de Revêrie” de la madre nos ha permitido acercarnos a una visión más profunda de la relación Madre-Hijo. Así mismo las teorías de otros autores como Kreisler, Diatkine, Lebovici, Anzieu, etc… nos han aportado las ideas sobre la relación fantasmática, las intervenciones con la presencia de la madre y/o del padre con el hijo, la interrelación entre las funciones psíqui
cas en el contacto corporal y el desarrollo de “yo- piel” (citado por J. Colás Sanjuán).

Destacamos a estos autores, tanto para observar las distintas técnicas que utilizaban como para analizar a través de ellos la manera en que la demanda ha ido modulando el tipo de intervención terapéutica que establecieron. Dicha intervención no incluía pautas, ni recetas, ni consejos (a pesar de que alguno de ellos, se dirigía a los padres por medio de conferencias o programas de radio).

El modelo que primaba en la segunda mitad del s. XX (como recoge E. Bleichmar) como tratamiento de rigor, era principalmente el basado en las teorías Kleinianas, donde se buscaba lo causal en las pulsiones primitivas (fantasma sádico interno) y se atribuía a los padres – quizás demasiado alegremente – todo lo que no marchaba bien en el hijo.

Actualmente debido al tipo de patología que nos encontramos, desórdenes de la alimentación o del sueño, retrasos en el desarrollo, trastornos en el vínculo afectivo y en la conducta temprana del niño y, en los padres problemas a la hora de ejercer como tales y a la demanda de una población cada vez más joven (0 a 3 años), nos conducimos hacia un estilo de trabajo donde la presencia y atención a los padres parece cada vez más necesaria.

 

DEMANDA EN LA ACTUALIDAD

Parecería que a veces las peticiones que realizan los padres nos sitúan en el dilema de hacer Psicoanálisis o Pedagogía, dado el sentido de urgencia con que se nos plantean y la ausencia de reflexión acerca del síntoma. La actitud social en la actualidad gira en torno a lo inmediato, lo eficaz y lo perfecto, lo que conduce a que el tipo de demanda vaya marcada por ese sello.

Los cambios en función de los grupos familiares actuales también condicionan el tipo de petición, muchas veces al margen del sufrimiento del niño. Por ejemplo, En caso de separaciones matrimoniales, la solicitud de consulta viene, a veces, a presentar o encubrir una queja del otro cónyuge, o la petición de informe por algún tipo de abuso (supuesto o real) por parte del otro padre.

Los avances en los estudios de la farmacología, de las neurociencias en la psiquiatría y en la psicología, modifican las expectativas de cura y la idea de poder alcanzar soluciones más inmediatas. Todo esto parece explicar la existencia de una demanda tipo “receta”.

Las consultas que nos realizan los padres se refieren en muchos casos a síntomas caracterizados por problemas de conducta que molestan (el niño “hace” o “no hace”), ya sea en el entorno familiar o en el colegio. Los padres leen manuales, escuchan a los psicólogos y médicos en TV… Hacen todo lo que se les dice para ser buenos padres, para que los hijos les quieran o no dejen de quererles o para que los hijos no engrosen la categoría de “problemáticos”.

También nos encontramos adolescentes desorientados ante el rol ambiguo de unos padres que parecerían ellos mismos adolescentes. Parece que se deseara obviar o anular todo lo que tiene que ver con algo tan básicamente humano como las diferencias, el sufrimiento, el esfuerzo, etc.

Otro tanto ocurre con la autoridad, como señala Catherine Mathelin: “Los psicoanalistas tenemos la fantasía de pensar que la falta de obediencia tiene algo que ver con la autoridad y la forma en que esta se ejerce actualmente”. ¿Acaso no deberíamos transmitir a los padres la necesidad de aprehender la utilidad y el sentido de las prohibiciones en el proceso humanizador del sujeto?

F. Dolto lo explica, cuando habla de las “castraciones simbolígenas”, refiriéndose con ello a cómo el sujeto tiene que aplazar la realización del deseo que deja de ser inmediato, para facilitar que las pulsiones puedan expresarse de otra manera, por ejemplo, a través de la sublimación. Las castraciones actuarían así como coartadoras de un actuar inmediato o en palabras de Nasio, se cambiaría la satisfacción pulsional “de circuito corto” con un objeto determinado, para retomarse “en un circuito más largo” y con otros objetos.

Nos preguntamos, ya que estas castraciones deben ser dadas, animadas, enseñadas por los padres fundamentalmente (que son habitualmente los que sostienen la identificación del niño), ¿Qué es lo que nos piden los padres con el nombre de “pautas”? ¿Se refieren a esas castraciones que ellos no han podido llevar a cabo? A veces parece que nos estuvieran pidiendo que desde una manera mágica les traspasáramos algo de nuestro “saber”, que les hiciera a ellos ser poseedores de la misma magia.

 

Una joven paciente, con un grave trastorno límite dice al entrar por primera vez a la consulta: “Lo que quiero es que me enseñes a hacer eso que sabéis los psicólogos, lo de dejarse aquí los problemas al salir, para dejar de sufrir”.

 

Es desde nuestro lugar de terapeutas que debemos dar la vuelta a esta demanda, y desde nuestra escucha psicoanalítica buscar lo que se pide más allá de la “receta”. Sabemos que a veces el proceso es delicado, sin embargo nuestro papel como psicoanalistas es ayudar a los padres a comprender que los procesos de sus hijos no están desligados de sus propios procesos, pasados y presentes. Ayudarles a “Ser” padres más que a “Hacer”.

 

ACTITUDES TERAPEÚTICAS EN LA ACTUALIDAD

En nuestra práctica profesional, son cada vez más frecuentes las ocasiones en las que se toma en terapia al niño, pero también se trabaja con los padres, a veces individualmente, o en pareja o derivando al menos a uno de ellos, a un trabajo grupal, generalmente a la madre, pero en su defecto a la otra figura de apego, como el padre u otro familiar que se haga cargo de la labor terapéutica.

Puede tratarse de “grupos paralelos” (Margarita Ibáñez y Eulalia Torras los llevan a cabo con sus respectivos equipos, en Barcelona), donde trabajan padres e hijos por separado pero al mismo tiempo.

A veces los padres entran en la sesión del hijo y aprenden aspectos del tratamiento que más tarde podrán potenciar en casa, pero también, y a veces para su sorpresa descubren aspectos desconocidos del hijo y/o de ellos mismos.

Creemos que ha sido, fundamentalmente, a partir de las modificaciones que D.Winnicott comenzó a introducir en su técnica, cuando los psicoanalistas inician un giro en el abordaje terapéutico con los niños, asumiendo algunos aspectos que actualmente nos parecen básicos: por una parte, adaptar la técnica a las necesidades de cada caso particular, ya sea mediante un psicoanálisis extenso, con sesiones regulares o sesiones “ a petición” o consultas terapéuticas aisladas o prolongadas, y por otra, la importancia de que el analista mantenga un contacto persi
stente y estable con los padres a los que hace partícipes de la comprensión y así mismo elaboración, de los comportamientos y fantasías del niño.

A este respecto, nos influyen también los estudios de Stern acerca de la atención temprana en niños muy pequeños, al destacar la importancia de las representaciones de la madre para captar al “bebé imaginario” y al “bebé fantaseado” (presentes ya desde el embarazo), como elementos subyacentes que explican los problemas tempranos de la vida del infante. Es lo que él denomina la Constelación Maternal. Técnicamente hablando ha enriquecido enormemente tanto la información que en las entrevistas obtenemos de la madre, como las posibilidades de cambios en la relación madre-hijo, con los notables efectos terapéuticos que ello supone.

Particularmente y en ese mismo sentido, consideramos de un valor innegable las aportaciones de Bowlby. Dichas aportaciones nos han llevado en la clínica a la realización de entrevistas individuales con cada uno de los padres, lo que nos permite, a través de su historia, investigar sus propias relaciones de apego y como éstas se reflejan en la historia del hijo.

Autores como, D. Stern y E.D. Bleichmar coinciden al recoger estas teorías y concluyen que estaríamos ante un nuevo tipo de paciente: la relación padres-hijo.

No obstante, otros psicoanalistas como J.D. Nasio prefieren recibir a los padres, “juntos al final de la primera entrevista, luego de haber visto al niño a solas…. Una vez iniciada la cura del niño- continúa diciendo- los veo individualmente 1 ó 2 veces, y al final del tratamiento los recibo en presencia de su hijo para hacer el balance del trabajo realizado”.

Nasio actúa de esta manera para preservar lo que él denomina, “un momento de frescura virginal” que va a decidir la naturaleza del lazo analista-niño.

Personalmente, preferimos utilizar este sistema casi en exclusiva con adolescentes, entre otras razones porque no todos los niños, sobre todo los más pequeños, están dispuestos a adentrarse en un lugar desconocido con un extraño y además porque encontramos muy enriquecedora la observación de la interrelación familiar desde el primer momento.

 

VIÑETAS CLÍNICAS

Caso 1: Arthur Tiene 8 años. Estudia el equivalente a 3º de primaria en un Colegio Bilingüe.

Motivo de Consulta: Llama la madre para explicar que su hijo presenta una angustia intensa al llegar la noche, “somatiza, se pone blanco, llega a vomitar…”

En la primera entrevista, los padres cuentan que esto le ocurre desde siempre pero se ha intensificado desde hace 1 año, cuando viendo la película de “Los 4 fantásticos” con su padre entró en pánico, al ver la transformación del “malo”, llegando a orinarse encima (a este personaje se le transforma la piel en metal). Los padres se quejan de que dibuja mal, escribe mal y se desborda en los límites del dibujo (lo que me hace pensar en sus límites, en el yo-piel, y en el pensamiento preoperatorio).

Hemos de señalar que ambos padres son profesores de materias científicas y que tiene una hermana de 5 años que padece de Asma y alergias alimenticias graves.

La madre dice: “Yo también era asmática, pero dibujaba muy bien”.

Piden pautas “por que no sabemos qué hacer, si ser más rígidos cuando viene por las noches o ponerle una cama plegable en nuestro cuarto”.

El pánico de Arthur, al ver las imágenes de la película, aparece como confirmación de sus temores (la fantasía se hace realidad), y esta madre volcada en las graves alergias que presenta su hija, intuye pero no atiende la angustiosa llamada, que ante la separación nocturna, realiza Arthur (el que acude por las noches es el padre).

“Las Pautas”: Planteo la necesidad de mantener entrevistas frecuentes sobre todo con la madre, con la que hemos ido hablando de ella misma, del hijo y de la relación que hay entre su propia historia y la de su hijo, muy marcados por la necesidad de contacto piel a piel.

Ayudar a la madre a restablecer el vínculo con Arthur, incluso permitiendo que algunas noches cuando aparece el miedo, pase a su cama, ha permitido a ambos disfrutar de otro tipo de “contacto”. Queremos recordar que una característica del sistema de apego es la búsqueda de proximidad cuando se activa la alarma de separación, como momento de reparación del vínculo.

Después de unos meses, el padre relata sorprendido, que Arthur está cada vez más cercano y cariñoso, sobre todo con él. El eczema recurrente de todos los años no ha vuelto a aparecer. A los padres les sorprende también que la hermana esté bastante mejor de sus alergias.

 

 


 

Caso 2: Irma
Tiene 13 años. Estudia 2º de E.S.O.

Motivo de Consulta: Llama el padre, primero me refiere que ve a su hija angustiada, que parece deprimida… por los estudios (aparentemente), pero luego me dice que oye voces que le dicen qué es lo que tiene que hacer. Ante esto le pido que acudan los tres, y tenemos que ajustar fechas y horarios por las dificultades que parece tener la madre con su trabajo.

En la primera entrevista, al pasar los tres a la consulta delante de mí, me encuentro con que de manera repentina, se sitúan ellos solos como quieren y no como estaban dispuestas las sillas, de tal manera que me dejan fuera del círculo familiar y de mi lugar. Lo que me hace preguntarme, ¿qué pasa en esta familia con los roles?

Los padres hablan sin cesar, invadiendo incluso el espacio de Irma y el mío. El padre (que es profesor universitario) piensa que su hija está demasiado pendiente de las notas y que ” suspender es hasta bueno”, como le sucedió a él. La madre dice que es impensable no aprobar, que ella jamás ha suspendido (también es profesora universitaria), por su trabajo pasa fuera de casa gran parte del día, siendo el padre quien se ocupa de la atención a los hijos en comidas, pediatras, colegios, etc. Así mismo cuentan que Irma no puede dormir por las noches, reclamando la presencia de su madre.

Yo le pregunto a Irma si ella siente que ese es el problema, y me responde que no, que le gusta estudiar. A partir de aquí la entrevista se desarrolla de la siguiente manera:

La madre dice: “Bueno… yo voy a decir lo que ella no está diciendo, hay un mono que por dentro le ordena portarse mal, porque si no pueden morirse su madre o su hermano», y que esto parece que comenzó a los 8 ó 9 años, cuando Irma tuvo una crisis de ansiedad aguda al ver morir en TV. a un fut
bolista, y que estas voces después de 1 año desaparecieron. Irma interviene, de pronto, diciendo (ante la sorpresa de los padres) que nunca desaparecieron, y más aún, que aparecieron antes de esa edad. “Cuando te dio aquéllo”, le dice a la madre.

Ésta me explica que, cuando la niña tenía 4 años, ella, la madre, sufrió un síncope vagal con bradicardia extrema, que presenció la niña. Irma vuelve a intervenir, angustiada, “parecía que estabas muerta, en ese momento me quedé mirando a un mono de goma que tenía en la bañera…”. A continuación añade, llorando “este verano te empezó a dar otro, estábamos solas, me creía que “¡me iba a dar algo ya!”.

Señalaría que la madre relata su “Síncope vaso vagal” como una enfermedad definitiva, lo que parece suponer para la hija el terror a tener que enfrentarse frecuentemente a semejante situación.

Los padres de Irma parecen tender a relativizar el sufrimiento emocional, no encontrando un significado a las manifestaciones y/o alteraciones que presenta la niña. Nos parece además destacable en esta dinámica familiar que los roles que desempeñan no han sido elegidos libremente sino condicionados por las circunstanciales profesionales y personales del otro, situación de la que se quejan los tres, pues el padre se siente saturado, la madre culposa por lo que acude a atender las llamadas de la hija casi aliviada y, en la relación entre madre y la hija, cada una vive sin palabras el sufrimiento de la otra.

Desde la primera entrevista Irma empieza a sentirse menos angustiada, duerme mejor y acude a las sesiones (todavía pocas) con ganas y colaboración. Pensamos que esto es debido a que ha encontrado un espacio donde poner en palabras su sufrimiento y a que los padres expresan su disponibilidad a comprender, ya que continúan también las entrevistas con ellos (siempre que su horario se lo permite).

 

 


 

Caso 3: Antonio
Tiene 11 años y estudia 6º de primaria.

Motivo de consulta: Al teléfono me comentan que se trata de un niño con continuos enfados, rabia, descontrol, está rebelde pero siempre en el ámbito familiar.

La madre dice que ambos se sienten angustiados y piden ”saber qué hacer cuando se pone así”, solicitan asistir solos a la primera entrevista, a lo que respondo que dada la edad de Antonio, es preferible que él acuda también, pero insisten en venir solos; les explico que en ese caso, es conveniente que el niño esté informado de que ellos han pedido una consulta con el psicólogo, que le digan mi nombre y también que él acudirá más adelante.

En la primera entrevista hablan tanto el padre como la madre de la conducta de Antonio, de cómo cada uno de ellos actúan frente a eso de una manera diferente, y se recriminan el uno al otro.

El padre se queja de que la madre no le deja intervenir en la educación del niño, que no sostiene los castigos o las tareas que él pone; cuando yo pregunto por qué, se callan y entonces la madre me responde pensativa, «lo que ocurre es que Antonio es hijo de distinto padre», al que dejó de ver entre los 4 ó 5 años, tras una separación traumática y dolorosa tanto para el niño como para la madre. Los padres cuentan que el niño nunca habla de ese tema, a pesar de que ellos le insisten.

Yo tengo la impresión de que le piden que se comporte como un mayor (pidiéndole que hable de lo que siente, pero que no se rebele, que no se enfade…) y al mismo tiempo lo tratan como a un pequeño, por Ej.: cuando a pesar de mis instrucciones precisas, el día que le traen a consulta no le explican a qué viene ni por qué (tampoco cuando más tarde solicitan un informe para cambiarle los apellidos).

“Las pautas”: No les digo qué tienen que hacer cuando él se muestra rebelde, aunque sí les expliqué lo que parecía querer decir con su actitud: el enfado y la depresión por la desaparición de su padre biológico, no saber qué lugar ocupaba en la nueva familia, y no saber qué lugar darle en su corazón a este nuevo padre, por lo que tampoco podía acatar los límites que éste intentaba ponerle.

He dado un espacio a estos padres donde hablar tanto de ellos como del hijo, ya que les cito con cierta frecuencia de manera individual y conjunta. Poder hablar del hijo, y preguntarse por qué no dejaba intervenir al padre, permitió a esta madre poder hablar de sus propias pérdidas y temores, relatando que aproximadamente a la edad de Antonio sufrió también el abandono y desaparición de su propio padre, al que no ha vuelto a ver. También teme que su primer marido pueda algún día volver y reclamar al hijo.

El padre, a su vez, ha podido recuperar un lugar que deseaba junto a Antonio, establecer una comunicación y un respeto mutuo, de manera que los enfados han disminuido considerablemente.

Para Antonio este espacio ha sido importante, como lugar donde por fin se ha atrevido a hablar del padre desaparecido y de otras pérdidas (pudiendo expresar sus emociones hasta el punto de llorar desconsoladamente al hablar de ellas). Porque su síntoma es reflejo del duelo no elaborado. Hace unos días se atrevió por fin a decirme, “cuando hablas de F.- su padre biológico-, dices “mi otro padre”, pero para mí no lo es, yo no lo siento así, sólo tengo un padre, C.”

 

 


 

Caso 4: Marta
Tiene 12 años. Estudia 1º de E.S.O.

Motivo de Consulta: Por teléfono la madre dice querer consultar “para saber qué hacer” con su hija que mantiene actitudes desafiantes, oposición, descontrol, desobediencia, continúas riñas… Me advierte que la niña, que ya ha acudido a diversos profesionales, posiblemente no quiera asistir. A pesar de ello, le insisto que si es posible acudan los tres.

El día de la entrevista aparecen los padres solos con ½ hora de retraso por una aparente confusión horaria, me explican que Marta se ha negado a venir y entonces pregunto cómo le han informado, me responden que se lo han comunicado 10 minutos antes de venir, a la salida del colegio. Cito textualmente: “…. Vamos Chiqui que nos están esperando (¿?), al psicólogo… ¿No te lo habíamos dicho?”

Ante esta actitud que percibo como temerosa, me queda bastante claro que estos padres temen las reacciones de Marta, que pueden ir desde las broncas familiares, a situaciones de riesgo, por Ej. en una excursión escolar se sitúa al
borde de un precipicio, o que salga al macetero de un balcón en un 9º piso.

La madre desdramatiza estas situaciones (o quizá las niega) diciendo: “No es para tanto, yo sé que ella tiene un equilibrio excelente”.

En una segunda entrevista Marta continúa sin venir pero a mitad de la sesión, llama a su madre al móvil, ésta contesta. La niña le cuenta que se ha saltado la clase de inglés, a lo que la madre responde sonriente que” haga lo que quiera”, “que es su responsabilidad”, y ríen las dos. El padre permanece callado.

Pienso que tengo que “cazar” la ocasión, y pido a la madre que invite a Marta a subir, puesto que se encuentra cerca, a lo que la niña accede. Interpreto esta situación como que quizá quiere venir o al menos siente curiosidad.

Marta es una niña con aspecto desvalido, mi sensación contratransferencial es que hay un sufrimiento que nadie contiene, ni los padres, ni los profesores.

Hablamos de dragones ya que me dice que le gustan (Eragon), consigo una cita con ella a solas… es un paso.

“Las pautas”: Después de esa entrevista a solas en la que se expresa a través de dibujos y parece asustarse de lo que refleja en ellos (por ejemplo, una casa en ruinas), Marta no ha querido volver, por lo que propuse a los padres trabajar de momento con ellos en sesiones individuales y conjuntas, donde el padre se ha ido integrando y hablando cada vez más, y donde la madre ha podido hablar de su propia historia y duelos no resueltos. Ambos van entendiendo a la niña de una manera diferente.

Mi conexión con Marta se realiza por medio de dibujos o notas que nos enviamos a través de los padres. Ella ha accedido acudir a un grupo de adolescentes que se desarrolla en su propio colegio con la psicóloga escolar.

Podíamos señalar que me pareció importante, ante el temor que despierta con su conducta a todo el mundo, que sería fácil encasillarla en el diagnóstico psiquiátrico con el que vino a consulta de “Trastorno negativista desafiante”, no negamos el riesgo de una descompensación en un momento dado, pero es razón de más para centrarnos en los aspectos depresivos y de contención, sobretodo si tenemos en cuenta que en la historia familiar aparecen varios duelos no resueltos, lo que unido a la escasa sensibilidad materna podría ayudarnos a analizar el caso desde la posible existencia de un apego desorganizado. Según la teoría del apego, como sabemos, en el vínculo desorganizado la figura de apego es a la vez fuente de peligro, o como dice M. Ibáñez, “El adulto que se angustia de la angustia del niño, se convierte en peligro”.

 

 


 

Caso 5: Isabel
Tiene 12 años y estudia 1º de E.S.O.

Motivo de Consulta: La madre dice al teléfono: “ Es una niña muy inteligente, pero que siempre está sola, exagera, miente y tiene frecuentes dolores de tripa, vómitos… hasta el punto de faltar con frecuencia al colegio debido a lo cual han recibido varios avisos.”

En la primera entrevista acuden la madre y la hija y nada mas entrar la madre dice angustiada: “Te voy a pedir un favor ¡Necesito pautas! No sé qué hacer”.

Respondo que antes de hablar de pautas vamos a hablar de qué puede estar ocurriendo y a qué pensamos que se debe.

La madre me cuenta que su marido la ha dejado hace 1 año, que Isabel tiene una hermana menor, de 7 años, cuya llegada provocó una situación de celos que dio lugar a una consulta psiquiátrica y más tarde con una psicóloga (que casualmente también se llamaba Milagros). Me dicen además que Isabel se negaba a venir. En un intento de facilitar un vínculo conmigo -que percibo difícil en Isabel- y de señalar algo de lo que estoy observando de la relación entre madre e hija, le digo: “vaya, que casualidad, me llamo igual… pero somos diferentes. A lo mejor eso sirve para que hagamos algo juntas”. Ella me mira, por fin sonríe y luego comienza a hablar.

Isabel parece ser “sólo palabras” y palabras de adulta. Habla mucho, tanto que resulta invasiva, pedante… (es por esto quizás, que me resulta imposible recoger lo que dice), lo que seguramente la está aislando de las compañeras de su edad.

Entra en el despacho como una “adulta”, seria, enfadada, vestida casi igual que la madre. Cuando terminamos, sale como “un bebé”, la mirada un poco pérdida, no sabe cómo despedirse, se abraza a mí, me besa, balbucea.

“Las pautas”: A veces siento que tengo que ponerlas y muy directamente a esta madre que se desborda e invade continuamente (en la consulta, en las sesiones): llegan tarde, la recoge tarde (hasta con ½ hora de retraso), pese a lo cual intenta entrar -mientras paga- y hablar de ella misma, de lo mal que le va, de lo mal que ve a Isabel, a pesar de que ésta va mejorando… Pedía pautas para la hija, acabo poniéndoselas a ella.

La no diferenciación entre madre e hija parece surgir de la dependencia de la madre hacia esta “niña brillante”, más aún desde que su marido la abandona por otra mujer. Desde allí, parece que también le cuesta dejarla en mis manos (“otra mujer”) y que el padre de Isabel se muestre en la consulta diferente a como ella le ve: acude puntual, se hace cargo de la niña, se relaciona con el colegio, le pone límites. El síntoma de Isabel parece un intento de queja y de rebelión, ella dice: “¡siempre está encima, me registra mis cosas, se viste como yo!”.

 

 


 

 

REFLEXIONES

¿Qué hacemos los psicoanalistas en la actualidad?

En palabras de los niños: “Tú curas los sentimientos”

Como psicoanalistas, a través de la escucha estamos siempre atentos al Inconsciente, interpretamos, a veces verbalizamos, otras no. Con los niños, esa escucha se pone en marcha desde el momento en que los padres llaman, y escuchamos entonces su propio inconsciente como parte integrante de una relación que vamos a atender. Quizá no se trata de un psicoanálisis en sentido estricto, como señalan algunos autores (Pundik, E. Bleichmar) sino de un abordaje analítico desde el cual vamos a observar todas las formas de lenguaje, oral, gestual, postural. Escuchamos su comunicación, desde la transferencia, desde la contratran
sferencia. Les preguntamos ¿qué le pasa? ¿Desde cuándo? ¿A qué lo atribuye? como a un adulto, pero también indagamos su estilo de apego, el de los padres, su manera de reaccionar ante la separación cuando los padres “lo depositan en nuestras manos”, también la reacción de éstos y sus expectativas con respecto a nosotros.

Buscamos la interacción entre la realidad biológica y la realidad vivencial, la imagen del hijo en la mente de los padres.

Nos importa saber qué es lo que los padres consideran como problema. Para ellos a veces es sólo desde la conducta, la que molesta, pero no siempre esto coincide con lo que resulta ser el problema para el hijo.

En todo caso, nos parece que cuando estos padres comienzan a ver algo que va más allá de sus planteamientos iniciales, es cuando pueden empezar a cuestionarse otras cosas y a hacerse cargo del hijo.

Es por ello que cuando comentamos entre profesionales nos damos cuenta que cada vez con mayor frecuencia incluimos a los padres en la terapia del hijo. A veces, “dar pautas” es todo lo que podemos hacer. Con otros padres ese será sólo el punto de partida desde el que podemos empezar a trabajar.

Nuestra actuación, desde el primer momento, en que comenzamos a escuchar cada caso, permite también a la familia (los padres, el chico o chica) ir viendo cómo estructuramos, cómo nos preocupamos por un tema determinado, cómo elaboramos, observamos, entendemos, tranquilizamos (¿quizás es esto lo pedagógico?).

También es un punto a destacar -y en eso estamos de acuerdo con Marie-Cécile Ortigues- la necesidad de garantizar al niño el espacio de una libertad posible, es decir que pueda existir un rechazo a la terapia, y desde esta posición “respetar su tiempo” (Caso Marta), y en todo caso si se insiste en la terapia, abordarla con los padres.

Ya en la exploración hacemos comentarios al niño acerca de su forma de ser, de cómo esto se refleja en su dibujo, en su juego, le explicamos desde lo emocional, interpretamos, le escuchamos.

Con los padres buscamos facilitar la empatía, que puedan ponerse en el lugar del hijo, que puedan entender lo que le pasa a él y también lo que les pasa a ellos, intentando de esa manera establecer un espacio psíquico en ellos y hacia el hijo.

Escuchar a los padres les permite a éstos y a nosotros poner en voz alta aspectos de su propia conflictiva o de su imagen del hijo que no estaban puestos en palabras, por Ej.: el duelo por otro hijo o por sus propios padres. Cuando en la primera entrevista citamos a los tres, encontramos en muchas ocasiones como los padres “oyen” por vez primera lo que siente o piensa el hijo o éste escucha aspectos sobre la historia familiar que desconocía, lo que establece ya efectos terapéuticos.

En suma lo que demandan los padres es suprimir “un síntoma”, y en eso no estaríamos tan alejados de lo que demanda el adulto, la diferencia estaría en la petición por parte de los padres de corregirla a través de un recurso pedagógico. En otros casos, al interpretar el síntoma como el signo de una enfermedad médica, esperan de nosotros que sea tratada de la misma manera.

G. Bléandonu, al retomar el trabajo de Winnicott sobre las “consultas terapéuticas”, resalta que según éste “lo importante era saber si el terapeuta tenía o no una formación analítica”. Algo que a nosotras nos parece también indispensable.

No queremos aquí sustituir la profundidad del cambio que puede establecerse a través de un tratamiento individual, pero teniendo en cuenta que no todos los padres se encuentran en situación de enfrentarse a ello, sí creemos que se les ofrece la posibilidad de abordar sus propios fantasmas y ver “algo diferente” de ellos mismos y del hijo (:psicoanálisis). En el menor de los casos, atenderles individualmente o en pareja, nos permite ofrecerles herramientas diferentes para la “gestión” de la vida familiar cotidiana, como poner límites, acercarse al hijo, comprenderle, asumir roles, etc. (:psicoterapia).

Esto nos parece fundamental ya que pensamos, coincidiendo con Collette Chilland, que, en muchos casos, no conseguiríamos nada sólido si algo no cambia en la mente de los padres. Contratransferencialmente, a veces nos producen rechazo, rozando otras veces el riesgo de actuar esa contratransferencia, pero en todos los casos nuestra formación psicoanalítica debe hacernos buscar una “alianza” que permita el cambio en unos y otros.

La receta, las pautas, que nosotros podemos ofrecerles son la escucha y la palabra, y ser el soporte que ayude a los padres y al niño (futuro adulto), a hacerse cargo de sus deseos, fantasías, emociones, pensamientos, como algo que explique en determinado momento sus malestares.

En estos tiempos de “minusvalía emocional”, quizá la pautas que nos piden sean una suerte de “muleta emocional”, que no cuestiona planteamientos más profundos, pero nosotros devolvemos reflexión, significado, estados de ánimo, o palabras donde sólo había manifestaciones corporales, algo a la vez tan sencillo y tan complicado.

 


 

BIBLIOGRAFÍA

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