El maltrato: un vínculo psicopatológico

por | Revista del CPM número 7

* Rossana López Sabater

Miembro del Centro Psicoanalítico de Madrid
Murcia
rossanasabater@ono.com

 

La violencia de género en la pareja, se da dentro de un contexto en el que se considera que hay amor. Se podría pensar que sin amor no hay malos tratos.

Vamos a intentar mostrar que necesidades se dan entre la pareja en la que existe una relación de maltrato, o en el hombre que la sostiene y la mujer que la mantiene. Por eso hablamos de vínculo, que esta formado por dos partes.

La sexualidad, la subjetividad, el carácter, la personalidad, se construyen. No nacemos con nuestra subjetividad o con nuestro modo de ser y de sentir conformados, sino que nos vamos construyendo en la familia y en la cultura.

Y nuestra cultura se sostiene sobre la hegemonía masculina y el falocentrismo. Una cultura que está diseñada y pensada para reproducir lo que se llaman valores masculinos y masculinizantes en todos los campos, y que además esta perfectamente dividida en dos, lo masculino, que es la norma social, lo público, y lo femenino, que corresponde a lo privado, lo doméstico.

Una cultura donde la agresividad, que nosotros los psicoanalistas consideramos consustancial al ser humano, que es necesaria para protegerse del mundo y que se manifiesta muy pronto en las relaciones del bebe con sus padres, esta legitimada para el sexo masculino, y solo para este.

En la mujer lo legítimo es la sensibilidad, la tolerancia a la frustración, la abnegación, el saber cuidar, ponerse en el lugar del otro.

Y hasta tal modo la agresividad en el hombre forma parte de su identidad de genero, que un hombre debe ser agresivo, y si la ocasión lo requiere violento. Y si no ¿qué pensaríamos de un hombre que no sabe defenderse, o aún más, que no sabe defender a su mujer o a su familia? De modo que la ausencia de violencia en el género masculino parece penalizada.

Sin embargo, en la mujer, la agresividad es entendida como un síntoma y es problemática para un orden social que deposita en sus manos la crianza, y por tanto, para su propia identidad de género.

Encontramos dos polarizaciones muy claras que favorecen un sistema binario, unos valores de género disociados con poca o a veces nula capacidad de relación entre ellos. Y es desde estas posiciones extremas, radicales, desde donde se establece lo que proponíamos como Relación psicopatológica, y que Lola López Mondejar ya explico como “Una patología del Vinculo amoroso”.

Estos valores de género, estos ideales se transmiten de modo precoz desde las relaciones de los primeros años de vida, y producen efectos estructurantes en el psiquismo.

Los ideales y las normas se transmiten o se aprenden, se incorporan a través de procesos de identificación que Freud describe como el primer lazo afectivo con el otro. Un aprendizaje cuya vía o cuyo medio de adquisición es el afecto.

La identificación no es algo consciente, no es un acto voluntario sobre lo que una decida, y una vez producida, es como un invitado que nos habita, que forma parte de nosotros mismos y al que no se le puede desalojar fácilmente.

En 1976Brannon y Davis definieron unos ideales de género masculinos que llamaron “los cuatro imperativos que definen la masculinidad”.

  1. No Sissy stuff. No tener nada de mujer. Donde ser varón significa no tener nada de aquello que se atribuye a la mujer: pasividad, vulnerabilidad, emocionalidad, dulzura, cuidado del otro. El peligro aquí es evidente: la feminización como sinónimo de tendencias homosexuales.
  2. The big Wheel: Ser importante. Ser varón significa tener éxito, ser competitivo, tener inteligencia, sentirse superior, lograr la admiración del otro. Lo temido aquí es sentirse fracasado, impotente, despreciado, dominado.
  3. The sturdy oak: Ser un hombre duro: Lo masculino es ser impasible, frío, autoconfiado, resistente, ocultar las emociones, soportar a los otros. Es un ideal de autosuficiencia. El peligro aquí es ser débil, o ser blando.
  4. Give them hell: Mandar a todos al infierno: la hombría depende de la agresividad y la audacia, utilizar la violencia, hacer lo que se quiera, enfrentarse al riesgo sin temor. El temor insoportable aquí es la cobardía, la duda, el miedo.
  5. A estas cuatro creencias o mitos de la masculinidad, añade Bonino una quinta: Respetar la jerarquía y la norma. Ser hombre es también saber obedecer al superior, no cuestionar la norma, y renunciar al propio criterio.

Si pensamos en una identificación extrema a estos valores de género, podemos empezar a esbozar la figura del maltratador.

El maltratador no puede reconocer a su pareja como un Sujeto, no puede reconocerse a sí mismo como dependiente de ella, que la necesita.

Si pudiera reconocerse dependiente de su pareja se sentiría tremendamente amenazado en su propia representación de la virilidad, de su identidad masculina.

Ella existe para calmarlo, para satisfacerlo, para adivinar lo que él necesita, lo que le pasa, lo que quiere..- Y, curiosamente, eso es lo que hacen las madres con los bebes, adivinar sus necesidades y sus deseos…, y los aciertan logrando satisfacerlos, sin que los bebes hablen. Ellas existe para comprenderlos más allá de la realidad, en una estrecha y permanente intimidad, casi sin poder dirigir su mirada ni su deseo a otro sitio más allá del bebe o del maltratador.

No vamos a entrar en los procesos de simbiosis con la figura materna que suelen darse en la figura del maltratador y en la dificultad de establecer su individuación, porque ello excedería el contexto en el que estamos. Pero queremos señalar que están en la génesis del conflicto.

El enamoramiento siempre nos hace ver al otro del que nos enamoramos (mediante una serie de mecanismos de proyecciones que Freud describió perfectamente), con todas las virtudes y valores que necesitamos.

El otro se convierte en todo para nosotros, en alguien casi perfecto porque realmente viene a ocupar el lugar idealizado de los padres infantiles.

La segunda cara lado del enamoramiento es que nos hace sentirnos más frágiles porque nos pone “casi “en evidencia que “lo” o “la” necesitamos, por tanto ya no estamos bien si esa otra persona. Supone una cierta herida narcisista.

Pero esa otra persona siempre defrauda, porque el enamoramiento no dura siempre y la relación tendrá que ir transformándose. En el enamoramiento siempre encontramos un proceso de desidealización, en la medida en que el otro no es tanto como se suponía, como se le veía al pri
ncipio, sino que progresivamente se le ve más como es. Y esto es algo que el maltratador no soporta, la decepción le resulta intolerable porque eso lo confronta a dos situaciones insoportables para él:

– a que esa mujer es un Sujeto, no es siempre el objeto que lo calma, lo sosiega, le adivina donde él quiere que ella esté, y qué es lo que tiene que decir.

– a que él la necesita y la necesita de tal modo que no puede prescindir, no puede obviar que ella no sea perfecta, que se equivoque. Y veíamos como el reconocimiento de la propia dependencia era algo bastante insoportable para él.

En esta relación, para el maltratador no hay dos sujetos con diferentes subjetividades, con diferentes deseos. El maltratador necesita un sujeto, uno, que es él, y ella que forma parte de él.

Psíquicamente es una necesidad de fusión, de fusión y de confusión con la pareja.

Y cuando la mujer no ocupa ese lugar de fusión, que como vemos es un lugar imposible, aparece la violencia.

Aparece el golpe donde no es posible la palabra, el diálogo, donde no es posible tolerar la decepción, la frustración, la desilusión de que la mujer no es “perfecta” para él, y no esta hecha a su medida, ni lo puede calmar o adivinarle siempre.

Por eso los maltratadotes culpan siempre a las mujeres de que se las golpee, porque son ellas las que no han sabido “calmarles, adivinar lo que querían “. Por eso decimos que a menudo no sienten culpa, ni remordimientos. Entre otras cosas por eso resulta tan difícil el tratamiento, porque si no hay culpa ¿como va a producirse un intento, un deseo de reparación?.

En las reconciliaciones piensan que no volverán a hacerlo, que nunca más volverán a pegarle, porque ella nunca se comportará de manera que sea necesario agredirla de nuevo.

Muchas veces ellas se quedan, y se instaura una relación de maltrato, se quedan en connivencia inconsciente con los valores de género masculinos que señalábamos..

¿Y que sucede cuando establecida la relación la mujer se quiere ir?, Con frecuencia el maltratador no puede soportarlo, no puede soportar que ella tome decisiones, que sea autónoma. Que ella se vaya los confronta a la realidad de que la mujer es un sujeto, no es parte de ellos mismos, que toma decisiones y que existe más allá de él. Eso lo va a decepcionar. Y además va a perder su objeto calmante, adivinador…

Esto nos puede ayudar a entender por qué los asesinatos coinciden con tanta frecuencia con los gestos y las actuaciones de la mujer para separarse, para dejarlo.

La mujer es suya, es un objeto propio en su configuración psíquica. Si ella lo deja, él tendrá que confrontarse con lo que la necesita, con lo que depende de ella, la echara de menos…Eso, amenza su integridad masculina, su existencia psíquica.

Por eso antes puede optar por la violencia física o la muerte que sentir que la necesita y que ella lo abandona

Vamos a referirnos a las situaciones que están más allá de un contexto de extrema dependencia económica y ausencia de intervención social.

La mujer ha crecido identificada a un mandato que podríamos definir como: “El sacrificio, la subordinación de los propios deseos, en beneficio de lo que necesitan los otros que amamos”.

Es la especialista por principio en el amor, en los sentimientos, en la disponibilidad, en las relaciones, en “adivinar” lo que el otro necesita…En ocupar el lugar donde ella se siente necesaria para el otro. Tiene ese “sexto sentido”, la llamada “intuición femenina” atribuida a algo natural, biológico, que le hace saber, intuir, lo que le pasa al otro, y que como bien explica A. Gonzalez de Chávez, es una autentica “intuición científica”, pues responde a muchos años de intenso trabajo, de autentica experiencia y preocupación por lo que les pasa a los otros, (los hijos, el marido, los padres….).

Estas características con las que definimos lo femenino, coinciden plenamente con un ideal maternal que ha definido lo que es ser una buena madre: es decir, renunciar a parte de la existencia para el cuidado de los otros.

Y esto, la mujer que se mantiene ligada al maltratador lo tiene interiorizado como un mandato. No es algo voluntario, que decida, no es un ideal para ser mejor persona sino que es una norma sobre lo que es ser mujer, un eje fundamental por el que ha de transcurrir su vida.

En términos psicoanalíticos, diríamos atendiendo a la diferencia de Numberg, que es como un yo ideal. Se transmite como una orden que no admite matices ni discusión interna, como un mandato ineludible que hay que cumplir, y su presencia es incompatible con el aspecto protector del Superyo.

¿Por qué que los hombres se hagan cargo de la crianza y que las mujeres piloten aviones, no hacen que las cosas cambien tanto?

Porque generalmente los hombres no crían, sino que siguen el listado que las mujeres les han dejado, y las mujeres van a dirigir empresas con los mismos criterios (objetividad, mano dura, y agresividad) con los que lo haría un hombre (como si también a ella les hubiesen dejado un listado).

Estamos en un “como si” mutuo, hombres haciendo de mujeres y mujeres haciendo de hombres, pero no proponiendo diferencias, alternativas.

Entre otras razones, es tan difícil sustraerse porque esa agresividad que decíamos necesaria y legitima en los hombres, es una agresividad que en las mujeres está penalizada, por lo social y también por ella misma, por el sentimiento de culpa que acompaña siempre a la maternidad.

Si pensamos en el ideal de madre que proponíamos, vemos que no cabe la agresividad. En las madres, y por ende en las mujeres, en esa identificación entre la maternidad y lo femenino, no cabe ni la agresividad, ni la sexualidad, ni el poder…

Por eso y con frecuencia, cuando la mujer es madre deviene más dependiente, más sometida, más identificada a los valores de genero que resumíamos como: “la subordinación de los propios deseos, en beneficio de los otros que amamos”

De las niñas no se espera que sean agresivas. Hay estudios de género que muestran como a las niñas se les sigue penalizando más la agresividad y como con los niños se sigue siendo más tolerante.

Es fácil verificar, que la mayoría de las madres han tenido y tienen muchas dificultades de percibir, de considerar a sus hijas como a un Sujeto con necesidades propias. Los derechos de las hijas, los deseos, las negativas son siempre susceptibles de inhibirse en pro de un otro. (Seguimos escuchando de las niñas que son muy buenas, muy obedientes, mucho más que de los niños)

Más aun sucede esto con la mirada del padre. Con mucha frecuencia reconoce a la hija como un objeto, un objeto precioso y valioso, pero un objeto, hecha para el amor y el cuidado. Al hijo varón lo reconoce como un sujeto, con deseos propios, nunca va a esperar de él estas características de sumisión al otro.

Esta es una diferencia fundamental, en la génesis: la cuestión de las identificaciones paternas en el hombre y en la mujer

Y la mujer-niña tiene una gran dificultad para no ser lo que se espera de ella, porque todos esperan eso de ella. Nadie espera que diga “NO”, ese no tan actualizado en la droga, en el mal trato…Pero eso es como aprender a nadar, a montar en bicicleta, infinitamente más difícil aprenderlo de mayor cuando no se aprendió de pequeño.

El medio privilegiado en la mujer para expresar la hostilidad es la vía somática, la enfermedad. El cuerpo es el medio de expresión de la palabra que no tiene, de la conciencia que no percibe y de la demanda que no puede sostener.

Esta represión de la hostilidad en las niñas (¿cómo podemos pensar una buena madre agresiva?), favorece, aboca a la mujer a una dependencia emocional del Otro, de su compañero, añadida con frecuencia a la dependencia económica.

No poder reconocer su propia agresividad lleva a una gran necesidad de centrar sus esfuerzos en ser querida, en ser amada, en ser reconocida, favoreciendo – sin ser consciente de ello- la inhibición de los aspectos no deseables, los que no se espera de ella. Y todo este proceso se reactiva y se agudiza en la mujer cuando es madre. Todas estas necesidades de amor, reconocimiento y dependencia se multiplican con la maternidad. De tal modo que podríamos pensar que el objetivo de esta mujer es “la obligación de responder a las demandas del otro, con la consiguiente trampa de omnipotencia”. No hay una relación de alteridad sino una propuesta de perfección ante la pareja, de poseer todo lo que el necesita, de imposibilidad de frustrarle.

A mayor necesidad de amor, de reconocimiento y mayor represión de la hostilidad y de la sexualidad encontramos mayores condiciones de someterse al otro.

El sometimiento es laprimera puerta de entrada para llegar al maltrato físico

Antes de entrar en el maltrato físico, queremos señalar que este modo de ser que describimos es una estructura adaptativa

El sometimiento al otro no es algo constitucional en la mujer, no compartimos la idea del masoquismo femenino que proponía H. Deutch cuando apuntaba que las mujeres convertían sus tendencias masoquistas en instinto maternal. El mismo Freud, señalaba en 1932 : “…debemos guardarnos de estimar insuficientemente la influencia de costumbres sociales que fuerzan a las mujeres a situaciones pasivas.”

El conocido masoquismo femenino es un masoquismo defensivo, adaptativo, que se genera en lo intersubjetivo , en una relaciones de poder muy claras basadas en una cultura patriarcal, donde el varón es Sujeto y la mujer objeto, y un poco de sujeto en lo domestico.

Podemos hablar de un masoquismo que es consecuencia de los valores de género, y que produce efectos estructurantes en el psiquismo

Son numerosas las autoras y psicoanalistas que comparten esta tesis, entre ellas citaríamos a J. Benjamin, Gonzalez de Chávez, Emilce Dio o Mabel Burin

Sabemos que el proceso previo al maltrato consiste en un insidioso y progresivo proceso de aislamiento, de la familia extensa y de cualquier lazo social. Esto es una maniobra fundamental que lleva a cabo el maltratador para aumentar la inseguridad y la dependencia de su pareja, es decir para convertirla un poco más en objeto, y desproveerla de su subjetividad, de lo que es suyo.

Una vez aislada y desconfiada de casi todo menos de su cónyuge, podemos pensar que lo que la mantiene unida a él, desde esa posición de sometimiento, es un vinculo adictivo, porque está tan adaptada a las demandas del Otro, que el encuentro con su subjetividad es un gran vacío, un vacío que es mucho más intolerable que el mal trato, más doloroso que la humillación y el golpe.

Porque no olvidemos que estamos hablando de una historia de amor, (y ella es la especialista en el amor, está hecha para eso). La mujer percibe, interioriza la debilidad del maltratador y “sabe” que es todo para él.

Psíquicamente se coloca como un sostén, una prótesis imprescindible, un todo…Y casi siempre estamos ante una mujer que ya es madre, por tanto los valores de género femeninos invitan más a ese lugar, esa posición da más sentido a esa supuesta y confusa feminidad.

En términos psicoanalíticos diríamos que la maternidad conlleva una profunda revisión del ideal del yo.

El sufrimiento del golpe es mucho más soportable que el vacío inmenso y profundo ante la pregunta: “¿Quién soy yo?”; “¿Quién soy yo sin él?”.

Es una mujer que vive su propio narcisismo, su propia autoestima a través de él, por mas que ella sea eficaz, inteligente, desenvuelta y a veces hasta con medios económicos. Pero está privada de lo público, con independencia de que trabaje o no fuera de su ámbito doméstico…

Vamos a exponer brevemente un caso de violencia física : mujer de 28 años que después de dos años de golpes, partes de urgencias y un intento de asesinato por el que el maltratador acababa de salir de la cárcel , recibió diez puñaladas estando el agresor bajo una orden de alejamiento. Ella no llamo a la policía ni a nadie cuando le vio acercarse en un lugar público. Se saludaron y hablaron de lejos mientras ella veía como se acercaba con una cerveza en la mano.

¿Por qué? Porque él se había convertido en todo para ella. Ella se sentía persona, se sentía sujeto a través de él, (una cierta identificación con el agresor). Vivía se feminidad como una minusvalía, como una debilidad y con él se sentía imprescindible, necesaria, era el soporte para su narcisismo, para su autoestima.

Dijo destrozada ,recosida, atemorizada, y casi sin existencia propia, con más aspecto de zombi que de mujer: “pensé que estaba arrepentido, que con gente delante no se atrevería a hacerme nada…, él parecía estar mal, se acerco con una cerveza en la mano y me dijo si quería, que teníamos que hablar”. Reconstruyendo su historia dijo :“nunca había estado tan enamorada ni me había sentido tan querida, con él he tocado el cielo con las manos”.

Y decirlo, verbalizarlo le producía un gran desconcierto y angustia.

Tenemos que señalar que el maltrato reiterado, como sucedió en este caso, produce en la mujer una serie de efectos secundarios. Decimos que parecía un zombi a causa del deterioro psíquico que traía, por una especie de toxicidad con los golpes y un estado tan depresivo que le llega a imposibilitar la capacidad de pensar, de imaginar siquiera una relación entre lo que ella haga y lo que sucede. Como si ellas no pudiesen hacer nada que produzca un mínimo cambio.

Para terminar, tan sólo señalar que estas reconciliaciones, la llamada “luna de miel” que se describe perfectamente en la película “Te doy mis ojos”, es un fenómeno muy importante para el mantenimiento del vínculo. Actúa como un refuerzo positivo, ofrece futuro a la relación: ”te juro que voy a cambiar canija y que esto ya no va a volver a pasar” (dice él en la película)

En la reconciliación la mujer no ve al hombre que le pega, no ve al hombre que tiene delante, ve al hombre del que se enamoró, el que la necesita. Y él esta viendo en ella la mujer que lo adivina, que lo calma…, por eso no va a ser necesario volver a pegarle, porque tampoco ve a la mujer que tiene delante.

“No va a volver a pasar”, insiste. Hasta la próxima, pensamos los profesionales a veces con cierta desesperación ante la evidencia.

Hemos pretendido mostrar como en muchos casos la violencia de género se mantiene porque hay dos partes que representan valores disociados, polarizados, excluyentes, sin comunicación entre ellas, pero que forman un vínculo que llaman amor.

Y cómo por distintas razones, ese vínculo se convierte para ambas partes en algo de lo que los dos dependen, al que los dos están atados. Y quizás por eso sea tan difícil destruir.

 



 

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