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Félix Crespo. Psiquiatra y psicoanalista, miembro del CPM. Murcia.
Voy a intentar presentarles un trabajo algo distinto del que habitualmente esperarían escuchar en un contexto como el presente. La principal diferencia tiene relación con el trabajo no clínico desde el que parte.
En los últimos meses he tenido la suerte de poder participar en un proyecto europeo, el proyecto REACT (reflexions on local resilience and reactions to COVID-19 impact on youth)2, proyecto liderado por el Ayuntamiento de Murcia y que implica a otros siete municipios de Rumanía, Alemania, Italia, Croacia, Grecia, Letonia y Países Bajos.
Por eso no les voy a presentar un material clínico, sino una serie de reflexiones en relación a tres cuestiones: cuál es el papel de las instituciones locales respecto al malestar de los jóvenes, cuál es el impacto de la COVID-19 percibido desde fuera del contexto clínico y cuál es el papel que alguien cómo yo debería poder desempeñar en relación con este tipo de proyectos.
Les advierto que no voy a ser sistemático en mis reflexiones, pero espero ser claro y poder atender a todas ellas.
El concepto de «resiliencia», que aparece en el título del proyecto, lo introduce Boris Cyrulnik3 haciendo referencia a una capacidad que se nos transferiría con los primeros cuidados de la infancia.
Cyrulnik la define como «la capacidad de hacer frente a las adversidades de la vida, transformar el dolor en fuerza motora para fortalecerse y salir fortalecido de ellas».
Nada que ver con el uso espurio del término que se ha difundido ampliamente, centrado en la voluntad y en la conducta, orientado a la productividad y al éxito de la persona como «marca».
La resiliencia así entendida, vendría complementada, como mandato neoliberal, por el otro gran concepto de época, la «autoestima».
El término «autoestima» se utilizaría, igualmente, como un mandato sobre la propia persona, independientemente de las circunstancias, pasadas o presentes, una responsabilidad individual y, básicamente, vinculada a la propia voluntad, al servicio de la resiliencia.
El uso habitual de resiliencia no estaría pues relacionado con la defensa del deseo sino vinculado a la sumisión a los mandatos externos.
El resiliente, para el discurso hegemónico, sería quien se pliega con facilidad, sin sufrimiento ni esfuerzo a los mandatos externos, sean estos los que sean.
Esta reflexión sobre el binomio resiliencia/autoestima, que tomo de Jorge Alemán4, vendría a explicar el motivo por el que los adolescentes que serían aplaudidos serían quienes se adaptaron al confinamiento y la distancia social, a pesar del efecto especialmente importante que estas medidas tuvieron en quienes transitaban esta etapa vital, y con la misma facilidad se adaptaron al cese de las medidas y al retorno a la pretendida normalidad.
De este modo, primero generamos una narrativa en la que los jóvenes, como colectivo, son culpables (de contagiar, de incumplir las normas, de transgredir…) y a continuación les hacemos responsables, individualmente, del malestar que les ha generado esta situación primero de confinamiento, después de especial aislamiento social, también de la interiorización de la imagen de ellos mismos que les hemos transmitido de formas sutiles y mucho menos sutiles también.
Sin embargo, la auténtica resiliencia se pondría de manifiesto, precisamente, en la fortaleza para la no aceptación, la no adaptación robotizada y acrítica, de las dificultades externas. Y la no aceptación de la narrativa impuesta.
Habitualmente, me temo, también desde los servicios públicos se manejan, generalmente (no en esta ocasión, afortunadamente), los conceptos resiliencia/autoestima de esta forma superficial e interesada.
Del mismo modo, cuando se contempla la posibilidad de implementar un programa de intervención se pretende hacerlo desde posiciones cuasi-empresariales de «diseño de producto».
Como participante en el proyecto, he tenido que atender a un taller sobre «Design Thinking», donde se me contó que tenía que escuchar a mi «target», empatizar con «su problema», definir «sus necesidades”» idear una respuesta, lanzar un prototipo y testarlo con las personas a las que va dirigido. Cinco fases, en las que las personas a quienes iría dirigido el producto están ausentes de tres. Aparecerían únicamente en la primera, son ellos quienes tienen la necesidad, y en la última, son ellos los «consumidores» del producto.
Básicamente, en este taller me pidieron que me colocase yo en el centro, como «diseñador». Esto no lo dijeron, claro, estaba implícito. Que empatizase con los problemas del otro, no sé si con las personas también. Que descubriese sus necesidades, no sus capacidades, sus creencias o sus ideas, ni sus intentos de solución anteriores. Mucho menos que pudiese entender la expresión de sus necesidades no como algo a resolver sino como una solución en sí misma. Que pensase yo las soluciones. Que eligiese yo, de entre todas las soluciones que se me ocurriesen, la que considerase más adecuada. Y solo después de todo esto, que viese si los interesados hacen o no uso de mi solución/producto, si me «compran» la solución propuesta.
Este tipo de orientación tiene detrás una ideología individualista, devaluatoria del otro que no es visto como un auténtico agente de su propia vida, que es pasada por alto.
Básicamente en este taller se me animó a que yo le arreglase la vida a otro que no es realmente tratado como sujeto, que es objeto de trabajo sobre él, sin él, sin una auténtica escucha, a pesar de la insistencia en la «empatía». Quizá deberíamos añadir el término «empatía» usado desde el «marketing”»a los términos autoestima y resiliencia en la lista de conceptos maltratados.
Supongo que mi trabajo, o al menos parte de él, en relación a este proyecto, debería pasar por señalar estas cuestiones, y la forma en que, con bastante facilidad, desde lo institucional se pasa de un movimiento hacia la horizontalidad a otro hacia la verticalidad.
De la participación a la imposición.
Del reclamo a lo local y ciudadano a la implementación de medidas sobre «otros» a los que pretendemos conocer mejor que ellos mismos, dando por hecho que no tienen sus propias capacidades, al menos no para «diseñar» o co-crear, a pesar de los llamamientos a la resiliencia, una resiliencia que en realidad no nos creeríamos.
En contraste con esto, tengo que decir que, al inicio de mi participación en este proyecto, desde la institución se me coloca en un lugar secundario, de «moderador»5. La propia institución se coloca a sí misma en un lugar de no protagonista y en falta, necesitada de la colaboración y del discurso del otro.
Mi papel fue el de facilitar la escucha colectiva de los discursos de adolescentes y jóvenes. Dando realmente la palabra a los jóvenes, como sujetos y como colectivo, facilitando el que circulase la palabra entre ellos y se generase una reflexión grupal significativa.
Se realizó un encuentro, realmente emocionante, en el que escuchamos cosas evidentes y al mismo tiempo sorprendentes. Como que las mamparas de plástico y las señalizaciones en el suelo no son accesibles a las personas con ceguera.
Atravesando el discurso diverso de los distintos jóvenes, escuchamos menciones a la soledad, el extrañamiento del grupo, el distanciamiento de los otros que las redes sociales no atenúan, y también la dificultad del reencuentro, la disminución de las ganas de estar con otros, lo problemático del contacto retomado que, se supone, debería ser festivo y solo festivo.
También de la dificultad del contacto con los cuerpos, con una sexualidad en la que parece que el lenguaje aparecería únicamente en la esfera de lo online, disociado de la presencia física del otro, de manera no muy distinta de la forma en que lo describe Lola López Mondejar en su «modelo Tinder»6.
Creo que en el discurso de los adolescentes esta sexualidad fragmentada y disociada aparece como un hecho más traumático, al menos para quienes lo escuchamos percibiendo la referencia a los comienzos, que no sabemos quizá cómo deberían ser pero sí que no deberían ser así.
Aparecen más cosas en sus discursos, no solo quejas o necesidades. La preocupación por los otros, por los iguales, por quienes se autolesionan, una preocupación solidaria, y la exigencia de medios para atender tanto malestar.
Exigencia de atención psicológica pero también medidas sociales y políticas.
El reclamo de espacios que permitan lo que más problemático está siendo, el encuentro, con sus iguales fuera del entorno de la familia.
Que estos espacios no sean «casas de apuestas», una plaga en la Región de Murcia7, y la posibilidad de un interlocutor que realmente pueda hacerse cargo de su malestar sin una actuación inmediata del síntoma.
Como dije, esta escucha a los adolescentes, tuvo lugar en un acto público, institucional.
Conocemos la importancia de los encuadres, y este en concreto pudo transmitir la seriedad con la que iban a ser tomadas las palabras que se dijesen, que las intervenciones de cada uno de ellos formaban parte de un todo, abierto a incoherencias y contradicciones pero un todo.
También impidió que, por ejemplo, el abordaje de las adicciones que genera la multiplicación de las «casas de apuestas» en los barrios fuese fácilmente psicologizada, puesto que la pertinencia del reclamo de una solución política a este problema era más que evidente.
Ellos pusieron sobre la mesa casos individuales, colectivos en realidad, que parecían ilustrar lo que Franco Berardi «Bifo» teorizaba cuando hablaba de la salida depresiva de la pandemia y la reacción fóbica a los cuerpos8.
La expresión de queja, la manifestación expresiva de un malestar buscando un interlocutor que nos escuche y nos piense, es ya, en sí mismo, un ejercicio de auténtica resiliencia.
Que desde la institución se deba, se pueda escuchar, se quiera hacerlo y se generen espacios y mecanismos que lo permitan es, como ocurría con algunas cosas que aparecen en los discursos de los adolescentes, algo que debería ser evidente pero que nos resulta sorprendente, quizá por lo poco habitual.
Igual que no suele ser habitual que como psicoanalistas, como psicoterapeutas, tengamos la oportunidad de participar en la generación, puesta en marcha y difusión, para ser replicados por otros a nivel local, de proyectos que realmente tengan en cuenta al otro, teniéndolo en cuenta en todos los pasos, permitiendo el papel protagonista de quienes no deberían no serlo en ningún momento, entendiendo que el trabajo no se genera en uno de los extremos de la relación sino en la relación misma.
- Este texto se corresponde con la comunicación oral de idéntico título realizada por el autor en el XXII International Forum of Psychoanalysis, en Madrid del 19 al 22 de octubre de 2022. ↩︎
- Página institucional del proyecto: https://react.informajoven.org/ ↩︎
- Cyrulnik, B. (2001). Los patitos feos: La resiliencia. Una infancia infeliz no determina la vida. Barcelona: Gedisa. ↩︎
- Alemán, J. (2022). Neoliberalismo, empatía y zona de confort. Letr@ Eñe.
https://lateclaenerevista.com/neoliberalismo-empatia-y-zona-de-confort-por-jorge-aleman/ ↩︎ - Nota de prensa de la mesa redonda con adolescentes en la que estos fueron ponentes y ante un público formado por profesionales, técnicos de instituciones locales y cargos políticos, en la que el autor actuó como moderador:
https://www.informajoven.org/juventud/noticias/218/mesa-debate-proyecto-europeo-react-voz-jovenes ↩︎ - López Mondéjar, L. (2018, octubre 13). El modelo Tinder y Mayo del 68. Infolibre. https://www.infolibre.es/opinion/plaza-publica/modelo-tinder-mayo-68_1_1163255.html ↩︎
- Europa Press. (2018, septiembre 2). La Región cuenta con la mayor tasa de locales de apuestas de España. La Verdad.
https://www.laverdad.es/murcia/region-cuenta-mayor-20180902102013-nt.html?ref=https%3A%2F%2 www.laverdad.es%2Fmurcia%2Fregion-cuenta-mayor-20180902102013-nt.html ↩︎ - Berardi, F. (2020). Poesía/Umbral. Revista del Centro Psicoanalítico de Madrid, (37), 18-23. https://www.centropsicoanaliticomadrid.com/publicaciones/revista/revista-del-cpm-numero-37/ ↩︎