Pilar de Miguel, Psiquiatra. Miembro del Centro Psicoanalitico de Madrid.
En este trabajo se trata de reflexionar sobre un proyecto ya existente: MUCHO MAS QUE CINE: EL CINE EUROPEO VA A LAS AULAS, en el que se proyectan películas europeas, en versión original subtitulada y en recintos cinematográficos para la formación y discusión con profesores y con alumnos de instituto, de edades entre 13 y 17 años. Comprende una mirada técnica (narración fílmica, montaje) que dan preferentemente personas que han participado en la película: director, actores, guionistas, y de una mirada emocional a través de la cual se trabajan los contenidos (relaciones entre los personajes, carácter, conflictos, diversidad de afrontar diversas situaciones) por parte de psicoanalistas, psiquiátras, pero también, según los temas, otros trabajadores de salud mental, como educadores de calle.
Sin caer en la infantolatría ni en la embaucadora idea del “pie de igualdad” entre adultos y alumnos, se trata de incitar a expresarse, cuidando el trabajo con los profesores, clave del interés de los alumnos. Los films que se proyectan se intenta que sean de calidad pero además que puedan gustar a los jóvenes. Films que probablemente la mayoría no vería por su cuenta y que supone una experiencia nueva para ellos.
Lo educativo se entiende aquí como acicate al deseo de conocimiento y de goce estético, nunca como imposición ni sermoneo. Insuflar amor al cine es una posibilidad de extender el amor y la admiración a otros terrenos. El aprendizaje tiene que ser mutuo por lo que no es un simple ritual que se respete la opinión de los alumnos. Así podemos dirigirnos a su parte sabia y no al “joven” estereotipado de los medios de comunicación: despectivo y desinteresado pero esclavo de la moda.
Los contenidos tienen especial interés. La manipulación de la industria cinematográfica, si bien es general, parece incidir más en los jóvenes. Aprender a ver cine es preguntarse qué quiere decir el director, por qué ante un tema determinado se enfatiza un aspecto y se olvida otro. Los diálogos a veces dicen una cosa pero las imágenes están diciendo otra, un gesto afable puede ser la máscara de la corrupción. Se proyectan películas que entre otras cosas, reflejan las dificultades con los padres (Rosseta) o el maltrato a las mujeres (Te doy mis ojos) o las relaciones con el propio cuerpo (Comme une image) o las dificultades de la convivencia entre culturas (East is East) aunque insistimos, una buena película siempre va de muchas cosas. Es una forma de conocimiento de uno mismo y de los otros, al ofrecer alternativas identificatorias y estructuras vinculares. La expresión de un afecto cambia con la cultura y hay maneras distintas de enfrentarse a un problema lo que puede relativizar la identificación de uno mismo como un ser exclusivo, una forma atenuada de xenofobia.
EL CINE PARA ADOLESCENTES
Winnicott hace la importante distinción entre el fantaseo compulsivo y el juego imaginativo y estructurante, la fantasía, que cura al poder elaborar la angustia. “La existencia de sueños, dice Winnicott, no prueba necesariamente la capacidad de soñar” (Psicoanálisis y juego, cap. III) Podemos pensar pues la función del cine como la función del juego a través del concepto de espacio potencial de Winnicott, el área intermedia de experimentación que se ubica entre la fantasía y la realidad, y que tiene como formas específicas el juego, los fenómenos transicionales, el espacio analítico, la psicoterapia, la experiencia cultural y el área de la creatividad. El cine comparte estas dos últimas formas.
Así como el cine puede enriquecer a través de historias e imágenes el mundo asociativo, también, sobre todo a través de los efectos especiales violentos, puede tener el mismo carácter compulsivo del fantaseo esterilizador e hipertrofiante del Yo ideal omnipotente.
El Héroe en este cine que ven los jóvenes ha ido evolucionando hacia una mayor violencia. El Supermán de los años treinta y cuarenta, procedente de los comics, puede decirse que es hijo de una divinidad y de un ser humano. Su actitud ética es manifiesta y como humano es bondadoso y más bien tímido. La oposición héroe-villano es clara: si se puede reprochar un maniqueísmo del bien y del mal, se mantienen ciertos valores. La necesidad de la industria cinematográfica de crear personajes novedosos y con gancho para los espectadores va generando figuras más y más violentas donde el héroe y el contrahéroe apenas se diferencian. La sexualidad ha perdido ternura y alguno obtiene el orgasmo chupando sangre de manera compulsiva. En la actualidad un Knigt Dark o un Wachtman llevan a cabo asesinatos en serie como si no pasara nada.
Uno de estos héroes típicos es uno que combate a una banda de vampiros siéndolo él mismo de nacimiento. Su conducta es la de un drogadicto de sangre y sólo se diferencia de los otros en que es más listo y más sofisticadamente fuerte.
Blade le pregunta a la chica si admira al jefe de la banda criminal. Ella le contesta: “Tenemos una relación muy buena: el fabrica armas y yo las uso”. En otro momento Blade le pide que apunte a un delincuente pero que no dispare a no ser que ataque. Se oye un disparo y aparece Blade con mirada interrogante…_”Te había dicho… “ y ella _»Se ha movido». Más que las escenas violentas en sí, que al ser tan excesivas pueden producir un efecto cómico, es esa frialdad lo preocupante de cara a las identificaciones .
Con el agravante de que el monopolio de esos productos impiden ver otras cosas, del tipo por ejemplo de “Eduardo, manos tijeras” en la que aparece un enamoramiento, una inseguridad y un cabreo adolescente de verdad.
En un afán de diferenciarse de los adultos, los adolescentes, llevados por la industria del cine buscan su mundo propio. Pero hasta hace relativamente poco, y salvo excepciones, las películas eran para todos y además no existía la adolescencia y hasta el concepto de niñez no era el mismo que el de hoy. “Hay algunos chicos que no pueden soportar una opinión diferente- dice una chica de instituto al considerar nuestro proyecto- cuando te llega un mensaje o lo escuchas, o lo adoptas o haces oídos sordos. A lo mejor ahora no te interesa pero te acuerdas de ello en el futuro. Los que lo rechazan creen que su opinión es la única importante, pero luego ves que no saben por qué”
No es cierto que en el cine se viva la vida por procuración; si bien hay una economía libidinal que permite que el héroe realice nuestras aspiraciones de poder y de gloria sin necesidad de exponernos (Freud), al ver cine en serio, de una manera involucrada, nuestras propias proyecciones en los personajes y las situaciones nos puede llevar a correr un riesgo, casi un trauma. Pero es algo que buscamos en el cine, tengase en cuenta por ejemplo las películas de vampiros, que posibilitan la reactualización de fantasmas orales muy arcaicos.
CHICOS CON DIFICULTADES
Nos decía un chico que sólo cuando vio “Te doy mis ojos” se dio cuenta de que existía el maltrato hacia la mujer. Aunque antes había oído hablar de ello fue la fuerza de la película la que impidió que siguiera negando un problema que él tenía demasiado cerca en la vida real.
El amor es un tema sobre el que los adolescentes son reservados . Los más serios p
refieren no ver las películas sobre el tema en grupo con sus compañeros: “Las relaciones con los padres o con los profesores son temas que hablamos entre nosotros –nos dice una chica- pero si sale el amor siempre hay algunos que se ríen, además sale muy bonito pero en la realidad no es así”. Sin embargo nos parece útil que vean películas como “L’esquive” ( o como esquivar el amor) donde aparecen las dificultades y los malentendidos del amor, sin degradarlo .
Aunque creemos que el cine hay que verlo en un ámbito “normalizado” a veces hay colectivos a los que hay que acercárselo: cárceles, hospitales.
Un caso especial es el de los chicos de barrios marginales cuya desconfianza para todo aquello que se les propone desde fuera es evidente. Logran crear una especie de antídoto hacia lo que se les dice quitándolo toda eficacia. En estos casos es importante que cada uno se responsabilice de un aspecto de la práctica cinematográfica que puede ir desde aprender a maquillar hasta hacer un pequeño montaje. Los adultos ayudan a realizarlo técnicamente pero también confiando en el otro. Esto permite que tras la filmación, por ejemplo un corto, se puedan ver las observaciones que son útiles para la dinámica del grupo, el emergente a través del film. Oímos aquello que no se puede decir, lo reprimido frente a lo políticamente correcto. Estos jóvenes, que conocen el fracaso y una realidad dura suelen ser especialmente sensibles cuando es la preocupación por la verdad lo que se les transmite y es lo que tiene efectos terapéuticos.
El cine tiene esa doble vertiente: para la mayoría de nosotros se trata de verlo, pero como todo arte se enriquece cuando participamos de manera activa, aunque sea salir unos segundos como extra.
LA POTENCIA DEL CINE
Cuando se ve cine en la infancia, se nos abre un mundo de gestos, personajes y conductas que no solo inciden sobre el propio yo sino que contribuye a formar esa trama de la que se nutre nuestro inconsciente. Se ha señalado la profunda analogía que hay entre el universo del cine y el universo onírico, siendo muchos de nuestros sueños diurnos escenarios.
En el sueño como en el film los objetos cambian de tamaño, aparecen y desaparecen de pronto, son una cosa y la contraria. En él funcionan los mecanismos de concentración y desplazamiento. Como dice Edgar Morin: “El tiempo se dilata, se reduce, se invierte. El suspense, las locas e interminables persecuciones tienen carácter de pesadilla…en el sueño como en el film, las imágenes expresan un deseo latente que es el de los anhelos y temores”.
Con independencia del valor artístico del film, nos sentimos deslumbrados y así como se recuerdan los sueños importantes de la vida hay películas que nunca olvidaremos, cuya evocación ilumina épocas diferentes y que va cambiando según nos hacemos mayores. De manera que cuando las vemos, ya pasado el tiempo, o seguimos fascinados, y decimos que no han envejecido o sufrimos una decepción que nos hace confusa la imagen de nosotros mismos. Hemos perdido un referente identificatorio.
Voy a contar uno de estos recuerdos imborrables: En “La escalera de caracol” hay una ciega y un malvado (Charles Boyer) que la quiere matar y que hace como si se fuera dejándola sola. Un pequeño ruido hace que ella presienta que allí hay una mirada: un ojo en la oscuridad va aumentando hasta cubrir toda la pantalla: auténtica imagen del terror: la mirada hostil poderosa, la debilidad de la víctima.
Aun teniendo en cuenta que el cine mismo, la manera de ver una película ha cambiado : no es siempre en la “sala oscura” , muy frecuentemente es en el ordenador, y nos separan abismos generacionales, la fuerza del “séptimo arte” sigue operando y nos autoriza a plantear intenciones de salud para los jóvenes, o al menos ofrecer una alternativa al cine de consumo.
Hay un fenómeno curioso en la infancia que es la necesidad de contar la película que se ha visto a otro, generalmente un compañero, como para ordenar las impresiones y darles el carácter simbólico del lenguaje, incluso para reconstruir lo que hemos visto.
La memoria del cine de la infancia en las autobiografías es una herramienta interesante para poder tener un abanico de vivencias y de reminiscencias históricas. La precisión del escritor nos hace evidente la potencia del cine. Dice Antonio Martínez Sarrión “Infancia y corrupciones”, describiendo la fascinación estética por un universo canalla, frente al ordenado mundo burgués.
“ La violencia y estilización de los diálogos , la ambigüedad moral, los villanos con trajes excesivos y risas entrecortadas por la histeria y el sadismo, las rubias necias o satánicas, la roñosa lobreguez de los ambientes, los garitos y madrigueras de luz turbia y contrastada entre nubes de humo de cigarrillo, las escenas portuarias, ferroviarias o en altas azoteas, bajo cielos de estaño, los fondos que ponía el jazz, las charoladas calles de las ciudades, el parpadear de los luminosos, todos esos ingredientes clásicos del mejor cine negro, hacían mi delicia, me aceleraban los pulsos, llegando incluso a producirme algunas décimas de fiebre.”
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Pilar de Miguel, Psiquiatra. Miembro del Centro Psicoanalitico de Madrid.