Las prácticas del psicoanálisis*

01 octubre 2024 | Artículo del mes

Por Rómulo Aguillaume

*Versión en español del artículo que será publicado en breve en inglés en la revista International Forum of Psychoanalysis.

Introducción.

La aparente gran cantidad de modelos teóricos y prácticas que el psicoanálisis presenta (Langs, R. 1998) nos hizo, hace tiempo, tratar de encontrar, si no el fundamento común, suficientemente estudiado, al menos las diferencias significativas que nos permitieran salir de lo que se ha dado en llamar el Babel psicoanalítico. Si, en su día, fue difícil marcar una frontera teórica entre los dos modelos psicoanalíticos (Aguillaume, R. 2016) posibles, hoy hacer lo mismo con la práctica se nos antoja igualmente complicado.

De alguna manera las dicotomías que la filosofía arrastra desde sus albores entre racionalismo y empirismo y, entre naturaleza y cultura nos hizo plantearnos en cómo se refleja esta problemática epistemológica dentro del psicoanálisis. Y pensamos que, en definitiva, esta diferencia se expresa en un psicoanálisis de la causalidad y un psicoanálisis de la comprensión.

Pero, sea cual sea el modelo teórico que tengamos, la fijación, ya sea como expresión del síntoma o expresión del carácter se nos impondrá desde los comienzos de cualquier tratamiento. Un tratamiento comienza cuando la fijación aparece en su dimensión repetitiva (Aguillaume, R. 2018).

Es decir, que sea desde la comprensión o desde la explicación, la fijación se convierte en el problema central de la práctica. Igualmente, fijación y repetición aparecen como dos referentes distintos lo cual se manifiesta en las prácticas psicoanalíticas, al igual que el eterno problema de la sugestión y la transferencia, aspectos todos ellos que me permito recrear en busca de esa pretendida realidad de los dos psicoanálisis.

Los Sujetos.

Como he dicho, los dos psicoanálisis de los que hablo se diferenciarán, en el mejor de los casos, por el manejo que se haga de las cuatro variables presentes en cualquier tratamiento: fijación-repetición, transferencia-contratransferencia, sugestión-seducción e interpretación-construcción. Y estas variables caen sobre un sujeto, el sujeto del psicoanálisis, . Un sujeto atrapado en la conflictiva pulsional, un sujeto alienado en una relación de objeto inmanejable o un sujeto navegando por un mar imaginario y donde el orden simbólico es una presencia a ignorar. Tres referencias teóricas de sobra conocidas. Un sujeto, el del psicoanálisis difícil de delimitar pero inmerso en dimensiones causales heterogéneas y que podemos concretar en: una causalidad socio-cultural, una causalidad biológica y una causalidad psíquica. Para nosotros, abusivamente, tres sujetos distintos, interrelacionados, pero con características diferenciadoras notables. Podríamos decir, tres subjetividades distintas.

Hoy, el concepto de subjetividad está omnipresente en el campo psicoanalítico y, por tanto el salto a un casi concepto, la construcción de la subjetividad se ha hecho inevitable. ¿Qué es eso de la construcción de la subjetividad de la que tanto se habla? Creemos que es un referente que pretende dar cuenta de un sujeto unificado en torno a esas tres dimensiones: el sujeto que surgiría sería una amalgama de esos tres sujetos o tres causalidades: social, biológica y psíquica.
El resultado de todo ello nos llevaría a cambiar el sujeto de observación que pretende el psicoanálisis: pasaríamos del sujeto psíquico, al sujeto social o al sujeto biológico. Cuando predomina el sujeto social, que, para algunos, es casi siempre, nos encontramos de lleno en la dimensión sociológica. Y el sujeto social nos permite descubrir, con la ayuda de la jerga política, una convulsión que refleja los cambios sociales, pero, creemos, dejan fuera al sujeto psíquico.

«Diferenciar entre condiciones de producción de subjetividad y condiciones de constitución psíquica puede definirse en los siguientes términos: la constitución del psiquismo está dada por variables cuya permanencia trascienden ciertos modelos sociales e históricos,(…). La producción de subjetividad, por su parte, incluye todos aquellos aspectos que hacen a la construcción social del sujeto, en términos de producción y reproducción ideológica y de articulación con las variables sociales que lo inscriben en un tiempo y espacio particulares desde el punto de vista de la historia
política»
. (Bleichmar,S. 1999)

Creo que esta cita de Silvia Bleichmar es suficientemente clara para mostrar la necesidad de diferenciar al sujeto psíquico de ese otro sujeto que se define por la subjetividad.

Y el otro sujeto, el de la biología, pertenece en exclusiva al campo de la neurociencia.
La neurociencia está muy comprometida con localizar de forma más compleja que en el siglo XIX-XX- la actividad cerebral que corresponda a cualquier actividad psíquica. De forma algo irrespetuosa diríamos que es tanto como pretender explicar a Velázquez analizando los pigmentos que usaba en sus pinturas. El sujeto biológico no parece que se pueda confundir con el sujeto psíquico. El libro de Eric Kandel, La era del Inconsciente, (Kandel, E. 2016) es un buen ejemplo de un intento, en mi opinión fallido, de armonizar dichos sujetos.

En cuanto al sujeto social su delimitación es más compleja, sobre todo desde que Freud continuara con la vieja tradición de asimilar la psicología individual a la psicología social, tal y como se pronuncia en Psicología de las masas y análisis del Yo. (Freud, S. 1921)

En cualquier caso, existe la tentación de presentar al sujeto actual distinto del sujeto de la época de Freud. Parece que el sujeto actual, el sujeto de la posmodernidad es distinto al sujeto de la modernidad y el psicoanálisis surgió en la modernidad y de ahí la crisis del psicoanálisis. El sujeto de Freud era el sujeto de la modernidad. El sujeto actual es el de la posmodernidad.

Así pues, especificidad del sujeto psíquico pero, también, especificidad del sujeto psicoanalítico, sin olvidar la presencia de lo social. Pero lo social, ¿es un contexto o un escenario? Por mucho que cambie el escenario la obra representada sigue siendo la misma.

Las prácticas

Por tanto, apartémonos de la ciencia y de la sociopolítica, tan querida por algunos psicoanalistas y dejémosles junto a los epistemólogos continuar dilucidando el lugar que otorgan al psicoanálisis. Nosotros desde una posición aparentemente más humilde continuaremos preguntándonos y profundizando al menos en tres temas: qué de la fijación y qué de la interpretación que la moviliza y qué del proceso en que se desarrolla. Aspectos de la práctica que ponen a prueba la teoría.

A nuestras consultas, por lo menos a la mía, los pacientes vienen con un sufrimiento, con un relato y con una fantasía de lo que es un tratamiento psi.

Digo que vienen con un sufrimiento, no con un síntoma. El orden del síntoma no es el orden del sufrimiento. El sufrimiento está, el síntoma se construye. Simplificando: el sufrimiento de base, se circunscribe a angustia o depresión; angustia ante la ausencia de sentido; depresión por ausencia del objeto sostenedor. El relato acaba en torno al mundo familiar, el familiarismo tan criticado por Deleuze y Guattari, (Deleuze y Guattari,1974) tan deseosos, quizás de un sujeto más social. Lo que es el tratamiento empieza, en el mejor de los casos, con una pregunta y en otros casos, con cierta perplejidad.

Del sufrimiento se habló poco y se despachó con dos ideas: una que en el tratamiento tiene que estar presente y dos que el cambio psíquico conlleva su solución o, al menos, el paso del sufrimiento psíquico a un sufrimiento común y corriente. Nunca estuvo muy clara la diferencia. En cualquier caso, el sufrimiento sigue estando en el centro del tratamiento. ¿Cuál es la diferencia entre sufrimiento psíquico y sufrimiento común y corriente? Hay que diferenciarlos, pues el sufrimiento convoca al psicoanálisis en su dimensión terapéutica, pero a un sufrimiento específico, no a cualquier sufrimiento. Al sufrimiento del sujeto psíquico, distinto del sufrimiento físico o del sufrimiento social.

Las prácticas del psicoanálisis pasan, en primer lugar por el sujeto que hemos delimitado y en segundo lugar por el encuadre en que se realiza, que, a su vez viene determinado por el modelo teórico en que se sustenta y la concepción de cura que preconiza. Tres referentes suficientemente complejos que nos obligan a diferenciar en lo posible dicha práctica pero que nos devuelven a la pregunta permanente.

“¿Quién es el analista? ¿El que interpreta aprovechando la transferencia? ¿El que la analiza como resistencia? ¿O el que impone su idea de la realidad? (Lacan, J.( 1985))

El encuadre físico marca todavía, para algunos, la diferencia entre psicoanálisis y psicoterapia. Parecería que el psicoanálisis se apoya en la transferencia y la psicoterapia en la sugestión, así, un psicoanálisis en la transferencia y una psicoterapia en la sugestión.

Pero más allá de la complejidad teórica con que se presentan ciertos modelos su práctica no les exime de esta dicotomía, cuánto de sugestión y cuánto de transferencia.

Sugestión, Seducción, Transferencia.

Así, deberíamos plantearnos si hay tratamientos que organizan un proceso fundamentado en la sugestión y otros fundamentados en la transferencia, más allá de un encuadre convencional o no. Quizás el problema de la contratransferencia —porque la contratransferencia sigue siendo un problema— nos permita ver en su manejo cuánto de seducción y cuánto de transferencia. El manejo de la contratransferencia nos permite, al parecer, controlar nuestra posición seductora. En cualquier caso la confesión de nuestra contra-transferencia no evita sus efectos seductores.

Dos problemas se nos imponen desde el principio: ¿por qué la sugestión es tan inadecuada para el tratamiento? Y dos, si es así, ¿cómo evitar sus efectos? En cualquier caso recordemos que toda la crítica a la sugestión se refiere a la sugestión directa y no al fenómeno en sí que sabemos es primordial e irreductible. Podríamos decir una sugestión directa, burda y una seducción indirecta sutil e inevitable.

El primer interrogante lo responderíamos rápidamente: la sugestión directa no es adecuada porque un tratamiento exitoso fundamentado en ella desaparece cuando desaparece el analista. Afirmación de Freud aceptada sin más corroboración. En esto parece que hay unanimidad: nadie quiere ser seductor. La segunda pregunta sobre la contratransferencia: en principio habría que destruirla, y de ahí el análisis didáctico. En los años 40, Paula Heiman (Heiman, P. 1950) descubre su valor diagnóstico y terapéutico. Desde entonces el concepto no ha dejado de crecer: desde los que mantienen la actitud freudiana de destrucción total a los que consideran que, incluso la participación por parte del paciente de la contratransferencia del analista es una opción adecuada. Pasando naturalmente por la concepción lacaniana, muy freudiana en el fondo, de considerar la contratransferencia como la suma de las patologías y de las insuficiencias del terapeuta.

Así, el campo del psicoanálisis construyó un concepto que todavía nos interroga: el de fijación, referente último de toda interpretación: desalojar la fijación fue, en sus orígenes la tarea interpretativa. Hay una pirueta teórica que nos permite superar este inconveniente: no hay que disolver la fijación, hay que colocarse como sujetos en otra posición.

Las tres dimensiones que podemos encontrar en la fijación : el momento de su constitución, su permanencia en el tiempo y lo imposible de su destitución, marcan los distintos acercamientos terapéuticos.

La fijación empezó siendo el referente del trauma, para después convertirse en una característica estructural, que daría cuenta del carácter y de una compulsión repetitiva que introduce el instinto de muerte.

La permanencia en el tiempo, como característica neurótica o caracterial, y desde aquí, la imposibilidad de su destitución, que abre el campo al capítulo de las resistencias.

Freud mantuvo a lo largo de su obra dos posiciones no excluyentes en su concepción del síntoma: en su dimensión de sentido y en su dimensión de placer libidinal. Nuevamente dos modelos que darán cuenta de aspectos básicos de esos dos psicoanálisis. Fuerza y sentido de que nos habla Paul Ricoeur (Ricoeur, P. 1999). En el principio el esfuerzo terapéutico es interpretativo, mientras que más tarde la dimensión económica del placer, toma su importancia. O del goce en su expresión más compleja. En cualquier caso la articulación entre sentido y goce van a apuntar a un real donde se encuentra la fijación que se expresa en el síntoma que, en Freud tiene una dimensión de sentido, esto es simbólico y en Lacan igualmente, pero expresado en su dimensión significante.

El considerar el síntoma como ligado al goce o como ligado al sentido olvida la otra dimensión, la del síntoma ligado al acontecimiento. Podríamos decir por tanto, que la fijación, cara oculta del síntoma se presenta en sus tres dimensiones, ligada a lo pulsional a través del goce, al significado a través del fantasma y a lo real a través del acontecimiento inalcanzable, pero que no por inalcanzable, por imposible, es inexistente.

En cualquier caso, primero fue descubrir el acontecimiento y después interpretarlo adecuadamente. Acontecimiento que no hace referencia, únicamente, a la realidad de un hecho. La realidad psíquica tiene el mismo valor.

El campo psicoanalítico ha quedado marcado por esos dos referentes: descubrir e interpretar: un psicoanálisis desde lo empírico y/o un psicoanálisis desde la hermenéutica, entendiendo por la hermenéutica del psicoanálisis la que describe Laplanche como hermenéutica fundadora:

la situación originaria de alguien que tiene que interpretar, que tiene que dar sentido a «lo que le pasa» (…) En lugar de invocar una supuesta actividad hermenéutica del analista, hay que decir, pues: el primer hermeneuta, el hermeneuta originario, es el ser humano. Lo que él tiene que traducir son mensajes, mientras que la pregunta es: ¿Qué me pasa? ¿Cómo dominarlo apropiándomelo mediante una traducción? (Laplanche, J. 2001)

Quizás esta sea la primera pregunta, ¿qué me pasa? Y no ¿ché vuoi?, ¿qué quiere?.
Una primera época, la del narcisismo, en torno al cuerpo y una segunda época, la de Edipo, en torno al deseo.

La fijación pronto dejó paso a la compulsión a la repetición, concepto que tuvo mayor éxito en su desarrollo, recordemos que Freud cambió su modelo teórico gracias al instinto de muerte, fundamento de la repetición.

Se abandonó el campo del acontecimiento por el campo de la interpretación más fructífero desde el punto de vista heurístico. La fijación tiene que ver con el descubrimiento accesible, también, desde la construcción, la compulsión repetitiva con la interpretación. El Tally argument de Grümbaum apuesta por el acontecimiento en su dimensión real y considera, precipitadamente, que esa fue la posición de Freud. (Grümbaun, A. 1984)

Proceso, Sugestión.

¿Cómo entender la fijación desde esta nueva posición? ¿Qué es lo que quedó fijado? La fijación expresa la insistencia del significante, o la incapacidad elaborativa del psiquismo. Levantar la fijación sería esa función elaborativa que, para algunos se centra en la problemática de la identificación-desidentificación. O la fijación se moviliza desde la experiencia de la técnica activa de Ferenzci y que algunos críticos de Lacan también ven en su concepción del acto analítico. En cualquier caso dicha movilización requiere de un proceso, el proceso psicoanalítico, que desde un principio huyó de la sugestión. Todavía hoy estamos atrapados en la metáfora freudiana: per via de levare o por vía de porre.

Entonces un proceso psicoanalítico, que si predomina la transferencia discurrirá por vía de levare, pero si predomina la sugestión transcurrirá por vía de porre. Recordemos al Freud de Más allá del Principio del placer como legítima la sugestión: las resistencias del enfermo,

«el arte consistiría en descubrirlas lo antes posible, mostrárselas al paciente y moverle por un influjo personal, sugestión actuante como transferencia, a hacer cesar las resistencias» ( Freud, S. 1920)

Lo cual quiere decir que la fijación, la resistencia, se resuelve desde la sugestión.

Sugestión y seducción no indican lo mismo. Los diccionarios hablan de seducción unido a lo sexual. Sugestión es un mecanismo universal e irreductible. Seducción es la sugestión al servicio de los intereses contratransferenciales del analista. La transferencia es la seducción ocurrida, fundamento patológico y reactivada en la situación analítica.

El proceso psicoanalítico, o mejor en palabras de León Grimberg :

«La experiencia analítica es única, inefable y no puede ser equiparada con ninguna otra. Solo las personas que han participado en ella saben de qué se trata»
(Grimberg, L. 1981).

Claro que esto fue dicho en 1979, en el Congreso Internacional celebrado en N. York y desde entonces las cosas han cambiado algo. Al menos la sociedad y los seguros médicos nos piden algo menos inefable. Lo primero que piden es la meta del proceso, ¿en qué consiste la cura? Y la cura pasa por solucionar la fijación de un sujeto a otro que desde la seducción primaria impide el manejo de las demandas, que abusivamente llamaremos naturales: la indefensión frente al mundo pulsional, la incapacidad frente a la incompletud radical o ante la envidia primaria.

La fijación a otro no es una eventualidad. El sujeto está en el mundo siempre acompañado y así permanece a lo largo de toda su vida. El analista es un nuevo acompañante y la pretensión de autonomía e independencia es un prejuicio ideológico que se refiere al sujeto social. No me resisto a la tentación: un prejuicio pequeño burgués. Así pues, sugestión permanente en el sujeto psíquico.

La sugestión nos remite al vínculo pasivo con la madre primitiva, la denominada madre fálica. La pasividad del bebe es una condición de la teorización psicoanalítica. Los datos de observación parecen indicar lo contrario. El mensaje enigmático, del que nos habla Laplanche, va del adulto al niño aunque una observación inocente lo que ve es la desesperación de esa madre fálica tratando de desentrañar los mensajes de su bebe a los que inevitablemente se impondrá desde su propia conflictiva, narcisista y edípica. Desde entonces el sujeto irá acompañado de ese otro (con minúsculas) que nunca le abandonará. En la teoría, el Superyó o parte del mismo. Hubo una época en la que guiados por el señuelo de la autonomía se propuso como proyecto terapéutico la destrucción del Superyó.

Yo ideal, Ideal del Yo, Transferencia y Sugestión.

Pero aceptemos las posiciones teóricas y olvidemos las observaciones empíricas tan problemáticas. El sujeto se inicia en una identificación pasiva con esa madre fálica: Yo ideal. Después, en un tiempo lógico, la situación edípica, situación de conflicto, la castración materna dará lugar al ideal del Yo. Dos estructuras psíquicas que remiten a dos vinculaciones: la seducción y la sugestión respectivamente.

Freud se encontró con pacientes seducidas en el origen de su patología y con pacientes sugestionables en el proceso terapéutico. La sugestión hace referencia al ideal del Yo, a la conflictiva edípica y la seducción al vínculo con la madre fálica, al Yo ideal. Para algunos Yo ideal e ideal del Yo se fusionan inconscientemente y se proyectan sobre el analista, produciendo una transferencia de autoridad que es algo más que una transferencia idealizadora ( Paniagua, C. 1997).

La sugestión, parece que hay unanimidad, es imprescindible al comienzo del tratamiento para, progresivamente salir de un funcionamiento sustentado en el Yo ideal, idealización, anulación de las funciones críticas, a un funcionamiento sustentado en el ideal del Yo, donde la racionalidad crítica no está anulada. «Lograda la discriminación, se promueve la transferencia de pulsiones de meta inhibida y se disuelve la transferencia idealizada». Esto opina el teórico (Paniagua, C. 1997)
Así pues, el sujeto seducido corresponde a esos primeros avatares de la experiencia humana que Lacan nos presenta en el estadio del espejo y que corresponde a lo que otras orientaciones califican de problemática preedípica o narcisista. No obstante podríamos plantearnos si lo que ocurre en esta primera etapa debería ser denominada como seducción mientras lo que ocurre en la etapa edípica si respondería a una problemática más evolucionada, donde la sugestión se presta a otras consideraciones. En cualquier caso seducción desde el Yo ideal, sugestión desde el ideal de Yo.

Dos psicoanálisis: uno que discurre en la solución de la seducción y otro que discurre en la solución de la sugestión. En cualquier caso, de una posición copernicana a una solución ptolemaica. Es decir, una posición exactamente contraria a la que preconizaba Freud, lo cual no es ningún problema.

Se podría pensar que hay dos psicoanálisis en la práctica condicionados por la seducción o por la sugestión, pero, en cualquier caso, dos psicoanálisis frente a la fijación.

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