El olvido de Damasio

por | Revista del CPM número 27

El caso de Phineas P. Gage, recogido por Antonio Damasio en su texto El error de Descartes presenta el tono melodramático, entretenido y didáctico que solo algunos grandes divulgadores son capaces de imprimir a sus relatos. Esa capacidad maravillosa de narrar de muchos científicos que se echa de menos, por cierto en bastantes relatos psicoanalíticos.

 

El Sr. Gage tiene 25 años de edad, un presente envidiable y un futuro prometedor. Trabaja en el ferrocarril de Vermont, el ferrocarril ocupa un lugar mítico de gestas que pueblan la literatura y la cinematografía americana. Para el cine de Hollywood el ferrocarril siempre ha sido una mina, desde El maquinista de la general con Buster Keaton, hasta El tren de las 3:10 pasando por Sólo ante el peligro, el tren presenta diversas modalidades: objeto de la codicia de los cuatreros, enfrentamiento con el destino para Gary Cooper, el “caballo de hierro” que expulsa a los indios de sus praderas, la llegada de la civilización, la meta de los conductores de ganado como John Wayne en Río rojo.

Phineas Gage conduce una cuadrilla de artificieros que van perforando y allanando el camino del “caballo de hierro”. El ferrocarril avanza por tierras de Vermont con el impulso que le dan los miles de trabajadores que convocó el ferrocarril en esos años. Un relato documentado si bien de carácter novelesco, es el de Henning Mankell en El chino, donde describe con mano maestra una trama criminal apoyada en la emigración que llegó a los Estados Unidos “du cuatre coin du monde”, para trabajar en la construcción de esa vía que conectaría dos océanos. El autor sueco despliega su trama alrededor de la emigración sueca, pero sobre todo la emigración china, rozando permanentemente las prácticas esclavistas, de la que se nutre la gran epopeya americana.

En ese mundo extraño, abigarrado, exigente y cruel es en el que destaca Phineas Gage. Trabajador eficaz y meticuloso, Gage es destacado por sus jefes como un empleado brillante y eficaz. El trabajo de Gage es de mucha responsabilidad, de mucho peligro también. Los artificieros se juegan la vida cada día. Sin embargo él parece ser un hombre que ha tomado la medida a su trabajo, lo cual es destacado incluso por sus jefes.

De carácter metódico, hace preparar el agujero, el nicho donde colocará la pólvora, prepara la mecha, finalmente el ayudante coloca la arena que servirá para empujar la pólvora hacia el núcleo de la roca. Para asegurar esta operación se ha hecho construir una barra de hierro especial, pensada para ese cometido, por un herrero cercano. Con ella prensa cuidadosamente la pólvora, la mecha y la arena, para que la explosión se dirija hacia las entrañas de la roca allanando el camino.

La colocación de la arena es fundamental, el último paso antes de proceder al prensado que permitirá a la pólvora hacer su trabajo, orientando el sentido de la explosión. Trabajo completamente artesanal requiere su dosis de maestría y escrupulosidad, virtudes que parecen adornar al sujeto de esta historia.

El señor Gage no tiene las dotes poéticas de aquel otro artificiero del cine, trabajo impecable realizado por el actor Naveen Andrews en El paciente inglés, el cual, en uno de los pasajes más memorables del film “hace volar” por los aires a su novia –exquisita Juliette Binoche –, para que pueda ver los frescos de Piero de la Francesca en la capilla de San Francesco di Arezzo, el corazón de la melancólica Toscana, mientras un campo de minas les impide el avance. El viaje por los aires de Binoche es de una altura lírica incomparable, acompañado del sonido de la mandolina, breve pero difícilmente superable.

Desconozco si el director –Anthony Mingella -, conoce el Misteri d’Elx, pero el paralelismo es sorprendente. En el film suena un aire barroco de factura romántica, en el auto de fe que se representa en Elche, es un coro de voces en la mejor tradición de la música sacra el que llena son su sonido la cúpula de la basílica. La “mangrana”, un artefacto que asemeja una granada gigantesca, desciende de la cúpula celestial, albergando en su interior un coro de ángeles que tañen la guitarra y el arpa al tiempo que desgranan un viejo cántico.

En el film Binoche representa una enfermera introvertida y angustiada que se ocupa de cuidar a un enfermo agonizante repleto de quemaduras. El conde Almásy, el cual se ha inmolado como un Tristán épico en el fuego de la pasión amorosa, pagando el precio de su vida – el film se entretiene en el relato de su lenta agonía -. En su desdichada agonía repite la de su amada abandonada en una cueva del desierto libio, victima de la estulticia humana.

Gage es artificiero como Skip, el novio sij de Juliette Binoche2, pero mientras Skip desactiva las minas de los nazis, Gage las introduce en el corazón de la roca para hacerla saltar en pedazos y facilitar el avance del tren y la civilización. Ambos se juegan la vida pero mientras Skip es un artificiero con alma de poeta, Gage es un barrenador, un hombre metódico, práctico. La parte más importante de su tr
abajo al parecer consiste en esos golpes que propina a la arena para prensarla con su maza de hierro, para orientar y controlar la explosión.

Un día, sin embargo, preparando un barreno cerca del río Black, en el estado de Vermont fronterizo con el Canadá, alguien le llama precisamente en el instante en que ya ha colocado la pólvora a falta de la mecha y la arena. Gage se despista un segundo volviendo la vista a quien le pregunta, con tan mala fortuna que al proseguir no comprueba que el ayudante haya echado la arena y comienza a golpear la pólvora del agujero. La explosión es tremenda y le estalla en plena cara, por la fuerza del explosivo la barra –tan bien preparada-, le atraviesa el cráneo penetrando por el pómulo y saliendo por el frontal para caer treinta metros más allá impregnada de sangre, hueso y sesos.

Gage, en contra de lo esperable, no muere; queda anonadado unos instantes pero al poco comienza a hablar y es conducido por sus compañeros en una carreta hasta el pueblo, donde gracias a los cuidados de un médico, del cual tenemos el testimonio del incidente y del proceso de recuperación, se va recuperando lentamente sin que ninguna de sus facultades se vea afectada. Se trata del doctor John Martyn Harlow, de Cavendish, que se hace cargo de su tratamiento, el cual dura alrededor de tres meses. No sufre de parálisis motriz, el lenguaje no se ha visto afectado. El paciente sufre, sin embargo, por la infección craneal que su médico cuida con esmero, pero a los pocos meses está plenamente recuperado. Tras recibir el alta médica, Gage se retira un tiempo a la granja de sus padres en Lebanon, New Hampshire. De vuelta a su trabajo en el ferrocarril las versiones difieren, según algunos no puede recuperarlo, según otros lo pierde debido a su cambio de carácter: Gage ya no es Gage, se ha vuelto impulsivo, no se puede confiar en él, es incapaz de llevar a cabo sus planes, se ha vuelto irreverente y blasfemo.

Su carácter ha cambiado de modo radical, del mismo modo que pierde su trabajo, va perdiendo sucesivamente todos los que consigue, o bien los abandona o bien es despedido por su incompetencia. Trabajos que ahora son de muy bajo nivel: de mozo de cuadra en granjas y similares.

Posteriormente se enrola en el circo y se convierte en atracción de feria como la mujer barbuda, los enanos, el hombre más grande del mundo, el hombre elefante, etc. En esa trashumancia enseña su cráneo y su barra de hierro ante el asombro de las masas curiosas. Al parecer tampoco durará mucho tiempo ahí, cuatro años después de su accidente (1848), lo encontramos conduciendo la diligencia entre Santiago y Valparaíso, en Chile. Las noticias de esa época no son muy documentadas, parece que trabajará en distintas granjas de caballos hasta que en 1859 vuelve a San Francisco, donde viven su madre y su hermana. Es en esa época que Damasio dice se ha convertido en un camorrista pendenciero, pero además que ha comenzado a sufrir ataques epilépticos, los cuales parece que se van generalizando hasta que al final acabarán con su vida.

Otros autores por el contrario discuten la versión de Damasio, cuya fuente principal parece ser la narración de Harlow, el doctor que lo cuidó tras el accidente y gracias al cual se curó de sus heridas en menos de tres meses. La versión de Harlow, un seguidor de la frenología, está muy influenciada por la decepción que le produce la evolución del carácter de Gage, al que había considerado su gran obra, su éxito definitivo, el que le lanzaría a la fama. De nuevo Frank Stein y su criatura transformándose en monstruo.

El doctor Harlow se ha volcado con Gage, lo ha convertido en el caso de su vida (muchos atesoran “el caso de su vida”), por tanto no puede dejar de sentirse decepcionado y entristecido por los derroteros que sigue la pendiente vital del joven artificiero. Para McMillan3 por ejemplo se ha exagerado en el carácter inconstante, caprichoso y “trastornado” de Gage, señala que en realidad sus cambios de trabajo son muy pocos a lo largo de los años y relativiza el carácter patológico del joven.

Pero lo que me llama poderosamente la atención es el hecho de que alguien tras extraordinariamente perspicaz como Damasio, no preste ninguna atención al hecho del “accidente”. No sé si otros sí lo habrán hecho pero en mi pequeña pesquisa no he encontrado resultado positivo. Tampoco se si ese “desgraciado accidente” explicaría el cambio de carácter, de hecho es incluso cuestionable que haya habido tal cambio y hay estudiosos del caso, como el que hemos citado, que son de esa opinión. Lo que me pregunto es, cómo un hombre tan sistemático y eficaz, ejemplo de trabajador meticuloso y concienzudo, dedicado a un menester tan peligroso, se olvida de cerciorarse que la arena esté en su sitio, que no va a percutir directamente sobre la pólvora, yéndole la vida en ello.

Accidente desgraciado, como muchos no dudan en definir. Es posible, pero ya hubo un Sigmund Freud hace 100 años que nos advirtió que el hombre no persigue siempre su bien, que los comportamientos absurdos y extraños pueden tener una lectura, una significación, que los actos fallidos, los olvidos, los lapsus responden a menudo a una lógica que la conciencia ignora. Escribió sobre ello un texto extraordinario, Psicopatología de la vida cotidiana4, revalorizado precisamente, fuera del psicoanálisis, entre otros por la neurología moderna.

Este accidente del Sr. Gage merece que nos paremos a pensar, de qué manera podemos comprender un olvido tan trágico, quizá no haya nada que comprender y sólo se trate de aceptar y asimilar, no obstante ese no es nuestro punto de vista.

Adam Phillips, destacado escritor y psicoanalista, discípulo británico de Winnicott, recuerda en su texto Flirtear5, que Freud inventó un método, un tratamiento para la recuperación del pasado a través de la reapropiación –aunque este término quizá no sea el más adecuado -, del deseo. La noción de deseo que aquí estamos manejando nos lleva más bien a la idea de una fuera irracional, que persigue un goce imposible, inalcanzable, a despecho de la vida o del bienestar del sujeto.

El autor también se pregunta si no habrá accidentes contingentes, para responder:”Puede que no todos los accidentes sean significativos, sino toda la significación esté constituida por accidentes”6.

Se pregunta el autor por qué es difícil la aceptación de la contingencia, por qué necesitamos vivir con la creencia de la certeza, de la seguridad, incluso a veces de la predestinación. Y las creencias religiosas tienen una fuerte influencia en esto.

Phillips subraya algo que es evidente, pero quizá intolerable: “Dada la evidente contingencia de gran parte de nuestras vidas –ni buscamos ni elegimos en ningún sentido significativo nuestro nacimiento, nuestros padres, nuestros sueños, nuestra muerte, y así un largo etcétera –, valdría la pena considerar, desde una perspectiva psicoanalítica, además de nuestras relaciones con nosotros mismos y nuestras relaciones con los objetos, nuestras relaciones con los accidentes”7.

Qué sentido cobra el azar en nuestras vidas, lo azaroso, lo accidental, lo equívoco, como en Babel, la película de González Iñárritu, en la que lo fortuito adquiere un papel tan determinante.

En la Psicopatología… Freud nos enfrenta con lo fortuito para tratar de convencernos de que no hay nada fortuito, todo es significativo, los errores y los accidentes se convierten, al decir de Phillips, en “tramas ocultas”… “Freud emplea la teoría psicoanalítica para convertir los accidentes, que en apariencia son sucesos fortuitos, en intenciones que entrañan una significación8”.

Cabe preguntarse qué significación podría tener el accidente del señor Gage, un accidente que malogra su vida. En primer lugar Freud referirá la significación oculta, reprimida, a la sexualidad. Se trata de impulsos sexuales que no tienen acceso a la conciencia. Sin embargo hace falta el equilibrio de un funambulista para conectar el desgraciado error del señor Gage, un error que le explota en la cara, que le revienta el cráneo, que desparrama sus sesos por la tierra… con una fantasía sexual oculta. Por eso Freud también mencionará, y esto quizá es lo más importante, que a menudo se trata de errores que buscan el autocastigo.

El deseo prohibido, a menudo, es un deseo de autocastigo, esos movimientos “aparentemente accidentales y torpes”9, como señala Phillips, no son los de un hombre ridículo, son producto de otras vidas, otras voces, otras intenciones que hablan y se expresan a nuestro través, atravesándonos.

El hombre con Freud deja de ser ridículo, para convertirse en un ser problemático, pero lo que gana en significación lo pierde en intranquilidad, ya no es el dueño de sus actos, o por mejor decir, su voluntad no es la única dueña de sus actos porque, como dice Phillips, existen “voces provenientes del pasado que exigen ser reconocidas; en nuestro interior existen vidas que se disputan el hecho de ser vividas”… “historias en conflicto pero que claman para que se las reconozca”10.

Son distintos modos de intentar definir eso que irrumpe en el accidente, en el error. Ninguna de ellas, no obstante, se refiere específicamente a las acciones, porque ese es un punto complicado de la teoría freudiana, cuál es la frontera entre el lapsus, como modelo de expresión lingüística, y el acting out, el pasaje al acto, como irrupción del comportamiento en su vertiente del “hacer”, con consecuencias por lo general diferentes del “decir”. Parece que aquello que queda en el terreno del decir es menos irreversible que lo que toca al “hacer”.

Al menos si pensamos en el Sr. Gage es evidente que su error en el hacer, golpear la pólvora sin cerciorarse de que estaba protegida por la tierra, tiene consecuencias irreversibles, muy diferentes que si hubiera cometido un simple lapsus verbal.

 

 

Esteban Ferrández Miralles.

Doctor en Psicología. Psicoanalista.

Didacta del Centro Psicoanalítico de Madrid.

 

1 Esteban Ferrández Miralles.

Doctor en Psicología. Psicoanalista.

Didacta del Centro Psicoanalítico de Madrid.

2 Una línea de identificación entre ambos personajes viene dada por el convencimiento de la enfermera Binoche de que cualquiera que se acerque a ella morirá.

3 McMillan, . Phineas Gage – Unravelling the myth. www.thepsychologist.org.uk

4 Freud, S.: O.C., t. VI, Amorrortu, Buenos Aires, 1980.

5 Phillips. A.: Flirtear.: Psicoanálisis, vida y literatura. Anagrama. Barcelona, 1998.

6 Phillips, A.: o.c.

7 Ib. 40

8 Ib. 42

9 Phillips, o.c.

 

10 Ib. 44