Adolescencia, hoy… y siempre
Pablo J. Juan Maestre1
RESUMEN:
Hablaré aquí de la adolescencia hoy. Tomaré para ello las características que de ella dio un autor que trabajo con niños y adolescentes toda su vida, Donald Winnicott. Me veré abocado después, a dejarme acompañar por Ricardo Rodulfo y los trabajos de la adolescencia que él propone como insoslayables para realizar el transito de la infancia a la adultez. Pasaré a señalar con Finkielkraut el fenómeno imaginario y especular que se produce en nuestra sociedades actuales, para acabar reivindicando la adolescencia, bien entendida, como un valor al que cualquier sociedad civilizada no debe renunciar.
1. LA ADOLESCENCIA HOY.
2. CARACTERISTICAS DE LA ADOLESCENCIA SEGÚN WINNICOTT.
3. TRABAJOS DE LA ADOLESCENCIA SEGÚN RODULFO.
4. ADOLESCENCIA Y ESPECULARIDAS SOCIAL: FINKIELKRAUT.
5. ADOLESCENCIA, SIEMPRE.
1. La adolescencia hoy:
Siempre se ha definido la adolescencia como una edad de transito entre la infancia y la adultez. En las sociedades y culturas estables, este etapa se definía claramente en un momento y se marcaba con un rito. John Boorman en su película “La selva esmeralda” lo narra con solvencia, mostrando como una simple ceremonia de inmersión en las aguas de un río, hacía morir al niño y dejaba nacer al hombre, que en este segundo nacimiento recibía un nombre nuevo y era apartado de las mujeres y las madres.
Conforme las sociedades fueron avanzando y convirtiéndose en culturas menos estables, los ritos fueron desapareciendo o haciéndose más extensos, el servicio militar parece en la nuestra el último vestigio de aquellos rituales de transito y, en la actualidad, la adolescencia se extiende, cabe decir, desde más allá de la pubertad, dado que vemos fenómenos adolescentes en chicos cada vez más jóvenes, hasta mas allá de la juventud, debido a la inestabilidad social, laboral y familiar, en la que nos hayamos inmersos.
La adolescencia es pues un segundo nacimiento, que en nuestras sociedades actuales no tiene bien definido el momento del parto. Aquella efímera adolescencia de antaño se extiende hoy hasta no se sabe donde.De un momento efímero y claro en el tiempo, hemos pasado a un tiempo inespecífico y a una mutación, ambos caracteres parecen ser los que acompañan hoy a dicho periodo.
2. Características de la adolescencia según Winnicott:
Para definir cuales son las características de la adolescencia me basaré primero en un autor que trabajó con adolescentes durante toda su vida, Donald Winnicott. Vayamos primero con él a definir las características de esa adolescencia.
Primera: El adolescente tiene un “desaliento malhumorado” que no hay que intentar cambiar, dice él. Su negativa a sentir aliento y su malhumor tiñen sus primeros pasos y es esta característica la que nos pone sobre aviso de lo que vendrá.
El adolescente necesita negarse y negar el mundo, negarse porque no está contento con lo que es; el adolescente, desnudo de su traje infantil, no acepta sus nuevas formas frágiles y en proceso de transformación, se niega a sí mismo y niega al mundo también, porque el mundo que él conoce es el mundo de la infancia, de ahí viene, y el mundo que ante él se abre es un mundo que aún no es el suyo, el NO es entonces su mejor respuesta.
¿Se acuerdan de los niños pequeños que cuando comienzan a tener cierta autonomía y antes de poder llegar a decir yo dicen a todo no? Esa es su manera de diferenciarse del mundo que les invade, y de proponer una solución diferente a la de todos los demás. Luego aparecerá el yo y podrá nombrarse: yo quiero esto o no quiero lo otro, y ya no precisará tanto del NO como pantalla, frente a la que el mundo se estrelle, para defender su singularidad. Pues bien, del mismo modo el adolescente que aún no puede decir: este soy yo adolescente, nos mostrará antes su desaliento malhumorado, hasta que pueda empezar a decir algo de lo que él quiere y es.
Este es una de las principales características del adolescente, un desaliento malhumorado que encubre y protege un verdadero yo, aún por venir, y que al igual que el falso self protege a verdadero, pero podríamos decir que ese “no” defiende, en definitiva a un yo, débil aún, frente al mundo exterior.
En segundo lugar, y emparentado con lo anterior, la segunda característica de la adolescencia que Winnicott señala, es una “feroz intolerancia a las soluciones falsas”.
No le vale cualquier cosa, él desea la solución verdadera, esa que es auténtica, que aún no conoce pero defiende, no aceptando ninguna negociación ni transacción; él quiere la verdad y esta es la mejor defensa frente a la invasión de falsos self, de la que se ve y cree rodeado.
Sentirse reales y veraces, tolerando incluso el no sentir absolutamente nada si fuera preciso, es para ellos muy importante y es parte de esa solución verdadera que persiguen. Sentir que su existencia, tan trastocada por los enormes cambios físicos y psíquicos, es real toma para ellos un lugar primario e importante.
Hacerse los duros, aparentar que no sienten nada, es una paradoja que les acompaña en esta búsqueda de la solución verdadera. Yo de verdad no siento dolor, ni pena, ni compasión, ni alegría dado el caso, porque percibo y temo esas emociones que creo me llevarán de vuelta por la vía de los sentimientos a mi infancia. Y no tolerando las falsas soluciones erige en su entorno una imagen falsa de si mismo como insensible y duro, como cree que son los adultos extrafamiliares que le rodean.
Pero esa otra parte, esa de su amor por la verdad es, a la vez que una espina que no se nos deja de clavar, un tesoro y una acicate para todos nosotros. Porque nosotros aprendimos a transar, a negociar, a renunciar a nuestros absolutos. Pero él no lo acepta, aún no renuncia, y en su tozuda defensa nos aguijonea para que nosotros no acabemos renunciando del todo.
La tercera característica se anuncia ya: “moralidad feroz”. Nadie está libre de su juicio moral elevado, y menos que nadie todos los que le rodeamos. Los valores supremos son la verdad, la amistad, la autenticidad, el bien, y el rechazo por tanto, de lo socialmente establecido.
Se genera en ellos la necesidad de aguijonear una y otra ve a la sociedad, para poner en evidencia su antagonismo, su diferencia y su mayor altura moral. Ellos no mentirán, no transarán, no engañarán, harán de este un mundo mejor del que hicieron sus mayores. Criticarán lo que heredaron y lo mejorarán; y lo mejoran ya con su actitud moralmente feroz, dado que nos ponen frente al espejo de nuestras contradicciones y nos hacen ser conscientes de ellas.
En parte llevan razón, es cierto. Ellos nos señalan todas las cosas que como padres y como sociedad, no supimos resolver. Meterán los dedos en la llaga abierta y hurgarán en ella sin piedad. Por eso decimos que los adolescentes nos ponen a prueba, porque ponen a prueba lo que no fuimos capaces de hacer, en lo social y en lo personal; atinan en nuestros complejos, en nuestras zonas en sombras, en nuestros problemas irresueltos.
Winnicott no tuvo hijos, pero fue el encargado de hacerse cargo y de pensar a todos esos niños y jóvenes que eran apartados de las ciudades de su Inglaterra natal, que, para ser protegidos de las bombas que caían en la guerra, fueron separados de sus familias y llevados a vivir al campo, con la de problemas que eso de ser separado da.
Winnicott tuvo que crear teorías que le permitieran entender a todos esos niños y jóvenes que no oían las bombas pero mostraban, con la exacerbación de sus conflictos, lo difícil que es crecer en este mundo de adultos separado de sus adultos más próximos.
¿Y no es esta justamente la problemática adolescente?.
3. Trabajos de la adolescencia según Rodulfo:
Intentar crecer separándose de los adultos de la familia que hasta ahora le han protegido y dado un lugar, pero un lugar infantil del que ellos tiene que desalojarse para ocupar un lugar en el mundo exterior. La adolescencia es el tiempo en el que uno pasa de un lugar familiar a otro lugar más amplio y extrafamiliar. Estoy recordando ahora con esto uno de los trabajos que Ricardo Rodulfo define como uno de los pilares fundamentales del tránsito adolescente: ese pasaje de lo familiar a lo extrafamiliar.
Seguiré por esta senda y con Rodulfo les nombraré dos trabajos más que, según él, los adolescentes tiene que hacer.
Trabajo es una palabra muy querida para nosotros los psicoanalistas. Recuerden como Freud usó esa palabra para definir cosas tan dispares como el trabajo del sueño, el trabajo del duelo, el trabajo de elaboración, el trabajo. El trabajo, los trabajos son necesarios en la adolescencia; el trabajo, un trabajo personal e íntimo para convertirse en adulto responsable.
Trabajo psíquico, ese que nosotros pensamos que sigue siendo imprescindible realizar, si es que queremos resolver nuestros duelos, soñar nuestros sueños o elaborar nuestras cosas, del mismo modo que Hércules tuvo que hacer los suyos para merecer… o Ulises para retornar a su hogar1.
Trabajo como exigencia que permita nombrar como adolescentes a aquellos que se encuentren desarrollándolos, y no a todo el que por edad parezca ser adolescente, para serlo es preciso trabajar en ello… como en un psicoanálisis, en el que no es suficiente estar en el diván, hay que trabajárselo también.
El trabajo de pasar de lo familiar a lo extrafamiliar, ese tránsito es un tránsito difícil y no es raro que provoque vértigos en el adolescente. De ahí que para realizarlo decida hacerlo con compañeros de viaje, sus iguales.
Ahora bien, dado que el adolescente se siente solo y con vértigo con respecto a su salida del medio familiar al ancho mundo, no es de extrañar que busque mimetizarse con sus iguales para pasar inadvertido en la acción y en su temor de la misma. De esto se desprende que las vestimentas, la música, los gestos, los modismos lingüísticos sean para él como muletas que le permiten, por un lado, separarse de sus figuras familiares, pero por otro lado protegerse de la soledad y del frío que impera en el ancho mundo exterior. Los adolescentes forman grupos pero éstos son, en su mayoría, de naturaleza mimética, y queriendo encontrar su propia identidad e individualidad, pasan por periodos de uniformidad común que recuerdan a las tropas de asalto, en las que el individuo cuenta bien poco. Produciéndose entonces una paradoja, dado que buscando su ser individual extrafamiliar, pasan por este periodo de tremenda uniformidad con sus iguales.
A este mismo lugar de temor a la soledad viene también a sumarse, aunque de modo muy distinto, la figura del amigo, de otro modo porque éste permite que el adolescente no se quede mimetizado con su grupo de pares, sin pensamiento ni decisión. El amigo es ese que viene a ocupar en estos momentos el lugar de un doble.
El doble es una figura muy querida por Freud y del que dio lugar a tipos distintos en sus escritos, según el momento en que fueran apareciendo: el doble como imagen especular, como sombra y como espíritu o alma.
Pues bien, ese lugar ocupa el amigo, como doble especular, pero también como sombra, como el anunciador de lo desconocido de uno y como alma también en el sentido de ser lo que uno sabe de si más genuino. Ese amigo que no siendo familiar se convierte en una figura intermedia entre lo familiar y lo extrafamiliar, y ayuda a desarrollar el tránsito de un modo más personalizado que el grupo mimético aquel. El amigo ayuda a realizar ese tránsito, proponiéndose como objeto transicional, podríamos decir.
Porque salir de la familia no es fácil, grupo y amigo viene a colocarse como coadyudantes, como han visto a niveles diferentes, para realizar ese tránsito.
Pero, cuidado, que el adolescente se centre en su grupo de iguales y en sus amigos no quiere decir que los padres dejen de tener importancia en este periodo. He escuchado a padres renunciar a la proximidad con sus hijos por sus formas extrafalarias, para ellos, de vestirse, hablar, moverse y sentir; por la música estridente que escuchan o por la ideas extremistas que manejan. Ya no le reconocen como su hijo y viven un extrañamiento del que el adolescente se siente feliz, porque cree que con él está consiguiendo ese pasaje al mundo extrafamiliar, nada más lejos de la realidad, quedarse en los grupos miméticos solo provocará en él una caída en una nueva familia, le podemos llamar así si quieren, que será para él tan paralizante como la familia de origen, si no traspasa ese momento.
Cuidado decía, no debe extrañarnos que él crea que extrañarse de nosotros es suficiente, ni debe dar lugar a dejar al joven adolescente en manos de sus miméticos iguales, los padres siguen teniendo un lugar y una función en la adolescencia, aunque más no sea la de funcionar como susurradores de aquello que no está acabado y queda por hacer. Al igual que aquellos que acompañaban al emperador romano victorioso diciéndole al oido “recuerda que eres mortal”.
El adolescente necesita desafiar al medio, pero ello tiene que ocurrir en un medio, al decir de Winnicott, en el que se atienda su dependencia, y es importante que ellos puedan confiar en que recibirán tal atención por difícil que esta sea. Del mismo modo que precisan de alguien que les enfrente para no caer en el vacío. Oponerse es contener decía Winnicott. En un juego de manos paradojal, tan de su gusto, Winnicott transformaba la oposición en contención, recordándonos que poner límites calma y acompaña, aunque estos no sean respetados al pie de la letra.
Y es que es difícil ayudar a alguien que no solo no pide ayuda, sino que la desprecia y niega, negando su dependencia, pero necesitando a la vez confiar en que la recibirá. Qué paradoja de nuevo. Podríamos decir que la adolescencia se caracteriza por ser una edad de terribles paradojas.
La operación maestra adolescente es que lo familiar devenga extraño. Cuantas veces no escuchamos eso mismo en boca de los adolescentes y también en la de sus padres que, sumidos en ese maelstrom, en ese torbellino que la adolescencia provoca, dicen no reconocerse ya en lo que hacen unos y otros, es como si no solo el adolescente se convirtiera en extraño para su familia, sino que también sacase a la luz lo más extraño, lo más inconsciente de la familia misma.
Dejo aquí y retomo un segundo trabajo de la adolescencia que Rodulfo propone.
Se trata de la transformación del yo ideal en ideal del yo. A este punto importante dedica Ricardo Rodulfo un amplio espacio en su libro El niño y el significante. Este pasaje, esta transformación tiene que ver con todo lo que hace a los duelos por la infancia, al duelo por el niño ideal que fuimos.
Está ligado a una predominancia del ideal en tanto horizonte abierto de lo que se quiere llegar a ser en contraposición a un yo ideal infantil que se debe abandonar.
Ese yo ideal de la infancia, esa imagen grandiosa de nosotros mismos es también la imagen que la familia se hace de sus vástagos y descendientes, ellos, nosotros, los adultos, esperamos de los que vienen lo mejor y les trasladamos las tareas pendientes que no pudimos ejecutar, él será lo que yo no fui, el conseguirá lo que yo no llegué a conseguir, él triunfará y llevará adelante la bandera de los ideales familiares. Él cargará ,al decir de Rodulfo, con los significantes del superyo familiar. Pero, como señala este autor, todo yo ideal no transformable, todos los ideales coagulados, llegados a la adolescencia devienen automáticamente significantes del superyo. Significantes del mito familiar. Y establecidos entonces directamente en el cuerpo del adolescente no es de extrañar que él luche por desprenderse de estos significantes míticos e intente colocar los de su generación al mismo nivel. Se me encarga una tarea que me sobrepasa, yo no tengo por qué cumplir con los sueños/exigencias superyoicas de esta familia, y para luchar contra ello me acogeré a los ideales de mi generación y haré bandera de ellos, mientras no pueda encontrar mi propio camino, ese que me permita dejar detrás al yo ideal de mi infancia junto a las exigencias de mi familia y encontrar cuales son mis ideales sentidos y pensados como horizonte propio para mi existencia. Evidentemente los psicoanalistas sabemos que del superyo no se puede escapar, pero sí se puede transformar, trocándolo en parte en un ideal del yo benevolente y alentador.
Otro trabajo, decisivo dice Rodulfo, es el pasaje del jugar al trabajar. Entendiendo por ello no que el jugar sea abandonado por el trabajo, sino todo lo contrario.
Dice el autor “si algo de las raíces del jugar, raíces que están en juego en el jugar, no pasa inconscientemente al trabajo; si no hay articulación inconsciente donde el trabajar herede lo lúdico, retransformándolo, el trabajar y el jugar se disyuntan, el jugar queda entonces confinado – a lo sumo -, en la categoría de ensueño diurno improductivo, y todo el campo del trabajo en el futuro se expone a ser pura adaptación, a quedar preso en una demanda social, en una demanda alienante y no en ser algo donde se juegue la realización deseante de una subjetividad”.
Que exista articulación le parece entonces por ello decisivo, también a nosotros. Allí donde calla el deseo, donde se acaba el jugar, el sujeto está perdido.
4. Adolescencia y especularidad social.
Podemos decir, por último, que adolescencia y juventud se han vuelto indistinguibles y llegados a este punto conviene señalar, como ambos se han trocado ideales de una sociedad y en una sociedad, que se niega a crecer y que cual Peter Pan pretende mantenerse joven, ¿adolescente?, por siempre.
Este fenómeno, fue ya señalado por Alain Finkielkraut en “La derrota del pensamiento” (1987), libro que precede a nuestra actual sociedad de consumo y digitalización y la anuncia. Finkielkraut se apoya en la palabras del cineasta Federico Fellini que dijo así:
“Yo me pregunto que ha podido ocurrir en un momento determinado , qué especie de maleficio ha podido caer sobre nuestra generación para que, repentinamente, hayamos comenzado a mirar a los jóvenes como a los mensajeros de no sé qué verdad absoluta.
Los jóvenes, los jóvenes, los jóvenes… ¡Ni que acabaran de llegar en sus naves espaciales! (…) Solo un delirio colectivo puede habernos hecho considerar como maestros depositarios de todas las verdades a chicos de quince años” ( Fellini por Fellini ; Calmann-Lévy, 1984).
Y añade Finkielkraut: “Los valores de la juventud, el estilo de vida adolescente parecen ahora mostrar el camino a toda la sociedad. Lo que era rebeldía se ha convertido en norma y ahora todo es joven. Se ha levantado la veda de la caza del envejecimiento.”2
En una palabra, ya no son los adolescentes los que, para escapar del mundo, se refugian en su identidad colectiva; (es hoy) el mundo es el que corre alocadamente tras la adolescencia”
Ellos nos miran a nosotros buscando modelos, aunque solo fuera modelos a los que no imitar, y nos descubren arrobados mirándoles con admiración, es como si el juego de espejos se hubiera colocado frente a frente y la imagen se reprodujera hasta el infinito.
A quién, a dónde mirarán ellos, si cuando nos miran nosotros repetimos su gesto especularmente mirándolos con admiración. Si ellos son nuestro espejo, qué espejo tendrán ellos. No es de extrañar entonces que la salida de este juego imaginario sea cada vez más complicada de encontrar.
Tenemos que pensar que el adolescente comparte con nosotros un deseo de creación intenso e inmenso y que una de las características de la adolescencia, de las características positivas de ella, quizás sea esta.
Quedémonos con su lección y no intentemos imitarles. Haga como yo, le dijo Lacan a sus lectores, “hagan como yo, no me imiten”. Esto mismo deberíamos decirnos como sociedad “hagamos como ellos, busquemos lo auténtico en nosotros, enfoquemos nuestras fuerzas a construir algo mejor, no a querer usurpar el lugar a los adolescentes.
5. Adolescencia, siempre:
No debo acabar esta comunicación sin justificar un poco más el título de la misma: adolescencia, hoy… y siempre.
La adolescencia hoy creo que la hemos visitado, el siempre se pude desprender de las cosas que he ido comentando hasta ahora.
En primer lugar el que la adolescencia exista, es ya por sí mismo una clara muestra de que las sociedades avanzan. Antes no había necesidad de que hubiera adolescencia porque no había cambios, un cazador o un panadero sabía que acabaría en el oficio de su padre, nada cambiaba. Hoy día la adolescencia apunta a la posibilidad de crear ciudadanos más subjetivados, que atravesando el proceso adolescente encuentren un camino más personal. Primera razón entonces para ese “y siempre”.
Segunda razón: los adolescentes mismos acicatean a la sociedad y la hacen evolucionar. Ellos mueven literalmente el mundo. Y no solo el ancho mundo sino también el estrecho mundo familiar y personal, porque con su feroz moralidad, su malhumor e intolerancia a las falsas soluciones, nos acicatean a nosotros a cambiar las cosas en nuestras familias y en nuestras personas. Si para ellos la adolescencia es la segunda oportunidad de resolver el camino edípico, para nosotros es una de las últimas oportunidades de encarar e intentar resolver viejos hábitos iatrogénicos y de sacar lo más autentico de nosotros. Bienvenidos entonces ellos que nos obligan a mirar y a cambiar también a nosotros.
Son estas dos poderosas razones por las que desear que la adolescencia no desaparezca. Es más, llegado el caso deberíamos honrar su presencia como un don que la cultura humana se ha legado a sí misma para transportarnos a un futuro mejor, pero no lo olviden, hagamos como ellos en lo bueno, no les imitemos.
¿Y para nosotros los analistas? Quizás de eso se trate también entre nosotros, de mantener vivo lo mejor de todas las edades y tiempos, y componer con ellas lo mejor de nuestro ser de analistas: el juego de la infancia, la supuesta inocencia y curiosidad de la edad escolar, el amor por la verdad de la adolescencia, su espíritu crítico, su deseo de un mundo mejor en el que sea posible, no solamente, tener una ley para todos sino espacio para que en la ley quepamos todos y por último, asumir una cierta sabiduría de la adultez que nos muestra que la mejor lección es siempre aquella que no se da.
Muchas gracias.
Bibliografia:
Finkielkraut, Alain. La derrota del pensamiento. Editorial Anagrama.1987.
Rodulfo, Ricardo. El niño y el significante. Editorial Paidos. 1989.
Winnicott, Donald. Obras completas. Edición en internet.
(1). Psicoanalista del CPM.
email: pjjuanm@gmail.com