«La vida de cada hombre es un camino hacia sí mismo, el ensayo de un camino, el boceto de un sendero.»
– Demian de Herman Hesse
“Vengo de hacer una larga caminata por el monte. Estamos hechos para andar. Los pensamientos se acompasan al ritmo del corazón, y a la dimensión del espacio que ocupamos. Nosotros y nuestras capacidades… no hay mas. Cada paseo es una lección de humildad.”
El psicoanálisis solo se ocupa de aquello que le toca de cerca. Pero hay cosas que aunque no nos tocan de cerca, nos tocan. El caminar es una de ellas.
La pregunta de la que parto es sencilla. ¿Por qué el caminar es terapéutico?¿cual es su consideración metapsicológica?. O dicho en otros términos ¿Cómo funciona en el psiquismo humano el caminar, cuáles son sus mecanismos y por qué tiene un valor de cambio?..
¿Les parece sugerente?. Acompáñenme entonces en el paseo, y prepárense a caminar por rutas diversas. Si caminar es una actividad individual, y en su metapsicología se acaba viendo que uno acaba caminando solo, conviene comenzar la andadura bien pertrechado de buenas vituallas, y buena compañía…
Para empezar, fijémonos en un autor que sabe de eso de pasear, de caminar, de transitar; dado que nacido en Europa, atravesó el océano Atlántico, atravesó los Estados Unidos de costa a costa, y desde San francisco dio el salto a la isla de Samoa; caminante como pocos, Robert Louis Stevenson escribe en su libro “Memorias para el olvido” (precioso titulo que podría rubricar un psicoanalista, dado que recordar para olvidar realmente es una, sino la principal, función del psicoanálisis) un capitulo que se llama “Caminatas”.
Y Dice allí:
“El que pertenece a la hermandad no viaja en busca de lo pintoresco, sino de ciertos felices estados de ánimo, los de la esperanza y el estimulo con que la marcha empieza por la mañana, y los de la paz y la plenitud espiritual del descanso vespertino.
No sabe si coge la mochila o si la deja con mayor placer. La emoción de la partida le prepara para la llegada.
Lo que hace no solo lleva aparejado una recompensa en sí mismo, sino que se ve mejor aún recompensado en su continuación; con lo que, de ese modo, un placer conduce a otro en una cadena infinita”
Stevenson sabe de qué habla, ha sentido esos instantes de felicidad y se ha percibido lucido y capaz, libre y comprometido con la vida, contando con sus solas fuerza, potente y humilde a la vez. Feliz de haber encontrado un modo de felicidad que recuerda aquello que decía Wordsworth: “Existe un tipo de emoción trascendente: haber sido sorprendido por el gozo; paradójicamente, eso hay que buscarlo”. Emoción trascendente que llega por sorpresa, pero sorpresa que hay que buscar.
Aconseja Stevenson a continuación caminar solo, porque la libertad es esencial, decidir si se para o sigue, si se toma un camino u otro, un ritmo u otro.
“Y además,(dice) uno debería estar abierto a todas las impresiones y dejar que sus ideas se empapen de lo que ve.
Uno debería ser una flauta en la que toque cualquier viento. Uno no debería tener al lado un parloteo de voces, arruinando el silencio meditativo de la mañana.
Y (es que) mientras alguien reflexiona no puede abandonarse al esplendido éxtasis que surge del movimiento al aire libre, que comienza con cierto hechizo y aletargamiento de los sentidos, y que culmina en una paz que supera cualquier comprensión”.
El renuncia a comprender, yo no. ¿Que pasó desde el silencio meditativo matinal, hasta el éxtasis del movimiento que comienza con ese hechizo que aletarga los sentidos? ¿De dónde vino esa paz?..Veremos. Continuamos el paseo.
Seguiré ahora con un clásico psicoanalítico. El artículo de Francesc Tosquelles “Los paseos” de su libro “Maternaje terapéutico con los deficientes mentales profundos”, libro del lejano 1.962. Un clásico, que muestra como el psicoanálisis se ocupa de estas cosas también, y además con una pertinencia que el paso del tiempo no ensombrece.
En él, el eminente psiquiatra catalán, con formación psicoanalítica en Francia, nos cuenta que:
“el salir a pasear es para los niños un deseo, un impulso y una exigencia más o menos vital”.
Yo añadiría que no solo para los niños, el caminar, el pasear, el deambular, es una actividad de deseo, una exigencia vital para todos nosotros y quien no la practica está dejando de lado uno de los mayores impulsos del ser humano: caminar, ponerse en camino, mover sus piernas y desplazarse.
Tosquelles apunta, que el paseo entra dentro de la categoría de actividades gratuitas, gratificantes, divertidas y que suponen una liberación de los deseos; o en todo caso una mayor libertad.
“Digamos, dice, que el paseo alivie ciertas tensiones desagradables en las que el hombre se siente sumido; es una dis-“tensión”, una disminución de la tensión”.
Yo creo, como decía, que un paseo es algo más, y el mismo Tosquelles añade a renglón seguido:
“Se le dice a alguien que está preocupado o fatigado “Vete a dar un paseo eso te cambiará las ideas””.
Si le cambiará eso las ideas, es entonces algo más que una mera dis-tracción o dis-tensión. Algo ocurrió en el paseo que intentaremos ceñir y discernir aquí.Veremos.
Continúa el artículo de Tosquelles:
“El paseo se abre como una posibilidad, al menos, de salir, aún cuando sea provisionalmente de una situación psicológica difícil… (Y entonces) De momento se va respirar un aire nuevo, a corazón abierto. Uno se va a pasear fuera, fuera de la situación que casi se volvía asfixiante”.
Primera acepción entonces del paseo como salida, como huida, como liberación de un lugar de cautiverio, pero no solo, dado que vamos a “respirar aire nuevo y a corazón abierto”, no solo entonces…
“Es, (dice) (el paseo) un rito “higiénico” del que todos nos sentimos golosos, dado que forman parte del ocio y, por lo tanto, todo paseo debe conjugarse con el deseo, el placer y la libertad”.
Y diserta entonces Tosquelles sobre como los paseos son solo descarga, cuando la concepción del mundo no ha pasado de ser sadomasoquista y todo quedó encerrado en una oposición “activo-pasivo” u “obediencia-rebelión”.Y yo con el creo que el paseo no sirve solo para descrgar.
Enumera luego, Tosquelles, el esfuerzo físico, lo psicomotriz como componente del caminar para pasar después al aspecto de conquista del mundo y de la realidad externa, como segundo aspecto fundamental.
El habla de encuentros con lo que no nos esperabamos, encuentros semiimaginarios, semireales, encuentro de “tesoros”, de pequeños objetos y sensaciones, que él tilda de infantiles y yo propongo pensar como tesoros que encontramos también en los paseos adultos, descubrimientos no solo externos, descubrimientos internos que el paseante recoge como perlas de su interior. Volveremos a esto…
Dejaré aquí el artículo de Tosquelles no sin antes puntuar de nuevo la genial introducción que este autor nos ha permitido al tema a tratar.
Tenemos, gracias a él, una primera intuición que intentaremos desarrollar: el paseo pone en juego el deseo, el placer, la libertad; y también la pulsión epistemofílica,el deseo de saber y conocer, no solamente dirigida hacia el mundo sino hacia el psiquismo. Unidos ambos con el esfuerzo físico, la musculatura y la concentración como soporte. No está mal para empezar.
Y Esta idea que les quiero transmitir y que deriva de la lectura que hago de él: el encuentro con la Pulsión de saber, de descubrir, de conocer, no solo el mundo externo sino también nuestro mundo interno.
Pasaré ahora a otro texto para que me acompañe en este “paseo” por el caminar.
Se trata, en esta ocasión, de un escrito de Ricardo Rodulfo, como algunos saben buen compañero de caminata del que me sirvo desde hace años, metafóricamente.
Es, en su último libro publicado “El psicoanálisis de lo nuevo”, que en su página 276 hablando de Winnicott dice:
“Vamos a dar una vuelta” lleva en la propuesta, un llamado a la esperanza del otro, otro que puede ser uno si uno es huésped y anfitrión, si uno se hace consciente de su duplicidad y se saca a sí y a su otro, a su yo, dice Rodulfo, a pasear, a voltear, a poner en juego su deseo de exploración».
Rodulfo introduce ya eso que queremos mostrar aquí: uno se cuida de si en el sacarse a pasear. Es este un modo de contenerse, de cuidarse, de explorarse y de variar internamente.
Dice también:
«(es)Un sortilegio contra la rutina, un intento de salir en busca de lo nuevo, una disposición a variar. Al menos un paso de los pasos debe variar»
Esto dice, poéticamente… Un paso diferente al resto, un paso cambiado que rompa con la rutina y traiga algo nuevo al paseante.
De nuevo el deseo en marcha,el encuentro con lo nuevo, la variación perseguida más allá de la mera cuestión física; creo que le leo bien si digo que en Rodulfo retorna el espíritu de Tosquelles.
La posibilidad de conseguir que en la repetición de pasos físicos, uno de ellos se convierta en el tesoro de una diferencia buscada, hallada, encontrada, creada; tesoro a crear con esfuerzo y persistencia, un paso sigue a otro y al final un paso se muestra diferente de los anteriores planteando una diferencia que permita que la vuelta no sea ya igual.
¿Qué pasó en este paso que cambio la perspectiva del paseo? ¿Qué ocurrió dentro de mí que algo me hizo clic?…
Pero déjenme leerles ahora unas breves notas escritas tras un paseo:
“ Salgo a caminar, una larga caminata. Comienzo el paseo y voy pensando en mis cosas, en mis ocupaciones y preocupaciones diarias, incluso en el paseo mismo, pero de un modo calculado y calculador.
Sigo adelante, camino, camino, camino, el mundo a mi alrededor me va sacando de mis pensamientos y se me va imponiendo en su percepción. Continuo caminando, mis músculos se van calentando y voy encontrando mi paso.
De repente, me hago consciente del “mi mismo”, ya no hay preocupaciones cotidianas, ni realidad exterior, solo importa el aquí y ahora, el acompasamiento con mi estar caminando.
Me encuentro en un espacio transicional, ni dentro de mí, ni fuera de mí, ni en mi mundo ni fuera de él, en un espacio potencial que me permitirá salir cambiado de la experiencia.
Uff!!, al fin llegué, estoy en el centro del camino, en el ojo del huracán del paseo, con ánimo renovado y fuerzas para continuar.
Si lo han vivido saben de que hablo…”
Es en ese espacio intermedio, semireal, semiimaginario en el que puedo decir que el paseo se transforma de una actividad externa en una actividad interna, que es entonces cuando pueden sobrevenir ideas nuevas sobre problemas viejos, es entonces cuando una lucidez nueva puede aparecer.
Llegados aquí mi hipótesis, la enuncio ya, parte de la comprensión del aparato psíquico freudiano propuesto en el capítulo VII de la interpretación de los sueños, el famosos peine que tiene en un extremo la percepción y la conciencia y en el otro extremo la motricidad.
Dice Freud que somos así,que nos impresionan las cosas y que entonces respondemos a ellas según las procesemos en nuetro interior, y que lo que hay en medio, entre percepción y motricidad, es lo que a nosotros nos importa e interesa, nuestro mundo interior.
Y yo diré que en el caminar, y esta es mi propuesta, en ese arco reflejo que nos constituye, entre percepción entrante y motricidad saliente, en el caminar ambos, extremos se ponen en funcionamiento a la vez: motricidad, musculatura y percepción constante.
La conciencia nos acompaña en el paseo pero que poco a poco es obnubilada y en su lugar, aletargada con los sentidos, la motricidad y lo percibido, permite un tipo de conocimiento insospechado hasta entonces.
Si la conciencia se obnubila, si la percepción se aletarga del continuado y repetido esfuerzo motriz que se va convirtiendo en automático, si los dos extremos conciencia, percepción y motricidad entran en un estado de obnubilación ¿que queda entonces?…
Pienso en el diván donde suspendemos percepción y motricidad e intentamos soslayar la conciencia, que queda entonces? ¿será lo mismo lo que queda en los dos casos colocados en extremos opuestos?.
Caminando obnubilamos conciencia, percepción y musculatura por el hábito del esfuerzo continuado. En el diván intentamos suprimir percepción, motricidad y conciencia. ¿que queda entonces en ambos casos sino percepción endopsiquica, mirar hacia dent
ro, mirada que se mira mirar hacia su interior, funcionamiento inconsciente, asociación libre? , ¿que si no ?.
De repente, problemas antiguos toman soluciones nuevas, como en el soñar, estamos, con el diván y el caminar, creando una condición nueva parecida al soñar.
El eureka, el ¡lo encontré! pasado al diván y al caminar, una figuración se impone, un sueño despierto nos arrastra, un conocimiento nuevo nos sorprende, ya estoy aquí llegué: «Me encuentro en un espacio transicional, ni dentro de mí, ni fuera de mí, ni en mi mundo ni fuera de él, en un espacio potencial que me permitirá salir cambiado de la experiencia».
(Algo parecido es lo que ocurre en la arteterapia, ¿no les parece?)
Estoy en el ojo del huracán del paseo. Una calma nueva se impone fruto del nuevo conocimiento adquirido.
Ese nuevo saber junto con el aquí y ahora descrito anteriormente, es el que produce esa paz incomprensible para Stevenson. No siempre ocurre y sin embargo, uno sabe que tendrá que volver a intentarlo y podrá suceder, y el mero hecho de intentarlo conlleva ya, parte de esa felicidad … como la escritura quizás.
¿Será verdad este dicho oriental?: “Sin salir de la puerta se conoce el mundo. Sin mirar por la ventana se ven los caminos del cielo. Cuanto más lejos se sale menos se aprende”. (Lao Tse). ¿Será posible iluminarse de tal modo sin cruzar el umbral de la vivienda, sin mirar hacia fuera, sin ponerse a caminar?.
Curiosamente Lao Tse enfatiza el «Dao» (Tao), traducido usualmente como «el Camino», ¿y un camino sin caminante sería posible?… lo oriental nos pilla tan lejos.
Nosotros salimos a caminar, peregrinamos, hacemos cruzadas, exploramos. ¿Qué andamos buscando?. Solo saliendo a caminar lo sabremos, o yendo a nuestros divanes (o haciendo arteterapia)…
Quizás esa es la gran diferencia entre Oriente y Occidente. Ellos se quedan quietos y en un grano de arroz ven el mundo, parafraseando a Willian Blake, nosotros nos movemos y en el paseo esperamos encontrarnos, en el paseo cruzamos el mundo y le damos vueltas, colonizamos, comerciamos, conquistamos, visitamos, fotografiamos, vivimos y experimentamos… y nos encontramos con nuestro interior.
Pero es al final, en el ojo del huracán del paseo, en el centro del maestrol, donde nos equiparamos a ellos y a su camino sin caminante, dado que quedamos borrados de nuestra conciencia y un saber nuevo se nos impone, como en el diván, y nos olvidamos de mundo y conquista exterior, y nos encontramos con lo oriental en la conquista y encuentro del mundo interior.
Para terminar tomaré las palabras con la que André Green acaba uno de sus libros:
”lejos de pretender encontrar el camino que llevará a la verdad, terminaremos de reconocer, junto a Machado, que le verdad es el camino mismo”.
Epilogo:
y ahora se estarán preguntando ustedes que tiene esto que ver con la arteterapia. ¿por qué les hablo aquí del caminar y sus vicisitudes? ¿Por qué les traigo un texto sobre el paseo, sobre el exterior interno, sobre el interno exterior? ¿Por qué les aproximo esta reflexión?.
Si hacen arteterapia y me han seguido hasta ahora saben lo que voy a decir, saben que ustedes hacen un camino similar cada vez que se enfrentan con los materiales y acompañados con ellos inician su viaje arteterápico.
Saben que pertrechados de sus vituallas tiene que recorrer un camino solitario, de haceres, creaciones y motricidades, henchidos de percepciones, conscientes de su paso, preparados para una travesía, hasta que consiguen automatizar su quehacer y perciben dentro de ustedes esto de lo que hablo.
Un espacio potencial que da lugar a objetos transicionales que les permiten jugarse en ellos, recrearse, movimiento del afuera hacia el adentro, percepción endopsiquica, introspección, visión fulgurante de un yo desconocido, ampliación de conciencia, encuentro sorpresivo con lo inconsciente y propio, apropiación de una parte de sí recóndita pero no por ello menos propia.
Camino y caminante unidos en experiencia única. Saben de que les hablo, si lo han vivido saben de que les hablo.
Y como fin les digo: ¡Buen camino!.
Agosto de 2.008/Junio 2.009
Pablo J. Juan Maestre.
Psicoanalista
Centro Psicoanalítico de Madrid
pijuanm@yahoo.es