Continuamos nuestra andadura con un nuevo número con contenidos muy diversos; quizá algunos más actuales que nunca al reflejar una especial preocupación por el fenómeno de la violencia, analizado desde diferentes perspectivas y experiencias.
Rómulo Aguillaume presenta un trabajo muy exhaustivo acerca de la evolución y de las dificultades del siempre polémico debate epistemológico en torno al psicoanálisis; disciplina inacabada –evita utilizar el engorroso y ambiguo término de ‘ciencia’: “la ciencia ha dejado de tener una definición unívoca”- y marcada en su búsqueda epistémica por la falta de unanimidad… entre los propios psicoanalistas. Superadas ya las diatribas centradas en la cientificidad del psicoanálisis, el debate actual está focalizado en si es posible o no llevar a cabo investigaciones empíricas en el campo de estudio del psicoanálisis, “si existe una metodología capaz de captar la subjetividad aparte de la metodología psicoanalítica”. A partir de aquí, el autor expone las dos líneas de pensamiento vigentes, representadas por figuras tan significativas en nuestro ámbito como A. Green, P. Fonagy, R. Michels, D. Rapaport… Se trata de un interesante trabajo que deja abierta la pregunta de si, en definitiva, el aislamiento del psicoanálisis es inevitable y, por tanto, hasta necesario para salvaguardar su idiosincrasia; o bien, se trata de un efecto indeseable, y por tanto evitable, de un exceso de rigidez estructural. Nos estimula a seguir pensando.
El trabajo de Elena Sanz, Juan Rodado y Juan Otero es un amplio estudio sobre la función del acting en el devenir adolescente y en la patología adictiva. Además de algunas originales ideas sobre la dinámica inconsciente del toxicómano en su relación con la droga, rescataría sobre todo la importancia de la actuación como manera privilegiada del individuo de negar la falta y de recrearse en su fantasía de omnipotencia.
Es esta problemática, enraizada en la cuestión narcisista irresoluble que atraviesa al hombre, la que está presente también en el siguiente trabajo, en el que Jorgelina Rodríguez O’Connor se pregunta “qué hay más allá de la pulsión de muerte” en una comprometida reflexión acerca de la violencia. Denuncia la responsabilidad de esta cultura del bienestar nuestra que, a la par que se duele y se queja de ese-su malestar fruto de la violencia, continúa evidenciando su incapacidad para limitar suficientemente las pulsiones agresivas de los seres humanos. Pero comprometida también en su preocupación por la responsabilidad del psicoanálisis y de los psicoanalistas en denunciar a su vez el papel que determinadas ideologías desempeñan en el fenómeno de la destructividad humana al erigirse en el soporte ideal de fantasías de satisfacción de un narcisismo absoluto.
La particularidad de este trabajo, consiste en que inaugura el Foro abierto al tema de la violencia, previo a la mesa del Congreso en Málaga del Centro Psicoanalítico de Madrid, en Marzo 2003. Se invita al lector a participar en la discusion moderada por la autora, mediante un «link» directo al mismo.
Y de un más allá de la pulsión de muerte, Lola López Mondéjar nos traslada a un ‘más allá del género’ a través de una reflexión acerca del arrinconamiento histórico de la producción artística de la mujer, víctima de un mito falocéntrico sostenido en creatividad. “La identidad textual no existe”, nos dice, lo que implica “la inexistencia de una identidad sexual en el texto literario”. Plantea un verdadero descentramiento de la crítica y estética literarias a través del reconocimiento de la complejidad del inconsciente del autor, un “más allá del ego” y “más allá del género” que supere androcentrismos y ginecentrismos en busca de un “canon centrífugo”. Como todo descentramiento radical, implica una herida narcisista más en la soberbia; en este caso, masculina.
Siempre sensibles a los aconteceres del psicoanálisis en otros paises , o en sectores que se encuentran en conflicto o en guerra, prsentamos dos trabajos que testimonian la situación en Israel y en Chile.
Héctor Kahan, psicoanalista israelí, aborda en su breve artículo las dificultades del trabajo psicoanalítico en un contexto de violencia social intensa, en una situación casi de guerra cotidiana. La función terapéutica de ayuda en la elaboración del hecho traumático no debe estar exenta de un acompañamiento afectivo; un mutuo acompañamiento que también favorece la elaboración de las propias angustias del analista.
Desde Chile nos llega un trabajo de la Asociación Psicoanalítica Chilena en el que los autores tratan de profundizar en las peculiaridades de ese acervo común que denominan representaciones sociales que configura la identidad chilena, “una identidad en crisis” y con “un proceso de duelo pendiente”. Más cuestionable me parece la afirmación de que el psicoanálisis, “fruto de un sistema de pensamiento europeo”, se convierta en un modo de europeizar al paciente chileno, negando sus raíces criollas y aborígenes, transformando al analista en mero agente globalizador; ora europeizante, ora amerinicanizante. ¿Habría que teorizar un psicoanálisis y una técnica a la medida de cada cultura a riesgo de considerarlo un elemento colonizador? Ya pretendió Jung al psicoanálisis sólo válido para la etnia judía e inconsistente para el inconsciente ario. ¿No reside su valor precisamente en haber construido una teoría universal del sujeto psíquico? Freud pudo inventar sin duda el psicoanálisis gracias en parte a su doble exilio cultural: judio exiliado de una cultura dominante burguesa, victoriana y antisemita; pero también, ateo exiliado de la cultura judía.