El niño y el juego

por | Revista del CPM número 14

«El juego: los orígenes de la creatividad, la creatividad en los orígenes».

«Los hombres oscuros y grises, a veces de forma brutal, de vez en cuando sutil, han aplastado el juego y en consecuencia han arrasado el tiempo que hace horizonte…»
(‘Momo’ de Michael Ende)

Yo soy el invisible 
anillo que sujeta 
el mundo de la forma 
al mundo de la idea.
(G.A.Becquer)

Existe un relato de Jonathan Swift que enfrenta a una abeja con una araña, debido a que la primera pone patas arriba el hogar de la segunda. Y esta, la araña, acusa enfadada  a la otra, de no tener nada propio, de ser una zángana. Y se vanagloria entonces de sus capacidades,  y de sacarlo todo de sus propios fondos. La abeja, como una cigarra altanera, acepta que ella se nutra de otros, pero lo que hace le sale mejor que a su amiga. Y le dice, por último, con bastante agitación

«¿Cuál de nosotras dos es la más noble: la que, absorbida en  su estrecho cuadrilátero, ocupada por completo de sí misma, alimentándose y engendrándose a sí misma, lo convierte todo en excremento y veneno, y no produce en definitiva más que tela de araña y cagarrutas de mosca, o la que a través de una búsqueda universal, al precio de una larga búsqueda, de mucho estudio y de un verdadero juicio y discernimiento de las cosas lleva a casa miel y cera?…

“Nada más serio que esta broma; nada menos bromista, nada menos excéntrico que esta insólita controversia entre la arrogante araña y la abeja agitadora”, dice Alain Finkielkraut en su libro “Nosotros los modernos”. Se juega en ello, lo esencial, el ser, y lo que exige de nosotros para que tengamos la experiencia del mismo. Jonathan Swift desafía a Descartes y replica mediante un elogio de la mediación al discurso del método.

“El ser y lo que se exige de nosotros para que tengamos la experiencia del mismo”.  Eso se juega también aquí.  El juego como lo que se exige de nosotros para que tengamos la experiencia del ser. Y no creo que sea cuestión de ser abeja o araña sino de producir cera, miel…y seda.

Empecé por el final, así que comienzo ahora.

El juego ha tenido a largo del análisis distintas acepciones, distintas concepciones y distintas prioridades, distintos modos de ser entendido y  muchas veces contrapuestos…. Esperemos que la colisión de modos de entender el juego no produzca una colusión, siendo en este caso el tercero dañado el paciente.

Pero, vayamos más despacio:

En Freud la palabra juego aparece reseñada 233 veces, desde juego de asociaciones, juego de imaginación, juego de movimiento, de palabras, de fuerzas, de ideas, pasando por juegos infantiles, juegos de la fantasía, juegos eróticos, de grandes, de ajedrez, juego artístico, hasta llegar al juego de la crueldad.

Como puede verse, Freud no era ajeno al juego.

Su época estuvo impregnada además del “el gran juego” que se jugaba a nivel mundial y por el cual las potencias europeas pretendían repartirse el mundo y más concretamente el Oriente medio como camino a Asia y desde Asia. Como ahora mismo, vamos.

Freud adjetivó las actividades del psiquismo con el apelativo del juego. No siendo ajeno a su importancia, su foco de atención estuvo centrado más en otras cosas, que fueron, ya digo, adjetivadas con el juego.

Se le acusa hoy de haber creado una mitología pulsional, que le impidió ver otros mitos, siendo esto como acusar a Copérnico de no percibir el movimiento del sol. Freud levantó un esplendido mapa de un territorio inexplorado y no podemos acusarle ahora de no fijarse en todos los detalles.

Ocupado en otras cosas olvidó lo substancial del juego, pero, llegado un punto, en que ve jugar a sus nietos, Freud descubre un juego que los analistas han convertido en lo que podríamos llamar “el gran juego analítico”.

El juego que Freud describe y que se convirtió para algunos en “El gran juego” es el juego del carretel.

“La gramática freudiana, como nos recuerda Marcelo Viñar, es simple y elocuente. Se trata de significar una emoción, un afecto: (el provocado por) la experiencia dolorosa del objeto protector faltante, la vivencia de la ausencia materna.  La obra (el juego) consiste en transformar esa experiencia dolorosa – la pérdida o ausencia del objeto amado – en un despliegue escénico gestual,

(El juego) Es  simple y elocuente (y sirve) para marcar la diferencia entre el momento transitivo y el momento reflexivo del acontecer psíquico”. A partir de él, el sujeto comenzará la reflexividad, la representación de la ausencia por medio del juego y las vocalizaciones. Por medio de la acción y la expresión, el niño comienza la simbolización que le permitirá creer que es posible, no solo soportar la ausencia, sino también hacer algo con ella, y confiará en la creación para llenar ese lugar vació.

Comienza entonces, según muchos autores, el trabajo de simbolización y sus fallos, fracasos y falencias; desarrollándose y complejizándose un tema crucial en la estructuración psíquica y en la psicopatología

Y, evidentemente, el fort-da dá cuenta de un modo de creación, indudablemente. Como dice Viñar: “Entre el fato y el re(-lato) está la cuota de poiesis, de creatividad, que distingue a cada ser humano del semejante y que lo diferencia como único y distinto.

Como dice Merleau-Ponty: “El ser es lo que exige de nosotros creación para que tengamos experiencia del mismo”. Eso somos entonces: lo que creamos, una experiencia que a la vez da cuenta de nosotros mismos. Un acto que a la vez se narra para dar cuenta de una elaboración, de una situación que, habiendo podido ser traumática, se transforma, sin embargo en núcleo del ser. Jugando nos creamos.

Ahora bien, la pregunta que nos formulamos aquí es: ¿es ese el único modo de creación?, ¿se acaba la simbolización en el pensamiento a través de la palabra?, ¿es lo simbólico así entendido lo único capaz de producir creación y por tanto, siguiendo a Merleau-Ponty, ser? ¿Solo así hay creación de subjetividad?, ¿Solo la ausencia crea mundo?, ¿No hay más juego posible que “el gran juego”?…

Este juego, como decía, es el que divide el mundo entre presencia y
ausencia, y da importancia supina a la representación de la ausencia; considerando el símbolo el mayor logro del género humano, base del pensamiento y la palabra, representación del objeto perdido y posibilidad de manejarse con lo ausente de un modo creativo.

El mundo se divide así entonces. El que sea capaz de representarse la ausencia a un lado, el resto al otro, y a partir de aquí los analistas comienzan a dividir a la humanidad, una vez más. A este lado los analizables, a este otro los inanalizables, los deficitarios, los narcisistas, los psicóticos…

¿Pero por qué un juego habría de convertirse en “el gran juego”?

¿Cuál es su poder? ¿Qué lo legitima a ocupar ese lugar?

Dejo aquí abierta la pregunta para seguir avanzando un poco más en el pensar con ustedes el juego en psicoanálisis

Habrá que esperar a Winnicott para que ese juego, “el gran juego”, comience a pensarse como uno más de la pléyade de los juegos necesarios y posibles en la constitución de la subjetividad psíquica y la creatividad.

A partir de él, de Winnicott, habrá que escuchar a los pacientes de otro modo, para que el campo simbólico deje de ser un lugar que de tan universal haga perder su singularidad al paciente.

El pensamiento, la palabra, herederas de este gran juego, se habían adueñado así del campo, provocando un logocentrismo exacerbado

Pues bien, este gran juego es puesto en cuestión por alguien que no entra en la cadena, intentando introducir lo singular sin reducirlo a lo simbólico entendido de ese modo, Winnicott, al decir de Rodulfo, intenta que así sea: introducir lo singular sin reducirlo a ese simbólico.

Debimos entonces esperar a Winnicott para que el juego en general y no “el gran juego” en particular ocupase un lugar central, un lugar sustantivo.  Hasta el punto de ser, el psicoanálisis por él considerado, el juego más evolucionado que los humanos somos capaces de jugar, y considerando ese mismo psicoanálisis, como algo más allá de la introducción de lo particular del paciente en lo universal de la teoría.

Y si para ello hay que crear nueva teoría, ensanchando los límites, pues se ensanchan, y así actúa Winnicott que dedica su libro más importante a “mis (sus) pacientes que me (le) pagaron por enseñarme (le)”.

Pacientes a los que escucha en su singularidad, sin reducirlos a la teoría imperante (Kleinismo simbolista) y que se curan con Winnicott y no quedan encasillados al adoctrinamiento imperante de la época.

Es el mismo Winnicott el que nos recuerda: toda interpretación que vaya por delante del paciente es adoctrinamiento, toda intervención que reduzca al paciente a nuestro universo simbólico psicoanalítico es dogmática.

Y es, desde esa preocupación por la verdad, que Winnicott comienza a separarse de sus maestros y a proponer un modo personal de ver, de concebir y tratar con lo humano. Es, a raíz del permiso que se da, que la teoría analítica se construye en un más allá del  “gran juego” que se jugó hasta entonces. Es a partir de esa demanda, de que otro deje de jugar un juego aplastante para el resto, (Melanie Klein en el caso de Winnicott) que Winnicott se posiciona.

Con respecto a Freud, él dice que no tocará el edificio freudiano, pero que el jinete debe cabalgar sobre la montura y no ser arrastrado por ella.

Con respecto al mundo interno avisará, graciosamente, que mientras hablan y discuten acaloradamente, caen bombas a su alrededor, y que la realidad se impone, que el ambiente es fundamental. Desarrollará entonces sus conceptos a modo de herramientas, con las que reparar el psiquismo humano, sin miedo de dañarlas o torcerlas, jugando con ellas como nos propuso hacer a nosotros.

Winnicott no creó escuela y, como señala Pontalís, quizás por eso vive más entre nosotros.

Podríamos decir que para Freud el juego adjetiva la psique y la vida, y para Winnicott el juego se sustantiva y pasa a ser la vida misma, el fin en si mismo, ya no el adjetivo que acompaña a otro, sino el sustantivo que nomina per se.

Winnicott nos recuerda que entre el niño y su madre, sin necesidad de esperar a su ausencia, se produce una zona intermedia, un espacio potencial, una zona de juego, una banda de Moebius, un ni adentro ni afuera, un entredós, un símbolo de la unión no enfermiza de ambos que adquiere vida propia y da vida a la propia vida del niño.   Un espacio transicional que será cuna y asiento de la cultura, génesis de un símbolo distinto del que representa a la ausencia y que representa esta vez la unión, la presencia, el encuentro, el acontecimiento, la posibilidad de crear en común más acá de la simple sublimación del componente homosexual, mentado por Freud para explicar la amistad, la camaradería, el espíritu de cuerpo, y al amor a la humanidad (El presidenteSchreber).

El niño, gracias al espacio potencial se permite la separación del otro materno, alentada y sustentada por la ilusión que esa madre permite, para que su cría crezca creyendo crear lo que ya estaba ahí, creando lo encontrado… de modo paradójico.

Nos encontramos entonces con un juego que es posible desarrollar en un espacio distinto del fort-da, un espacio de encuentro, un entre dos, un juego que se da también entre analista y paciente además del gran juego, un juego que se produce con otro (la madre, el analista) y que luego va a darse en su presencia pero con su abstinencia, y entonces el niño (el paciente) juega solo en presencia de otro, con otro pero sin el otro, en una renegación creativa que le permite ensayar, para en un tercer momento dar el gran salto y luego jugar solo; y no solo juegos de ausencia y presencia, no solo sombra del objeto, no solo creación para evitar la melancolía, no solo sol negro , sol blanco también, profunda huella de una experiencia de la vivencia de satisfacción, que muchas veces olvidamos.

En el juego del análisis dos juegan, uno cierra los ojos, mira hacia adentro y describe en un “veo veo” endopsiquico, las imágenes que lo habitan, los istmos y las penínsulas que lo pueblan, las cordilleras, sierras, valles, selvas, sabanas y ríos que lo cruzan; y otro, cartógrafo del mundo interior, va levantando el mapa con el que orientarse ambos.

El viaje no es sin sorpresas, y éstas se esperan pues se sabe que ellas, en forma de formaciones del inconsciente, abren vías y nuevos caminos y territorios. Llegados a este punto, hasta el cartógrafo aporta formaciones así, que en transferencia se llaman interpretaciones, figurabilidades
que le habitan de tanto trabajar codo con codo con su paciente, dado que no todo está dicho en las palabras del paciente, dado que no todo se puede decir con palabras, aunque nuestro intento sea que lo no inscrito llegué a tener inscripción. Al final el mapa se convierte en el territorio, y en esa fantasía hecha realidad el análisis se juega, y se resuelve o no.

Ya tenemos dos, el gran juego y el otro, el juego entredós (el espacio creado por la ilusión de una reunión posible y no incestuosa), el símbolo de la ausencia y el símbolo por presencia, el pensamiento, la palabra y otra cosa que sobrepasa la mera palabra, el mero pensamiento, y que hace más a una experiencia, a una realidad.

“En el viaje de lo subjetivo a lo objetivo, lo que nos permite ver que el viaje se va produciendo es el objeto y espacio transicional que da cuenta de esa transición”, nos recuerda Winnicott.

Winnicott decía que el espacio transicional deja lugar para el proceso de adquisición de la capacidad para aceptar diferencias y semejanzas. Que lo que importa no es tanto su valor simbólico como su realidad: el que no sea la madre tiene tanta importancia como la circunstancia de representar a la misma madre.

Me pregunto a estas alturas de este escrito si existen dos tipos de juegos, que dan lugar a dos tipos de símbolos y también, me atrevería a decir a dos tipos de abordaje terapéutico, o mejor a dos modos complementarios de trabajo analítico.

Me explico. Me pregunto si el juego del fort-da que crea el símbolo para recubrir la angustia de la ausencia, es un tipo de juego; y el juego winnicottiano del espacio transicional, entre la madre y el bebé, creado en presencia de esta es otro tipo de juego.

El primero daría lugar al trabajo analítico clásico del paciente que, angustiado ante el silencio del analista, que representa la ausencia y la preserva, hace al paciente construir sus propios símbolos para recubrir la angustia, y dotarse de un manejo activo de la misma. Pero cuidado, el riesgo es aquí que el paciente tema tanto la ausencia que se dedique a buscar una y otra vez, aquello que conmueva al analista ausente y lo haga presente; y el analista confundido crea que lo que el paciente le trae es lo genuino de él mismo, sin darse cuenta que el paciente solo quiere darle lo que cree que el analista le pide y desea.

Del otro lado el juego en presencia, la creación de un espacio potencial, a través del cual el paciente construye con el analista un símbolo que posibilita una vía sublimatoria al deseo, cosa  que es bien distinta de la “interpretación reveladora”.

En este nuevo caso, el deseo encuentra una vía distinta a su interpretación o su actuación y esta vía apunta a la creación sublimatoria, al juego que hace horizonte, a la posibilidad de compartir con otros lo deseante, haciendo entrar en juego la sublimación desde el inicio que decía Laplanche o permitiendo un trabajo de sublimaciones, de castraciones simbolígenas, que decia Francoise Doltó, o una sublimación extendida al decir de Castoriadis.

El riesgo aquí será creer que por ser parte del juego, por estar en un polo y sostener el proceso, el analista puede libremente jugar su juego sin abstenerse, dando lugar entonces a un juego que, maternantemente mal entendido, quiebre la posibilidad de que el paciente encuentre sus propios símbolos sublimatorios y su modo de jugar, sus propias sublimaciones.

Tensión permanente entonces, si llevo algo de razón, entre un juego que recubra la angustia y otro que transite entre territorios desconocidos, pero conquistados con la presencia acompañante y no intrusista del analista presente.   Tensión del analista también por no caer en ninguna de las dos trampas propuestas y que apuntan ambas a su contratransferencia y a la posibilidad de haber jugado bien él mismo sus propios juegos en su  análisis.

Pero hay más. Les propongo ahora pensar el “play” que Winnicott trae, haciéndolo resonar con el “game” que Freud propone con el Edipo.

Edipo: Juego de reglas por excelencia, lugar de límites, roles y funciones, lugar de perdedores y perdidos pero que el tiempo se encargará de invertir, y donde padre hubo, hijo se colocará, superyo mediante.

Pero, con Rodulfo diremos que no somos solo “pitagóricos”, que no creemos solo en lo triangular y que siendo el juego de Edipo importante, como el del fort-da, tampoco este es “el gran juego”, Aunque durante muchos, muchos años los analistas solo han sabido pensar el mundo con triangulaciones, como si fuéramos  “caballeros del punto fijo” desde el que levantar un mundo dividido en dos. Nosotros, los analistas pudimos ser conocidos también durante muchos años con el mismo apelativo, pero tiempo ha que vamos cambiando.

Y con Rodulfo pensaremos que es posible jugar juegos de tíos, hermanos, primos, abuelos, amigos; mitos variados: Isaac, Ifigenia, Antígona, Hércules, Hilo, Prometeo, Don Juan; o Cenicientas y Bellas durmientes, sin tener que reducirlos al Edipo sempiterno. No seré yo el que niegue el lugar importante de Edipo, pero quiérase que no, Edipo no está solo y toda una galaxia mítica viene a su encuentro y auxilio.

No obstante, Edipo está presente a diario a poco que miremos.

Un ejemplo. Un niño y su padre. Su padre le está riñendo una vez más; y, de repente, tranquilamente, sin que nadie le diga nada, el niño toma el mando a distancia del televisor, lo coloca en dirección a su padre y aprieta la tecla, no sé si de pause de stop, de off, o cualquier otra, pero el gesto es evidente y no necesita más explicación…

¡¡Edipo redivivo, listo como él solo y con recursos electrónicos!! .¡¡Un peligro, vamos!! Pero a la vez un Edipo lúdico y lúcido, que juega su agresividad, manifiesta su deseo y lo realiza en el jugar.

Pasaré ahora a considerar un tercer juego importante para el psicoanálisis francés contemporáneo y su contrapunto, dado de nuevo por Winnicott a un paso de allí, el Paso de Calais.


3. El juego del espejo: Lacan y Winnicott.

El  imaginario despreciado y la ilusión apreciada.

Quiero aquí hablar del juego del espejo que se achata en Lacan y se ensancha en Winnicott, que produce un imaginario cerrado en el primero y un mundo abierto y confiable en el segundo…

Así Lacan, nos presenta un niño imaginariamente jubiloso y completo frente al espejo. Pero es, insiste Lacan, una completad imaginaria y alienante, del lado de lo que será el yo ideal (del lado del narcisismo primario). Sin embargo, Winnicott nos presenta el rostro de la madre como el espejo que le devuelve al niño una completad posible, esperanzadora y confiada, que está del lado de la construcción del ideal del yo. Que le permite jugar a ser lo que aún no es, pero sueña con ser. Que abre la posibilidad, a través de la espe
ranza que ella le transmite, de la construcción de una subjetividad deseante y confiada…

Winnicott lo mostró bien, no solo nos hacemos una imaginaria completud del lado del yo ideal, también por la mirada de la madre, nuestro primer espejo, nos sentimos confiados en un llegar a ser como ella nos mira, con la posibilidad de un ideal del yo puesto en su mirada confiada, que abra la posibilidad de, a través de la esperanza que ella nos transmite, construir una subjetividad, como he dicho, deseante y confiada.

Winnicott le recordaba a Melanie Klein que uno necesita de la confianza de algún otro para poner en marcha su idiosincrasia, para permitirse ser creativo; y el rostro de la madre, en lugar de medusa paralizante, en lugar de pozo fusional, en lugar de lugar de falsa imaginaria completud,  se transforma -en la mirada de Winnicott- en lugar que nos proyecta hacia un futuro posible de nuestra existencia.

Juego del carretel, juego del objeto transicional, juego del espejo, Freud, Winnicott, Lacan, proponen el momento lúdico como el momento de creación activamente por el bebé de la zona humana por excelencia, la zona de la creación, artística, lúdica y lucida.

Es posible existir fuera del Otro, su amparo es necesario, pero llegado un punto uno puede darse, por medio de la ficción del juego, un amparo distinto, en compañía de todos los otros – los del pasado, presente y futuro- que conforman así, un espacio, el cultural, que nos da sustento y al que juntos con nuestros actos creativos sustentamos…

Y es, desde este imaginario, que desborda el mundo aplanado del imaginario lacaniano, que Castoriadis nos propone la creación de una realidad con la que jugar de un modo propio, extenso, externo y autónomo, hasta conseguir que, parafraseando a Freud, lo heredado sea conquistado y apropiado por uno hasta ser considerado propio y personal, e incluso creación propia; y, parafraseando esta vez a Winnicott, creando de este modo lo encontrado, y por medio de esta paradoja saliendo de la disyuntiva abeja o araña del cuento inicial.

Ni lo uno, ni lo otro, o no sin lo uno pero no sin lo otro, al igual que decía Horstein de Lacan: No con Lacan, pero no sin Lacan.

El “play” Winnicottiano es lo que en su libertad de creación a partir de lo heredado hará posible la aparición del “game” freudiano, del juego de reglas, funciones y límites; ya que para que algo sea separado debe primero haber estado unido y además esperanzadamente sostenido en su renegación.

Ese “ya lo sé, pero aún así” que nos decía Octave Mannoni, asiento de la perversión, pero también de la creación lúdica, es lo que permite al sujeto crecer en profundidad y dotarse de un espacio interno/externo que le sobrepase y a la vez le contenga y lo contenga: el espacio cultural.

Es, por ultimo, Ricardo Rodulfo el que hace recuerdo para volver a mostrar al  juego como motor del psiquismo. Es él, el que nos recuerda que el psiquismo se construye jugando, y que cuando no hay juego el psiquismo queda yermo, siendo el autismo prueba de ello. En definitiva, me digo, estamos volviendo a principios del siglo XX y proponiendo al “homo ludens”, y considerando que este no implica solamente al hombre que juega, sino al hombre que, como la cultura, nace del juego. Siguiendo a Johan Huizinga sostendremos que el hombre nace del juego, como la cultura, y es desde el juego que en su gestación contribuye. Mundo entonces, escena del mundo, teatro de vanidades, lugar de RE-presentación, lugar de simulación, lugar de verdad, lugar, laar, hogar, cuna y asiento de nuestra cultura.

Juego distinto del de reglas, del juego serio que enfrenta a los jugadores, y hace víctima del perdedor, juego del “como si”. Habrá que volver entonces nuestra mirada de la seriedad del espejo pulido, a la broma de los espejos deformantes que, una vez seguros de nuestra existencia, nos permita deformar nuestra presencia, y si es posible con humor jugar “el como si” de otras existencias: Yo soy batman, yo soy un fiero animal, yo una dulce princesa, yo, al fin, soy el que yo quiera ser…

El juego, este juego del que hablamos, es entonces inductor de nuevas realidades, creador de nuevos mundos, multiplicador de identidades.

“Donde nadie había situemos un nosotros” dice Castoriadis proponiendo un momento instituyente de lo instituido, y ello me recuerda el juego de los adolescentes de imaginar un mundo diferente para hacer progresar el mundo….

Un acontecimiento que acaba con la mera repetición y lo lineal, algo que irrumpe más allá de lo simbólico y lo transforma, no desde lo real que sería la psicosis, sino desde lo imaginario, un imaginario, una imaginación capaz de producir lo nuevo.

Para terminar, diré con Foucault que el juego no es utopía, sino heterotopía. Y lo es  porque en él se dan los tres tiempos a la vez: pasado, presente y futuro. El juego es lugar, como la transferencia también, donde es posible modificar el pasado en el presente para que exista un porvenir.

Muchas gracias.

Congreso CPM. Menorca.  
Mayo 2.007 

Pablo J. Juan Maestre.  
pjjuanm@yahoo.es

 

RESUMEN:

El juego es «el medio» por el cual el psiquismo se construye. El juego, que se produce en el espacio potencial, permite la creación de un psiquismo propio. La creatividad originaria es entonces subsidiaria de este «procedimiento inexcusable». El juego, primer espacio de representación, se transforma luego en cultura, y esta en el mayor «espacio lúdico» que el hombre es capaz de darse, el mejor lugar que somos capaces de darnos para vivir una vida plenamente humana.