En busca del Bienestar Imposible

Revista del CPM número 25

Por Elizabeth S. Palacios, Silvia Saskyn

CUANDO NO HAY ESPACIO PARA LA INTERVENCIÓN PSICOTERAPÉUTICA: LA IMPOSIBILIDAD DE INCLUSIÓN DEL TERCERO O EN BUSCA DEL BIENESTAR IMPOSIBLE

Elizabeth S. Palacios

Silvia Saskyn


Introducción

Nuestra presentación intentará dar cuenta de algunos casos difíciles con los que nos encontramos en la clínica, en el borde de lo operable. En nuestra institución, desde el año 2009, llevamos adelante un “Programa de Apoyo a la Salud Mental en Aragón”, entre sus intervenciones contamos con un “Programa de atención a niños en riesgo”. Dicho riesgo proviene de la importante violencia que se desarrolla en el contexto en el que estos niños intentan constituirse psíquicamente. Contamos también con un “Programa de honorarios reducidos” para que puedan beneficiarse de estas intervenciones terapéuticas niños de familias con escasos recursos económicos. En la Comunidad autónoma en la que ejercemos profesionalmente, probablemente como en otras, la oferta asistencial es de una psiquiatría infanto-juvenil fundamentalmente basada en diagnósticos realizados con códigos psiquiátricos, siendo la psicofarmacología casi el modo exclusivo de intervención.

A través de la presentación de un material clínico de una niña de 8 años y del tratamiento recibido por sus padres intentaremos dar cuenta de estos “casos difíciles” a los que deseamos conceder un espacio para pensarlos juntos desde el psicoanálisis. Este tipo de casos nos plantean como terapeutas una clínica muy cercana a lo imposible que requiere de un delicado trabajo psíquico así como de una especificidad a nivel de la instrumentación de la técnica por parte del equipo terapéutico. A través de los recortes clínicos seleccionados intentaremos mostrar la modalidad de intervención que desde nuestra institución llevamos a cabo para operar en estos casos en los que observamos que no hay espacio, en la estructuración psíquica de los padres y de la pareja que ellos configuran, para albergar la constitución del psiquismo de un hijo.

Nos enfrentamos a lo que podemos plantear como formas rígidas de relación que en su despliegue defensivo no admiten o dificultan sobremanera, la intervención terapéutica. Queremos presentar un material que desde nuestro punto de vista ilustra lo que podemos llamar la “fortaleza del yo”, en donde observamos un yo blindado, que a modo de refugio psíquico, se defiende, no aceptando lo ajeno, lo diferente del otro, promoviendo la expulsión de todo aquello que pueda cuestionar esa “fortaleza”. Observamos que queda pulverizado cualquier cuestionamiento que deje en evidencia el vacío subyacente. Si el cuestionamiento proviene del advenimiento de un hijo, el lugar en que este hijo queda colocado también se torna imposible. Se construye entonces un mundo hostil frente a un yo que no encuentra las respuestas esperadas.

La pregunta que nos hacemos es: ¿De qué modo podemos aproximarnos a estas organizaciones patológicas intentando producir algún sesgo?

La niña de nuestro caso, “Blanca”, no encuentra lugar como sujeto en esta estructura quedando expuesta a la expulsión. Lo que solicitaban sus padres a los terapeutas era que le confirmaran el diagnóstico que ellos mismos ya habían realizado.

Encuentro con la clínica.

Se comunican telefónicamente con nosotros unos padres desesperados porque su hija, Blanca, ha sido diagnosticada de TDHA y le han indicado medicación. Se quejan de que en una breve consulta un profesional de un hospital infantil de la ciudad donde viven, hizo el diagnóstico pasándoles un cuestionario y realizando una cartografía cerebral, casi sin hablar con la niña. No saben si darle o no la medicación porque no les da confianza este tipo de tratamiento. Solicitan que la niña sea estudiada por otro profesional. No descartamos que la niña deba tomar medicación, aunque indicamos Blanca y sus padres sean estudiados por nuestro equipo. Se realiza una entrevista inicial con los padres a la que acuden con la niña porque dicen no tener con quien dejarla a pesar de haber sido citados sólo ellos. Posteriormente mantenemos una hora de juego diagnóstica con la niña, entrevistas vinculares con los padres y una entrevista con el tutor y la orientadora del colegio.

La entrevista inicial con los padres se realiza estando la niña presente. Mientras hablan, la niña, que se ha sentado entre ellos dos, coge un material para dibujar mientras escucha la conversación. Se le indica que puede intervenir si se le ocurre algo que desee comentar.

Explica el padre: “Esta niña es para nosotros un sofoco. Siempre hemos sido víctimas de injusticias. Primero fue a un colegio bilingüe, la llevamos allí porque pensamos que sería mejor que uno público, que se la mirarían más. A los tres años no entendía nada en el colegio. La sacamos desquiciados”.

Dice la madre: “He deseado lo peor para ella. Sé que son cosas no muy correctas. Empujarla, y que la niña…”

El padre continúa, no permitiendo que la madre siga: “Se comió todos los marrones de la clase, todos los marrones no se dejó ni uno.”

Dice la madre “No sabe usted bien, es un sinvivir. Desde pequeñita no sabíamos cómo hacer para hacerle pasar la comida por la garganta, a los cinco años todavía comía todo triturado. Todo empezó con el embarazo. Fue muy malo. En el quirófano me quedé como muerta después de que ella naciera.”

El padre agrega: “Es una niña que sabe fingir muy bien.”

Entretanto la niña ha dibujado una mujer y una sirena. La sirena tiene media cabeza sin pelo. Me llama la atención que ella también. Le pregunto qué le ha ocurrido en la cabeza y le señalo que a ella también le ocurre algo parecido a la sirena que ha dibujado. Me cuenta que ella cuando se pone nerviosa se arranca el pelo. Se dirige a mí en un tono apropiado, adultiforme, no pareciendo corresponder con la niña que los padres describen.

Mi sensación de incomodidad fue en aumento a medida que los padres hacían este relato descarnado, por momentos con tinte filicida con la niña delante, haciéndola partícipe de sentimientos con un alto contenido de violencia dirigido hacia ella. En otros momentos la interpretación era paranoide dirigida al medio circundante.

Propongo que los padres puedan realizar una entrevista con un terapeuta vincular, mientras realizo la hora de juego diagnóstica con Blanca
. Aceptan rápidamente.

En la puerta, antes de irse, la madre me dice que no vaya a interpretar que los dibujos de la niña digan algo acerca de ella, ya que es circunstancial que haya hecho ese dibujo, “siempre dibuja lo mismo” y que no vaya a creer que es caca lo que sale por debajo del vestido, porque los psicólogos siempre piensan cosas raras y además la niña sabe fingir muy bien.

Encuentro con Blanca

Se prepara una caja de juego con material para realizar representaciones gráficas, una familia de muñecos, animales salvajes y de granja que también forman familias, una vajilla de plástico, pegamento, hojas de papel de diferentes colores y a pedido de Blanca, a quien le pregunté antes de venir qué podía interesarle tener en la caja, globos de colores.

Llega a la consulta acompañada de ambos padres. Viene muy bien vestida. Su madre le aclara cuando entra que se porte bien y que ni se le ocurra ensuciarse la ropa nueva.

Blanca mira la caja que se encuentra sobre la mesa y aunque sabía que era para ella, porque ambas hablamos con antelación de que prepararía esa caja, no la abre. La mira y se queda quieta frente a ella. Le pregunto qué le ocurre que se ha quedado mirando la caja (parece petrificada, importante inhibición o voz que se impone internamente provocando un gesto catatónico) y no ha hecho ademán de mirarla. No sabía que tenía que abrirla. Le digo que no tiene que abrirla, que no es una obligación. (Aparentemente el mandato de la mamá de que se porte bien y no se ensucie aparece en Blanca decodificado en términos de no moverse). Creía que tenía que pedir permiso. Le pregunto: ¿Por qué necesitarás pedir permiso? (pausa) Tal vez lo que dijo mamá cuando te despediste de ella te hizo pensar que portarte bien era pedirme permiso”.

¡Ah!, entonces me dejas abrirla”, dice. “¡Cuánto cuesta abrirla!”. Mira lo que hay dentro y enseguida pregunta si podemos jugar al ahorcado en la pizarra. Pero al coger la tiza dice: “Primero haré un dibujo”. Se le cae varias veces la tiza. Repite varias veces, “esto se va a manchar”. Le comento que parece que está muy preocupada con las manchas, “¿tal vez tienes miedo a mancharte?”. Se ríe. Su risa es un tanto impostada, como la de una niña pequeña o un bebé cuando comienza a descubrir que puede reír a carcajadas. Dibuja una casa. En el techo hace una ventana grande redonda.

Le digo: “Sabes Blanca, esta ventanita que has hecho en el techo me hace acordar al trozo de pelo que te falta”.

B1: “En realidad es una ventana en mi cabecita.”

T2: “¡Ah! ¿Sí? ¿Y para qué necesitas una ventana en tu cabecita?

B: “Es que si no, no puedo respirar… pero de eso, ahora no quiero hablar. Son cosas feas.”

Jugamos al ahorcado. Hace un montón de rayitas en la pizarra. Le digo que me tiene que indicar cómo jugar, cómo juega ella.

Me indica que debo decir letras y que ella dirá si están en la palabra que ella ha escrito en la pizarra.

Digo una letra y no acierto. Cada vez que no acierto se ríe y dice: “…me cagüen. No lo sabes. Madre de Dios, te has vuelto a equivocar. Me cagüen”. Me ve que apunto algo en el cuaderno y me dice que ahora no puedo apuntar.

B: “Tú hablas raro.”

Le digo que tal vez le llame la atención el que no hable como ella o sus papás y que quizás haya pensado algo acerca de ello.

B: “Que no eres de aquí, que eres de otro país. Te has fijado en mis padres.”

T: “¿A qué te refieres? ¿Tú te has fijado en algo?

B: “Yo desde pequeñita me fijé que tenían gafas y como yo no tengo pensé que era adoptada. Cuando vayas a decir la palabra porque crees que te la sabes tienes que decir “resuelvo”. Si no la dices bien, se dice “Incorrecto”. Y lo apuntas: “in-co-rrec-to”. Di resuelvo.”

T. “Es que aún no sé la palabra”, no acierto y se vuelve a reír con mucha fuerza.

Se da cuenta de que se ha equivocado y que hay una letra doble en la palabra que escribió. Dice varias veces, “Me cagüen. Me he vuelto a olvidar la letra doble”. Se le cae la tiza al suelo y se pone muy nerviosa. Se altera. Me mira y me dice: “¿Crees que estoy dando la nota?”

Le pregunto qué es eso de “dar la nota”.

B: “Los niños que vienen aquí son más desordenados que una hormiga. Desordenan todo; mira cómo han dejado todo, como un empandullo.”

Le digo que ella me preguntó si ella daba la nota y luego se puso a hablar de otros niños que ella piensa dan la nota. Tal vez le ha venido la curiosidad de cómo son otros niños que vienen aquí.

B: “Es que yo rompo todo; en mis manos todo acaba roto. Voy a dejar todo muy bien para cuando vengan otros niños. Dejaré todo perfecto. Menudos modales, ¡hay que tener buenos modales!”

Le digo que ella necesita que todo esté tan bien, perfecto, tiene miedo a que crea que con su comportamiento da la nota y que a mí no me parezca bien, que tal vez esto sea lo que la hace sentirse asfixiada y necesita un agujerito para respirar, aunque arrancándose los pelos tal vez no le sirva del todo para sentirse aliviada.

B: “Mi cabeza se asfixia en clase, en el colegio y en casa. Con mi mamá no puedo. Mi papá parece que no tiene interés en mí cuando llega a casa. Te lo voy a contar escribiendo”. Coge una hoja de papel y pone con letras grandes: “NECESITO AIRE PURO CUANDO ESTOY CON MI MAMA”.

No me gusta hablar de esto. Tocan el timbre los padres. Le digo que por hoy dejamos aquí. Recoge las hojas y el lápiz y se va. La madre en la puerta insiste en que le diga cómo se ha portado, “Me imagino que habrá dado la nota”. Le digo que todo está bien, “¿No se ha cansado usted de la niña?”

Otra secuencia de otra hora de juego:

B. “Vengo del cole… Estoy un poco cansada. Vamos a hacer un desfile y hacemos que el público es una muñeca”. “Sacaremos esta mierda de la mesa”, se refiere a la caja.

T: “¡Ah!, yo pensaba que era tu caja y tu carpeta. Parece que si no quieres que esté en la mesa porque te molesta para tu juego se transforma en una mierda.”

B: “Vamos a hacer que hay dos madres con sus bebes”. Coge una jirafa grande y dice que esa es la jirafa mamá y que tiene seis niños. Hace una fila de jirafitas detrás de la jirafa grande mamá. La Sra. jirafa da la teta a tres de sus niños, mientras los otros tres duermen. Cuan
do se levanten esos tres, los otros tres dormirán. Una casi se cayó al vacío por un precipicio pero al final se salvó. Y aquí tenemos a la madre elefanta. Su marido, ese sí, se cayó al vacío y no se salvó. Su marido se murió.

Ella lo pasó muy mal. Estuvo muy triste y lloró, lloró y lloró. Lloró día y noche, pero ayer paró de llorar y aquí está. Sus hijos aún lo pasan mal. La vaca y el toro sí van juntos con sus hijos. La cerda también va con sus cerditos y hay dos ovejas con una ovejita. La elefanta se pelea con un hijo y se enfada mucho, pero mucho. Van a hacer una reunión de padres. La elefanta ve que su hijo va a curiosear. También un niño de la jirafa se acerca.

Le digo que parece que uno de los niños echa de menos a su mamá. La madre elefante ve a un elefantito acercarse y le pega con todas sus fuerzas y lo tira al vacío. La elefanta está furiosa por la desobediencia de su hijo.

Cojo a uno de los animales señalados por ella como “padre” y digo como si fuera el animal “Pero, ¿qué pasa señora? No entendemos qué ha pasado.”

La elefanta dice a grito pelado, “¡Ud. no se meta que no sabe nada de nada! ¡Y no se le vaya a ocurrir a usted acusarme! ¡Ya le voy diciendo que usted no va a poder ayudar en nada!”

La elefanta intenta poner orden de modo tiránico, “¡Cada uno vaya con su mamá!”. Elefante uno: “Sí, mamá”. Elefante dos: “Sí, mamá”. Elefante tres: “Sí, mamá”. “¡Tres pasos adelante, elefante tres! ¡Un, dos, tres! ¡He dicho adelante!”. Elefante cuatro: “Sí, mamá”. Elefante cinco: “Sí, papá”. La madre se enfada y lo tira al vacío por no haber respondido adecuadamente.

T: “Pero Sra. ¿no se da cuenta que se acuerda de su papá?”

B: “¡Cállese usted!, que yo sé lo que hago”. Tira al elefante. Dice que es Dumbo.

Dumbo le dice a sus hermanos que “la mamá está mal; yo la comprendo”.

Los hermanos le dicen “piensa en ti, no en ella”. Tira varias veces al elefantito, dándole golpes por todos lados y pisándolo.

T: “¡Así no se trata a un bebé elefante señora!”, me levanto y lo cojo.

En ese momento dice con voz contundente: “Hora de cambio de juego. Todos se han ido a dormir”. “Elizabeth, podrías ayudarme a construir un campo de juego”. Las dos nos ponemos a construir el campo de juego siguiendo sus instrucciones. El juego se torna amable y tranquilo.


Entrevista con la orientadora del colegio y con el tutor de Blanca.

Comentan que a ellos les llama profundamente la atención que Blanca no es en el colegio la niña que la madre describe. Dicen que más bien parece una niña inhibida. Piensan que no hace la tarea en clase, no porque no entienda al profesor, sino porque creen que le tiene miedo. Hay momentos en que se queda literalmente petrificada ante los gritos del profesor. Comentan que es un profesor que grita mucho pero que es muy buena persona, que otros niños no se lo toman tan a pecho, pero que Blanca sí. Dicen que es de la vieja escuela. El tutor comenta que él ha hablado muchas veces con la madre que parece necesitar mucho apoyo, se desborda por todo, como si siempre estuviera fuera de sí. Blanca trae los deberes hechos de casa, ellos se dan cuenta porque están hechos con letra de adulto. La madre asegura que los hace la niña. Dicen que se han quedado extrañados del diagnóstico que les dieron en el hospital infantil, ya que piensan que más bien es una niña parada; es de las que no da ningún problema y en el recreo va por ahí, sola, sin molestar a nadie. Pensaron que tal vez el diagnóstico vendría por el lado de la falta de atención, pero ellos no creen que ese sea el problema. “Nos parece que el tema es otro aunque no acabamos de saber cual. Estos padres nos desconciertan”. Los padres han pedido a la orientadora pasar a la niña a un colegio de educación especial. Ella se ha negado porque es una niña que no entra en ese perfil. La madre responde a la negativa de la orientadora diciendo que no parará hasta conseguir una orden del MEC para escolarizar a la niña en casa, ya que ella cree que no la entienden y que en el colegio la están tratando inadecuadamente.

 

Acerca de la intervención con los padres de Blanca.

Podríamos describir, que desde la primera a la última entrevista, el trabajo con ellos era como estar enfrentado a un muro o un bloque que a partir de la violencia de su discurso y el ejercicio de certezas irrebatibles, se transformaba en amenaza. Se podría decir: una violencia mortífera. Dando cuenta de este modo de la posición paranoide de estos padres en relación al mundo. Esto me permitió pensar que tal vez esa sería la sensación que Blanca podría experimentar ante estos padres, con el agregado de su propia inermidad al ser una pequeña de ocho años.

Las numerosas consultas, que habían realizado con anterioridad, que no fueron pocas, acabaron abortadas por distintas razones que en el fondo podría decirse que era una: quienes habían sido consultados no respondían a la expectativa de estos padres y pasaban a ser un elemento más en un mundo que se les oponía y que más concretamente estaba en contra de ellos.

La pregunta aquí podría ser: ¿Cuál era la expectativa que ellos esperaban fuera satisfecha por el profesional consultado en cada oportunidad? Aunque pueda parecer una posición extrema, la expectativa parecía ser la de confirmar que el único camino era el de que Blanca desapareciera. En términos de que no hubiera un sujeto otro, capaz de realizar una demanda a estos padres. Los padres de Blanca se manifestaban incapaces de sostener una demanda de amor por parte de esta hija. Cuando hacemos referencia a una demanda, lo que pretendemos decir, es que la sola presencia de la niña se constituía en un requerimiento de amor para el cual en estos padres no parecería haber un lugar.

Se veían obligados a aferrarse a un saber, aunque les resultaba insuficiente y por ello se les hacía necesario consultar; pero a la vez solicitaban que su saber previo no fuera cuestionado por la inevitable cuota de incertidumbre que surge ante la presencia de un otro. Surgía así un drama para estos padres que necesitaban aferrarse a su saber que inevitablemente quedaba cuestionado por los hechos de la vida. Un hecho contundente de la vida era la presencia de esta niña que con sus movimientos, demandas y exigencias resquebrajaba esa posición de saber. De ahí el pasaje al ejercicio de violencia hacia la niña y hacia todos aquellos que no refrendaran sus aseveraciones.

Me plantee estar ante un imposible: ¿Cómo cuestionar a estos padres que tan firmemente apoyados en sus certezas buscaban encontrar solidaridad con su compulsión mortífera? Poder ser escuchado en tal cuestionamiento llevaría al desmoronamiento de las certezas en las que se sostenían y a la precipitación en un vacío para ellos insostenible. Podríamos decir que esto es justamente lo que se jugaba entre los padres y la niña. Blanca desde sus reclamos, deseos de amor y necesidades, ponía en cuestión a estos padres al precio de su impulsión filicida.

El resto de
l mundo al no rubricar esta posición de extrema violencia (ejemplo: Desescolarizarla), se transformaba en una construcción paranoide, una amenaza por la cual debían replegarse cada vez más en su bastión: (recortes del discurso de ambos padres)“No tenemos amigos, el único que tenía me defraudó”; “la orientadora se puso en contra, no me permiten desescolarizarla para que nosotros le demos la educación adecuada”; “nosotros hemos hecho todo, nos hemos quedado solos frente a una sociedad que no nos escucha”; “queremos lo mejor para Blanca pero ni los médicos ni lo psicólogos ni los maestros nos escuchan. Y esto fue así desde siempre”.

T: Les propongo pensar si es posible que podamos encontrar una forma de ir considerando toda esta situación desde dos perspectivas: por un lado lo que ustedes plantean como la sordera de los otros, y por el otro lado, de qué modo pueden estar ustedes implicados para que exista esa sordera por parte de la sociedad.

Padre: Sordera por parte de nosotros ninguna, fíjese lo que pasó con mi único amigo que ya no lo es. Se enfadó porque yo le dije verdades, a un amigo se le dice todo lo que uno piensa, sino no es un amigo. Le dije, tú tienes dinero para los cigarros y no para un protector solar para la niña, eres un desalmado. Esto provocó la ruptura de la relación. No volvió a llamar más, y yo tenía razón y sigo pensando que tengo razón.

T: Bueno, pero muchas veces uno ve la paja en el ojo ajeno…

Padre: Es así como digo yo, el equivocado es él. Es un egoísta. Le tuvimos que poner el protector solar nosotros.

No es sencillo poder transmitir con palabras el clima de esta entrevista. Permanente-mente la expresión de ambos era una expresión violenta y descalificatoria y al mismo tiempo se podía inferir una demanda de que se diera respuesta a un reclamo-reproche desde un nivel de desesperación. ¿Qué hacemos ante esto? Suponemos que no hay una respuesta posible. Cualquier sugerencia inmediatamente era rechazada, ya que implicaba cuestionar la posición de certeza y empujar a estos padres al vacío. La complejidad de la organización en la que se encontraban atrapados así como la precariedad e insolvencia de su funcionamiento los llevaba a demandar con vehemencia una respuesta del otro. Esas respuestas no podían ser escuchadas al poner en jaque la lábil armadura de certezas en la que se sostenían.

Llegados al fin de la entrevista propongo un horario para un nuevo encuentro, no resulta sencillo el arreglo, la respuesta de la mamá al no tener con quien dejar a la niña y dirigiéndose al marido fue: “Y qué hacemos con Blanca, ¿nos la comemos con patatas?”

Al siguiente encuentro llegan puntuales, igual que al primero. El padre saca un papel del bolsillo en el cual estaban anotadas una serie de preguntas demandando imperiosamente sean respondidas. Las preguntas se referían a lo que sería nuestro quehacer y a la garantía de los resultados.

Madre: Habló con su compañera (aludiendo a la terapeuta de Blanca). Yo sé que perfume usa usted. Me di cuenta la vez pasada.

Padre: Ustedes no hablaron con el colegio, ni con el tutor, ni con el maestro…

Madre: Yo le dije que el maestro no me escuchaba, no me quiere ver. Tampoco Blanca tiene buena relación con el maestro.

Padre: Todo está igual. No entienden que el problema es de Blanca y no nuestro. Nosotros ya hicimos todo. Para tranquilizar a Blanca le compramos un casco con música y cuando está inquieta se lo ponemos y la mandamos a su cuarto. Pero no le hace nada. Compramos una casita fuera de la ciudad para que Blanca esté tranquila y allí tenemos unos vecinos que tienen un hijo con el diagnóstico de esquizofrenia que tiene los mismos síntomas que Blanca. (Ergo Blanca es esquizofrénica, ya hay un diagnóstico).

Madre: Cuando está allí no mira al cruzar la calle, no presta atención, hay que estar permanentemente atenta a ella. Con nosotros está muy bien, el problema es cuando llega el lunes y tiene que ir al colegio, no quiere al maestro.

Nos planteamos la siguiente reflexión. ¿Las actitudes que podríamos llamar de riesgo, autodestructivas de Blanca (arrancarse los pelos, cruzar sin mirar) no estarían relacionadas, con la puesta en acto de lo que podemos ver expresado por estos padres como un impulso calificable de mortífero? El “comerse al otro con patatas” puede ser entendido desde Freud en “Pulsiones y destinos de pulsión” (1914)*3 en términos del yo de placer que expulsa todo aquello que le es displacentero.

Analista: Podríamos pensar que a Blanca le puede costar desprenderse de ustedes, recuerda Sonia que usted contó que la niña sólo quería pecho y que no quería comer.

Madre: Si, y muchas veces también pensé que quería que se muriera. ¿Por qué Dios me dio semejante hija?

 

Esta intervención lleva implícita la idea de que en el nivel de posesión que manifiestan estos padres respecto de la hija (pensemos por ejemplo en el intento de desescolarizarla) difícilmente Blanca pueda construir un espacio propio, distinto al bloque conformado por estos tres miembros, que en realidad son sólo uno. No hay familia, funcionan como una especie de argamasa.

Padre: El psiquiatra al que la llevamos la quiso medicar con Ritalina. A usted le parece, yo le dije, que Blanca no iba a tomar medicación. Yo tengo insomnio y no tomo nada, prefiero no dormir que depender de una pastilla. Yo me hice solo. Le dije a Blanca que si se quitaba un pelo determinado se iba a quedar totalmente pelada.

Analista: Cuéntenme, por favor. ¿Cómo han sido sus familias de origen?

Padre: Mi madre murió cuando yo era muy pequeño y mi padre cuando yo tenía siete años. Eran seres maravillosos. No tengo hermanos. Me criaron unos tíos con los que no me hablo desde hace quince años. Fueron muy crueles y locos. No hacen las cosas como deben ser.

Madre: Mi madre es una descarriada, no tiene orden, mis hermanos tampoco. No quiero tener relación con ellos. Mi padre murió, pero estaban separados. Mis hermanos son todos unos descarriados. Por eso no podemos estar con nadie, no nos hablamos con nadie. Sólo tengo una tía pero está muy viejecita.

Es marcado el aislamiento que manifiestan estos padres, y lo que se aprecia es que ellos no pueden escuchar algo que cuestione sus certezas. En ese sentido Blanca está llamada a desaparecer como sujeto deseante. El lugar reservado para Blanca se asemeja al de un autómata cuyo designio es cumplir con la voluntad de los padres, lugar que de ese modo no cuestionaría el lugar de verdad en que estos se sitúan y evitando que caigan en un vacío por carencia de sustento de su estructura. El bastión donde estos padres se encuentran protegidos, no debe ser tocado ni por Blanca ni por ningún otro. Este punto marca la necesidad del aislamiento y el refugio en su obsecación. Pensando en el caso Schreber *4, en la op
eración de Verwerfung, la certeza promueve un rechazo masivo de la realidad insoportable.

Padre: Todo esto de lo que habla usted no me soluciona nada, el problema es Blanca.

Madre: Ustedes tienen que leer el libro de lo que le pasa a los niños hiperactivos

Analista: Podríamos también leer acerca de lo que les pasa a los papás y mamás con esos niños.

Madre: Con tono de sorpresa ¿Existe ese libro?

Analista: Bueno, mi propuesta es que podamos ir escribiendo ese libro entre nosotros en esta tarea que estamos comenzando a realizar.

Al final de la entrevista pensé que sería una tarea muy difícil de llevar a cabo con muchas posibilidades de quedar abortada en sus comienzos. En definitiva esto era lo que le había ocurrido a la larga lista de profesionales anteriormente consultados.

Desde una perspectiva teórica, podría decirse que el yo no ha podido estar expuesto a la operación de la pérdida. Lo que el yo no puede incorporar y que debería ser sostenido como pérdida, ha resultado fallido. La operación de la castración ha resultado fallida. La violencia en tanto traspasa el límite del pudor, marca la evidencia del rechazo de la castración.

Conclusiones.

Nos hemos referido al principio al tema de la “insolvencia familiar” con esta terminología queremos describir siguiendo a Freud que nos encontramos ante una falla en la constitución del yo o del sujeto5. En este tipo de estructuras lo que observamos es que ese yo es un yo de placer que parece decir “el objeto es mío”. Desde ese posicionamiento lo que es displacentero no se puede asimilar, no se somete al principio de placer, queda como un resto hostil. Este resto hostil es el no yo. Este tipo de estructuras no pueden imaginar nada que se salga fuera de esta fantasía de completud, de perfección y de unificación. Posibles expresiones de esto pueden observarse en dichos planteados como certezas del tipo “yo tengo la verdad”, “el que sabe soy yo”, expresiones que dan cuenta de este yo unificado de la completud narcisística. Completud totalmente imaginaria en el caso que presentamos. Como contrapartida a lo que acabamos de señalar nos encontramos con formulaciones tales como “he deseado que muriera la niña”. Tal formulación da cuenta de la imposibilidad de unificación del yo que se ve en la necesidad de expulsar todo aquello que cuestione esta organización.

Nos preguntamos entonces: ¿Frente a la organización de un yo en este estado de blindaje, imposibilitado de aceptar lo ajeno, la presencia de ese otro, de ese otro sede de deseos y demandas, ese no yo que cuestiona al yo pretendidamente unificado, qué lugar queda para otro diferente? Es indefectible que una organización de estas características promueva respuestas violentas debido a la insolvencia de ese yo. Es así como no hay cabida para la existencia de otro que demande y desee: un niño. En este caso Blanca.

Nos preguntamos ¿Cómo trabajar con estas organizaciones psicopatológicas?

Si hubiese alguna posibilidad de ir trabajando con padres situados en esta posición narcisista a ultranza sería necesario llevar a cabo una tarea en la que desplegar todos los recursos posibles como para ir generando un espacio terapéutico que pueda dar sostén a la aceptación de la pérdida en términos de la renuncia a ser poseedores del saber y del poder acerca de los hijos.

Se hace necesario ir promoviendo un trabajo de duelo. En la mayoría de los casos este doloroso proceso se instaura vía el pasaje por el Complejo de Castración y la renuncia a los objetos primarios. Sin embargo, nos encontramos con casos, como el de los padres de Blanca, en donde este trabajo de duelo no ha podido ser, ni siquiera, mínimamente tramitado. La castración vía la conflictiva edípica no ha podido ser tramitada.

Estos casos plantean la dificultad de poder instaurar un trabajo de duelo. Se observa una reafirmación en la posición narcisista que lleva a la transformación del otro y los otros, del mundo en general, en un agente hostil y destructor frente al cual el yo se va replegando en su bastión con el convencimiento de que es objeto de la maldad del otro (paranoia). Este posicionamiento los lleva a ejercer la violencia, en este caso sobre la niña, la que ha de poder responder tal cual ellos lo solicitan, lo que constituiría el imperio mortífero de los padres. Recordar el juego de la niña donde la madre hace repetir el número a los elefantitos (nivel de simbolización), el arrancarse el pelo o el deseo de la madre de que la niña cruce la calle sin mirar, dan cuenta de ello. Entre ambos padres existe una complicidad inconsciente en lo que respecta a la eliminación de aquello que cuestione la solidez aparente de esta organización extremadamente lábil, que no admite ningún cuestionamiento.

El que presentamos es un caso extremo, que como al principio comentamos se encuentra en el borde de lo posible. Hemos trabajado con otros casos dentro de nuestro “Programa de atención a niños en riesgo” en donde nos hemos encontrado con padres que pueden tolerar cierto cuestionamiento a sus certezas y por lo tanto la posibilidad de dar viabilidad al trabajo de duelo y por ende al trabajo terapéutico que permitirá como planteamos en el título de nuestra exposición quede se haga factible “la inclusión de un tercero”. Este trabajo permite que el hijo en cuestión pueda adquirir existencia como sujeto deseante y no quedar alienado a los impulsos mortíferos transformados en conductas autodestructivas. Si este trabajo de duelo es posible los padres pueden ir admitiendo un más allá de ellos y renunciar a la posesión del hijo.

Técnicamente nos es muy importante tener presente este problema estructural, evitando como terapeutas el quedar presos de las argumentaciones que los padres formulan desde ese posicionamiento y desde las cuales justifican sus impulsos mortíferos. Observamos que los progenitores apresados en sus propias historias personales configuran una cosmovisión paranoide del mundo en la que quedan engolfados.

 


Referencias bibliográficas.

Freud, S; “Sigmund Freud. Obras Completas.” Amorrortu Editores, 1984, Buenos Aires.

Sobre un caso de paranoia descrito autobiográficamente (Caso Schreber)” (1911); Tomo XII.

Trabajos sobre metapsicología” (1914), Tomo XIV. “Pulsiones y Destinos de Pulsión”.

Psicología de las Masas y Análisis del yo” Capítulo VII. (1920), Tomo XVIII.

 


NOTAS (*):

  1. Caso Schreber: “…lo cancelado adentro, retorna desde afuera”.

  2. Pulsiones y destinos de pulsión:“…el mundo externo se le descompone en una parte de placer que él se ha incorporado y en un resto que le es ajeno.” “… del yo propio se ha segregado un componente que arroja al mundo exterior y siente como hostil”.

  3. Psicología de las masas y Análisis del yo. Capítulo VII, La identificación: “Desde el comienzo la identificación es ambivalente, puede darse vuelta hacia la expresión de la ternura o hacia el deseo de eliminación. Se comporta como un retoño de la primera fase oral de la organización libidinal, en la que el objeto anhelado o apreciado se incorpora por devoración y así es aniquilado como tal”.

Psiquiatra. Miembro Asociación Psicoanalítica de Madrid ( IPA) , Presidenta AAPIPNA.

Doctora en Psicología. Miembro Asociación Psicoanalítica Argentina (IPA). Directora Depto. Formación AAPIPNA.

1 B cuando aparezca “B” se refiere a Blanca.

2 T cuando aparezca “T” se refiere al terapeuta.

3 Ir al final del texto al apartado “Notas” Nota 2.

4 Ir a Nota 1

5 Ir a Nota 3