Nada humano nos es ajeno, la cita de Terencio sirve a Miguel Ángel Torres de leitmotiv en su ponencia, que recogemos en este número junto al resto de participaciones en las Jornadas del C.P.M.
La frase completa sería: “Hombre soy, nada humano nos es ajeno”. Probablemente sea la razón más sencilla para explicar la convocatoria de estas jornadas sobre Psicoanálisis y Política. Por suerte la política está de actualidad, aunque sea en muchos casos por la inquietud que determinados acontecimientos políticos nos provoca.
Desde que celebramos esta jornada hasta la publicación de la revista algunas cosas que podían ocurrir ocurrieron: la victoria de Trump en las elecciones norteamericanas, con la paradoja de ganar con menos votos, aquello de que la esencia de la democracia es “un hombre, un voto”, queda lejos.
Los trabajos que reunimos en este número presentan distintos ángulos de la política y el psicoanálisis, esperamos que contribuyan a ese debate sobre la ideas tan pertinente como necesario, con la particularidad de que aquellos aspectos latentes, inconscientes, reprimidos o escindidos del debate racional puedan también formar parte de nuestra contribución más específica. Gil Corbacho analiza la última crisis política desde la perspectiva de los sistemas abiertos y la función del liderazgo, y desde el punto de vista psicoanalítico nos propone que hemos de trabajar “al borde del caos”. Por su parte Reyes García Miura se pregunta acerca de la naturaleza del poder y su posible carácter pulsional. Finalmente arriesga una transposición a lo social del retorno de lo reprimido, aquello que no ha sido elaborado vuelve una y otra vez, Trump sería un ejemplo de ese retorno, el retorno de lo no elaborado… en el terreno de lo social.
Silvia Amarilla toma su punto de partida parafraseando el conocido aserto lacaniano de los tres oficios imposibles: educar, gobernar, psicoanalizar, para decir a su vez “La política y el psicoanálisis son una relación imposible”. Una vez dicho lo cual, buscará fórmulas a través de las cuales los analistas pudieran participar e influir en el proceso político. La búsqueda de un encuentro con las ciencias sociales, la necesidad de ir más allá del aparente antagonismo del psicoanálisis, lo que supone un disposición diferente para promover una subjetividad reflexiva y un pensamiento crítico –mención inexcusable a Castoriadis–, tareas en las que los analistas tendrían que sentirse concernidos. Muy concernido obviamente lo está, Imanol Querejeta, psiquiatra y senador donostiarra, quien justamente comienza por el otro extremo, la política como el arte de lo posible, de hacer posible lo que es útil, concluye. Esta política posible nos llevará de la mano, a encontrar ejemplos en la historia que puedan servir de antídoto frente a una cultura política que el autor considera con ojo crítico, muy centrada en el personalismo y la descalificación del contrario.
El mismo tono crítico con la actualidad política caracteriza el trabajo de Miguel Ángel González Torres, que citábamos al principio. El psicoanálisis para Miguel Ángel si tiene algo que decir en lo social y en lo político, sin ningún lugar a dudas: desde observar y entender los fenómenos grupales hasta proponer intervenciones de pedagogía política, tenemos elementos y herramientas para ello. En su diagnóstico de la actualidad política destaca la fascinación por la imagen y la estética del poder, es decir, el político que gobierna al hilo de la popularidad, de los gestos grandilocuentes, el que apela a los sentimientos más primarios que predominan en las identificaciones colectivas, que agitan las masas, que hacen ondear las enseñas al viento… él lo dice de otro modo: los tanques nos rodean, apelación a la épica y a la epopeya. Por el contrario, encomendándose a Tanizaki, el gran esteta japonés, González Torres reivindica la sombra como metáfora del trabajo civilizatorio, del progreso, de la negociación frente al fundamentalismo, del diálogo frente a la prepotencia.
Carlota Ibáñez y Félix Crespo emprenden una aventura en sus trabajos –que componen una radiografía de la salud mental–, encomiable, la deshumanización de la institución disfrazada de avance tecnológico dice Carlota, todo lo que no es clínica en el encuentro con el paciente de salud mental dice Félix. Este dueto va cartografiando los malestares y las disonancias del ejercicio profesional en la red de salud mental, en un esfuerzo por pensar de otra manera, por encontrar aquellos mecanismos para la disidencia, para la resistencia, que diría Bifo Berardi, una apuesta por la subversión? En este caso la subversión toma un aspecto diferente, parece que la idea de Josep María Esquirol de una “resistencia íntima” estuviera presente. La disidencia, la subversión de Crespo e Ibáñez pasa por el cuidado del paciente en paralelo al cuidado del propio equipo. Como diría Esquirol, una resistencia fundada en la proximidad y en la cercanía.
Rómulo Aguillaume finalmente nos ofrece una visión crítica de las relaciones del psicoanálisis con lo social, donde desarrolla su argumentación acerca de la irrelevancia política del psicoanálisis. Esta irrelevancia tomaría apoyo por una parte en la relación entre marxismo y psicoanálisis, la famosa izquierda freudiana, para concluir con las declaraciones de J.A. Miller en las que afirma que el psicoanálisis, el lacaniano al menos, no es revolucionario sino subversivo.