Leemos el interesante texto de José Ovejero, La ética de la crueldadi, Premio Anagrama de ensayo 2012, y no podemos dejar de pensar en dos cosas. La primera, que en lo que el autor define como ética de la crueldad encontramos excelentemente expuestas algunas de las ideas que han movido nuestras propias ficciones desde hace ya algunos años. La segunda, que es de la que me ocuparé aquí, de la similitud entre la ética de la crueldad que defiende, como central en la mejor literatura, y la ética del psicoanálisis.
Para demostrar esta segunda afirmación pasaré a resumir brevemente las propuestas de Ovejero. Dice el autor:
La crueldad ética es aquella que en lugar de adaptarse a las expectativas del lector las desengaña y al mismo tiempo lo confronta con ellas. Es ética en el sentido de que pretende una transformación del lector, impulsarlo a la revisión de sus valores, de sus creencias, de su manera de vivir. Y es cruel de una forma similar a aquella escena de La naranja mecánica en la que el protagonista, gracias a un ,mecanismo de sujeción de los párpados, se ve obligado a seguir mirando sangrientas orgías más allá de lo soportable; eso es a veces lo que hace el arte con nosotros (pag. 61).
Cuando Freud creó el psicoanálisis escandalizó a la puritana Viena fin de siécle. La represión sexual, los convencionalismos burgueses fueron dinamitados con el descubrimiento de la sexualidad infantil, de la ambivalencia afectiva y de la mascarada del yo. El psicoanálisis desengaña al paciente, no se adapta a sus expectativas de curación sino que las subvierte, diciéndole: allí donde usted cree que está la verdad no lo está, sino en otra parte. Y esa verdad es incómoda de ver, difícil de integrar en lo que conoce hasta ahora de sí mismo. La verdad que va a descubrir forzará una revisión de sus valores, modificará su forma de vivir para siempre. Esta es nuestra propuesta ética como analistas.
En su rechazo de la verdad y la certidumbre, la buena literatura pone en tela de juicio las verdades en las que creemos firmemente, señala Ovejero.
La crueldad de la literatura se encuentra entonces en su función desmitificadora. Lo mismo que sucede con el psicoanálisis.
El psicoanálisis revisa las narrativas previas que el yo ha ido elaborando sobre sí mismo con tinta indeleble, los mitos y las novelas familiares, las revisa y las reescribe, esta vez huyendo de la verdad. Es imposible conocer la verdad biográfica, e incluso si se la posee, no sería utilizable, escribe Freud a Arnold Zweig.
La verdad biográfica se construye, tras la experiencia analítica, en relación a la incertidumbre. Lo que pasó quedará para siempre en la nebulosa del pasado, los otros significativos serán modificados por nuestros relatos a medida que el propio yo se modifica con los nuevos descubrimientos que el dispositivo analítico pondrá a su disposición; y la experiencia de la incertidumbre, de la duda, formará parte de nuestro acercamiento a aquello que construyó nuestra subjetividad, siempre en construcción. En adelante, niente sarà sicuro, todo circulará en el tiovivo de un cierto desasosiego.
Los libros crueles son aquellos que niegan la sumisión a la banal dictadura del entretenimiento, aquellos que nos obligan a cambiar, si no de vida, al menos de postura, que nos vuelven incómoda esa en la que estábamos plácidamente aposentados en nuestra existencia (pag. 72).
No hay psicoanálisis sin cambio, sin duelo, sin abandono. No hay psicoanálisis fácil. El paciente se queja de lo doloroso del proceso, lo duro del proceso, nos dirán. Pero la ética del psicoanálisis se alía con esa dureza cruel. Invita a no cerrar los ojos, a la incomodidad, con la promesa de un cambio que mejorará el conocimiento de nosotros mismos y del mundo.
La crueldad… también puede ser una afirmación, un impulso primariamente destructivo, sí, pero que no se conforma con dejar a su paso un paisaje de escombros. Derribar para construir, reventar las burbujas de felicidad artificial, emborronar la idílica imagen que nos pintan de lo que somos y de lo que podemos ser, romper la pantalla en la que se refleja una realidad que no existe más que como tramposo simulacro (pag. 74).
Sin embargo, a la destrucción de las versiones previas se añade la construcción de nuevas narrativas que incluyen lo reprimido, lo negado, más ricas en matices, más profundas. Narrativas que nos devuelven una imagen distinta de nosotros mismos, pero más acorde con la experiencia del cuerpo vivenciado, integrando las memorias procedimentales y no solo simbólicas, incorporando la emoción y el gesto espontáneo perdidos en el devenir biográfico. La experiencia analítica exitosa procura una vuelta a la ilusión, un reencuentro con un deseo desenganchado de las esclavitudes del goce. Un deseo que incorpora un proyecto trascendente, humano, en un devenir incesante que aúna la imaginación radical y el principio de realidad. La experiencia analítica contiene en su seno, una promesa de alegría. Pero una alegría que incluye la muerte como final.
Coincidamos de nuevo con esta afirmación de Eco que cita Ovejero en su libro:
Entre las funciones de la literatura, Umberto Eco señalaba una que encaja muy bien en este discurso: para él la literatura nos enseña a morir, a aceptar este destino inevitable (pag. 89).
El psicoanálisis enseña a morir, nos inscribe en el ciclo de lo transgeneracional, en el acogedor espacio de la castración, pues la castración, lo contrario de la omnipotencia, no es solo pérdida, sino ganancia. La humildad ontológica en la que la experiencia de castración nos sitúa reduce la angustia, calma las expectativas, ayuda a incluir en nuestro proyecto subjetivo de trascendenciaii la propia muerte. Dice Simone de Beauvoir:
“Todo sujeto se afirma concretamente a través de sus proyectos como una trascendencia; cada vez que la trascendencia recae en la inmanencia se da una degradación de la existencia “en sí”.. Es (esta caída en la inmanencia) una falta de moral si es consentida por el sujeto; si le es infligida, se transforma en una frustración y una opresión; en ambos casos es un mal absoluto”.
Si no hago proyectos me rebajo como ser humano y me equiparo a las cosas, a los objetos, abandono mi proyecto como sujeto. Y esta es, precisamente, la propuesta del sistema actual que nos quiere iguales, homogéneos, estultofílicosiii e irreflexivos, como el lector de la literatura de entretenimiento a la que Ovejero opone su ética de la crueldad. Entretener la vida, pasar el tiempo, huir del pensamiento y de los cambios que el ejercicio intelectual comporta, sería para Steineriv entrar en la barbarie, en la inmanencia pura, quedar reducidos a carne y huesos.
Una literatura que provoca indecisión, incertidumbre, y a la vez exige esfuerzo, va en contra de las expectativas del lector y la lógica capitalista (pag. 115).
La lógica capitalista de la cura no pasa por el psicoanálisis. Los tiempos del inconsciente, la revolución del aprender a pensar que la reflexividad comporta, son ajenos a los del mercado, que exige respuestas farmacológicas rápidas, o terapias focalizadas en los síntomas, que no quieren saber del malestar que los producen. La transformación que el psicoanálisis desencadena en el paciente, y en el analista, va contracorriente, es revolucionaria, en un sentido pleno: modifica el sistema de pensar y de sentir, inserta de otro modo a los sujetos en el mundo, en el mejor de los casos, lo introduce en una vida más plena, más crítica, menos automatizada y más humana.
Dice, a propósito, José Ovejero:
El autor cruel no busca la evasión sino el encierro del lector consigo mismo… Escapar de la muelle para ir a lo incómodo, escapar de sí, de la realidad, pero de una realidad anestesiada que nos produce la sensación de que vivimos nuestra vida como podríamos vivir otra… (pag. 94).
Provocar en el lector una emoción fuerte que al mismo tiempo implique su juicio, su reflexión, generar en él sentimientos contradictorios, es una forma de invitarlo a cambiar (pag. 95).
No hay auténtica crueldad sin revelación dolorosa (pag. 96).
La ética de la crueldad invita a abandonar las certezas, a investigar. Freud pensaba el psicoanálisis como una arqueología, la búsqueda de un saber que no se sabe, una arqueología cuyos restos son exiguos, difíciles de clasificar, pero cuya reconstrucción, como una anastilosis siempre dinámica, nos darán un panorama cambiante, incierto, de nuestro pasado, capaz de incluir en el presente nuevos datos que lo hagan más comprensible. Una anastilosis que levanta los restos y los vuelve a tumbar, como dijimos, pues la verdad biográfica está perdida, y nos movemos en el territorio inestable del desasosiego.
El punto de partida del escritor cruel es el desasosiego, mucho más que la convicción. Escribir para él es investigar, y por supuesto, uno investiga de lo que no entiende (pag. 101).
¿Qué es el psicoanálisis sino una investigación conjunta sobre algo que ninguno de los dos investigadores conoce?
Un proceso incierto, en el que las serendipity pueden llegar a ser más interesantes que lo que se pretendía buscar.
Para concluir este breve parangón, quizás solo me quede objetar sobre el término “crueldad”, que considero coyunturalmente pertinente. Me explico. La crueldad a la que Ovejero alude lo es en el contexto de una sociedad que ha pervertido el lenguaje. Lo cruel es sinónimo de verdad, podría ser sustituida una palabra por otra, pero la verdad es lo más oculto en nuestras sociedades contemporáneas, donde solo cuentan las apariencias de verdad. De ahí que desvelarla sea calificado de cruel. De ahí que para hablar de lo que va más allá de la superficie Ovejero haya tenido que recurrir a ese concepto que puede parecer excesivo.
En algún momento me gustaría abordar un término demasiado común en estos tiempos, que se aplica a obras de arte, a ciertos hechos y al mismo psicoanálisis: lo duro. La cualidad de la dureza, que bien podía ser sinónimo de la vida, se convierte hoy en una eventualidad de la que se desea huir. Lo duro es aversivo, se prefiere lo blando. La vida blanda, informe, sin consistencia, como la literatura, como el ser humano sin perfiles que se vislumbra en este horizonte oscuro.
i Ovejero, José, Ética de la crueldad, Editorial Anagrama, Barcelona, 2012.
ii De Beauvoir, Simone, El segundo sexo, Cátedra, Madrid, 1998.
iii López Mondéjar, Lola, La estultofilia o la pasión por la ignorancia. El síndrome del pensamiento cero, en, Átopos, volumen 2, Madrid, 2004.
iv Riemen, Rob, Nobleza de espíritu. Tres ensayos sobre una idea olvidada. Prólogo de Georges Steiner, Universidad Autónoma de México, México, 2009.