Política, psicoanálisis e identidad de grupos grandes*

01 julio 2024 | Artículo del mes

Por Miguel Ángel González Torres

*Traducción del artículo publicado originalmente en inglés en la revista International Forum of Psychoanalysis. Referencia original: Miguel Angel Gonzalez-Torres (2023) Politics, psychoanalysis, and large group identity, International Forum of Psychoanalysis, 32:4, 227-232, DOI:10.1080/0803706X.2023.2234682

Resumen

Desde las aportaciones de Freud, el psicoanálisis ha prestado atención a los fenómenos grupales en el ámbito de la política. Volkan y Kernberg destacan hoy por aportar herramientas conceptuales para el análisis de la realidad política. El trabajo de los políticos ha incluido históricamente una parte de manipulación grupal, pero hoy en día está surgiendo una fuerte tendencia hacia el populismo desde la derecha y la izquierda. Esto ofrece una oportunidad única para examinar en detalle cómo los líderes promueven a menudo dinámicas de grupo primitivas, cercanas a las propias de organizaciones de personalidad límite. La guerra en Ucrania ofrece una oportunidad para una exploración psicoanalítica de conflictos inconscientes. Las biografías y acciones de algunos líderes pueden ofrecer pistas, así como mostrar fenómenos grupales que expresan la necesidad de proteger una identidad valiosa. La situación actual ha generado una crisis de identidad en Europa y fuera de ella. Las tendencias autocráticas se han fortalecido y hemos perdido líderes que sostenían una identidad europea más adulta y menos primitiva. Las posibles soluciones pasan por el abandono de posturas maximalistas infantiles y la adopción de una actitud integradora dolorosa, frustrante, lenta y saludable, que permite percibir matices y tonos de gris, tanto en nuestro propio grupo como en el que consideramos Otro. El psicoanálisis tiene la responsabilidad de poner su saber al servicio de la sociedad, también en la política.

Palabras clave: política, grandes grupos, identidad, populismo, guerra.

Introducción

Hace muchos años solía asistir a los mítines políticos de diferentes partidos. Me gustaba la emoción del grupo, el afán de los políticos por agitar al público y producir cierta emoción en la sala. En respuesta a un buen orador, todos parecíamos respirar al unísono, esperando una señal para gritar, para aplaudir… Había algo gozoso en ello. No se trataba del contenido del discurso, las propuestas del candidato, la astucia de los planes desplegados; era algo más primitivo, más animal, y relacionado con la comunión con mucha gente a tu lado fascinada por su propio movimiento. ¡Es tan maravilloso formar parte de un río caudaloso que desborda puentes y barre cualquier obstáculo a su paso! Incluso yo, que guardaba pegatinas de cada manifestación en un cuaderno como si como si atesorara la gira europea de los Rolling Stones, admito que me conmovía la energía de los oradores. Abandonar por un momento la reflexión serena y dejarse mecer por el vals identitario que nos hace sentir libres, magníficos, audaces, cuando a menudo somos sumisos, pequeños, débiles, es tan agradable…

¿Puede el psicoanálisis contribuir a esclarecer los mecanismos relacionados con el poder, el liderazgo político y la relación elector-elegido? Creo que sí puede. Por un lado, la teoría psicoanalítica contribuye a la observación y comprensión de los fenómenos individuales que intervienen en la acción política. Por otro, nos permite proponer intervenciones de pedagogía política destinadas a hacer el proceso más saludable, es decir, favorecer el uso de las capacidades más maduras del ser humano, evitando dicotomías seductoras, que implican posturas infantiles de algunos de los participantes, y una visión escindida y primitiva de la realidad.

Aportaciones psicoanalíticas seminales a la política y el funcionamiento de los grandes grupos

Freud contribuyó al pensamiento político de manera muy relevante (Morgan, 2019). Abordó el origen y estructura de la sociedad en «Tótem y tabú» (Freud, 1913), y las ilusiones y dogmas sociales en «El porvenir de una ilusión» (Freud, 1927). Criticó la moral sexual de su época en «El malestar en la cultura» (Freud, 1930), y en «Psicología de grupo y análisis del yo» (Freud, 1921) estudió la figura del líder, la masa y el poder. Habló del bolchevismo en «Nuevas conferencias introductorias» (Freud, 1933) y sobre la constitución de un pueblo en «Moisés y el monoteísmo» (Freud, 1939).
La teoría política contemporánea ha recibido gran influencia del psicoanálisis. La Escuela de Fráncfort, desde Adorno, Horkheimer y Marcuse hasta Habermas en la actualidad, es un claro ejemplo. Además podemos señalar a Walter Benjamin o Hanna Arendt, influidos por ellos, aunque con una visión crítica del psicoanálisis, por no mencionar a muchos pensadores franceses como Guattari, Derrida, Bataille, Deleuze, Lyotard, Althusser, y Foucault, y muchos otros autores internacionales como Ortega y Gasset, Castoriadis, Laclau, Elias, Zizek o Bauman.

En 1961, Bion presentó su teoría sobre el funcionamiento de los grupos pequeños (Bion, 1989). Según ésta, los grupos que llevan a cabo una tarea precisa y ordenada son eficaces y funcionales. Pero los que carecen de tarea específica pueden convertirse en grupos de «supuesto básico». Se trata de fenómenos regresivos colectivos. En el supuesto básico de «dependencia», los miembros del grupo experimentan un deseo de ser nutridos y protegidos por un líder idealizado y omnipotente. En consecuencia, existe una dependencia regresiva de este líder y una competencia por su amor. Si el líder de este grupo fracasa, será sustituido por otro líder con características más narcisistas. En el supuesto básico de «lucha o huida», la ira se desplaza hacia un grupo externo, que será atacado por el grupo interno, dirigido por el líder. El líder controla la agresión, marcando claramente los límites de lo correcto y lo incorrecto. Habitualmente, el líder de un grupo en esta situación posee rasgos paranoides.

Pierre Turquet estudió grupos más grandes de entre 100 y 300 individuos (Turquet, 1975). Por lo general estos grupos no tienen una tarea compartida y surge en ellos una intensa ansiedad surge en ellos, hay una comunicación insuficiente, nadie escucha a los demás, y ahí se tienden a proyectar los problemas propios sobre el grupo. Además, hay una falta de reconfirmación de la identidad personal y no se encuentran puntos en común en el grupo. En una situación así, un líder racional sería expulsado. Los líderes que son aceptados tienden a ser superficiales y narcisistas, generando envidia a su alrededor.

Volkan se ocupa del funcionamiento de grandes grupos (p. ej., colectivos nacionales), especialmente en conflictos intergrupales conflictos intergrupales en circunstancias traumáticas (Volkan, 2020, 2021). En tales situaciones, el estatus y la identidad normal se pierden y aparece la búsqueda de una «segunda piel» que proteja del terror. El líder asegura la identidad del grupo, borra la historia, escoge los traumas y glorias del pasado, «colapsa» el tiempo… Se genera un clima esquizo-paranoide y los culpables del malestar se sitúan fuera. La experiencia traumática conducirá entonces a la venganza y a la persecución de otros grupos. Las personas del grupo exterior son transformadas en seres deshumanizados, como insectos que hay que eliminar.

Otto Kernberg (2020) nos ofrece una visión panorámica de estos procesos, apartándose de propuestas anteriores y aportando nuevos conceptos y formas de comprensión. En su opinión, un líder eficiente en una organización debe tener varias características en su justa medida: inteligencia clara, identidad integrada, integridad moral, un cierto nivel narcisista para tomar decisiones de forma autónoma, y un cierto nivel paranoico para detectar posibles agresiones incluso antes de que se produzcan. Si además conectan con una visión humanista, todo ello en conjunto produce una personalidad ideal para la tarea que tiene por delante.

Sin embargo, Kernberg coincide en que en los grupos regresivos se produce una pérdida de la identidad personal ligada a la personalidad y la posición social. En esos grupos, es decir, grupos grandes y grupos en situaciones de crisis, el miedo a la agresión mutua conduce a la dependencia y a un líder narcisista, o a una actitud de lucha/huida y a un líder paranoico. El gran peligro surge cuando alguien con síndrome de narcisismo maligno ocupa una posición de liderazgo. Ese síndrome implica una estructura narcisista con un patológico grandioso, infiltrado por la agresión (deseos de ser admirado, amado y temido), una actitud paranoide grave, agresión ego-sintónica y comportamiento antisocial. El conjunto es extremadamente peligroso.

La política cotidiana de hoy: el avance del populismo

¿Qué podemos hacer ante este panorama? Si el sistema político se ha nutrido desde los tiempos de los griegos y romanos por un modo de relación con componentes muy primitivos que favorecen o incluso requieren la infantilización de algunos de los participantes, ¿es posible introducir cambios? La respuesta debería ser afirmativa, pero es un proceso difícil y requiere un gran esfuerzo por parte de todos. Podríamos llamar a este proceso «rotación hacia el gris».

En 1933, Junichiro Tanizaki publicó un texto titulado Elogio de la sombra (Tanizaki, 1977). El autor contrapone la estética e incluso la ética basada en la oposición de extremos (luz brillante/ oscuridad total, por ejemplo) con otra estética, típica de la cultura tradicional japonesa, basada en matices, diferencias sutiles, la belleza de la moderación y la gradualidad. Esta actitud se enmarca en el afecto por «la sombra» expresado en el título. Esta sombra suave permite mostrar los detalles sin revelarlos crudamente, y para Tanizaki se trataba de un ideal estético y social.

Sería posible aplicar este elogio de las sombras a la política, tanto a los elegidos como a los electores. Podríamos dar primacía a los matices, a los detalles, a los tonos grises de la realidad, al diálogo, a la negociación, a la aceptación de los puntos de vista de los demás, a las alternativas, a dar valor a otras propuestas, a reconocer los reconocer los logros de los demás y ver las limitaciones propias, y a construir caminos intermedios que reflejan sólo parcialmente nuestros deseos.
Cada época histórica modula las características de los políticos que destacan en ella. Hoy vemos en todas partes cómo surgen figuras públicas que comparten ciertos rasgos. Sobre todo, hay una extrema atención a la opinión pública, de modo que lejos de promover una propuesta de futuro para el grupo social al que pertenecen, se dedican a mutar mensajes y apariencias con el fin de mantener el favor de los votantes y conseguir su reelección. Naim (2022) señala tres características que definen a muchos políticos políticos contemporáneos, las «tres P»: populismo, polarización y posverdad. Los clínicos que trabajan con trastornos de la personalidad pueden sentirse inclinados a trazar un paralelismo entre el populismo y la manipulación emocional para producir estados afectivos dramáticos e intensos, entre la polarización y el funcionamiento paranoide y, por último, entre la posverdad y la simple deshonestidad, empezando por las mentiras manifiestas.

Algunas figuras clave del pensamiento político actual expresan muy abiertamente las razones de muchas tendencias actuales, especialmente el populismo. Una de ellas es Chantal Mouffe (Mouffe, 2020, 2022), politóloga y compañera del filósofo Laclau, ambos inspiradores de diferentes movimientos populistas internacionales.

En una entrevista (Legros, 2018) Mouffe resume su complejo pensamiento sobre la tarea de los políticos actuales. Habla de la necesidad de un populismo de izquierdas que busque delimitar una frontera política que hoy es difusa. Quiere un «nosotros contra ellos», cargado de emoción. Señala que es necesario buscar una confrontación —racional— con quienes mantienen posiciones opuestas y a menudo irreconciliables. Por último, considera que la lucha de clases está superada e insiste en la necesidad de poner de relieve las reivindicaciones y luchas de las llamadas minorías: mujeres, inmigrantes o personas LGTB+. Habermas (2012), optimista de corazón, cree que un diálogo real acercará posiciones o incluso acuerdos. Mouffe, sin embargo, piensa que tal acuerdo simplemente no es posible. Esta mención de las emociones, de la orientación deliberada del colectivo confundido, evoca imágenes inquietantes y nos hace pensar en la habitual perspectiva elitista. El pueblo necesita pastores; es cuestión de elegir al más adecuado.

Quizá en relación con estas propuestas, el clima político en España y en muchos lugares ha alcanzado una virulencia no vista en décadas. Observamos una manera salvaje de hacer política, hoy emparentada no con el fascismo o el comunismo, sino con el populismo (Granés, 2019). La descalificación absoluta de quien piensa diferente, la vehemencia de las propuestas, el tono dramático tono dramático de cualquier opinión nos llevan a pensar que vivimos una situación catastrófica, olvidando que muchos de los graves problemas existentes se están abordando precisamente porque hoy somos más conscientes socialmente que nunca de la necesidad de resolverlos. La propuesta habermasiana del diálogo como vía para el crecimiento social y la construcción de nuevas realidades recibe poca atención. Para populistas, el diálogo no es necesario ni deseado. Lo importante es construir un malvado y poderoso enemigo contra el que algunos nuevos políticos se posicionan como héroes salvadores. Sólo que, con demasiada frecuencia, ese enemigo gigante no es más que una figura de paja.

Resulta un tanto inquietante que el secreto a voces de la acción política de la acción política se exprese en boca de Mouffe (y de otros) tan abiertamente y crudamente. Y, sorprendentemente, desde una posición reflexiva y erudita. Para alcanzar nuestros objetivos, Mouffe sostiene que debemos despertar las emociones de la gente. Es decir, debemos encender su mundo interno hasta que la tensión de los afectos encienda nuestros modos más primarios. Además, prosigue Mouffe, debemos deshacer esta actual difuminación de las fronteras ideológicas; somos diferentes y hay adversarios y aliados claros. En otras palabras, de ninguna manera podemos aceptar que todo el mundo posee fragmentos de verdad, que la vida es gris, no blanca o negra. Debemos marcar con el rotulador más grueso la línea divisoria entre ellos, a quienes odiamos, y nosotros, que representamos la verdad. Utilizar las clases sociales como elemento diferenciador elemento diferenciador parece una idea gastada y sin futuro.

Hace siglos, el avance de la «Reconquista» creó un nuevo grupo social en España: los mudéjares, literalmente «los que quedaron atrás», musulmanes atropellados por la historia y varados en suelo cristiano. Fueron despreciados por sus hermanos del sur y mirados con sospecha por sus nuevos vecinos. Nuestro mundo actual está poblado por nuevos mudéjares, aquellos han quedado atrás y son ajenos a la felicidad globalista de las élites culturales, intelectuales y, por supuesto, de las élites económicas. En cierto modo, los mudéjares fueron los precursores de los «parias» explorados por Hanna Arendt (Arendt, 1944), marginados y refugiados que se convirtieron, por su propia supervivencia, en observadores agudos de los rostros ajenos, capaces de detectar los más mínimos cambios de emoción o actitud que pudieran ponerlos en peligro, humillados en medio de un mundo en el que no se sienten integrados y ante el que se sienten impotentes. Para ellos, el populismo es una poderosa tentación.

¿Qué subyace a la participación política? Cómo ser yo en presencia de los demás

La participación política constituye un aspecto específico de la vida grupal. ¿Hasta qué punto podemos mantener la autonomía?, ¿cómo podemos depender de los demás sin renunciar a aspectos clave de nuestra identidad? ¿Es posible amar y ser amado sin someterse a los demás?

Cuatro poderosas filósofas del siglo pasado abordaron estos dilemas: Hanna Arendt, Simone de Beauvoir, Ayn Rand y Simone Weil (Eilenberger, 2021). Cada una a su manera intenta responder a la pregunta: ¿puedo ser yo misma en presencia de los demás? ¿Puedo vincularme a los demás e incluso depender de ellos sin perder mi identidad ni renunciar a mi naturaleza? Nuestra actitud política, nuestra actitud ante el diálogo real y nuestra capacidad de compromiso dependen de la respuesta a esta pregunta.

Rand defendía el individualismo radical y la indiferencia hacia los demás y sus juicios. Weil, con escalofriante lucidez, advirtió antes que muchos de las similitudes de todos los movimientos totalitarios de cualquier signo y abogó por la dedicación «suicida» a los excluidos. De Beauvoir creía que era posible mantener su identidad evitando la dependencia total. Como apunta Diana Diamond (comunicación personal, 2022), De Beauvoir abogó por una vida de trascendencia en contraposición a la inmanencia o inmersión en el cuerpo, la familia, etc. Arendt se vio obligada a centrarse en una sola de sus muchas identidades y luchó duramente para asegurarse de que su identidad como judía, alemana, filósofa, refugiada, estadounidense, mujer, librepensadora, etc., no se viera simplificada por la presión de los demás. Al hacerlo, buscó con fe la posibilidad de querer y pensar simultáneamente, de vincularse a los demás manteniendo la libertad de observar y ser testigo de la realidad.

¿Podemos explorar un conflicto real actual con la ayuda de herramientas psicoanalíticas? Pensando en la guerra en Ucrania

En una reflexión sobre política e identidad, es imperativo observar el conflicto que hoy sacude Europa y el mundo: la guerra de Ucrania. Hay aspectos geoestratégicos, económicos, militares, etc., que van más allá del alcance de esta presentación. Sin embargo, podemos explorar aquí algunos de los factores psicológicos individuales y grupales subyacentes a aspectos de la identidad personal y colectiva.

Un factor obvio es la personalidad de los líderes implicados en el proceso. Aun reconociendo que la biografía y la personalidad de una persona nunca basta para explicar un fenómeno tan complejo, los analistas debemos prestar atención a los datos históricos que conocemos sobre el desarrollo y los conflictos que el individuo en una posición de liderazgo tuvo que abordar y reflexionar sobre su impacto en las decisiones y el comportamiento de esa persona. No somos ingenuos marxistas clásicos al considerar que las fuerzas económicas son el único motor de la Historia (Saitō, 2022). La organización de la personalidad, enraizada en la biología y las experiencias de apego, influye fuertemente en las acciones, deseos y temores de cada líder, y tiene un impacto en el gran grupo guiado por ellos. Nuestra es la responsabilidad de utilizar nuestras sólidas herramientas teóricas para comprender mejor los complejos y mortíferos fenómenos que llevan a las personas a la guerra.

La biografía del líder ruso Vladimir Putin ya ha recibido la atención de diferentes autores (Eltchaninoff 2022; Snyder, 2019; Volkan y Javakhishvili, 2022). Putin es un niño de reemplazo, nacido diez años después de la muerte de su hermano mayor. Su familia y su infancia están estrechamente vinculadas a la Segunda Guerra Mundial y el sitio de Leningrado, un periodo de horror en el que más de 600.000 rusos murieron de hambre rodeados por el ejército nazi. Su madre fue salvada in extremis por su padre cuando los enterradores estaban a punto de arrojarla a una fosa común, creyéndola ya muerta. Varios miembros de la familia de familiares murieron durante la guerra y su padre resultó gravemente herido. Volkan señala cómo Putin se asombraba de que sus padres no parecían odiar a sus enemigos nazis.

El comportamiento de Putin como adulto y líder político nos recuerda las fantasías de rescate que tan a menudo acompañan a los niños de reemplazo. La Madre Rusia está en peligro, siempre atacada por aquellos (Occidente, los EE.UU.) que la odian y quieren su subyugación y destrucción. Putin ha promovido incesantemente la Segunda Guerra Mundial como un «trauma elegido» que todavía está vivo y sirve para unir a todos los rusos, que identificados como víctimas de la agresión de otros y como vencedores finales de la guerra. En un verdadero colapso temporal, el gobierno ruso cultiva incesantemente la memoria de este terrible trauma y su revivencia.

Snyder (2019) distingue dos formas diferentes de abordar la historia política en nuestro tiempo. Ambas son insuficientes y problemáticas. A una la llama la «política de la inevitabilidad». La visión tradicional americana es que la naturaleza humana conduce al mercado, el mercado a la democracia, y la democracia a la felicidad. La visión europea es que la historia engendra naciones, que aprenden de la guerra que la paz es buena y por lo tanto, optan por la integración y la prosperidad. La URSS por otro lado, creía que la naturaleza daba paso a la tecnología, la tecnología al cambio social, el cambio social a la revolución, y ésta a la utopía. En todos los casos, se trata de una política de inevitabilidad. Cuando la URSS se derrumbó en 1991, los modelos europeo y estadounidense parecieron triunfantes. Estaba claro cuáles eran el pasado y el futuro. No se consideraba ya necesario analizar la historia. Los procesos se veían como simplemente inevitables.

El colapso de la política de la inevitabilidad da paso a otra experiencia del tiempo: la política de la eternidad. El tiempo ya no es una línea hacia el futuro, sino un círculo que vuelve sin cesar a las mismas amenazas del pasado. Es evidente que la Rusia de Putin ha abandonado obviamente la visión de la inevitabilidad para refugiarse en una visión de eternidad: Rusia en lucha sin fin con las potencias —Occidente— que desean su fin. De este modo, se reúnen finalmente todos los ingredientes: el propio grupo, puro e inocente, como víctima de la agresión de un malvado grupo ajeno. Y todo ello en el contexto de un permanente colapso temporal en el que la guerra victoriosa contra la barbarie nazi es revivida una y otra vez, justificando su propia violencia. En este escenario, el gobierno ucraniano viene a desempeñar el papel de traidores que escapan del fraternal abrazo ruso y se somete a la cultura y costumbres occidentales que son completamente ajenas al centenario espíritu ruso. Esta narrativa se difunde insistentemente en los discursos de las autoridades rusas, empezando por el propio Putin, y en todos los medios de comunicación que controla el gobierno.

Putin y su política esconden una verdadera obsesión por la sexualidad. Snyder (2019) nos proporciona mucho material al respecto, recopilando discursos y escritos de las autoridades rusas y sus colaboradores. Ivan Ilyin, un filósofo fascista ruso (1883-1954), consideraba que la oposición a sus ideas implicaba «desviación sexual» (para él, homosexualidad). El propio Putin ha señalado que la oposición rusa era un grupo de «deformados sexuales». Los derechos de los homosexuales eran el arma elegida de una conspiración neoliberal global para preparar a sociedades virtuosas como Rusia y China para su explotación. Vladimir Yakunin, un estrecho colaborador de Putin, observó en 2012 cómo Rusia siempre se había enfrentado una conspiración de enemigos que difunden propaganda homosexual para reducir la natalidad de Rusia y preservar así el poder de Occidente. Putin relacionó así las aspiraciones democráticas de su oposición con Occidente, la sodomía y la perversión.

Más recientemente, la obsesión por la sexualidad «impura» se ha extendido a Ucrania con una venganza, y representantes del régimen de Putin afirman que Rusia debe salvar a Ucrania para evitar que los ciudadanos ucranianos tengan que «difundir la sodomía como norma en la sociedad tradicional ucraniana» (Snyder 2019, p. 135). Todo gran grupo, especialmente en tiempos de crisis, tiende a atribuir al grupo exterior que actúa como espejo identitario, una sexualidad intensa y sexualidad primitiva, temida, rechazada y extrañamente atractiva (González-Torres y Fernández-Rivas, 2014). Aquí encontramos otro ejemplo de este fenómeno —rechazo y atracción que ayuda a entender la gran ambivalencia hacia aquellos despreciados y temidos. Los movimientos nacionalistas en todas partes son una buena prueba de ello.
La guerra en Ucrania está produciendo consecuencias devastadoras a muchos niveles. Primero sobre la población ucraniana, causando muerte y sufrimiento, segundo sobre la economía mundial, dañándola gravemente, y tercero en la estructura de los grupos grandes implicados. En cierto modo, Europa ha perdido una de sus principales figuras políticas, Angela Merkel. Subyaciendo al trasfondo político y económico de la crisis se halla la enorme dependencia de Alemania de las importaciones rusas de petróleo y gas. Hasta el 60% del gas y el 35% de las importaciones de gasolina de Alemania proceden de la Rusia de Putin. Esta arriesgada dependencia es el resultado de una decisión personal de Angela Merkel. La Canciller Merkel era el «poste central» que sostenía la carpa identitaria europea, al menos la versión de la carpa identitaria que hicieron suya muchos atraídos por la idea de Europa constitucional de Habermas. Su legado quedará empañado para siempre por esta decisión. ¿Quién sostendrá la carpa identitaria europea? Nadie aparece en el horizonte.

Kernberg (2008) señala cómo la difusión de la identidad implica la reactivación amenazadora de malas experiencias temidas que hay que evitar o negar, y también la búsqueda de experiencias idealizadas que nunca pueden reactivarse del todo, ya que la realidad de la experiencia siempre es insuficiente en comparación con el mundo ideal. Esto conduce a una «compulsión de repetición» que implica una detención del tiempo, especialmente en pacientes narcisistas. En ellos, el esfuerzo constante por mantener el self grandioso va acompañado de un presente eterno y una profunda sensación de que la realidad está compuesta de ciclos que se repiten una y otra vez. El pasado es un mero prólogo del presente y no les enseña nada. El futuro es conocido de antemano, ya que todas las personas y todas las situaciones seguirán su curso según lo previsto. El miedo a la culpa, el remordimiento y la dependencia amenazan con abrumar al self grandioso patológico, de modo que el tiempo se encoge y finalmente se detiene.

Si aplicamos esta proposición al funcionamiento de grupos grandes podemos entender mejor el deslizamiento de la política de la inevitabilidad a la política de la eternidad. Esta última va acompañada de una identidad de grupo que se asemeja a la del paciente narcisista grave. Mientras, la realidad colectiva transcurre en un ciclo que se repite sin fin en el que el grupo-víctima y el grupo-agresor desarrollan incesantemente el mismo conflicto en una danza inquietante de violencia y dolor, una danza que protege un self grandioso colectivo que es, en el fondo, frágil y vulnerable.

En la visión de la inevitabilidad, nadie es responsable porque sabemos que al final los detalles se resolverán solos. En la visión de la eternidad nadie es responsable porque sabemos que el enemigo vendrá hagamos lo que hagamos. Una visión más adulta es posible, aunque difícil. Una visión en la que los ciudadanos evitan las idealizaciones y las devaluaciones masivas; en otras palabras, una en la que los grandes grupos dejan de funcionar como si fueran individuos con organizaciones límite.

Los analistas sabemos muy bien que nuestro trabajo clínico se centra en el tiempo. Nos focalizamos en el aquí y ahora para cambiar el futuro. Las sociedades podrían seguir el mismo camino: aprender del pasado, explorar intensamente el presente y asumir la responsabilidad en sus vidas para realizar cambios deliberados en el futuro. Sin duda, las representaciones de «self y objeto» de los grupos grandes (del propio grupo y del «otro» grupo de comparación en el que depositamos nuestras proyecciones) podrían también avanzar en su capacidad integradora, reduciendo así los rasgos paranoides y el funcionamiento primitivo. No es fácil, pero resulta el único camino.

Referencias

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Autor:

Miguel AngelGonzalez-Torres MD, PhD es Analista Didacta del Centro Psicoanalítico de Madrid y miembro del Comité Ejecutivo de la Federación Internacional de Sociedades Psicoanalíticas (IFPS). También es Jefe del Departamento de Psiquiatría del Hospital Universitario de Basurto y Profesor de Psiquiatría del Departamento de Neurociencias de la Universidad del País Vasco. IP del Grupo de Investigación del Hospital de Basurto en el CIBERSAM. Es Life Member del Clare Hall College, Universidad de Cambridge. Sus principales intereses clínicos y de investigación corresponden a las Psicosis y los Trastornos Personalidad. Vive y trabaja en Bilbao (España).