Adopción y parentalidad.

por | Revista del CPM número 16

 

  • INTRODUCCION

La transformación de la realidad social, en lo que concierne a las formas de parentesco y de filiación está operando cambios en los últimos decenios que implican una dispersión y multiformidad de los ensamblajes familiares. Esta transformación nos interroga de lleno acerca de lo que se considera normal y patológico, en la constitución del psiquismo y el desarrollo de la subjetividad.

El viejo debate sobre las consecuencias de la separación y el divorcio parental en el desarrollo del niño, por ejemplo, ha eclosionado en otro de mucho más amplio espectro en el cual, lo que se pone en discusión es la influencia, la determinación de los diferentes modelos familiares en el desarrollo sano del niño.

En un seminario del Consejo de la Juventud de Asturias sobre “Nuevos modelos de familia. Nuevas fórmulas en las relaciones”, se presentan hasta doce modelos de familia distintos. La autora, prudentemente los enumera todos a partir de interrogantes(1).

 

  • Definiendo la adopción.

El verbo adoptar procede del latín adoptare y según el diccionario de la R.A.E. significa “recibir como hijo, con los requisitos y solemnidades que marcan las leyes, al que no lo es naturalmente”. Es interesante darse cuenta, primero de la apelación a las leyes, segundo de la negación incluida en la definición. Ese carácter de no ser – “el que no lo es”-, se repite en varias de las acepciones de la raíz adoptar, lo que viene a subrayar un aspecto a tener siempre en cuenta a propósito de la adopción. Adoptar es algo que va contra natura, no es respetar el orden natural, por tanto, es algo de carácter siempre sospechoso, como cuando se habla de adoptar una apariencia. Es un engaño, un artificio, una transgresión del orden natural. Obviamente estamos desgranando argumentos de carácter ideológico, la adopción es tanto natural como cultural, por otra parte el debate sobre lo que es natural en el hombre, a estas alturas, no parece nos pueda conducir muy lejos.

En cualquier caso, adoptar es un proceso que implica la gestación de una filiación caracterizada por ir más allá de la biología. Adoptar significa instaurar un vínculo afectivo, pero también implica la transmisión de contenidos inconscientes, como han señalado tanto Laplanche(2) como Bleichmar(3) en diferentes ocasiones.

La adopción, las formas de adopción son solamente un ejemplo de la diversidad de formas de filiación que Derrida en los últimos años anticipó como los problemas venideros.

Derrida consideraba que, de la misma manera que las pruebas de ADN parecían resolver el problema de la incertidumbre sobre la paternidad, por el contrario, la aparición de las madres o vientres de alquiler – “meres porteurs” fue la acepción utilizada por el filósofo francés en una conferencia dictada en Murcia-, erradicaba la clásica afirmación de mater certísima. No obstante, el problema de la paternidad no se resolvía en absoluto a partir de los análisis de ADN, de hecho la paternidad es considerada por el autor como una “legal fiction”, una ficción legal(4).

 

  • Igualdad y Diferencia.

Ese proceso de adopción como filiación es evidente que plantea obstáculos y problemáticas. Consideramos que algunos son similares a la parentalidad biológica pero que otros son diferentes a la filiación del hijo engendrado, son caracteres intrínsecos al proceso adoptivo. Por más paralelismos que se quieran establecer, no son iguales la espera del embarazo y la batalla psicológica, jurídica y social que a menudo implica una adopción.

Más aún cuanto que la adopción sigue considerándose, entre amplios sectores de la población, como una paternidad y sobre todo una maternidad de segunda. Quizá por eso cuesta tanto el reconocimiento de los mismos derechos. Recordemos esos casos trágicos en los que el juez, aliado con la perversión, considera que un hijo puede sacrificarse como medida terapéutica para una madre psicótica. Aquí es preciso recordar la apuesta de Silvia Bleichmar: lo primero a tener en cuenta en la adopción, es el beneficio del tercero, y el tercero es siempre el niño. Sobre esto circula una enorme hipocresía puesto que si las declaraciones en este sentido son unívocas, las medidas a menudo son equívocas: ¿de verdad se piensa siempre en el beneficio del niño?

¿Son las familias adoptantes iguales a las otras familias? Eva Giberti, psicoanalista argentina experta en el tema, mujer con mucha experiencia acumulada y con desarrollos teóricos polémicos y arriesgados, sostiene que no. Este es uno de los ejes que orienta nuestra reflexión.

Precisamente el problema que se plantea en relación con la diferencia es que los adoptantes tratan por todos los medios de ser “como los otros”, puesto que son plenamente conscientes de las implicaciones sociales que conlleva el hecho de ser diferente, de pertenecer a algún tipo de minoría. La era posmoderna que vivimos se caracteriza por una pretensión de igualdad que se queda en mera homogeneización. La segregación de las minorías viene camuflada por la ideología del individualismo y el derecho a elegir.

Por eso los padres adoptivos quieren que sus hijos sean como los demás, negando a menudo las particularidades que caracterizan su propia historia: el fracaso en los intentos de engendramiento, el diagnóstico de esterilidad, los intentos fallidos de tener descendencia a través de las Tecnicas de Reproducción Asistida, el consiguiente corolario de frustración, el sentimiento de fracaso y las consecuencias sobre su salud mental.

La obsesión de ser una familia como las demás les impide ver que tampoco las demás familias son iguales entre sí. El concepto de familia, que se pretende esencializar y universalizar, aglutinando todas las formas de relación y de parentesco, no se consigue sino al precio de difuminar sus límites. Por supuesto que tampoco todas las familias adoptantes son iguales entre sí, a la hora de describir las problemáticas que hemos encontrado en nuestra experiencia hay que advertirlo. Tratamos de describir algunos de los problemas más frecuentes que encontramos en nuestra práctica, sin ninguna pretensión de exhaustividad, pero si con afán de señalar una problemática social emergente que se aborda, desde nuestro punto de vista, a menudo equivocadamente.

Algunos expertos ya están avisando de las graves patologías que van a desarrollar en los próximos años los niños adoptados. Dicho así es una noticia que tiene un aire de cientificidad, pero por ser una verdad a medias, esconde su concepción xenófoba del tema. No nos olvidemos que son más de 23.000 los niños adoptados los últimos cinco años, solo de la adopción internacional. De lo que no se habla es de los prejuicios sociales al respecto, ni tampoco de las dificultades que tienen los padres adoptivos para serlo. Habrá que pensar, en todo caso, en las dificultades que plantea la adopción a los padres adoptantes y en el context
o social en que esto tiene lugar.

No es de extrañar entonces que, para poder ser una familia normal, una familia como las demás, al niño haya que criarlo exactamente como los demás, es decir, como si no fuera adoptivo, pues de eso se trata, criarlo como los demás es obviar el hecho de la adopción. El niño adoptado no tiene una historia “como los demás”, tiene una historia en la que, al menos, hay un abandono fundamental. Esta máxima de criarlo como si fuera uno más, cuando en realidad muy a menudo es “uno”, el único, conlleva desde la precipitación de las medidas socializadoras, que no tienen en cuenta su necesidad de vincularse y establecer una confianza básica con sus padres, hasta la ocultación de su origen(5). De esta manera se puede estar creando un falso self que da lugar a efectos siniestros, nos referimos a que el niño es un doble, el doble de un niño normal. En tanto es un “doble” todo va bien, pero este niño ideal deja de serlo y se convierte en siniestro cuando comienza a preguntar por sus rasgos, por su madre, por su país de origen…

En realidad se trata de familias que han idelizado el concepto de familia, en gran parte debido a las dificultades para conseguir tener una propia, teniendo que vencer a menudo el sentimiento de inautenticidad. Ese sentimiento ocultado y negado de inautenticidad les lleva a reclamar una igualdad que niega las diferencias.

No ser un padre como los otros no implica en estos casos un ejercicio de la diferencia, sino que es vivido por los padres con un dramático sentimiento de inferioridad. Esa inferioridad va ligada a la esterilidad y lleva a algunos padres adoptivos a experimentar dificultades enormes en el proceso de filiación del hijo adoptado, ya que éste se convierte, no en el hijo, sino en el propio padre, puesto que les ha dado con su presencia el don de la paternidad, una paternidad que les había sido negada. Esto hace que las relaciones a menudo se trastoquen de un modo muy complicado, el hijo idealizado, el hijo amado, también es el hijo odiado, testigo y prueba fehaciente de la impotencia y de la esterilidad. Las exigencias y la intolerancia con ese hijo tan deseado se multiplican, hijo anhelado, hijo deseado por supuesto, pero al mismo tiempo culpable con su mera presencia, de atestiguar la propia falla, la propia insuficiencia.

Frente al desorden – respecto del canon de lo biológico –, que ha introducido en su vida la adopción, a menudo los padres adoptivos se vuelven extremadamente rígidos, la decepción entre el hijo deseado y el hijo hallado es negada radicalmente, no puede haber diferencias, tiene que ser lo que de él se espera. Para no serlo el niño adoptará a menudo posturas muy conflictivas, no es de extrañar pues su subjetividad está en juego. Entonces la imposibilidad de renegar lo extraño, lo conflictivo del niño, se convierte en un rechazo de su origen: lo que le pasa ya lo traía con él, eso no se le ha enseñado aquí, es genético o en todo caso anterior a la adopción.

La adopción, desde nuestro punto de vista, es más bien un “a adoptar”, puesto que es un proceso que no se acaba sino que comienza prácticamente el día que la institución o el juez te reconocen como padre adoptante. Adoptar es un proceso interactivo, mutuo, tanto para unos como para otros, adoptar un hijo no es como adoptar un padre, pero hay un reconocimiento que tiene que ser mutuo. Y lo mismo ocurre para con los hijos engendrados, también ellos deben ser adoptados en el sentido del reconocimiento de una filiación.

 

  • Deseo de adopción vs apetito de adopción.

Sugerir, como hace Eva Giberti, que los padres adoptivos tienen que tener un deseo de adopción, frente al apetito de adopción que conduciría al hijo a ser un objeto es de nuevo pensar en un sistema polarizado de oposiciones: los padres buenos tienen deseo de adopción, los malos padres tienen apetito de adopción. No compartimos esa polarización fácil de los padres adoptivos, no obstante, coincidimos con la autora que el egoísmo de los padres y el considerar al hijo como un objeto, puede malograr el desarrollo sano del hijo.

Nosotros pensamos, sin embargo, que los padres quieren tener hijos por múltiples razones, pensar que la razón principal es la consideración del hijo en su alteridad es no reconocer las determinaciones inconscientes del ser humano. En los proyectos de tener hijos están entre otras razones la prolongación en el tiempo, la negación de la finitud y la muerte, la esperanza de pervivir en otros, la realización proyectada de los deseos frustrados, el deseo de garantizarse los cuidados en la vejez, por no citar sino algunas de las más comunes. La alteridad del hijo parece más sensato considerarla como una meta de llegada, no como un principio de partida. De lo contrario estamos estableciendo niveles de exigencia a los padres adoptivos muy diferentes respecto del común de los padres.

Es la misma discusión que se planteó alrededor de tener un hijo deseado o no deseado, el problema no es ese, sino que clase de deseo es el que ponemos en él. A este propósito cabe recordar la tesis de Rodulfo, que rescata de Eric Laurent, de los lugares que puede venir a ocupar el niño en la fantasmática inconsciente familiar: el niño como falo, como síntoma o como fantasma de los padres. Volveremos sobre este asunto.

Giberti vuelve sobre el tema con una nueva polarización de oposiciones, el hijo adoptado como objeto que colma la falta frente al hijo reconocido, lo cual me parece que es una alternativa mal planteada, pues es una alternativa excluyente. Reconocerlo como hijo no es un hecho, es un proceso. Reconocerlo en su alteridad, en su “si mismo” es un ideal que debería funcionar como meta. En cuanto a obturar la falta, supongo que cualquier hijo tiene una función de compensación narcisista, lo que no se opone a que pueda ser reconocido como hijo, incluso más allá, como sujeto de deseo. Y esto nos parece posible porque pensamos que reconocimiento e identificación son dos polos que coexisten en el psiquismo del sujeto, no necesariamente excluyentes. La necesidad de identificación y el reconocimiento de la alteridad no se pueden pensar como alternativas excluyentes sino como espacios sobreinclusivos(6), es decir, existe una tensión interna entre las aspiraciones narcisistas del sujeto y la necesidad de reconocimiento de la alteridad del otro, este tema lo desarrolla con brillantez Jessica Benjamin, no podemos desarrollarlo aquí así que nos remitimos a su obra, especialmente al texto Sujetos iguales objetos de amor, en concreto al capítulo sobre Reconocimiento y destrucción.

 

  • Simbolización y duelos.

Escapando a esa costumbre occidental de polarizar el campo en torno a oposiciones binarias marcadas en términos morales, la clínica infantil fundada en Lacan –que no trató niños –, ha descrito el catálogo de lugares que puede venir a ocupar un niño, cualquier niño, adoptado o engendrado. Así el niño puede aparecer: como síntoma de los padres, como falo o como fantasma. El niño como síntoma, que enferma para mantener ilesa a la familia se convierte en el chivo expiatorio de los conflictos familiares ocultados, no abordados o renegados. En un contexto teórico diferente encontramos la tesis de Harold Searles(7), de que a menudo cuando nos encontramos con un joven psicótico tenemos que considerar la eventualidad de que exista un progenitor enloquecedor, que disfraza así su propia locura.

El niño como falo es el niño que recibe una investidura libidinal de los padres que le implica la necesidad de ser o lograr aquello que estos, los padres, proyectan en él. La investidura fálica permite la narcisización del infante pero implicará posteriormente la caída del niño magnifico y el duelo del falicismo perdido, vía complejo de Edipo.
Finalmente, el niño como fantasma viene a suplir una falta, una ausencia, no es deseado per se sino en el lugar de otro, por lo general un hermanito fallecido prematuramente o un aborto. Su destino es bastante complicado porque no puede ser sino aquello para lo que se le ha concebido, es como un niño órgano que vendría a suplir un órgano dañado.

Sea como sea, un problema fundamental que se les crea a los padres es el de simbolizar al hijo como diferente, como un ser nuevo y no una prolongación, un órgano o un objeto. Es decir, no importa cuántos parecidos o semejanzas se le encuentren, todas esas semejanzas se alojan en el interior de una diferencia. A eso lo denominamos el niño como metáfora. Frente a ello el hijo como metonimia, es decir, un hijo concebido como prolongación del cuerpo del otro, ya sea como órgano o como miembro fantasmático del cuerpo materno.

Cuando un niño es adoptado, los padres aceptan, adoptan cabría decir, toda una historia anterior a ellos, historia de la cual pueden tener o no datos o conocimientos transcritos por vía oral. A veces no saben nada de las circunstancias del nacimiento, de la institucionalización, de la vida anterior a la adopción. Se encuentran ahí frente a una circunstancia semejante a la del hijo, que se sumerge en una cultura que desconoce con un idioma también a menudo desconocido, colores, olores, alimentos, clima…

En el proceso de adopción un punto de partida que representa a menudo uno de los problemas más difíciles de resolver es el duelo de la maternidad biológica. Una mujer para adoptar tiene que encarar, con mejor o peor suerte, el duelo de la maternidad biológica. Sería un dato interesante a estudiar, el número de mujeres que quedan embarazadas tras iniciar los trámites para adoptar, o inmediatamente después de la adopción, habiendo realizado antes, en muchos casos, numerosos intentos. Parece como si, una vez desaparecida la angustia de la falta de hijos a través de la adopción, el obstáculo “biológico” desapareciera a su vez.

Los padres adoptivos, según Mirabent y Ricart(8), tienen que cumplir las mismas funciones que los padres biológicos y además un plus. ¿Cuál es ese plus? “Reparar los daños y secuelas… de toda la historia previa del niño”. Esta historia previa o prehistoria, presenta como dificultades principales a restañar, a reparar, la serie de abandonos, pérdidas o rupturas precoces que ha sufrido el niño, antes de encontrarlo. Tales son, al menos, las siguientes: 1. Abandono de los padres biológicos o progenitores; 2. De los cuidadores o padres de acogida; 3. De los compañeros/hermanos de familia u orfanato.

Ayudar al niño a reparar esos daños implica que los padres adoptivos se hagan cargo en primer lugar de que existe esa historia previa, la cual condiciona o al menos influye poderosamente en sus capacidades de desarrollo y de relación. Preferiríamos, en todo caso, hablar de simbolizar o de asimilar las pérdidas, mejor que reparar daños. Por qué, porque quizá sea demasiado omnipotente hablar de reparar un daño retroactivo que ocurrió en la prehistoria de la relación. Pero si se pueda plantear la creación ex novo, de una relación de confianza básica que le permita entregarse a la tarea de crecer, de conocer y aprehender el mundo humano.

Los niños en el orfanato tienen que aprender, casi siempre, a calmarse y consolarse solos, ellas le llaman a eso “conductas de autoconsuelo”, nos parece que aluden a lo mismo que un psicosomatólogo francés, Claude Smadja(9) denominaba “procesos autocalmantes”, tales como el balanceo o el “rocking”, procesos que les ayudan a afrontar en soledad las ansiedades y emociones. Son procesos que a menudo, asustan a los padres, pero que suelen desaparecer en cuanto los niños son tratados con afecto y ternura por unos adultos estables.

Muchos padres adoptivos, ante la angustia que les produce, niegan ese tiempo anterior y hacen como si el niño hubiera nacido con la adopción. Ello implica que hay una prehistoria orbitando en un exterior rechazado, pero que necesariamente se va a introducir a lo largo del tiempo. Y su entrada va a ser violenta y forzada si no ha habido una preparación anterior, si no ha habido una integración de esa parte de la historia como algo que le pertenece al niño. Obviamente el rechazo de esa parte conduce a muchos padres a ocultar el carácter adoptado del niño. La ocultación no consiste necesariamente en negar la adopción, el hecho no se oculta, sino que se enquista, es decir se aisla, como si no fuera adoptado, uno como los demás, exactamente igual que los demás. El argumento igualitario oculta la dificultad de integrar la historia de la adopción en la historia subjetiva del niño, en la construcción de su subjetividad.

Las autoras recalcan a propósito de los procesos que se dan con un niño adoptado, y que hablan de esa diferencia que no lo hace asimilable a cualquier otro, de la necesidad de permitirle al niño recuperar experiencias que le faltan, y que le permitirán sentir esa exclusividad, ese amor parental, esa seguridad que le proporcione la confianza básica, un sentimiento necesario para poder tolerar las posteriores frustraciones que el encuentro con el mundo va a suponer.

Esas excepciones, eso extraordinario que a un niño adoptado habría que permitirle convoca muchos fantasmas, por encima de todo me parece que la aparición de lo siniestro, el hecho de que ese niño se vuelva el extraño que lleva dentro, la fantasía de que se va a convertirse en un salvaje en un ser ingobernable, en el otro que en el fondo es y nunca ha dejado de ser, un ser extraño ingobernable para los padres. Sin embargo, para estas autoras es muy evidente que la necesidad del niño adoptado es, no tanto la de socializarse como la de vincularse, y esa vinculación con los padres implica necesariamente una cierta regresión. Los niños han tenido que madurar de modo precoz, han tenido que enfrentarse solos a muchos procesos angustiosos de manera que cuando encuentran un ambiente propicio que lo permita, parecen perder parte de las habilidades que dominaban antes. Muchos padres y profesionales se angustian por este motivo y en lugar de fomentarlo, en lugar de acompañar al niño en ese trabajo de reconstruirse y construirse, tratan de acotarlo mediante medidas de socialización – principalmente el ingreso rápido en la escuela o similar –, que lo que consiguen es confirmar al niño la soledad en la que se tiene que enfrentar a ciertos procesos.

A este propósito pienso mucho en una madre adoptiva que rechaza visceralmente todos los acercamientos de su segunda hija – tiene dos, adoptadas ambas –, que impliquen la infantilización de la relación, no se permite ese jugar a que la niña es más pequeña de lo que es. Cuando la niña la convoca a este tipo de encuentro, necesario en su construcción de u
na confianza básica y una subjetividad propia, la madre responde con una negativa feroz, con una ansiedad persecutoria: la niña es artera y taimada, no es una necesidad, es un intento de controlar al otro mediante argucias inadecuadas. Lo que ella quiere es que se haga madura, independiente y capaz y no soporta que se proponga en un encuentro dependiente e inmaduro, de su inmadurez no hay nada que hablar(10)!

Pero lo que nos interesa aquí es destacar ese plus de los padres adoptivos. Ese plus es necesario para afrontar las experiencias de reparación y asimilación de las carencias, pérdidas, rupturas, separaciones y abandonos sufridos.

Tanta pérdida mina la confianza básica o no permite que se instale, ergo se trata de restaurarla o engendrarla cuando no se ha dado. Esa confianza básica tiene que instalarse y de ella depende en gran medida la capacidad de aprendizaje y de relación del niño.

Queremos concluir esta presentación destacando la necesidad de abordar el proceso de la adopción siendo capaces de reconocer aquellos fantasmas, prejuicios, angustias y contradicciones que nos suscita. Creo que los psicoanalistas tenemos la posibilidad de intervenir positivamente en un proceso tan particular como la adopción, el cual conlleva un trabajo psíquico muy destacable, tanto por parte de los padres como del hijo. Ahora bien, para ello me parece que hay que desprenderse de algunos lastres que hasta ahora han llevado al psicoanálisis a defender posiciones conservadoras cuando no reaccionarias al respecto. El trabajo psicoanalítico en la adopción nos confronta con supuestos muy básicos de nuestra teoría: el origen del inconsciente, el desarrollo psicosexual, las funciones parentales, los límites de la biología, etc. Es por tanto un trabajo que conlleva la puesta a prueba de los pilares de la teoría.

 

Esteban Ferrandez Miralles.
Miembro Didacta del Centro Psicoanalítico de Madrid.

 

 


 

1- “Familias sin hijos:
¿?Formadas por un hombre y una mujer, dos hombres o dos mujeres sin vínculo
matrimonial.
¿?Formadas por un hombre y una mujer con vínculo matrimonial.
Familias con hijos:
¿?Familias monoparentales, formadas por padre o madre viudos, separados o divorciados
e hijos/as.
¿?Familias monoparentales formadas por mujeres que han emprendido la maternidad en
solitario, biológica o adoptiva.
¿? Familias monoparentales por padres que han emprendido la paternidad en solitario
mediante una madre de alquiler en el extranjero o adoptiva.
¿? Familias de hombre y mujer con vínculo matrimonial y sus hijos comunes.
¿? Familias de hombre y mujer sin vínculo matrimonial y sus hijos comunes.
¿? Familias reconstituidas de hombre y mujer, dos hombres o dos mujeres sin vínculo
matrimonial con hijos no comunes sino de relaciones anteriores, puede aportar hijos
uno/a o ambos convivientes.
¿? Familias reconstituidas con nuevo vínculo matrimonial de un hombre y una mujer con
hijos no comunes sino de relaciones anteriores, puede aportar hijos uno/a o ambos
convivientes.
¿? Familias de dos hombres con hijos adoptado por uno de ellos pero constante la pareja.
¿? Familias de dos hombres con hijos biológicos de uno de ellos, pero no de relaciones
anteriores sino por madre de alquiler en el extranjero.
¿? Familias de dos mujeres con hijos biológicos, de una de ellas o de ambas engendrados
constante la pareja o con hijos/as adoptados individualmente por una o ambas por
separado”.
Seminario del Consejo de la Juventud del Principado de Asturies. Nuevos modelos de familia,
Nuevas fórmulas en las Relaciones Cambios legislativos. Situación actual y repercusión en las nuevas formas de familia. Mónica Oltra Jarque.

 

2- Laplanche, J.: Nuevos fundamentos para el psicoanálisis. La seducción originaria. Amorrortu, Buenos Aires, 2001.

3- Bleichmar, S.: Clínica psicoanalítica y neogénesis. Amorrortu, Buenos Aires, 1999.

4- Sobre este asunto se extiende el autor a menudo, en sus comentarios a propósito de Joyce.

5- Muchos niños pasan del orfanato a la escuela, impidiéndoles así el pasaje por la construcción de una intimidad familiar, que como ha subrayado Rodulfo, es una de las experiencias básicas para la construcción de la subjetividad, la experiencia de intimidad con el otro.

6- El término se lo tomamos prestado a Ricardo Rodulfo, que a su vez lo hace de Sami Ali, y me parece de una importancia crucial, de hecho si no coexiste esa dialéctica me parece imposible pensar la propia función del analista.

7- Searles, H.: L’effort pour rendre l’autre fou. Gallimard. Paris, 2006.

8- Mirabent V, Ricart E (compiladoras). Adopción y Vínculo Familiar. Fundación Vidal i Barraquer. Barcelona, Paidós 2005.

9- Smadja, C.: La vie opératoire. Études psychanalytiques, Paris, PUF, 2001

10- A lo largo del trabajo aparece un recuerdo de la niña ¿real, ficticio? en el cual, unos individuos entran en casa y matan al padre, escena que la niña habría visto escondida. Como hablar entonces del pasado, como afrontar una historia semejante…