Sabina Spielrein muere a manos de Hitler, ejecutada por la Wehrmacht a las órdenes de un capitán de infausto nombre. Sus hijas Renata y Eva, sufrieron el mismo infortunio. Sus tres hermanos habían muerto a manos de Stalin, en el suplicio del Gulap.
Puede decirse, ironía del destino, que la muerte se vengó en Sabina. Ella que ha pasado a la Historia del Psicoanálisis, por ser la primera que contorneó la pulsión de muerte; y a la Historia de la humanidad por ser una víctima más de la Endlösunf , la Solución Final para los judíos, pues así fue tratada ella, sus hijas y el resto de judíos que vivían en Rostov del Don, en noviembre del 41 o en el verano del 42. En el frío llano de una sinagoga, o en el polvoriento barranco del Madero de la Serpiente. Sabina (1) iría cansada, vestida de cualquier manera, con sus hijas al lado y pensando en sus cosas, en esas que la ocupaban su tiempo y su ser, su trabajo:
“Trabajo con deleite y considero que he nacido y he sido llamada a este tipo de actividad, sin la cual no veo ningún otro sentido a la vida” (2).
Esto anota al final de una lista de treinta trabajos que en 1924, había llevado a cabo en el Instituto Psicoanalítico del Estado y en la Casa Experimental de la Infancia en Moscú.
En su diario, en una entrada de quince años antes (28-VIII-1909) había escrito:”Temo la tranquilidad total” (3). Entrega, pues, apasionada al trabajo clínico y a una escritura de transmisión de su experiencia.
Sabina Spielrein nace en Rostov del Don en 1885, en el seno de una familia acomodada. El padre se dedica a los negocios y la madre es médico estomatóloga que ejerció al menos mientras los hijos fueron pequeños. La atmosfera en la casa familiar de Sabina es culta: la literatura, la música y la ciencia, están presentes de manera cotidiana. En su juventud compuso poemas, no sabemos si en su madurez lo siguió haciendo, podemos afirmar, eso sí, que tuvo siempre un espíritu creativo y artístico, volcado este último primordialmente a la música. Un poco más adelante, en la entrada del diario antes mencionada, escribe: “Debo llenar mi alma de sentimientos fuertes y profundos, tengo que estar circundada de música y de arte”.
Ovtcharenko nos cuenta que de la pobre casa familiar, en la que habitaron los Spielrein en los últimos años de su vida, las ventanas abiertas exhalaban notas musicales a lo largo del día, que los vecinos sobrevivientes a la masacre, muchos años después, aún recordaban. Ella había recibido educación en piano y canto, y la música fue cultivada por sus hijas hasta el final de sus días.
La pobre casa que habitó en los últimos años de su vida, cuando su origen está rodeado de abundancia económica, de placeres y lujos solo accesibles a las clases burguesas, de la que ella provenía. Para esos años no quedaba nada, la revolución de octubre del 1917, había expropiado los bienes de las clases adineradas, y se había perdido casi todo. En su infancia, no obstante, no solo hubo abundancia económica, hubo también sufrimiento en abundancia.
Una madre lacerante, un padre inhóspito. Una combinación explosiva para Sabina Spielrein. La madre, hija y nieta de rabinos. El padre, como hemos dicho, hombre de negocios judío, un judío irreverente más bien. La abundante documentación aparecida en los últimos años, nos dibujan una madre de presencia vacía y un padre furibundo. Los ataques de furia del padre que tomaban como objeto de descarga a los hijos, marcaron a los mismos. Los golpes y palizas por nimiedades arbitrarias, iban combinados con posteriores crisis de culpa, que no debían sino enredar y confundir aún más, la pequeña vida de los niños. La exigencia educacional del padre, sostenida con palo y tente tieso, triunfó, desde luego, pues tanto Sabina, como los tres hermanos varones dominaban idiomas, fueron universitarios de reconocido prestigio en su profesión y tenían una exquisita formación cultural y artística. El padre era amante de la música, herencia que tomará Sabina, como hemos comentado. Al padre podría considerársele culto y bruto. Un hombre culto y un padre bruto y de frágil e incluso carente, equilibrio emocional. La madre claramente nerviosa, aquejada continuamente de malestares estomacales que la hacían visitar a especialistas europeos, como Nothnagel, estaba diagnosticada de Histeria, era pues una mujer de su época. Pudiera haber sido una de las mujeres de los historiales clínicos de Freud sobre la Histeria. Madre estricta, rígida y escrupulosa, se empeñó y consiguió que desaparecieran las lecciones correspondientes a la reproducción sexual en la asignatura de Biología, del Instituto de Rostov al que iba su hija, para que ésta no pudiera estudiarlas. Tenía por costumbre realizar compras exorbitadas de ropas y trastos, hasta poner en apuros el presupuesto familiar, lo que trataba de cubrir pidiendo préstamos que le hacían estar continuamente endeudada con la familia. Esta complaciente actividad de la madre de Sabina, era ocultada al padre, y así tenía que seguir siendo. A los hijos los sofocaba con regalos, hemos de imaginar que en un intento de hacerse perdonar el vacío y la frialdad en su trato, de su incapacidad para ofrecer a sus niños un lugar de acogida y cobijo. Mundana dama e insatisfecha mujer. Las peleas entre los padres, el desamor que les unía, es emotiva y bellamente contado por Sabina en su diario, el que escribió de 1909 a 1912. Es un fragmento, es posible que haya más, lo que sí nos cuenta es que de pequeña también escribió un diario. No podemos sino felicitarnos de que lo hiciera así, pues no dudo del importante soporte que suponía para ella. Para una niña de mucha imaginación, como ella misma nos dice, el diario permite dirigirse a un otro y, así, en el erial simbólico en el que creció, ese otro de sus palabras recogidas entre las hojas en blanco de su diario era un referente significativo que le permitía imaginar, y le proporcionaba una cierta consistencia.
Sabina tuvo una hermana que murió de niña, sobre los seis años. Parece que esta hermana fue la cuarta y nace cuando Sabina tiene entre cinco y seis años. Tiempo en el que parece ser que Sabina Spielrein fue llevada a un internado en Varsovia. No sabemos los años que permaneció allí, sí los suficientes como para aprender, además del polaco, hebreo y latín. Después de la muerte de esta niña, hubo otro hermano, el pequeño al que pusieron el mismo nombre que la hermana muerta. La muerte de esta hermana desencadena en Sabina la primera crisis adolescente.
Como se sabe, Sabina Spielrein será ingresada en el Hospital Universitario de Burghölzli de Zürich, el 17 de agosto de 1904, tras haber pasado por otras dos clínicas suizas. El médico que se le asigna es Carl Gustav Jung. Será dada de alta en mayo de 1905 y en la primavera del año siguiente se matriculará en la Universidad de Zürich, en Medicina, estudios que terminará brillantemente con una tesis novedosa dirigida por Bleuler, a la sazón dir
ector del Burhgölzli (4)* que será publicada en la revista Jarhbuch für Psychoanalyse, dirigida por Jung, en 1911.
Sabina Spielrein presenta varias puertas interesantes que abrir, no va a ser posible en este artículo entrar en todas. En líneas generales podemos señalar los grandes cruces, quedando para un formato más apropiado, el detenimiento en ellos: Psiquiatría y Psicoanálisis con Burghölzli en el centro; Sabina entre Jung y Freud, efectivamente pues ella está desde el inicio mismo del primer contacto; transferencia y paso al acto y lenguaje y psicoanálisis.
Sabina Spielrein fue quien primero teorizó en torno a una pulsión de muerte, un instinto de muerte, en sus términos. Podríamos estar tentados de preguntarnos si la actualidad de Spielrein no tiene algo que ver con la activa satisfacción de la pulsión de muerte en el sujeto social de hoy, pues la destrucción inunda los tiempos que vivimos. No va a ser esta la puerta en la que nos vamos a detener, ha de quedar también para otra ocasión, sólo apuntar un comentario que nos abra la puerta del alma infantil de Sabina Spielrein, que es donde vamos a entrar.
El trabajo “Die Destruktion als Ursache des Werdens”(5) supone la primera indagación sistemática sobre lo que ella llama Instinto de Muerte, del que en su tiempo ya se venía hablando e incluso Reik y Stekel (6) ya habían apuntado a la presencia de un instinto semejante para dar cuenta de las producciones que se encontraban en algunos pacientes. Sin embargo, no se había publicado ningún trabajo con el aliento de sistematicidad que tiene el de Spielrein.
Solo vamos a destacar el inicio de este artículo, donde Spielrein nos cuenta cómo ve ella que procede Freud. Nos dice que Freud parte de la sensación de placer, que el placer es el estado inicial, el primero. Spielrein reflexiona que Freud no se pregunta cómo se llega ahí, por lo que es claro que ella sí se cuestiona que el placer sea lo primero. La pregunta que se plantea es si el Yo se satisface solo con esto, con la búsqueda de placer y la represión del displacer. Si toda la vida psíquica queda reducida a este motor. Spielrein dice que no. En 1920 cuando Freud escriba “Más allá del principio del placer” (7), también se hará esta pregunta y también dirá que no. El camino dialéctico que recorre Freud, tiene su cuajado antecedente en Spielrein.
El sufrimiento se acumuló en su infancia y primera juventud, padeció en su ser la deriva caótica del desorden psíquico de sus progenitores. Ella sabía del dolor y de las representaciones destructivas, mortíferas en el Yo, como diría Spielrein. Si todo no está regido por el placer, y no lo está, y de eso ella sabe, entonces hay otra cosa en la satisfacción del sufrimiento, como ella escribe. Un goce.
Con este desvelamiento, la satisfacción del sufrimiento, nos vamos a quedar respecto a este interesantísimo trabajo de Spielrein. Él nos va a dar entrada a la morada infantil de su alma que es la que vamos a visitar.
En 1912 aparece publicado en el Zentralblatt, revista que funcionaba como anexo del Jarhbuch, un artículo de Sabina Spielrein que tiene el bello título de “Contribución al conocimiento del alma infantil” (8). El artículo podría considerarse un aporte, como otros de la época, a probar las teorías sexuales infantiles (9) en la constitución del psiquismo. Voy a destacar el proceder clínico de la doctora Spielrein, que queda plasmado a lo largo de este relato centrado en el mundo de los niños, donde nos expone un trozo de su pequeña vida, de su alma de niña, de aquella niña de imaginación apabullante y de espíritu artístico y sufriente. La niña Sabina hacedora de universos.
El artículo es el relato Nachträglich que Spielrein subtitula: Análisis de una jovencita, donde nos va a contar sobre su análisis, siendo ya doctora y habiendo publicado dos artículos en el Jarhbuch de amplio reconocimiento por su originalidad y potencia de pensamiento. Desde un determinado ángulo podría considerarse este artículo de Sabina, como una autorización propia a su lugar de psicoanalista, al exponernos, siempre de forma didáctica y distanciada, uno de sus fantasmas fundamentales, el fantasma de nacimiento, la teoría sexual infantil de la niña Sabina.
Esta jovencita nos nombra, nada más empezar, a sus padres. Lo que va a relatar, tiene su basamento en la transmisión de la generación anterior. Sus padres eran muy celosos de la pureza y de la inocencia de su hija, sobre todo su madre. La sexualidad en primer plano y los padres como transmisores de la misma, en este caso, como negadores de su existencia. La madre es estricta, escrupulosa y religiosa y por tanto, los hijos vienen porque “el buen Dios, así lo quiere”. La jovencita no deja de estar complacida con esto, con hacerse la inocente sexual. La doctora que escribe, nos hace saber que la exploración de su antigua teoría sexual de nacimiento, se generó por un malestar fóbico que comenzó a sentir en relación con las enfermedades, en el semestre que en la facultad de Medicina estudiaba Clínica. Algunas enfermedades infecciosas le suscitaban angustia. Y se pregunta qué es la angustia, y lleva a cabo un recorrido claro, didáctico, expositivo y freudiano, de esa angustia que lo era de Castración, diríamos hoy día. El recorrido es freudiano, aunque su silencio de lo sexual implicado, nos hace concebir ligeras sospechas, que quedan un tanto confirmadas con el toque jungiano del final del artículo al añadir un comentario, del que claramente se puede prescindir, sobre que lo relatado pertenece al destino filogenético de la especie. La sospecha sobre la captura transferencial en la que, al tiempo de escribir este artículo, la autora aún se encuentra.
Se trata de la enfermedad contagiosa, por tanto de la enfermedad que se adquiere en contacto con el otro, añado. La doctora Spielrein dice que ella sabe que esta angustia proviene de la infancia, y nos cuenta que a la edad de 6 ó 7 años tenía un carácter de mil demonios y una relación con su hermano, sostenida en algo que denominaríamos un fantasma sádico: le hacía de rabiar, le asustaba contándole historias terroríficas, era el objeto de sus bromas y sus burlas. En aquel tiempo, ella se creía diosa de un poderoso imperio y dotada de una fuerza sobrenatural, que nombra con un neologismo de entonces: así “La fuerza de Parter”, formado con los verbos franceses partir y porter. Con este dato, Sabina Spielrein nos está diciendo algo de su biografía. La niña que inventa neologismos en otra lengua, debe conocerla; como hemos dicho en el ambiente educativo de la casa familiar se hablaban corrientemente idiomas; así es el caso que el padre imponía hablar durante todo un día uno de los idiomas que tenían que aprender, y lo imponía con la ferocidad de un lobo, podría decirse, y donde los correctivos físicos abundaban y las escenas de chantajes afectivos, también. Ese ambiente exigente y asfixiante, a cam
bio, le permite disponer de otra lengua para dar cuerpo simbólico a sus fantasmas: la fuerza de Parter por la que podía ser arrebatada, arrancada, robada; al tiempo que es sostenida, sujetada. Salir y sostener, son posibles traducciones de los verbos franceses partir y porter . Parter nombra la paradoja de su deseo de diosa y de rapto, de diosa y de hombre, una particular producción simbólica que da nombre a su identificación sexual, podríamos decir, pues nos pone en escucha de sus dificultades con el origen y la diferencia sexual. La niña se cree elegida por dios, y con esta fuerza especial, esta fuerza Parter , puede saber y lograr lo que desee. Se cree diosa omnipotente y a su vez teme ser raptada. El temor, el deseo. Un tercero absoluto, no castrado y un otro distinto y encarnado, que vengan y la rapten, que la deseen. Este neologismo, Parter, se puede considerar cifra significante del frágil gozne de su estructura. En esta ilustración de una teoría sexual infantil, la autora y protagonista del relato, subraya que ella no acababa de creerse estas ideas, pero que tampoco podía no pensarlo.
Tras mostrar la captura en este fantasma de rapto y endiosamiento, donde el reverso sádico lo constituye la angustia que le gusta provocar al hermano, nos cuenta como un día adviene un dicho de su padre, cuya traducción libre, podría ser: Escucha un poco, llegará un día donde el destino te alcanzará, y sentirás tanto miedo como tu hermano y entonces comprenderás todo lo que le has hecho aguantar. Una amenaza en toda regla, incluso una maldición, dado que el destino se nombra. El padre de Sabina, absoluto en sus pronunciamientos, categórico en sus aseveraciones. Eso sí, el padre habla, la madre muda.
La doctora Spielrein, psicoanalista que es, escribe, con toda lógica, que esa amenaza tiene efecto después, nachträglich, cuando un día tiene una “Ilusión”, dice ella, y se encarga de subrayar que no fue una alucinación, tiene la intensa ilusión de ver dos gatos negros subidos en la cómoda y la inmanencia de un pensamiento:“Aquí está la muerte”, “la peste”. El terror, de pronto, se apodera de ella. Como nos cuenta la psicoanalista Spielrein, la niña Sabina entra en regresión: terrores nocturnos, potencias raptadoras, enfermedades antropomórficas que se introducen en su cuerpo, gritos de auxilio a sus padres a los que pide que la sujeten fuertemente para que la fuerza arrebatadora no se la lleve.
El texto deja ver cómo procede clínicamente Spielrein, y en este punto, comenta: Si esta situación se le relata a cualquiera que no sea psicoanalista, no tendría dudas en afirmar que la niña se ha asustado por la amenaza del padre que la ha sugestionado. Pero Spielrein dice que ella es psicoanalista y que para un psicoanalista ahí empiezan las preguntas, se plantea entonces: ¿por qué la visión de los dos gatos inicia la angustia? ¿cuáles eran los fantasmas que preocupaban a la niña? ¿no mantienen ninguna relación con la sexualidad, que parece ajena a todo lo descrito? La autora nos dice que, a buen seguro, esto está y nos cuenta que a la edad de 3 ó 4 años, ella recuerda y sus padres lo confirman, estar plenamente ocupada por el pensamiento sobre el origen. De dónde vienen los niños. Dónde está el principio de todos los principios y el final de todos los finales. Sentimos en estas preguntas de la niña, el hálito de grandeza que la poseía, el anhelo de absoluto. El fin del fin, el principio del principio. La niña se pregunta jugando, como hacen los niños. Cava hoyos en la tierra buscando llegar al otro lado, fabrica aparatos voladores. A los 5 años descubre que los niños salen del cuerpo de la madre. Por dónde se pregunta. Spielrien en su texto nos da dos alternativas que se supone, pensó de niña: o por una abertura en el vientre o desatando el nudo que es el ombligo y así, sin el menor dolor, el niño sale. Hay otra opción, que la autora aquí silencia, y que más adelante comentaremos. De lo que no tiene noción, nos dice, es cómo llegan allí, a la tripa de la madre.
Ella ha creído firmemente a su madre, a su padre, a sus abuelos respecto al hecho de que el hombre había sido creado por el “buen Dios”, de la tierra, y se pregunta cómo se conjugan ambas teorías. La niña Sabina, inquieta investigadora y necesitada de respuestas lógicas, concluye lógicamente que los niños llegan al cuerpo de la madre por la pura voluntad del “buen Dios”, que siempre ha estado ahí, según le responden sus mayores. Por tanto, ella que no es sino una diosa omnipotente y omnisapiente, tiene que conseguir crear un ser humano. Sus juegos consisten en fabricar humanos con todo lo que cae en sus manos: tierra, arcilla, lo que sea. La decepción narcisista asoma, nunca consiguió darles vida. Imagina palacios, jardines espléndidos, animales maravillosos, conseguidos con sus rayos divinos. Su narcisismo herido va a encontrar en su tío, químico, una salida reparadora. Este tío es muy importante en la niñez de Sabina, ella nos lo cuenta en este escrito clínico. El tío, un día, hace un experimento en casa, de tal manera que la sustancia que maneja se transforma y aparece algo nuevo que no estaba en el inicio. La niña queda fascinada. ¡Esa es la salida! La química hace milagros, por tanto, en buena lógica, ella se hará “alquimista”. Arrebatada, busca saber el misterio de las cosas, de qué está hecho cualquier objeto: lame con desesperación platos y vasos a ver qué sale de ahí. Ya que no puede dar vida humana a sus figuras, fabrica entonces aceitunas, jabones, todo aquello a lo que pudiera dar una forma.
Un día pregunta a una señora mayor que si ella podría tener un niño como su madre. Es esta una pregunta muy razonable de la niña, que hasta ahora se nos ha descrito con buena lógica, pero un tanto alejada de las identificaciones, quiero decir, que esta pregunta de la niña, lleva con ella, el deseo de ser como la madre, por tanto la diosa sería la identificación ideal imaginaria, que excluye al tercero y el deseo de tener niños como la madre, nos presenta a un sujeto infantil aludido por el falo de la madre, por lo que la madre tiene y ella no tiene. La señora mayor le contesta que no, que es demasiado pequeña para tener niños, que lo que puede tener a su edad es un gatito. Y a ello se encomienda. La niña se lanza a pensar que podrá educarlo hasta hacerlo parecer humano. La psicoanalista Spielrein, nos dice que he ahí el motivo sexual de la angustia. El gato que cree ver, es el niño que desea. Y añade que tal vez los gatos son dos porque “de faÇon inconsciente, bien entendu” (10) pensó en su hermano. Sin embargo, no nos explicamos por qué ver un gatito, que representa el hijo que desea, genera angustia.
Dos consideraciones más, al respecto de esta cuestión. La primera es que caigamos en la cuenta de lo que Sabina Spielrein le escribe a Jung en una carta del año 1917*a propósito del inconsciente (3): “En mi trabajo ‘Destrucción, etcétera’ he sustituido siempre o he querido sustituir la expresión ‘inconsciente’ por la de ‘subconsciente’ , sin que supiera entonces que Freud entiende por ‘inconsciente’ algo completamente distinto de lo que yo quiero indicar con el término ‘subconsciente’. C
omo alumna suya, estaba habituada a concebir el ‘inconsciente’ en el sentido de aquello que no es consciente, y sólo posteriormente me di cuenta que usted y Freud entienden dos cosas absolutamente distintas”. Con esto presente podemos considerar que el quid de los dos gatitos no se encuentra donde Spielrein nos lo sitúa. Por otro lado la segunda consideración, está referida a lo que elide de contar en esta piececita, donde todos los elementos quedan tan elegantemente engastados, que habrá que encontrar el modo de hacer hueco a lo no relatado. Lo que elide es precisamente la tercera opción posible, por la que los niños pueden salir. Se trata de lo siguiente: desde los tres o cuatro años, hasta los seis o siete, Sabina tenía un goce privado, como son los goces, jugaba a retener las heces, incluso hasta dos semanas -lo cuenta en su diario- haciendo presión con el talón de su pie. Esto, nos dice le proporcionaba una intensa excitación y regusto. La escena traumática de los gatitos, puede considerarse el final de ese juego, que es sintomático, al ser sustituido por la masturbación genital. Por tanto tras esta crisis una elaboración se gesta en ella al respecto del falo y la diferencia, como prefiero decir.
La exposición que Sabina Spielrein realiza en este trabajo que comentamos, puede ser considerada como un trabajo de elaboración, Durcharbeit, de su fantasma de nacimiento. El gatito representa pues, el hijo deseado. La angustia se explica por la vinculación del embarazo a la enfermedad contagiosa, incluso a la muerte. Pero toda la angustia no queda explicada por esto. Recordemos que nos ha relatado que era poseída por una fuerza arrebatadora, la fuerza Parter, pot tanto, a la vez teme ser raptada, ser robada a los padres, a los que pedía que la amarraran para no ser capturada. La angustia también viene de este miedo, que es también un deseo, el deseo hacia el hombre. El temor es un deseo de un raptor. La doctora Spielrein coloca aquí un recuerdo de la primera infancia, un recuerdo traumático. Cuando tenían 3-4 años, un día su hermano, compañero de sus burlas y sus juegos, y ella, estaban subidos en la cómoda. Allí la niña Sabina rogaba a gritos al “Buen Dios” que fueran raptados: ¡llévanos buen dios contigo!, y cosas de este tono. Su madre aparece por la puerta y grita aterrorizada, se asusta sobremanera y entra en pánico por el miedo a que los niños se caigan y se maten. La madre, mujer narcisita, estaba obsesionada con la muerte de los niños.
Se puede considerar que esta primera escena queda resignificada en la regresión, por la amenaza del padre, pues no es aventurado considerar que en la escena de terror de la madre, la niña se identifica con ella, en cuanto hija. El afecto de la identificación cambia de signo, de terror a burla. La pulsión queda así invertida: de pasiva a activa y construye el fantasma sádico con el hermano. Sabemos que a los seis-siete años, cuando se produce la amenaza del padre, se debe al sufrimiento que lleva años provocando a su hermano con sus burlas e historias terroríficas. Este trabajo de defensa está empujado por el terror a perder el amor a la madre. Amor que es puesto en riesgo por el pánico hacia ella.
Se ha comentado anteriormente, que la niña en este tiempo de los tres-cuatro años, tiene esa relación particular con sus heces. Esto es, se dota de un goce sintomático, en torno a estos productos y a esta zona de su cuerpo. A la vez, sabemos que la niña pregunta por el origen: de dónde vienen los niños y cómo salen del cuerpo de la madre. Los datos nos permiten concluir que este síntoma cumple una función de equivalencia simbólica en estas preguntas de la niña. Ya se ha dicho que este dato la doctora Spielrein no lo escribe en su artículo. Pudorosa tal vez, pues este apunte clínico ya había tenido luz pública, a través de Jung.
En otoño de 1907, tuvo lugar el Primer Congreso de Neurología, Psiquiatría y Asistencia Médica, en Amsterdam, donde Jung presentó una ponencia titulada: “La teoría freudiana de la histeria”. Allí habló del caso de una paciente, y esa tal paciente era nuestra autora. En el relato del caso, cuenta esta perversión infantil, en expresión propia de la época. Sabemos que, en la desavenencia de Jung con Freud está, como nuclear, el tema de la teoría sexual. Curiosamente esta ponencia de Jung tardó mucho en llegarle a Freud, Jung la retrasaba una y otra vez, con una excusa u otra. Y, cuando finalmente Freud la recibe, cinco o seis meses después, Jung le pide “guardar silencio”, es decir que no le dé su opinión. A pesar de ello, Freud termina por soltarle una pequeña filípica por sus formas de compromiso convencional; de hecho, por su vocación política, que se diría hoy. Se dirige así a Jung: “Le inhibía a usted el afán de compromiso y la prevención ante prejuicios médicos y falta de comprensión por parte de sus colegas”. También le reprochará que considere que no hay Histeria infantil (11). Y sí, se comprueba una vez más, que Sabina Spielrein estuvo siempre entre ambos, se colocó entre Freud y Jung.
La teoría sexual infantil que una psicoanalista de niños escucha en este gozoso juego retentivo, no sería otra que la teoría de la cloaca freudiana. Las heces, el don y el niño. Cuando se produce la “ilusión” de los dos gatitos, la angustia que se genera es producto de la regresión a la escena de terror de la madre, esto es, a la identificación con la madre y, así mismo, a tener un hijo con ella, lo que podemos considerar el equivalente simbólico heces=niño=hermano=gatito. Al mismo tiempo otra fuente de angustia es el deseo de rapto, como bien ha apuntado la doctora Spielrein en su relato, al llegar a la asociación embarazo=enfermedad contagiosa. El deseo de rapto, la castración es exigida, el deseo de hombre: “je recherchais constamment le ravisseur, c’est-à-dire l’homme”. Busca a un seductor que la rapte, a un hombre. El otro, la diferencia. Busca al otro en su origen, busca al padre. Busca la diferencia sexual, un hombre que le dé un hijo. La escena de los gatitos, está efectivamente sobredeterminada.
Se nos aclara así la angustia de la escena, ya que está en juego la Castración y la entrada en Edipo, esto es el lugar del padre en su existencia. Angustia que le produce al sujeto infantil la regresión y la vuelta a los tiempos de fijación en la teoría de la cloaca. La “ilusión” de los gatos, le trae miedo a quedarse sola, le lleva a buscar enfermedades que luego pensará que ella tiene. Pues enfermedad-contagio-niño, forman una cadena de huella significante, como hemos comentado. Ser raptada, ser castrada, la diferencia quiere abrirse un lugar simbólico en el amor a su padre. Ser raptada por “el buen dios”, que no es otro que el tío de los juegos infantiles. El tío químico, el de los experimentos fascinantes, hacedor de encantamientos para la niña Sabina, de presencia física extravagante, además se apartaba con ellos a una habitación donde les contaba historias terroríficas que a su hermano espantaban y a ella le daban mucha risa; en fin, el que tocaba con ellos el violín. Estos recuerdos son de cuando tenían tres o cuatro años, los mismos que cuando la madre se espanta al verla a ella y a su hermano subidos en la cómoda, con Sabina clamando, orando e invocando el rapto por dios, cual hijos de Abraham; en
un filo de caerse y el terror de la madre: caerse y matarse. La vida tampoco le concedió la gracia de equivocarse, y años más tarde morirá la otra hija, la hermana de Sabina, cuando ésta tenga unos trece años, y Emilia, la niña que murió, seis. Por cierto que el hermano que nace, tras la muerte de Emilia, le ponen de nombre Emilio.
Como se abserva la confluencia de acontecimientos memorables, da cuenta del tiempo psíquico que se labraba. Tras la amnesia consiguiente, tras represión primaria, a los seis o siete años donde ha situado la edad de la “ilusión” de los gatitos, tiene un sueño donde un dios gigantesco aparece vestido con el estilo extravagante del tío y después ella será la diosa, identificándose con el tío, y que provocará terror al hermano, el terror de la madre en la escena infantil de la cómoda. El tío y la madre comparten la huella significante que el terror labró. Como diosa, no hará con su hermano otra cosa que, causarle miedo con historias de terror, lo mismo que hacía el tío cuando los metía en un cuarto y les contaba cuentos, esos cuentos que al hermano le hacían entrar en pavor. La diosa, es pues también, la identificación con la madre en el espanto. Finalmente, Spielrein nos relata que la niña Sabina, se cree un “Carlin omnisciente”. Carlin o Carlinga, es un hada del bosque, reina del otoño, proveniente de las leyendas celtas, raptadora de jóvenes que convierte en cisnes durante año y medio. Carlin, es un hada emparentada con Samahian: el día de los espíritus liberados. Carlin podría considerarse, un fantasma de femenidad, y así burlar la castración y evitar Edipo.
El fantasma Carlin, se disolverá en su análisis. Sabina nos cuenta que Carlin se dice en ruso mosjka. Y que solo en el análisis cayó en la cuenta que el nombre que le daban al tío, era tío Mosjka, apelativo que a éste disgustaba, tanto que hasta les traía bombones, con tal de ser llamado “tío Mossia”. El tío Mosjka que condensa: diosmadrepadre. Dios, el primer nombre del otro en Sabina, poder y absoluto. Dios pero bueno, “el Buen Dios” como su madre le nombraba. El padre era malo, pegaba, exigía, ordenaba, asfixiaba, era más poderoso que “el Buen Dios” y terrorífico. “El Buen Dios”, es un dios de la creación. Madre que crea, continente del designio divino de tener niños, diosa engendradora. Padre, primer desplazamiento del amor al padre, dejando fuera la ambivalencia del rechazo, a este padre se le puede amar sin temerle. La doctora Spielrein nos dice que el fantasma de ser raptada por dios, es decir por el tío Mosjka, era una fuente inagotable de placer, el hombre que buscaba en el rapto. Concluye la doctora Spielrein, esta parte de su fantasma, yo diría que con una confesión, pues todo el trabajo de desplazamiento a dios, al tío Mosjka, nos dice que muestra la necesidad que tuvo de buscar sustitutos del amor del que era objeto por parte de sus padres. Un amor carente del don simbólico que lo haga soportablemente humano.
Sabina Spielrein tiene entre otros muchos méritos, ser de las pocas psicoanalistas que eligió para su escritura una lengua de exilio, el alemán. Incluso para su diario, en el que leemos textualmente su deseo de escribir en alemán y de no volver a Rusia. Sabemos, ¡ay!, que volvió. Escribir en una lengua de exilio, poder desterrarse de la madre, expatriarse del padre, buscar otra lengua que la construya.
Spielrein es un apellido, cuentan que poco frecuente entre los judíos rusos. Sabina Spielrein fue muy consciente de su nombre, tanto del nombre propio ‘Sabina’ como del apellido ‘Spielrein’. Quien sepa algo de alemán no dejará de ser impresionado por el significante de este apellido. ‘Spiel’= juego, pero el juego del Fort-Da, el juego de la separación, repetición y placer y ‘Rein’=puro: hemos de considerar la ambigüedad de esta palabra también en castellano, puro de limpio y puro de situación comprometida. Además ‘Rein’=justo y ‘rein=’herein’=dentro-fuera
Ella, ni en su historia familiar, ni en la historia entre Freud y Jung, ni en la Historia del Psicoanálisis, ha ocupado hasta ahora, el justo lugar que le corresponde. Sabina ‘rein, dentro y fuera, permaneció freudiana, como lo declara a Freud en una carta de 1914; aunque conservó siempre el anhelo, imposible, de ligazón entre Freud y Jung.
Jung, a la alumna y psicoterapeuta Toni Wolf que le salva la vida y le inspira parte de su obra, ni siquiera la nombra en su Autobiografía, otro tanto hará con nuestra autora. Carl G. Jung jugó con ella, un juego sucio. Freud con ella, rectificó y fue justo. Con él, Sabina Spielrein se convirtió en psicoanalista
Sabina Spielrein, nombre es destino.
Trinidad Simón Macías *
Psicóloga clínica y psicoanalista de niños, adolescentes y adultos, en Madrid
Escritora.
NOTAS
* En este mismo tomo fue publicado el trabajo de Freud sobre Schreber
* Carta de Sabina Spielrein a Jung del 15-XII-1917.
BIBLIOGRAFIA
-1.V.I.Ovtcharenko:“El destino de Sabina Spielrein”, en Clínica y Pensamiento, 2004
-2. Ibídem
–3. Aldo Carotenuto.Diario de una secreta simetría. Editorial Gedisa, Barcelona 2012
-4. Über den Psychologischen Inhalt eines Fall von Schizophrenie, Jahrbuch, tomo III, 1ªmitad, 1911.
-5. “Die Destruktion als Ursache des Werdens” (“La destrucción como causa primera del devenir”) Jarhbuch für Psychoanalyse , IV, 1912.
-6. Wilhem Stekel. El lenguaje de los sueños.
-7. S. Freud. Más allá del principio del placer, 1920, Ed. Blibioteca Nueva, VII, Madrid 1974.
-8. “Beiträge zur Kenntnis der kindlichen Seele, 1. Madchenanalyse” (“Contribución al conocimiento del alma infantil”) en Zentralblatt, 1912, n.3, pp.57-61
-9.Tres ensayos para una teoría sexual. S.Freud 1905, Edt. Biblioteca Nueva, IV, Madrid 1972.
-10.“Crontribution à la connaissance de l’âme infantile”, en Guibal M. y Nobécourt J. Sabina Spielrein entre Freud y Jung, Ed.Aubier Montaigne , París 1981
-11. 82F , 14 de abril de 1908. Correspondencia Sigmund Freud/Carl G. Jung. Taurus
Ediciones, Madrid 1978
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