Del Homo Clausus al Homines Aperti. From Homo Clausus to Homines Aperti.

01 junio 2024 | Artículo del mes

Por José Miguel Sunyer Martín

J.M. Sunyer[1]

Resumen

A partir de los mecanismos de defensa, el autor plantea la posibilidad de concebirlos como mecanismos comunicativos entre las personas: a través de ellos informamos a quienes están a nuestro alrededor de los niveles de ansiedad que se nos activan a partir de un hecho o una idea o emoción. Al hacerlo, unos y otros quedamos conectados. Es a través de estas informaciones, las más de las veces inconscientes o involuntarias, como los establecemos los lazos de interdependencia con los demás. Precisamente es a través de estos vínculos cómo podemos concebirnos entrelazados los unos a los otros abandonando la posición de homo clausus para ser homines aperti. Si esta es nuestra realidad, las intervenciones psicoterapéuticas involucran a sus actores convirtiendo el trabajo en un proceso de coconstrucción constante de significados.

Abastract

Based on the defense mechanisms, the author raises the possibility of conceiving them as communicative mechanisms between people: through them we inform those around us of the levels of anxiety that are activated by a fact or an idea or emotion. By doing so, we are connected to each other. It is through this information, most of the time unconscious or involuntary, that we establish the bonds of interdependence with others. It is precisely through these links that we can conceive of ourselves intertwined with each other, abandoning the position of homo clausus to be homines aperti. If this is our reality, psychotherapeutic interventions involve their actors, turning the work into a process of constant co-construction of meanings.

Palabras Clave: Homo clausus, Homines aperti, mecanismos de defensa, mutualidad, grupo, vínculos.

Key words: Homo clausus, Homines aperti, defense mechanisms, mutuality, group, bonding.

Introducción

A muchos de quienes tenemos interés en el trabajo grupal se nos despiertan interrogantes acerca de una dualidad que igual no lo es tanto: individuo vs grupo; y a partir de ahí otra: grupos vs lo social. Cuando atendemos a un paciente, la formación que hemos adquirido nos conduce hacia una radiografía de eso que llamamos «mundo interno», colocando ahí las razones de su sufrimiento. Pero ese mundo, ¿no será también externo? Porque la relación que establecemos es, de entrada, entre dos o más sujetos que están en ese mundo externo. Cierto que en el transcurso de la conversación aparecen otros personajes que se corresponden a ese mundo externo en el que vivimos; pero también sabemos que son, además, alusiones a aspectos internos —los llamados objetos internos— con los que o ante los que el Yo se siente atemorizado, atrapado, boicoteado, cuidado, atendido, acompañado…

Sucede también otra cosa: el profesional —el otro también— capta una serie de cosas y emociones, se puede sentir en cierta medida zarandeado por una serie de vivencias que, en principio, vienen activadas por el otro. Eso, a lo que llamamos transferencia, hace alusión a lo que el paciente «deposita» en nosotros, al tiempo que nos cuenta o deja de contar una serie de vivencias y situaciones que, en cierto modo, nos atrapan o pueden hacerlo. Eso es así, y desde nuestra formación hemos aprendido a diferenciar lo que el paciente deposita en nosotros de aquellas otras cosas que «son nuestras» con el fin de que ese análisis sea lo más objetivo posible. Así, la transferencia activa reacciones contratransferenciales que podemos diferenciar, en la medida que nuestra formación y práctica clínica nos lo ha ido permitiendo. De esta forma, el análisis de la transferencia introduce un elemento enriquecedor que complementa aquellos otros aspectos del discurso del paciente que dan cuenta de su propia estructura interna.

Esto que se da en la situación individual también ocurre en cuanto hay varias personas que coparticipan de la conversación o encuentro. Se dan, lógicamente, situaciones transferenciales cuyas características comienzan a ser más complejas de analizar o entender: los otros intervienen siempre en esa relación por lo que es preferible hablar de situación transferencial y no de transferencia propiamente dicha. Ahora bien, ¿en qué medida eso se da por arte de birlibirloque o es algo que procede de la construcción conjunta entre unos y otros personajes del encuentro? Si lo miramos desde este ángulo, podríamos decir que en los encuentros con el otro se da una situación creada conjuntamente por quienes coparticipan de ellos, son situaciones en las que la mutualidad está presente.

Propongo que nos centremos ahí.

Mutualidad

Es una característica de mutuo. La RAE la define como «lo que recíprocamente se hace entre dos o más personas»; o sea una relación —y sobre todo la terapéutica— es algo que se construye entre quienes participan, activa o pasivamente, de ella. Algo parecido al «tanto monta, monta tanto» de nuestros Reyes Católicos —que significaba que mandaba tanto uno como el otro—. Igual en nuestro terreno: pacientes y profesionales coconstruimos el espacio asistencial. Todos somos corresponsables de lo que sucede en nuestras consultas como en la vida misma. Surge del tejido que se crea a partir de las relaciones que se crean en el espacio de encuentro.

Toda relación interpersonal tiene esa característica. Ya desde el parto —por no ir más allá— la relación materno-filial viene determinada por la reciprocidad: ahí, uno estimula, genera respuestas en el otro. Cuando no se da, tenemos un serio problema. Madre e hijo, hijo y su madre, interactúan estableciéndose una relación en la que lo que uno hace o expresa genera una respuesta; que, a su vez, conlleva una reacción, etc. Podríamos decir que la relación materno filial es la relación mutua por antonomasia.

Es una secuencia que se da a lo largo de toda la vida entre nosotros. Centrándonos en el mundo de la clínica, pacientes y profesionales interaccionamos de forma que se establece, quiérase o no, una relación de reciprocidad. A las manifestaciones de uno se corresponden las del otro en un intercambio constante de ideas, pensamientos, conductas que sirven para ir tejiendo la relación. ¿Qué sucede ahí?

Cuando T. Burrow fue interpelado por su paciente al subrayarle que la posición relativa desde la que el analista habla al paciente es un factor interviniente que dificulta el análisis, aceptó el reto de intercambiar los roles. Eso le permitió constatar ese aspecto e inauguraron el análisis mutuo. A tal proceso le llamaron grupoanálisis.

De forma parecida le sucedió a Foulkes. Conociendo estos antecedentes, se juntó con sus pacientes en la sala de espera de su consulta, constatando las particularidades de la conversación libre desarrollada en ese nuevo espacio bautizado también como grupoanalítico. ¿Qué tiene esa iniciativa de diferente?

Coincido con Siegel (2016)[2] cuando señala que la mente es el producto de nuestras neuronas; pero también de las relaciones existentes entre la mente y el resto del cuerpo (Damasio 2012[3], 2018[4], 2021[5]). ¿Se acaba ahí? Porque las relaciones con quienes nos rodean desde los primeros compases de nuestra existencia extrauterina marca la música interactiva entre el neonato y quienes le rodean. Lo que ahí se cuece determina buena parte de cómo se estructura eso que llamamos psique: obra colectiva que surge de las relaciones entre quienes comparten espacio, tiempo, afectos y emociones. Lo que tiene que ver con la mutualidad. Eso nos plantea si la unidad de análisis es el sujeto individualizado —homo clausus— o el que permanece vinculado permanentemente a los demás acercándonos a la idea de homines aperti. (Elias, 2010[6]). La mente, ¿es algo individual o algo social?

En efecto, son las interacciones entre el bebé y quienes constituyen el seno nutricional afectivo y quienes determinan, por ejemplo, los estilos de apego que desarrollará con quienes forman su entorno —y posteriormente otras personas— durante toda su vida. Dichas relaciones siempre son, como poco, bidireccionales. Y modelan, voluntariamente o no, las características de la mente individual de todos quienes coparticipan de esos vínculos relacionales. De esta forma, si bien el bebé es modelado por quienes le atienden, él también las modela, dándose un espacio interactivo por el que se recrean y se desarrollan las características mentales de todos quienes están implicados.

Pero no solo estas relaciones que podríamos considerar como cercanas o íntimas, sino el entorno cultural y social en el que nos desarrollamos. Como bien nos recordó V., los aspectos culturales que definen un barrio, una ciudad o país, van introduciéndose en nuestros esquemas mentales, modelándolos y facilitando la vivencia de pertenencia a un colectivo mayor con quienes compartimos canciones, modos de ser y de relacionarnos, formas de nombrar las cosas, así como valores y mitos más o menos comunes a quienes nos rodean.

Con todos estos mimbres, la idea de mutualidad va más allá de las relaciones que se establecen en el espacio de análisis. Incluso en una posición totalmente controlada como puede ser el espacio analítico individual, desde el lenguaje gestual del profesional a los estilos decorativos, las características de la vivienda —y barrio en la que se encuentra—, tienen un impacto en la mente del paciente quien, a su vez y mediante sus reacciones acaba de valorar de una forma u otra las características relacionales que le propone el profesional. Todo ello constituye el conjunto de variables de la idea de mutualidad. De hecho, el propio proceso civilizatorio (Elias, 1994[7]) no deja de ser sino el resultado de la implantación y asimilación secular de unas normas determinadas de convivencia que tratan de centralizar o preservar el uso de los aspectos agresivos en el Estado para que los ciudadanos puedan vivir con una mayor tranquilidad. Tal transformación consigue la interiorización de estas normas —los aspectos superyoicos— a través de las normas de educación —ser civilizado— que acaban controlando la libre expresión de los aspectos instintivos.

Las psicoterapias

En el terreno de las psicoterapias eso se complica un poco. Por un lado y muy influidos por nuestra educación, tratamos de entender qué le sucede a quien consulta y, a partir de ahí, proponerle un trabajo personal que le ayude a entenderse y a desarrollar otros recursos. Éstos le permitirán introducir cambios en su vida aportándole mayores niveles de satisfacción para él mismo y para su entorno. Por otro, nos encontramos inmersos en unas relaciones en las que los aspectos transferenciales y contratransferenciales nos atrapan y condicionan; por no añadir otros, como el tema del poder, que también nos enmarca y condiciona. Solemos resolver este segundo punto considerando los fenómenos transferenciales como algo trabajable; pero… ¿no habrá ahí otras cosas que se nos escapan? El trabajo que se realiza tiene algo de mutualidad, claro; pero… ¿cuál es objeto de estudio, la psique del paciente o lo que se genera —¿podría llamarse también psique? — en la relación que se da en el marco de la consulta?

El grupo

Un grupo es una configuración dinámica de varias personas reunidas con algún objetivo compartible. Así, una pareja, una familia, una institución académica o asistencial, o un país no dejan de ser grupos de personas constituidas en torno a un eje más o menos común y compartible, que pueden diferenciarse de otras similares. (Volkan, 2006[8], 2014[9]). Surgen de la presencia de muchos individuos que están juntos y que se relacionan entre sí creando vínculos de solidaridad y acompañamiento.

Freud en los primeros compases de su trabajo del año 1921 subrayó algo que suele sorprender:

«En la vida anímica individual aparece integrado siempre, efectivamente, «el otro», como modelo, objeto, auxiliar o adversario, y de este modo, la psicología individual es al mismo tiempo y desde un principio psicología social, en un sentido amplio, pero plenamente justificado.» (Freud, 1921, p. 2563[10]).

Tener integrado al otro significa que forma parte de uno, que habita en él. Y aun siendo indivisus, el otro siempre forma parte nuestra existencia.

Tras esta introducción, nos lleva primero al mecanismo de la identificación, «la forma más temprana y primitiva de enlace afectivo» (p. 2586) y, algo más adelante, la hace responsable de la simpatía. Siguiendo con el artículo, sugiere que «el enlace recíproco de los individuos de una masa es de la naturaleza de tal identificación, basada en una amplia comunidad afectiva, y podemos suponer que esta comunidad reposa en la modalidad del enlace con el caudillo» (p. 2587). En otro momento, al abordar «una fase del yo», subraya que

«cada individuo se halla ligado, por identificación, en muy diversos sentidos, y ha constituido su ideal del yo conforme a los más diferentes modelos. Participa así de muchas almas colectivas, la de su raza, su clase social, su comunidad confesional su estado… y puede, además, elevarse hasta cierto grado de originalidad e independencia» (p. 2600)

Nos encontramos con una propuesta que podríamos ampliar. El enlace de la identificación, ¿será una forma de paliar la ansiedad de alguien cuando está en estas situaciones? ¿Cuál? Porque estamos hablando de mecanismos de defensa (Freud, A. 1982[11]), esto es, de «técnicas de que se sirve el yo en los conflictos eventualmente susceptibles de conducir a la neurosis» (1982, p. 52). ¿Podríamos también considerarlos de comunicación? Aceptando la propuesta de la escuela de Watzlawick, «no es posible no comunicar.», cuando cualquiera de nosotros evita, niega, desplaza, se identifica con, reprime, etc., nos informa de una operación mental en torno a algo. Por esto, cuando Anna Freud nos dice (1982) que su padre ya empleó el término en un trabajo del 1894 para describir las «luchas del yo contra ideas y afectos dolorosos e insoportables» (p. 52), y que tras abandonarlo lo retomó más adelante en otro texto del 1926, nos invita a pensar que estos mecanismos están siempre en todo acto relacional; es más, creo que en la vida cotidiana todos somos capaces de detectar el tipo de baile comunicativo que realiza alguien para comunicar o no aspectos más o menos personales. Y eso, aprendido desde pequeños, no deja de ser una técnica que busca evitar un conflicto interno, lo que conlleva una acción o reacción por la que se informa —involuntariamente, claro— de que ahí hay un miedo, una amenaza real o fantaseada.

Uno de los temores relacionales básicos es quedar aislados o diluidos en el otro. Esto es en síntesis lo que enuncia Hopper (1997[12], 2003[13], 2011[14]) en su cuarto supuesto básico. El que la membrana psíquica que determina la unidad del sujeto se rigidifique hasta el extremo de aislarle, o se diluya con la fantasía subsiguiente de pérdida de la identidad. Porque éste es en realidad el temor de todo individuo en el seno de un grupo.

Propongo considerar que los diversos mecanismos denominados de defensa son, al tiempo, de comunicación, de establecimiento de lazos afectivos con el otro. Y que en este vínculo se activan temores que esconden la incertidumbre que genera el propio encuentro. Ante ello debemos colocarlo —o colocarnos—  en una posición o distancia que no incremente tal tensión y permita, al tiempo, una relación. Pero al emplear uno u otro mecanismo, informamos de nuestra ansiedad e interdependencia.

En efecto, a través de la dependencia o la identificación proyectiva, la escisión o intelectualización, etc., involuntariamente informamos de la tensión que se nos activa ante tal relación, «colocándolo» en la distancia o lugar que menos ansiedad nos genera ese «objeto» que es el otro. Al tiempo, el lazo mediante el que estamos interactuando con él le informa de nuestra inquietud. Por esto propongo considerar la parte informativa y vinculante que poseen tales mecanismos defensivos.

La mente

Nos dice Siegel que «la mente surge de la actividad cerebral» (2016[15], p. 21), por lo que es un producto individual. Ahora bien, añade: «cuya estructura y función están directamente modeladas por la experiencia interpersonal» (p. 21). Tal ejercicio surge de la relación que establecemos con los demás en tanto que intervienen en la creación de nuestra mente. Podríamos decir que se construye a través de las relaciones con los demás, individual y colectivamente, que somos modelados mediante la interacción con el otro.

En efecto, las relaciones que mantenemos con quienes nos rodean nos aportan ideas, formas de actuar, así como la seguridad de mantenernos vinculados a los demás —lo que es una derivada de los lazos de apego—. Ahí se dan procesos que ayudan a integrar las experiencias cotidianas creando ese espacio mental, psíquico, cuya descripción ya la realizó Freud en sus dos primeras tópicas: la que diferenciaba la parte consciente de la inconsciente, y la que articuló las tres instancias, la del yo, el ello y el superyó. Y si en la primera, la idea del hombre es la de un sujeto cerrado en sí mismo —homo clausus—, en la segunda, aparece una apertura ya que tanto el superyó y el yo contienen aspectos del entorno. Por no meternos en los aspectos del lenguaje que, por definición, es social y acaba redondeando la interacción con los demás.

¿Cómo se inicia la construcción o coconstrucción de la mente? Kernberg (1998[16]) nos recuerda que la percepción y la memoria son funciones autónomas primarias, gracias a las que las introyecciones devienen estructuras psíquicas que incorporan información de todo lo que el sujeto percibe a través de sus sentidos. ¿Qué es lo que anexa? Una estructura tripartita formada por:

«1) la imagen de un objeto, 2) la imagen de sí-mismo en la interacción con ese objeto, y 3) el matiz afectivo de la imagen objetal y de la imagen del sí-mismo bajo la influencia del representante instintivo actuante en el momento de la interacción» (1998, p. 25).

A partir de ese momento, el cachorro humano ha iniciado su experiencia relacional extrauterina que contiene, además, las primeras experiencias de reciprocidad —respuestas que generarán el grado de seguridad vincular (Bowlby, 1998[17]; Ezquerro 2017[18]; Marrone, 2002[19]; Pitillas, 2021)—. Es a partir de la información que recoge del entorno y de esas vivencias la manera de tener una experiencia relacional que se incrementará a medida que haya una constancia en la o las personas que le atienden y perdurará durante toda su vida. Porque la seguridad vincular acrecentará la estabilidad de las huellas mnémicas que labran y organizan su cerebro.

En este sentido, estas primitivas relaciones y acorde con la progresiva maduración de los sistemas cerebrales y mecanismos psíquicos que le acompañan, se establecen vínculos de interdependencia con quienes constituyen su entorno familiar primero, y social después. Lazos que irán incorporando otros mecanismos de defensa/relación con el entorno que siempre vienen acompañados de las experiencias vinculantes con quienes lo constituyen.

La experiencia interpersonal modela la mente individual, que se constituye a partir de las relaciones con los demás. Éstas contienen los diversos mecanismos de comunicación y defensa que empleamos constantemente, que son paulatinamente captados y empleados por el individuo. Ahí, las neuronas espejo (Gallese, 2011[20], Iacobini, M. 2012[21], Catuarana, S. 2020[22]) tienen una función importante en tanto que captan la intencionalidad de quienes se están haciendo cargo de él; por lo que entra a formar parte del sistema comunicativo que nos vincula con quienes constituyen nuestro entorno afectivo y emocional: la familia, el colegio, los compañeros de tiempos libres, los espacios laborales…

El cachorro humano interioriza los procedimientos de comunicación que incluyen los diversos sistemas de defensa, y el juego de intencionalidades que acompañan las respuestas de quienes constituyen su entorno. Tal experiencia relacional le vincula a los miembros de su familia y, posteriormente, a quienes formen sus diversos grupos de pertenencia. Así pues, el Homo clausus acaba siendo miembro permanente de los diversos contextos en los que participa, empleando para ello estos mecanismos defensivos que acaban siendo también de conexión con su entorno.

Desde esta perspectiva, la mente es algo que transciende el cráneo en el que está ubicado el cerebro pasando a ser no solo la consecuencia de las comunicaciones verbales o no verbales expresadas por los miembros de un colectivo, sino algo ubicado en los espacios sociales o de interacción. ¿Qué generan todos esos lazos?: vínculos.

Lazos vinculantes

Sabemos que, a la cuarta hora de la fecundación del óvulo, la mórula intercambia proteínas con la madre —interleucinas— y que ella segrega los denominados factores de crecimiento, los de supervivencia y las mucinas, estableciéndose el primer lazo vinculante entre dos seres (Sueiro, E., López, N., 2011[23], Matos, M. 2019[24]). A partir de este momento y durante todo el embarazo, el bebé y su madre están en constante interacción (López, N. 2009[25], 2008[26]) que, en el caso del primero es biológica, y al de ella se le añaden aspectos afectivos, o sea, psicológicos. Deposita en ese ser un abanico de sentimientos, imágenes, proyectos y temores que hacen que quien está en su seno ya posea una existencia previa en su mente, y sea el depositario de parte del mundo «interno», mental de la madre. Y no solo el suyo. Porque siendo su hijo, también es nieto, sobrino, primo, hermano, hermanastro… palabras que aluden a los lazos vinculantes con personas que constituyen su grupo familiar en el sentido amplio y que acaban siendo incluidos en la relación materno-filial. En ella ya está ubicado antes de nacer.

Entiendo que el objeto «hijo» comienza a ser investido por la madre (y por el padre, aunque de otra forma) de significados que guardan relación con sus producciones mentales, condicionadas por las vivencias que tuvo y tiene de su entorno. A las expectativas y miedos propios del momento se les añaden fragmentos de la relación que tuvo con su propia madre (Pitillas, 2021[27]) y, también, las respuestas provenientes de la interacción que mantiene con quienes forman parte de su día a día: su grupo familiar, social, laboral, etc. Todo ello genera la matriz relacional formada por la diversidad de lazos vinculantes con sus seres queridos y con las personas significativas de su propia historia, conteniendo valores, significados, afectos de uno u otro signo, así como aspectos culturales y simbólicos de sí misma como ser social. La elección del nombre, por ejemplo, ya es una muestra de tal matriz. A medida que se teje, el futuro ser queda inmerso en esa red de significados que en buena medida determinarán el punto de partida de su desarrollo como ser autónomo.

Propongo denominar lazo vinculante a la resultante de una acción doble pero no necesariamente bidireccional cargada de significados. Surge de depositar en el otro —proyección o identificación proyectiva mediante, y otros mecanismos de defensa/comunicación— aspectos personales derivados de nuestras vivencias relacionales con él; y, por otro, de recoger en uno mismo, —introyección, identificación, identificación introyectiva, etc.— aspectos percibidos en él. Eso nos lleva a considerar que en todas nuestras interacciones siempre se da un constante fluir de procesos psíquicos a través de los que se establece un entramado, una matriz de finos mensajes conscientes e inconscientes que determinarán los lazos que nos entrelazan constantemente a quienes nos rodean.

De forma simultanea se dan una multiplicidad de mecanismos calificados de «defensivos» (Freud, A. 1982[28]). Son reacciones y procesos (no meros actos vacíos de significado) tendentes a aminorar la ansiedad ante el encuentro con el otro. Aparecen en cualquier faceta de esa relación: verbal, actitudinal, gestual, afectiva, etc. En nuestras comunicaciones con los demás decimos, callamos, matizamos, insistimos en aspectos en función del grado de comprensión, tolerancia, disponibilidad, etc., del otro o de uno mismo ante él. El mismo discurso no es igual con un padre que con una madre, con un profesional de la psicología que con el portero de la finca. Básicamente, porque nuestra capacidad perceptiva capta la disponibilidad y la oportunidad de decir las cosas de una forma o de otra. Así pues, los mecanismos de defensa están siempre en acción. Por lo que, tanto un silencio como una mirada, una actitud o una reacción verbal o actitudinal informan de nuestra reacción y actitud ante lo que está sucediendo en cualquier relación que tengamos.

Pero al tiempo —como no puede ser de otra forma— son también de comunicación. No solo atribuyen al objeto características propias depositadas en él, sino que le activan vivencias, pensamientos y sensaciones mediante las que el enlace posee información verídica o fantaseada de ese objeto con el que se relaciona. Así, los lazos vinculantes son la resultante del conjunto de comunicaciones bidireccionales con el objeto mediante las que no sólo establecemos un espacio común de intercambio de vivencias, pensamientos, afectos, sino que en él se juegan y activan una multiplicidad de procesos de internalización y externalización por los que acabamos vinculados a los demás. Como el otro es un sujeto activo que realiza la misma operación emerge de forma natural una matriz interactiva que condicionará el valor de los significados y afectos que pasean por esa trama, y aportan significados a las relaciones que se establecen.

Desde este ángulo, considero que los denominados mecanismos de defensa (Freud, S, Freud, A.) son al tiempo de comunicación mediante los que informamos de parte de nuestras percepciones y vivencias que facilitan o no, la predisposición del otro al establecimiento, mantenimiento de la relación. El entramado resultante no solo establece determinados puentes de interrelación sino también barreras que informan de las zonas no transitables, terreno peligroso, si se desea mantener aquel vínculo. En esta cancha, las neuronas espejo (Gallese, 2011[29], Moya, L., 2010[30]) aportan información complementaria: el «sujeto» detecta intencionalidades del «objeto» con quien se relaciona, estableciendo un juego relacional con todas y cada una de las personas con las que nos relacionamos en el que la empatía juega un papel importante. Es a través de este juego relacional como se crea y desarrolla la matriz grupal (Foulkes, 1979[31], 1984[32]), sea este una pareja, un trío, cuarteto, quinteto o grupo de psicoterapia o social.

Estos lazos que nos unen en todas y cada una de las actividades que realizamos con los demás nos convierten en individuos en permanente conexión mutua y, por lo tanto, en homines aperti. Así pues, lejos de considerar en lo que nos sucede como seres aislados debemos pensar en qué sucede en la constante y continua interacción con los demás. En este sentido, la psicopatología deja de ser exclusivamente la expresión del sujeto aislado, para mostrar las consecuencias del aislamiento comunicativo con quienes le rodean no encontrando la forma de conectar y restablecer los vínculos que, probablemente, existieron. La psicopatología sería, pues, la expresión de la imposibilidad de devenir plenamente parte del homines aperti y, por lo tanto, verse condenado a ser homo clausus. Eso es el aislamiento al que deriva la mayoría de los trastornos psiquiátricos, ¿verdad?

Corolario

Considerarnos como homines aperti supone aceptar que la incorporación de los elementos contratransferenciales en un trabajo psicoterapéutico individual o grupal. Esto conlleva enriquecer la experiencia de forma que tanto pacientes y profesionales aportemos aquellas informaciones que dificultan nuestro desarrollo. Cuando se puede introducir la horizontalización del trabajo obtenemos el beneficio del esfuerzo compartido, reforzando los aspectos yoicos del paciente y sintiéndonos parte más plenamente de la ecuación asistencial. Si la asistencia psiquiátrico-psicológica pudiera hacer pasos en esta dirección, todos saldríamos beneficiados.

José Miguel Sunyer Martín. josemiguelsunyer@gmail.com

www.grupoanalisis.com

Dr. en Psicología, Especialista en Psicología clínica. Grupoanalista. Patrono de la Fundación OMIE y miembro de su Instituto. Coordinador de los cursos «Máster en psicoterapia analítica grupal» de la Fundación OMIE-Universidad de Deusto. Miembro de honor de la Group Analytic Society International. (GASI) Miembro del Instituto Relacional (IPR). Miembro de la Asociación de Psicoterapia Analítica Grupal (APAG)


[1] Doctor en Psicología. Patrono de la Fundación OMIE. Miembro titular del Instituto de Grupoanálisis, y de la Asociación de Psicoterapia Analítica Grupal. Miembro de Honor de la Group Anaytic Society International.

[2] Siegel, D.J. (2016). La mente en desarrollo. Cómo interactúan las relaciones y el cerebro para modelar nuestro ser. Bilbao: Desclée de Brouwer

[3] Damasio, A. (2012). Y el cerebro creó al hombre. Barcelona. Destino.

[4] Damasio, A. (2018). La sensación de lo que ocurre. Barcelona. Destino

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