(…)»¿quién me empuja? ¿Quién me invade? ¿Quién me transforma en monstruo? ¿En ratón que quiere hacerse tan gordo como un profeta? Una fuerza alegre (…) un espacio distinto, sin límites, y ahí abajo, en zonas que me habitan y no sé habitar, las siento, no las vivo, ellas me viven a mí, brotan las fuentes de mis almas, no las veo, las siento, es incomprensible pero es así. Hay fuentes. Ese es el enigma.»
Así enuncia Hélène Cixous su llegada a la escritura, así querríamos los psicoanalistas que fueran nuestros escritos: ¡Frutos de un enigma!, partiendo de una fuente interior, conmovidos por una fuente que no gobernamos pero respetamos… y ponemos a trabajar.
Confrontados con lo inconsciente y el deseo de analizar, los analistas producen sus textos intentando hacer viva en sí mismos la teoría que intentan articular, en el interior de la práctica de las curas que llevan adelante.
Los analistas se debaten con la metapsicología de un modo vivo, vital, interpelados por los conceptos que heredaron de sus mayores, e intentan, procuran, pretenden, apropiarse de los mismos, dándoles un sesgo personal y propio, queriendo hacer bueno lo recordado por Freud: “aquéllo que has heredado de tus mayores conquístalo para hacerlo propio y para merecerlo”.
Los analistas no escriben de encargo, y si lo hacen responden desde sus inquietudes ante las preguntas planteadas, pero normalmente los analistas se dejan interpelar por un enigma interior, que les tiene agarrados del cuello y les impulsa a saber más de lo que estudian y articulan en sus curas.
Los analistas no viven lo inconsciente como algo externo y ajeno, sino que reconocen en ellos la fuerza de lo pulsional, el deseo epistemofílico, el deseo de saber y el saber sobre el deseo.
Los analistas no son siempre analistas, no en todo momento son capaces de decir la palabra apropiada en el momento justo, pero de vez en cuando los analistas aciertan a estar en el lugar y momento apropiado, para que ello se produzca.
Los analistas más que ser, están, procuran estar despiertos y ocupar ese lugar en cuanto les es posible. Los analistas, en sus escritos, pretenden dar cuenta de esos momentos privilegiados en que pueden llevar a cabo su tarea de un modo apropiado, y cuando ello ocurre, ya digo, entonces escriben intentando dar cuenta de lo que hacen.
Los analistas no esperan pasivamente la iluminación externa que les permita ser analistas. Los analistas trabajan duro con sus teorías, con la metapsicología freudiana, y si la inspiración llega, les pilla, como a Picasso, trabajando.
Por eso escriben los analistas, para dar cuenta de la articulación y la apropiación, así como de la concepción que tienen, de las curas que desarrollan, los conceptos que manejan y de las intervenciones que realizan.
Los analistas comparten un deseo, al decir de Volnovich, el deseo de alterizar, de permitir al otro ser otro y ocupar su lugar; los analistas pretenden también alterizarse ellos y contribuir a su desarrollo y al de sus colegas con sus escritos, cuando escriben es como si dijeran: “ así soy yo, así pienso estas cosas, así las articulo en mis curas y así las voy pensando en la actualidad”, los analistas no dan por finiquitado un tema, los analistas son, como decía Borgogno del psicoanálisis mismo, un recorrido, y sus escritos son jalones en el camino de dicho recorrido…
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En este número de nuestra revista nos cabe el placer de presentar ahora seis escritos de seis analistas, que intentan responder a cuestiones que les inquietan.
De los seis trabajos presentados cinco son participaciones de analistas de la I.F.P.S. en el último encuentro que tuvimos en Roma, un sexto viene a completar la media docena desde el otro lado del Atlántico, para recordarnos que la adolescencia es momento vital y necesario tanto en las nuevas generaciones, como en las que tienen que sostener la oposición de los recién llegados, no siendo este un mal recuerdo, en función de lo escrito anteriormente en esta editorial.
Daniela De Robertis nos trae al Moisés de miguel Ángel que acompañado por Freud nos recuerda a Morelli y evoca a Peirce, intentando proyectarnos a un futuro posible tanto para el paciente como para el analista.
Rómulo Aguillaume, nuestro presidente, lleva a Roma su interrogación sobre la interpretación y haciendo un recorrido por el concepto y su historia, se cuestiona su validez por algunos en la actualidad, para acabar marcando la fuerza que aun sostiene el concepto.
Otro de nuestros colegas del C.P.M., Miguel Angel Torres realiza un recorrido por el tiempo en psicoanálisis y el tiempo vital proponiendo tanto la asunción de la finitud y la renuncia a la omnipotencia como necesaria para la madurez, pero sin olvidar el juego como complemento inexcusable para una vida que merezca ese nombre.
Maria Luisa Tricoli nos propone una interpretación personal de la función del soñar como autorregulador imprescindible del sueño y el dormir, con un lenguaje moderno, cientifista y atrevido y apoyada en lecturas que le permiten basamentar lo que argumenta.
Javert Rodrígues, desde Brasil, nos recuerda que en la cura, al final, lo que cuenta es el deseo del analista, que será aquello que le permita salir de los atolladeros sin salida. Deseo de deseo en suma que, puesto en juego en la cura, haga ir un poco más allá lo que no pudo hacerlo hasta entonces.
Y, por último Kanciper, nuestro invitado de afuera, pero no por ello menos cercano, nos propone un recorrido por la saludable adolescencia, y nos recuerda que adolecer vino etimológimanente primero de “crecer”, y que solo en un segundo momento se quedó en “doler” en su significado, permitiéndonos acabar este editorial apuntando a que, esa identidad a la que tendemos es siempre inacabada, y por tanto la adolescencia en el sentido de participación activa en el proceso de crecer, metafóricamente hablando, de seguir creciendo en la articulación de la práctica y la teoría analítica, es un proceso que no termina nunca.
Espero que disfruten como lo hice yo con los artículos.
Un cordial saludo y buen verano.
Pablo J. Juan Maestre.
Psicoanalista. Profesor asociado y miembro del C.P.M.