Miguel Angel Gonzalez Torres1,2,3, Aranzazu Fernandez Rivas1,2
1 Departamento de Neurociencias. Universidad del País Vasco
2 Servicio de Psiquiatría. Hospital Universitario de Basurto
3 Centro Psicoanalítico de Madrid
La obra Cincuenta sombras de Grey, escrita por E.L. James (James 2012), y sus numerosas imitaciones llevan más de un año ocupando los puestos más altos en las listas de libros más vendidos. Se habla de casi dos millones de ejemplares vendidos solo en España y más de 20 por ejemplo en el Reino Unido. A lo largo de todos los países occidentales y en todos los idiomas millones de personas han leído ávidamente las aventuras de Anastasia Steele y Cristian Grey. Random House, propietaria de los derechos, va a cerrar el mejor año de la larga historia de la compañía gracias a la famosa trilogía. El responsable de la editorial en España afirmaba recientemente (Toledo 2013), alborozado, que estos golpes de fortuna editorial ocurren una vez en la vida y no se sabe por qué.
Siguiendo la estela de la obra de James, numerosas obras de ficción erótica han aparecido en el mercado, aupándose también algunas de ellas (la serie de Sivia Day [Day 2012], por ejemplo) a los primeros puestos de las listas. Durante meses, en un país conservador como el nuestro, varios entre los libros más vendidos se encuadran en lo que ahora llamamos «ficción erótica» y antes simplemente pornografía. Si acudimos a alguna de las librerías de gran volumen que todavía quedan en nuestro país posiblemente observaremos una mesa cerca de la entrada cubierta por entero con narrativas centradas en el sexo explícito y que parecen buscar como objetivo la excitación sexual del lector.
Se trata de un hecho novedoso que debería movernos a la reflexión. ¿Por qué hoy y de forma simultánea en el llamado mundo occidental han saltado al primer plano novelas que hasta hace poco hubieran sido consideradas abiertamente pornográficas y merecedoras de censura? ¿Qué cambios sociales reflejan el que hombres, y sobre todo mujeres, de todas las clases sociales y niveles culturales disfruten con la lectura de textos eróticos muy especiales?
La sexualidad no es solo un tema que el Psicoanálisis haya abordado repetidas veces sino se trata del GRAN TEMA de nuestro campo. Desde la constitución de la identidad genérica, las fantasías sexuales infantiles, el valor del incesto, la naturaleza profunda de las perversiones, etc., etc., han constituido temas centrales del psicoanálisis desde sus inicios. El Psicoanálisis además de una excelente psicoterapia, es una herramienta que nos permite examinar la realidad individual y colectiva, generando hipótesis sobre lo que observamos y sobre todo sobre el mundo interno de los protagonistas. Por todo ello, incluso aunque aplicamos al término sexualidad la medida más restrictiva, siguiendo a Stoller (2009) y consideremos sólo la identidad de género y la excitación sexual como el área más pura del término, evidentemente se trata de un campo que puede y debe ser estudiado desde nuestra disciplina, además de por otras evidentemente.
¿Cuáles son las características de estas novelas? Podemos destacar varias. En primer lugar la gran mayoría de los autores son mujeres. La ficción erótica escrita por mujeres parece tener un atractivo especial. El que una mujer exponga en público sus fantasías sexuales parece encender por igual a lectoras y lectores, quizá a través de distintos caminos. No son raros los ejemplos de autores masculinos que adoptan un pseudónimo femenino para resultar más atractivos. Uno de los primeros relatos eróticos de amplia difusión en la Europa moderna son las famosas Cartas de la Monja Portuguesa Mariana Alcoforado (2009), que recogen varios escritos muy apasionadas dirigidos por esta monja en 1669 a su amante francés que huye de Portugal y de la cercanía del convento para retomar a su país natal. El verdadero autor fue Gabriel de Lavergne, durante un largo tiempo reconocido oficialmente como mero traductor de la obra. Contrasta esto de forma interesante con el movimiento inverso que se ha dado con frecuencia en la literatura fuera de la ficción erótica, por ejemplo la Baronesa Dudevant, que firmaba como George Sand o nuestra Cecilia Bohl de Faber, más conocida como Fernán Caballero. Merecería una reflexión más detenida este curioso hecho de que el mundo erótico otorga un papel y un prestigio inverso al que ha venido siendo tradicional para a ambos géneros.
A nivel argumental muchas de estas novelas articulan el texto sobre la relación entre dos protagonistas. Ella suele ser una mujer joven, soltera, profesional independiente, con buena educación y experiencia sexual limitada. Él es un caballero solo un poco mayor, que pese a su juventud ya es multimillonario, experto en arte, negocios, deportes de riesgo, filántropo y con un físico más que irreprochable. Leamos a Silvia Day (2012), autora de éxito en este grupo:
«…el cabello intensamente negro enmarcaba un rostro que quitaba la respiración. Su estructura ósea haría llorar de gozo a un escultor, mientras una boca firmemente delineada, la nariz afilada y unos ojos profundamente azules le conferían un salvaje atractivo.» [mi traducción]
Si a esto añadimos que el sujeto es soltero, tiene 28 años, es inmensamente rico y posee una gran cultura, podemos pensar en un miembro más de la saga de «Príncipes Azules» que han poblado las novelas románticas desde el principio de los tiempos.
Una característica que llama especialmente la atención es que muchas de estas novelas describen una relación entre ambos protagonistas de matiz sadomasoquista o más precisamente BDSM o mejor sumisión-dominación. La joven protagonista, empujada por un deseo irrefrenable, se entrega voluntaria y felizmente a las propuestas sexuales de su príncipe azul, encontrando con asombro una satisfacción intensa al acceder a toda la conocida parafernalia de esposas, cuerdas, obediencia sumisa y superación de límites. Ella va descubriendo con sorpresa que ser sometida le proporciona un placer intenso y se deja llevar, primero con cierta reticencia y progresivamente con mayor profundidad en su entrega. El, desde el primer momento comienza a percibir que esta joven no es una más en su larga cadena de parejas sexuales que consienten sino ocupa el lugar de una verdadera pareja en la que el compromiso y la intimidad afectiva juegan un papel más y más relevante.
De este modo, bajo una superficie cuasi pornográfica, con escenas sexuales no convencionales con un matiz sadomasoquista, subyace el romance de siempre. Ambos protagonistas van deslizándose hacia una relación progresivamente comprometida que poco a poso va asemejándose a las historias de amor más tradicionales. Es relevante además, la inclusión de un pasado misterioso en la biografía del Príncipe. Una historia traumática que va desvelándose poco a poco permite a la joven entender por qué alguien tan perfecto como su amante puede disfrutar de esa sexualidad bizarra donde dolor y placer se combinan de modo tan satisfactorio para ambos. La protagonista se enfrenta al reto acostumbrado de transformar a su pareja. En la novela romántica tradicional el cowboy rudo y violento, de pocas palabras y emociones intensas va mutándose paulatinamente en ese padre de familia amante de su esposa y los niños que alcanza ese estado que Joan Manuel Serrat describía en una de sus canciones: «… fuerte pa’ ser su señor, y tierno para el amor». El disfrute culpable del placer masoquista se convierte así en una penitencia obligada para alcanzar la meta eterna de la ficción romántica: la escena de encuentro final en la que ambos aceptan gozosamente convertir su amor en una unión pública y bendecida por el grupo e imaginan los correteos de niños traviesos y sonrientes jugando bajo la benévola y vigilante mirada de
sus padres.
¿Es este matiz un factor importante en el éxito de las novelas? ¿Se trata sólo de un velo de aceptabilidad que permite a editores y lectores disfrutar más y mejor de una historia que tiene como núcleo fantasías sexuales que tocan una fibra real de la audiencia? Posiblemente nadie conoce la respuesta, ni siquiera los autores del texto que parecen reaccionar con sorpresa ante el éxito inaudito de su trabajo.
Otra característica relevante es que se trata siempre de una sumisión absolutamente voluntaria y pactada, lo que nos aleja mucho de la narrativa tradicional sadomasoquista desde los tiempos del inefable Marqués. Sade describe con exaltación al transgresor, situándolo como ejemplo y modelo de una conducta reflexiva y deliberadamente antisocial. El no respeto de las normas y el atropello de los derechos ajenos bajo la suprema voluntad de la fuerza constituyen toda una filosofía que Sade se detiene a detallar en esas páginas que numerosos lectores, ávidos de otros fragmentos, saltan rápidamente para detenerse en una nueva escena perversa. En Sade el dolor del otro es real y causar daño es parte del placer. No hay juego, ni compromiso y las víctimas lo son hasta el final, contribuyendo con la pérdida incluso de su vida al placer ajeno. Para muchos el texto de Sade es doblemente revolucionario, pues arremete contra las convenciones vigentes incluso en la Francia revolucionaria que el habitó, abogando por una ética y una estética del poder más salvaje.
No encontraremos nada de esto entre las sombras de Grey. El joven protagonista ofrece a su amante un pliego de condiciones que haría palidecer al más curtido funcionario de Hacienda. El uso de fustas y cuerdas, de ataduras de un tipo o del otro, de posiciones o prácticas sexuales no convencionales, esta descrito hasta el mínimo detalle y requiere una aquiescencia por escrito de la participante, que por supuesto asiente rápidamente a esta colaboración. Se pone además un gran énfasis en una palabra clave, para uso de la sumisa, que terminará de inmediato con cualquier práctica si ella lo desea. Sade describe en uno de sus textos lleno de entusiasmo como ordena a un criado sifilítico que sodomice a una de sus víctimas con el objetivo de contagiarla. Una vez firmado el documento, Cristian Grey envía a su amante a una ginecóloga «de alta gama» para que certifique la salud de la joven y le exige una vida saludable con ejercicio, alimentación variada, ausencia de drogas, como si de un Médico de Familia moderno se tratara. Se trata pues de un juego, donde no sólo el lector sino incluso los protagonistas saben que se trata de un salto con red, con una red tupida y poderosa que evitará cualquier daño. Excepto uno, lógicamente, el daño de cualquier romance, enamorarse y el pequeño riesgo de que la relación no termine en el final feliz intuido por todos. Pero a la vez la sumisión completamente voluntaria, y no forzada por el deseo del otro, añade sin duda un matiz interesante. Los miembros del triángulo literario (el lector y la pareja protagonista) saben que la joven desea ser atada y golpeada porque ello le reporta placer y la continuidad de la escena es así una manifestación elocuente de la continuidad de su deseo.
Es quizá este deseo de la joven protagonista, incluida en la paradoja de escoger libremente la sumisión y el de su amante, que obtiene placer de la sumisión de ella, lo que mantiene fijada la mirada de los millones de lectores, generando vínculos de identificación que merece la pena atender.
El hecho incuestionable es que millones de lectores de todo el mundo han disfrutado de esta nueva ficción erótica. ¿Quiénes son? Por pura lógica, debemos pensar, a la espera de estudios más precisos sobre el tema, que los lectores son… sencillamente nosotros. El número es tan abrumador que es difícil negar que entre los lectores estén representados todos los grupos sociales, económicos y culturales. La crítica tiende a afirmar que se trata de una ficción «femenina»: escrita por mujeres y dirigida a ellas. Los escasos datos disponibles nos dicen que quienes compran estos libros son un 60% mujeres y un 40% hombres, lo cual no debe ser muy diferentes de las cifras aplicables a la mayoría de las narrativas de ficción. Pero ciertamente llama la atención que sean precisamente las mujeres quienes constituyen el mayor porcentaje. La pornografía ha sido tradicionalmente un reducto masculino. Las revistas eróticas tradicionales, desde el porno más o menos soft de Playboy o Penthouse hasta otros títulos más y más hardcore hasta llegar al porno superespecializado (sexo con animales, con obesas, con ancianas, en grupo, etc., etc.) han estado dirigidas a los varones, consumidores empedernidos de este tipo de literatura. Esto concuerda con la oferta de servicios sexuales comerciales, masivamente ofertados a los hombres, que podemos observar en cualquier diario de tirada nacional, incluyendo aquellos de ideología más conservadora. También los espectáculos eróticos han estado tradicionalmente dirigidos a los hombres (y es fácil encontrar en cualquier lugar del mundo salas dedicadas al striptease más o menos sofisticado, el pole-dancing, el lap-dancing, etc., etc.) Se ha producido en los últimos años una entrada paulatina de la mujer en este tipo de espectáculos, reclamando ellas sin duda un lugar en la sexualidad explícita y abierta, antes reservada sólo a los hombres.
Siguen manteniéndose todavía algunos tabúes, por ejemplo relativos a la oferta de sexo comercial para mujeres, prácticamente inexistente en la prensa general, lo que posiblemente refleja una disparidad muy importante en esta actividad. En un estudio realizado por nosotros, con una muestra de 500 personas, en tomo a la vida sexual de pacientes ingresados en una unidad de psiquiátrica de hospital general (González Torres et al 2010), observamos que un 56% de los hombres refería haber recurrido al sexo comercial en algún momento de su vida, mientras que la cifra de mujeres ascendía sólo a un 4%. Esta realidad parece hoy por hoy muy diferente, aunque pudiera ser que cambios como el reflejado en la nueva literatura erótica y su éxito aplastante supusiera la señal de un cambio más profundo que abarcara todas las costumbres sexuales del grupo, hacia una mayor similitud entre hombres y mujeres.
El deseo y su génesis constituyen uno de los misterios que más se resisten a la exploración y el análisis. Freud expresó ante Marie Bonaparte su incapacidad para comprender el deseo de la mujer (Jones 1953). El deseo del hombre parece más cercano, al menos para los autores masculinos, pero en seguida veremos que tampoco en el caso del varón existen muchas certezas.
Quizá lo que los hombres parecen buscar nos dé alguna pista sobre sus deseos. El estudio de la oferta de productos relacionados con el desempeño sexual, además de un pasatiempo etnográfico interesante en dosis breves, nos muestra en seguida un detalle curioso: la obtención de un orgasmo más intenso o más frecuente, o más rápido, no posee ninguna importancia. El objetivo de la mayoría de los productos es disponer de un pene de mayor tamaño y que presente una erección más duradera. La meta última no es el placer propio, sino el ajeno, y más específicamente la mirada de asombro de la mujer, fascinada ante un miembro viril capaz de proezas. El hombre entonces, persigue la admiración y el recuerdo en su amante, aún más que su propio placer, que parece darse por supuesto. Es fácil vincular este «anhelo de asombro» a una negación de la castración. La exhibición de un pene en erección que nos confirma estar completos y alivia la angustia. Pero como veremos las cosas son posiblemente más complicadas.
Y, si nos atrevemos a abordar el reto planteado por Freud respeto al deseo de la mujer, ¿qué diremos? Si nos dejamos guiar por las cifras de ventas, parece que la ficción de Grey y Anastasia ha sido capaz de evocar sentimi
entos placenteros en un gran número de mujeres… y también de hombres. ¿Por qué?
Stoller, en un excelente libro póstumo recientemente publicado (2009) recapitula sus principales aportaciones en tomo a la sexualidad, abordando sobre todo la identidad de género y la dinámica de la excitación sexual. Es uno de los escasos analistas que va más allá de la especulación teórica sobre el tema y se lanza a recoger testimonios de pacientes y sujetos de la calle tratando de ir más allá del diván y entender qué nos mueve a los humanos en este mundo complejo de la sexualidad. Elabora a lo largo del texto una fascinante teoría que sitúa las fantasías sexuales y la pornografía en el centro del examen psicoanalítico. Sus propuestas son las siguientes
l. Lo pornográfico es una fantasía erótica, dirigida por su creador a un grupo específico de personas
2. En cada una de esas personas representa una fantasía primaria que sintetiza sus preferencias eróticas y que refleja la estructura total de su carácter más allá de sus componentes eróticos
3. Esas fantasías pueden revelar la biografía de la persona y sus experiencias vitales fundamentales incluyendo traumas y relaciones significativas
4. Esa fantasía primaria puesta de manifiesto por la pornografía es demasiado peligrosa para ser abiertamente revelada y se esconde tras la conducta erótica y no erótica
La conclusión final de Stoller es que la pornografía es el punto de partida de fantasías que curan humillaciones. Para el hombre el juego es: «humillo para deshacer mi humillación». Para la mujer, siempre más sutil en su pornografía, sería: «permito que me humillen con el fin de humillar». Las fantasías evocadas por las piezas pornográficas, sean imágenes, relatos, etc. sirven de soporte para efectuar una venganza y expresar una agresión compensatoria. Hombres y mujeres atravesamos la infancia lidiando con la separación y la individuación propuesta por Mahler (1972), anhelando la fusión con la Madre y a la vez escapando de ese abrazo mortal que nos elimina como personas. De ese modo, la pornografía estaría así al final de un continuum que en el otro extremo presentaría la excitación erótica causada por la relación con una persona real aceptada plenamente y no fetichizada o deshumanizada.
Kemberg (2011) a su vez nos propone un modelo de entendimiento de la sexualidad en el que, partiendo de un núcleo teórico kleiniano, la pulsión agresiva ocupa un lugar primordial. Kemberg afirma que una sexualidad madura y sana es imprescindible una integración adecuada de esa agresión en el contexto del vínculo sexual. Si ésta se halla ausente, la sexualidad resultante estará desprovista de pasión y por tanto resultará empobrecida y progresivamente insatisfactoria. Siguiendo esta línea de pensamiento se puede considerar un papel creciente de la agresión en la relación sexual, desde la saludable integración de lo agresivo al servicio de lo sexual en el contexto de una relación madura, hasta las situaciones de sadismo psicopático en las que lo sexual es un mero escenario donde la agresión se desarrolla.
Kemberg (2011) nos llama la atención sobre aspectos sociales que Stoller aborda con menor detalle. Señala cómo en las sociedades paternalistas, como la nuestra todavía, existen dos tabúes fundamentales: la homosexualidad masculina y la infidelidad femenina. Ambos son el resultado de los dos temores masculinos fundamentales: la propia identidad sexual y el abandono de la madre. Por el contrario, en sociedades maternalistas como quizá aquella hacia la que nos dirigimos, los tabúes principales se relacionan con la infidelidad masculina y el incesto padre-hija, vinculados a dos temores básicos: la traición del padre y la ruptura de la prohibición edípica contra la implicación sexual con él.
La sexualidad de la mujer y el lugar de su deseo nos ayudan a entender la estructura interna de cualquier grupo (Gonzalez-Torres, Fernandez-Rivas 2013). En el imaginario de las sociedades más conservadoras (independientemente de que se autodenominen de derechas o izquierdas), la mujer tiende a ocupar dos roles posibles: madre cuidadora, que renuncia a su deseo y la expresión directa de éste entregándose al cuidado de sus hijos y prostituta que expone su deseo y con él acepta la penitencia de la marginalidad. La sexualidad es algo sucio y no es posible imaginar una mujer que desea, escoge un objeto sexual y lo disfruta. Esta mujer deseante intimida al grupo y les despierta temores respecto a la derrota frente a unos «otros» fuera del grupo que poseerían una sexualidad más potente y enérgica. En otras palabras, la mujer deseante despierta una imagen temida: ¿ y si en vez de a nosotros, escoge a otros, a esos otros, extraños, ajenos, que no poseen todas las características maravillosas de nuestro colectivo, pero que se encuentran más cerca de la animalidad y de una virilidad primitiva y dominante?. Por algo los grupos más radicales prestan rápidamente atención en cuanto tienen ocasión a leyes que regulan los matrimonios con ajenos al grupo, es decir el acceso a las valiosas hembras del grupo. En aquellos colectivos donde la violencia tiene un papel mayor el control sobre el deseo de la mujer es aún más intenso y ni siquiera esa expresión parcial de la sexualidad a través de los roles de madre o prostituta son posibles. La prostitución es impensable y el cuidado maternal es también proscrito. La prohibición del deseo femenino se manifiesta entonces a través de la negación de la diferencia entre los sexo, que se convierten en equivalentes. Los atuendos femeninos, las costumbres e incluso el lenguaje se alejan de cualquier aspecto que distinga a los sexos. Cualquier manifestación de esa diferencia entre los sexos llevaría a la expresión del deseo y a la aceptación por parte de la mujer de convertirse y ser un objeto deseado y deseante, que puede sacudir la frágil seguridad de los hombres del grupo.
La pareja sexual ya constituida evoca dentro del grupo sentimientos ambivalentes (Kemberg 2011). Esa pareja representa a la vez un ideal y una amenaza. Hay envidia hacia quienes han escapado de la masa anónima del grupo, poniendo en peligro la estabilidad de conjunto. Puede surgir una agresión destructiva hacia la pareja que empobrece su vitalidad, desapareciendo el rol protector de esa sexualidad de 1ª pareja que un grupo más saludable debe mantener.
Una famosa obra de ficción, 1984 (Orwell 2013), expone de una manera sobrecogedora esta situación. Hacia el final del texto, la policía de pensamiento detiene al protagonista y le tortura salvajemente. El se debate angustiado queriendo escapar al dolor y a la muerte, pero el torturador no le pide nada, no le pregunta nada y por tanto no hay confesión alguna que le permita eludir su destino. Hasta que en un momento se da cuenta de cuál es el camino de salida: pide a gritos que torturen a su amada, que ella ocupe su lugar… El carcelero sonríe satisfecho ante su victoria; la pareja que ingenuamente pretendía escapar al Gran Hermano, está destruida y el Orden restablecido de nuevo.
¿Cuál será el efecto sobre nuestra sociedad de esta exposición abierta de la mujer deseante? ¿Será capaz el grupo de tolerar que lo escondido se viva a plena luz? Pienso que no es casual que dos fenómenos muy potentes se vivan en nuestro grupo simultáneamente: este afloramiento del deseo, expuesto por ejemplo a partir del consumo masivo y abrumador de ficción erótica que señala la abierta excitación sexual como algo permisible y gozoso y, por otro lado, el claro y creciente clima de división paranoide que nos acompaña, (tanto en España como en la sociedad occidental a la que pertenecemos.) Del narcisismo de las pequeñas diferencias hemos pasado al franco desprecio de lo ajeno y a una actitud abiertamente defensiva hacia lo exterior, que nos confronta y nos amenaza. Entiendo que puedan parecer campos distintos, pero n
o es así: los analistas sabemos que la sexualidad y la violencia están íntimamente conectadas y que debemos atender a los resultantes grupales relacionados con ambos elementos para comprender nuestro mundo. Obviamente ambos fenómenos, la exhibición del deseo que expresa en mi opinión este entusiasmo por la ficción erótica y la creciente división social paranoide, se enfrentan a fuerzas contrarias. Personas y grupos luchan por desvelar la invención de pasados y la idealización de futuros ingenuos, apuntando más a lo que nos une que a lo que nos separa y restando fuerza al pensamiento paranoide vigente. También en la órbita de la sexualidad las fuerzas que históricamente han cuidado de nuestra moral continúan actuando, incluyendo ahora no solo las tradicionales críticas a las llamadas costumbres disolutas sino también a partir de propuestas desde el mundo intelectual, incluso desde algunas posiciones feministas que revelan incomodidad con el hecho del consumo de pornografía y lo que implica. Pienso por ejemplo en Michela Marzano y su «pornografía o el agotamiento del deseo» (2006) en el que aboga por una sexualidad madura y no fetichizada pero a quien se le escapa, en mi opinión, aspectos más profundos de lo pornográfico y que en el fondo nos empuja de nuevo al orden.
Somos testigos de este combate grupal entre fenómenos contrarios, colectivos y aupados, como no podía ser de otro modo a dos viejas fuerzas, bien conocidas por nosotros: sexualidad y agresión, pulsión de vida y pulsión de muerte.
Bibliografía
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