ARTÍCULO – Acercamiento al psicoanalisis y deporte a traves de una tertulia

por | Revista del CPM número 31

REVISTA DEL CENTRO PSICOANALÍTICO DE MADRID – Nº 31

 

Un acercamiento entre psicoanálisis y deporte a través de una tertulia deportiva.

María Fernández Ostolaza[1].

Siempre tengo una emoción

que corre en busca de una palabra,

o una palabra que corre

en busca de una emoción

Georges Brassens

Introducción

El objetivo de este trabajo es reflexionar sobre la experiencia de un grupo de personas vinculadas al mundo del deporte de alta competición reunidas durante un año para hablar de la retirada de la carrera deportiva. Mi interés personal en formar este grupo se enmarca en una investigación más amplia, con la que estoy comprometida desde hace años, cuyo propósito es responder, desde un enfoque psicoanalítico, a en qué consiste la experiencia de jubilación deportiva; presentar un modelo teórico que explique el duelo deportivo, si bien este modelo no tiene por qué ser exclusivo de lo deportivo. Freud escribió que el psicoanálisis no es un sistema cerrado y preciso, sino uno siempre inacabado que sigue tanteando en la experiencia, dispuesto a corregir y variar sus doctrinas (Freud, 1923: 37).

¿Es el deporte profesional o la alta competición un tema que merezca el interés del psicoanálisis? Puedo explicar mi dedicación al estudio del psicoanálisis en el campo deportivo con dos razones: La primera proviene de mi propia experiencia deportiva, dar explicación a los conflictos propios se convierte la mayor parte de las veces en motor de investigación (R. Grinberg, 1999: 42). La segunda, de mayor peso, es que el deporte es un fenómeno social del que recibimos noticias cada día. Es un fenómeno en el que se viven historias ordinarias y extraordinarias, como en cualquier otro campo de la vida, protagonizadas por personas que, además de disfrutar, sufren, y es ahí donde tantas veces nace la inquietud por el conocimiento.

Hace algún tiempo ya que pudimos ver una entrevista exclusiva concedida por Lance Amstrong a una cadena de televisión estadounidense. La entrevista se convirtió en una confesión pública. El famoso ciclista heptacampeón del Tour de Francia, hasta que fue desprovisto de sus títulos por existir pruebas contundentes de haberse dopado, había negado su dopaje durante más de una década en respuesta a todas las acusaciones públicas de prensa, compañeros, instituciones deportivas, tribunales de justicia, patrocinadores y hasta la propia fundación contra el cáncer que él mismo puso en marcha. ¿Qué le lleva a un hombre a mantener esa posición? Y ¿qué le lleva a autoinculparse en ese momento? En la citada entrevista menciona no poder seguir viendo a su hijo adolescente defenderle de la acusación de unos hechos reprobables (Amstrong, 2013). Muchos al oírle le acusaron de diseñar, una vez más, una operación de imagen bien calculada. Nosotros, como psicoanalistas, quizá debamos hacernos otro tipo de preguntas: aquellas relacionadas con la forma en que operan en el psiquismo las identificaciones y los ideales de infancia y juventud; ¿se trata de vergüenza o de culpa? Estas preguntas se formulan y se responden en un diván.

Al caso de Amstrong se podrían añadir otros igual de famosos, Maradona, Sócrates, Jordan, Senna. Me atrevería a decir que todos ellos tienen un factor común: son historias que arrastran mucho sufrimiento. Y a estos casos se podrían añadir todavía los de otros grandes deportistas no tan conocidos que arrastran su sufrimiento en privado. Parece que el sufrimiento reservado al deportista solo es el sufrimiento físico, quizá porque si un ídolo de masas con seguidores y detractores dice que está triste, sea cuál sea el origen de su tristeza, la mitad del país se escandaliza y la otra mitad se carcajea.

Está resultando difícil que el deportista acuda a pedir ayuda al consultorio de un psicoanalista donde uno sí podría decir que está triste. Se han puesto en marcha algunos programas de ámbito estatal que ofrecen formación continuada, reinserción laboral y atención psicoterapéutica en caso necesario. Se avanza poco a poco. ¿Es el deportista capaz de pedir ayuda?, ¿es capaz de formular una demanda terapéutica?

La retirada deportiva nos evoca dos ideas: una de apertura y otra de cierre. Apertura, si pensamos en la obligada transición hacia otro lugar, en la reflexión sobre construcción, deconstrucción y reconstrucción del individuo; cierre, el de una historia conclusa y una obra ––la deportiva–– de la que hay que despedirse, para lo que es necesario nombrar y comprender. Despedirse, sí; despedirse de la obra deportiva en la práctica, para dejarla nacer en nuestro psiquismo. El éxito en el deporte ––dice Patty la protagonista de la novela de Jonathan Frazen–– es un espacio accesible sólo a la mente casi vacía […] una no llega a ser lanzadora de tiros libres con un ochenta y ocho por ciento de acierto si se detiene a reflexionar sobre nimiedades. (Frazen, 2012: 79). ¿Nimiedades?

La carrera deportiva de alta competición requiere de una gran identificación del deportista con su práctica. Y es a partir de la retirada cuando podemos preguntarnos cómo ha sido su carrera, qué ha significado el deporte para el deportista. Quizá porque es un momento de quiebra también podemos preguntarnos quién es ese individuo.

Composición del grupo

A finales de octubre de 2012 propuse a diez personas que nos reuniéramos mensualmente en una tertulia de una hora y media de duración para pensar, durante un año, sobre la retirada deportiva. De los diez miembros que compusieron el grupo, ocho habían sido deportistas y durante décadas habían participado representando a España en competiciones oficiales; uno todavía permanecía en activo. Los otros dos miembros, sin ser deportistas, habían estado vinculados a proyectos sociales o empresariales de cierta envergadura; uno es sociólogo y otro empresario.

Desde el punto de vista deportivo, el grupo reunía varias medallas olímpicas, títulos mundiales y europeos, cientos de competiciones y de ligas, y miles de días de entrenamiento y concentración. Contó con representantes de deportes de gran dureza física, como el ciclismo, el piragüismo o el atletismo; deportes de destreza de equipo, como el fútbol sala y el baloncesto, o deportes de relevancia técnica, como la gimnasia. Algunos miembros habían desempeñado, después de ser deportistas, otras funciones vinculadas al deporte como entrenador, director de equipo o comentarista en medios de comunicación. Los intereses profesionales posteriores a la carrera reflejaban una gran variedad. No estoy segura de poder describir a la mayor parte de los miembros del grupo con una etiqueta profesional al estilo de abogado, profesor o músico, quizá porque varios estaban en fase de construcción profesional o, también, porque los recorridos profesionales son muy poco comunes, como si la definición deportiva robara durante algunos años definición respecto a una futura profesión. El miembro más joven rozaba los 30 años y el mayor los 50.

Propósito y normas

Dedicamos la primera sesión a aclarar y especificar el propósito del grupo y a plantear unas normas básicas. Definir el propósito fue complicado. Cada uno tendría que saber o ir descubriendo por qué estaba allí. Los primeros planteamientos sonaron vagos, abstractos o filosóficos, especialmente en un colectivo que como la mayor parte de los colectivos deportivos, está enfocado a la acción. Sin embargo, se aguantó la incertidumbre que suponía la idea de reunirse para hablar de deporte sin tener un plan de entrenamiento: ese plan de trabajo diario al que los deportistas están sujetos gran parte de su vida, un plan visible que indica exactamente qué hay que hacer cada día.

Nos dice Gibb refiriéndose a los objetivos de un grupo, que las metas son complicadas, diversas y no siempre fácilmente identificables e integrables. Si entrevistáramos a los miembros de un grupo durante las primeras sesiones para descubrir el objetivo que tienen en común, muchos dirían anduvimos dando tumbos sin ninguna dirección (Gibb, 1973: 33). Creo que algo parecido se sintió durante algunas sesiones. Sin embargo, la incertidumbre quedó compensada por dos deseos, uno que tendría que ver con el deseo de aprender, y otro con la manera de aprender: aprender participando en un colectivo con el que se comparte un destino común.

Al final de la primera sesión un gesto quedó grabado en mi mente: Un miembro del grupo venía de fuera de Madrid, así que tomaba un taxi, encargado previamente, para que le llevara a la estación. A modo de ritual la llamada del taxista al telefonillo marcaba el final de la reunión. El primer día, cuando eso ocurrió se levantó todo el grupo, la deportista se despidió y salió con celeridad y el resto se quedaron de pie durante varios minutos delante de sus sillas, como sin poder romper el círculo en el que estaban dispuestos. Discurrí en relación al encuadre: el tiempo se ha agotado, un miembro del grupo se ha despedido, la reunión ha terminado. Y, sin embargo, el círculo en silencio seguía ahí. Fue ese momento, esa sincronización, lo que asocié con una adhesión al equipo, un equipo heterogéneo entregado al esfuerzo por un destino común, que aún no sabíamos cuál era.

Durante mucho tiempo se sucedían las bromas entre los miembros del grupo cuando había que explicar para qué nos reuníamos. Una broma muy común era hacer apuestas sobre quién sería capaz de entender qué hacíamos durante esa hora y media.

El otro motor de arranque fue el establecimiento de las normas. Si definir un propósito fue complicado, verbalizar las normas lo fue aún más. En mi papel de coordinadora me ofrecí como garante de unas normas que propuse instaurar entre todos. En un primer momento no parecieron necesarias. Hubo alguna aportación aislada, frente a la mayoría que apelaba a la buena voluntad y al buen rollo. Dedicamos tiempo de sesiones posteriores a ello, en las que tampoco fue fácil concretar. Paralelamente, se dio un fenómeno curioso: el tema que ocupó al grupo a lo largo del año fue la violación de la norma: la trampa. La trampa en deporte hoy en día queda representada de manera excelente por el doping, fenómeno que, como por casualidad, atrapó la atención del grupo que quedó dialécticamente enfrentado en muchos momentos. Parecía inagotable: llegamos a hablar del doping en las competiciones de palomas mensajeras, quizá porque era más fácil que hablar del doping cercano. Cada deporte tiene sus trampas: Es trampa consumir anabolizantes. También es trampa dar el peso en una competición por categorías ayudándose de diuréticos, como lo es adelgazar vomitando. Se habló de las trampas en el terreno deportivo y las trampas de la vida civil, unas y otras se mezclaban. Junto con el doping se hablaba de viagra, de extensores para alargar el pene y de utilizar el alcohol para ligar.

El debate sobre el propósito y las normas fue acompañado de la discusión sobre cómo aprehender la información volcada en las reuniones. Los deportistas tenemos, entre otros, unos rasgos obsesivos que nos permiten repetir y repetir buscando la perfección y persiguiendo la ilusión de controlar lo incontrolable. Queremos efectividad: que las cosas sirvan para algo; control: mejor si las hacemos nosotros a nuestra manera; y excelencia: que se hagan lo mejor posible. Se discutió la conveniencia de que alguien de fuera grabara las reuniones, el placer o el desagrado de tener a una persona mirándonos, para hacer del encuentro algo útil a la sociedad: un documental interesante o un trabajo científico. En cierta medida el grupo aguantó la incertidumbre del propósito discutiendo sobre otros aspectos relacionados con el narcisismo y el exhibicionismo.


Primera viñeta del grupo

Alguien dice que prestar confianza es una de las funciones del entrenador, del tutor o del padre. Entonces yo menciono el estudio de Cyrulnik, el psiquiatra francés de origen rumano, que puso de moda el concepto de resiliencia. El término nos viene bien para hablar de la retirada. Comienzan las asociaciones: Una miembro del grupo llegó al equipo nacional y se sintió más como un número que como un individuo, le hubiera gustado que hubieran confiado más en ella. Aún así triunfo, y, sin embargo, su entrenadora nunca se ganó su confianza. ¿Será entonces que la confianza tiene algo de reciprocidad? Sería deseable que los entrenadores confiaran en el talento de sus atletas.

El grupo sigue asociando y se detiene en la distinción entre confiar e idolatrar: ¿Suele ser el entrenador un ídolo? ¿Quiénes son los ídolos de los ídolos? ¿Cuándo tomamos conciencia de que nosotros somos ídolos de otros? A veces son los compañeros o amigos de juventud los que más confían en ti y te piden un autógrafo precoz porque creen que un día triunfarás y ese papel valdrá dinero.

Hablar de la caída del ídolo es un tema de rabiosa actualidad por las noticias del caso Pistorius, ese atleta sin piernas que corre junto a los mejores, como si las tuviera; sus prótesis funcionan como las piernas perfectas. Hace unos días Pistorius disparó a su esposa, no se sabe aún si intencionadamente o por equivocación; la historia no pinta bien. Siguen las asociaciones: Hay algunos ídolos que caen en el olvido, y otros que no queremos que caigan nunca. Y nosotros, ¿nos caímos?, ¿cuándo? Una deportista cuenta que cuando desempeñó funciones de técnico trabajando con un grupo de chavales jóvenes obtuvo gran satisfacción al ver que el rendimiento se basaba en el interés común y en el compromiso con el entrenador, a quien se veía como parte del grupo. En aquel equipo se privilegiaba el valor del grupo sobre cualquier ídolo o individuo. Ella tampoco recuerda tener ídolos y mucho menos sentirse ídolo de nadie. Empieza un debate con el argumento de que los ídolos ayudan a uno a formarse; concluye cuando un deportista cuenta que está leyendo un libro sobre organizaciones en las que no hay líderes; se trata de hormigas organizadas en grupos inteligentes: las hormigas no son inteligentes, pero los grupos sí. Parece una definición de equipo. En los dos últimos tramos se ha repetido la sucesión: desaparición del individuo, triunfo del equipo. Me pregunto: ¿Estamos ante la fantasía de un equipo sin autoridad ni líder? ¿o se trata más bien de que el equipo es el sostén del declive individual?

Segunda viñeta del grupo

El debate sobre si un deportista sólo vale para hacer deporte o vale para algo más en la vida ––debate que pudiera parecer exagerado o espurio––, combina muy bien con otro tópico del deporte, el de oír a muchos deportistas decir soy tonto, no valgo para estudiar, tengo déficit de atención. Lanzamos dos preguntas: ¿Cómo maneja el deportista su carrera, la de dentro?; ¿cómo prepara su futuro, el de fuera? El grupo se lanza a dar ideas: los deportistas deberían recibir información sobre sus carreras, quizá a través de cursos de inmersión, funcionales, como hacen los americanos cuando un europeo aterriza en la NBA. Cursos en los que te explican cómo manejarte con los medios o quién se va a acercar a ti y te va a intentar sacar dinero. La cosa no parece fácil, ha salido en prensa un nuevo estudio sobre las ruinas económicas de los deportistas. En la Premier Ligue uno de cada tres futbolistas termina arruinado; algunos, incluso, antes de dejar el fútbol. No es diferente de lo que pasa en otros deportes en los que también se gana dinero.

¿Cómo concienciar al deportista de que la formación es imprescindible? Parece que a día de hoy son muchos más los que piensan en ello, claro que al grupo le gustaría que fueran todos.

Hay deportistas de muchas palabras y otros de pocas. Quizá no se trate tanto de la cantidad, sino de tener las palabras adecuadas para decir qué nos pasa. Merece la pena decir lo que pasa si ello contribuye a tranquilizarnos y solucionarlo. Los deportistas angustiados y sin palabras no tienen más remedio que hablar con su propio cuerpo, es decir, lesionarse, enfermar, no rendir. Es también una manera de decir: no quiero que un rival me desplace, me da miedo competir, estoy cansado… ¿Cómo se dice sin palabras me siento vacío porque me retiro? Hay que ofrecer palabras a estos deportistas, animarles a hablar. Es muy difícil retirarse sin más, sin poder contarse una historia; continuar con una vida sin una narración que nos describa.

Aparecen entonces en el grupo otros deportistas, otros con los que es difícil contactar porque viven en su mundo, un mundo diferente al nuestro; ellos no hablan. Pero eso también les pasa a otros que no son deportistas, hay personas que no hablan.

Volvemos al tema del reconocimiento, uno de nuestros preferidos, cuando mencionamos a algunas de las familias deportivas de este país. Hay estirpes familiares que cuestionamos y otras que nos siguen fascinando. Y el tema si es el deseo de los padres o el de los hijos lo que permite tantas horas y horas de esfuerzo lo nombramos. Hablando de padres, celebramos que S. va a ser padre. A ninguno se nos escapa el increíble efecto que están teniendo estas tertulias: está de cuatro meses y medio, justo el mismo tiempo que llevamos juntos. Seguimos gastándonos la misma broma mientras damos la enhorabuena a S.

Unas primeras conclusiones

1) Sobre el propósito, la pertenencia y las normas. Como hemos visto en el desarrollo inicial, el grupo funciona bajo el supuesto de que no existen grandes propósitos y se cree ––sin creerlo realmente–– que es gracias a mi consabido entusiasmo y original ocurrencia de tratar de relacionar psicoanálisis y deporte que la cosa marcha. Sin embargo, sí parece que hay un compromiso basado en la búsqueda de nuevas ideas; ideas que nos permitan comprender nuestra propia vida ––la intensidad de la vida deportiva–– de otra manera.

Exponerse en un grupo puede ser gratificante si se consigue seducir a los otros, pero también puede suponer una amenaza para la percepción que uno tiene frente a la crítica o la mirada de los demás. Estamos hablando de la distinción entre sentimiento de aceptación y sentimiento de pertenencia, este último une mucho más (Gibb; 1973: 32). Una pertenencia satisfactoria supone un lugar por pleno derecho, el derecho que uno se gana por participar con recursos propios; un lugar en el que uno es re-conocido.

Sabemos que las comunicaciones de varias personas reunidas en un grupo permiten hacer inferencias con respecto a los mecanismos inconscientes y de interacción del grupo (Rodrigué, 1977: 77). Es en la relación con los otros donde uno se conoce. En este sentido, este trabajo en grupo permite extraer un conocimiento sobre uno mismo diferente al extraído de la relación con los miembros de equipos más estructurados del pasado: no hay privilegios por haber practicado un deporte u otro, por haber ganado más dinero o más medallas. Además, aquí sí hay tiempo para pensar.

En una situación poco definida dudamos de lo que se supone que debemos hacer y, en consecuencia, ser. No encontramos una pauta de participación que atienda a qué se espera de uno (Gibb, 1973: 33). En estas circunstancias emerge ansiedad. La ausencia de normas o el desconocimiento de ellas en el momento inicial, crearía cierta inquietud, cuya intensidad, como hemos visto, tendemos a subestimar. Además de las normas conscientes que proponemos, los grupos se mueven por normas inconscientes. (Rodrigué, 1977: 120).

El individuo necesita contar con una sólida estructura social que proporciona seguridad dentro de un sistema de normas conocidas. El conjunto de lazos que unen al grupo en forma particular es la estructura del grupo. Sólo notamos lo importante del papel de esa estructura cuando nos encontramos frente a situaciones que carecen de ella. Si no hay estructura o está desdibujada los integrantes crearan alguna que les resulte familiar (Rodrigué, 1977: 81-86). No es extraño que hayamos reparado en todo ello, a fin de cuentas, retirarse del deporte también supone abandonar un grupo en donde uno tiene una función bien definida para adentrarse en otros en donde la estructura está por ver.

2) Sobre el mundo externo e interno. Dice Vicente del Bosque, el actual seleccionador de fútbol, que de pequeño jugaba muchas horas con los chavales de su barrio: si eran dos uno contra uno, y si estaba solo contra la pared; fuera como fuera se divertía mucho jugando: Nosotros teníamos todo el día para estar con el balón. El mejor amigo era un balón. Daba toques con la cabeza, con la derecha, con la izquierda. Lo digo porque algún niño estará ahora aburrido y con un balón te lo puedes pasar bien (Abau-Kassem, 2013: 32). Los movimientos y situaciones que uno puede fantasear para dar un toque a un balón y de paso demostrar la propia destreza son infinitos. Deduzco por el material y las asociaciones que han ido apareciendo en las sesiones, que esta idea que nos brinda Del Bosque, que es también una reflexión sobre el placer y sobre la construcción del mundo interno, sería compartida por el grupo.

Cada uno de nosotros tenemos una representación interna específica del mundo del deporte ––ese es en gran parte nuestro mundo–– que resulta difícil describir. Yo, personalmente, a veces imagino la vida deportiva como una especie de teatro, como una representación intensa y concentrada del mundo, como cuando observamos a unos niños con muñecos jugar a las familias: el juego es una representación del mundo externo, y, por supuesto, del mundo interno. Un deportista tiene la posibilidad de prolongar este juego y vivir durante años, unas cuantas horas al día, dentro de ese paréntesis en el que hay de todo y pasa de todo; en donde las cosas no son importantes, pero sí lo son, como en todo juego bien construido. Por eso, en muchos casos, no es nada fácil dejar el deporte: no sólo se trata de abandonar un juego placentero, sino también un determinado orden psíquico.

Transformo las palabras de Rodrigué que dice que los interrogantes que se formulan en una época, determinan el conocimiento que esta cosecha (Rodrigué, 1977: 15), en los interrogantes que se formulan en un campo, determinan su conocimiento. Es hora de plantear preguntas serias en el mundo del deporte, de acercarse con detenimiento y dedicación, sin las precipitaciones a las que a veces nos vemos sometidos cuando investigamos en un campo de actualidad más o menos mediático. Detenerse y plantear preguntas, esa ha sido mi principal intención a la hora de convocar al grupo y de escribir este texto.

3) Sobre la elaboración. Debatiendo estas ideas en la supervisión del trabajo aparecen nuevas asociaciones. La presión de Lance Amstrong por su hijo adolescente pudiera representar la presión del crecimiento, la puesta al día de las cuentas pendientes como padre. La adolescencia y la vejez deportiva como el timbre del taxi que nos recordaba que la sesión había acabado, ante el que unos actúan raudos y otros quedan expectantes o detenidos. Los timbres de la edad, del cuerpo, del desgaste que nos obligan a cambiar de posición. De eso se trata, de analizar los cambios a lo que nos vemos obligados por la jubilación que no son otros que los cambios a los que nos obliga la vida. El proceso adolescente en los deportistas, las renuncias o no que se hacen a todo un mundo exploratorio en aras de un rendimiento y de la disciplina del entrenamiento. Quizá por ello nos preguntamos por la construcción y la caída del ídolo, que es lo mismo que preguntarse por los procesos de idealización y desidealización.

Tampoco suena extraño entonces que hayamos estado hablando de las trampas, ¿no es eso lo que se hace en la adolescencia, preguntarse por la ley y la trampa? El conflicto y la ambivalencia de sentir temor y deseo por transgredir las normas.

La tertulia representa una oportunidad para elaborar conflictos del pasado. Los conflictos vuelven a emerger de diferentes formas y en diferentes épocas. Aquí se dejan entrever algunos conflictos de la adolescencia, mezclados con otros específicamente deportivos. Entre éstos últimos voy a señalar tres posibles: la pérdida de la potencia corporal vivida en plena juventud; el desagrado de tener que renunciar a hacer aquello que sabemos hacer con excelencia; o la despedida de ese placer que por intenso se hace indescriptible, el placer que nos proporcionaba nuestro propio sistema motor, la mayor parte de las veces, combinado con nuestro pensamiento. En cierta medida, los tres quedan sintetizados en una frase que una deportista escribió a las puertas de su retirada: no volveré a sentir la maravillosa sensación de un doble mortal.

Durante todos estos años los miembros del grupo, como otros muchos deportistas, han aprendido a defenderse de la ansiedad de una u otra manera; sin embargo, ahora, al preguntarnos sobre ello, tenemos la posibilidad no sólo de defendernos sino también de comprender.

4) Sobre la posibilidad de un duelo colectivo. En un curso paralelo a los encuentros, durante ese año también se batieron récords deportivos, se dio la bienvenida a la llegada de los hijos, y se combatió la desilusión por los trabajos que no se vieron recompensados en esa difícil tarea de construirse profesionalmente. También en el curso de ese año sufrimos terribles pérdidas imprevistas de seres cercanos y muy queridos: todo el sentido y todo el sinsentido de la vida. El trabajo ayudó a elaborar en parte los acontecimientos del pasado y algunos del presente, prestando la posibilidad de celebrarlos y llorarlos, la posibilidad de pensar con otro en un duelo colectivo, que es siempre una esperanza frente al dolor. Alguien trajo una botella de vino a la última sesión de aquel año para brindar por algo que lo merecía. Por esas casualidades que no existen el vino se llamaba Habla.

Me es grato concluir diciendo que en el momento en el que escribo este artículo han pasado ya tres años de la primera reunión y, a día de hoy, el grupo continúa trabajando.

Bibliografía y otras fuentes documentales

Abau-Kassem, O.; Barcala, D. (2013), “Vicente del Bosque”, en Líbero, n 5, pp. 31-33, Madrid.

Amstrong, L. (2013) En Discovery Channel, el 19 de enero, Silver Spring, Maryland.

Frazen, J. (2012) Libertad, Barcelona.

Freud, S. (1923) “El Yo y el Ello” en Obras Completas, T. XIX, Buenos Aires.

Gibb, J. (1975) Teoría y práctica del grupo T, Buenos Aires.

Grinberg, R. (1999) “Curiosidad: ¿virtud o transgresión?” en Intercanvis, n. 4, pp. 42-50.

Rodrigué, E.; Langer, M.; Grinberg; L. (1977) Psicoterapia de grupo: un enfoque psicoanalítico, B. Aires.


[1] María Fernández Ostolaza. Psicóloga, psicoanalista, miembro asociado del CPM. mariaostol@gmail.com