Entre el espacio sociocultural de pertenencia y el espacio intrapsíquico: una visión chilena

Revista del CPM número 2

Por Ramón Florenzano Urzúa, Julia Lauzón Maldonado, Valerio Fuenzalida Fernández, Juan Pablo Jiménez De la Jara, Sebastián Covarrubias Opplinger

Autores: Ramón Florenzano Urzúa, Julia Lauzón Maldonado, Valerio Fuenzalida Fernández, Juan Pablo Jiménez De la Jara y Sebastián Covarrubias Opplinger (Asociación Psicoanalítica Chilena).

Introducción. Las terapias analíticas se dan en una relación interpersonal de ayuda inmersa en un contexto socio-cultural dado. Este contexto incluye representaciones sociales que comparten tanto analista como analizado. Estas representaciones sociales ([i]) pueden ser conscientes o inconscientes, y generalmente son compartidas por terapeuta y paciente, dado que muchas de estas representaciones sociales forman parte del acervo común de grupos nacionales, urbanos o socio-económicos a los que pertenecen ambos. Cuando hay diferencias importantes entre ambos miembros de la díada terapéutica, pueden aparecer dificultades en el desarrollo del tratamiento.

El analista está inserto en un tiempo histórico en el tejido social; comparte con el paciente representaciones sociales; se sitúan ambos en un momento histórico común, tramitado y especificado por cada uno de manera distinta. Si hay un triple contexto del proceso analítico: socio-cultural, encuadre técnico y de marco referencial, este trabajo se centrará en explicitar algunos aspectos del primer contexto.

Propósito. El propósito de este trabajo es perfilar algunos – y solo algunos- temas que explicitan lo anterior en el caso de Chile, intentando a partir de un corto video, de representar la cultura e identidad propia del país. Este intento permite mostrar algunos aspectos de la formación del vínculo terapéutico, el cual se asienta en la “noción de pertenencia”. Este vínculo está contextualizado en una trama de ideales y valores colectivos, que se tramitan a través de códigos y normas. Las culturas locales especifican las costumbres, las normas y la legalidad imperantes en un lugar y en un momento dados; señalan lo permitido y lo prohibido; delimitan los espacios públicos y los espacios privados. Muchos temas clínicos relevantes surgen de estos contextos: lo privado no es igual a clandestino. La organización legal de lo privado –tema hoy en el tapete de la discusión pública – se liga a secretos ocultos, a culpas y a actuaciones expiatorias.

La historia, antigua y reciente de muchos países latinoamericanos, entre ellos Chile, está llena de secretos, desapariciones y culpas implícitas. Esta situación, como ocurre muchas veces en clínica, es mas aparente a los observadores externos que a quienes han estado implicados como actores o testigos, aquellos que han actuado o dejado de actuar. Episodios recientes en la historia política e institucional muestran como muchos chilenos se sorprenden por la visión que tienen desde fuera acerca de las últimas décadas del acontecer nacional. Como ocurre también en situaciones clínicas, si la historia que se desconoce se repite: los intentos de integración cultural de aborígenes y europeos constituyen hechos importantes y aún presentes en nuestro devenir.

Colonización europea y mestizaje. A diferencia de otros sub-continentes como Norteamérica, que mantienen separaciones étnicas marcadas, Chile tiene una composición étnica racialmente algo más homogénea. Para muchos historiadores, esto se debe a que la conquista tomó en Chile mucho más tiempo que en el resto de América latina. Esto transformó a esta Capitanía General en un territorio militarizado por casi cuatrocientos años. Asimismo, comparativamente vinieron menos mujeres españolas a Chile que a lugares pacificados y transformados rápidamente en colonias propiamente tales. Chile mantuvo su carácter fronterizo hasta mucho después de la independencia criolla.

Conquista, Colonialismo, y Pacto Social. La conquista y colonización ibérica de América establece un patrón internalizado de relaciones entre los conquistadores y los dominados, patrón que se sigue transmitiendo en la vida socio-cultural posterior; en este sentido constituye un patrón fundante de relaciones. Estas relaciones de conquistadores y dominados, que culminan en su extremo en la esclavitud o cuasi-esclavitud, son muy diferentes a las relaciones progresivamente más comunitarias fundadas en un pacto social, hacia donde se fue evolucionando en Europa; diferentes también a las relaciones fundantes que constituyeron los emigrantes en Nueva Inglaterra, donde los europeos se organizaron comunitariamente, pero excluyeron a los indígenas de la sociedad y del mestizaje.

Las relaciones de conquista permiten explicar la existencia por varios siglos de una importante capa de funcionarios de la Corona que vivían desenraizadamente por un tiempo en la América ibérica y luego regresaban con importantes riquezas (“Hacerse la América”). Esto es, la capa dirigente se constituyó originalmente como impuesta, y sin un pacto social de gobierno y de equidad económica. Tras la independencia de América, la nueva capa dirigente criolla mantuvo – con algunas modificaciones – esas antiguas relaciones, las cuales permiten comprender la persistencia actual de una clase dirigente a menudo corrupta e irresponsable con los destinos de muchos países, y las grandes dificultades para formular proyectos de integración nacional, cultural, y de beneficio equitativo.

Identidad nacional. Erikson afirma que el estudio de la identidad en nuestra época es tan estratégico como lo fue en tiempos de Freud el de la sexualidad ([ii]). Esto fue dicho hace más de cuarenta años, pero el tema de la identidad chilena o latinoamericana, su creación, mantención y modificación sigue siendo vigente, en especial en sociedades como las nuestras, en cambio o en constante aceleración. Los pueblos indígenas enfrentaron la llegada repentina de los españoles, con tecnologías bélicas muy superiores a las propias, y con una fe más evolucionada. Colón llega con una teología sutilmente explicitada por Tomás de Aquino, que la Contrarreforma ha desarrollado en un sistema de creencias completo y compacto. La Reforma, transformada en el espíritu de la Ilustración, llega a Latinoamérica mucho después, con las derrotas sucesivas de los reyes de España a manos de Napoleón primero, y de éste por Wellington después. El dominio anglosajón en nuestro continente se da en etapas: primero el Imperio Británico, progresivamente a lo largo del siglo XIX; luego en el siglo XX después de las dos grandes guerras en la que es derrotada Alemania y con ella solidariamente Europa, vemos surgir progresivamente la Pax Americana, en la que nos encuentra esta vuelta de milenio ([iii]).

La identidad aborigen o europea es pues un tema recurrente en nuestras naciones. El provenir de stock genético hispano o mapuche fue central en los dos siglos que acaban de terminar. El grado de inmersión en la cultura global, en un momento en el que “globalización” en la práctica significa “americanización”, es otra vertiente del cambio rápido. Los españoles limitaron el intercambio material e intelectual con las colonias con el mundo europeo no hispano; la Iglesia Católica desarrolló una universalidad centrada en Roma (“Todos los caminos llevan a Roma”). Hoy Internet nos obliga a usar el inglés como lingua franca y Bill Gates espera nuestra información en Redmond, WA.

Identidad mestiza e Inseguridad Cultural. El mestizaje genético, especialmente en un país sin un fuerte pasado cultural precolombino, también genera una inseguridad cultural, que se mantiene vigente como un patrón de relaciones internas. La cultura validada socialmente es la de los países conquistadores – cuyos bienes y objetos de uso cotidiano son importados y disfrutados como señal de diferencia, además de las instituciones más fuertes como la lengua, la religión, la organización económico-productiva, y la ley. De Chile, así, se habla de “los ingleses o los suizos de América del Sur”, o del Cono Sur como del sector más europeo de Sudamérica. El valor cultural afirmado tiene que ver más con el parentesco con la Madre Patria que con el pasado precolombino o el mestizaje.

El tema de la identidad y cambio en la conceptualización de León y Rebeca Grinberg ([iv]) gira alrededor de tres ejes: la identidad personal estaría para estos autores dada por la integración temporal (continuidad), otra espacial (unidad) y otra social. El terror a la disyunción espacial es vista en la respuesta defensiva frente a etnias que re-emergen y re-afirman su apego ancestral a un territorio (los mapuches); la discontinuidad temporal se ve en el rechazo a los cambios trans-generacionales y en la tranquilidad cuando los hijos mantienen los oficios, profesiones o alianzas matrimoniales de los padres. La integración social se liga a la valoración del mestizaje, entendida como una mejor solución genética que la separación de etnias.

La mantención de costumbres, tradiciones, modismos lingüisticos, folklore, canciones de cuna, etc. asientan la identidad. El exceso de conformismo lleva a la evitación fóbica del cambio, y a la compulsión a la repetición y los mitos del eterno retorno. El cambio -la incursión en lo desconocido- provoca dudas, angustia y depresión; la neofobia es una característica de la ancianidad. Las migraciones – masivas o individuales- fomentan el cambio y el proceso de globalización, como los mismos Grinberg han estudiado.

La mantención desesperada de la propia identidad evitando el cambio lleva a las ideologías rígidas y a los fanatismos de izquierda o derecha. La historia de Chile en el siglo pasado es un ejemplo de tal ideologización: comunismo, nacional-socialismo, fascismo, falangismo, etc. fueron modos sucesivos alrededor de la mantención de la identidad. Los Grinberg señalan ”asumir en forma madura una identidad basada en una ideología progresiva que tiende al conocimiento, presupone también un duelo porque implica la ruptura de estructuras establecidas e identidades previas que se reintegran de un modo diferente”. El individuo en la terapia analítica pasa por una “experiencia dolorosa” (Bion) de desorganización de sistemas y estructuras psíquicas y de vínculos objetales que llegan a una re-organización que configura una nueva identidad. Estos experiencias son momentos curativos que rescatan lo auténtico y expresan la propia mismidad.

Identidad y elaboración del duelo. Esta re-integración en un nivel superior implica un proceso de duelo que es siempre doloroso. A esto se ha referido Ricardo Capponi al decir que en Chile estamos en un proceso de “duelo pendiente” ([v]).

Representaciones de género. Las representaciones de género son otro tema de especial relevancia hoy. El marianismo en América Latina, como lo ha desarrollado Montecino ([vi]), se liga a la idealización de la madre/novia/hermana/hija, pura y virginal. Esta imágen contrasta con la de la “mujer araña”de Sonia Braga en el cine brasileño, o de la descripción de Lola Montes por Isabel Allende en “La Hija de la Fortuna”. Esta representación de la mujer como insidiosa o pérfida aparece una y otra vez en nuestras telenovelas. Por otra parte, la mujer fue primero idealizada, al recordar a la madre, novia o esposa dejadas en la ‘Madre Patria’, o desvalorizada al ligarse a concubinas la mayoría de las veces indígenas. Esta dicotomía vírgen/prostituta, visión dinámicamente comprensible, que viene de la tradición judeo cristiana, y de la dicotomía María/Eva surgida en el Mediterráneo Oriental, recurre y se amplifica en el continente dedicado a la Virgen de Guadalupe. La representación de la Mater, como lo ha señalado Riane Esiler (1990) es un signo muy pronunciado en el psiquismo de muchas sociedades. En el caso de Santiago de Chile, la representación de la Virgen María preside la vida de los santiaguinos desde su estatua gigante en el Cerro San Cristóbal, que domina la ciudad. La figura de la Virgen tiene un valor crucial para la transformación social también para la dignificación y participación de la mujer. La descripción de la Mater Dolorosa representa a la mujer fuerte frente a la crucifixión: tolerancia por el dolor y resignación unida la esperanza. Estos aspectos positivos de María han sido vistos más críticamente por otros autores, al decir Stevens ([vii]) que es marianismo es un estereotipo cultural, que opera junto al machismo en el orden social mestizo, con patrones ideales asignados a los sexos, y que en buenas cuentas refuerza la discriminación y subordinación de la mujer. Por su parte, Morandé ( [viii]) ha señalado como el mito mariano resuelve nuestro problema de origen, el ser hijos e una madre india y un padre español, a través de una identidad inequívoca en una madre común, la Virgen. Este vínculo es permanentemente reactualizado a través del rito: peregrinaciones, cultos, festejos en honor a ella. La gestación de una Mater común ha sido paralela a la negación de nuestro mestizaje, o bien, ha sido la tabla de salvación para la constitución de una identidad menos problemática: al ser engendrados por esa magna Mater, la aceptación de ser hijos de dos culturas, padre blanco-madre india amancebada, o bien madre blanca-padre indio cacique, ha permitido que el proceso de blanqueamiento cultural se produzca amortiguando el conflicto de asumirse como mestizo.

La falta de padre, el hueco simbólico del Pater, en el imaginario mestizo de América Latina es sustituido por una figura masculina poderosa y violenta: el caudillo, el militar, el guerrillero ([ix]). Se pude ver en el ejército chileno esculpida la cara del padre ausente. Simbólicamente el ejército se constituye en aquellos “mestizos blanquecinos” que han optado por el padre ausente, el español, el extranjero blanco, el “conquistador”. Se formula así un contexto edípico en el cual la madre mapuche abandonada es rechazada por mestizos con fuerte lealtad al padre ausente y con ferocidad dirigida a los parientes de la madre.

«Las Paradojas de la Modernización«. El informe del PNUD muestra un gran malestar en la sociedad chilena. Las encuestas y las investigaciones de campo, a través de entrevistas grupales y otros instrumentos, muestran una población que se siente extremadamente insegura en medio de un espectacular desarrollo económico que, en una década ha duplicado el ingreso per cápita de los chilenos. Una fórmula simple, pero que refleja en una frase la situación de la sociedad chilena actual, podría ser la siguiente: Chile es un país con un notable desarrollo económico pero donde la gente no se siente feliz. Si bien el 53,6% de los encuestados afirmó que el país está económicamente mejor, el 82,8% declaró sentirse menos feliz que antes ([x]). Esta idea de inseguridad, malestar e insatisfacción puede considerarse una de las representaciones sociales actuales más impor
tantes. Podemos afirmar que este es un elemento más de la crisis de identidad que se ha diagnosticado en nuestra sociedad. Estas representaciones se podrían describir dentro del eje semántico de seguridad versus inseguridad, y sería la versión más moderna de la polaridad que según los historiadores es constituyente de nuestra nacionalidad, a saber, «caos versus orden». Se entiende entonces como una modernización acelerada como la vivida por el país en la última década, pueda poner en jaque nuestra frágil identidad cultural ([xi]).

Aplicación a la situación analítica. En el caso del analista chileno, su identificación con un sistema de pensamiento originariamente europeo corrobora la negación cultural de lo criollo y lo aborigen, al aplicarse una técnica tipo estandar que se supone es universal y que fue definida de una vez y para siempre desde el gabinete vienés de Sigmund Freud a fines del siglo antepasado. Los principales seguidores de Freud fueron también europeos o anglosajones: Jung Suizo, Adler austríaco, Melanie Klein húngara, Winnicott inglés, Lacan francés, Kohut americano. Eso hace que las adscripciones teóricas muchas veces se liguen a los orígenes nacionales de los autores de los marcos referenciales alternativos. En el proceso de “blanqueamiento cultural” antes descrito, el decir que se pertenece a la “Escuela Inglesa” sea un modo de asumir una identidad cultural europeizante. Tal como el rol de la Iglesia Católica ha sido visto por los historiadores de la escuela de Jaime Eyzaguirre como cumpliendo con la función de hispanizar la culturas pre-colombinas, el psicoanálisis pasa a ser un modo de europeizar a nuestros pacientes, y a través de ellos a la cultura. Aún más, cuando la hispanización es vista como un elemento retardatario (España ha tenido un complejo de inferioridad en Europa, siendo junto a Grecia los países “subdesarrollados” dentro de la Unión Europea), se liga al movimiento analítico con la modernización cultural, que puede significar identificación con una globalización que no reconoce las raíces culturales propias de lo nuestro. El analista pasa a ser un agente de una globalización que en algunos casos es europeizante, y en otras americanizante.

Conclusiones. Si vemos a las sociedades como una “red de mentes”, la interacción terapéutica es un modo particular en que dos mentes se interconectan con un objetivo específico: una ayudará a otra a recuperar un equilibrio perdido, equilibrio que se traduce por síntomas psicofísicos, conductas o acciones alteradas. Sin embargo, ambas mentes se insertan en una red más amplia, espacio-temporal-social que a su vez está en un proceso de cambio a veces más lento, otras más fluido.

La identidad chilena se ha trabajado, si resumimos algunas de las ideas recién esbozadas, alrededor de un proceso de homogeneización racial más lento y trabajoso que en el resto de la América morena, proceso que hace que sea posible verse con una identidad étnica propia, y que disminuye las tensiones de países donde lo europeo es propiamente diverso de lo criollo. Aunque en Chile persisten visiones europeizantes en algunos estratos (“los ingleses de la América del Sur”), la realidad biológica es que nuestras raíces aborígenes se encuentran en más del 95% de la población. Un segundo elemento a considerar en la constitución de nuestra identidad es el proceso de conquista lento con una militarización de la sociedad más prolongada que en muchos otros lugares, y con un valor asignado a las instituciones armadas hasta nuestra historia reciente. Un tercer elemento a subrayar es el de la inserción en un contexto global cada vez mas americanizado, al formar parte de la corriente global a un sistema unipolar más que multipolar. Finalmente, el rol del género en un país con muchos elementos machistas comunes a lo hispano, pero con una tradición mariana y dicotómica antes descrita, puede ser otro elemento a considerar. Esta tensión entre machismo y marianismo también lleva a una identificación externa con lo europeo, con un blanqueamiento cultural que rechaza las raices más profundas de la etnia aborigen originaria.

 



 

[i] Hayes, N. Psicología. Harcourt International, Madrid, 1999

[ii] Erikson, E. Childhood and Society. Norton, Nueva York, 1955

[iii] Roberts, J. History of Europe. Norton, 1998.

[iv] Grinberg, L. y Grinberg, R. Psicoanálisis de la Migración y del Exilio. Buenos Aires, Hormé, 1984.

[v] Capponi, Ricardo. Chile: Un Duelo Pendiente. Andrés Bello, Santiago de Chile, 1999.

[vi] Montecino, S. Alegorías del Mestizaje Chileno. Editorial Sudamericana, Santiago 1996.

[vii] Stevens, E. Marianismo: The other face of Machismo in Latin América. University of Pittsburgh Press, 1973.

[viii] Morandé, Pedro. Revista Humanitas, Julio 1998.

[ix] Vidal, Hernán.

[x] Informe sobre Desarrollo Humano. PNUD 1998 p.53

[xi] Jiménez 2000 «No es el país que queremos: Modernización y Malestar en la Sociedad Chilena: Una Mirada Psicoanalítica». Relato Oficial de Chile al XXIII Congreso Latinoamericano de Psicoanálisis, Gramado, Brasil, Agosto 2000.